Juventud

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LIBROS

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JUVENTUD i ESTE

LIBRO PERTENECE A:

i Nombre de lo familia

DIVISION DE EDUCACION DE LA COMUNIDAD D EPA RTA M EN TO DE INSTRUCCION PUBLICA

PUERTO RICO — 1958


NOTAS SOBRE VOCABULARIO AI final del libro, y bajo el nom bre de “ vocabulario", hay una lista de palabras con su significado.

Esas .palabras nuevas o

de poco uso en nuestra conversación diaria, aparecen en alguna parte del libro.

Pueden estar en un cuento, un artículo o una

poesía. Quizás sería conveniente que echáram os una ojeada al voca­ bulario antes de leer el libro.

Y luego, cuando leamos el libro

y encontrem os una de esas palabras nuevas, podemos volver a con­ sultar el vocabulario para estar seguros de su significado. Esto puede ser divertido como un juego, pero es, además, ins­ tructivo para todos.

Vamos a probarlo.


¿QUE ES J U V E NT U D ? “Juventud, divino tesoro; cantó el poeta Rubén Darío.

¡ya te vas para no volver!”

Así

Pero la juventud sólo se va de no­

sotros en la m edida que nosotros perm itam os que se vaya.

Esta

es una lección de la vida que muchos adultos no aprendieron nunca.

La juventud está en el espíritu.

La juventud no se

pierde cuando las arrugas surcan el rostro o las canas blanquean el cabello, si el espíritu se conserva joven.

La fuente de la

juventud no está en Florida, a donde fue a buscarla nuestro ilusionado Ponce de León.

La fuente de la juventud está en

nosotros, en lo profundo de nuestro ser. No es con ungüentos mágicos o con aguas milagrosas que vamos a m antenernos jóvenes.

El secreto es m antener la ju ­

ventud eterna en nuestro espíritu. m adurez y e n tra r

El secreto es pasar de la

en la vejez con la misma fe, el mismo

entusiasm o, la misma esperanza, y el mismo sentido de hum or que

gozamos en los años jóvenes.

Lo exterior no im porta.

Las arrugas y las canas, no im portan. el corazón.

Lo que im porta

es

Lo que im porta es el espíritu.

Aquellos que perm iten que el espíritu se agrie y el co­ razón se torne am argo serán viejos antes de tiempo.

Los que

m antienen la llam a del entusiasm o viva en sus espíritus, los que m antienen en sus corazones la fe en Dios y en los demás hombres, serán jóvenes siem pre. son viejos.

Por eso vemos jóvenes que

Y vemos viejos que son jóvenes.

no está en su exterior ni en su físico.

La diferencia

La diferencia profunda

está en sus espíritus, en sus corazones. A prendam os nosotros, los jóvenes de hoy, esta verdad que


muchos de nuestros padres ignoraron. con nuestros mayores.

Pero seamos tolerantes

Los que no han sabido m antener la

juventud en sus espíritus olvidan fácilm ente. que ellos mismos fueron jóvenes.

Olvidan, incluso,

Por eso en ocasiones hay

conflicto entre nosotros y nuestros mayores.

Porque a veces

nos exigen cosas que no se exigieron ellos mismos cuando eran jóvenes.

O porque nos exigen cosas que tenían razón de ser

en otra época, pero que no la tienen en la nuestra. No perdamos la paciencia cuando su rjan estos conflictos. M antengam os siem pre el respeto que le debemos a nuestros m ayores y tratem os poco a poco de atraerlos hacia el mundo de nuestra juventud. nosotros.

Ellos necesitan de ese m undo tanto como

Ellos necesitan de nuestra juventud.

Y nosotros, los

jóvenes, debemos ser generosos com partiendo las ventajas de esta edad privilegiada. Este libro, que será leído con gran interés por los mayores, está sin embargo dedicado a nosotros, los jóvenes. remos reflejados varios de nuestros problemas. algunas de nuestras aspiraciones. tra sed juvenil. eln sus poemas;

En él ve­

Encontrarem os

H allarem os un eco a nues­

En sus páginas vamos a toparnos con el amor con goce callado en sus cuentos;

duría en los pensam ientos de hom bres famosos;

con sabi­ con belleza

en los dibujos que ilustran el texto. No es un libro pesadote que nos dice: “Haz esto” o “Haz aquello."

Es principalm ente un libro para gozarlo.* Pero ta m ­

bién es un libro que puede sem brar una beneficidsa inquietud en nuestro espíritu; en nuestra mente.

que puede hacer surgir varias preguntas P reguntas que no contesta el libro.

guntas que sólo nosotros mismos podremos contestar.

P re ­

P reg u n ­

tan como: ¿Qué es esta edad que llam am os juventud?

¿Qué


vamos a hacer con esta juventud de que hoy gozamos?

¿Qué

relación hay entre esta juventud nuestra y la edad de nues­ tros padres y abuelos?

¿Qué seremos nosotros cuando deje­

mos de ser jóvenes? Si preguntas así surgieran en nuestra m ente al term in ar de leer el libro, y si dentro de nosotros mismos pudiéram os dar contestación a esas preguntas, el libro dedicado a nosotros los jóvenes cum pliría una doble misión:

ser entretenido y ser

útil. Los que prepararon i siasmo, así lo esperan.

alegría y

el libro

con

con entu-



EL AMOR Ti AMOR es quizás la expresión más caracte­ rística de la juventud.

Cuando el hom bre

o la m ujer despiertan al amor, despiertan tam bién a la vida.

Y es que el am or es

como el motor del espíritu.

Es la fuerza

inicial que em puja a las cosas grandes de la vida. El amor que siente el hom bre por la m ujer o la m ujer por el hom bre se irá

con virtiendo

luego

en am or a la patria, am or a los ideales, am or a la hum anidad toda.

Pero para ser la fuerza justa y creadora que Dios quiso

poner en nosotros, al am or ha de ser cultivado con esmero. Si dejam os que íuerza destructora.

el am or se descarríe

puede

convertirse

en

El am or que conduce a la pasión ciega y

di crimen, no es ya amor.

El amor como fuerza creadora que

ayuda al hom bre en su vida ha de ser puro y honrado. Por amor el hom bre y la m ujer pueden llegar a realizar cosas grandes y hermosas.

Pero a veces el hombre o la m u­

je r llegan a hacer cosas despreciables a nombre del amor. amor está en el corazón de todo ser humano.

El

Toca a nosotros,

a cada uno de nosotros, saber encauzar ésa fuerza espiritual para el bien o para el mal. La verdadera im portancia del amor no la percibimos du­ rante los prim eros años de nuestra juventud.

Entonces sólo es

una fiesta de sentim ientos.

Es un gozar de eso maravilloso

que acabamos de descubrir.

Es un no pensar en el futuro.

Es un no m edir las consecuencias de nuestros actos. Es. en estos años primeros de nuestra juventud cuando se


decide la actitud que en el futuro vamos a tener de lo que es amor.

¡Si pudiéram os los jóvenes tener sabiduría suficiente

para apreciar desde el principio la im portancia del amor! ¿Ten­ dremos nosotros el valor de exigirnos esa sabiduría? Dejemos la pregunta sin respuesta por ahora.

Veamos p ri­

mero algunas cosas bellas que ha inspirado el amor.

Leamos

¿unas de un

escrito-

gran

poeta

español, un cuento

de un

puertorriqueño y pensam ientos de un filósofo y de otro poeta oriental. que nadie.

Dicen que los poetas pueden sentir el am or mejor ¿Pero no será que todos somos poetas cuando am a­

mos?

DE BECQUER


RI MA 15 Inspirándose en la siguiente ri­ ma de Bécquer, (la rim a número 15), Don Angel Mislán compuso una de las más bellas danzas puertorriqueñas, “Tú y Yo”. Mis­ lán nació en San Sebastián en el año 1861 y m urió en el 1912.

Al

cantar la danza puertorriqueña “Tú y Yo" muy pocos de nosotros recordam os que su bella letra es una rim a de amor del gran poeta español G ustavo Adolfo Béc­ quer.

He aquí la letra de la canción que tan a menudo es­

cuchamos. Cendal flotante de leve brum a, rizada cinta de blanca espuma, rum or sonoro de arpa de oro, beso del aura, onda de luz: eso eres tú.

* •

Tú, sombra aérea que cuantas veces voy a tocarte, te desvaneces •

como la llama, como el sonido, como la niebla, como el gemido del lago azul.


En mar sin playas, onda sonante, en el vacío, cometa errante. Largo lam ento del ronco viento. Ansia perpetua de algo mejor: eso soy yo. ¡Yo, que a tus ojos en mi agonía los ojos vuelvo

de noche y día;

yo, que incansable corro, y dem ente, tras una sombra, tras la hija ardiente ere una visión!

RI MA 38 Los suspiros son aire, y van al aire. Las lágrim as son agua y van al mar. Dime, m ujer: cuando el amor se olvida, ¿Sabes tú adúnde va?


RI MA 4 No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira. Podrá no haber poetas;

pero siem pre

¡habrá poesía! M ientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas; m ientras el sol las desgarradas

nubes

de fuego y oro vista; M ientras el aire en su regazo lleve perfum es y arm onías; m ientras haya en el mundo prim avera, ¡habrá poesía! M ientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida, y en el m ar o en el cielo haya un abisme que al •cálculo resista; M ientras la hum anidad siem pre avanzando no sepa a do camina, m ientras haya un m isterio para el hom bre ,habrá poesía!

M


M ientras sintamos que se alegra el alm a sin que los labios rían; m ientras se llore sin que el llanto acuda a nublar la pupila; M ientras el corazón y la cabeza batallando prosigan; m ientras haya esperanzas y recuerdos ;habrá poesía! M ientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los m iran; m ientras responda el labio suspirando al labio que suspira; M ientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; m ientras exista una m ujer herm osa, ¡habrá poesía!


*

J U A N FELI Z (C uento)

por Domingo Silás O rtk Alcanzó Juan a ver una amapola en el pastizal y, dejando a la novilla beber en la poza,* voló a cogerla. dobles, rizada.

Era de las

Cortó el tallo a todo la r­

gor con su cuchillo encabado con raíz de mangó y volvió con su flor donde la B errenda. — B errenda, la flor es para ti.

Se

la debiera llevar a Geñita, pero tú te vas a ver lo más curra con ella.

Pero...

espera.

Yo te regalo la flor y tú me

regalas

el canuto.

Lo quiero para

un

pito. Colocó la amapola en la collera del anim al y en un dos por tres hizo una flauta del can-uto. Camino de la casa fue soplando aires agudos que azoraban a uno que otro go­ rrión en los matojos.

Y acercándose a

un nido con sigile, habló: —Estos vuelan ahorita. plumando.

Ya están em ­

A ntes de que se vayan voy

a tra e r a G eñita pa que los vea. La novilla iba m ordisqueando el gra­ malote.

De pronto alzó el rabo y pegó

carrera.

Ju an

la siguió.

r


— ¡Conque esas tenemos!

M a­

ñana te voy a llevar a la gran­ ja.

Don

Fulge tiene un toro

de raza.

¡Pero m ira qué des­

cuidada eres!

Botaste la am a­

pola. Y sin a d o rn o ...n o te van a querer. En el portón del “cercan” los perros le salieron al encuentro. Juan, Ju an Pérez, había per­ dido su apellido desde chiquito! Los v e c in o s otro que Feliz.

le habían

puesto

le acomodaba mejor:

Ju an

Feliz le llam aban

los com pañeros de clases cuan­ do llegaba silbando a la escue­ la.

Ju an

Feliz,

m urm uraba el

tendero cuando le oía cantar por el repecho con la com prita al hombro.

Ju an

Feliz, le apo­

daban todos, viejos, y jóvenes, y Ju an Feliz se quedó. G eñita y Ju an se habían criado juntos.

Las casas de sus

•padres quedaban próxim as, separadas por el camino

vecinal,

pero tan cerca que cuando le echaban maíz a las gallinas en el batey se veía la tru lla de aves de uno a otro patio respon­ diendo al pí-pí-pí-pí-pí de las dueñas de casa.

Así tam bién su­

cedía con los hijos de ambos hogares que se confuhdían como herm anos a la hora del alm uerzo o de la comida, o en ios anocheceres oyendo los cuentos que hacían los m ayores. Geñita tenía ahora quince años.

Ju an

estaba pegando a


los diecisiete. De la docena de hijos de ambas familias eran ellos los que m ejor se llevaban. /" Ib a n al pozo juntos y Ju an ayudaba a p a m uchacha a echarse el pesado latón. Cuando salían a buscar leña, Ju an se ocu­ paba de hacerle a G eñita un buen paquete de los trozos más secos y livianos. M ien­ tras fueron a la escuela, hasta el sexto grado que daban en el campo, él la protegía y la pasaba de mano por la resbalosa calzada de la quebrada.

Este proceder

de Ju an le había ganado el cariño de Genita.

Ella le pagaba sus bondades reser­

vándole

de los más lindos

guineos que,

en los "balseros'' de hojarasca, ella escon­ día a m adurar; da sonrisa.

o regalándole su más lin­

Pero de ahí no pasaba.

Lo

quería como a un herm ano. —Geñita, m añana, después que venga de llevar la B errenda a la G ranja, te voy a enseñar unos gorrioncitos em plumando. — ¡Ay, sí, sí!

«¡Dónde están. Ju an Feliz? —En los guayabos de abajo. matojos.

En los

—Pues cuando pases me llamas. Yo voy a hacer los oficios tem prano pa que mamá me deje ir. ¡Qué dulces son los anones y qué agrias son las guayabas, qué dulces los corazones y las grosellas, qué agrias!


—M amá, ahí viene Ju an Feliz.

Me voy.

—Pero, ¿dónde tú lo ves, m uchacha? -—No lo veo, pero lo oigo, mamá.

Esa es la voz de él.

Escúchalo. ¡Qué buenas son las arepas que prepara siña Pancha, se parecen mucho a ella en ten er la cara ancha! — Sí, es ese sinservil. pensar.

Se conoce que no tiene ná en qn'5

Mira, G eñita, mucho cuidao.

—No se apure que yo me sé cuidar. Y se tiró al camino. Juan venía echando por delante a su novilla. tento.

Venía con­

Berrenda tendría su b errend ita dentro de nueve meses,

si todo salía como él esperaba. —Aquí estoy esperándote. —V ente, vamos.

Parece que va a llover.

Hay b arru n to

puesto. Y ambos cam inaron cuesta abajo h asta el portón del “cercao.”

Cuando llegaron ai nido, los gorriones habían volado. — ¡Qué pena!

¡No logré verlos! ■

—No te apures, yo tengo otro nido en el zarzal. ben estar con peluza.

Ya de­

Son ruiseñores.

—Vamos. Caminaron.

Gruesas gotas de lluvia humedecieron sus ro­ ló


pas y el aguacero no tardó en caer.

En la intem perie, trataron

de protegerse bajo un copudo m an­ gó.

El viento soplaba con fuer­

za y el chubasco apretó. Relam# pagueaba. El agua los caló hasta los huesos.

Ju an quiso proteger

a G eñita con su cuerpo.

El frío

i

la hizo acercársele para sentir su calor.

Tronó y el centellazo la hizo sentir miedo.

instintivam ente a Juan.

Se agarró

Un relám pago alum bró sus caras uni­

das por la lluvia. —Tengo miedo, Ju an Feliz. —Yo tam bién tengo miedo. los relám pagos.

Pero no de los truenos, ni de

— ¿Y a qué le temes, Juan? —No sé. contigo.

Pero por prim era vez tengo miedo de estar solo

Vámonos.

—Ay, sí.

Vámonos

ahora,

Juan.

En el camino hasta la casa, Juan Feliz notó por prim era vez cómo la lluvia había pegado las ropas húm edas sobre el cuerpo de G eñita y al decirle adiós, se le quedó m irando fija­ m ente hasta qu e la m uchacha subió los escalones de su casa.


Desde ese día Juan Feliz estuvo esquivo.

Velaba que Ge-

ñita se tirara derecho abajo por el camino del pozo y en vez de acom pañarla, la seguía de lejos, procurando no ser observado. Calculaba el tiempo que ella podía tom arse en llenar la lata y la esperaba para decirle adiós, en el recodo, en tre

tímido y

agresivo. — ¡Adiós, Geñi! —Adiós, Juan. Pero no le salían más palabras.

Se cortaba

el dialogo.

G eñita seguía repechando la guinda y Juan, cuesta abajo con su yugo, se preguntaba el por qué de todo aquello que le estaba sucediendo y que él no alcanzaba a explicarse. Una tarde, m ientras G eñita desde la ventana

del frega­

dero oía las aletas zum badoras de una chiringa que él había echado al viento desde una loma cercana, a Ju an no le cabía el corazón en el pecho. Decidió hacer algo.

A m arró su chiringa a una m ata y es­

cribió unas líneas en un pedazo de papel. “G eñita:

Dime si tienes coraje conmigo.

M oncha me dijo

que tú le habías dicho que estábam os enojados.” Leyó el papel y lo rompió. carta.

No le sonaba bien aquella

N uevam ente empezó a escribir m ientras el volantín ha­

cia culebrillas en el aire. “Geñita: Yo no sé que te pasa conmigo q u e . . . ” Tachó lo que había escrito. nada.

No.

A G eñita no le pasaba

A él era a quien le pasaba algo.

taba a comprender.

Algo que el no acer­


U na ligera brisa

rompió el hilo de la chiringa

A Ju an

Feliz le hubiera gustado encam panarse con ella y dar coletazos en el cielo. A quella noche Juan Feliz se unió a la trulla de muchachos que corrían tras los cucubanos.

Llevaban botellas y potes de

cristal en los que echaban las luciérnagas.

Las luz verdosa se

encendía y apagaba entre las hojas e ilum inaba los rostros de los chicos dándoles

un ra ra apariencia.

La gritería confundía

las voces.

— ¡Aquí sí hay muchos!

¡Mira qué grande'

Pero entre todas las voces distinguió una. - ‘La voz decía! —Este sí que es grande. p reg u n tar una cosa:

¡Este es el abuelo!

Le voy a

Cucubano, cucubano, pariente del escri­

bano, dime si en casa me van a dejar ir al baile del ac abe ... Ju an Feliz no podía confundirse. Geñita.

A quella voz era la de

La oscuridad no le perm itía verla. £ero sabía que era

ella preguntándole a un cucubano que patas arriba brincaba por zafarse.


Juan fingió la voz y contestó: —Sí, sí, te van a dejar ir. G eñita, sorprendida, se rio: — Prim er cueubano que veo que conversa.

Le vo\

a pre­

guntar otra cosa: Cueubano, cueubano, pariente del escribano,dime con quien me va a tocar b a ila r ... Y contestó la voz que se ocultaba en las sombras: — ¡Con Juan Feliz!

¡Con Juan Feliz!

G eñita soltó la carcajada. —-No seas em bustero, cueubano. mira.

Si Ju an Feliz ya ni me

Si se olvidó de m í . . .

La voz no dijo nada. — Deja probar otra vez—repitió G eñita. bano.

pariente

del

escribano,

dime

donde

—Cueubano. cucuestá

el

que

me

quiere a m í. .. La voz entrecortada de Ju an improvisó: —Ni por allá, ni por allí; está pegaíto de ti. Y saliendo de su escondite se acercó a Geñita, quien muy a pesar suyo, se sintió asustada. — ¡Mira qué muchos cucubanos tengo, Juan Feliz! Juan,

nervioso, indeciso, tomó en una mano el pote que

le ofrecía G eñita y a la luz verdosa de aquella linternita na­ tural entrevio el brillo amoroso de unos ojos y unió su otra mano a la de ella, apretándola. Ya rvo sentía miedo de estar a solas con G eñita y ella se »entía segura a su lado.

Ju an era ahora verdaderam ente feliz.


PENSAMIENTOS Con lucio fue el más célebre filósofo de China, fundador de una reli’gión de ideal elevado. Nació en el 551 y m urió en el año 479 antes de Cristo. He aquí un pensam iento de Confucio:

“Amemos a los demás como a nosotros* mismos; midamos a los demás como nos medimos nosotros; estimemos sus penas y sus gozos como estimamos los maestros.

Y cuando queramos

para ellos lo mismo que queremos para nosotros y cuando te mam os para ellos lo mismo que para nosotros tememos, enton­ ces seguiremos las leyes de la verdadera caridad." R ahindranaz Tagore fue un poeta y pensador oriental. Nació y m urió en "India. He aquí tres pen­ sam ientos de Tagore.

“Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas “Si engarzas en oro las alas del pájaro, nunca más volará al cielo" “Las estrellas no temen pare­ cer gusanitos de luz.**



RECREACI ON ECREACION no es sólo, como muchos creen, el recreo que tienen los niños en la es­ cuela.

Recreación es todo aquel esparci­

m iento que necesitan

chicos y grandes.

Recreación no es, pues, un lujo.

Recrea­

ción es necesidad, necesidad en todas las edades. Quizás nuestra m adre no lo sabe, pe­ ro cuando ella se detiene en el pozo a ch arlar con la vecina está proporcionándose recreación.

Quizás el viejo nuestro no

lo sabe, pero cuando se sienta en el batey para ju g ar dómino con ios amigos, se está proporcionando recreación.

Quizás el

abuelo no lo sabe, pero cuando se pone a hacer chistes de su época está llenando para sí mismo la necesidad que tiene de recreación.

Todo ser hum ano tiende a buscar alguna clase de

desahogo para entretenerse en sus ratos libres.

Unos bailan,

otros leen, otros cantan, otros juegan, otros charlan, pero to­ dos están recreándose.

Y para todos ellos esto es tan im por­

tan te como el infantil recreo para los niños en la escuela. ¿Por qué? bajo.

Porque la vida hum ana no puede ser sólo tra ­

Porque la m ente y el espíritu no pueden soportar la

trem enda carga de estar siem pre concentrando cosa.

La m ente y el espíritu necesitan descanso.

en

una sola

Y ese des­

canso sólo se logra variando la tarea diaria, com partiendo el tiem po en diversas actividades.

Hay que darle a la m ente y

al espíritu tanto descanso como le damos al cuerpo. Es lástim a que algunos de nuestros mayores no entiendan


esto.

Es lástim a porque, al no entenderlo, tra ta n de im pedir

que nosotros los jóvenes tengam os la recreación que es nece­ saria para nuestra salud

espiritual.

Es lástim a tam bién por­

que ellos, aunque crean lo contrario, necesitan de esa distrac­ ción y de ese esparcim iento tanto como nosotros. Es lástim a, por otro lado, que algunos de nosotros, los jó­ venes, no sepamos distinguir entre recreación sana y limpia, y diversiones dañinas al cuerpo y al espíritu.

Es lástim a por­

que así, no sólo estamos em pleando mal nuestro tiempo libre, sino porque, además, nos estamos haciendo

daño

a nosotros

mismos. Si viejos y jóvenes, hom bres y m ujeres, entendiéram os bien esta necesidad que es la recreación para todos, podríamos u n ir­ nos y hacer algo de provecho en el barrio. hacer?

¿Un Centro de Recreo?

¿Qué podríamos

¿Un C entro Comunal?

Teatro?

¿Un Comité de Recreación?

¿Una cancha para

portes?

Eso depende de lo que todos decidamos hacer.

¿Un de­ P o r­

que es un problem a tanto de los jóvenes como de los mayo­ res.

Es un problem a que no va a resolverse de la noche a

la m añana.

Es un problem a que necesita estudio y meditación.

Pero m ientras estudiam os el problem a, m ientras m adura­ mos un proyecto de recreatión para nuestro barrio, veamos al­ gunas actividades divertidas en las cuales pueden p articip ar sa­ nam ente viejos y jóvenes, hom bres y m ujeres. He aquí varios juegos y concursos para diversión de to­ dos.

Encontrarem os juegos al aire libre, juegos para el in te­

rior, juegos de “m agia,” juegos, en fin, en los cuales puede participar desde el más pequeñín de los barrigones hasta el más venerable de los abuelos del barrio. gusto, de hum or y de buena voluntad.

Todo es cuestión de


JUEGOS AL AIRE LIBRE EL

J A L Ó N

Este juego es para aquellos que no tengan miedo de “p e rd e r” un brazo. Dos contrincantes se sientan en el piso, frente a frente y tocándose las plantas de los pies.

Sentados en esta posición

agarran con ambas manos un palo de tres pies de largo, poco más o menos.

Cuando se les da la señal de “ya,” cada uno

tra ta de levantar del piso al otro, o quitarle el palo,

halando

con un m ovim iento lento y recto hacia sí. El que logre levantar al otro del piso o hacerle soltar el palo, gana.

R E M O L C A D O R P ara este juego se necesita una soga sin fin (una soga atada con un nudo) bastante larga, de modo que cuando se extienda en círculo, tenga un diá­ m etro de unos cinco pies. C uatro hom bres agarran la soga con una mano en distin­


tos sitios y halan hasta form ar un cuadrado.

A cuatro pies

más allá de donde cada jugador pueda alcanzar, se coloca .una piedra o cualquier otro objeto.

Cuando se da la señal cada ju ­

gador hala la soga con una mano, tratando de a g arrar la pie­ dra con la otra. El jugador que la recoja prim ero, gana. "CARRERA ENYUNTÁ" Este juego puede jugarse con dos o más equipos. Es una variación sum am ente divertida de las ca­ rrera s corrientes. Cada equipo se compone de cuatro jugadores. se alinean tía s el punto de partida. cogidos de la mano. m eta m arcada.

Todos los jugadores están

A una señal, los equipos corren hacia una

El equipo que no m antenga las manos unidas,

pierde aunque llegue prim ero. 100 yardas.

Los equipos

La carrera

puede ser a 50 ó

El equipo que llegue prim ero con todas las manos

aún cogidas, gana. Otras variaciones del mismo juego: a) En vez de darse las manos, los jugadores pueden tom arse del brazo. b) Pueden usar una vara de 6 a 8 pies de largo.

Los ju g a­

dores de cada equipo sostienen la vara con am bas manos frente al pecho y corren así enyuntados.

26

¿

s '


JUEGOS PARA EL I N T E R I O R (Estos juegos pueden jugarse en el interior de una casa, de un rancho o de un Centro de Recreo.

Nada impide, por

otro lado, que se jueguen en el batey o debajo de un árbol si no hay am enaza de lluvia.

Todos son entretenim ientos para

viejos y jóvenes.) S O N R I S I T A ; ■ i Como el nom bre indica, este juego es de risas y más risas.

A aquellos que les guste reír, ;ésta es

su oportunidad! Se .divide el grupo en dos equipos, que se alinean m irán­ dose a unos 10 pies de distancia.

Un equipo se llam a cara

y otro cruz, i El líder arroja una moneda al aire y llama en voz alta el lado que ha salido: cara o cruz.

Si llama cara, el equipo con

ese nom bre ríe, m ientras los del equipo cruz se m antienen se­ rios.

Desde luego las “caras" tra ta n de hacer reir a las “cru ­

c e s /’ Los que se rían tienen que irse al otro grupo.

Se sigue

tirando la moneda hasta que uno de los dos grupos desaparece. El grupo ganadot es el que ha hecho que los miembros del otro grupo se sum en al suyo. EL CUENTO INCOMPLETO *

.

Este juego viene de perillas para lo« “cuentistas.” Para este pasatiempo se escogen varios concursantes.' El lí­ der del juego pide a uno de ellos que comience un cuento y


hable por un m inuto, entonces pide al próxim o que siga el cuento desde donde el otro le dejó. diciendo lo que piensa.

Así se sigue la historia, cada uno

Recuerden que cada uno puede usar su

imaginación para continuar el cuento como crea debe ser. últim o debe darle un fin apropiado a la historia.

El

¡Imagínense

qué cuento form idable será ése con tantos cuentistas colaborando! ASIENTOS MUSICALES Los jugadores están de pie junto a sillas, bancos o cajo­ nes.

Hay un asiento menos que el núm ero de personas. Cuando comienza la música, que puede ser con un in stru ­

m ento o cantada por lo demás, todos se levantan y m archan alrededor de los asientos. de sentarse.

Cuando la música para, todos tratan

El que se queda sin asiento se elim ina.

Así con­

tinua el juego, quitando una silla cada vez,- para que uno tenga que quedarse de pie.

El últim o en sentarse gana.


JUEGOS DE MAGI A (Si alguien quiere echárselas de “mago” aquí hay dos juegos que le dan buena oportunidad de lu­ cirse.

Esto es, ¡siempre que sepa hacerlos bien y

que los demás no conozcan el secreto!) CENIZAS MAGICAS El líder de juego o el “mago” toma un pedacito de papel por cada persona presente y les pide que digan el nom bre de una persona famosa.

El líder escribe

cada nom bre en un pedacito, lo dobla y lo echa en una bolsa, o som brero, o ca­ ja.

Se revuelven y uno de los presentes

coge uno y lo deja doblado.

El líder to­

ma ,los restantes y los quema.

Estudia

las cenizas, m edita por un rato y final­ m ente dice el nom bre escrito en el peda­ cito de papel que sostiene la persona.

Esta,

abre el papel ¡y efectivam ente, el “mago” ha adivinado! SECRETO: El mago escribe el prim er nom bre que le dictan en todos los papeles.

Desde luego que no im porta qué

papel cojan, él sabrá siem pre, puesto que en los papeles sólo hay un nombre:

el prim ero.

Sim ple

¿no? ADIVINA ADIVINADOR En esta suerte, el líder del juego o el “m ago” se ha puesto


de acuerdo con otro, a quien envía fuera del salón. go” dice al grupo m ente

a mente.

que él y su amigo

El “m a­

pueden “h ab lar” de

Pide

a alguien que diga un núm ero del I 1 al 10 y anuncia que el (ftro adivinará el núm ero ponién­

dole las manos en las sienes solam ente.

Se llam a

viene y pone las manos en las sienes del líder.

al otro,

¡Se m iran

fijam ente y al fin el hom bre dice el número! SECRETO:

El líder del juego o “ m ago” aprieta y suelta la quijada. Esto da un m ovim iento en las sienes que puede sentirse pero no se ve. Las veces que el mago apriete las quijadas es el núm ero dicho. ¡Qué fácil!

CONCU R S OS (He aquí dos juegos de concursos. El prim ero es para aquellos que tienen, o creen tener, habilidad de cantantes. El segundo es para los que p reten ­ den ser actores.) CANTA CANTAOR Se colocan dos personas, de espaldas uno al otro.

El líder

de juegos da una señal y ambos jugadores se ponen de frente y empiezan

a cantar,

cualquier

canción que deseen. Al final de un tiem po corto (pueden ser 30 segundos) se les da otra señal y se callan.

El líder pide a la

gente que aplauda a los dos;

el

mayor aplauso indica el ganador. El ganador puede ser retado por otra


LOS I M I T A D O R E S Este juego es form idable para lo que deseen pro­ bar sus habilidades como actores. Es casi como si estuviéram os haciendo teatro en el barrio. Veamos. Se escogen seis u ocho personas y se colocan de frente a una pared, de espaldas a la gente. servirán

de

jurado.

El del

Se tom an tres personas que

juego

dice

una

puede decir:

situación que

ellos deben im ita r.

Por ejem plo

“ Ustedes son

una vieja miedosa y

ven un m uerto.

jugadores sé vuelven

y cada uno tra ta de asum ir la pose apro­

Voltéense y posen.*

Los

piada im itando con muecas y gestos lo que se les ha sugerido. Los jugadores m antendrán la pose hasta que el jurado selec­ cione la mejor. El ganado!*' se sienta en un lugar reservado y se trae otro grupo más.

Cuando no haya nadie más para competir, enton­

ces los ganadores compiten unos con otros por el campeonato final. Algunas poses buenas para el juego de “Los Imitadores**: 1.—Una m ujer tím ida ve un ratón.


2. —Un jugádor de “baseball” discutiendo con el “um pire.” 3. —U na novia m irando am orosam ente al noyio. 4. —Un hom bre que se da en la espinilla. 5. —U na vieja gruñona que ve a dos novios besarse. 6. —Un viejo sin dientes comiendo mofongo. 7. —U n orador term inando un discurso político. 8. —Un nene chiquito llorando. 9. —Un g a to . que se encrespa porque ve a un perro.


¡QUIEN ENTIENDE A LA GENTE! (C uento)

por J. L. Vivas Maído nado Por más vueltas que José Luis le daba al asunto, no lo­ graba aún entender.

Por momentos le parecía ten er la contes­

tación, pero luego la rechazaba.

¿Por qué demonios prim ero

le dieron permiso para ir al baile y de pronto, de la noche a la m añana, le dicen que no?

Term inó de cortar la leña y co­

menzó a cargarla hacia el rancho. H abía llovido esa m añana y de la tie rra salía ese olor tan rico a vegetación m ojada, de tie rra fértil que se brinda a la fecundación.

P or entre las ram as de los palos se colaba el sol,

medio paliducho aún, y form aba rom pe­ cabezas de luz y som bras en el suelo. José silbaba suavem ente m ientras se di­ rigía al establo. E ra años.

un

m uchacho

de

unos

quince

Tenía los ojos grandes y saltones

y m uy negros.

La fr e n te era ancha y

sus orejas chatas y largas.

Su tez es­

taba llena de pecas y lunares.

V estía

pantalones azules y camisa blanca. “Si

papá

me

da

permiso,

que

es

siem pre el más fuerte, ¿por qué ahora la vieja viene’ con eso de que no puedo ir?

¡Y después que ya lé había dicho

a los muchachos que me esperasen!

Eso es lo que pasa con

estos viejos a n t i c u a d o s n u n c a quieren d ejar a la juventud di­ v ertirse.”


Puso el haz de leña en una esquina del establo y se sentó sobre un mazo de yerbas.

Del bolsillo posterior sacó un pa­

quete enliado en un pañuelo y lo abrió.

Una cuchillita de se­

guridad para m ondar chinas, trein ta y cinco centavos, un aro con un corazón que decía: mil dobleces. m ente.

“Te am o” y un papel doblado en

Contó los trein ta y cinco centavos

“Tengo que guardar más —pensó— necesito

menos un peso pal baile,cito. miso.

cuidadosa­ por

lo

El problem a es conseguir per­

Porque cuando la vieja se em pantalona ¡ay bendito!

El

día que am anece con el moño parao no h a y quien se le pe­ gue. ’ Se sonrió y dijo en voz alta: “Todavía me acuerdo del últim o escobazo que me atracó. dar

que yo soy

Pero tam bién hay que recor­

un

hom bre . .. con novia y tó ..> " Al pensar en hom­ bre se levantó la m an­ ga y flexionó el brazo. Tocó luego el molle­ ro duro y sintió una g ra n

s a ti s f a c c ió n .

UY que eso no vie­ ne con la c a m i s a ,” dijo. — Chegüi . . . ¡Chegüiiiiiiiii!— La voz le sacó de sus pensam ientos.

Era doña H erm inia, su m adre, la

que lo llam aba.

“¿Pa que me q u errá ahora?

pa otro mandao.

Y siem pre con el Chegüi.

nene.

Seguro que es

Como si fuera un

¡Bonito voy a estar si los muchachos oyen ese nom bre!”


Ve m ala gana se incorporó y comenzó a cam inar lentam ente hacia la casa. espere.

Por el camino se detuvo varias veces.

' Que

Que pa tra b a jar hay tiem po.'1 La voz de la m adre

se dejó oir de nuevo autoritaria y José Luis gritó: —Ya voy -—y añadió en voz baja— ¿pa qué tanta prisa? —Porque eso no lo iba a decir en voz alta.

¡Que va!

Cuando llegó a la casa vio a doña H erm inia asomada al balcón.

Tenía el' pelo recogido en un moño abultado sobre la

nuca. — ¡M uchacho!... ¿me tengo que esgalillar pa que vengas? José Luis no repuso y corrió hasta llegar a ella. hay que cogerlo por los cuernos,” pensó. —Ya term iné de coger la leña.

“Al toro

Dijo:

¿Quiere que le haga algo

más? —Sí. . . vete a la tienda de don Firm e y cómprame una libra de m anteca, dos de arroz y media de almidón. “Eso lo -sab ía y o ...q u é bueno es tener quien vaya a ha­ cer m andaos,” pensó, pero dijo: —Voy volando vieja. . . . Oye, e s t e .. . Doña Herminia lo miró, dándose cuenta de que algo es­ peraba de ella y preguntó: — ¿Qué es? —Pues q u e . . .

.

—Acaba m uchacho. . . que tengo que l a v a r . . . José L u is .n o respondía, dibujando figuras imaginarias en ' el piso con el pie.

Doña H erm inia sonrió, pero adoptando un

gesto de enfado dijo: —Bueno, si no vas a hablar pues me voy, que tengo que h a c e r. . .


Vx

entró por la puerta dejando a José Luis recostado en la

misma posición contra

los balaustres del

“No me dejó ni hablar. Uno no tiene

¿Ves? —pensaba consigo mismo—

la oportunidad

m andan a callar.”

balcón.

de h ablar ni de discutir.

Lo

Y dando una patada se dirigió a la tienda

m ientras en su pansam iento se vi ía a sí mismo un hom bre ya de 25 años, haciendo lo que le venía en ganas, sin que nadie se atreviese a intervenir. —José Luis, ¿qué haces?— preguntó un muchacho rubio y de ojos verdes que se acercó a la tienda. —Vine a com prarle a la vie­ ja unas cosas. — ¿ Q u é ...v a s al baile? —Pues seguro que sí. . .no me lo pierdo por na del mundo. José Luis pensó en la nega­ tiva de su m adre y que lo m s seguro era que no fuera, pero añadió: —Los viejos no me dicen nunca que no pa estas c o s a s ... yo digo que voy más ná. El m uchachón rubio lo miró y dijo: —Ah, en casa no son así.

Tengo que suplicar más que el

cará pa que me dejen ir a un sitio. José Luis sintió la inm ensa alegría de saber a otro compa­ ñero en su “te rrib le ” desgracia y continuó: —Es que tú eres m uy z á n g a n o ...s i la vieja no te d e j a . . . pues v e te . *.


El otro lo miró incrédulo y preguntó: —Oye, ¿tú has visto al viejo mío? duro que un burro?

¿Tú sabes que da más

¡Deja eso!

José Luis creyó necesario hacerse todavía más im portante y repuso: —Pues a mí n o ...s i no me gusta a lg o ...n o lo h a g o ...y no hay quien me obligue. —Oye —dijo el otro súbitam ente— vámonos pa la charca de la V a le n tin a ... —No, te n g o . . . tengo que llevarle esas cosas a la vieja. —Que espere.

¿Tú no dices que la tienes acostum brá?

Ese era un callejón sin salida para José Luis.

¿Y ahora,

qué hacer? —No, si no es por eso . . . pero tengo que ver a M aría . . . pa lo del b a ile ... ¿sabes? ¡Esa era la salida!

Porque el otro no podía saber que en

su casa lo tra ta b an igual.

¡No señor!

—B u « n o ...p u e s nos v e m o s ... — Sí. . .y si no nos vemos m ejor—repuso José Luis rién ­ dose. Tomó el paquete y comenzó el regreso hacia su casa. “Así era que había que h a b la r ...

P a que respeten a uno.

Porque si se los deja m ontar e n c im a ...” “Este condonao gallo no quiere salirm e,” monologaba Jo ­ sé Luis frente al espejo m ientras form aba una y otra vez la onda del pelo. ' Vestía ropia lim pia y el olor de la brillantina que pusiera abundante en el pelo, era fuerte, m uy fuerte. m iró de nuevo y, satisfecho al fin, salió de la casa.

Se

En el pa­

tio estaba Doña H erm inia tendiendo unas piezas de ropa que atadas al cordel se encabritaban con el fuerte viento.


—V ie ja ... ¿voy a casa de M aría? Doña H erm inia miró la camisa lim pia de José Luis, el ca­ bello reluciente y grasoso hasta el cuello y preguntó: — ¿Ya vas a apestillarte? “Ay bendito.

Yá empieza con un serm ón . .

pensó el

muchacho. — V e te ...

pero recuerda que tu pai llega p r o n to ...

Así

que no te estés mucho. —A j á . . . Bendición. -—Dios te favorezca, hijo mío— repuso doña H erm inia m i­ rando a José cam inar rápido.

“ ¡Qué muchacho!

P ensar que

f

ayer no era más que un gritoncito en culeros. el tiempo!

Y es un buen m u c h a c h o ...

¡Cómo se va

Bueno de a v e r d á ...

Seguro que lo del baile lo tiene a tra v esa o . . .

pero cuando le

demos la sorpresa se le pasa el e n to ru n am ien to . . . ” Y doña H erm inia continuó tendiendo la ropa m ientras tatareaba alegre una canción. . . Cuando José Luis llegó a casa de M aría encontró a Rafael, el m uchacho aquel coloradote que estaba enam oriscado de ella. Adem ás de tener 18 años, tenía un desarrollo m uscular del de­ m ontre.

Miró a José Luis como quien ve llegar ^ un estorbo.

José Luis sintió cómo las orejas se le ponían coloradas y el calentón malo le subía a la cabeza —Hola, José Luis— saludó M aría alegre. José Luis no repuso y miró a Rafael.

La m uchacha se

adelantó y le invitó: —E ntra. Rafael se volvió a él y dijo con tono irónico: — ¿Entonces, no te dejan ir al baile?


— ¿Quién dijo eso?— preguntó José Luis amoscado. M aría intervino: —B u e n o ... Doña H erm inia dijo que tú no ibas y . . . — Yo la invité a ir al bailecito— term inó Rafael recalcando las palabras. José Luis se levantó violentam ente.

Sentía la rabia co­

rriéndole por las venas y doblándole las* manos en los puños apretados. :—Eso de llevar

a M aría ni te

lo pienses. . .

-—¿Sí?— preguntó Rafael poniéndose de pie — ¿y quién .rae lo va a im pédir? —Este m achito que está aquí. —Vámonos pa a b a jo ...

,

José Luis midió la estatura del otro. des, pero

no sintió miedo.

¡Eso no

Vio sus puños gran­

se podía quedar así!

La m uchacha tomó a Rafael de un brazo y suplicó: —Rafael, deja eso. José Rafael y

Luis m iró la mano de su novia sobre

el

brazo de

vio rojo.

de

atracar\e

Sintió unas ganas terribles

un puño y saltó sobre éL


En la confusión, M aría cayó sobre una silla y Rafael y José Luis cayeron al balcón, dando golpes a diestra y siniestra. José Luis no sabía dónde daba; todas direcciones. •v

estaba repartiendo golpes en

Un puñetazo dél otro contra las costillas le

hizo ver estrellas; otro contra la cabeza lo aturdió y otro con­ tra

el pecho lo dejó sin respiración.

tido en esto! A hora no aire.

¡Para qué se habría m e­

había remedio.

Y daba golpes en

el

C ontra los balaustres, contra sí mismo. . .en todos lados,

menos en la cara del odiado Rafael. En ese instante don Ramón, el padre de M aría, separó a Rafael quitándolo de encim a de José Luis. % Por unos momentos éste quedó en el suelo, tratando llevar aire a sus pulmones.

de

Al fin se levantó y m irando a

Rafael dijo: —Esto lo term inam os en otro s itio ...

¿sabes?

—Cuando quieras y como quieras. Sin atreverse a m irar a don Ramón, José Luis se despidió del grupo con un “hasta luego” y comenzó a alejarse.

T rataba

de andar lo más recto posible aunque le dolía cuanta coyun­ tura tenía en el cuerpo.

M aría lo llamó y corrió hacia él

—Recuerda que si tú no vas al baile yo n o' voy con nadie m ás— dijo sonriendo dulcem ente.

'

José Luis sintió de nuevo la hom bría renacer aún

por

entre los chichones y las m agulladuras: —La novia m ía va a los bailes conmigo. P or eso le a tra ­ qué a ese hipopótamo. Pa que aprenda. Y continuó caminando, creyendo en las palabras que había V

d ic h o ... i

O pensando que quizás ella las creyese. 40

i

» v, f e

.

,

.

'

.

A

j

. -

. '

-*!*'

*

í


José Luis llegó a su casa con un gran torbellino en su mente. Tenía un ojo negro, la camisa rota y sucia le.

y no iba al bai­

¿Qué dirían sus padres al

verlo?

Sumido en la más gran­

de confusión buscaba una solu­ ción a su problem a.

¡Que era

inmenso! No había duda. “A veces los hom bres tienen q u e ll e g a r a g r a n d e s d e c is io ■nes,” pensaba.

De

pronto

luz en sus tin ie b la s ...

v io

¡Fugar­

se! ¡Sí! !Esa era la s o lu c ió n ! Iría bien lejos, adonde pudiera V \ hacer lo que le viniera en gana. Y se vio a sí mismo tra b a ­ jando como cam inero. .. como c a rp in tero . . . m uerto de ham bre ...lu e g o r i c o ...

¡Los sacrificios que hay que hacer!

Subió a la casa y penetró en su cuarto con el m ayor si­ gilo. No encendería la luz siquiera. Oyó a sus padres hablando en la cocina.

¡Qué de castigos y bofetadas si supiesen lo que

había pasado!

R ápidam ente juntó ropa y zapatos y los colocó

en un lío.

En esos instantes sintió detrás de él unos pasos y

al volverse vio a sus padres entrando a la habitación. —¡Muchacho! #

f

¿Qué haces aquí en la oscuridad?— pregun-

r

%

f

tó doña H erm inia encendiendo la luz.

¡

—N a . . .e s ta b a .. . y

— ¡Muchacho!

/

¡Cómo tienes la rep áí—exclamó su m adre

avanzando hacia él.

¡Y ese ojo!


El padre, que traía ambas manos tras la espalda, se apro­ ximó y preguntó: — ¿Qué fue eso? —N a ...m e caí por un barranco y me di en el ojo con un espeque— m intió José Luis pidiendo interiorm ente que no vie­ sen el lío de ropa. Don Vale sonrió comprensivo y dijo: —Tienes que ten er más cuidao con esos “espeques,” ¿ah'’ Pero toma— term inó, enseñando un paquete que tenia escon­ dido. José Luis miró

el paquete sin com prender.

tm bofetón y en c a m b io ... el paquete y lo abrió.

El esperaba

A nte la sonrisa de sus padres tomó

E ra una camisa;

una camisa nueva y

bonita, igual a la que él tanto deseaba tener. —Ahí la tienes,

¿Te acuerdas?—preguntó doña H erm inia.

— ¿Pero? —La camisa que pediste el mes pasao. —Por la que te em berrinchastes cuando yo te dije que no tenia plata pa com prártela-—-intercaló el p ad re José Luis los m iró asombrado. la camisa.

Recordaba la cuestión de

¡Seguro que sí! El creyó que era que ellos no que­

rían com prársela. —Pero si no voy al baile. —Vas al baile, José Luis. sorpresa fuese más g r a n d e ... José Luis no contestó.

¿Te gusta?

Se le apretaba un nudo en Ja gar­

ganta que le im pedía respirar. bía dado RafaeL

Te dijimos que no, pa que la

Igual que el puño que le ha­


Miró a sus padres, a la camisa, al lío de ropa y repuso: —Yo no sabía q u e ... Y no pudo proseguir. hablar.

La emoción era m uy grande para

Don Vale y doña H erm inia salieron de la habitación.

José Luis pensaba en todos los malos ratos m ente.

Pensaba en la injusticia de sus padres al engañarlo

con lo del permiso. cosas?

¿Por qué los viejos tenían que hacer esas

No era justo, ¡caramba!

pesar de su alma.

pasados últim a­

Bueno, iría al baile.

alegría le quedaba un saborcito am argo

Pero a en el

Y acariciándose distraídam ente el ojo negro e hinchado

repetía: — ¡Quién entiende a la gente!

¡Quién entiende a la gente!


ANECDOTA LUIS MUÑOZ RIVERA Siendo m uy joven aún, don Luis Muñoz R ivera escribía poemas, cosa que no era del agrado de su padre.

Decidido

a ganarse la adm iración del padre para sus poemas, los p u ­ blica entonces bajo seudónimo, es decir, con nom bre fingido. Su poema Varsovia gustó mucho a su padre, Muñoz Berríos. Llam ándole, le enseñó el periódico y le dijo: — Ahí tienes una poesía bien escrita.

¡Eso es ser poeta!

Si tú escribieras así, yo te aconsejaría que siguieras escribiendo versos. — ¿Te gusta eso poem a?—preguntó Muñoz R ivera sonrién­ dose. •—¡Cómo no, si es magnífico!


—r a e s bien, papá, te voy a decir quién es ese poeta—y sacando un papel del bolsillo interior, le dijo mostrándoselo: —A quí tienes la firm a del autor—y ante *1 asombro del Sr. Muñoz, añadió: —Sí, papá.

La poesía es mía.

Desde entonces su padre no se opuso más a que Muñoz R ivera escribiese poemas.

A D I V I N A N Z A S En el cielo no lo hubo En el mundo no se halló Dios con ser Dios no lo tuvo Y un hombre a Dios se lo dió. El agua del bautismo.



SABIDURIA A SED de saber es otra de las caracteeísticas de esta edad que llam am os juven­ tud.

La vida se abre ante nosotros como

una gran pregunta: “¿Por q u é?”

Q uere­

mos saber el por qué de las cosas. rem os saber y saber.

Que-

N Y buscamos las

contestaciones a nuestras preguntas en la experiencia de los m ayores, en la sabidu­ ría de la religión, en la instrucción de la escuela, en la revelación de los libros.

Y a ello vamos añadiendo la contestación que poco

a poco nos da nuestra propia experiencia. No es fácil ser joven hoy día.

El m undo pequeño de nues­

tro barrio es un m undo vivo que aspira a m ejorar y a progre­ sar.

El m undo más grande de la Isla- está luchando tam bién

por su m ejoría m aterial y espiritual.

Y el otro mundo, el m undo

de las naciones más allá de los m ares que nos rodean, tiene ante sí el terrib le dilem a de escoger en tre la guerra y la paz. No es fácil ser joven hoy día. des para la juventud.

Las responsabilidades son g ran ­

Y por ello, más que en otras épocas,

los jóvenes tenem os que buscar apoyo en la sabiduría para en­ frentarnos a la ta re a que nos corresponde. Las responsabilidades que tenem os p ara con nosotros y para con los demás no deben, sin embargo, hacernos pesismistas. lo contrario.

Todo

H ay mucho por hacer.

Y podemos hacerlo bien

si lo hacemos con fe y con alegría.

¿P ara qué hacerlo así?

P a ra dar a nuestro barrio, a n u estra patria y al m undo, lo que nos corresponde como parte que somos de la hum anidad.

{


P or otra parte, como individuos, nos encontram os en un m undo de m ucha competencia.

En P uerto Rico somos muchos

y de esos muchos la m ayoría se prepara pues, quedarnos atrás.

bien.

No podemos

No podemos ser de los pocos que por

vagancia o por terquedad le damos la espalda a la instrucción. No podemos ser de los que creen que hoy día se puede llegar lejos sin la ayuda de la escuela y del estudio. m antener viva en nosotros la sed de saber.

Tenemos que

De tal modo que

no nos conformemos con lo que aprendam os en la escuela.

De

ta l modo que además de los estudios escolares podamos buscar y encontrar sabiduría en los libros.

Leer, leer mucho, es una

de las responsabilidades más im portantes de nosotros los jóve­ nes. Cada vez que por medio de la lectura nos acerquem os al pensam iento de los grandes hombres, hom bres grandes de P uerto Rj,co y del resto del mundo, estarem os enriqueciendo nuestra sabiduría.

/

i

Veamos ahora algunas cosas que hom bres grandes de nues­ tra historia o de la historia del mundo sintieron y dijeron. Veamos tam bién algo que dijo Uno que adem ás de Hijo del Hombre, fue Dios.

Sus palabras eternas tienen siem pre sabor

a cosa fresca, nueva, reveladora.


ANECDOTAS DE HOMBRES GRANDES U na anécdota es una narración breve de algún suceso par­ ticular, casi siem pre relacionada con personajes históricos.

Vea­

mos algunas de ellas. ANECDOTA DE HOSTOS Eugenio M aría de Hostos es uno de los hom bres más gran­ des que ha dado Amé­ rica.

Nació en Mava-

güez, en el año 1839. Fue un famoso maes­ tro, escritor, pensador, sociólogo y político.

E u g e n io M aría de Hostos iba una vez de Colón hacia Callao, en Panam á. No tenía m u­ cho dinero y decidió com prar un pasaje de tercera. Estos pasajes eran para ir sobre cu­ bierta, bajo el sol y 1a lluvia y ro d ea d o d e bueyes, caballos y ter­ neras. Al pedir el pasaje al encargado, preguntóle éste: — ¿P ara usted, señor?

¿En tercera?

—P a ra m í—repuso Hostos con la m ayor tranquilidad.


—Pero mire señor, que sobre cubierta no. van los caba­ lleros . . . — ¿Van los hom bres?—preguntó

de Mostos m irando

fija­

m ente al encargado. •—Bueno sí, van cholos, negros, m ulatos y s ir v ie n te s - r e ­ puso el otro con desdén. —Pues deme el pasaje de tercera porque yo ,soy hom bre antes que caballero! ANÉCDOTA DE JOSE PABLO ^ORALES José Pablo Morales nació en Toa Alta.

Fue el prim er gran

líder obrero puertorriqueño del siglo pasado.

Vivió su ju v en tu d

en el campo y era hijo de perso­ nas ricas.

A un así, sintió desde

pequeño un gran am or por los es­ clavos y los jornaleros, ayudán­ doles a través de toda su vida. Allá para el 1846. los padres de José Pablo M orales lo envia­ ron al pueblo a com prarse ropa apropiada.

Salió de m adrugada

acompañado por un fiel esclavo. Al día siguiente estaba de regreso. —Ya está el niño de vuelta, doña A na—gritó uno de la hacienda. El coche se detuvo frente al largo balcón de la casona. Saltó José Pablo del coche

arrim o a


la escalera donde sus padres, doña Ana y don Ramón, lo es­ peraban para darle un besp. —Vente, vamos a ver qué has comprado. padre no debes ten er mal gusto.

Si sales a tu

A él siem pre le ha gustado

la ropa buena—dijo la m adre. —Ya verás . . .

Ya verán ustedes lo que he comprado . . .

Sobre la mesa grande del comedor, a la luz de un quinqué abrió el gran paquete. niosam ente:

En voz alta, fue anunciando cerem o­

“El Quijote"’ de C ervantes;

“La H istoria de Es­

p a ñ a ” ; “H istoria N a tu ra l” del padre M ariano;

“Vidas de Hom­

bres C élebres” de Q uintana. Los padres se contem plaban en m uda adm iración.

En vez

de com prar ropa, José Pablo había comprado libros para saciar aquellas ganas inm epsas de leer y aprender que habrían de lle­ varle a ser uno de los más distinguidos periodistas de su época y el p ripier gran líder obrero puertorriqueño.


ANECDOTA DE BETANCES Kamón Em eterio Betances nació en Cabo Rojo en el 1827.

Se

distinguió por sus luchas por la libertad de los esclavos y por la libertad de P uerto Rico de la tiran ía colonial de España. Allá para el año del 1863, el gober­ nador español de la isla, Félix M aría de Messina, hizo com parecer en palacio a Ramón Em eterio Betances para obligarle a que cesase en su cam­ paña contra el gobierno. F rente a frente se hallaron los dos hom bres, el uno pode­ roso por su autoridad, el otro grande por su vida ejem plar. — Tenemos poco tiempo y deseamos no gastar el suyo tam ­ poco.

Conocemos sus opiniones y las repetam os personalm ente.

Pero no podemos perm itir que esto continúe—dijo el g o b ern a­ dor.

, —Si su Excelencia fuese un poco más explícito, entendería

lo que quiere decir. -—Sus actividades son muy notorias, las explicaciones huel­ gan.

No ha contestado a nuestra petición de cesar esas activi­

dades antiespañolas. —M ientras haya esclavas en P uerto Rico yo tra ta ré de ayu­ darlos en lo que pueda

dijo Betances con voz firme.

— ¿Y respecto a su cam paña contra la m adre p atria' —Su Excelencia, alguien dijo una vez que nadie escoge al nacer el papel que va a representar. hacer es representarlo bien.

Lo único que debemos

Yo soy puertorriqueño.

— ¿Y ser puertorriqueño significa ir contra la m adre patria?



— Significa am ar la patria propia sobre todas las cosas, des­ pués de Dios. M essina enrojeció al oír a Eetances.

M irándole fijam ente

exclamó con voz alterada: —Pues bien, doctor Betances. de continuar usted en sus ac­ tividades yo me vere obligado a ahorcarle de una de las alm e­ nas del Morro. Betances se levantó del asiento lentam ente frente a Messina.

Miró frente a

Luego, con voz pausada, pero enérgica, re ­

puso: —Pues tenga bien entendido, general Messina, que la noche de ese día, yo dorm iré más tranquilo que V uestra Excelencia. —Y haciendo una profunda cortesía salió de la habitación m ien­ tras Messina, furibundo, quedaba de pie tras el inmenso escri­ torio de caoba.

ANECDOTAS DE SUCRE Antonio José de Sucre fue un general famoso y lugarteniente del gran Simón Bolívar. 1793.

Nació en Venezuela en el

Libertó a Bolivia del dominio español y fue

• su p rim er presidente hasta el 1829. „ | Paseábase una vez el general Antonio José de Sucre por

las calles de 1^ Paz, capital de Bolivia, cuando se le acercó un chiquillo de unos doce o trece años de edad, con un ciga­ rrillo apagado en los labios. -¿M e da candela?—preguntó el chiquillo con la m ayor n a­ turalidad.


Sucre observó al jovenzuelo por unos instantes y luego re­ puso: —Desde luego.

Tom a—y colocó el cigarrillo que fum aba

en tre sus labios. E l c h iq u illo , q u e no llegaba al nivel de la boca del libertador, exclamó: — ¡Pero es que no la alcanzo! —Pues tendrás en­ to n c e s q u e e s p e r a r crecer para alcanzarla, ¿no te parece? Y el p a t r i o t a s u d ­ am ericano p r o s ig u ió tranquilam ente su in­ terrum pido paseo.

1

55


F AB UL A Esta fábula fue escrita por Esopo, escritor griego que vivió 500 años antes de Jesucristo.

Tenía un anciano labrador dos hijos.

Habiendo caído g ra­

vem ente enferm o y sinténdose morir, los llamó a su cabecera y les habló así: —Hijos míos, yo me muero, pero antes quiero deciros que toda la fortuna que os puedo

dejar, y que os repartiréis en

dos mitades, es la granja y las t ierras.

Deseo que las sigáis

cultivando pues en ellas, a uno o dos pies de profundidad, hay un tesoro. Creyeron los

hijos que su padrehablaba de algún dinero

enterrado en las heredades, y así, / después de su muerte, pu­ siéronse solícitos nuados de fatiga,

a cavar sus tierras . palmo a palmo. no hallaron al fin tesoro alguno.

Exte­

Pero la

tierra perfectamente desterronada y removida, les dió una abun­ dante cosecha que fue la justa recompensa de su trabajo.

El trabajo constante es fuente de riqueza.


BIENAVENTURANZAS Sermón de la Montaña:

La filosofía de la religión cristiana está

contenida en estas palabras (pie Jesús pronun­ ció en una montaña ante el pueblo judío.

“B ienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. B ienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. B ienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.


B ienaventurados los que tienen ham bre y sed de justicia, por­ que ellos serán saciados. B ienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán m i­ sericordia. B ienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. B ienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. B ienaventurados los que padecen persecución injusta, porque de ellos es el reino de los cielos. ” PENSAMIENTOS DE CONFUCIO, FILÓSOFO CHINO “Es de almas grandes vengarse de las injurias con beneficios.” “N unca hagas apuestas.

Si sabes que has de ganar, eres un pi­

caro; y si no lo sabes, eres un tonto.” “V er lo justo y no obrar de acuerdo con la justicia es una cobardía.” “No rectificar un erro r cometido es com eter otro erro r.” ¡ERES UN HOMBRE! Rudyard Kipling—fue un escritor y poeta inglés nacido en Bombay, India, en el 1865.

M urió en el 1946.

He aquí

su definición de lo que es un hombre: Si te conservas sereno, aún cuando los demás no lo estén; Si crees en ti mismo, aun cuando los otros de ti duden; Si esperas sin desesperar; Si no te ha contam inado la m entira que te rodea; Si siem pre odiado, en ti no cabe el odio;


Si aún puedes soñar, pero no te haces esclavo de tus sueños; Si aún puedes pensar, pero no es el pen­ sam iento tu único fin; Si ante el triunfo y el desastre perm a­ neces im pasible; Si no toleras que los bribones, para en­ gañar

a

los

tontos

in terp reten

torcida­

m ente la verdad; Si con tu voluntad, tu única riqueza, que te dice ¡prosigue! puedes esforzar a tu corazón debilitado y a tu cabeza exhausta a persistir en el esfuerzo. Si de ti todos pueden esperar ayuda, pero eres libre de pres­ tarla sólo a quien quieras; Si puedes llenar cada m inuto inexorable con sesenta segundos de labor; entonces, tu y a es la tierra, y lo que es más, ¡eres un hombre! PENSAMIENTO DE EUGENIO MARIA DE HOSTOS ‘La patria nos impone deberes como nos da derechos, y sh no sabemos cum plir con los deberes, ¿con qué motivo nos que* jam os de no poder gozar de los derechos?” ¿SABEMOS COMO SOMOS? Antonio S. P ed reira fue un famoso escritor, ensayista, crítico y m aestro puertorriqueño. en el 1939.

Nació en San Ju an en 1899 y murió

Su obra más conocida es el libro Insularismo, en el

cual hace un análisis franco de nu estra personalidad de pueblo. Quizas P edreira pudo equivocarse juzgando algunas cosas núes-


tras.

Pero todos hemos de agra­

decerle que escribiera la verdad monda y lironda, todas las veces que creyó haber descubierto una verdad.

Porque P edreira fue ene­

migo de la hipocresía. pan, pan y al vino, vino.

Llamó al P or eso

criticó tanto la tendencia de nosotros los puertorriqueños a “dorar la píldora.”

Refiriéndose a este

defecto nuestro dice en su libro: ‘Hemos aprendido a perfección a ‘d o r a r , la píldora.’ La vagan­ cia se disfraza de ‘indolencia’ o de ‘desem pleo’; el crim en, de ‘ho­ micidio.’ Las palabras estafador y ladrón van perdiendo su uso.

Cuando una persona dispone

del dinero que no le pertenece se habla de ‘irregularidades,’ de ‘malversación o distracción de fondos.’ cia!— decimos todos, compungidos.

¡Cayó en desgra­

Al borracho profesional le lla­

mamos ‘buen tercio,’ y a la m u jer que fuma, que bebe y que corre la calificamos como ‘m oderna.’ P ara cada tru h an ería te ­ nemos un paliativo porque lo que im porta es ‘cubrir las for­ mas.’ Y en el mismo sentido que ‘doramos la píldora,’ do­ ramos nuestra vida.** Vemos por la m uestra anterior cómo P edreira, orientador de juventudes, deseaba que fuésemos francos y sinceros con nosotros mismos.

El “dorar la píldora” podrá parecer cortés o


caritativo, pero es una forma de engaño que a la postre nos hará más daño que bien. L I B R O S Francisco A lvarez nació en M anatí en el 1847. mismo, leyendo y estudiando solo. riodista.

Murió en el 1881.

Se educó a si Fue poeta y pe­

De él es este fragm ento

de poema. ¡Dadme libros, dadme libros que tem plen mis hondas penas, y esta sed que siente el alma de arte, luz, verdad y ciencia!

,

\ /



EL T R A B A J O RA BA JA R por el pan nuestro de cada día es

algo

ños.

que aprendim os

desde

peque­

Lo aprendim os por el ejem plo de

los demás.

O lo aprendim os por la expe­

riencia de las pequeñas a y u d a s. que fui­ mos prestando a nuestros m ayores.

Nos­

otros los jóvenes trabajam os por el pan nuestro de cada día. es una necesidad.

Nadie nos tiene que decir que el trabajo

Porque lo sabemos.

Lo sabemos bien.

Lo que a veces no sabemos, o a veces olvidamos, es la ac­ titu d con que debemos enfrentarnos a esa noble necesidad que es el trabajo.

P ara ser feliz en el trabajo es preciso que sin­

tamos dos cosas. Una es la alegría y optimismo al em prender la tarea. Y ello sólo se logra si com prendem os nuestro trabajo, si nos gusta y nos satisface. hacemos.

La otra es el orgullo de lo que

Y ello se logra haciendo lo que hacemos, bien hecho.

Fijém onos bien, no es sólo hacerlo, sino hacerlo lo mejor, lo más sabiamente que podamos y sepamos. lo que hacemos!

¡Alegría y orgullo en

He ahí los sentim ientos que son esenciales si

deseamos que el trabajo sea fuente de felicidad y no una carga trem enda en nuestras vidas. En esta edad nuestra, en nuestra juventud, es el tiempo adecuado para decidir lo que nuestra actitud será para nosotros. n ar dinero?

hacia el trabajo

¿A prender un oficio a la carrera para ga­

¿O aprender un

oficio concienzudam ente, sabia­

m ente, para además de ganar dinero ten er la satisfacción de que nos guste, de que podamos gozar realizándolo, de que sin­ tam os el orgullo del oficio que escogimos?

¿L abrar la tie rra


porque es el medio más a la mano que tenemos de ganar ei pan nuestro? ’ ¿O labrar la tierra con toda conciencia de lo que la tierra significa para nosotros, para la patria, para los nues­ tros?

¿L abrar la tierra como cosa de rutina o lab rarla como acto

consciente de lo que es la agricultura?

Al trazar el surco, ¿nos

im porta poco que éste se trace en cualquier dirección?

¿O nos

preocupa que se trace de tal modo en relación al terreno como para evitar que laslluvias nos lleven la tierra nuestra ríos

y más tarde alm ar?

a los

De la actitud que escojamos ahora

en nuestra juventud dependerá que el trabajo sea para nos­ otros fuente de felicidad o carga trem enda en nuestras vidas. Pero la labor que nos da el sustento no es la única labor que ha de llenar nuestra existencia.

El bienestar de nuestro

barrio, el progreso de nuestra comunidad, necesita de nosotros los jóvenes.

Y sin embargo, nos encontram os con una situ a­

ción muy rara.

A los quince años, en una u otra forma, esta­

mos en condiciones de em pezar a ganarnos la vida. eso

como un hecho. Los m ayores aceptan tam bién eso como

un hecho.

P or otra parte, a los dieciocho años el ejército nos

considera en edad de m atar y m orir en la guerra. eso

Aceptamos

Aceptamos

como un hecho. Los mayores tam bién aceptan eso como

un hecho. v

Pero qué ¿ocurre?

Que casi nunca un hom bre de quince

años que ya se gana la vida, o un hom bre de dieciocho años que entra al ejército para m atar o m orir, participa en las acti­ vidades im portantes de la comunidad. injusticia.

Esto es claram ente una

Una injusticia que es preciso rem ediar.

A hora bien, ¿quiénes son los culpables de tan injusta si­ tuación?

¿Son los mayores que no consideran a un hom bre\ de


quince o de dieciocho años capaz de adoptar buenas ideas y brindar labor efectiva a la com unidad?

Si son los mayores los

culpables, nosotros los jóvenes tendrem os que hacer algo.

Ten­

dremos que o rien tar y convencer a los mayores sobre nuestros derechos a participar en reuniones y en decisiones del barrio. ¿Y si no fueran los m ayores los culpables?

¿Si fuéram os nos­

otros mismos que nos encojemos de hom bros ante las activi­ dades de la com unidad porque esas son “cosas de viejos'’?

Si

fuéram os nosotros los culpables tendríam os que hacer exam en de conciencia y ver cómo estamos entregando torpem ente un derecho que nos pertenece. Este derecho de la juventud a p articip ar activam ente en la vida de la com unidad es de trem enda im portancia para to­ dos.

P orque el progreso del barrio, el m ejoram iento de nuestra

com unidad, no podrá nunca realizarse plenam ente sin el em puje y el entusiasm o de la juventud. duría y su sensatez. ideas y un

Los m ayores aportan su sabi­

Nosotros los jóvenes aportam os nuevas

entusiasm o siem pre

nuevo.

La

acción

de

g ru ­

pos, la acción comunal, la acción colectiva por el b ienestar de la comunidad, no podrá realizarse si falta la sabiduría y la sen­ satez de los viejos.

Pero tampoco podrá realizarse si faltan

las ideas nuevas o el entusiasm o de los jóvenes. renuevan al mundo.

Los jóvenes

Los viejos m antienen su justo equilibrio.

Unos no deben estorbar la misión de los otros.

Porque a fin

de cuentas es una misión sola: la del m ejoram iento de unos y otros.


EL REGALON (C uento)

por Domingo Silds Ortiz Siem pre conservaré aquella carta de mi padre. bras me convirtieron en un héroe.

Sus pala­

No había cumplido aún mis

diecinueve años y estaba en la línea de fuego, peleando por la patria. E ra el m enor de cinco herm anos.

Mi padre era un hom ­

bre bueno, honrado y recto que no daba lugar a ser desobede­ cido y cuya palabra era palabra de rey.

Mis herm anos lo res­

petaron aún después de casados y sus decisiones eran aceptadas por todos, sin discutir.

M amá me había mimado como a su re ­

galón e intercedía a mi favor cuando parecía inm inente el cas­ tigo'. R e c u e r d o con nos­ talgia las nutridas re u ­ niones de f a m ilia en la sala del viejo case­ rón cuando venían mis herm anos y sus espo­ sas e hijos con alguna que otra persona p ar­ ticular. A veces, in te­ resado en la conversa­ ción, salía <¿e la esqui­ na en que me arrinco­ naba con mis sobrinitos y me atrevía a hacer algún com entario.

No tardaban en p a­

rarme en seco con;

66

lt ;

S l i l i


—Fsss . . . el muchacho habla cuando la gallina . , , Ale ruborizo al pensar las veces que en el corral me de­ diqué a vigilar las gallinas esperando que hicieran lo que me concedería turno para hablar.

Nunca, desde luego, se realizó

el milagro. Pero yo tenía entonces dieciocho años y me dolía aquella cómica rtpresensión que era acom pañada por la risa contenida de los mayores. Un día me decidí a defender m i derecho a participar la tertulia fam iliar.

en

Se estaba com entando en el comedor la

m uerte de Pedro Pérez, un tocador de cuatro, cuando se me antojó decir: —Yo sé quien lo mató.

Lo estaban diciendo en la tienda.

— Mira, Miguel, el entrom etió no m uere en su casa.

Aquí

no se le está pidiendo opiniones a n a d ie ... Aquello me aturdió.

Yo siem pre quise mucho a mi padre

f aquel cariño me im pedía faltarle.

Mi m adre notó mi hondo

sufrim iento y habló: —Escúchame, Tomás, yo creo que podemos oir a Miguel. %

El es ya un jovencito y puede que sepa algo del caso. Las palabras de mi' m adre me dieron valor para expre­ sarm e: — Mire, papá, yo creo que tengo derecho a tom ar parte en las conversaciones de mi casa.

Ya tengo dieciocho años y aho­

rita me llam an del Ejército. —1T ú bien sabes, M iguel que los m uchachos se callan cuando Tos mayores hablan.

Y eso es eso —dijo rni padre, dándome

una severa m irada. No me atrev í a contradecirle.

Todos perm anecieron eatlado«.


Bajé ía vista y girando sobre mis talones salí de la casa, aver­ gonzado de mi muchachez. Le pedí a Dios que del Servicio Selectivo me llam aran pronto. El pensar que tenia que esperar cum plir los 21 años para ser tomado en serio por mi padre y por mis vecinos, me hacía sentir el profundo fracaso de mi juventud.

A divinaba que ha­

bía una grave injusticia en todo* esto, pero me había resignado a esperar. Un día trajeron a la finca unas mil sem illas de plátanos

y yo noté que estaban enferm as.

Se lo dije al viejo M anuel,

y le indiqué la conveniencia de pasarlas por agua caliente.

El

viejo trabajador se rió y me dijo:

— ¿Qué sabes tú de agricultura, m uchacho?

Esa sem illa está

sana. M anuel las sembró sin desinfectarlas y aunque, respondien­ do a la fuerza del abono reventaron lozanas las plantitas, la gusanera las m architó a las pocas semanas.

El triunfo de mis

conocimientos no aum entó mucho mi reputación como agricul­ tor,

^


O tro día, ordeñando las vacas, me di cuenta de que la ubre de P in ta estaba lastim ada.

Suponiendo conocer la razón pedí

al A gente de Extensión Agrícola unos secantes p ara hacer la prueba de la m astitis y resultó que la vaca estaba enferm a.

Se lo inform é a

papá indicándole que debíamos usar pe­ nicilina o aureom icina para curar el ani­ mal.

Se burló de mi falta de experien­

cia y de mis dieciocho años. —M uchacho, eso se cura con un baño de hojas de higuereta y yagrum o —me dijo. habíam os perdido nuestra m ejor vaca.

Al par de meses

La m astitis se hizo cró­

nica y yo me apunté otro triunfo que tampoco contó mucho para mi m ayoría de edad.

T endría que aguardar tres años

para que se me tom ara en cuenta. P apá y mis herm anos recibían

a cada rato

para reuniones políticas y para actos sociales.

invitaciones

Yo les seguía

hasta la p uerta del locsfl donde me quedaba rezagado, o si me colaba en el grupo hacía esquina de obligado silencio.

La pe­

lusa escasa de un ligero bigote que em pezaba a apuntarm e, no me quitaba aquel letrero que parecía llevar puesto en el pecho: Inútil por falta de edad.

Y lo bonito del caso era que en las

discusiones de los problem as participaban algunas personas que hablaban a tontas y locas, con poco conocimiento de los tem as, pero cuyos disparates provocaban aplausos quizás porque lleva­ ban el sello de su m ayor edad.

Yo estaba en la guardarraya:

era un hom bre, 'e n tre los muchachos, y un m uchacho en tre los hom bres.

Aquello me desesperaba y hubiese dado cualquier cosa

por llegar al glorioso número 21, p ara tener también derecho a discutir y a participar.

l


No puedo olvidar la solemne ocasión en que trajeron el ca­ dáver de un condiscípulo mío, envuelto en la gloriosa' bandera por la que murió.

Yo deseaba despedir el duelo.

El m urió en

el frente de batalla a los 19 años. Habíamos sido muy buenos compañeros. a pronunciar palabra en el entierro.

Pero no me atreví

Lo hizo un señor de edad.

Yo, sin embargo, me puse a pensar d urante la cerem onia: “Ju an m urió

peleando

por la paz del mundo.

tam bién puedo serlo.

Fue

un

héroe.

Yo

Para serlo no tengo que esperar tres lar-

ymwwwin rrrnrrrrmrrn rmrt

gos años.

Estoy en edad de pelear y m orir por la p atria"

Si

me hubieran dejado hablar yo habría dicho algo sencillo y sin ­ cero tal como lo sentía en mi corazón.

Pero el señor que des­

pidió el duelo gritó con aire de pavo hinchado:

“La preciosa

ofrenda de su vida es joya que adorna al altar de la demo­ cracia.

El cumplió con su deber como todo un héroe.

La pa£

y el destino del mundo dependen del valeroso esfuerzo de estos jóvenes que brindan sus vidas por la causa de la hum anidad." Cuando salí por el portón del cem enterio pensé que como fu ­ turo defensor de la patria la gente iba ahora a m irarm e con cierto respeto.

Pero nadie me hizo caso.

Nádie notó que yo


tenía la misma edad del héroe m uerto. En esos días sucedió algo m uy grave en mi hogar.

Papá sufrió un derram e ce­

rebral que lo incapacitó.

Mis herm anos

onar sus ocucasados, que no podían abandonar ocu­ paciones, se reunieron en casa y decidie­ ron poner a M anuel, el trab ajad o r viejo, como adm inistrador, m ientras papá recu­ peraba.

M anuel era un nom bre lleno de

experiencia, pero yo me sentía menospreciado. •—Les voy a decir una cosa. tom ar parte en esta discusión.

Por eso hablé:

Yo creo que tengo derecho a

Ustedes saben que desde que us­

tedes se casaron y se fueron, yo he sido el brazo derecho del viejo.

Todo lo que aquí se hace, desde ordeñar las vacas, aten ­

der los cerdos y llevar el arado, lo he estado haciendo yo.

Ahora

me paso los días atendiendo la cogida de café y soy el que va y viene del pueblo.

P ara cualquier cosa que aquí se m ueve a

quien llam an es a mí.

No sé por qué he de seguir teniendo

obligaciones y más obligaciones sin que se reconozcan mis dere­ chos.

Yo cfeo que ya está bien con haberm e tenido hasta hoy

como el regalón de la casa.

Ya yo me siento con suficiente ca­

pacidad . . . Mis h e rm a n o s' me m iraban con curiosidad. rebelión del muchacho.

A quella era la

M amá se había acercado al grupo y me

contem plaba con cierta mezcla de tristeza y de resignación.

Yo

sabía que ella se pondría de mi parte. Mi herm ano m ayor habló: —Miguel, yo no quisiera q u itarte la razón, pero me paree* que eres m uy joven para hacerte cargo de esta casa.


Contesté con rapidez: —Yo estoy dispuesto a dem ostrar lo contrario.

Yo sé que

sirvo pa remedios. Mis herm anos se rieron de mi ocurrencia. M amá intervino entonces: —Vamos a darle una oportunidad a Miguel. Y abrazándom e, añadió: —Yo perderé a mi regalón pero la casa quizás gane un buen adm inistrador. Ella, con su gran visión de m adre, com prendía claram ente lo mucho de que era capaz la juventud de su hijo.

Mis herm a­

nos aceptaron la decisión de mi m adre y yo presentí que estaba “dando la talla.” D urante los meses en que me hice cargo de la finca, puse todo mi empeño en quedar bien de modo que cuando mi padre volviera a tom ar las riendas todo m archara a perfección.

A pro­

veché para poner en práctica todos los consejos que me daban en Extensión Agrícola y en el Club 4-H para el m ejoram iento de la finca y del hogar y corregí algunas fallas que había notado en las relaciones de mi padre con los demás trabajadores. Como cosa de rutina, a pesar, de la larga convalecencia de mi padre, seguían llegando a la casa las invitaciones a distintos actos.

Cuando en las reuniones políticas, o de otra clase, pa­

saban lista, la gente, ya acostum brada a mi presencia, decían —Don Tomás no está, pero aquí está su hijo que es lo mismo. Aquello me dio oportunidad de participar en las discusiones

y decisiones y me ayudó a crecer m oralm ente. Me sentía más seguro de mí mismo cuando los m ayores me consultaban sobre algún asuntos de interés.

A veces se me acer-


eaban diciendo:

“ ¿ $ u é crees tú de esto, M iguel?,” o me traían

una encom ienda que cum plir con una sencilla indicación: ‘'M i­ guel, tú eres el hom bre que necesitam os.” me dijeron “hom bre.”

Me enorgullecía que

No me equivoco al decir que. cuando los

m ayores me aceptaron en su grupo, aum enté varias libras en m uy pocos días, me noté más alte», y mi voz no me salía con los “gallos” aquellos que movían a risa. ventud!

;Era el triunfo de *mi ju ­

Ya la gastada brom a de que “el m uchacho habla cuando

la g a l l i n a ...” era cosa del pasado. Pero pronto me llam aron a Servicio.

Recuerdo que estaba

trabajando en el camión de la casa para el día de las elecciones llevando la gente del barrio a votar. cho al voto.

Por eso me dio un vuelco el corazón cuando mi

herm ano m ayor me dijo: en casa.

Yo, claro, no tenía dere­

“Mira, desde ayer tienes una carta

Me parece que es del Servicio Selectivo.”

que podía ser soldado!

A divinaba que me aceptarían.

;De modo Me dolía

d e jar a mi m adre, ¡tan buena!, y a mi padre enfermo, pero allí estaba la oportunidad de dem ostrar mi verdadero valor.

Papá

estaba recuperando y mamá, una m ujer muy religiosa, tom aría mi partida con resignación.

Y así fue como al fin salí de mi

barrio sin que la gente tom ara en serio mi juventud. Pero a los dos meses de estar en el frente recibí unas línea#


de m! padre.

Las guardo todavía, cómo una gallarda citación de

honor, junto a las'm edallas que gane en combate.

A quella carta

decía así: “Hijo:No sabes la falta que nos has hecho. tu buena labor durante mi enferm edad. hombre.

Quiero felicitarte por

Cum pliste como todo un

Es una pena que no me hubiese dado cuenta antes de

que ya lo eras.

La culpa, quizás, fue de M ercedes que s?am pre

te llamó ‘Regalón,’ o fue mía, tai vez, que siem pre te consideré corno ‘mi muchacho.’ “Que Dios nos ayude a nosotros a estim arte corno m ereces, / y a ti a seguirte portando corno lo que siem pre fuiste: todo un hombre. Te abraza, Tu padre.” ) A quella carta era lo único que me hacía falta para “dar la talla" a lo? ojos de todos. tancia de mi juventud. de los veintiún años.

Por fin se reconocía la im por­

Había logrado ser m ayor de edad antes Y me sentí feliz. F IN


JUVENTUD (F ragm ento)

por Eugenio Astol Eugenio Astol nació en Caguas en el 1872.

Se distinguió como

poeta, conferencista y oradof. M u­ rió en el 1943. He aquí cómo con­ cibe Astol la juventud. “No es una época de la vida, es un estado del espíritu.

No con­

siste en ten er frescas m ejillas, la­ bios rojos y rodillas flexibles; es ten er firm e la Voluntad, despierta la im aginación, vivas las emocio­ nes; es ten er lozanía en los pro­ fundos resortes de la vida. “Nadie envejece por el solo hecho de vivir un núm ero de años; envejece aquel que deserta de sus ideales. piel;

Los años arrugan la

el abandono de todo entusiasm o m archita el alma.

Las

cavilaciones, las dudas, la desconfianza de sí mismo, el tem or y la desesperación, estos son largos, largos años que agobian la cabeza y dan al polvo con el espíritu. “Eres joven como tu fe. viejo como tus dudas; joven como la confianza en ti mismo, viejo como tus tem ores; joven como tu esperanza, viejo como tu desaliento. razón hay como una estación de telégrafo.

En el fondo de tu co­ M ientras recibas m en­

sajes de belleza, esperanza, alegría, valor, grandeza y poder que te lleguen de la tierra, de los hom bres y del infinito, serás joven. Cuando todos los hilos se hallen por tie rra y lo íntim o de tu co­ razón se halle cubierto por la nieve del pesimismo y el hielo


del descreim iento, entonces serás realm ente viejo, \y tenga Dios piedad de tu alm a!”

A D IV IN A N ZA S

1) C hiquita como una pata de gallina y

guarda cien m il quintales, de harina. (L a Llave)

2) En la calle soy negro y en la casa colorao y blanco me pongo yo después que me han calentao. (El Carbón)

M


V O C A B U L A R IO En este “vocabulario’' encontrarem os el significado de al­ gunas palabras.

Son palabras usadas en el libro y que pue­

den ser nuevas o poco .corrientes para nosotros.

E ntenderlas y

com prender su uso enriquécerá nuestros conocim ientos y nuestro vocabulario. %

1. aportan

que llevan o contribuyen la parte que les co­ rresponde.

2. aspiración

deseos de alcanzar algo.

3. aura

viento suave y tranquilo.

4. caballeresco

propio de caballero; generoso.

4

5. característica ✓ 6. cendal

cualidad sobresaliente que distingue una cosa de otra. tela muy delgada y transparente.

7. cholo

hijo de blanco y de india.

8. compungido

afligido, entristecido.

9. consumado

acabado, term inado.

10. encauzar

encam inar, dirigir.

11. engarzas

Viene de engarzar, que quiere decir montar una piedra en m etal.

En joyería se llama en­

garce el m etal que sostiene una piedra preciosa. Tagore habla de engarzar las plumas, como si fueran piedras preciosas, en una base de oro, Con ese oro pesad« en sus plumas el pájaro podría volar. 12. esmero

cuidado,

m


13. esparcimiento

desenvoltura, naturalidad, alegría.

14. exhausta

m uy cansada, agotada,

15. furibundo

enfurecido, lleno de ira.

16. irónico

que da a entender lo contrario de lo que se está diciendo.

Viene de ironía, que quiere decir

b urla fina y disim ulada.

17. lira

instrum ento de cuerdas m uy antiguo parecido al arpa, pero más pequeño.

La lira es el sím ­

bolo de la inspiración de los poetas.

Hoy tam ­

bién se le llam a “lira '’ a una m oneda italiana. Bécquer en su rim a se refiere al instrum ento m usical antiguo, que es símbolo de los poetas. 12. malversación

acción y efecto de m alversar, es decir, de in ­ v e rtir ilegalm ente el dinero ajeno que uno tiev

ne a su cargo. 19. notorio

algo que es sabido de todos; algo que es de co­ nocimiento público.

20. paliativo

algo que alivia, m itiga o disimula.

Es decir,

Jo que alivia sin curar, como un guarapo, por ejemplo. 21. regazo

falda.

22. solícitos

diligentes, cuidadosos.

23. sustento

m antenim iento, alimento.

24. topamos

tropezamos, encontram os, hallamos,

25. truhanería

engaño o estafa. gaña o estafa.

Se le llama truhán al que en­


INDICE NOTAS SOBRE VOCABULARIO...................................................................

2

¿QUE ES JUVENTUD? (artículo)...................................................................

3

EL AMOR (artículo)...........................................................................................

7

RIMAS DE BECQUER (poemas)................................................................. .

*

JUAN FELIZ (cu en to ).................................................................................. PENSAMIENTOS

13

..

RECREACION (artículo)....................................................................................

23

JUEGOS AL AIRE LIBRE....................................................................................

25

JUEGOS PARA EL INTERIOR........................................................................

27

JUEGOS DE "MAGIA"....................................................................................

29

CONCURSOS

..........................

30

¡QUIEN ENTIENDE A LA GENTE! (cuento) ..............................................

33

44

ANECDOTA............................................................................... SABIDURIA (ortículo)......................................................................................

47

ANECDOTAS DE HOMBRES GRANDES....................................................

49

FABULA DE ESOPO..........................................................................................

EL SERMON DE LA M ONTAÑA...................................................... .. . . PENSAMIENTOS

57

..................................................................................

56

¿SABEMOS COMO SOMOS?........................................................................

59

EL TRABAJO (artículo)....................................................................................

63

EL REGALON (cuento) ¿....................................................................................

JUVENTUD...................................................................................................... ADIVINANZAS.................................................................................................. VOCABULARIO..............................................

.

..

................ .... ...............

75 76

77


Editor y Redactor de Artico tos R ené M arqués

Investigador de Material: J. L. V ívas M aldonado

Cuentos de: Domingo Silás Ortíz J . L . V ivas M aldonado

Diseño: Carlos R. R ivera T ony M aldonado

Dibujantes: I sabel Bernal L uis Germán Cajigas José M anuel F igueroa Manuel H ernández E pifanio I rizarry T ony Maldonado José M eléndez Contreras Carlos R. R ivera R afael T upido E duardo V era


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