Lejanías (1912)

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SAL\1ADOR JBRAU

San Juan de Puerto Rico.

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SALVADOR BRAU


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cocoiobas., se extiende hasta el Bramadero, próximo á Mayagüez cerrando al noroeste la encantadora pintura con gradaciones zafirinas, la P unta de San Fra1uz'sco el prom onto rio que sirvió de vestíbulo á la civilizació~ en nuestra patria. Más d e un a vez, embelesado ante el derroche de ta nta belleza, absorto frente á aquel m a r, d esconocido y misterioso, q ue el iris incendia con las maravillas de s u paleta, en unas puestas d e sol asombrosas é incopiables, invadido mi ánimo por súbita m elancolía, bañámis ojos en lágrimas sil~nc io sas, que mis familiacomprendía n y que yo ¡pobre niño! no acertaba o á explicarles. el concepto d e la belleza plástica impuso al essus p rimeras nociones. Así aprehclí á ama r la a leza y á r espetar el misterio p rovid encia l que rige lo creado. Así, libre en la soledad 'del campo y a bstr aído en la in gén ua admiración de lo infinito, co rnencé á pensar, comprendí lo que la avid ez de los textos escolares no lograba explicarme, sintiendo brotar rnás viva y con 'raigambre más hondo, la fe pia dosa que, entre caricias me inculcaba el m a tern o labio. Así se hizo ho mbre el niño. Dej ad al anciano que evoque tan dulces r ecuerdos y con su aroma consolad or se embriague e n la hora final!

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LEJANIAS EL RELICARIO DEL CAPITAN .

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mi bon dadosa h(ja 9Jlarla 'lie resa Al prc-stuntarmc sil:\ prot.ls,:onista de este sang1 icnto episodio entraña n l~o m:i.s Que un tipo ideal. habré de responder t e. con

Eduardo Zamncois. que .. on literatura corno e n pintura no pued e trnbaJorse s in m odelo; y ést o h n d e h nllor se presente, s ino en lo reolldod, ol m en os e n In m e• m ortn .. . . " ~lás. sen como fuere. hija mía, con Felisa to dejo un recuerdo y u n

sím bo¡o. Y si alguna vez oyes tachar de in ver o• si milla magnanimidad do esa mujer. li· rnítale ñ repeti r las sublimes palabras de jesús en el calvario :-" Padre. oerd ónnlos que no sobe n lo que hocen ...

S alvador Brau

No era por cierto el cortijo de doña Felisa Atienza el predio más rico en el barrio de Coscorrones, pero si segura m e nte el de mayor renombre, Y ?'i. el mismo Austtba.l, único trapiche de cañas d e a~uca.r que por aquel d1strito cabo-rojeño asomara su ch:unenea., podía


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preciarse de ejercer entre los vecinos,. propietar~os 6 arn:mados la s uaestiva influencia de ag uel agrano caserío, abie~to á t~das las peticiones d el necesitado _Y refractario á las transacciones en que se esconde baJo el antifaz del negocio el más despiada do egoísm o. . L Felisa Atienza, viuda de un marin o tudes co, n aciOnalizado es pañol en Puerto Rico merced á la C édula famo sa del intendente R amirez, y ha bilita do p a ra fung ir de corsarz·o con pretexto de la g uerra e n Costa-fi rme, hallase, a l rom per la muerte s u conn ubio, herede ra d e La Gaviota-barco viejo que la broma cu ria lesca, más roedora que la marítima, se a presuró á d es truiry de una propiedad rús tica, dividida en tres es tancia s, una de las cuales tuvo el acierto de elegir pa ra residenci::t, rechazando las pretensiones d e n o p ocos golosos que á la vez deseaban consumir los restos d e un a belleza sing ular y los ochavos sobrantes d el capitán contrabandista. Nacida en· Venezuela, de donde la e mpujara, con sus padres, á Puerto Rico, el torrente revolucionari0, allá por los años d e r 820 revelá base en s u carácter la ' mezcl~ del bu en humor andalu z con la ingenuidét d melarrcóhca d el cumanés a borigen. D espertábase co n la aurora, cantand o entre pájaros y florss, y se plega ba en la hamaca, al anochecer evoca ndo á su s san tos predilectos y dedicándoles 'sendas oracio nes , de las c ua les correspondía gra n porción á las ánz"mas benditas, en cuyo ~ufragio aplicaba velas y misas profusam ente. D evota sm exageración, eran· pa ra la bu e na señora co nsu ltores infa li bles La Famzlia r eo-ttl.ada los Conse. 6 ' ;os para tranquilizar á las almas timoratas en sus du das Y la I ntroducción á la v ida devota d e S an Fra ncisco de Sales; tres li bros en cuya lectura se e nfrascaba , sin que por ello desc uidase la habil admin is tracíón d e su caud~~ Y la preparación en su provechoso m a nejo d e dos hiJ OS varones, adolescentes ya , en los c uales pro-


Salv'é!d or Brau

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curaba que no desper~ásen l::ts aficiones náuticas paternas, de no m u y satisfactorio recuerdo. Severa y berf.igna, com unicativa y discreta, económica y generdsa. con una bondad espontánea y una conmiseración oportun a en sus efectos, pron to doña F_elz"cia-como la llamaban_ sus ldbriegos -fué la p ro VIdencia d e los pobres y, sm pretenderlo, un á ngel tutelar en aq uella fragosa comarca. A s u casa ac udían lo mism o la m adre llo rosa, en solicitud d e- remedio para el hijo acosado por las viruelas, que el padre, mene steroso de pan para la fa milia por paralización d e lab or e n las liaciendas. Y asi intercedía la noble señora n el c ura, para que se le a minorasen los d erechos en pe n ;a de parentes~o a :ma chicarrona q ue n ecesitaba santifica r su m atnmo mo con un prim o, como acudia a rhover influencias cerca ~el te1zie~zte a guerra, para que se s us pendíese la d eportació n a V 1eq u es d e recalcitrante co ncubinario que en traba en vereda conyugal graci~s a los consejos .... . . J; pesetas de la in terv~n tora. L a metódica activida d d e aq uella muJer atendía a todo·: desde la elecció n del g ·zta?tafo con q ue, para N aviciad d ebían o bsequiar lo s niños al señor maes tro hasta' la ceba del gorrino destinado a dar un tuosa bas~ al aguina ldo de _los pobres, . ~ n la octava de R eyes. E ig ualmente cmdaba de a uxilia r co n _Y~guas, palmas y vara les al la briego c uya c hoza d es hiciera el huracán que de s u plir la a usencia de~ señor _cura junto a algú~ agonizante, ay udándole a bum mortr con un repertorio de p leaarias q ue, segú n fama enternecían a las piedras. T~n diligentes servicios no q_u ~daban sin corresp onde ncia. A la voz d e dofía Felzcza nadie se mos traba rehacio ni perezoso; su nombre se pronuncia ba e ntre bendicio nes, y era de ver, cuando los a ranas maJuraba n e n las vegas y urgía salvarlos d e las Jluvía ~ de otoño, como, seña la?o el día para la recolección: acudían ho mbres y muJeres, a ncianos y muchachos


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distribuyéndose el tr~bajo .según la s fuerzas del traba_ jador, poniéndose a buen reca udo la cosecha y lle~án­ dose ca d a c ual, al terminar, no un sala rio mezqUino , sino abunda nte porción del fruto que ay udara n a reco_ ger en una jornada de fiesta. En suma, que el cortij o de C~scorrones podía tomarse co mo compendio para estudiar los accident;s de aquella vida rtu:,al, -pac~fica y . holgada, de que <l!Un .se ofrecían rezagos en Puerto Rico, hace m edia centuna. Doñ a F'elict"a parecía completamente feliz ; ~o do obedecía a su voluntad, libre d e obs táculos por lo ~rsto, y sin embargo, no todo era armonía y beneplá~Jto e n derredor suyo, y a unque procurara aparecer indrfere.n~ te al caso, es indudable qae la molesta ba el antago ms~ mo late nte entre sus d os aparceroes, R eyes Q uiñones, el encargad o de la E stattc·i a Gr ande, y Roque Ma tías (a m úcaro) a quién confiara s u otra estancia E l Manan~ tz'at. E l antagonism o se m antenía . en gérrn e n a ún, por la antipa tía del viejo Rey es Q mñones-seño R eyescomo ha bitua lm ente le lla ma ba n todos. Si d e esa a ntipa tía . se d a ba cuenta E l Múcaro , bien a pa rentaba n<) ... --advertirlo; p ero como las. dos fin cas . es ta ban aleja d a s la ~na d e la otra por media h ?ra de c~ min o, y las ope raciones de cada cual fueron mdepend1entes la hostilidad n o h allaba campo donde exteriorizarse. ' B ueno es s aber que la aparcería de seño R eyes era antigua : en las fincas hallóle doña F elz"cz·a al enviudar , limitá ndole la administración á la Esta1zcz'a Grande, al traslada r ella su residencia al campo y torna r a su cargo el fomento de los otros' dos predios. El progreso de éstos, a ños adela nte, aconseJole confia r E t /Y.fanan~ # al á persona práctica e n a gricul tu ra y enton ces la r ecome nda ron a El Múcaro , q ue ha bía pa sado algunos años tra baja ndo por la extremidad orien tal d e Ja isla , y c uyos servicios reputá ban se má!"i valiosos por Ja coop e -


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------------------~S~a~l~va~d~o~r--B_r_a u____-¡----------~1~5ra ció n d e su mujer y tres hijas, h acendosas y honradas. C on certa do verbalmente breve ~ontrato de aparcería , posesionóse de la finca el Ia bnego, Y al s a berlo Reye s inte rvino oficiosamente, preguntando : -¿Es cierto doñ a, q ue le h a confia do u sted El

M an-antial a l M ú caro? . A Et Múcaro, no , respon dtole ~a señora.

A Ro-

que Matías, sí. - Bueno . D a lo misfllO· - M e pa rece que no. ¿ Gusta ríale a usted que le ' aplicase un apodo? - Dije q ue d 4.,b a lo m estno u n, nombre q ue otro, pa-· ra lo que yo tenía q ue conta rle. - ¿Y qué cuen to es ese? --Q ue ese ho mbre tien e m~la n otc;t. -¿ L e conoce usted d e antu~uo? --D e n om bre s : :>la m ente. --Es d ecir, por refe ren cias. P u.es, 01ga : p or referencias es qu e lo h e toma~o. .Me d tcen p ersonas de respeto. q ue es tra bajad or e mtehgw~e, Y con eso b a sta p a ra mt p ropósito. S i no cum ple bten , con irse h ; ¡_bremos termin ad o. U sted sab e que no me agra d a: oír ha blar m a l d e na die. - S eñ ora, y o m e intereso por lo suyo; bien lo sab e.-No lo dudo, R eyes, pero usted h a sentido celillos a l ver entra r en casa ge nte nueva! ~Verdad q ue sí ? Pier~ d a cuidad o, q ue usted Y so fam~ba nada van a perder con la inter vención d e o tro m edta nero ~n una estancia que está bien lejos d e la que usted culttva . P a ra n a d a tie nen que h a bla rse, si así lo de?.ean; a unqu e bien sab e que yo a todos Jos tra to como h tJOS, Y m e g ustaría q ue se tuviesen tod os com o herma nos. - ¿ H erm a no d el JTfzZcaro· y o? .N o puede ser, señora. Ustud s abe más qu.~ yo, ~-s d a ro; na d a te ng o q ue enseñarle p ero . .. . ; qun €r a Dio~ qu ~· no t en g a por -


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que arrepentirse de haber recogido en s u casa a tal hombre ......... . Y no pasó adela nte la interven ción, que bien pudo s up onerse influida por la intervención de ~m extraño en el cuidado de intereses que antes manej a r a el queJOSO . El nuevo apa rcero, de a s pecto e n verda d un ta nto rep . llsivo, y que cori su n a riz corva, ojos verdosos, salton es e inquietos, y el cabello greñido .-odeándole la frente, daba jus tificación a l apodo de M ú caro que le aplicara a lgún truhá n, mos trose desde el primer día ce ñido a s us deberes y todo continu ó en ) a finca a justado a su marcha normal. Meses d espués llegaron la s va~aciones escolares y co n ellas e l r egreso de l os nz'ños, al mayor de los cua les, ~ntoñito, de die z y s eis años ya, no le quedaba m ás que aprender en la es cuela - por a g 0ta mtento de sa biduría en el profesor- y debía permanecer en la casa, adies trándose, ba jo la há bil direcció n materna, en la adminis tración del caudal propio. Y como la Esta?Zcia G rande, según dej a suponer s u nombre, era la de may or e x tensió n y m ás v lriados cultivos , a ella dirig ía el j o ve n, c on prefere ncia, su s escursiones , que le d a ba n pre testo para correr á caballo, cazar chz·r·i rías en los a rroza les y desquitarse, trep a ndo cerros y salta ndo ba rra n cos, de la .ríg ida y la rg a inm ovil idad de los b a n cos esc ola res . U na tarde eq que la madre, preoc upada por lo inmodera do d e las filiales correrías, a consejaba a l mozo p r evenirse contra una insolación u otro accide nte pelig roso, interrumpida qued ó por esta pregunta formula d a e n ttn to no ingenuo a la ve z que r eceloso. - ¿ M a m á, por qué proteje us ted a ba ndidos como El Múcaro ? --- ¡N iño! excla m ó la señor a. ¿ Q ué m o tivo tien es p a ra llamar ba ndido a Ma tías ?

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-~1 motivo es que tiene dos muertes a s u carg~, como d1ce seño R eyes. - ¡Vamos ! ¿Eso vas tú a aprender en la Estancia G?"aude? Yo creía al señor Reyes cura do de chismes, pero será preciso sermon ead o un poco. -¿ Y por qué han de ser chismes los informes de ese viejo, que usted misma tien e por hombre cabal? ¿Quién puede decirnos donde está Baldomero Carcamán? -Pero, hijo: s i Et Car~amá?t, que salió de aqní P.a~a Santo Dommgo hace d1ez años, se ahogó en el viaJe ..... . - ¿Y cómo no se ahogó El M ú caro que iba con él? -¡Hijo! repuso doña Felisa, visiblemente disgust ad a. ¿Te instruyó Reyes ta mbié n sobre la causa de aquel viaje? · - El cuenta que al Carcamátt le dieron muchas pesetas por sacar de la Isla_ un prófu go .. "f que El Mú- · caro, contratado como manno para el YiaJe, a la vuelta tiró a l agua al patrón para aprovecharse el sólo de los cuartos. -¿ y la prueba de todo eso, dónde se encuentra? Porque no basta invent:~r. _La maldad humana es muy g rande . Nadie me hab1a dicho que Matias fuera marino, ni por talle conocí ~ua?do tu padre naveg~ba. _. _ Pero, d e todos modos, s1 fue malo Y se arrepmti6. al perdón tie ne derech~. Su conducta, desd~ que cuida de El M a 11.an.tial es mtachable, y no fue:a JUsto negarle protección por lo que se supone que hizo, ~~ando es irreprochable su proceder de ahora. ~egUire observándole y obra~é como convenga, pero tu vas a prometerme n o repetir ese.cuento que Roque t e referido imprudentemente, sm pesar las consecuencias.

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II A pes a r d e la cristiana filosofía que rebosara en 1. la bios de la noble Felisa, y d e l a rectitud d e aquell~~


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consejos con que, respecto d el aparcero d e .Et Manan.tiat, procura r a ilustrar a s u hijo, imposible fu éle impedir que se le trasluciése en el semblante algo de la sen-

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sación que despertara en su espírit u el recuerdo del doloroso acontecim iento, la tente en el corazón y recalentado súbitamente por aquellos dicharachos de Reyes Quiñones . Diez años hacía que la fatalidad la separa ra de su hermano José Rafael, a quién la ~ni era un cariñ o rayano en Ido la tría, y aquella sep aración, impues ta por mortal y deshonroso peligro, habíase envuelto en mist~­ rio ímpeneu able. _.. . José Rafael At~enza era un arrogante solterón que con s u p a la bra flttída, su s modales señoriles, su fra n queza jovial y gen erosidad inagotable, h abía :1quirido popula r sim patía no ya e n aq uellas regiones del oeste, d o nde se d omiciliara n s us padres al llegar del co n tin ente, sino e n muchas poblaciones de la Costa m~r:·ba, nombre que los vecinos de la ribera occide ntal aplicaban a l litora l del sur-este, co mprendido desde Coamo a Luquillo. ··Trata nte en caballos de lujo, por aquellos tiem pos e n que n o se usaban carruajes en ia I sla, ni se conocían -otras carreteras públicas q ue los se nderos vecin a le?,más . o m e nos empinad os o pantanosos, y. cuando hast a l~s señoras d e mayor cop ete y las señonta s de m ás remilo-os obligadas veíanse a ~ervirse d el caballo como vehí~ulo, D o n Pepe Rafael- que asi d enominaba n todos a l simpático venezola no, prescindiendo e n absoluto d e su apellido- anduvo acertado en la elección d e indu stria . Un cuartago de raza, de aquellos cuyo paso permitía hacer, con toda comodidad, un viaje de treinta legu asy se utilizaba, or a con diminutas ba na stilla s, donde iba Ja ham aca para d ormir a llí donde hacer a lto h ob lig aba la noche, _ora engalanado con jaeces cuajados de plata, si de corndas solemnes llegab a el día-costa ba a veces


S a l vado r

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quinientos pesos m acuquinos, y, adquirido e n los potrer os del' Tmrabo o e n las vegas d el Taua.m á ·por la mitad de dic ha sum ~, era dis putad o casi en almoneda, e n t r e hacenda dos y co merciantes allá por San Germán, Cabo Rojo y Mayagüez, d onde a la ganadería vacuna co ncedíer a n los e sta ncieros s us pr efer encias . E s asi que D on Pepe Rafael, a quien sus afi cion es hípicas d e mo~o y sus pretenswnes d e consum ado gin e te, llevaran por la m a no a la contra tación de caballos de alto precio, co ncluyó por halla r en esa industria , h ábilm en te ejercitada, honra y provecho, acredi tándole a la vez que s u experiencia e n el negocio, el tacto para evitarse roces con la j us ticia por obra d e cuat rer os. P orgue estos profesionales del h ampa solía n apoderarse d el mejor potro o d e la yeg ua más prolífica, en cualquier h ato o estancia d el interio r, para venderlos en los dis tritos d el li toral, o a la inversa, seg uros casi siempre los delincuentes de la impunidad de su fech oría, por la difi cultad y el riesgo en las com uni ca~ione~. . Y c~1ando, m erced al azar mejor q ue_ a las prop 1 ;;~s d!IJ&'encias , Io g rábase poner en eviden cia ~l g un a sustra~c1_ón , el hallazao d el cuadrúpedo apar eJaba causa cnmmal co ntra el p~seedor, q ue en la cárcel_d_aba con su ~ huesos, si no lograba demos tq1r su comphcid ad negativa , en el frau dulento n egocio. . a e ntes previsoras rehuyesen com D e aqm, cj u e las e :::> 1 'd' b 11 desconocidos y q ue e ere Ito de tra pratr ca a ospa e R a fael aJ· ~no a toda inquisitiva d~ tan es como ep ' ·b 'b d e Justicia con tn uyese a engrosar su s T 1 os n un a es ' · 1 b eneficios. · · 1 Q uier e d ecir que nues tro he roe, hJOV l leánb, so tero, ga ase en . perlla rdo bie n provisto .de peluconas, ~ Y d' . s para aozar de la v1da, subordmado f ectas con ¡ciOne ·o-na a ubernamenta o 1 d e t-as ' t res B que a la sens ual con si::. b p r ivaba por a quella ép?ca. ·1· 1 No es que fuese un . y b 1en ' sabía el uti tzar a. que


LEJ A N I AS

d errochador libertino, eso no: que ya :se cuidaba su mun dan a b rújüla de advertirle el p unto hasta don de podía aventurarse, sm riesgo de quebranto, a l apuntarle algunos pesos a l rubio o al lorig ao en la gallera, o al perseguir u n entrés en aquellas sesiones cartead as sob re el tapete verd e, que a veces honraba la augu sta presidencia del capitán general, del q ue s~ dejaban ga nar los listos a lgu nas peluconas, a fin de que S u Excelencia conservase la volunta d bien d isouesta. r "\Más no en el ju ego sino en el am"Or , b uscaba Pepe Rafael el goce principal d e su existencia. N o "en el a m or casto, q ue h ace d el hogar un nido, y de la m ujer una com pañera inseparable, :sino en el que provien e d e la sen sació n carnal y acude a la conq uista mercena ria o a la s educción falaz para satisfacerlo, y se rem ueve con la elección caprich osa. Así como el q ue, ~ uges tionado por la belleza, d e u na fruta, la a rroja lejos de si, d espués de mord erla o estropearla, o bien h a rto d e ella, concluye por tacharla de insípida cua ndo no de indigesta . ~ Bien hubiera querido Felisa encauzar el temperamento enam orado d el h erma n o querido, sujetá ndole por las m allas d e la red cony ugal a constituir una fa milia en for ma social correcta , pero él, por m ás que corresp ondiera apasionad amente a la fraternal ternura, hurtó siempre la v oluntad a los con sejos matrimonia les, a legando para ello el trasiego consta n te d e su profesión, y opin a ndo que aún era muy joven para rendir s u pabellón a una sola cua ndo era n tantas las q u e a divertirle se prestab an. Y en verdad q u e no era reducido el campo d e las conquistas ni muy comprometido el empeño tenoriesco, gracias a los prejuicios d e raza, vigorosos por aquellos tiempos. ¡Las preocupaciones del color! A cua ntas vilezas sirvieron de pan talla , y cuanta inocencia corrompió su

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Sa l vad or B rau

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influjo en hogar es q ue, n o por ser morada d e un desend~~n t e d e afr ica n os merecía menor r espeto que el de un h iJO d~l Cáucaso. i.El tono pard o d el pigmento, no adver tid o o acaso sollcitado con fr uición al satisfacer antojos de l ascivia, a d 9ptad o ·luego como infranquea ble barre ra para excusar el resta blecimiento, m ed iante u nió n cony ugal, del te soro d e castida d robado a un a mu jer con e ngaño o viola d o co n d estr eza! Yergüe n za produce el recuerdo d e aquellos días le- v janos d e la limp-ieza d e sanl(?'e. L impieza si ngular, no empañada por la conj u nció n del señor de vidas y ha ciendas, de blanco lina je, y la bella cua1·teroua, pobre h embra s in d erecho a reparación matrimoni al, por más que, c ivil y canónicamente, se preceptuase con tra la impu nidad de una seducción que pecu niaria ·d á d ;va solventaba en casos frecu e ntes . Y tod aYía hay quién condena como audaz la con-; ducta del ge ne ra l don J uan d e la Pezuela quién, en-ple- · ) na a udie ncia te rrito ria l a natem a tizara, en 185o, esas violaciortes d el sentido moral que los Trib una les Insu- o--......, lares sa n cio naban , prostes tando los sen t imie ntos caballerescos d el nobl e caudill o "de que se prete ndiese r ecupe ra r co n indemnizaciones pecunia rias .el honor arrebatado a pobres familias mer ced a mentidas promesas matrimoniales". En ese crénero de conquistas e jercitábase con prefere n cia donbP e pe Rafael y e n alguna de ellas debía estrellarse la ba rca e n q ue tan plácid amente bogaba s u existencia.

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..fL a em igración impulsad a por las r~vueltas sociales de Santo D om in go H aytí, en los p n mer os años del y

siglo X I X y q ue ta n provecl~osa hubo de ser para el fom ento d e P uerto Rico , arrojó, a llá por la extrem id a d d e nuest ra co m a rca occide nta l, a un sastre , hij o d e co-

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lono europeo y de madre criolla; un sa?tg -melé, nombre con que en las Antillas france sas se designa no precisam ente al mulato o g rifo de las s ubdivisiones españolas .. sino al tipo que llega a confundirse con el blanco por e} predominio de esta casta en los sucesivos cruzamientos. Monsieur George Leblan c o el maestro Yo1ye, como le denominaran todos, hubiera podido vivir er{ Europa sin promover dudas so bre la blanc ura de su linaje • pero en nuestro pequeño mundo colonial los rasgo ~ fisonómicos son más fácilmente adverti~os y sin duda:_ por eso el bueno del sastr e procuró esq uivar escrúpulos linaj udos, manteniendo discretamente su m edio social en el país que le brindara acog ida, sin apartarse de ht.;_ filas obreras en que figuraba n no pocos esclavos, aplica__ J d os por s us dueños a artes m anual_es que la produ cci6,l'l. _ extranjera ha anulado en nuestra Isla, p~r<;> qu e entollJ_ ces prosperaban y tra~ de duplic~r o tn phca: el valoll del siervo, prometían JOrnal supen c;>r al de los Ingenios H ábil en su oficio, cortés e n sus ~ odales y puntua.iJ. en s us tratos, presto adq uirió parroqmanos el m aestro y como no gastaba en r u mbas parratzde?~"as el product, de su la bor, concl~yó por fig urar. e~ el cat:ast~o mt:mici~ pal con casa propia; n:odesta vivienda. de la que hizo. dueña y s eñora a una JOVen bla nca a qmen la pobrez obligar a a mantenerse en ia s filas sociales de seaund a 0 orden. Una hija, rubia y bella como un á ngel con cluyó por colmar la felicidad del digno em i grant~. ~ A los diez y seis años ,Pa ulina Leblanc, educada:_ d entro de los sever os prin'cipios que ta nto honraba n al maestro Y or¡e, era una joven si bella ~ discreta, no m e nos Ja bonosa, a legra ndo con s u ca nño parlero ef ~ogar_paterno r co ntribuye ndo e ficazm ente a l d om é stiCO b1e nesra r con la habilidad de su aguja. En esa flor delicada pu so los ojos don Pepe Rafael, a traído por su po mpa externa más bien que por·

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Salvador Brau

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su a rom a , juzgando hazaña mentoria el eng alanar coa. ella su carro de conq uis tas; -pero el cará cter integérrimo de Y o1ye, obligóle a proceder con cautela, procura ndo f!. traerse la s s impatías de la joven, sin introdu- cirse en la casa, p ara no promover a larmas que su re- . putación d e mujeriego hubiera justificado. Sin emba rg o y a es sabido como en los pueblos . pequeños se tra nsparentan las vidas a g ena s, sometidas . á fisca lización inevitable.,§' Presto las aficiones de don (/ Pepe Ra fa el a la bella Paulina, se comenta ron por Jos chismoneadores oficio sos y hasta s e cruzaron apuestas . sobre las probabilidades del m a l · éxito, a p oyándose alg unos en la ríg ida virtud de la joven pa ra profetizar un frac aso al taimado galá n en es te nuevo a ntojo. No tarda ron los rumores c allejeros e n llegar h asta F e lisa, cuyos nobles sentimientos hubieron de rebelars e contra una imputación que no juzgó infundada, siéndole conocidos los procedimientos d el herm a no. Inquiriendo d e éste la verda d, q uiso R a fael excusa rse con evas ivas , p ero a l fin d ecla ró que ''P a ulin a era bo- cado reg·io,- q ue ning uma mujer h a bia log rado preocup a rle como a quéll a , y que p or obtener s u cariño, no · v acila ría e n ll evarla a los a lta re s. " - jCasa rte tú! excla m ó F elis a , revela nqo en la voz . su incredulid ad. ¿Olvidas que esa muj e r n o es igua l a

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- ¡ Muj er ! d éja te d e escrúpulos lin ajudos. ¿No som os ta mbién n osotros un poqui to indios ? -Pero a los indios los r econoció como vasa11os n o bles, Carl os V. . - Y ya ve nd rá q uie n h ag a lo m is mo con los ne g ros. ¿No sabes q ue I nglaterr a impid e ya el ir por ellos a l Afr ica? - L o que yo s é, P e pe, e s q u e tú, como tod os los h ombres p or la. p ose sió n d e una mujer q ue te tr asto rn a los ses os, er es cap az d e ofr ecer h a s ta la luna , sin esp e-

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ranza de alca~arla proponiéndote pagar l uego co n despiadada burla el sacrificio de la h o nra . L a joven, modesta y delicada, no es de condición v~na l, pero fa misma sencillez de s u educación y e l re traimiento en que vive facilita su conq ui sta a un gala ntea d or h ábil, melífluo como tú. Lo que intentas es ·una indig nidad . Paulina ha de encontrar d e sobra pre tendie ntes que se envanezcan de tenerla por esposa, y bastan tu s preferencias, ya advertidas por•el público, para que s ufra s u reputación. D éjala en paz y acuérdate de tu divisa anti-matrim onial: "Cuando hay tantas con q uien divertirse, no se ha de rendir el pabelló n a un a sola. " -¡Pues Tio tomas con poco calor el asunto! -Es que mi cariño de herm a na lo prevée todo . ,.-:El maestro Yoryc no es un jíba ro de esos que con una casita y dos cuadros de tierra da n por b ien zurcido el desga rrón que un libertino produjo en su h onra. Yorye es puntlll oso conío buen francés y e n sus ven as circula sangre de negros haitianos implacables en sus rencores. - ¿Cree!', hija, que podrá com erme crudo? -No pongo en duda tu valor; pero un padre ofendido tiene derecho a todo. -Es el m iedo mal auxiliar para tu ; e-rrípeño. El peligro ofrece tentaciones .. ... -Que los hombres prudentes evitan- dijo la hermana sin dejarle concluir. - A lo que apelo es a la memoria sagra d a d e nuestra madre y a los rectos princip ios que nos inculcó . D eja en paz a esa jove n, H.afael. . ,- E stá bien; la d ejaré . Por más que las murmuraCI ~nes callejera:s hayan ido muy aprisa en esta ocasión . 1\lls relaciones con Paulin a no han traspu esto la línea de simples aficiones amorosas por mi parte, s in que nada me permita ha sta ahora confiar e n un a acogida favorable. - Quiero creerl0.

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IV . ~ a asiduidad d el e na mariscado galá n pareció dis- ./m1~u~r .desde aquell a amonestació n de su hermana, y :f su::. VISitas al ta ller d e Yorye, d onde se reunían diaria~ me.nte a lg un os desocupados, concluyeron por exti ng mrse. Desgraciadamente a quello obedecía a un c am bio ' e s tratégico, d estinado a despistar a todos, incluso el padr e, 9-uien ~d vert i~o ~ e las murmuraciones populares 1\ P?r a lg un v,e~mo canta~tvo, s e'fm oneó _largamente a la ¡hiJa, mostrandole el a bismo q ue- grac1as a las exigencias sociales- la separaba de aquel conquistador de oficio que, para testimonio de s us proezas, tenía en el pueblo tres o cua tro codcjas, sin que ta n ostensible tra nsgresión de las ríg idas prescripciones contra el \_,c oncubinato pareciese rebasar el nivel m ora l ni observada fue se por alguno d e los rabada nes del popular rebaño . Encerró, pues, George a su hija en un círculo estrecho de prohibiciones, confiado en su bien prob ada d ocilidad , pero olvidándose el buen m enestral de q ue en la mujer, m erced a la impresionabilidad del temper amen to, prohibir eq uivale a excitar la curiosidad, promoviendo con secuencias desagradables la torpeza o malig nidad del llam a d o a satis facerla. L a prohibición y la terc{:!ría .s on factores , des d e el Génesis, en la corrupción fem emn a , y esto lo sabía de obra aqu el L ov.eLace. caz urro p~ra no a provech.arse de ello ladinamente . Si la a utondad paterna attzaba el fu ego a él le bas taba con a proxima: el _combustible . Ma nifestó Paulina deseo de eJ ercttars e en el man ejo de la g uitarra, instrumento .que aún no había sido su stituído por el piano en los meJores salon es, Y Geor~e h a lló de perlas esa petición, ~<:mtando co.n 9-ue la distracción musical no dejaría s tttO a las cavilacwnes amo-

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rosas. U na sefí.O?'a de edad m a dura, p e r o qu e a ún gusta ba de lucir s u voz en E t P z'rata, La Atata, El Trovado?', La part -ida de Alfredo y o tras mela n c ólicas canciones de moda, encar gase d e demostr a r s u habilidad filarm ónica e n el d omicilio d el a rtesa n o, m as pronto los prog resos d e la dis cípula y la co n veni e n cia de ejecuta r en con cierto co n o tras a lumn as, c onclu yeron por invertir el orden de los fac tores, con curri endo P a ulina, con basta nte frecu en cia, a casa d e la profesora . T odo m a rchaba a pedir d e b oca : el m aest ro L e ~satis fecho con e l b uen éxito d e s u s con sejos, bendecía el arte musica l q ue le ayuda ra a man te n e r su tra nquilid ad dom és tica, y, contra ria n do s u s m o d es tas co.stu!ll br es, llegó a con sentir q ue su hija tomas e par te prm cipa lísima en cierta serenata complemen tar ia de festiva sole mnida d p ú blica. L legad::t la hora d e re unirse los ej ec uta n tes, P a ulina, que en su habitación se e n cerra ra para mudarse el traje, se ma ntuvo e n el encierro, sü1 r es po nd e r pala bra a los reite ra dos lla m a mie n tos fam ilia res . .. . ; iC uá n lejos se hallaba George d e sos p ech ar e l e s pect áculo q ue le agua rd a ba tra s de a qu ella p ue r ta que, for zosame nte h ubo de d erribarse. ~·"~ P aulina, con el propio p añuelo d e sed a que u s u a l~ m en te le a bri ~ e:ar a los hombros ' había pues t o fin a s u· ~ . e, v1d a, a horcá ndose de un a h a m aca. L a justicia acudió, y a unqu e el h echo n o o fr ec~ a dud~ s, las fórmulas p rocesales exig ieron la a utops ia creciendo con ella el volúm e n d e la catás trofe . i Pau lin a esta ba en cinta ! L a d esdic ha d a jo ven q ue , a l recur~ir al s uicidio, creyer a escond er en el s e pulcro s u m a ncilla, ha bía dado m ayor son oridad a las t r ompe t as del callejer o escándalo. lng uirió el Tri bunal la proced e nc ia d e a quella p a-· ternidad ines per ada, mas los la bios d el d espreciado obrer o no se despl ega ron a im p ul sos d e a~ usadora r e-


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vel ación. P á lido, som brío, contraídas las facciones . P?r el dolor que le d~spe?a~aba el alma, pero altivo y d1gno en su desgracia, hm1tose a responder al j uez: - Ignoraba en absoluto que mi hija llevas e relaciones amorosas con álgu ien. No le conocí incl inacio- nes h acia alguno de los concurrentes a mi casa. A nadie acuso. E l pueblo ~i a cusó : la opinión señaló con s u nombre a l causante de a quel infortunio," y ]a diestra a uitarrista hubo de clausurar s u academia por el rece!~ que · iospira r a e n las familia s su excesiva habilidad . La pasiva actitud de George asom braba a todos· . s in embargo aquel padre no era-como indicara Fe~ lisa-de Ios que transigen con el desohn or impuesto por voluntades s uperi ora~ caprichosas. P ocos días después d e la trágica ca tástrofe, a l retirarse Pepe Rafael a su domicilio, en horas tardías d e la noche, dióse in esper a d a m ente con el agraviado sas-· tre, y temeroso de un ataque personal, prevínose para la . d efensa. La voz d e George l e contu vo. - Permítame, señor, dirijirle breves palabr as. - Ni el sitio ni la h ora parécenme bien escogid os . .. masculló el otro. -No creí que l e d esagradásen las sombras. Por lo menos bien supo a uxilirse con ellas para perd er a m i hija. - Nada ha de atribuír seme en tal hecho . -Podría sos ten erse esa negativa a no t ener en mis manos un a ca rta, sin firma, pero que sólo usted ha podido escribir. E n esa carta, al inform a rse del d año cometido incita a duplicarlo, proponiendo a mi hjja la fu ga del 'hoga r paterno mancillado, escondiendo en pueblo lejano la vergüenza de asquerosa mancebía . -Eso no tiene más va lor que el de una fars a .... . - Así, por Jo m enos, Jo h~biera sostenid.o usted en el Tribunal, si, olvidando m1 decoro, hu b1ese des- .

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c endido a r ecla m a r .... la inde mniza ción pec u nia ria , ~~·ia~om o única re pa ració n , señala n las leyes ~ su inL

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- ¡In sole nte! ¿O lvida us ted s u clas e. . . ? -An tes o lv idó usted la suya, a l profanar m i h ogar , y, a título d e bla nco, m iembro d e la cast a sagra d a, \ r obar me mi tesor o . .... . -No puedo toler a r tanto atrevi mie nto . . . . . -Y o he tolerado su d esvergüenza, y .. .. míreAl d ecir esto, exte ndió s u b razo derech o , a r mado con una p istola d e dos cañones-Esta p istola e n cierra dos balas; n o se m ueva, no lance el menor g rito, s in escuc h arme a ntes. Lo he deten ido, no para matarl~. porq ue s u despreciabie vida no m e devolve ría el can ño d e mi hij a infortu nada . No; no debe u s ted morir , s ir: purgar su d e lito. Yo q uie ro q ue viva h asta satisfacer m1 ve.ngan za; has ta q ue pag ue , co m o v ulgar . la d rón, s u c nmen ; porque es un latrocini o lo q ue u s te d h a co m e tid o . - i Yo1ye! V ea us ted . . .. . . . -rSile ncio! o dispar o s in misericordia: mi pul~o no ttem?la. Y seguro estoy d e que a l m a t a rlo, hmp10 a la socied a d d e un miembro gang re n oso; per o yo n? t~ngo d erecho a castigar; es D ios: el Dios d e la Ju s ~I­ Cia, el d e los des he r ed a d os, q uié n ha d e señala r el .d1a d e la sente n cia, q ue yo viviré h asta ver c um phda . iOjo po r ojo! ¡Die nte por die nte ! ¡Miser a ble la dró n! - i Yorye! d éjem e us ted m a rc h ar. Ya h a sacia d obien su cóle r a con injurias , d oblemente g raves, por la . clase a que us ted per tenec~ . .. . . . 1- iD a le con clase! ¡L a clase! ¿Y cómo no repaó u~ed en ella par a corromper a u n ángel , par a ma n~ha.r mis canas, para a rroja r el escánda lo y la b efa ~oc1al sobre mi pobre fa milia . ¿Q uié n pidió a lg~ a la nobleza suya? ¿Q uién solicitó el h on or d e c r u zar la sang re ennoblecida por el t rab ajo d el s-iervo, co n la d el /


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li?ertino degenerado por el vicio? ¡Mi clase!. . . . Ya se que las ofensas inferidas por un descendiente de african ?s , aunque_sea libre, se reputan, por las leyes de aqm , como d ehtodoble ; pero ¿quién m e oye? Nadie. A_nda;_ d en_únciame ¿Q uién a testigu a rá tu dicho? ¡Nadte! Estamos solos, p ero aunque hubiese testigos. ¿No se llama la drón el que roba? Tu me robaste mi cauda l por la drón te perseguiré hasta m orir. No esperes mÍ perdón. La honra de mi hija pide venga nza y sobre .su cadáver no he vertido fl ores ni oraciones sino una maldición horrible de la que n o te escapará s. ¡La drón! lá rga te: el padre rencoroso puede matarte con justicia, y no te mata. Te deja en libertad para que te castigue Dios .. .. ¡si es que existe Dios! ~ Y se retiró sereno, satis fecho co n e l anonadamiento d e aquel villano, que, a pesar d e s u valor pe rsonal, jam á s d esmentido, sentíase acobardado ante la justa cólera de un padre ofendido. Los privilegios d e la casta l;>lanca eran g_randes entonces, y una queja a la a utond ad g uberna ttva por falta de respeto a personas. q ue las le~r e~ colocaban e n ra ngo social supenor, era ~pempre atendtda , pero don José Rafael sabía q ue 1 ~ opinión genera l 1: e ra adversa en aq uellas circunstanctas. La conducta Irreprochable de Geor ge habíale g ranjeado g~nerales simpatías y _la vecindad tod a habí ase conmovido con su desgracta. Era además Atie n za-como él mismo dijera a su h er- m ana-un poquito indio; lo que _ equivale a gecir sgpersticioso, Aunque alardeaba de d espreocupa do entre s us co mpañeros d~ J?lacer, aceptaba, a llá en su fuero interno, el p-edommw de fuerzas ?cultas : creía en maleficio s y sortilegios, cqmo cualqmer patán, y no ar~u­ CTá d o ele el ombliCTO ante un vale ntón de oficw, o n . s s ·n e mbarCTO o d . . co h"b"d I 1 o, cuan o, viaJero nocsen t 1ase 1 o ·a forzosamente pasar por barranco o e nt urno, d e b 1 · · · d d nde s e CTú n cos t u m b re d e en t onces- ptacruclJa a o o


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d osa cruz marcaba el sitio condenado por un homicidio. La muer.J;e-de Paulina le sor p r endió . Su g rosera sensualiea d no pudo presentir que la exa ltac1 ó n d el h onor ofendido ll e~Sáse e n la d e lica d a joven a l v ital aten ta d o. Por vez primera e n s u historia d e con q uis tador, producía le miedo s u conq uista. Y c u a n do p r ocuraba ·a lejar de su memoria el espectro ríg ido d e aq ue ll a infelíz, aparecíasele el padre a amenazarle co n s il maldición, con s u odio africano, con s u pro nós tico d e cas tig o equipa rado a miserable rufi á n de aquellos qu e barrían las call es de la ciudd.d, lleva ndo e n la burda zama rre ta el r ó tulo que p ropala ba su infa mia. Formula r una queja contra el a rtesan o, en aqu ell a situación, hubiera sido a ume nta r se, su quebrant o m o r a l, Y d a r cebo a las hablill as del vecindaó o, sum a ndo con la mal evole ncia de los envidiosos, la cen s ura de los espíritus r ectos . Preferible era calla r .... y call ó, bus cando distracción e n el juego; mas la suerte, propicia h asta entonces a su volunta d, a llí tambié n volvióle las espaldas, y obstin ado en solicita r el d esquite, logr ó abrir e norme brecha en s us re ntas . Por es e camin o la ruina era inevitable; a fin de conten erla y aparta r a la vez . e~ ,espiritu de la preoc upación qu e le emba r gaba, d ec1d 10 nu es tro héroe volver ;¡_ s u a bandona d a compra de caballos, e mpre ndie ndo a l efecto la rgo v iaje por las opues tas r egio nes d e la isla ..

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me~después

Pocos d e los Sl:l cesos d escrito s , formabá n., a las pue~ta s de la sastrería d e George L eblanc, su. habitual tertulia alg unos ocioscYs d e- esos que, lo mis.mo en ciudades que e n v illorios, acostumbra n matar el tiempo despellejando al p rój im o. La cortesía y comunicativida d del buen artesano había contrib uído a fomenta r en la vía públi ca aquell a s

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reuniones, compuestas al principio por a lgunos parro-quianos, pero en las q ue concluyeron por figurar tod os los señores que no tenían café ni botica donde pasar el ra to, n i por el billa r d emostra ba n si mpa tías. L a ca tás trofe d e Pa ulina no alteró d ic:.a.::. ter tulias, que Geo rge, ensi mismado, m a neja ndo tijeras y agujas como un a utóm a ta, pr ese nciaba d esde el interior d el ta ller, sin d arse cueh ta con frecuencia ' d e lo que en ella se tra ta ba . E n esta de a hora figura ba un individ uo d e casta . / sem i-milita r , a juzgar por la red ond a escarapela roja, V bi':'n visible sobre el sombrero d e f zpzjapa , y un sable p endiente del cinturón ne-gro en c uya chapa de me tal cobrizo , ab rochad a sobre la blanca cha queta, se recorta b a n estas dos letra s: R. H . m onograma d e R eal H a -cienda. ' Era a quel individuo cierta m ente, un gua d a del T esoro, policía d e Aduanas qu e s ustituyó m ás t arde el Cuer po d e Cara bin eros, y cuya in sta lación había n h e-· cho indispensable las franq uicias com ercia les. L os vecinos-en la fa milia m erca ntil especialm en-· te- no ace ptab an de buen tala nte a esos nu evos esbirros que , obligad os a ras trea r como sabuesos la p ista d e l contr ab a ndo, a busaban un poco d e su jurisdi cción a dua n era, entrometiéndose a ol}squearlo tod o, sin res-petar los fu eros del hogar doméstico. Y cla ro es que, dada la naturaleza d e sus funciones, los :;usodichos ' func ionarios no podían reclutarse en las a ngélicas cohor tes celes tes. Hombres d e ro m pe y rasga, expuestos a en contronazos peligrosos, no había garito a que no concur ri esen, ni pelotera vecinal d e q ue no pudiesen dar fe, ni a lijo fra ud ulento que no s e prestasen a favorecer- a l decir de bien in s truídas lenguas- siempre q ue se es retribuyese copiosa m ente, . Dos hechos palpitantes traíase en tre dientes l a~- ¿., ,.,. crónica veónal. La muerte del capüán de La Cavio-


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Ja, que dejaba una viuda joven y con cuartos, y el

.regreso de don Pepe Rafael, a quien se suponía ganoso ,de administrar los bienes de su hermana viutda. Poco discreto era traer e l nombre de Atienza a .cuento, en aquel taller donde tan desoladora huella .dejara su paso, per-o no se detuvo en tales escrúpulos -o no acertó a concebirlos alguno de los contertulios, exclamando al llegar: -Vengo de la cuadra de Pepe Rafael. i Q ué lote .de caballos más hermosos! -Por sabido, chico. La i.nteligencia d e Pepe ceuno caballista no admite controversia-respondióle uno .de los asistentes. - Pero esta vez ha tenido un acierto envidiable. :Se ha traído de Juncos y Gurabo un surtz'do de seis :animalitos que ni dibujados a la pluma r esulta rían más perfectos. Hay uno overo, cuatralbo y con las crines .blancas también, que es una maravilla de estampa.·· -¿Overo, cuatralbo y con las crines blancas? -esclamó el gu arda de Aduanas, con voz agu a rdentosa acentuada por cierta expresión de malicia. i Pues waya con la coincidencia! ... .. . - ¿ Qué pasa? ave nturóse a lguno a preguntar. - L o que es pasar, no pasa n a d a. Pero las señas -d e ese jaca corresponden, C por B con las de otro ca:ballo que con g ran ahirtco solicitan desde U tuado, por -encargo d e su dueño. -E~ tos vienen del partido d e Caguas , y además :traen la garantía del portador. No conoc~ usted á don Pepe Rafael. . - Ni creo haberle ofendido a l observar que esas ·señas de un caballo, comprado por él, corres ponden co_n las de otro que le han robad o á un gan adero. Oigan ustedes como se expresa la Gaceta del Gob·i erno. Y el g uarda, extraye ndo d el bolsillo interior d e su <C haqueta, un papel, impreso a dos columnas y sellado


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en su primera pági na con los castillos y leones del blasón espa ñol, leyó : ''Cuatreros. H a n vuelto a dar señales de vida estos amigos d e lo ajeno. De la es tancia gua?"a/{7tao; juris dicción de Utuado, ha desaparecido un caballo de siete cua rtas d e ab~ada, color over o, cztat?-'albo y coJZ la cola y las crúzes bla?tcas tambz'ért . Como seña p a rticular orig inalísima, muestra el animal en el copete, entre o reja y oreja, unas cua ntas crines negras, a lo que debe el .no mbre d e Imperdible conque se le disting ue. ' 'El caballo es d e raza, y su due ño es tá dispuesto a ·g ratificar esplé ndida mente a l que pueda proporcionar informes sobre su paradero. " Diríjirse a Don F lorencia Marta en U tuado o al Comandante Benavides, e n las Oficinas de Estado Mayor e n la Capita l". - ¿Se han en terado usted es bien? Expuso el g uard a a l terminar la lectura. Ni quito ni pongo rey . Dem ás de q.Jt~· si el copete d e crines neg ras no exis te , la paridad en la 's eñas queda interrumpida. -No existe-replicó, algo atufado, el otro. - Me alegraré mucho. Y la tertulia comenzó a des hacerse, re tirándose, unos tras otros, los ociosos; pero antes de desapar-ecer el g uard a, George que había s uspendido su trabajo para po ner oido a la lectura, manifestó deseos de ojear con calina el p eriódico que, no embargante s u carácter oficial, insertaba alg unas noticias del extran gero. devolución, pues E l ba uarda acedió, mediante . . contenía e l papel · reg la mentanas mstruccion es sobre aduanas. Y a la mañan a siguiente, a l d evolver el maes tro L e B lanc la Gaceta a l funcionario, mantuvo c on él larga conferenci~ • A todo esto la fama de los nuevos caballos divulgábase como si la llegada de una compañía de dies tros acróbatas se tratara, y la curiosidad popular, exicitada

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por los hiperbólicos encomios, no se conformaba con menos que rodear el corralón donde Atie nza tenía s u cuadra provisional, intentando algunos 'er de cerca al ponderado I mperdible, que no hizo por e s ta vez honor a su nombre. · Subtraído del pesebre durante la noche, vióse don Pepe compelido a comunicar el hecho al alcalde, siendo inútiles todas las diligencias practiéada s para ras trear la pista del desap arecido. . A largos comentarios dió marg en tal des aparició n, y no faltos de lógica ciertamente, pues era raro qu e de un grupo de caballos de igual valiosa estimación, ~ólo se le hubiese antojado elegir al cuatrero desconocido, como presa, aquel CUI)'as señas concordaban, en g ran parte, con el robado en U tuado. Las murmuraciones no lleg aban a lastima: la reputación de Atienza, pero si se le suponía víctima de algún tratante de mala fe, y como la publicidad de la Ga.ceta, podía traer ·a veriguaciones juQiciales mole.s tas , atnbuíase al propio interesado la ocultación del ammal, prefiriendo su pérdida a la eventualidad de un proceso de enojosas consecuencias. · Lo ines perado que rig e la vida a d especho de hu~ana~ previsiones, redujo a fatal desenlace aquella Situación En 1835 no se habían <Yeneralizado aun en Puerto Rico los cafés públicos. T~do el que intere saba un b~che alcohólico, lo solicitaba en la trastie nda de esJ?e Cial pulpería; pero el noble fuego d e b·i llar si tenía recmtos consagrados a darle culto;· recintos qpe sumaban a su osten.sible destino el de neverí as, chanclo alguna g oleta amencana compradora de azúcar, henchía su bodega con lastre de hielo, poJ no hallar m ejor carg~. No faltaba , pues . el correspondiente bill~~ e ~ n~es~ro pueblo, pero no era el salón prrncipal sitiO pnvtlegiado del estab1ecimiento. Otra sala interior r ocu-


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pad a e n su centro por cuadra da mesa, cubierta con un paño verde é iluminad a por colgante quinq ué cuyos d~biles refl ejos p rocuraba, e n v:ano , re concent;ar y tom ficar una gra n panta lla d e hoJ a de lata, ofrecía p refere nte atractivo a los p auoquia nos. Allí se j u o-aba la rgo y sin disimulo , p asando las peluco nas d e c:rlos lll d e las m anos d e propietario$ y com ercia ntes a las d e profesio na les h a bilidosos que les a livia b an el cuidado d e g uardarlas. . L a sesión hálla base interrum pida por ausencia d e pttntos principales, y se mataba el tiempo, corno d e cost umbre , d es pelleja ndo a los a usentes, no sie ndo d e los m enos len g uaraces el guarda d e Real Hacienda, que y a conocem oss. ' D a ba tem a la rgo y diveFtido a la m urmuración la viudez d e Felisa Atienza, señalá ndose con sus n ombres los as pirantes al p aesto ~el capitán de L a Gav·i ota, y satirizand o las preferencias y d esdenes d e la honrad a señora , bien a je na en su hog:u intacha ble, a a qu ellas te m era ria s conj eturas que llegaba n a suponerla deseosa de to m ar alegre d esquite a la vida d~ perros que, con . sus a ficion es es pirituosas, le· proporciOna ra el ca pitá n . contra ba ndist a. Alg uien quiso hacer honor a la verd ad, exclamando: • - E n ese cay o estreiJa r_án su b_arca todos los ma-rinos qu e p retenda n s ustatmr al capitá n Ma te0. Felisa es mujer d e mu~ho j uicio, Y la exp_eriencia adquirida en su ma trimomo le valdr~ de conseJero. D e ese ped ernal no sacará n adie_ chrsps.s:. - Esa- d ijo con m s~l encia el g ua rda-no tie ne · h ue so más be ndito q me las d em ás he mbras. Caerá corno tod as. - i P rohibo a 'tlsted' t<Dn:a r en s u boca el nombre d e esa señora ! Oyose @ecir a 'dun~ d~oz e?tera, enér-a · !a dora de Jllbat}. contem a m rg n acrón. o tea, reve

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-¿Y quién es el que lo prohibe? preguntó el guar·da, buscando con la vista a su inte rruptor. -Su hermano: José Rafael Atienza. Ya lo sabe .usted. Era efectivamente Pepe Rafael que había e ntrado en la sala, sin nadie advertirlo, a l fo rmular e l g u a rda .su desconsiderada opinión. -¿Conque usted es d on Pepe R afael ? Me a legro ·de conocerlo-díjole el aduanero, midiéndole con la vista de piés a cabeza. -Y h a llo muy e n r azón el cui·darse de evitar que se empañe el buen n ombre d e s u familia; pero lo que yo he d icho es un elogio, si se compara con lo que repíte el vulgo a boca lle n a . . . . - Pues no me he e nterado d e ell o . ¿Y qué es lo que dice? -Que se h a robado usted a sí propio un ca ballo, para que no se descubra \) Ue ese anim a l y el .fmperdi.bie, d esaparecido en U tuado, son uno y el mismo . ·. . . No bien terminadas esas frases oyóse e l estalhdo de ruidosa bofetada; la mano de Atienza h abía caído de plano sobre el rostro del aros ero funcionario. Incorpo~os e és te, tirando del s~ble, po:>ro al esgrimirlo, ya Attenza había requerido d e lo interior d e s u gabán un puñal de do s filos, arma que desd e la noche de su e ncuentro con Geora e n o a b a ndon aba. Fué aquel movimiento impulsad~ por la n atural defensa, a l ver ~ue se le acometía con un a rma cortante, p e ro tan mm ed iato se hallaba d e s u inte rlocutor que, al extender el brazo a rmado, el puñal se clavó fatalmente en la carn e. El guarda dej ó caer el sable y se desplom sobre s u asiento. - iLo mato! ovóse decir a dis tintas voces , dis persándose los circuns-tantes a toda prisa, antes de que 1legase la Justicia, que llegó . . . . a recoger un cadáver. El arma había entrado apenas en la región intercostal, pero lo suficiente para producir la muerte.

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Sa l va d or B rau

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El caso era g rave, p ues q ue se tratab a d e un agen te de la Au toridad , es d ecir, de a lgo q ue participaba d e a tribucion es c uas.i..di..'lina.s., según las tra diciones colonia les, y sólo con much o dinero y mucha influ en cia p odía suavizar el rigor d e la ley que recla m a ba: / " C?j o por ojo ; diente por d iente." D on J osé R a fael A tte nza fué p rocesado co mo homicida, y sus bie nes se~u es trados por órden d el Tribunal. Su persona no m gresó en la R eal Cá rcel, porque buen cuida do tuvo. él en no d eja rse atra p ar. P ero aún d e bía agrava r.se a quella situación. Mientras s e cursaba n la s diligencias s uma riales del homicic;lio, presentós e en el p ueblo un viajero, proced e nte d e U tua d o y co n ca rta s d e la Ca pita l q ue le r ecomé nda ba n a la eficacia del Alcalde. Era el de eño de E t hnperdibte, has ta quién lleg ara ofic io so..an.Qill_rp~ p a rticipá ndole la apa rición de s u ca b allo, s u posesión p or Atien za, la confirma ción de tod a s s us señas " el sitio d onde se le ten ía escondido, mien tras se le em b a rc aba para el extra ngero . · ¿Q uié n pudo ser el a nonimis ta? N adie lo sospecha ba""' pero el a viso 'q uedó confirma d o. El caba llo se encontró en una fin ca próxima al litoral que p resta ba g ua rida a los m a tutes de Santomas . Y conducido a la a lcaldía. e ucontrósele en el tes tu z una cicatriz, efecto d el cauterio co n q ue se había hecho desaparecer el m ec honcillo de nearas crines q~ e le carac teriza ba . Aquello fu é el..,colm<? .para la fa milia de Atien za. D na cond e na por homicidio no era d esonrosa, con la s a tenua ntes que p rovoca ra n el. atentad o ; una se nte ncia por robo de caballos, que obligaba a pasear la librea d el p residia rio p or la s calles d e_ ~a capita l, .bariéndolas dia riamente con el a rillete a l pte, no admitía a t enua cion es. Aún s u poni: ndo-Y er a de s uponer se-.- que en la s ustanciación de l proceso lográse proba rse la m complici- ' d a d d e don R afael, coj ido e n las red es d e un profesio-

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nal del hampa, su crédito y su nombre quedaban las timados, y sólo el tiempo q ue todo lo consum e, podía apagar los fuegos dela maledicencia. Reconociéndolo as_í, la fa milia acordó apelar . a la fuga a S a nto Dom mgo. L a isla vecina, independizada d el poder español desde 1821 prestó, inconocientemente por mucho tiem po, a brigo a cuantos, criminales o inocentes, apelaron ~ la fu ga en Puerto Rico para escapar d e los Tribunales de Ju sticia o de las iras gubernam entales . Un bote de pescadores, tripulado por a lgún lobo d e mar, depositaba en las playas más inm edia t as a la isla de la M_o1:a a l fugitivo, que:se confiaba a la hospitalidad dommicana casi siem pre con buen éxito. A este recurso acudió la familia d e Atienza, auxiliá ndose de un audaz marino a l que apellidaban El Canamán, quién se comprometió a practicar la traslación sigilosamente, pues, a d escubrirl o el gobierno o _a lgú n sabueso chismorreador, su p risión tenía que ser m evitable . . Triste fué el m omento d e d espedirse Rafael d~ Fehsa. L a dign a señora se consideraba causante de aquella desgracia cua ndo, en realida d, ell a h abía procurado encauzar la conduc ta d el herm ano en tiempo oportuno. Y asi lo reconocía él, a tribuyendo\ en desdic~a al re~ cor de George. -',Es él decía, quién h a espiado !fl!S actos ; él ha escrito ese a nónimo que me infama lnJUStamente, pues yo no he ido nunca a Utuado . E! c:'lballo ~e fué vendido en Caguas; no por un propietano, es Cierto, r. ero sí mediante matríc ula q ue nadie h ubiera supuesto falsa. ' L a maldición de ese h om bre m e per·sigue, Felisa, temo que este jadios! será el último que n os damos. lgo me sobrecoje y acobarda; dudo de t odo y creo ue más me valiera concluir con la vida de una vez.

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l Salvado r B rau

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P~o~uró la herf!lana animarlo, y para desvanecer· sus fat1d1cos presagws le puso al cuello un medallón de · plata , octógono y cubierto de signos,. pendiente de una cadenill a d e ig ua l m etal. - ' 'E s te es un talismán, en que mi marido tenía g ran ¡:e'-1 ~ dij o a~ anudá rselo-_P rocede de Pales tina y en s u mte nor encierra una astilla de la divina cruz. E l lo llevó siempre al cuello, satisfecho· de s u eficacia· lléva lo tú lo' mism o, y confía en Dios , que pronto vol~ ­ v erá a r eunirn os p ermitiéndonos obte ner tu indulto. A horas altas d e la noche logr:ó embarcar, sin dificultad, el fu gitivo, e n la barca d e El Ca r camá1t , fo nd eada en pla yu ela recóndita, pero ni d e él ni d e s u conductor s e t uvo jam ás noticia. Ni en S a n to D omin go · se ha lla ron. las hu ell a s d e Atien za,. ni .ht Carcamán y s u pequeña em ba rcación regresa ron a· Puerto Rico. Y po r fu e rza hubo d e a t1ibuirs.e a quell a desaparición a un na ufragio . . . · El ab is mo ha bíase sorbtdo . a l frá g1l barquichuelo, d esva niciéndose pre sto en el ol vtdo los no m bres d e Pepe R efael y su a co mpa ñ a nte.

VI Tal era la historia de lá~rimas evoc~?a en la m em oria de Felisa por la ingenutd a~ d e su hiJO. Por aquella fa miliar tragedia? a b~ndonara, diez años an tes, la noble señora, su· res1den_c1a urba~a, bus cando e n la tra nquilidad d e agrest~ r~ttro ser~mdad p a ra s u espi' r¡'tti , y d edicándose a redimtr, con m agota . ble , ca rida d la fa lta d e su h ermano! en qu e e 11a se a tnbma . · ' 'ó n pues Ja iracundia d e aqu el provocad a -, d Part tc1pac1 , fu era p or la in solencia murrnuracwn e que a ella se· hiciera ob jeto. · d · d y era r ealm ente.aquelirnpe tu e· tra . e _su hermano causante d el d elito por que se le p ersiguiera, pues , .


LEJA N lAS

con tinua d o el proceso en rebeld ía, provóse cu m plidamente la inocencia d e R a fael e n la sustracció n d el caballo, comprado a un tratante de Cag uas, contra q uién fu é fo rzos o e nderezar las actuacion e s. Q uedaba sólo la res pon sabilida d del h omicidio; g r ave, pero s in la afr entosa tacha d el la trocinio, y no d ificil d e s uavizar y aun de b orra r con un indulto, m edia nte la pre.s entación d el homicida y a lg una há bil aplicación d el lla m ad o unto de Méf ico , d e g ra n repu tación e n la fa milia c urialesca. E n tales circunsta ncia , n o d ebía inq uieta rse F elisa p orque llegáse a conocimiento d e sus a d olescen t es hijos el atenta d o cometido p or su tío, en d e fens a d el familiar .hono r ; a pa rte d e que el aparcero h a bía call ado discret a m e nte el nombre d el fugitivo. L a q ue p e rt urbaba a aqu ella dig n a mujer, pia d osa y c reyente, que e n el _o lvid o buscara a m paro a su angustia, era q ue a los dtez .a ños de ejempla r vida, cua ndo red im ida podia s u poner lo que se em p eñara en llétmar s u c ulpa, cor porizar se veía el fa ntas ma san griento d el pasad o, ren ovándosele las e mocio nes de a quella fa miliar trag edia , misteriosam e n te termina d a en las som bra, d est a cá ndose uno d e los actores, bajo su techo, e ntre el m o ntó n de lo s favo recidos por su bondad inagota ble. Pero ¿d e d ónde le ven ía n a Rey es los fundamen tos para sospechaP q ue El M úcara-desconocido en la -cos ta occidental-ha bía a com pañad o a El Can:amán a Santo D omingo? ¿ En q ue indi cios se a p oyab a p a ra suponer-le a sesino ? ¿Y có mo, siendo u n fiel serv idor d e Felisa, nad a le había ind icad o, acer ca d e esas manifestacion es q ue ahora m a n ten ía a bs tin adam e n te? P reciso era interrogar a l med ian ero, c ré d ulo como, por lo g enera l, son los J t"baros, pero hon r a do a carta cabal, cuya primera ind icació n sobre el .IV.íúcaro . tuvo Felis a por celos, n aturales en un · ser vidor a ntig u o a l -ver lleg a r lkgaT gente nu eva a la fin ca , p e ro q u e repe-


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Sa lvador Brau

t ida, a pesar d e la prohibición e n con trario d e la s eñora, y repetida al hijo , moviénd ole la juvenil imaO'ina ció n, a utorizaba a creer que algo de verdad se e;cond ía entre sus d icha rachos. Tuvo así el pa rlero Reyes q ue someterse a una inve5 tigación, por él m ismo provocad a, respondiendo a a m onestacion es acaso más severas por la serenida d del espíritu y la mod e ración en el len guaje de quié n las for mula ra . ~Ha '.'uelto usted-dijérale F elisa- a ocuparse, en malos té r mmo~, d e Matías, d espreciando mis a dverten cias . Y es ta vez con carácter más grave, p ues m i h ijo e s casi un niño, y en esa ed a d cuand o el corazón está bla ndo como le cera a la mas Jeve p resión, no a eben incu carse sentimien tos de odio con tra nadie, ni im presio na r el espíritu con fá bulas que, a d emás d e las ti mar g ratuitam e nte la reputación d e un hom bre la borioso. destruy en la ingenuidad juvenil, sem bra ndo dudas q ue cohiben la voluntad a l apagar la fe. ¿Q ué n ecesida d te nía usted d e llenarle la ca beza a mi hij o. co n esos c ue ntos acerca d e Matías q ue n ada le importa n ? . - P ues justa m ente por qu e Im portan a ~on Antoñito, y a us ted ta nto com o a el, fu e que los hice. - a sab 1 ~das d e que desobedecí~ a la señora , pero o.blig ad o a b uscar la manera d e evita r. a~go que veo vemr y q ue ·D ios nos libre d e tal d esgracia ... . . ~¿ Se propone as ustarm e? Ya ~abe que, por desdic ha, estoy cura d a d e es pa~tos. Diga, ya 9ue sólos e stam os , qué es lo que ocasiOn ~ su f.feoc ul?.a cJón. -Señora, ese M úcaro t1en e una hiJa co m o d e q uince años , con una cari ta de santa Y unos modos q ue na die la creyera capaz d e r.omper un plato, a unq ue por d e ntro d eb e anda~le la h1el negra d el pad re . . . . El n/iío Antoñ ito. q ue esta a hor.a co~do.. · n z a a~ luc_ir la cres· ta--.!.. ha v1sto a esa muchach a, vCO!nte

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al oírle pedir informes sobre ella, y al saber que voltea por El Manantial con frecu encia, cuand o u s ted le supone en la otra estancia-buscando ocasiones para recrear la vista, pero esponiéndose s.abe D ios a qué-he creído conveniente, antes que venirle a usted ·con embajadas que por obra de la mala voluntad h abía de tener, irme derecho contra el joven, para preve nirlo del precipicio que le esperaba. Porque, señora, el demonio no duerme, y ... . ¡mire usted que un tropezón lo da cualquiera! . ... y enredarse don Antoñito co n la hij·a del que mató a su tío .. .. -Pero Rey es-exclamó Felisa interrumpiendo al aparcero-otra vez vuelve usted a llamar asesino a ese hombre. ¿Qué fundamento tiene esa acusación? Y -cómo, viviendo en mi casa, ha dejado transcurrir diez años sin decirme: ''Ese es el matador d e s u hermano"? -Doña Felisa se olvida usted que E l M úcaro no vivía en estos barrios, ni ha venido por acá hasta que, por recomendación d e no sé quién, se hizo cargo d e El M anantt'al ¿No quise yo advertirla que ese hombre t enía mala fama, y se negó a oírme? -No basta decir, hay que probar. -Si yo tuviera las pruebas, d e otro modo andarían las co_sas; que no es Reye~ Q uiñ ones de los que tragan sahva cuando de contar la verdads e tFata. L o que yo sé no puede afirmarse a nte un Tribu n a l de este mundo, pero, dela n te de Dios, n o te n go miedo en asegura r que ese hombre, que vive tranquil o entre la s gentes honradas, carga s obre su conciencia la muerte de d on Pepe Rafael el herm ano d e usted. - Por presunción solamente no d e be hacerce tan wave imputación. Alg un os indicios h a brá recogido ... - Oígame, d oña. Voy a referirle lo q ue yo sé; d espués, con ese corazón d e oro que Dios le ha d ado,


Sa l va dor Bra u

juzgará , si Reyes Q uiñon es pien sa con acier to en musa rañas.

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cree·

VII ' Cuando su h erm ano tuvo aquel contra tiempo, a ca. b a ba· usted d e enviudar, p ero no s e ha bía muda do,~ a estas fin cas que el c~tán Mateo-m arido de usted -me: tenia confiad as. Era yo horn bre ca0ar( en ouena nora lo d igo) para la familia Atienza, y fu é por eso que me· solicitó su sobrino d on Fed erico, encargándom e buscar un m arin o capaz d e p oner en salvo a don Pepe Rafael en las costas de S anto D om ingo. Me avisté con El Carcam á'Jt,, hombre de pelo en p echo, contrabandista p ron to a ten érselas con c ua lquiera de aquellos corsarios qu e abusaban d e la b andera Colombia na, pero a q uien n o se le imputaban felonías, y q ue ya h abía, en dos ocacie nes, pres tado servicio ig ual al_ q ue se le r ecla m a ba . C onvinimos el via je en cua trocien tos pesos, la mitadp a gad a por adela n tad<;> . y la otra m itad entregad a por el propio VI~J ero a n tes. <;le poner los piés en tierra; pero s e a traves_? una condición qu e nadie sup o la s con ting en cias q ue 1ba a traer. C_?mo el viaje era arriesgado y , d e seguro q ue. a des_cubnrlo ~1. Gobierno se qu eda b a Et -Cil,zcam:án s ~n g ano~e,_ , exigió éste que un sólo hombre lo acompanase, ehg1e ndolo no entre l~s us uales tripula ntes d e s u barqui ~o, sino en puer to d1s tante sin relacion es en esta matncula Y d escon ocedor d el prófug o y hast~ del nombre de s u fa milia. E st as condicion es g a ra ntizaban la d efensa del astuto patrón, e n el previsor sup ue sto d e ur: soplo a los ca bos g ua rdacesta s , y evita ba n la sang n a de dinero co n a m enazas a noso tros. Arre o-la d o el viaje, fuí con d on F ederico a comp a ñ an d o a l ~iaj ero ha s ta una pl~y uela cerca. de G uaniqu zlla, d onde n os esperaba el bote escondido y se pa r ado de la p laya por la m a rea que com e nzaba a su bir~

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LEJANIAS

Aguardábanos en tierra .1!,1 Canamán, qme n llevó de las riendas él caballo de don Rafael hasta la borda ae la embarcación, evitándole mojarse las piernas. Ni don Federico ni yo vimos al otro marinero ni El Ca?'camán pronunció su nombre ni- dicho sea con verdad · - del aquel individuo nos ocupamos nosotros, entristecidos naturalmente con la despedida, aunque tanto s u sobrino como yo lo disimulá bamos, procurando dis traer a don Rafael, él que (Dios le tenga en su santa gloria) bien se temía que algo m a lo le iba a suceder. -¿Tuvo presentimientos mi 1herm a no? Inquirió Felisa, enjugándose las lágrim as que el relato de Quiñones traía a sus párpados. - Sí, señora; iba muy callado y cabizbaj o. Y a los dichos de su sobrino, que le prometía ir a busca rlo antes de un mes, recuerdo que le co ntes tó-iAy, Federico, me parece que no nos volveremos a ver. Sobre mí pesa una maldición!- Y como don Federe se ec hase a reir, diciéndoles :- '·¿ Pero de verás , tío, que us ted cree en esas tonterías de viej as co medoras de santos?" Le replicó él. - En lo que creo, a unque tarde, es en la justicia de Dios .... Y al des pedirnos, como se le e ncareciese a El Carcamán de nue vo, que extrem ase las a te nciones p::t.ra el viajero, con promesa de reco mpe n sa, exclamó don Rafael: ''Le advierto, patrón, que el mareo me rinde poderosamente. En c uan to eche a a nda r el bote seré poco menos que un leño. Q ui ere decir que a la merced de usted me entregó inevitablemente. - D e su vida respondo yo . con ;a mí a, contestó El Ca1'camá1t. Si no llega usted sano y salvo a su d es tino, de juro habrá que buscarme en el buche d e a lgún tiburón, a l que ha bré servido d e a lmu erzo." Así nos sepa ra mos, en un a noc h e seren a , estreHa d a , sin la men or nubec ita que anunciase tormenta . Después .... usted sa be, Jo mis mo que yo, la inu-


Sa l va d o r Bra u

tilida d d e los esfue rzos hechos para e ncontra r el rastro d e El .fudio, nombre con que estaba m a tricula do en la Capita nía de puerto, el bote de El Carcamáu . E~te­ como a Santo Domingo no iban e nto nces barcos españoles por causa d e la revolución-había apare ntado su viaje pa r a Santomas, des pachá ndos e en las tre ; d e mod o que la Marina, al ver que ni el barco ni Jos tripula ntes volvían e n todo un mes, solicitó inform es en la islita danesa que resulta ron tan inútiles como los que ustedes pidieron a Santo D om ingo. Nadie había visto a El fudiu, y en la cos ta dominican a del sureste q ue 'es dond e recala n los que de aquí huyen d e la justicia, aseg ura ro n que en mucho tiempo n o se había acercado por a llí ai aú n barco d e Puerto Rico. Por fue rza tuvo que pensa~·se en un na ufragio y resigna rse con sus cons ecuencias; sin em barg o hubo a lg ún interesado que ni c revó ni se resi<:oY nó,. sospechando cosas horri bles detrás .., . . . d e aq uella desapanc1ón ~mstenos a; Yo no sé, señora. s1 usted oyo algu na vez mentar ~asa Farfull ~ por m al nombre .L_a Guabina. :-.·-- ¿O"n a mulat~ que presta ba servlc1os d e co m adrona ?-preauntó Fehsa. _ y d e c ur a ndera, si se_ñ?ra. U n ~ l'!_.em br ot?- que pasaba por bruj a, porque a d1v ma ba el. sm o de la personas, preparaba bebidas para. c<:msegmr a n;ores )~ h acía . otras cosas que no son d e C:ns tJanos- segun de.c1 a1~ l.as ge ntes- e ro que n unca d16 que h ~cer a l<l: JU Sticia . p ra la muj er d e El Carcan~an. Mu 1er por la P ues esa e · o vo pero que 11u b 1era s1'd o capaz de d a, Cre - ' mano zur i\f 1· , · tar por s u hombre . 1 ' uc 10s meses des pues d ejarse m a · ¡ · 'b'd de Santo Dommgo os m formes que no d e · rec1 - 11tdzo r · b 1 os r a la esperanza d e d a r con }:.'! en · · . . d eJa a n . 1u<1a 11 ° presentóse ague a muJer en m t casa, mesaq u e 11 a 1s1a , · de lo aven·g ua d o, sorara cercwrarse t e, P perad a. ,men llff d me con esta preg un t a " . - ¿·y e n L a .LrLOJZa pren d te n o ? tampoco ha lla ron nada·


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-En aq uel islote no vive nadie- tu ve q u e contest a rle-¿ Q uién quería u sted que nos diese noticia~? -·-A veces la s piedras enseñan cosas qu e no saben los h ombres -replicó. Usted, por lo visto ig nora ·que esos botes que se dirigen a la cos ta dominicana con carga sospechosa, han de n avegar guardándos~ d e las lanchas cañoneras de acá y de los r aqu eros de allá. Estos últimos son de los· que dicen que cua_nto arroja el m a r a la playa es de quien se los e n cuentra, y ya s e supone que e l que ha d e fu garse como q on Pepe Rafael no lleva desfondados los bolsillos. Es así q ue los botes salen de aquí por la noche, con rumbo a La Jlfona; allí aguardan la noche inmediata para seguir el viaje, hallá ndose, al salír el sol, en vfa de r egreso. Puedo asegurarle que esa misma ruta pensó seguir Baldomero, y s in em bargo El Indz·o no tocó en La Mona. En a quella islita se hallaban dos barquitos, El V ene1 able y El Alcatraz con más de seis hombres acampados en tierra, que se ocupaban en la pesca d el carey. El p a trón de .l!"'l Ve?Zerable m e asegura que tuvie ron un tiempo m agnífico, sin una rach a de viento que diese porqué sospechar ese naufragio de ''El I ndio" e n que ustedes creen, y que s i lo hubo, d ebió ser casi a l salir de aquí, toda vez que la embarcación no se vió aparecer por La. Mona. Además, si pasó algo que hizo hundir e l barquito, lo natural fué que se ahogaran todos-siguió diciendo aquella mujer- o por lo menos, que de salvarse a lgun o hubiese venido donde u stedes o donde mí para con t a rnos el d esas tre. ' - P ero s i es que , jus tamente n o par ec e e l rastro d e ning uno. - ¡Y si yo le a segurara qu e es tá u s ted equiv ocado! ¿ Diria que m e he vuelto loca? Pues óiga m e , don R eyes : ¿ Cóm o se llam a ba el hombre que acompa ñaba a Baldom ero, en ese vi aje m a ldito?


r Salvador Brau

Tu ve que confesar mi ig nora ncia y explicar la causa, fund a da en la condición qu~ el patrón impusiera, oyendo entonces a Tomasa decirme co n voz tranquila :- ' 'Pues estoy más ap.elantada q ue usted. E se hombre es Roque Matías, o mejor El JJIH tcaro, como le lla m_a_n todos, y ese hombre vive muy tranquilo con su fam llta , en F aja rdo . Me q u ed é pasmado al escuch ar af-irmación tan s egu ra en boca d e aquella mujer, que me miraba sin parpadear, con unos ojos, doña, que brillaban como los de gato cimarrón enfurecid o . Me acordé de las bruj erías que achacaban a aquella mula ta, pensand o e n los medios d e que se habría valido, sin salir de aquí y con s us cortos r ecursos, para encontrar aquella pista, y como si hubiése leído en Jo oculto d e mi pensamiento, la oi preguntarme socarronamente : "¿No contes ta nada a eso? ¿Cree usted que an· ~ la brujería por medio? Pues se e~gaña: la explicaClón es bien sencilla , El JI!Iú ca?'O, a qUién h abía conocid o Baldomero en uno de sus viajes po r Santomas, y a l q ue contrató, por cincuenta pesc_:>s, pa~a que le acompañase en el viaje a Santo Dom~ngo, vmo en El Indí o, y e stuvo en mi casa casi escondtdo por las condic iones de re serva q ue Baldomero había impuesto, para no exponer su pellejo . pues una cosa era sal_v~r a un prójimo, y otra dar con el cu~rpo en el pr~s1d10 p a r::t toda la vida. De esas condtcwnes se cuidaba mucho El l l!l ú ca 1-o : N o conviene que s epa a lg uno que y o hago es te viaje· - re petía- el bote está desp achado p ara S a n tomas y ; llá ha de llevarme Baldomero a la vuelta . " Ya ve us ted don R eyes, cómo ~on_o~í a E l M ú ca 1- 0 , y có m o apre ndí e l n o mbre d e ~~e tn~1v1duo qu_: no ~1 e g us tó. y a Baldo m ero se lo d iJe :- 1 u coml?a n ero tiene mala cara ; es os ojos verdes y esas ba r bitas ralas, no son d e h o mbre ca ba l. Y _v oy a echa r la s cartas para 1:ia b e r si el viaje será fehz. Baldom ero conte stó:

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D éjate de agüeros, que nos harás mal de ojo. Y por no di -gustarle, no las eché. Bastante que m e pesa. -Pero, Tomasa- le dije yo.-Todavía no me ha .explicado por qué m~dios consiguió averigu a r que ese hombre está en Fajardo. - La Providencia, don Reyes , me ha ~avorecido. Hablando hace días con un marinero d e a llá que me trajeron a casa para curarle dolamas envejecidas, pe nsa ndo en la fa milia de El Múcm~o , pregunté cómo se las habían arreglado después de s u 'muerte, y s upe , con gran sorpresa, que él estaba vivo y gordo, y al parecer .n o muy mal de recursos. Y aquí me tiene u sted dispuesta a ir a Fajardo y al fin d el mundo, a ser preciso. Si El Múcaro está vivo trendrá que d ecirme lo q ue fúé .de Baldom ero. Aunque demasiado lo s upongo, p u es .él no era capaz d e un a in famia. Ese ca n a ll a Jo mató a tr aición , mientras don Rafael dormía. -Don Rafael se m areaba much o, díjele, recor.. dando lo que le oyera manifestar al emb a rcar se . - Pues, basta. No necesito sa ber m ás. Uno a uno, se libró fácilm ente de los dos . -Bie n, T omasa, pero ¿por q ué no cu e n ta u ste d todo eso a la familia, según me lo refiere a mí?. - Porqu e suponi endo que me oye$en, tengo p a r a mí q ue se tra s tornaría mi pla n. El Múcaro viv e sa tis fec ho de su malda d . Nadie lo conoce por aq u í más .que yo; nadie sabe allá qu e bajo su chaq ue ta d e ho m_ bre honra d o se esconde un ba nJido. Es n ecesario .que siga viviendo engañado, hasta que venga a mis m a nos una prueba para llevarlo a l patíbulo. O é l o Yo hemos d e caer, lo he jurado; s i m e toca a mí ya tiene us ted la pis ta d esc ubierta, y podrá revelar lb que en reserva le co nfío. Yo creo que la famili a de d on R a {ael no debe mover este asunto, pu és ni puede acusar a nadie, ni resuc itar a l difunto . Prom étam e .el silencio don Reyes: c u a ndo vuelva hablaremos.


Salvador Brau

VIII . Tomasa, pretextando solicitudes profesionales de se trasladó a Fajardo. Y a llí-en concierto coq los mformes -halló a El Múca1·o,· el mismo Roque Ma_tías que meses a ntes hospedara en s u casa de Cabo R ojo y de donde lo viera salir en compañía de E l Carcamáu, para dirigirse a Santo D omingo. Pero estupefacta quedóse la brava mujer al verse desconocida, en a bsoluto, por aquel individuo cuyos ojos verdosos y despobla da barbilla no h abía ella · olvida do un momento. -¿Q ue no me con oce usted?-exclamó a l oir aquella desvergonzad a negativa.-Y a Baldomero El Ca?Camán, patrón del bote .Indio, tampoco lo conoció? -¡Cómo he navegado en otro tiempo, y no hace ~u cho que estuve en Santómas, puede que lo haya v tsto . ... lo mismo que a otros .. . . -Y no fué Ba ldoroero, mi marido en persona, q uién lo acompañó a Cabo-Rojo, co~ tratado pa ra hacer juntos un viaje peligroso? Y hos pedado en casa y o bsequiado por mí ..... . - iDoñal si yo no sé d onde queda Caborrojo, ni jamás puse los piés por la Costa-aba/o ¿cómo ~s posible que haya visitado s u ~asa? E sta_ ~~-ted eqmvoc~da o, si a lgo quiere d e m í, vtene mal dmjtda. Soy bten co nocido en estos lurrares. aunque forastero. Ya para d oce años q ue di fo ndo en ~sta playa; aq uí m~ _casé y cambié la profesión de manno por la más pac1fica, de labrador. Casa por casa, ei?pezando por la del teniente a g uerra , puede usted tr p_reguntand <;> .. .. " El actor más diestro no hubiera sostemdo con mayor serenidad , con más perfecto ~plomo tan cínica afirmación, acog ida por Tomasa sm _desconcerta~se, sin que un músculo del sembla nte d eJase tr~sluctr el e fecto interno producido por tal d escaro. Bten c uaAdjunta~


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draba en ella el apod o d e Guabi?ta, q ue desd e njñ a se conq ui stara , con la viveza física e in telectua l q u ~ l_e concediera la na turaleza, pro p orcioná ndole los p nn c ipales resortes p a ra sus .emba ucamientos profesio n a les. Co mprendió enseguida toda la in expug na bl e e s tra t egia encerrad a en a quella negativ a d e E i M ú ca?"O, ya pre vis ta por ella en su conferencia can Reyes. S i sólo ella tenía n oticia s d e la coo peració n d e M a ti as e n la evasió n d e Atien za, y e sa coo peració n e n c ubrí a un d e lito, no ca bía espera r que la co nfesas e e l mis m o d e lin cuen te. D e o tra pa rte esa coopera ció n h a bí a ex ig id o el viaj e d e Matías a C a bo-R ojo, via je ig no r a d o e n aquell a comarca ; p ero ¿lo ig no ra ría n ig u a lm e nte e n Faj a rdo? No h a bía p or las Cabez as de San J u a11- a lg um a p ersona en actitud d e recorda r y proba r la desa parició n d e 1:}, M úcaro cinco m eses a ntes y la s cau sas q ue le dieran pretexto. E sto importa ba d es cubrir ; a es to co nven ía ac udir a l p on erse e n eviden cia el pla n d efe n sivo d e ;v!atías, no insistiendo en d1sc uti r su n egativa, a n tes bie n a p a rentado justifica rla . - S iendo así, ·n a d a m ás te ngo q ue pr e o-unta rl edijo, t ermin ando su visita .- H a brá sido un ~ am bio d e nombres . . . cosa fácil c on ta ntos a mig os como B a ld o m ero lle 1a ba a casa . . . . Usted me dispen sa rá la m o le sti a , a unque sólo lo bu sca ba ; pues! . . .. co m o a mig o! p ero, no siéndolo, n ad a tengo que h acer a quí. Q ué d esem e con D ios , y . .. . ; p erdo ne . . . . . ... .. .. . . ... . •

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No h ay p ara qu e ::;eguir, paso a paso a la p er se ve ra nte Tom asa en s us ladinos proced imie ntos. L ~ r­ g os d ías e m pleó en ellos, y bien a jeno se h a ll a b a d o n R ey es d e recordarla , cua ndo re pen tina m e nte la v io aparecer por la E sta1táa G?"ande, retozándole ·p icare sca. sonrisa en el rost ro. - iVam os! Al fin habrá d e co nvenir u s ted e n qu e


Salvador Bratt

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m is brujerías s irven pa r c;t algo. Así dij o, d es m o ntá nd os e d e la yegua , a pa reJada con ba nas tillas y acerico, q ue la co nducía. -¿ S e d escubrió todo ? Preg untó un tanto receloso el m edian er o . - i C a r a mba ! ¿ Nada menos q_u e todo? Y g racias" ho mbre , que tro pece mos con un hilo de la m ad ej a. ·- B ueno, pues usted conta rá! .. .. - Qu e s i no es por mi cen c·i a e n cosas d e fa ldas vuelvo co mo fuí, porq ue ¡cuidad o q ue está tapado ei hom bre ! Pe ro si el d emonio,. con ser ta n feo ha lló q uien lo quisier a ¿como.se ha bía d e q ued a r El Jlf/tcaro s in una d evota pa ra prenderle lá mpar as? - Y sospechando eso, fu é que .. - Q ue d escubrí una querinda nga que· ha bía a ba ndo nad o, s i señor. P orqae, desd e la fecho ría a qu ella , el homb re p r ocura extre ma r su título d e honrad o . .. . Y es qu e recela hasta de su sombra . E sa mu jer, q ue quería seguir s acánd ole los redañ os, vino don d e m í e n ~ o licitud d e un re medio qu e produjese a mor.. . . . y por ell a supe q ue h ace s ei"s m e~es estuvo l:.t JJ:f/tcaro a use nte, y al volve r, bie n for~ado de o nzas , dijo qu e había aan a do en Caguas un p1co gordo, en una jug ada d e l as~ u e a lll se a rm a n. Ade más estaba comis io nado· J:.a ra vender va ri as pre ndas de muc ho valor, entre ellas un brilla nte solita rio com o un a avella na, un reloj de or o monta d o en ru bíes y esm era ldas, y ¡q ué sé yo cua ntas cosas más ! El solita rio lo vendió e n S a ntó-· mas y el r elo j e n Nagua bo; co ~ o son pre ndas d e muc ho va lor a unq ue a mí me hub1ese so brad o el di ne ro no hubie; a podido r~scatarlos. P er o Matías . regaló a la que rida un r elican o de .pla ta co n una cade mta y . iaquí lo tien e us ted! . · · _¿ y es to qu e es? P_reg un tó R eyes, exa rn¡na ndo· el obj e to q ue T o rn a sa p oma e ~ s us m a nos . - E sto es un a sal•vaguardm &e esas qu e usa n los-


LEJANIAS

marinos; como S I fuese un escapulario del C á rmen: para no ahogarse; pero Baldomero no creía en esas <;osas: esa prenda no se la ví nunca. -Y don Rafael no era marino-arguyó Rey es.Además este relicario ha podido comprarlo El Mú cm -o, para regalarlo a su querida. - Así es; pero ha de saber usted que a l decírselo a ella le encargó mucho que no lo enseñase a nadie. E l le aseguró q u~ esa prenda traía suerte, pero que debía tenerse muy escondida para que no perdiese su virtud . Esos agüeros no los trago yo . E s condía la medalla porque al proponerle en, venta, podía desperta r 1a curiosidad de alguno . . . . - ¿ Y qué piensa usted hacer con ella? interrogó el medianero. · -Pues, por lo pronto, depositarla en poder de usted, con todo secreto. Con mis a rtimañas conseguí de aquella mujer que no pagase mis servicios r egalán dome ese relicario, pero en mi casita no está: s e o-ura de rateros. Yo he tenido que volverme para acá:::>porq~e El ]1/fúca?'O, que me seg uía los pasos, averi<Yuó mts amistades con su querida, y eso podría traern~e malas consecuencias. Ahora he de ir a Maya <Yü.ez donde vive el hombre que compró el reloj en Na ~uab~ y lu eg o averig uaré si este relicario fu é d e don :::>Rafa~]· cons eg uidos estos dos te stim onios, le a ñadiré el te;cero. El tercero, sí señor; porqu e hay quien vió a E l Jif?tca?'o en Cabo-Rojo, El estuvo todo un dia e n mi casa y .. . y o no vivía sola! . .. ¿ Va us ted comprendie ndo, d on R eyes, cuál es mi plan y cuá nto camino n evo h echo ? P ero importa que us ted no dig a ni m e dia p a l ab~a so bre esto, y q ue na die sospec he q ue y o he d e p_osita do en us ted estas confianzas. Cuando yo n e ceSite s u ' yuda, vendré a buscarlo . .. .. . ... .. . .. ... . .. .


S a l vador B ra u

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vista, d esap a recía e n un ince ndio dura nte la noch e, 1~ casita d e ta blas d onde h abitaba Tom asa, en un s itio a tsla d o, cer cano a la población . Pero, co n a som bro gene ' r al, a l co nc urrir la "Justicia a lluab ar d e la ca tástro f <=:· enco ntróse co n los despojos de la infeliz muj er, pend ie ntes de un a de las vigas, d el tech o. L a escasez del combus tibl e o la dirección del viento , a pa r tando las lla m as d e aq.uel m ad er o, h a b ían impedido la to tal com bus tión del cad áver, d eja ndo e n d escu bierto las hu ell as d e un c rim en . . No cabía suponer a T om asa pre pa rándose el suicidio p or s us pen sión y a la vez p r od ucie nd o un incendio pa r a ocdta rlo. L a intelige ncia me nos s agaz advertía u n ac to d e \·iole ncia en aquel· d oble s uces o . L a víctim a, sorpre ndida en él lecho mie ntras d or m'ía, n o pud o d e fende'rse d e fuer zas s uperiores a las s uyas ; pero no bas taba co nsu ma r el homicidio, a l a utor convenía d esvanecer s u ras tro y na da m ejor q ue un in cend io pa ra co nsegui rl o. L a pre vis ión fué ati nad a pe ro acc ide nte inesp era d o , c óntenie ndo la confl agración total puso el crim en e n evidencirl.. Más ¿ q uié n h a bía sido el crimi na l? ¿Q ué bruj ería d e La C 1tab·t'Jta ha bía provoca do aquella venga n za o aquel cas tiao? L os co menta rios popula re ; fu ero n m uc hos · las dTiicre ncias judiciales mu y cortas: valía poco aq u eÍia m uje~ para mo le_stars~ e n bu scar a <;! uien la ha bía q uitad o de en m ed iO, lzb1'a~z!o a la soctedad de sem eJant e ca 1'ga . S olo ~.eyes umo nes, a l ll egar a la E stancia C ra1tde la notiCia e a qu ella ca tástrofe, excla mó: - iDios la haya perdon ~d o ! , A ña die ndo e ntre· die ntes .. . . ¡Ha sido éH íha sido el! Y preoc upad o y ne r vioso, sin co bra r el s ueño· dura nte mu c has noc hes, , parecía receloso d e algo que n~· revelaba a sus a llega-· dos ni estos a certa ban a sospeeha r , 4


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IX Al terminar el m edianero la narra c10 n qu e, con len g uaje m enos pintoresco que el s uyo, p ero igu a lm e nte e xacto en pormen ores, :;e acaba de tra n scribir, Felisa, que le prestara muda a te nción , li m itose sen c ill a m ente a pregunta r: -¿De m odo que nad a hizo usted para continua r las a veriguaciones d e T o m asa? - L o q ue yo hice fu é procura r q ue no se esc a pase de mi boca el nombre de a quella he mbr a, evita ndo que s e me sospechase acons ej ador d el veng a tivo e m peño que traía e ntre m a nos . . i P ues no fl ojo :-;us to tuve q u e agua nta rme! . . . . Las noches me l ~ s pasa b a e n cl aro, e s pera ndo el tizon azo que d ebía redu cir a cenizas m i casa. --¿Es así q ue usted a tribuye la m uer te d e aquell a . ? . muJ er . .. ... . - A l:!t JVIú ctwo! . .. . C laro q ue s í. E l ho mbre d escubríó que el relicario estaba e n ma nos de Tom asa, y sospecha ndo lo q ue co n él iba a ha cer, vino calla ndito a a rreba tá rselo. · Y nme?'lo el pen-o se a cabó la ·r ab z'a. - Me parece q ue el miedo le aguza la m a licia . --H ay que pens ar siem pre d e lo m a lo e n lo peor. --Desd icha d os los ho mbres s i, pensá ndo lo asi, s obreviniese n las co nsecuencias. --Pero, doña Felicia ¿q uién podía te ne r t an mala volunta d a La Cuab·i?za.'<' ¿A q uié n aprovec h aba s u mu e rte? --T omasa era un a aventu rera q ue con s us e mb a ucamie ntos y s upercherías. ha bía d esunido m á s de un m a trim on io y m a nchado la reputa ción de no poc a s m ujeres. Y la justicia d e los hombres, a migo R eyes . p a rece ciega s a veces , pero a la m ira d a d e Dio s n o es capa e l m á s recóndito misterio. N o a venture us ted


Salvador Brau

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j uic ios te merarios y díga me q ue h1zo con e l ' relicario que le confia ra a quella infeliz. . -~Q u é hic e ? Esconderlo d onde no viese el sol. BaJo ~ J ete esta d os d e tierra hubiera querido e nterrarlo ..... . - E x traño q ue no s e le ocurriera ha bla rme d e él a lg una vez. -Bie n q ue lo pensé, cuando vino E t .!l'.fú caro y, record a ndo su no mbre y sus fechorías, tra té d e abrir lo s ojos a la se ñora . .. - P ero ¿co ns erva us ted esa pre nda? Q uisiera

verla.

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- \·o y a buscarla , inmedia ta m ente.

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d~~ ~~é·s·, i~

dig na se ñ ora exclama ba involunta ria m ente: iE s el mismo! Añad iendo. mie ntras d os lagrim as asom a ban a sus ojos. ¡Pobre Rafa el! ). - ¿ C on q ué era de d on P e pe? dijo e n to no de triunfo e l bue no de He \·es. Enton ces tenía razón L a Guabz"na. · - E s te re l ic~ ri o contiene una astilla de la verda d era C ru z y perte neció a mi ma rido, quien lo usó hasta morir- replicó F e lisa. - Al despedirm e d e R a fael, yo mis m a lo co lo-ué a s u cuello, recomendá ndole que tuviese fe e n esa ~el iq uia para salir de s u a batimiento. - Y com o el hermano de us ted no la regaló a El M úcaro . . . . -Ni en pod er d e Ma tías se enc uentra , ni de s us ma nos la ha recibido usted ta m poc?. E xpuso Felisa, s in d eja r pros eguir a l sus picaz labn ego. _ Y no he mos d e o lvida r q ue fu era n dos los acom pa na ntes d e mi herm a no . . - S e ñora, E t CarcaJIIán, era ~n hombre d e bien . . . - O ué cedie ndo a la te nta c•ón, a l sa ber que m i h erm an~ Il~vaba mu cho din ero, pudo concerta r co n un


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h ombre, d esconocido de todos nosotros la muerte del viajero, a rrojándolo a l ~ar en ve~ d e echarlo e n una costa d es ierta. Com etido el en m e n ¿quién asegura que no s urgió entre los asesinos la codicia, y que en la lucha, promovida por esa causa, le tocó creer a l p atrón y n o a s u compañero. ¿Cómo a usted, t a n s uspicaz, n o se le ha ocurrido suponer esto? -Es d ecir, señora . .. -Que si es te relicario hablara podria r evela rnos la verda"'d , pero, como no es así, h e mos de a t enernos a los hechos. Y estos dicen q ue Roque Matías está encomendado en Fajardo como hombre laborioso, cumplid or d e sus compromisos, y en los meses que lleva a l fr en te d e la finc·a que le he en tregado a medias, no h a d esmentido la recom.endación q ue a mi casa le tra jo . Dije a usted antee de hoy qu.e lo vigila ría, y vig ilado s ig ue. Si fué autor ó cóm p!Jce e n la muerte d e mi h erm ano, no puedo condenar]<;> por mera sos_F,echa. Diez años hace que Rafael munó, y tras de tiempo tan lar <Yo obedecer a las indicacio nes d e una e mbustera de b ' . oficio, que mintiendo se gan a b a 1a vJda, n o sería acr edi tarnos d e dü:cretos. Cuanto a l te rro r de los enamoriscam ientos d e mi hijo, t ranq uilícese usted. A<Yra d e cida q uedo a su advertencia y dentro d e un a s:m ana emharcará A ntoñito para los Estados U nidos, d o nd e p erm anecerá algún tiempo. M?terto e! p erro se acabó la rabia, como dice usted . Matías seg uirá en El .!Vía'ltant'i al mientras n o dé m otivo, con s u conducta, a d es' mercer mi co nfi a nza. Con e l relicario m e q uedo, prometiendo reco mpensar a us ted sa6sfac toriamente el h allazgo. Descon certado quedó Reyes a l oir tan inesper a da resolución , co ntra la cual no se atrevió a formular una palabra; sin embargo, resolviéndola cavilo~am e nte, al regresar a su vivienda, no se daba por sa tisfe ch o. - La d oña sabe m ás qué la s hormigas- pe nsaba


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en silencio- pero es cabeci-dura, come;> todas -las mu~ jeres. Ya estaba yo llenándole la panza al asesino de un hermano. Porque, no hay que dudarlo.: es él. L a Guab·i na vió claro. . . . Y la venida .de .ese hombre a esta casa no pudo ser para cosa b uena. No.. . . . . ja mi no me digan! Cómo no ha de saber é l que doña Felicia y d on Rafael eran herman<;>s. Y meterse así en la boca del lobo .. . . iTafe! Ahora caigo en la cuenta: La doñ a no lo despide ,porque, temerá que, en venganza, le queme la casa.o le d esjarrete lo mejor del ga~ado. ¿Es d ecir que vamos a traga1" M úcaro hasta hincharnos? Bueno será que yo yo vaya buscando donde tender mis petates; porque aqní van a pasar cosas muy gordas . . .. En fin, que yo he cumplido con mr con ciencia; si ella padece por temeraria, no me podrá echar la culpa.

X Días y meses han transcurrido, sin que los fa tídicos presa gios del asustadi~o Reye~ _hayan interrumpido el funcionamiento normal d el cortlJ O de Coscorrones . Más de un año lleva E l J11ií.cero en la aparcería d e E l Manantial, y lejos d e mostrarse la dueña descontenta de t al cooperación ha debido reconocer su utilidad en el acrecimiento de productos . .Cuando de esto se habla b a delante de don Reyes, obligado a reconocer la verdad, m ascullaba entre die~tes: ' 'L os pícaros tienen s uerte. " Porque, para el medianero, las acusaciones d e T omasa s e<Yuía n pareciéndole el Evangelio. 0 No era la opinión ganada en el barrio por M a tía s , hombre huraño, taciturno, que- como el ave nocturna . / q ue le prestara apodo-reh~ía la luz y el contacto so- // cia l, pero, ape gad o a l trabaJO ha sta el punto d e cons-

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tituír e n él la única distracción. Cuando las eras n o recla maban su cuidado , refugiá base en el boscaje, co n p retexto de podar frutales, des truír g us anera s y lim pia r m alezas, evita ndo su con curre ncia a ventorrillos y n egad o a los esparcimientos d e la gallera , y hasta a l t ra to con los esta n cieros vecinos . E ste retra imiento no le hubiera sido favora ble, m ás por fort un a s u fam ilia, servicial y comunicativ a , disipab a a fa ble me nte los efectos de aquella misan tr op ía , perdo ná ndose el avin agrado gesto d el viejo a nte la p lacentera locuacida d de sus hij as . L a m e nor d e é s t as: aquella que-seg ú n Rey es- provoca ra los en a morisc a mientos d el túño Antoñito, había sid o re qu erida en matrimo nio por un capa ta z del ing enio .1-Júsubal , m ozo d e bu enas prend as, y d oña Felisa, requerida com o m a d rina d e la bo j a , había ace ptado la desig nación. Dis c urrie ndo la buen a señora ha llábas e , acerca d e la m a n era m á~ provechosa •de cor res p0nd er a dicho m a drin az g~ . cuando sor prendid a fué por una fa tal notic ia . M atí ~ acababa d e caer d e lo alto de una pa lma real, e n mom entos q ue a tendía a la recolecció n d e racim os,· y p erdido e l co nocimiento, no d a ba esperan za s d e vida. Ordenó F elisa que se acu diese a l p ueblo, a revienta cincha , en solicitud del médico y d el cura p á rro c o, previendo un caso extremo, y ella en pe rson a, se trasla d ó a El J}/[anautial con las drogas y vendajes q ue co n sideró indis pensables. Su intervenció n pre ve ntiva d ebía ser toda úti l a todos los dolores del lesiona d o com o a la congoja de su a tribul ada fa mili a, m ás, p or d esgracia, e l golpe era de los que la cie ncia ca lifica d e morta l por necesida d. \ P oco tenía q ue hacer allí el m édico p ar a a te n ua r el pad ecimiento d e próxima agonía, y el pro pio enfermo, vuelto a s u conocimiento, pidió, con g ra n a ns ie.d a d , un co nfesor.

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Cuando el sacerdote, termin adas sus funciones, reapareció en la sala, acercóse a Felisa, pard. decirle con p~rsuasivo acento.-''.El enfermo la llama: necesita d e usted a lgo , que espero no le niegue. Se lo pido en nombre de Dios." ~ Felisa, entró en el cuarto del enfermo, y después de cerrar, interiormente la puerta, ocupó un asiento junto a l lecho, pálida y silenciosa . Matí~·s la s intió llegar, abrió los ojos y con voz trémula y a pagada dij o: - Q ue no me sigcrrr. . . es secreto. . . y muy largo ... -Es tamos solos, M a tías, más la debilida d d e usted no le permite habla r mu cho. • -Necesito su perdón. -Ya se lo he concedido. -¿Cuan do? Si no sabe .... - Más de lo que usted se imagina. ¡Vea eso!y extrayendo de un bolsillo el relicario adquirido porTomasa. mostrólo el moribundo, qu e se quedó a terr ado. - jSeñora! Y us ted sabie ndo.. . . -C ua ndo usted vino ¡¡. es ta casa no tenía de s u persona más in f~ r~ es que los. que trajo de Faja'rdo. Después me advirti_ó una voz mocen te q u ~ usted era uno de Jos d os mannos q ue se comprometieron a conducir un hermano mío a Santo Domingo hará once · años. Pedí pruebas y. me trajéron ese relicario, prenda d e fam ilia que yo misma puse a l cuell o del• desd ichado R a fael a l d espedirnos... Us ted creyó destruir esa prueba, reduciendo a cenizas la qüerida de su cómplice, amontonando crímen sobre.críf!l~n inútilmente. E l ojo de Dios lo ve todo y su JUSticia llega a todas partes! - i Perdón, sei'íora, perdón! Balbucía ht Mtca 1-0 castañeteándoJe de terror Jos dientes . ' - i Perdón !-Repitió Felisa, bailada en llantoy no perdoné ya? . . No le dí sobraElG pan p ara su fa-

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milia? N o ~e proporcioné tr'!-nquilidad para qu~ pudiera arrepentirse r..',. Yo ,Pude denunciarlo a la Justicia, pero, con eso no recobraba la vida de m i herm ano querido, y en cambio castigaba a las inocentes hijas de usted, a frentad as por su padre al subir al patíbulo. Con entregarlo al verdugo sólo hubiera conseguido añadir nueva san gre a la derrama da . L e dejé vivirvigilé su conducta; comprendí que el remordimiento 1~ atormentaba y. .. iya ve usted! el día del juicio llega. ¿Cree usted que le bastará mi perdon? Y Et Ca?"'Cam án. y Tomasa, y jsabe Dios cuánto más? .. . ¡Desventurado! • -¡Ah, señora! Et Canamán fué mi perdición; me propuso acompañarle en la condución a Santo D omingo, de un hombre que huía del verdugo y llevab a el riñónb ien cubierto. No hay que traer recibo de allá-me dijo-porque se le tiene que echar en la costar y allí é l se las entederá con los vaqueros. Pues, en vez de descargado en tierra, lo echamos al agua. Y partiremos el bollo nosotros ¿sabes? Lo menos dos mil pesos. Acepté ... . Yo no sabía quien era ni como se llamaba aquel hombre, que cayó en el bote cerno un Jlllluerto. Mareado, sin sentir lo que le hacían, no pudo d efend erse. Et Carcam-á,1t le amarró un lingote a los piés, y entre los dos lo ech amos al mar. -¿V~vo? . .. ¡Qué desalmados! -Al caer en el agua lanzó un grito terrible, g rito que no pudo olvidar , que oigo hasta en sueños . .• El Carcamán dijo: Nadie podrá acusarnos de h abernos ensa ngrentado las manos. - iMalvadol --No lo sabe usted bien. Aquel hombre, después de empujarme al delito, qu_iso contentar~ ~ con una miseria. Recla mé lo convemdo, me prometw a rregla rlo en tierra y . .. ¡vi claro! El uno estorbaba a l otro. Luchamos, y el demonio me favoreció. Et Carcamá1-z.


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d esapareció como había desaparecido el viaJero ... . Me encon tré rico ; dos sortijas que valía n un dinera l, un reloj d e oro con su cadena, un cinto de cuero lleno de o nzas espa ñolas .. .. pero ¿cómo llevaba todo eso a tierra ?. . . Sin El Ca1rcamán no podía volver a CaboR ojo donde el bote era conocido . . . . Por suerte trop ecé con una ca noa de pescadores, le pedí auxilio y desfondé mi bote a hachazos. Al s altar a la ca noa con mi caudal bien apretado al cuerpo, El ¡;ndz'o se hundía en el fondo d el mar con mi secreto . . . . E s condido en la casa de un a querida, a guardé algún tiempo, pero n a die m e solicitó, ni una oalabra se escuchó sobre lo s ucedido. Me creí feliz ; y me propuse serlo, viviendo tranquilam ente con mi fa milia, cua ndo un dia se m e a p a reció una mujer . .. jun demonio! solicita ndo el pa radero de E l Canam án . Era s u querida ; la única persona que me conocía en este pueblo. · En su casa estuve, traído p or Baldomero, y, enterada de nuestro viaJe, debía tarrroíeñ est arfo d e lo demá s . . . . Mi perdición era segura, si aq uella mujer h a blaba, porque, aunque no pro base toda la verdad, mi buena fam a de honrado s e concluiría . Y mi fa milia, mi ~ hij as, por las qu e yo h a bía h echo aquella atrocidad, iba n a ser es carnio d e cha rla ta nes envidiosos. Me negué a conocerla y ella a pa rentó conform arse, pero m e sonsacó a mi q uerida, sa có partido de sus celos, y consig uió ese relicario q ue me ha en señado usted. Cuando lo supe perdí la cabeza; m e vi e n el p atíbulo y cavilando, cavila ndo , resolví quitar d e mi cami no aqllel estorbo . ... - L a cad ena d el crímen- exclamó Felisa.-Un es la bón enla za a o tro esla bón . ¿Q ué ob t uvo usted a l ensañarse con aquella desgra ciada ? ¿Po r qué no ofrecerla a lgo de lo q ue a su marido arreb a tó? - E so hubiera sido reconocer mi culpa , y o bligar· m e a ser su escl avo para taparle la boca . . . . Verdad e s q ue no m.e libré de ell a . D esde q ue m urió l::t veo


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por tod as p artes. Decían q ue era bruJa y • • ide bía s erlo ! Algú n m aleficio suyo me pe rs1~ ue ; p oco ,a p ~co h e p erdido cua·nto te nía ; ningún negociO m e sa h ~ .bien y sólo a l venirme a esta casa he log ra d o tra n q mhzarme .• .. Por fin, voy a descansar . . . si m e perd ona Dios ! -Y por q ué d ejó a F aj ardo? .. - P or miedo a la leng ua de a quella q u e n _d a , a la que ta l vez conta ra T omasa algo. Y yo n o qme ro q ue .que mis hijas sepa n qu e las m a n os d e s u p a dre se ~ an .teñido en sangre para d arles p a n . ,. . . Q u e n o ca iga sobre esas inocentes la c ulpa m ía. -¿Y a l venir a mi casa ig nora b a usted mi paren t esco con su víctim a? - Completamente. A El Carca11zán le co nven ía el secreto y a mi no me importab a co nocer e l . n ompre del q ue iba a d esaparecer. Es a hora q ue lo he sabido por el señor cura. Es él quien me ha r evela d o q ue 1,1sted, m i bienhechora , era herman a d el h ombre a cuya vida at enté hace once a ños. E s el c ura q uien me h a orde na d o pedir a usted U!J perdón q ue d e bie ra soli.citar d e rodillas y que no m erezco, bien lo sé. ¡Soy un criminal! Pero mis hijas . . . . mis in ocen tes .hij as . .. . -Tranq uiUcese, M a tías. E sa exaltación le p er-j udica, a grava ndo su es ta do sin n ecesida d. Si mi .perdón pued e contribuír a que el Juez Sup rem o le otorg~e clem encia , ya lo concedí. T od os pecam o s e n la -vid a , y p reciso es p erdona r a los que no s agr a via n pa·ra lograr a nuestra vez que n os p erdone Dios. Si te n_iendo en mi s m anos pruebas d e que bajo s u laborioSl_d a_d se escondía un delinc uen te acosad o por el re m or·d lmie nto, a n a die lo revelé ¿p or qué, a l m orir u s ted, h_abría de incurrir en una indiscreción inútil para s u castig o Y g ra ndemente p erjudicial a s us infortuna d as hij a s ? So n ellas p or ventura responsables d e un acto d e loc u-


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ra pa tern a que desconocen? D escuide usted, que m i a mpa ro no les faltará . Recobre la paz s u espíritu y ol vide y a lo terrero para recurrir a la misericordia del Altísimo . . . . Yo ta mbién he apelado a ella-añadió llora ndo la bond adosa s eñora . -Yo ta mQién he pedido clemenc ia ; no para m i sino para ese infeliz herm a no q ue, al huir de la venganza de los hombres, . ha lló, para cortarle el p aso, la infl exible justicia de Dios.

Aq uella misma noche dejó El )lfz'tcaro d e existir, e nca rgá ndose don R eyes, por orden de F elisa, d e llen ar , al dia sig uiente las fo rm a lidad es parroquiales del entierro . A l apisonar los sep ultureros en la fosa el ataúd, corno a lguno de los concurrentes dij ese, e n h onor d el m uerto :- " ¡Q ué buen hombre hemos perdido!" el imperté rrito m edianero replicó en voz baja, rie ndo mefi stofélica men te : - jVaya que si era bueno! . • . Pero as egurad o b a jo esas siete cuarta s d e tierra resulta mejor . . .•

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LA PECADORA ESTUDI O DEL N A TURAL. A la memoria del sab io y car itativo médico por torriqueño. D r . d on Félix Gar cfa de la Torre y A rroyo Pichardo, p at rio ta de aust era de e jem p laridad. Consagra esta siempreviva. perfumada por e l recuerdo y la gratitud.

S . Brau.

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Corría una d e esas noches del eq uinoccio d e Otoño, preñad o de te m pesta des en la zon a regiona l d e las A ntillas. L a d e nsidad d e las nubes, inm óvile5 en el espacio, oculta ndo el fulgor d e los astros, envolvía la tierra en profunda lobreguez, in terrumpid a, a mtervalos irreaula res, por el fu gitivo centelleo de esos relá m pagos ~ue los cam pesi nos d e P uerto Rico desig na n con el gráfico nombre_fuszlazos, y q ue, obs ervados en a quel mom ento, parecían incendia r la exte nsa faja boreal del horizonte. E l calo r na tural de la estación sentíc.se c.ún má s sofocante, por e l enra recim iento d el ambien te y la calm a absoluta d e la a tmósfe ra.


LEJ.ANI.AS

No se escuchaba el más ténue crujido en la a rbole d a ni en los cañavera les cercanos, y hasta esos rumo res nocturnos tan perceptibles e n los campos, l?a~ecía n h a lla rse b ajo la acción de soporífero adorm ecimiento . S ólo el gárrulo murmurio, mo nóton o y acom pasado d e a lg ún arroy uelo, a l mofa rs e de la torpeza d e las quijas empeñadas e n obs truirle e l paso , o el rápid o aleteo d e sigilosa ba ndad a de .aves, q ue muda ba n d e a lbergue, presintiendo acaso cerca no p elig ro , turba b a n el silencio y la calma d e aquell a noche. E sa calm a suele s er, cas i siempre, precurs ora d e g ra ndes convulsion es atm osfé ricas, y pocos en verd a d , con ocedores del fenó meno , se hubieran a rrie sgado e n tales c ircun sta ncias a aba ndo na r sus morada s, p a ra recor rer ca mino s extrav iados po r parajes dis tantes de la s p ob laciones ; sin emba rgo cua lq ujera d e m is lecto res q ue hubiese querido acompaña r me a l ba rrio de P alm a S eca en el distrito mu nicipal de -::· tH:·, a l res pla nd o r fos fo rescente d e los fusi l~z os indicados, h::tbría podido observar , m archa ndo por mezq uino sen dero, i.ln g inete q ue a rra strab J. a la vez las asperezas d el terren o , fr a go so . y accid entad o, y la inminencia de los pelia ros . constg utentes a un huracán próxi mo a es ta lla r. El cum plimiento d e im perioso deber o imprescindible neces ida d debía n de im pulsar, por tan d es ~e~to sitio y _en h.ora semej_a nte, los pasos· d e a q uel vtaJe ro , a q u1en sm duda a sistí¡¡_ g ra n conocimiento top ográfico del barrio cua ndo presci nd ía , en absoluto, de toda clase de acompañante . A pesar d~ ese conocimiento, fáci l era a divinar cuá nto preocupab an a aq uel hombr e los a m aaos de te mpes ta d, cad a vez co n mayor persis tenc ia ; po~ más qu e , ocultándole la eerrazón in tensa la s a nfractuosida d es de l camino, lejos de es polear su cab alg adura par::t a lc':ln za r el lla no, donde serpea ba la car retera , v iérase obligado a a tenerse a l in stinto del noble animal, p a ra ~


S a lva dor Bra u

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no dar con su cu<:!!rpo en el fondo breñoso de a lg ún barra nco. D e repente un grito agudo, especie de a larido lúg ubre, exhalado por humana voz, he ndió el es pacio, interrumpiendo el silencio de la noche y h aciendo estremece r ligera m en te a l solitario viajero. Alg uién había dejado de existir por aq uellos contorn os , y el g rito de ' '¡ Can'dad pcw D ·i os/" que acababa d e o írse, al anunciar el aco ntecimiento reclamaba, en nom bre de un 'sentimiento cristiano, los auxi1ios de la hum a nidad. E s ta antigua práctica, ya' caida en des uso en los ca m pos de Puerto Rico ; especie de telegrafía fu nenaria d e incontestable utilidad, d ada s la s condicion es en q ué p Jr la rgo tie mpo han vivido s us habitantes, debía s er co nocida del ginete, <lsi com o la form a en que soliera llevarse a ca be, pues, con teniendo al bruto, tra tó de orientarse en las tinieblas sobre la procedencia d e semejante clamor. Presto quedaron s atisfechos s us d eseos: a intervalos igua les y con m avor intensidad. repitióse otras dos veces el a la rido , obse-rvándose a l mismo tiempo la hu mareda de pequeña fo o·ota en la fald a d e un a ltozano s ituado a cor ta distancia d~l sendero que pisaba la cabalgadura. C asi simultánea m ente con la vibración d el último g rito, s intiese co mo un estremecimiento general de la natura leza: ronco y prolongado silbido, arran can do a l parecer d e las leja nas profundidades del valle, vin0 a q,ue.brarse en las cañadas y vericuetos d e la sierra, multiphc:-1 ndose hasta lo infinito s us ecos. como no ta fundamenta l p erdida e n los intermina bles registros de un ó rg a no formidable. Agitáronse al mis mo tie m po sorda mente las hoja s d e los ext ensos cañaverales retorciéro nse los á rboles e n verti ginosa covuls ió n y dna ráfaga de a ire cálido, impreg nada de a romas indefin ibles, barrie ndo im pia -


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c a blemente la tierra , trocó de repente en desord e n ado tor bellino la misteriosa y lúgubre serenidad. E ra el an uncio d e la tempestad qu e iba a desencadenarse; el preludio de salvaje melod ía fúnebr e , e ntonada por la naturaleza cb mo himno, tal vez, de des p edida, al inmortal e.spíritu que acababa d e des pr end erse d e la vida t errena, a.b andonand o el pes a d o e incóm odo ropaje carnal. E l preludio terminó; la calma tornó a r establecerse: la tempestad tomaba aliento p ara desarrollar con m ayor ímpetu su furor. Así debió comprenderlo el \l'iajero, pu es irg uiendo el cuerpo que había inclinado sobre el c uello d el cab allo para oponer menor resistencia al choq ue d e l ven d aba!, clavó las espuelas en los hijares del b ruto, . y se e n caminó, a campo traviesa, hacia el luga r en d onde seguía humea ndo la fogata. S i mis lectores d esean conocerle, sig amos tras é l. II A corta distancia de la hoguera y m erce d a su s rojizas lla mara das, divisábase miserable cab a ñ a , por cuya ab~rtura principal, con honores de p ue rta, a som ó, al o1r el galope del caba llo, un la brieCYo d e tan m ezquina condición como la choza, a j u zCY~r por s u d esarrapado traje y enflaquecidos mú sculos. E s te h ombre co ntestó al saludo del recién lleCYado con e sa tímida afabilidad na tural en el fíbaro, c::'uzán,d ose d esd e luego e ntre a mbos las s iguientes frases: - ¿Eras tú quien gritaba ? -Si, señor. - ¿Quié n ha muerto aquí? - iAy , don ! ~s Cocola (7:·) mi m ujer, que h a en treg·ao su alma a D10s. *J ccocoln.» diminutivo familia r d e E scolás tica.


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--¿Y quién supones que ha de vemr a tu casa en noche semejante ? -Es verdá, don, que con esta manguera que se nos viene encima no se atreverá nadie a dejar su rancho, pero yo estoy inválido, y sin más compaña que dos criaturitas, y no tengo siquiera con qué amortajar a mi mujer. Grité caridá a ver si Dios se compadecía de mi Y' me mandaba alguno que me acompañase en el velorio. · - Pues Dios te ha oído, dijo el viajero descabalgando. -!Cómo, señor . . . ! ¿ usté . . . ? -Sí; yo te acompañaré. Me es imposible próseguir la m.archa, y por mucha lluvia que penetre e n tu casa, nunca será tanta como la que me espera a campo raso. Además, has pedido a uxilio en el nombre de Dios, y no puedo negártelo. -iAy, don! exclamó el jíbaro conmovido. Él se lo pagará! Pero mi rancho es tan pobre que no va a encontrar usté ni donde sentarse. -¡Bien, hombre! Permaneceré en pié; no te inquietes por eso. Pero, date priesa; no hay tiempo que perder: quita la montura al caballo y mira si tienes modo de atarlo en paraje seguro, mientras se disipa el temporal. -Sí señor; descuide usté, replicó el labriego, y tomando el caballo de la brida, se dispuso a complacer a su huésped, en tanto que éste ponía el pie en el umbra l de la cabaña, descubriéndose al entrar con la misma respetuosa cortesía que si hubiera penetrado en un templo. y a era hora: gruesas gotas de agua impelidas con violencia, empezab~n a caer. L a tempes~ad, contenida un momento, 1ba a d~satarse en torbelhno desenfrenado. Pero ¿quién era aquél caminante desconocido?


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..., Q uizá s pued a descubrirse e n el curso de es ta na rra ció n; p or a h ora, fuer za ser á que mis lec.to res se confo r ~ en con saber q ue era p ersona de m ed1a n a esta tura }~ b1en p ropor cio na d os m ie mbros, q ue rebosaba a p n m e r a vista elegancia y distinción ; p ero distinción , n a tura l, es p ontá n ea, co m o cualidad . in gé nita d e . s u or g a nism o; imposible de confundir con es a es tudia d a a fect ació n q u e s uele producir el ba rniz socia l o el d e s e o d e bie n p a recer. El s embla nte de aquel ho mbre res piraba b o ndad y sim p a tía . Notá base, en a quellos ras gos fi gs io n ó micos , a lg o de los que la tradició n atribuye a l h ij o d el carpintero judío: la misma p ureza d e líneas ; ig u a l tinte d e la ng uidez m ela ncólica ; idé ntica fuerz a irresis tib le a tra y e ndo e inspira ndo respeto a la vez. C o ntribuía a h a cer mas sen sible t al s e mejanza , la ba rba corrid a , q u e p r o lo ngaba el ó valo correcto d el . r ostro, y el la ¡;go cab ello c ast a ño q ue la nieve d el tie mpo co m e n zaba a e m b la n quece r. S u s ojos gar zos, dulc es, móviles y e xpresiyos, d esp ed ían e n cie r tos instantes , inte nso fulaor ; diríase q u e upa c hispa misteriosa los ilumina ba co~o i lumin a e l es p acio, en· n oche a l pan~cer ser ena: des l umbra dor d est ello d e p od erosa elec tricid a d . S u fre n t e e s pac ic sa, prolo n gada hácia la extr e mida d su per ior d e las sien es, s urca ban acentua dos plieg ues no b ien j us tifi ca d os to dav ía. por la acció n. d e los a ños : las vig il ia s ten ac~s del estudiO, preocupacio nes d e la vid a 0 d e u na fa t1g,osa p rofesión deb ía n de h a ber contribuido a a h o nd a r aq u e ll os t r azos indelebles. . Ves~ía el d esconocido, t raje co mpleto d e tela d e hilo-tr aJe pla ntad or q ue d iría on novelis ta e u r o peo - d e co r te Irrepr och a b le y c uya bla nc ura form a-ba c o ntras t e co n el p a ñuelo neg ro d e sed a , que a n u d ado c uid a d osam e n te a l c uello, servía le d e corba ta . E n un a d e s us manos, r <:>sg ua rda d as por g u a nt es d e ga m u za c e ni-

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cientos, manos pequeñas que envidiaría má~ de una da ma d e gran tono, cimbraba ligera fu sta con empuñadura de marfil, completando el equipo, flexible sombrero de Panamá y ligero sobretodo impermeable, recogido sobr e el brazo izquierdo . Al penetrar en la choza, d ébilmente iluminada por la a hum ada luz de a lgunas astillas resinosas que ardían en un extremo, entre varias piedra~ destinadas a servir de h ogar , tendió rápida ojeada el visitante, como bu~cando a lgo que debiese merecerle preferente atención, y, logrado sin duda su deseo, empuñando un a de las encendida s teas, se adelantó res ueltamente hacia el fondo del recinto. Allí se alzaba, sobre cuatro groseras estacas, uno de esos tabladillos que los viejos q.mpesinos d e Puerto Rico ll amaba n ba1'bacoas, lecho tan incómodo como humilde, donde, con entera mezcolanza d e edad es y sexos , solía entregarse al descanso toda una familia. Describa mos e\ local, ya que hemos dibujado el personaJe. I nútil d e scripción, - puede que murmure a lg uno¿ Qu ién no ha vis to un ?'a1tc!IO en Puerto Rico? Verdad que sí; má s es fácil que algunos creen h aber los visto, no sepa n lo que en s u interior encierran . Al c~ nt emplar, desde lejos, esas ¡::intorescas cabaña!:~r aciOsamente colocadas en la falda de ondul antes col i n a ~, sombreada s por el lustroso follaj e d el bananero y d e la palma rea l, por entre cuyo ramaje, balancead o consta nte m ente por las brisas m arinas, ca rg adas d e aromá ticos eflu vios, penetra n, como al través de entrea bierta celosíri m orisca , los rayos de espléndida l~z solu; seducidos por 2.guel cuadro, exuberante de v1da y de co lore ~ , que se c ~c-: bca · sobre un horizonte en que el zafir se transfonna en acero buñido y las vaporosas gasas roban a l r)ro , a l carmín y al 6nalo tod os sus tinte s , muchos qu izás ha brá n sentido agite:..cias

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tod as las fibr a s d e: su corazón p or la m us a p ast oril ; por aquella musa q ue insig ne su s ins piró a l m a ntu a n o a dmirables églogas, a l c onte mpla r sin duda las campiñas sicilia n as d esd e las clásica s a lturas d el Pau s ilipo . Quizás más d e un a imaginación ju venil , arro b a d a en sueños de inefa ble ventura, h a brá e nv idia d o la p ose sión d e uno de esos a gres tes nidos , p a r a t rocarlo en santua rio de sus ideales amores, suponie ndo q ue has ta alli no pued e llegar el vértigo de la pasión des b ordada , .)('n i las b a n ales preocupa ciones d el mundo civilizado. ¡Oh! . . . ¡cómo ::;educen··las a parienc ias ! ¡Có mo la p oesía d el sentimiento puede embellece r y d esfigurar la á rida prosa de la realidad . . . ! El interior de nne stro ?ohio, lla m é mos lo a sí, pues que p or e se nombre s e d es1g na n en Puerto Rico e sas cab a ñ as mis erables , ab ar~a~a reducido perímetro, s in subdivisiones ni compa rtimientos. S a la, c ocina, alcoba , co m ed or, t odo se ha lla ? a r_en?ido en una sola pieza, d e ntro d e a q uel espaciO _hmltado y cubierto por rama je s eco de palma, soste mdo a su v ez por e ndebles varales d e m angle, a ta d os co n recios beJucos a las c uatro estacas que form a ban los á n g ulos d el re cinto. Otro m ad ero c entral s ervía para sos ten er el ca b a llete del cobertizo, p~ndiendo de él Y de uno d e los á n g ulos exíg ua y prin g osa h a maca. . Al hablar de h a mac a no se Imagine alg ún lector poco avisado en las cosas de nuestra tierra, que s e tra~ ta de una de e sas r edes de flexibles y delicadas mallas entretejida s con la fibra d el útil agave amer i cano , cono~ cido vulgarmente con el .nombre d e mag 'z.t,ey, Y las que m ás de un a dusto moralista e xecra como generadora s del ocio sin duda porque no ha g u st a do s us d ele ites L a ha m'a ca q ue contit uí::t F:l" mu ebl e principal d e aqueÍ bohío, ~ e ha lla ba fir tn ada pm g roseras ca bullas , tre n zad as r.? n la pa ja que e nvuelv e las m azor ca s d el maíz a nnJadas e ntre s í con cortezas de 1na;"agua, y a fe q ue:

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ni por su enana extens ión ni p or su negativa s uavida d, podía prestar aquel uten silio aliento a la holgan za. -Gra nde d ebía de ser el cans a ncio d el que, plegad o s obre aquellas cuerdas , lograba da r d esca nso a s us fatigados miembros. Y sin emba rgo, esa gro sera ham aca era el único sig no que revela ba en a quella morada , ese ins tinto de comodidad inna to e n el hombre así salvaje com o civilizado. D esprovisto el suelo d e pavimento, m ostraba por todas partes la tierra d es nuda , fétida por las suciedad es d om ésticas y rebla ndecida constante mente p or la · humed ad d e la llu via y el rocío, que penetraban por los claros demas ia do visibles del techo. Alg un os cat.zbaz os en un rincón , uno q ue otro caldero d es portilla do j unto al hogar, toscos y m oh osos uten silios de la branza arrinconad os en un extremo, y un a rca d e m a dera desvencijada y mugrienta, completa ba n e l aj ua r d e a quella mora da misera ble . Pero aú n nos queda a lgo por d escribir ; a lgo q ue no e n va no ha bía solicitad o con preferen cia el via jero, a l pen etrar en aq uel sitio. S obr e las mal unid as ta blas d e la ba?'bacoa , teniend o por único jergó n raíd a estera de pa lma , yacía el cuerpo d e una mujer , c uya s for mas rígid a s y d emacra d as se dibujaba n bajo los pliegües de haraposa ma nta d e india na, descolorid a por el uso. L a mu erte , al enseñ orearse de s u víctima , h a bíale impreso sus reflejos ca racterísticos , ace ntua ndo con s us matices terrosos la a marillenta palid ez del sembla n te . L os ojos d e a quella mujer, extrem ad a m ente a biertos, d es taca ban el n eg ro intenso de sus p upilas d esde el fondo d e 'as hundidas cuencas, cla va d os, a l pa recer , en lo infin ito, com o si el último es tertor d e la agonía los hubiera sor prendid o , tra ta ndo d e vislumbra r las soñad as ri beras de ese edén d e justicia ofrecido a


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los los desheredados de la tierra como suprema consolación. El cabello negro, lacio, profuso y enmarañado, encuadraba el rostrq, bello en mejores días, a juzgar por la corrección de sus principales líneas, desfiguradas ahora por los estragos de la e nfermedad; lo5 labios carnosos, lívidos, entreabríanse aún a impulsos de la contracción final de la catástrofe; un a mano crispada, asiendo el ligero cobertor, habíale replegado convulsivamente, dejando al descubierto el pecho d esecado, huesoso, mientras el otro brazo, rígidamente ~xten di­ do, parecía querer atraerse una criatura de, cortos meses que, d esnuda en absoluto, dormía profundamente, ofreciendo sing ular contraste junto a aquel cadáver. Otra niña de pocos años, con la cabeza hirsuta y el endeble cuerpecillo mal cubierto por un gu iñapo de gucia tela, stntada sobre el duro lecho, miraba con ojos es túpidos en derredor suyo, azorada por la presencia d el extraño o amedrentada por las ráfagas del viento huracanado que sacl.lClía furiosd.mente la cabaña. ~l desconocido, levantand o en alto ·a rudimentaria antorcha, contempló largo rato aquel cuadro de d esolación. Su mirada escrutadora, compasiva y severa a la vez, lo abarcó todo, sin ma'nifestarse sorpre ndido por la acció n devastadora d e la muerte, ni po r las manifestaciones más horribles aún de una miseria cruel. Aq uella serenidad debió haberse educado en la ob servación frecuente de espectáculos sem eja ntes . En la expresión de aquella fisonomía, profundamente indagadora, no era dificil adivinar a un atleta de la c iencia, habituado a luchar con la muerte junto a l lecho d e los enfermos y acostumbra do a descifrar, ante el enig m a de un cadáver , la inte nsidad del rayo misterioso que le anonadó . del . Abstraído inmóvil, analizando los detalles . COnJunto, y uniendo los recuerdos d e su práctica expe)


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rimental a las facultades inductivas de su imaginación, trataba sin duda aquel hombre de recon struír en su cerebro las peripecias angustiosas del drama cuyo desenla nce le arroja ba al paso la casualidad, c uando sintió tras de sí los pasos del labriego, que, de regreso de su fae na, se le acercaba sigilosamente. Volviéndose entónces hacia él. preguntóle con interés. , --¿Q uién asistía a esta mujer? Y elfíba?'O, titubeando, como si no hubiera comprendido bien la pregunta, respondióle: -¿Asistirl a ... ? jpues . . . ! yo, cuando mis doLamas me d aba n lugar. -No es eso. ¿Qué médico curaba a la enferma? --¿·M'e d.1co . . ?. N.mguno. -Es decir que ha muerto sin auxilio alg uno, sin q ue n adie le brindase compasivo socorro. -Remedios no le han faltado. Por Semana S a nta, Ct:Iando tuvo esa chiquita, como ya se q u-:-jaba de un desas1tsiLi o en él pecho, la partera dijo que era viento con sa1zg·re, y le compuso una botella .. . . -jYa!, d e ve neno. Siempre la preocupación" ·ignora nte; se huye de la ciencia para caer en un crimin al charlatanismo . Pero, vamos explícame el por qué d e ··l no llam a r a un facultativo. - j S omos ta n pobres ! -Esa no es un a razón. L a Beneficencia provee de médico y medicinas a lo s vecinos que carecen de recursos. -Pero hay que ir al pueblo, que es tá muy lejos d e aquí, y perder e\ jornal de un dia en la hacienda, q ue hace tanta fal ta para comor, y después pedirle a l señor cura una papeleta, en que le diga al señor corregidor que uno es pobre de solemnidá y que vive como Dios manda.. . -B ueno ... ¿y qué? -Es que el señor cura me la hubi era negad o. "'i


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-¡Hola! ¿Acaso eres hombre de malos antecedentes? -No, señor; yo nunca he comido con el su~or ajeno, ni he vivido de hacer trampas en el jueg o, m le he ocasionado daño a nadie, ni siquiera guardado rencor. Yo no he hecho en mi vida otra cosa que trabajar como un negro. . . ¡y sufrir . . . ! ¡Ay, don! ust~ no sabe, ni siquiera saber lo que es la necesidá . . . S1 esa pobre que Dios tenga en el cielo, pudiera h ablar, le diría si fuí honrado con ella y si tengo buen corazón ... Y los sollozos, ahogándole la voz, no le permitieron proseg uir. El huésped, conmovido por lenguaje tan ingénuo Y por aquellas lágrimas tan elocuentes, dejóle disipar los recuerdos punzadores q ue sin duda le atorm e ntaba~, Y después de un momento reanudó la conversación. -¿Cómo, asistiéndote la conciencia de tu h onrad~;' pudiste suponer que el párroco no la recor:oceria? • -~s que yo no esta ba casado por la I glesia. 1- '1<. -~Ah! Comprendo; eres uno de tantos . . . El conc ubm ato por todas partes ! ¡Vicio capita l! -No fu é por vicio. Cocola era mi prim a -he rma. h • na Y ne.cesitábamos dispensa, t . -.c. No lo sabíais a ntes de uniros? ¿Por qué no lo te 1s. P~esente, al menos tú, evitá ndole a ella su duevsi!5 rac1a r

t

-~u d~sgracia no la causé yo.

-c. Q~e no fuistes tú? E xplícame e~ o , entónces: n

-:-Sena el cuento muy la rgo . Y . . . ¿par a que ecesita usté saberlo? -¿Para · · te?· .N que' reclamabas ayuda hace un mstan ~Loha~ pedido caridad en n ombre d e Dios? . y s neos no tienen caridá con nosotros. -c. q Uien · ' te ha dicho que yo lo soy . . . ? .j. La::


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aparienc ias . ... ? Pues te ea gañas. N o soy más que un obrero com o tú ; sólo que c ultivamos ca mpos distintos, y en el mío ha y frutos que te' hacen fa lta. El m édico qu e no has solicitado p a ra cura r a tu muj e r, lo necesitas a hora , fo rzosa mente, pa ra a testigua r la e nfe rm ed ad d e que h a sido víctim a; ese m édico ha entra d o conmigo en tu alberg ue. - jCÓmo! ¿ Usté .. .. ? ) ¿ Co mprendes a hora como puedo darte - Sí. ayuda ? - P erdon e us té, señor d octor , yo no s abía . . . - En cambio, yo sé que la cons unción qu e· h a produc ido la muerte d e esa infeliz, no es, en todos los casos , consecuencia exclusiva d e la miseria. L os ricos ta mbié n la sufren. Y como tu s p ala bras m e hacen sos pecha r la iniervención d e un agente principal en la d esd icha que te a queja, de a quí q ue , no por si mple c uriosidad sin o por d eber, procure s a berlo todo. j H a bla ! Tiempo hay d e sobra ; el tempora l me d ete ndrá aquí tod a la n oche, y ya que n o tienes una cam a p a ra ofrecer a mi cuerpo, prestarás a mi espíritu una nueva ense ña nza. - j Si usté lo m a nda ... ! - No ma ndo; d ~seo. P ero a ntes q ue otra cosa , impor ta retirar las niñas d e ese sitio . L a proxim ida d d el cadá ver les perjudica . -El caso es q ue no te ngo donJe r,ecogerlas . El doc tor revolvió la vista por la d esabrigad a es ta ncia c uyo suelo surcaba n las co rrientes producidas por la lluvia ex terior, a qu e d aba n acceso los inter sticios a biertos e n el techo d e ramaje por la im petuosidad d el vien to 'y , fij á ndose en la reducida ha maca, la señaló a l la briego con un ademá n, d iciéndole: - ¡Allí! Y despleg a ndo el impermeable que con servaba e n


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el brazo, ·extendió un extremo sobre las c uerdas d e aquel lecho colgante, y colocadas las dos criaturilla s una aliado d e otra , arropólas con el otro extrem o d el abrigo, imprimiendo a la hamaca lig ero vaivén . Recogiéndose luego s91Jre el a rcón , dispúsos e a oir el relato d e su huésped, quién sentá ndose a s u vez sobre un rollizo fragmento de ma dera horadada , tosco utensilio a plicable a la pulverización del café, se expresó en estos términos.

III ' 'Cocola era hija de una herm a na · d e m1 madre que murió de esa enfermedá qu e llamaban el c ólera, dejando a m i p rim a muy chiquita. H u érfa n a y sin m ás d olientes que n osotros , se recogió en c a s a : un ranchito que teníamos en un con·Úco co m o · el p uñ o de g ra nde , resto d e la fi nq uita que nos d ej ó m i padre . Erá mos pobres y se a umentó la familia, pero n o n os pesó la carg a. Cocola tenía mi eda d, aunque era m á s fu e rte q u e yo ~ m ás alta y sobre todo más a legre. Mi mad re la qutso como a hija y me enseñó a. llamarla hermana. Juntos crecimos , teniend o tod o el cam po por nue s t ro, como dos clzamor1'Ítos, partiendo el boca d o d e c or::tida , cuando mi madre podía dá rnoslo, y com pa r tien do el hambre cuando no hallá ba m os más q u e agua o alg un a fruta p ara desayuna rnos. Así pasó el tiempo h asta que p udimos se r útiles p a ra tra bajar , y entonces nos fuimos a arre a,r b u eyes a l trajndte d e una ha cienda . Canta ndo sa llamos d e casa a l acl a ra r, ca nta ndo no s pasábamos el d ia , da n d o v~ e l tas con la mzj'arra, y canta ndo y brin cando volVI ~ m os d el tra bajo al cerrar la noche, disp u est os a seg Uir la tarea af otro día . i Qué buen tie mpo aquel! j P t:ro no podía durar. .. !


S a l va do r Bra u

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U n día vino del pueblo doña Ma riq uita, la dueña d e la h acienda , conoció a Cocola, y como le gustase a l v erla ta n dispuesta, le propuso llevársela pa ra hacerla u na mujer. Mi madre lo consintió. · Triste fué pa ra mí el momento d e separa rnos. - ~ ' ¡Adió s, J osé María! " Me 'dijo ella, risueña siempre. Yo volví la cara - llqrando , para no verla marc ha r. ·· Aq uel dia n o fuí· a l trabajo; y tentado estuve d e no p isar o tra vez la hCJ,cienda , pero la necesida d m e obligaba a volver. u . Verdad es q ue mi trabajo no fué y a . el mism ~ · S entía corno si me hu biesen quit~do la mita d de las· fuerzas. No me im porta ba n nada los regaños y mala s p a labras de los m ayordom os ; quería estar sólo sin sab er por qué, y para logra rlo dejaba a m edio a ca ba r mi t area, da ndo m ativo a que me amenazase n con d es pedirme por ha ragán. Co n el viaje d e Cocola parece q ue nos hici~ron 11tal de ofo. Mi m adre cogió ·un pasm o lavando en el río, y, a l volver un a noch e a casa , la e nco ntré sin sentido. Días d es pués la llevaron a enterrar. E l com is a rio s e en cargó de pagar los gastos , q uedá ndose con el camtco y la ca sita, q ue, según d ijo, no daban ni para la mita d . También q uiso q uedarse conmigo , pe nsand o cobra rse el resto, pero y o me fuí a la haciend a y , co mo la moliend a iba a concluirse, me me tí a saba1lero . Aquel oficio era bueno pa ra mi tristeza , y con el m e volví m ás hura ño que lo ~ anim ales que ten ía encarg o d e cuidar. Al amanecer ~ m e iba a la sabana co n e l g an a do a ag ua ntar sol y a gua como Dioe qu ería ; d e n och e m e acostaba con los perros e n una bag·asc?'a, y el)real d ia rio que me pagaban lo d aba a una negra vieja que m e compra ba las mudas de coleta pa ra vestirm e y m e d aba algo d e comer.

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Así llegué a mozo, y es facil que hubiera lle gad o a viejo, p ero. .. ¡Jo qué h a d e suceder! Hubo una vez qu e llevar g anado al pueb lo para venderlo por inútil, y, con otro pastor, r~ cib í órd en de conducirlo. Obedecí como siempre , sin a leg ra rm e por conocer el pueblo, donde no ha bía es ta d o d.esd e que me llevaron a bautizar, y sin venirme a la m emoria mi p rim a que debía vivir a llí. · F ig úrese usté , señ or doctor , cómo m e caj ería de nuevo , oir que me gritaba n desd e un ba lcó n :-"¡J osé María! " Volví la cabeza y vi una mujerona a lt a, g ruesa, h ermosota , que me llamaba. - , " ¿No m e con oces ?- m e dij o- ''¿ N o te acuerdas de Cocola ... ? Era ella . sí, señor; co n su alegría d e siempre. Me había conocido ; pero yo no hubiera p odido c reer n unca q ue a qu ella mozo gordiflona . con un a color ta n sua v e como la fl or d el C7tjey , y ta n limpia m ente ves tida, fu ese la m uchacha desgreñada, s ucia y fipata q ue se p incha ~a los piés con el moriviv i corrien d o co nmig o, en otro t1~m po, por el pa sto . E ntónces encontré buen o q ue m1 m adre la hubiese d ejado ir a l pu eblo. A rre ando b ueyes o embzt?Tando caña, y resistiend o a g ua, so l y s e reno en la hacienda no hu biera pod id o ech a r a qu ell as c a rnes ni gasta r aquell os vestidos q ue tanto la e n g a lanaba n. Al verm e al lad o de ella co n mis ca lz on es a rroll a d os, las piern as ll enas de lodo, la camis a r ota y m i sombrero viejo y d eshilachad o por el uso , m e sen tí avergonzado , pareciéndo me que ya no éra m os ig u a le s, p ero ella me trató como siem pre, a nim a ndo mi cor ted ad. C ~ an do sa lí d el pueblo era otro h o mbre; por t od o e 1. cammo fuí pensando en Cocola , d ese a n d o ga nar d in er0 pa ra engalan arm e como ella y volver a v erla cada vez que quisies e. Al ll egar y a tenía a rreg lado en


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Srau'

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la cabeza la manera de salirme con la mía . Y así lo hice. D ejé d e ser pastor, me aj usté con un encabe::ado, y a los trabd.jos de tala a rrimé el hom bro . Como ganaba bastante y no tenía vicios, pronto tuve con qu e hacerme de ropa buena, con m i chupa larga como los m ocitos del pueblo; eh apodé el matofal d e greñas que 'tenía en la cabeza, com pré un clzong·u ·i to con sus aperos, em ban asté mis piés en unos zapatos bien .cru gidores, y cuando estuve em paq ueta do d el todo, volví al pueblo. S i señor ; volví otra vez y seg uí volviendo cad a vez q ue pud e, sobre todo en los dias de fies ta. 1 Poco pod ía habhr con mi prim a, pues doña Ma ri~ quita era muy mirada con s us sirvientas, y como Cocola e ra su brazo derecho, la tenía tan recogida . .. Pero yo m e conformaba con verla y d ecirle ' 'adiós, " a l pasar p or delante de la casa a tod o correr de mi .flocho. D espués me marchaba a la hacienda satisfec ho, a cojer otra vez mi azada, dejando g ua rdados los zapa~ tos y los trapitos para el viaje sig uiente. Así dz'ban las cosas, cua ndo un dia vinieron a avi~ sar me a la talol q ue Cocola había llegad o a la haciend a y m e aguardaba en el trapiche. As usta do con la noticia d ejé el trabajo y corrí donde ella.... ¡Q ué fa ta~ lidad ! señor, q ué fatalidad . U n hijo de doña Ma riquita, que andaba pasea ndo ~ allá p.Jr u nas tierras q ue llaman el JVorte. había ll egado meses atrás resabioso como potro falto d e ag·zta de?~"as.

S e encontró, de manos a boca co n mi prima, tan red ondita y tan en sazón... . le hizo la rueda, y como ella era una paloma sin hiel, y luego ta n blandita de corazón .. . . ¡sucedió u na diablura! i E sas cos1s ya se sabe que no pueden tenerse escond idas mucho tie mpo; doña Mariquita olió el pesca·-


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d o y echó por la calle del medio, poniendo a mi prima e n la p uerta, con lo encapillado: lo comido por lo servido; sin d arle un real por sus jorn ales d e tan tos años y sin importá rsele nada de lo que la p obre llevaba enci ma .. .. ¡que , mírese com o se m ire , era la m ism a .sangre de aquella d nña! Señor d octor, cua ndo la m uch acha , m uerta de vergüenza, m e con taba todo es to, se ntía yo una cosa que m e subía y me b ajaba, y se me agarraba al gañote con ta nta fu erza qu ~ no m e d eja ba h a bla r. E n la hacienda , a l que, muerto de sed , cor taba ~ u na caña de mano m ayor , lo llevaba n a la cárcel por ~ l_a~ró n . Aq uel hom bre ha bía robado a u na m_fe_liz lo unrco que tenía , y en vez de ma ndarlo a p residio , la ·Con dena ba n a ella a morirse d e hambre si no quería hacer otra cosa peor. C rea usté que me vinieron tentaciones de acabar .con él . . . . Pero me contuve. No por mied o, n o ; el que, co mo yo, es ta ba acostumbrad o a suge ta r un toro por los cuernos, pod ía hace r b a ila r, co mo un fuso, a aq u.el parefe?'O esvaneádo ; sin embargo , y o er a un poTSS b re jornalero que ni ha bla r sabía, y él estaba p odrido ~ d e cuartos ; con m atarlo no recupera ba mi prima lo perd!do ; hace rlo casar no p_odía ser, porque h a bía por med10 la lim pieza d e sangre y aunque nosotros éra 1' m os blancos por los cua tro costad os. ¡Vaya u sté a · p_ro ba r en ningun tribunal qu e un pobre es igual a un neo .. .. . Si llego a quejarm e , de seguro qu e m e cu elgan a m1 el muchacho y, por calumniad or, sab e Dios s i t engo q ue irle a tra baja r a l rey de b alde a lg unos años . iNad a ! Merca llé. Lo que ha bía que h acer era reco~e r a aquella d':'sgracia d a y echá rm ela ~ cu es tas , 1~ mtsmo q ue la cría c uando viniese. a l m und o. Así lo hice. Dejé aqu ella fi nca donde no nos co n venía seguirme fu í a otra, encontré tra b ajo, ped í un ava nce, empe;

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ñando mi libreta de jornalero y con ese recurso me hice de un r a nc hito , en los mismos terren os de la hacie nda donde me dieron a rrimo. Meses cl espu és tuvo Cocola un a chiquita, la ma yor d e esas dos, v e ntónces nece.sité hacer nuevos empeños. Mi d eud a ¿ recia , porqu e me carga ban pre mio toda!: las semanas, y así no podía ahorrar, porque todo lo gastaba, pa ra que mi p rima tuviese cua nto le h acía fa lta. Ella que rí a a yudarme, pero ¿cóm o? En el pueblo la habían e nseñado c. hacer primores con l;:¡_ aguja, pero no sa bía lavar. pla nchar ni coci na r. y tenía que costarle trab r~jo aven irse otra vez a las fa tigas d el cam po. Lu Pgo la c;:¡rga que llevaba P.ncima, de sf.u és la criaturita que d ebió atender, y ... en fin. que a mi me g u.sta ba verla lim pia y msapatada como cua ndo vivía en el pueblo. Verdad q ue ella se lo merecía, sie mpre tan buena, aunque tris tona, me habla ba co n un cariño q ue me comía el alm a. Y lo que ella no pedía s e lo ganaba la chiquita, tan blanea como un copo de algodón, y to.n linda que parecía una hoja de ro!-a. En cuant6 comenzó a h a blar me llamó papá . .. y lo cierto es que la cuidaba como si lo fuese . Vivía contento, señor, pero las malas lenguas dieron en de ciar· que Coco la er a mi c01rte;'a . (+:·) Y o la quería muc ha , eso s í, aunque no se m e habí a pasado eso por la ca b eza; pero jvaya usté a inpedir un falso tes timonio! L o mejor era remedi a rlo casándonos, Y se lo propuse. E ll a al pronto se resistió, porque todavía se acord a ba d el otro, y luego .... ¡si éramos casi h erm a nos! Tuve que d ecirle lo que pasaba: po r más _que nos separáramos, las mal as leng uas no se callanan, Y, adem ás, ¿con q ué iba a vivir . . . ? P a ra casa d a no la había d e querer nadie des pués d e lo pasaclo . · · Al (*)

C o ncu bina .


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fin dijo que sí, d espués de jurarle por la s ceniza~ de mi madre, que nunca le echaría en ca ra su desgracia. En cuanto se supo por el barrio que nos casá bamos, empez:::~. ron a burlarse porgue yo recog ía d esperdicios ... Lo decía n por detrás de mi, pero no falta n un ca quien lleve y traiga, poniéndole a uno negra la sangre. Si11-vergiiencertas, señor; de ellas está lleno el mundo. S i uno las oyera no sabría qu e hacer. jVea usté! Malo si nos casábamos; si nos casába m os peor ... ! No hice caso; cogí el camino d el pueblo y; cátem e usté en casa del señor c ura ! Me recibió muy bravo; me regañó porq ue no h ab ía evitado los dícer es de la gente, y se resistía a creer que entre Cocola y yo no hubiese nada de malo toda vía; pero concluyó por aprobar el casorio. Eso sí , me contó que siendo primos hermanos nosotros había no sé qué impedimenta que no podía desatar é l. T eníam os _que pedir dispensa al señor obispo, y hacer u na porción de cosas más . En resumidas cuentas, que la boda me iba a salir por un ojo de la cara . o pedí rebaja , pero el padre ten ía palabra d e r ey; lo umco 9~e conseguí sacarle fué la promesa de empezar la s diligencias e1t cztantito le lLevase un p iqzdto a cu~n:a, dejando el.fin z.qzáfo para cuando viniesen d e la .suzda los papeles con el despacho, y hubies e que comen zar las amonestaciones. b Ya es to era algo, pero tenía d e malo q ue yo es taba end eudad0 de ena ntes, y co mo el traba jo es cas eaa, no h~bía que conta r con un nu evo ava nce, y m e nos tan crec1do com o el que me ha cía fa lta . No sabía que h a cer· qu , h b i · · ,en a casa rm e y pronto; me e ncocora ba n la s 10a hadun as, y ad em ás ya me había conven cid o de que ~ erm a{los no se miran con los ojos que yo miraba ~~ola . ~La malicia de la gente me había abierto el 1 ! qué tenía miedo . ! n o, Y .•. ipues

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iAy, señor! Por remediar aquel mal,. caí. en otro · peor. El d emon io me tentó a probar el. j.u ego.. Ello es que algunos e1tcabezados h abía n sacad0 los pies d el• plato con el naipe, y a unque sabía qu.e a muG:hos com-· pañeros míos los habían d ejaao sin G:a misa, siempre= oía decir q ue eso era la mala suerte . ¿Quién le había visto el pelo a la mía? Para saber si er.a buena tenía que probarla. ¿Y cómo que s~ la probé . . . ? ¡Y q u é perra me salió la ·i nd·i nal \ Ni el naipe ni los gallos tr ajeFon un r.eal de más a mi haber; a l contrario, hubo sábado que dej é todo el. jornal ea el mismo ventorrillo que había en la hacienda, que era donde, para más segur:idá,. se armaba el. enh"és. i-Con los gallos pasó a lgo pe0r. Distraído e n darles condición me quedaba en casa, perdiendo el dia; luego que el pollo que me habían vendido por· i1tgl és era mestú:o, o si salía bueno en la tala1t_q tte1'a, todos g anaban m enos yo, porque no entendía b ien aquellos bereng en ales que se arm a ba N en la ga llera, y cuando quería cobrar las apuestasr me decían que n o· habían sido hechas conmigo. ¡Vamos.... qué por aquel camino no habían d e veniF los reales para el señor cura! Me convencí de que en el juego sería siempre p·icúa, y , por salirme de adentro, lo había, d ejad o, sino hubiera ·venido a hacérmele coger odio una desgracia . E ra un domin go de Pascua: ha bía desa.fio en el pue blo, y y o m e fuí con mi gallo g ·i ro Culeb?"a-un t?'es y cinco com o una perla-s eg uro d e traerm e un bollo d e pla ta aquella vez. C asam os uma pelea con un lorzg·ao gue llam a ba n Cotor1"a, y que, según mis cuentas, iba a es tirar la pa ta en un d ecir J esús. Así fu é ; d esde las prim eras entra da s mi ga llo achicó a s u e n emigo; y o te nía lo s ojos encandila d os d e gus to ; la gente se desgañita ba dá ndole á nimo a C1tleb1'a, todos iba n p or é l..,, U na ptztflaladn más y aqu ello qued a ba liste-


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cito, c uando pidió canro. S e levantaron los gallos por los coteadores, y ... yo no sé lo que le hicieron al mío, p ero lo cierto es que cuando lo soltaron otra vez parecía un potto mofao; en vez d e acometer aguantaba, yéndose de atz'tas. L os jugadores que iba n por él come nzaron a apuntarl e a l otro, para casar las apuestas, y yo quería metérmele en el corazón, cuando el píca ro se a cordó J e que era hijo de gallina, y el lorigao le sacó el resuello. Lleno d e rabia, cogí a Czttebra y me puse a registr:-a rl o, porque alH debía haber brujería, cua nd o oí q ue m e decía n: - ''Mire, do~t, fatttto scomo ese g ua rdé los para con arroz." L evanté los ojos. y . .. jen ma la hora! El de la cuchufleta er a el hij o d e doña Ma riquita; el si?tvergiienza q ue había desgracz'ao a Cocola. Yo no sé q ue me dió al verlo; me pareció que era a mi a l que lla maba fatuto ; un vaporizo se me s ubió a la cabeza, y s in encomendarm e a Dios, cogí a mi gallo por las patas y se lo estruj é en los hocicos. Aquella noche dormí en la bartolin a. Me siguieron un sumario; resultó, por mi libreta , que estaba en. tranpa do, como si fuera hacer trampas tomar dinero a cuenta d e trabajo, y como si la mitad de aquella deud a no hubiera venido de premios por la espera. Desp ués el embustero del comisario inform ó q ue y o vivía aco?rtefado, y, una cosa y otra junta, y los empeños d~ d oña Mariquita, que estaba hecha un alacrán porque le h abí.a ma ltratado a s u quere1tdón , hiciero n que el corregidor me condenase a d os meses de obras públicas con la tacha de vago y mat entretenío. \ 1 Vago .yo! q ue me había despezuñad0 trabajando d e.sd e que vme al mundo, y mat entretenío, cuando con mi sudor le d a ba de com er a l nieto que aquella doña ? ab~ a. ech ado a la calle . . . . ¡y dicen que hay JUStiCia! "'


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Aguanté m is dos meses picando piedra en el camino, comiendo funclt e malísimo, y renegando hasta de la leche que mamé de mi madr~, no tanto por el castigo injusto como por el pensar que faltánd ote m i socorro, Cocola no había de há.ll a r que comer ni q ué d a rle a s u hij ita. L a for tuna q ue ella m etió mano a un a petaca, y soltand o los za patos se ec hó a l río a la var . com o D ios le d ió a e ntender, y g racias a eso y a l p roducto de los gallos q ue no qu ise tener más e n mi casa, e ncontró lo bas tante pa ra no morirse d e ha m br e. ¡Con que g usto vi llega r la co nclusión d e mi cond e na .... ! Fué un sábad o, a la pue~ta del sol, cua ndo m e d ejaron e n libP.rtad, y sin d ec irl e adió:-< a nadie , ec hé a and ar el m undo de ca.mino que me separaba d e ·cocola . Yo no la había vuelto a ver d esde qu e entré en la bartolina, pues, [-ara evita r c hacha re rías , le ha bía a conseJad o q ue no viniese a l pu eblo, y aquella p rivación fu é la peor d e las penas q ue sufrí. ¡F ig úrese usté con qué gan as m e nea ría n las piern as c ua ndo m e a briero n las p uertas del cala bozo! Me a hogaba el d eseo d e verla , y m e pa r ecí a q ue alg una de8gracia me había de a tajar en e l ca mino . Corría co mo un deses perad o , la cabeza me d a b a vueltas co mo las m azas de un molino , y, la verd á , no sé com o no m e ro mpí el pescuezo cie n veces en un ba rra nco o no me qued é a tolla do en alg ún la pac h er o . Ya era bie n e ntrada la noche cua ndo llegué a casa. Cocola no esta ba prevenida d e m i vuelta, porque quise cogerla d e s us to. Al tocar e n la puerta, lla m á ndola po r su nom bre , tembla b a mi cuerpo, sin sab e r por q ué ; sentía las m a nos yertas, mi cara ec ha b a c hispas, _v el corazón d a ba brincos de ntro del pecho. ¡Q ué cosas, señor d octor. . . l Cocola conoció mi voz, y res po ndió co n un g rito: " ¡J osé M aría !" ¡Allá voy . . . ! y tal como esta b a en la ca ma se leva ntó a a brirme.


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Al verla delante de mi m e trastorné; la apreté en mis brazos como nunca lo había hecho; ella me echó los suyos . . . ¡pues... ! ¡qué iba a hacer. .. ! En fin, que fué un disparate pero no me culpe usté señor doctor... jTentaciones del enemigo malo .. . ! ¡Ya no t~ene remedio .. . ! Y el labriego, dejando escapar profundo suspiro, hizo alto un momento, abrumado por la vergüenza que le imponía su ingénua confesión. El m édico acudió en su auxilio. -No te culpo-le dijo-ni te culpará nadie que conozca la inflexibilidad de las leyes de la naturaleza a que hemos he de someterno s todos. En las condiciones en a ue te has vis to forzado a vivir, otros hubieran caído ~ntes qu e tú. Tú cediste a la traición, no a la tentación . . Enamora do de tu prima sin saberlo , hubieras segutdo tal vez sin da rte cuenta de tu p asión, a n o h aberse a lterad o los accidentes de tu pacífica vida ; pero la ausencia, el sufrimiento, la preocupa ción de su s o!e?ad! l_a excitación operada en tu organism o por las IU]us ttcias sociales , la hora mis ma de tu reg reso.. . todo contribuyó a tender una emboscada a tu volun tad, Y la na turaleza fu é im placable. . ~ada tuvo que ver en eso el d em onio , que si exts ttese, no floja tarea ha bría de ll ena r , tomando parte a la vez en los actos de todos los hombres. , P or. lo demás, ¿cuál fué tú delito . . . ? Así com o ~i0te U~ts te a l_a mujer querid a, sin m ás tt:stigo q~_e br ~· n¡ más vmculo que la v~luntad , cuenta n los nd Os sa ntos que se unió el pnmer hombre, el p a d re ~ tod as las criaturas, a la mujer formada con su propia carne. bNecesid ad es sociales, la morigeración d e la s cosum , el derecho d e las fam ilias, convenien cias mú t uas qres . ue s , · en a muy largo exp11carte a h ora , traJeron t


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luego la imposición d e una fórmula legal pa ra la unión d e los sexos, la R eligión s antificó esa fórmula, y es obligatorio r esp etarla; pero no fué culpa tuya si al quererle tributar resp eto, te en contraste inh abilita do para llena r tu d eseo. E l s acerdote que te negó la bendición nupcial , porque no te nías d in ero con qué satisfacer los d erechos de dispensa de p arentesco, olvidó sin duda qu e esa parienta con q uien d eseaba s casarter la habías recog ido del b orde d el p recipicio a que la lanzara ligereza juvenil; q ué esa mujer vivía bajo tu mism o tech o, provocando ape titos sensuales o murmuraciones d el v ulgo, y que no podías a rroja rla a la caller a ella y a su hij a, sin faltar a un sentimie nto rudim entario d e caridad, sin em p uj a rl a a l fa ngo as queroso de la prostitución. N o p rete nd o acusa r al cura, que está sometido a. los preceptos disciplin arios q ue le d icta n sus superiores, m ás ta m poco puedo acusarte a tí, y d e seg uro que Dios no te cond ena rá . --iAy , doctor! excla mó el /íbaro , incliná ndose h acia su .hués ped y besándole la m a no con efusión. Dios se lo pa g ue p or el cons uelo que m e d a . Yo creía que tod as las p ena s d el infierno iba n a ser pocas pa ra c astigar mi c ulpa, y tenía miedo . --P odrías esta r condenado a la reprobación d e los hombres honra d os, s i hubieras a bandona do a esa mujer a las con secuencias de s u primera falta . S obre tu conciencia p odría caer s u d esprava ci6n, si la soled a d y la 'miseria la hnbiesen ofrecido, como único a mpa ro el com erc io d e sus atractivos. Otros s erá n los responsables d e tu conducta. --Crea us té, señor, que yo no ]a a b a ndoné ni un m om e n to. L a he querido más que a mi mis mo ; ella h a sido mi única felicidá ; con ella co mpa rtí mi tra b ajo .... y mi pobreza, que es tod o lo que tenía que compa rtir, y no porque no haya sido 11tl 11tttfer po1~ la


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ig·lesia, hemos dejaJo de vivir siempre e l un o para el otro Mire usté. Al salir de la cárcel, el señor correo-idor, m ás bravo que ztn afí, me calentó las orej as, ~menazándome con desterrarme si no d ejaba el mal vivi r con mi prima. Como des pués vino aq uello ... ¡pues . .. ! lo que usté ya sabe, y yo no te nía c on qué ta pa rle la boca al señor cura-al que volví a hablarle siñ ~acar más que desahogos-determin é poner tierra de por medio, tanto para ver si cambiaba la s uerte, como para huir de un castigo que no hubiera podido resistir. Entonces me ajusté en un cafetal de la altnra, dis ponié ndome a venir de vez en cuando a ver a Cocola, pa ra traerle mis g-ana?Zsitas , y desquitarme de los días que pasaba lejos de ella. Así vivimos algún tiempo, y me sentía dichoso, c ontando con los ahorros q ue ell a se encar gaba de juntar, pa ra llamarla pronto mi mnjer y vivir como Dios manda, sin que naz'den tuviese por qué meterse con nosotros, cuando un dia. al volver a casa, supe que el .fantasioso del comisari) se había a trevido a hace rle proposiciones indecentes a Cocola, y que rese?ltz'do porque ella le enseñó los dientes y lo puso a ray a, había llegado a amenazarla con sorprendernos cuando y o viniese a verla, pa ra da r parte de que seguíamos vivie ndo acortefados. . Como ahora la cos::t estaba m ás fea. porque mi pnma se sentía con novedades, y yo no ha bía de negar mi ·sangre, tom é de seg-uida un::t determin ación. Aquella mis ma noche esperé a.l co misa rio en el ba rra nc o de la quebrada al volver de un ve!on·o, y le a rrimé al cuerpo una soba, ta n bien untada, que no debió qu eda rle hueso sin re pasar. Después enbié mz's petates a la carrera, y echando a Coco la por delante y co a iendo s u hijita al hombro, nos metz'mos en t?-opa pa;a !.t


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altura, a la buena de Dios, sin más e~peranza q ue la cm idá del dueño del cafetal d onde yo trabajaba , para d a rl e a lojamiento a mi familia. Fuí bien recibido . no lo puedo negar; p ero no sé i: el cansancio d e la ca minata, el mi<!!do por lo que hice con aquel j>{WI'_/ero o los disgus tos de enaJttes, que todo se le juntó, ello es que Cowla cogió la cama desd e que llegamos, y echó fu era antes de tiempo lo q ue llevaba e n el buc!te, co n unos vág·ztidos la pobrecita, que n o sé como pudo resistir. Po r fin se c uró, o, como dig·twl.os , se re mendó, p or que la verdá es que nunca más volvió a s1t sé1', e mpezando desd e entonces a sentir ese catarro pasnnmo y esa_/laqzteucia que han acabado por llevársela al otro mundo. Para completar mis penas, ta n perras que no parece s ino q ue alguno me había echado un hechizo, algún tiempo d e~ pués m e tumba?'Oit las v irg?telas bravas, y aunque no pudie ron conmigo, me quedé baldao por mucho tiempo. P or esto y porque creímos tod os que el frío de la s ierra le hacía -daño a Cocola, tuve que bu~car o tro acomodo, y lo único que conseg uí fu é q ue me d ejar on d e a?'rimao en estos sebontcos, donde yo m es m o junté c ua tro ramas para escondernos bien lejos ' de todo el mundo. Aquí no ha tenido nadie que meterse co n nosotros, por que los veci nos viven muy desajattaos y r a ra es el a lm a q ue s e vé pasar rsjJerdigá por P.Sa ver ed a que ha d ebiJ o usté cruzar. Sólos, sin ver a penas gente, h emos vivido tra nq uilos e n es te rinco ncito, gana ndo yo mi jorn a l e n la hacie nda, cua ndo puedo ir a l trabajo, lambie1tdo la tie?'?'a los más de los dias, comiend o lo q ue Dios mand a en l·os dem ás, \' vie ndo, d e momento, an iquila rse a esa infeliz, sobr e todo d esde q ue, pa ra m ayor d esgracia, volvió a se ntirse madre. H~ce uno s meses , por S e ma na Santa, nació esa


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criaturita; estando yo enfermo, y ya se puede us té fi g u- · rar los agonizos que pasaríamos. _ Amontonado en esafmnaqztz'ta, temblando con el frío de la calentura, la oía a ella ;zpiando con s u catarro maldito, y a las hijit<:ls desgañz'tándou por la n ecesz"dá, sin tener ni un á nima bendita que nos calentase un tra go de agua. Cuando, partido el corazón de pena, dej a ba la ;amaca para ir dando diente con diente a socorrerlas, me la encontraba a ella sin s entido, baña-. da en sangre que le salía a chorros por la boca, y así tenía que arrim arle al pecho la criatura, para e ngañarle el hambre, porque... . iqué s ustancia había de ha· llar allí! Ya sintiendo que se diba , me pidió ayer que le traj ese al señor cura; pero. . . ¿cómo había d e traérselo? Yo apenas puedo andar con este j;a1t q1te m e /;a salío en la barrzj;-a,· no tenía tampoco con qué alquilar una bestia, y lo qu e es a pata, de juro que el padre no se hubiera metido en camino. Además que ese viaje iba a ser de vido, porque-Dios me lo p erdone sz· se lo alevanto-pero me parece que en cuanto el señor cura me hubiera visto el pelo, encomiensa a meterme los mochos con el i·n jierno y con la mala vida, poniéndome de vuelta y media... ¡No había para qué dir .. . ! Ella, tan 11za1t.süüa siempre, me dió la razón y abrazando s us hijitas , se encomendó a Dios y a 's u madre santísima como mejor pudo. Hacié ndome sentar a s u lado después, me pidió perdón por los trabajos que había p asado por su causa... ¡Pedirme perd ó n, ella que era ~n a santa . . . ! ¡y p edírmelo a mí, que no había podido darle todo lo que se merecía! Por fin... jya descansó . . . ! Ya no volverá a a aguantar hambres ni calamidades, ni tendrá por qúé esconderse d e la mala voluntá de denguno . . . Pero . .. jme d ejó sólo .. . ! iSolito con esas dos criaturitas, que no sé lo que va a ser dellas . . . ! iAy se -

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ñor! L os h ombres no d eben aflijirse,.·pero . . . ¡no lo pued o rem e dia r . . . . ! D éjeme us té que llore m i d esg racia. . . ¡Yo he d ebido hab er h echo a lgo m alísim o,. p orque . Di~s m e h a castigado sin consideración. Y el in for tu na d o hundió el rostro en las callosas m anos, a hogado por los sollozos. · El viento y la lluvia habían cesad o en el exterior; sólo a lgunas áscuas continua ban brilla ndo en tre las p iedras d el hogar ; la h a maca seguía colum pia ndo mu ellemen te s u débil carga, y la silu eta del cadáver d e la pecad.0ra dejaba apenas a divina r en la p enumbra s u rigidéz. -- E l hu és ped permanecía s ilencioso, pero, a un a leve in cl inació n d e cabeza , pud o observarse q ue el dé bil refle.io d e la s áscu=ls m oribundas reverberaba en s u sem bla n te como so bre traspa ren te faceta d e crista l. Sin duda una lágrima se ha bía escapad o J e sus ojos, como testimonio elocuente d e conmiseración. D espués se le oyó murmura r en voz té nue, imperceptible cas i, estas p ala bras: i---i Miserias sociales ... ! ¡An emia d el cuerp o y a trofia del es píritu ... ! ¡Ha mbre y s uperstición . . . l ]~go is m o en las clases s uperiores y tiniebl as en la m asa popular . .. ! i L a virtud escondida entre los hara pos d el vicio y la soberbia ala rdea ndo moralidad baj o el oropel d e hipócrita civilización .. . ! ¡U lcera s gan grenosas e ncubiertas por ropa je d e armiño .¡.._.... . ... . . ·! Volvie ndo lu ego de su ensimis ma miento, púsose d e pié, apostrofa ndo así a l labriego que no d aba p unto a s u s sollozos ! --jVam os, h ombre, no llores más ! P u esto qu e tie nes a Dios s iempre . en la boca, con fía e n qu e a lguna vez, a l m enos, h a brá d e oírte. ¿ Cóm o te lla ma s ? --1osé Ma ría Méndez.


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-¿Qué piensas hacer, para conducir ese cadáver a l pueblo? Aquí no ha de quedar. . -Cuando vengan los cla ros del dia bajaré a la primer hacief!rla que se vé desde aquí, para pedir, por can:dá, a algunos compañeros, que la lleve n a·enterrar. Después . . . me tiraré a morir como -un perro. -Pues, toma, para que gratifiques a tus amig os y puedas remediar tus neceRidades más urgentes. Y, al decir esto , el médico va ciaba su portamone.das e n las manos de aquel infeliz. Luego añadió: -Yo me encargaré de participar en la parroquia la muerte de tu mujer, y de advertir su entierro. Q ue me busquen en el pueblo los conductores. Soy el d oc.to r Bueno; por es<; nombre me encontra rá n. Cuando hayas descansado y te sientas más tr::l n·quilo, ve a buscarme tú también: te to mo a mi servic io. Deja dormir a esas niñas a hora, que ya veremos Jo q ue has de hacer con ellas ; aunqu e p or las circunstancias perniciosas que han precedido y acompañado a .s u n aci mie nto, creo que la más pequeña poco tiempo habrá d e preocuparte ¡Anda . .. l ¡Traéme el caballo! El temporal s'e -disipó y puedo emprender la marcha. D e paso por la hacienda reclamaré auxilio para tí, a fin de q ue n o tengas que abandonar tu casa. Y , empujando suavemente ai ;'íbaro , que, atonta.d o, no acertaba a coordinar a lgun as frases para expresar s u gratitud por aquellos beneficios q ue t an inespera d ame nte se les ofrecían, franquearo n am bos la puer ta de la cabaña. La tempestad, dis uelta en torrencia l aguacero, había desapa recido en ab soluto, d ejando sólo lij eros rastros en los enmarañados bef zecales, en las desgajadas l1ojas d e los bananeros y en las vertientes de las colinas,


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p or donde se precipitaban las corrientes de agua en tor bellino murmurador. Las nubes, ba rrida s h acia el oeste, p ermitían a la mirada sondear el esp acio, límpido, ta n sparente, iluminado por esas miríad as de estrellas q ue en gala na n las noches serenas en la zona intertropical. La luna, en toda su ple nitud, asom a ba s u s oberbio disco por encima d e la empinad a sierra, bla nqueando con su s destellos los d esquicia dos setos d e la miserable cabaña y tachona ndo de aljófares la s ·hier becillas de los prados, humed ecidas por la tempestad . Mom ento d espués se alejaba el viajero d e aquellos s itios, d onde acababa de enjugar una lágrima , y d e escla recer con los rayos consola dores d e la espera nza, las tinieblas d e una concie ncia y la soledad de un corazón.

IV Inus ita do movimiento , prepara tivos d e extra ordin a ria sole m nidad a nima ban el recinto d e la iglesia parroq uial d e·)HH<· , a l media r el dia sig uiente a los s ucesos q ue v a n rela tados. T ratá ba se, a juzg a r por la s apariencia s, de un oficio fú nebre, p ero d e esos en que se a gotan la s rúbrica s d el Ritual y se d es plega toda la pom pa munda na c ompa t ible con los preceptos litúrgicos . Quiere d ecir que el d ifunto en cuyo p rovecho se aplicaba n aq uéllos sufragios, d ebía ser p ersona de muc has campanillas, o heredera su familia d e abund a ntes patacones. D e otro modo no se hubiese explica do aquel trá fa go d e m onagos, sacristanes , beatas, m úsi... cos y obreros, q ue no se daban punto de reposo en s us fae na s, s azoná ndolas co n alegres come nta rios , chis pa zo::; d e esa respla ndeciente satisfacción , natura l e n t odo

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~qu el que trabaj a con la seguridad de ser co piosamen te retribuí do. C ierta mente pod ría ser fúnebre la ceremo nia reli. o-iosa q ue s~ pre pa ra ba, pero sus aparatosos preli mi~ares acusaba n un desborda miento d e tvida bulliciosa, un afá~ de activa y la boriosa colmen a que na d a en cer raban de lú gq.bre ni a pesarado. Acaso a l con templa rlos un ob s~rvad or pes im is ta, hubiera podido extrema r la hiel de la sátira, su po niendo qu e los vermes destructores de ese bagaso hu ma no que se llama cadáver, no había n a guard a do es ta ve z la d esco m posición de la presa , para d a r pasto. a s u voracid ad. Abiertas de par en par la s puer tas d el te m plo , arroj aban luz intensa sobre )as estrechas c ruj ías, e n cuyo centro dos la briegos de a marillento color y traje d esa rra pado, levantaban torpemente un a especie d e e sca lonada ta rima, cubierta con pa ños qu e debiero n s er neg ros z'n illo tempm-e, al salir de la fábrica, aleccionad os e n tal operación por un individuo y a m etido en a ñ os, director, por lo visto, de la s pompas fún e bres en el lu gé:t. r, y qu e se im pacientaba, co n so br-a d o fund a m ento, por las escasas facultades d ecora tivas d e sus · auxiliares. H acia un extremo del prebisterio un m o nago calenta ba, a la luz d e un ca bo d e vela, los abolla d os cir.i ales m etálicos que acompañan a la cru z procesion al, hcuando los pegotes de cera adheridos a sus m olduras mientras otro acólito, sentado en el quicio de un ~ puerta , ejercitaba su habilidad en darle frieg a s ' a la vieja caldereta de plata, indisr:- ensable para ~os asjúrg es, renegando alg una gu e o tra vez de las tra ve su ras d e otros d e sus colegas, qu e le arroja ba n a la cabeza los rollos d e la a bigarrada moq ueta des tin a dos a a lfo mbra r el piso. E l sacristán, con la sotana a rrem a ngad a y · suje ta


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d e la p retina de los _f. a ntalones , encara m ad o en portátil escalerilla, se ocupaba en clava r un d elan tal negro,. adorn a d o co n el símbolo de la red enció n, sob re ca d a. una de la s bla nq ueadas columnas de ma dera de la n a ve centra l, ayuda do de un n egro cojo, q ue cc..rgab a d e aquí para allá el frágil a nda mio, cu id a ndo d e sós tenerlo para evitar un pelig roso descenso al ad ornista . U n,a n eg ra a m ojama da y vej a ncona , arm achl. con enorme regadera d e hoj a lata, y seguida d e dos g?'ifitos callejeros cuyas piernas desnudas a somaba n p or debajo de las flotantes camisas de coleta, tra taban, escoba en ris tre, de devolver a los ladrillos del pavimento· su primi tivo color, en tanto q ue d os beatas oficiosas· zurcían un d esgarrón producido en el m a ntel d e gala d el a ltar m ay o r, y recorrían los a ureos ga lon€s de las d a lmá ticas de pana, color ala d e mosca, que agoviad ascon la pesadumbre d e los años, se rebelaba n contra a :¡uella prolon gació n de servicios que la s circunstanciasexig ían. L os escaños de pino , pulimentados por el ludímento ~ s iduo de los fie les, arrimados a la s paredesla terales, d ejaban el p uesto d~:; referencia a la s i ll er~a casera, p roporcionad a por algunos vecinos en gr~cta d el acto y en detrimento d e la armonía d ecorativa ;· pues, a tento cad a c ua l a facilita r Jo que p oseía s in d es m embración d el número, resu ltaba n a lin ead as e n d os hileras, a todo lo la rgo d el te mplo, las pintoresc<ls sillas d e m a d era colo r d e caña, pinta rrajead as d e fl ores, recuerdo d e nu es tros a buelos , C:tl la do d e los a ristocrá -· ticos s ill o nes d e brazos co n asientos acolcho na d os, a d q uiridos por a lg ún te;úeJttc a g•uer·r a e n los bu en os tie mpos d e d on Mig uel de la Tor re; coJ eá nd ose con los vulga re s d e rejiJl;¡ , producto d e la mod erna importa ción d e Vien a , Jos butaques de aceitillo c0 n res palda r d e c uero clavetead o, testim o nio feh ac ie nte d el primi tivo m ueblaj e provincia l; entreverad os con un os y o tros ·


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.asientos, mecedoras de todas edades y aspectos, y al,guna que otra silla de caoba medianame11:t~ tallada; semejando el conjunto algo así como exposición o museo -de sillería, conveniente para facilitar el estudio de los .adelantos del mueblaje en relación con los prog resos morales de la colonia. Ocupando alg unos de esos asientos o tropezando -con ellos veíase infinidad de curiosos de distintas eda -des y s~xos, atraídos por la novedad del -acontecimiento, prestando unos , obsequioso concurso a la general faena, y oficiando otros de censores o comentaristas; tomando é5tos a su cargo el cuidado de enfundar con paños de olán negro la cátedra del Espíritu Santo, -de !tacerle pavesa a las velas de mano para el 1'"esj>onso o de sacudirle el polvo a las venerandas imágeoes, que inmóviles sobre sus peanas, no se daban cuenta de aquel piadoso barullo; en ta nto que los demás concurrentes se entretenían en contar las telara ñas extendid as por la s vigas del techo, pregunta ndo en voz alta -cuántas posas haría el entierro, qu é número de curas concurrirían de los pueblos co ma r ca nos, y a qué Clas e corres pondía el tren en que de bía co nducirse el fé re tro, concluy endo por calcula r, con fruición , la sum a de p esos que representa ba de utilidad para los vivos, a quel luj o des plegado e n honor de un muerto. Como complemento del cuadro, destacá base en el ·cor o la fi g ura :1perg aminada del organista, sombread a por la silue ta d e un negro alto, retinto d e co lor, enjuto ·de carnes y de truha n.:!sca fi sono mía , funcio nario importante este último, que así e m puñaba las cue rd a s d e la~ ca mpa nas, en dias de precepto, como d a ba m ovi·~r e nto al fuell e d el 'órgano, en calidad de mecá nico Inst rum en ti sta, cada vez q ne el a pa ra to mu sical se tra s cordaba o deso bed ecía al maestro d e ca pilla, lo que cor[ sobrad a frec ue ncia solía aco ntecer. U no d e es tos fr acasos debía inter pon erse en ague-

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!los morifentos , pue5 que el maestro , amparado de su h á bil ayuda nte, mostrá base muy afanado en quitar y poner las des vencijadas flautas, recoriéndole los registros, e nderezá ndole las abolladuras y cubriendo con cera la s rendijas y eg ujeros má s visibles, poniéndolas de este modo en condiciones de no es trope;:.¡_r completamente el tímpano de los fieles con sus chillones gemidos; concertándolos a la vez con los acordes de un clarinete desapa cible y de un estrepitoso bombardino, llam ados a reforzar el eclesiástico instrumento en hon or de la ostentosa solemnidad. Agua rdá base al sochantre parroquial para proceder al e nsayo del Invitatorio , S almos y L ecciones que d ebía n cantarse en el fu nera l y como la tarda nza comenzaba a parecer so~pec hosa, siendo como era al go devoto de Baco el religioso cantor, oían se alternar ias excl a maciones impac ientes del maes tro con la s escalas crom á ticas d el órgano y los resoplidos del bombardino, me zclá ndose sus vibracio nes con el ma rtilleo d el sacristán, los chasquidos de la s escobas , el chisporrotear de las velas , los g ritos de los mon aguillos , el golpetea r d e la s ta blas, el a rrastrar de la s sillas y la cha rla y risotada s, con el entrar y salir de los fie les noveleros ; confundié ndose tod a aquella sucesión de extra ños ruidos en e s tre pitosa a lgarabía , que de fijo no hubiera na die osad o leva nta r en la morada d e la difunta, pero que, tra tándose d e la casa de D ·ios, no debía parecer censurabl e, aca¡;;o porque Dios es el padre d e todos, y en ning una par te pued en, con mejor derecho, revolverse, c ha rla r y corretea r los hijos que e n la ca¡;;a patern a . Más, co n ser tan formida ble la algazara, no h abía llegado aán a s u col mo. . N ecesitábase pa ra esto un aum ento d e locuacid a d, y a p wvocarlo vino la aparició n d e un nu evo persona je, s aluda d o por alg unos con efusión, y mirad o por o tros co n m a rcado d esafec to .


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Era el recién llegado un mocetón a ncho. de espaldas , recio de complexión, y desgarbad o en su parte, sobre cuyo cetrino y anguloso semblante, prolongado por a lgunos pelos lacios, disemina dos en la extremida d d e la b arba, resalta ba como rasgo característico, sard ónica sonrisa ql,le plegaba las comis uras d e los labios y daba brillo fosfor ecente a los ojos negros, a lg o saltones y no poco desvergonzados. Q uitóse el nuevo concurrente su apabulla do sombrerp de paj a, a l asomar por una de las puertas laterales, y hasta allí fueron a alcanzarle, a modo de saludo, estas exclamaciones: -¡Hola , Robustiano ... ! - iLlegó el Mesías ! - i Entra , chico, que ya te echá bamos de menos.. . -iAdelante, Sansón . .. ! No se pa ga la entrada. -Ven a dar tu voto, tú, que te precias de perito en la materia ... - jQué pase Robustiano ... ! Y el sa cristán, mirando de reoj o, desde su a ndamiaje, al que tales demostraciones obtenía, hubo de decir con acento de mal humor: -¡Ya está aquí ese sangrztno! Al mismo tiempo la negra barrendera murmuraba entre dientes a lao, que, a juzgar por lo avinagrado del gesto, no d ebía ~er piadosa d eprecación. El llam ado R obustiano entró p a usadamente, midió con rápida ojea da toda la iglesia, y recliná ndose sobre el respaldo de una silla , exclamó: -¡Mu cho regócijo hay por aquí. .. ! Se conoce qué el p efe era gordo ... iYa es e no se escapa .. . ¿Verdad pae S inf01 ·oso f Y la ba rrendera, si n dar lugar a la res puesta del sacristán, aludido _co~ aquel mote, replicó: -Lo qu e uste s1ente es que no le ha ya n hecho p lato en es e almu erzo.

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-¡Bien, bien por S anta Hita !- v0cea ron a lg u n o~ .. - ¡Cálla te, m urciélago de campanario ..... ! ¿ t:reestú q ue yo he de a guarda r pa ra com er, a q ue se muera la cortefa d e ningún revend edor d e mt'el de purga? -¡ Robus tiano, hag a usté el favor de hablar con más respeto d e los difuntos!-dijo gm vemente el sacristá n. - D P-cir la verdad no es fa ltanle al respeto a . nadie, pae S i ufo r oso. T odos sa beme s a quí quien· fu é Jlfa?'iquz'ta la Paloma. - jEra muy carita tiva ! a puntó una voz. - i Muy dadivosa . .. ! afiadi0 otra·.. -Tnvo cinco hije>s y njn g uno nonoce a su· padre:· -replicó R obustian0. - L a M agd alen a fué un a gra n pe ~ad ora , . y el Señ or le abrió las puertas d el cielo, repuse el sa cristá n. - Pero a Ja Magd alena no le hicier0n entierro con posas y órga no y acomjafíados_-: porqu e no encontró un• d on Bias R ed ondo q ue pag ase los vidrios rotOs .. -Aqu í no se perm ite ha blar m al de n a die. L a murmura ción es p eca minosa ... - L o qu e y o lla,;m o pecaminoso es des pacha r a los pa rroquian os con dos medidas. D e seg uro · que si se· tra tase d e la· querida d e un jorna lero, ni las puer•tas d el! ceme nterio le a buían ;· pero como hay zmto de M éji co. . . «Po?' d·úte?'O bCllila ol ca?t y saitJJwdia: el sacn'stáu. >> - E s te Ro bustia no no pe rdono. ni las cosas má s sa ntas, apun tó socarrona mente un o de los d evotos; en· ta nto qu e otrm; añ a día n, en igua l ton o. - i Muerde con má s saña que un perro rnbiosor - Hay que echad o fue ra, . _óao Súz.fo11osol - i Q ué s e larg ue! a hull6 la negra. - ¡Sile n ci o !~ gritó el org anista d esde su tribuna . T engo un a fla uta dada a l d emonio. y oo n esos berrid oS' · d e ustedes n 0 p uedo afi n arla . - No vaJ~ la pen a Ge molestnr.se por t;:¡n poca co--


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.sa, don J uan de Dios. Corchea más o me nos no ha de :impedir qu e usté cobre lo mis mo, a rg uyó R obustian o. Y lu~ go , viendo llegar al sochantre, que a l fin h a bía -encontra do el camin o del coro, añ adió : - Ahí tiene usté al maestro Ca ifás, que con el enjuagato rio de 1'"0n de cabeza pue acaba de d arle a l gañote , se ha puesto en condiciones de da r el do de pecho. A ver si ca ntan ustedes unos gozos en mi b emol, para celebrar la en trada. de Mariquita en los zaguanes d el p a raíso. Santa R ita los acompaña rá con el g üiro. L a negra, al oírse ll ama r de nuevo por un apodo q ue le ha bía n conquistado sus inofensivas b eaterías, levantó en alto la escob::J, enderezá ndole un pa lo p oco ca ri tatiyo al procaz murmurador, qu e, hur tand o el cue rpo y asiendo por la opuesta extremidad el in strumento destin ado a acariciarle ta n ás pera mente, tiró de él .con objeto d e desa r mar a su antagon ista . For cejeó ésta , tiró o tra vez R obustia no, y , a una nueva sa cu.ldida co ntra ria , soltó el palo d e re pente, yendo la enco.eerizada barrendera, perdido el equilibrio, a d a r d e s pa ldas co n su humanidad sobre los encha rcad os ladrillos d el suelo, form ando coro con sus · gañ idos el palmoteo de los chiquillos y las risotadas d e todos los co ncurrentes. T ales proporciones alcanzó estrépito , q ue el sacristá n , desd e la altura de su portá til escalera , 'c reyó indis pensable a sestar una ca tilinaria a Robu stia n o, por su falta de respeto a la santidad del lugar, a m e na zá nd olo con lla mar al señor cura, para que a doptase s ever a d e terminación co ntra a qu ellos desórdenes ; pero el m ozo, que en opinión d el vulgo tenía los siete pelos del d iablp, lejos de arredrarse co n la amenaza p a reció cre·Cer e n osadía, y encarándosele a l orad or, sin dej a rle .concluir, le dijo :


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- E se sermón se lo guarda para predicarlo esta noche en la mamg·ua de seño Guadalupe, cuando vaya us té a disp on erle el funeral a los tontos q ue allí dejan el p ellejo. - iUsted e s un entrometido! -A mi no se me tapa la boca con amenazas. He entrado a quí porque he vis to abiertas las puertas, y · es te es un lug ar público. - iEn el que se debt:: guardar toda reverencia! - i Reverencia .. . ! Me hace g racia la que g uardaban usted es cua ndo yo entré. . . De seg uro q ue en la gallera se obser vét m ayor recogimiento. L o que h ay es qu e yo tengo la le ng ua en su luga r . -iY no ca llas ni lo tuyo ni lo ajeno .. . ! a puntó una voz. - L o que no . callo son d esórdenes co mo aquel,. que no creo p ueda llamarse sa ntid ad ni reverencia. Y a l d ecir esto señalaba a l presbiterio, d ond e c ua tro monaguillos, teniendo por las puntas un a vieja alfombra, manteaban al perrillo encanijado d e una de . las beatas, celebra ndo con g ra n chacota los aullidos d el ~ nim a lejo y las protestas y recla m acion es d e su su du eña. Ad ela ntóse la concurrencia a contempla r de cerca e l es pectác ulo : irrita dq el j>ae Sinforoso tra tó d e descender d e s u eleva d a posición , c-o n obj e to d e m eter en cintura a los in s ubordina dos acólitos, pero ya fuese por su _r,recipita d a diligencia, ya p or distracció n del n egro que le a uxilia ba, es lo cierto qu e la · escalera perdió s u inmovilida d , el sacris tán tambaleó y al s uelo hu biera ido a tener, a no prendérsele la rem a ngad a so ta na de un g rueso clavo, y quedar étllí pendiente, pa ta leando e n el vacío y reclam a ndo i favor! con g ritos es tentóreos, a la sazón que el socha ntre, puesto ya en buen ó rden el m ecanis mo instrumental, daba a l viento, con to d a la fue r za de sus pulmones, el R egem cztt." omnia


.. LEJ'i. NlAS '

vimmt d el Oficio de difuntos, y por la puerta mayor asomaban nuevos personajes, cuya aparición requiere ser d escrita en otro capítulo.

·V El nuevo incide nte que o. le:. consideración de los católicos vecinos de ~.H-;:- iba a exponer se, en la entrada principa l de su ten)plo~ nada de extraordinario podía encerrar por su natura leza, ya que se trataba de a lgo por to"do extremo común a las poblaciones rurales de Puerto Rico; pero, en cambio, ofreciendo en aquella oportunidad co ntraste muy saliente con los prepara tivos ostentosos descritos, prestaba al observador medios de estudiar, en su a plicación, los pre ceptos eva ngélicos, que establecen la igualdad de derechos en materia de bianaventuranzas celestes, pero que, en las cosas terrenas, aún las más sacrosantas y piadosas no han logrado imponer el mis mo sistem a de e=1uitativa distribución. Es el cáso, que un grupo de campesinos, proletarios de ínfim a clase, a juzgar por sus desga rradas camisas, empapadas en sudor, y sus des teñidos calzones arrollados hasta las rodillas, dejando al a ire las encanijadas piernas cutbiertas por espesa capa de lodo, jadea ntes de fatiga, acababa de presentarse en el á trio, conduciendo un cadáver, aspirante forzoso a las postrimeras formalidades eclesiásticas, indispen~a bies pa ra practica r el viaje a ultr a-tumba, sin temor a tropiezos fiscales ni a reconocimien tos aduaneros. U n rudim en!ario cajón fo rm ado por cua tro fragmentos de mal aserr8das ta bias, demuda s de a dorn os, e n cerra ba aq uellos despojos hum anos, echa d os sc,bre un girón de esas esteras de palma llamadas petates en la com arca portorriqueña, y si n más tapa ni cobertera que una colcha indiana haraposa.

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D os g ruesas cañas de bambú. ata das con gr.oseras. ca bullas a lo la rgo del hlil mild~ f.~ retro ,. da.b a n a l c<!>njun to la apariencia d e unas estrech as a r.1 garillas, facilita ndo su co ndución en h om brosr N ~ da tan primitivo como este sis tema d e tr.a n sporte d e cadáveres, p ero nada ta m p0c0 más us ua l en, los campos d e P uerto Rico, donde has ta las p erson as a com oda d as, ha n debido utilizarl0, salvand0 el se ntimiento caritat:ivo d e los cargador.es, qu e h a n d e recorrer con frecuen cia largas dis ta ncias, las di:fucUtlta d es impuestas p-or los accidentes na tmrales d el t erreno y por la d efi. cien cia d e las vías d e comm1icació n entrelas poblaciones y los ba rrios o cortij os agrestes . A penas divisad a la pobre co mitiva fún elDr e,. esta lló d en tro d e la ig lesia ésta exclamación , por distintas, voces rep etida : -iU n muerto .. . ! ¡Un m uerto! Olvidán d ose el incidente interno para ateNd er a:. las peripecias que el nuevo ofr ecía, con esa versatilida d p ropia d e las populares much edum bres, a lgop os eha cia la p uerta m ayor gran parte de los con currentes,. a n siosos d e satisfacer s u excita da curiosid a d·. R obustia n o fu é de los primeros eN acercause a losrecién -llegad os, y a l verles displll e8tos a d eposibar en el a trio su carga, se apr es-uró a d ecirl es: - ¡Ahí no . ... ! P a sen lils tedes a d ela n te, q ue a.. m ejor hora no pudiera n p resen ta rse. ¡.OigaN, qué r~s­ pon so m ás gorgoriteado está n a.plñcándole a llá a rnba a l difun to . . . ! ¡Vivo, vivo , q ue se wierde. la m úsica Y hay que aprovecharla ... !. íVamos, señores, no e storb a r. . . ! ¡A bra n pas o! Y volvié ndose h acia el 8.a crístá n , mi entras los jíb a ros siguiendo sms indica ci0n es, introducía l'l la car ga e n el templor a ñ a dió e n voz a lta: . - ¡P ae Sinforoso ... . ! Aqaí llega. 0tro p asaJero en


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busca de pasaporte. De un viaje van ustedes a despachar dos mandados ... ¡Qué chiripa, eh! El sacristán, que a duras penas había logrado practicar s u descendimiento sin personal avería, y se ocupaba en consid erar la perfección del nú mero siete .que el clavo acababa de dibujarle en su verdinegra sotana, al ver aquellos huéspedes que se le en traban por las puertas sin agua rdar permiso, en d os zancad ?.s se adelantó ·a atajarlos, g ritá ndoles: -¡ Alto ... ! ¡Alto ¿A dónde van ustedes c on ese muerto . . . ? ¡Ea, a la calle .. ! Pronto.- ¡ F u~ra de .aquí. . . ! ¿Q uién les ha autorizado para eatrarse a la iglesia como· Pedro por su casa? L os jíbaros, a tortolados, no sabían qué res po nder a l colérico func ionario, pero como ins istie:;e éste en s us intimaciones, uno de ellos , menos encog ido que ·sus compañeros, dijo, señalando a Robustiano: -Este don fué quien nos mandó dent?-ar. Y ... ·¡cómo para aquí veníamos ... ! - iPero esto no se puede ::1 guantar!-¿ Q ué pito toca usté aquí, para entrometerse a dar órden es ? -Lo que es pito no he toca do nin guno, porqu e todavía nó ha llegado la hora de darle a u::;té una silba -por sus gang ueos. E sta gente ig noraba donde d ebía coloca rse el muerto v como usté estaba entretenido en hacer equilibrios girri'násticos en lo a lto de la escalera , Y no podía en señarles la lección, me encarg ué y o de cumplir con esa obra de misericordia. -El que no sabe para sí mis mo mal puede dirig ir a los demás. - ¡Vaya que si sé ... ! ¡Oiga ... ! Todo vec ino ~e ndrá d erecho a qu e su cadáver sea recibido en la lglesia parroquia l, colocado en una mesa cubierta con un paño neg ro, y a lumbrado por dos velas de cera. Además se da rá un doble por ol. campanero, y s e le .reza rá por e l párroco o pu coad jutor el oficio de ,sepulh e-


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?'a,. con la correspondiente rociada de agua bendita pa-

ra ahuyentar los demonios y dejar sellado el e:cpediente... ¿Qué tal ... ? ¿Sé o no sé de memona el Reglamento •.. ? Y como nada de eso se ha de hacer en la calle, ni me parece justo qué a un cristiano le den, en nombre de Cristo, con la puerta de la iglesia en los hocicos ... -Lo que no me parece ni medio regular es que usté se valga de la ocasión de no estar presente el señor cura, para dar malos ejemplos en un lugar sagrado, cometiendo tantas heregias. -A usté si que hay que llamarlo herege, por proYo defiendo un derecho. ferir disparates -Pero, Robusto ¿y a ti quién te manda sudar ajenas ?- arg uy ó g ravemente el director de pomr..as fúnebres.-¿ Es pariente tuyo el muerto? - N o, señor ; pero su derecho es el mío, el de usted y el d e todos. L o mism o que a ese muerto le niega n ahora, nos negarán a nosotros maña na, c uando estiremos la pata, si no tenemos con que dejar mandaspias, ni pagamos por adelantado responsos y la·ztdates y uzz'se?'eres . Todos somos hijos de Dio,..s , s i no miente el Catecismo, y, si es así, no se explica qu e Jos mayordomos de papá gasten zalamerías con alg unos hermanos, mie ntras que a otros no les permiten poner siquiera los piés en la casa p aterna. Además, los vecinos pagamos a los curas para que nos bauticen, nos casen y nos· entierren, y si sostenemos es te edificio con lo mejor d e nuestros ahorros, supongo que n o será para que nos nieguen el derecho de entrar en él. -¡Aquí no se niega nada!-replicó el sacris tá n. -Us ted ta n sábelo-todo, tan bus ca-ruidos, y tan leguleyo, y tan . . . jíntruso ! ignora que para tener dererecho a eso que los Reglamentos dispon en, hay que ~e r buen cristiano y cumplir Jos mandamientos de la iglesia .. .


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-Sí; como los cumplía La Paloma qu e d espués de h aber vivido en escán dalo perpetuo ''h arta de carne se metió a fr ail e," es decir , se echó de padrino a un m ayordomo de cofradía, mu y beato y con mu chos cuartos, que le paga un funeral regio. Si la entrada en el paraíso se ha de conseguir por ese medio, sobran los sermones de misión y estorban las buenas costumbres. - Si se consigue o no algo, no es cuenta m ía el saberlo; como no son cuentas dt: su rosario el q ue aq ui se disponga esto a lo otro . . . ¡Y basta de .faástole.r ías 1 ¡El muerto fuera! he dicho ... Y a buscar la bo leta del corre gimiento. C uando venga, se determin ará -.Jo que correspo nda. -La boleta ya la han llevado a casa d el señor cura,-contestó el fíbaro que antes tom ará la palabra. Y como pa r ~ corroborar su afirmación, dejase ver en el exterior un chiquillo, que, al divisar desde la escalinata del atrio al sacristán, g ritóle con fuerza: -¡ Don S~nforoso! dice el padre Calendas, que si traen una difunta del ba rrio de Palma seca n o permita que la entren a la iglesia, porque no se le debe dar s~ ­ pultura en sagrad o. - ¿Qué dice usté a eso, don Aleluyas? -¿ Cuá l de los dos tenía razón ?- dijo entonces el s acristán a R obustiano, con el tono de un subalterno, pletórico de satisfacción por haberse arlelantado a interpretar la voluntad de sus sup.:!riores. ..... Y los co ncurrentes se miraban unos a otros, como ¡ s i por la expresión de sus semblantes q uisieran descifrar aq uel problema, que tan vigorosamente espoleaba s u curiosidad. C ierto que la órden trasmitida al sacristán era terrible. Negar a un cadáver la sepultura en sagrado, esto es, en tierra bendecida por los curas, a ju icio de los piadosos vecinos de **""· equivalía a cerrarle de los


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Sa l va d or B ra u ----~---------------

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cielos del que San Pedro tenía el postigo de su portería, a nin gun a lma que se presente del mundo terreno. Así fué que, a l oir el ma ndato d el cura, hasta aquellos más solivia ntados por el lenguaje levantisco de Robustiano, !?lega ron velas, disponiéndose a navegar en un piélago de fl~c tu ac iones y conjeturas. - jLa ha brá n ma ta do- decía uno-y te¡r¡drá: que· ver la justicia en el asunto! -¡Se habrá ahorcado !-exclamaba otro . -iAlguna afog-á!-apuntaba el negro cojo Portaescalera. -¡Será mora ooo. ! ¡Y ese d emonio 1a ha beche~ e ntra r a quí ooo ! ¡Había que lavar la mesa con agua bendita !-añadía toda escandalizad a Sa?lia R ·z'ta. -Pued e que no sea mora ni judía, y haya muerto en g rave pecado mortal,-indicaba sentenciosamente el director funerario. Y así s iguieron todos, emitiendo su voto uno trasotro, y disc urriendo, con ig uéil elevación de id eas, hasta qu e Robustiano, que no se mostraba dispuesto a ceder en s u empeño, exclamó: -¿Pero , a q ue tantas vacuencias, cuando es bien fácil salir de dudas? Y dirigiéndose a los campesin os, que oía n y mir aban con aire es túpido, sin d arse cuenta, al parecer, de lo que en torno suyo ocurría, preguntóles :. --¿Es muerto o muerta lo que traen ustedes a hí? -iMuerta, señor! -Contesto uno de ellos.- E smi comae Coco la, la corte/a de J osé María Méndez; que acabó d e padecer anoche. i P obrecita! L a ma11guera se la llevó. - Pues ya está dicho todo. No hay más q ue s uponer ni que cavilar. La querida de un jornalero n o puede entrar, d espués de muerta, en recínto sagrado. L a m a nceba d e un h acendado ya es otra cosa. Y tomando el tono de un predicador, y accionando


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.con a mbas manos, dirigiéndose al a uditorio, aña dió: -iEa, ama dos oyentes míos! S iga el que g uste creyendo en cel es ti al e~ músicas, q ue a. mi m e d estetar on h a ce :tiempo. Ahí tenéis la igua lda d cristian a, ejercitad a práctica m ente. P a ra los restos d e L a P aloma tod os los honores han sido pocos: i ni que fuera u.no reina! Para el saco de huesos qu e ha d ejado la .cor.tefa de J o~ é Ma ría Méndez, no hay sitio, n i preces en la casa d e Dios. El pecad o d e una y otra h a s ido ·el m ism o: am aron m ucho. Sólo que la primera puso las sobras d e s u cariño en un rz"cacho, y la otra tuvo a la fuerza que vivir con un pelele que no tiene en qu e caerse uuterto .. . . ! ¡Caballeros, aquí no cabe el hijo d e mi m adre ! Ustedes pueden seguir edificá ndose con e stos ejemplos de misericordia ! Y a l d ecir esto se encaminó a la puerta , disponiéndose a a ban dona r el campo, con el decaimiento d el ven cido, pero .sin aba ndonar p or eso su s ardónica sonrisa ha bitual. · ' Al pisar ya las baldos as del atrio, como oyés e la s intimaciones de don Sinforoso, qu e apremiaba enércri~amente a los f íbaros exigiéndoles .que extrajésen dela Ig lesia el a ta úd; volvióse hácia ellos para decirles :. - ¡No sea n us ted es bobos ! H arto ha n hecho c on traer ese cadáver al pueblo, por caridad. D éjenlo ahí Y si no quieren hos pedarlo, q ue se tomen otros la pen~ d e echa rlo a los perros. - ilnsolente !-voceó enfurecido el sacris tá n-Ya se lo pa rticipa ré yo al señor cura, para q ue haga q ue le pongan a usté un freno en el corregimiento . . , -Con freno y sin él , y, allí, como en todas pa rtes , d1re yo, a boca llena, que lo que acabo d e pre~ enciar e s un h echo que no tiene nombre. -¿ Ni a pellido ta mpoco ?..,_oyóse decir, por una ·v oz clara y simpática , a espaldas d el oerturba dor . · - i É l D octor Bueno!-excla.maron a una voz los


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circ uns ta ntes, con r:~fectuo sa expresión. - i Señor doctor !- ' añadió R obustíano, saluda ndo respetuosamente a nuestro conocido d e la víspera . ¿ Viene us ted a d ar fe de esta barbaridad? -¿·Qué pas a? - ¡Ya pued e usted ver ! Y señala ndo al grupo de labriegos q ue , obed eciend o por fin a~ pae S z'?ifo?'OS(}, extraía n de la iglesia el cadáver d e la infeliz Cocola. Luego añad ió: , -¡Los pobres a pesta mos hasta en la ca sa de Cristo! Ah í tien e usted a esas buenas gen tes que ha n h echo una jornad a de tres ·leg uas con es~ muerta en h ombros, por m era m isericordia, y a hora se en cuentra n con que no quieren ad m itirles la carga en la iglesia , y n o saben qué hacer co n ella. - ¡Ah .. .. ! Ya caigo: -excla mó el doctor, acercá ndose a l cadáver y reconocié ndolo- Esa infortunada murió a noch e sin los ·a uxilios religiosos . . .. - ¿Y quié n iba a llevárselos a P alma seca d ebajo d e un telfl por al d esl:e .::ho? -Debí ha ber h a bla do antes con el padre cura . pero y o n o me pertenezco. H asta este m om ento no me h a n dejad o en libertad mis enfermos. Ya se vé .... j Son ta n tos .. .. 1 Pero ¿dónde está el pa dre Calendas? -Eso no es difícil a verigua rlo. - E s tá en su casa-Se a presuró a decir el sacristá n- E l e s q uien ha ·da d o órden a e no é!.dmitir esa mujer en la ig lesia. - P ues voy a verle enseg uida. - iT ie mpo perdido! excla mó R obustia n o. -¿Y por qué? - iPorq ue de la caña brava no se saca a zúcar! ¿No sabía usted eso, querido d octor ? - L o que yo ~ é, amigo Robustiano, es q ue ~ales má s d e lo que aparentas; y q ue tus murmuraciOnes perpetu a s te perj udican. No se juzga por apariencias.


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·- -- - - - - - -- i Có m o a pariencias! Y lo q ue es tam os viendo ¿no es realida d ? U sted juzga a los d emás h om bres p qr s us pro pios sentimientos, y ya debía ha b erlo h ec ho men os n iño la ex periencia. ¿Q uién le a co mpañó a u s ted en la últim a epidemia d e viruelas que a caqó con el pueblo ... . ? ¿Dó nde andaba entónce s el padre Calen das ? - E so no hace al caso ahora. S e tra ta d e una órd.en dicta da por la autorida d eclesiástica :· ¿Puede dic tarla? ' Pu es acatémosla y expongamos la s r azon es necesarias pa ra obtener q ue se modifiq ue. Cua ndo el padre me oiga) estoy seguro que m uda rá de p ensar. Y el bu ~ no d el doctor echó a a ndar hácia la m orada d el párroco, mientra~ Robu stia no, m ovien do la cabeza y haciendo un gesto en señal d e duda, m ascullab a sarcástica m ente: -Muc ho sa be nuestro m édico, pero, para es tas caso s, la mejor ciencia no vale lo q ue un puña do de pesos . E n fin. . . ¡ Verémos! · Y cru zánd .)se_de brazos, dióse a p asear le nta m ente por el a trio, resuelto, por lo visto, .a agua rdar e} res ultad'o d e la entrevista. ·

VI 'L a rectoria de ·x-.;H:-,. situada a corta dista n cia d e Ja iglesia parroquial, hallá bas e insta lada en un ed ificio d e m a d era , que a d especho d e pínturas y afeitez mod e rna, dejaba a divinar la época de su constr·ucción, d a ndo fe d e la gén esis del pueblo a currucado en derred or suyo. Erase un caserón espacioso , idé ntico a a quella que F ray l ñigo d escribiera, en el décimo octavo siglo ; sustenta do, a p rueba de torm en tas, por rollizos y pote~ te_s _pu ntales de cóbana, y cuya único piso se levara pnm1t1vamente a pocas va ras d el ~ u elo, d ejand o libre

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la circulación d el aire por bajo del sobe?'ao, para obviar· hum edades y facilita r abrigo a las cabalgaduras, a uxiliares indispensables para la locomoción ·en un país vír-· gen de carr~tera, puentes y viaductos. L as exigencias urbana s impuestas por el avance d e la cultura social, habían obligado a cercar con tablas esa parte infe rior d el edificio; poco después s e s ustituy eron las yalrttas del techo por teja vana, que, a nd a ndo el tiempo , hubo de revocarse; a las vénta nas de cor?"ede?"a se aplicaron goznes de hierro; las puertas liliputienses se ensancharon y triplicaron ; un ba lcón corrido, color verde cañaveral, tomó sitio a todo lo largo d e la fac hada; o le o~sa capa de almazarrón tiñó las prim orosas tablas d e aceitzllo y guaraguao que formaban l<;>s setos exteriores; se e nlució con barro blanco el in terior, la inmensa sala--d epósito común d e la fam ilia y las cosec has-- se subdividió por medio de tabiques, en varios compartimentos : ocul tándose por artesonad os cielosrasos la g rosera desnudez d e las techumbres internas; limitóse el corraión trasero por recia empalizada de a lfaj ías , y así, d e evolución en evolución asce nd ente , la rústica m ora d a del primitivo colo no , conservando siempre el sello d e su longevidad , corr:o vieja acicalada y coquetona se encontró un día convertida e n el mejor edificio luga reño, el más digno, por consig uie nte, de a lbergar en su recinto las vir tudes y pree min encias adherentes y consiguientes a l cargo d e·· pas tor espiritu a l d e un rebaño de ovejuelas católicas . A esta casa encaminóse el bueno del doctor, detenié ndose en la b aJa portezuela del zaguá n, obstruído a la sazón por una docena de chiquillos mal pergeñados, y entre tenidos en jugar, con gran algazara, al hoyuelo; sirviéndoles, a ma ravilla para el caso, las grieteadas y carcomidas junturas d el enladrillado pavimento. La presencia del doctor no produjo alteración al~ g una en los jugadores, que continuaron impa~ ibles en,


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s u tarea, li mitá ndose a co ntes ta r ·un o d e ellos , a la i nterrogació n n a tural que a l g ru po d i rig ie~ e l recie nllegad o: - i Padrino está arriba.. ... Suba us té ! Abrióse paso co m o pudo el doctor, p or entre· la ba nda d a d e muchac huelos; a van zó hácia el interior, v d obla ndo a la izquierda,' subió los escasos y desunidos escalo nes .que daba n a cceso a l cu erpo principal d e la vivienda. Al termin a r la ascens ión ; y en los m o m entos d e .d es cubrirse p a ra sal u d ar con su genial cortesía, un a niña de pocos a ños, d escal za y sin otra vesti me n ta q ue Jiger a y mezquin a ca misola., huyendo a l pa recer d e á lg.uien, se ad ela ntó , tré mula y azorada , a la escalc:: ra, y tropeza ndo allí con el visita nte, agarrósele d e las piern as,· co mo pidiendo a mpa ro o 8Upo niendo por lo m e nos q ue ha bía d e estrell arse allí la persecusió n d e qu e era . o bjeto. A ese tiempo, un a voz feme nin a , d ec;;comp uesta por la cól~ra , g ritaba d e ntro: -¡ Es-péra te, coudena d a. . . . T e voy a d esolla r viva! Y abrié ndos e la p uerta de la ha bita ció n co ntig ua, des ta cóse en el hu eco la fig ura de una m ujer, cuy o estad o d e g ra vid ez , muy adela nta do, se revelab a a la si mple vi sta con t es ti monios harto evidentes. · L a a p a recida que. a p~sar d e la m a durez d e sus a ños , con serva ba vestigios opulentos de los a tractivos .-que debiero n reb a sa rle en la juventud , sorprendida quedóse ante la ilíles perada presencia d e aquel des conocido, y ma quinal mente llevós e las m a nos a l pecho, .co mo s i pretendies e e mbo;¿a rse en el pañuelo q ue c ubría sus hombros , b ajando los oj os a nte la mira d a d ul·ce , pero inte nsa mente escruta dora, que ·la baña ba c on S UtS d ec;;tellos, presin.tiendo :instiativamente los efectos ..de aquel rela mpag ueo indagador. Apoyada .eta el marco de le. puerta, titubeó .un mo-


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mento, sin atreverse a avanzar ni · decidirse a retroceder , pero al fin, modificada la irritabilidad del acento, dij o a la c hiquilla: -iConcha ... ! jven a vestirte! Dibuj óse en el ros tro de la niña un mohín de desagrado, y sin soltar a su valedor, murmuró, haciendo pucheros: -¡Me vas a pegar! -Hay que perdonarla, señora.-Excla mó el médico. - Por esta vez me declaro su protector. -¡Si esa criatura es-el mismo Barrabás! -¡ Co ..;as de niño s! iA cada edad lo suyo .... ! T odos hic im os otro tanto. -No señor. Yo no dí a mi madre la g uerra en que me tiene s iempre ese d e monio de hij a ! -iAh ... ! ¿Es hija de usted ... . ? ¿Y la llama d em :>nio. c ua ndo es tan bonita .... ? ¡Vamos! qué aún dura la corajina. y, en el e"tado en que u st ed se encue ntra, esos arrebatos no son nada co nven ie ntes. Permítame que hable así: soy médico, y mi s observaciones n o pueden tacharse d e indiscretas. U s ted no se p erte n ece: !;U s itu 3.ción, penosa por necesida d, me parece agrabada por c ircunstancias q u P. no conozco , pero que la p ráctica de mi profesió n me hacen prese n tir. H ay q ue d a r paz a l á nim o. y no por contener los a rranque s v iva rachos d e un hijo. exponer. co n la perso na l existencia, la del sér que palpita en sus en trañas. L a mujer no acertaba a proferir media palabra, pero los tintes rub icundos que coloreaban la p <d idez m H e d el rostro, revela ban el efecto que aq u e~ la s s anas adverten cia s le producían. E l médico, leva ntando en brazos a la niña, pros ig ui ó: - jConcln !·hay que obedecer a m amá . . .. ¡Ya es tás perdonada .... ! Ahora le d as un b eso para co nte ntarla . ... y ctro m e to me yo, e n premio de mi intervención.


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Y diciendo y hacie ndo, imprimió sus labios en la frente de la niña y adelantóse a lg unos pasos para entrega rla a su madre. Pero la palabra del médico no debió estima~se. p~r la chicuela como garantía suficiente contra los dtsciphnazos maternos, pues asiéndose del cuello· de su amparador, dióse a gritar: - iN o.... no quiero ir .... ! ¡Me pega . ... me pega . _! -¡Remedios ! ¿Por qué llora la niña .... ? iDéj::d a en paz! Dijo e n el interior una voz desabrida, de procedencia varonil indiscutible. Y Remedios, que este era el nombre de la mujer, a::;iendo d e un brazo violentamente a su hija, que prosiguió d ando c hillidos, ta pole la boca exclamando: -¡Ves, m aldita .... ! iYa has incomodado a tu padrino ! -¿Es el señor cura? -Preguntó el d octor.Precisa mente vengo en su busca. ¿Podré verle? -Ahí le tiene usted- replicó Remedios . . Y d esapareció con la chica, cerrando de golpe la puerta d e la habitación. Volvióse el doctor al oír la con testación de Retiiedios , y efectivamente hallóse de frente a l párroco, que , _ movido sin duda por los gritos de la niña o por el rumor d e las voces, se había adelantado a averiguar lo que ocurría. "Fig úrese el lector un hombre zanguilargo, enjusto de carnes, abundante en huesos, cargado de espaldas, con _los ojos grandes. y saltones, velludas las. orejas, cetnna la color, sahentes los pómulos, depnmida la frente y anchas y recias las madíbulas; envuélvase ese conjunto en un balandrán de tela de hilo cruda, desabrochado de la cintura al suelo; embútansele los piés


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juanetudos, en ancha~ zap~tillas de fieltro; corónese la ~~ágen con ?na gorra de tafetán gra sienta, y se tendra 1dea aproximada, de la vera efig-ies del padre Calendas. Decimos aproximada, porque s u locuasidad habitual, que le hacíc.. interminable en sus sermones; la afectada sonrisa que contraía sus labios, y cierto aire de socarrona beatitud que procuraba adoptar en público, y que no cu adraba bien con algo de repu lsivo y za:hereño que se desprendía de su individualidad, contribuían a dar tono a la fisonomía moral de aquel hombre; pero estos rasgos cracterísticos son de aquellos que han de estudiarse en los actos sociales, no bastando breve enum eración para darlos a conocer. Gozaba el reverendo pastor fama de muy caritativo entre sus adeptos, perq jamás se vieron las muestras de s u s larguezas; en cambis los mendigos callejeros se alejaban de la c<!sa rectoral, porque el señor rector solía sustituir las limosnas con amonestaciones sobrado enérgicas contra la vagancia. Derretíanse de husto ciertas ajamonadas beatas, ponderando la conducta intachable del eclesiásticc funcionario; más no faltaban en el pueblo lenguas viperirinas que se entretuviésen en censurarlo, porque daba alojamiento en la propia rectoría a unafamilia compuesta d e la doña Remedios y cuatro niños, tres de los cuales trajo el c ura al hacerse cargo de la parroquia, s in que nadie pudiese darse cuenta del modelador de aquellos angelitos, lo que comentaban los murmuradores sacrilegos, afirmando que habían sido engendrados por obra de algún. e~píritu tal vez no santo. Mostrábase bastante rehacio el bueno del párroco en recorrer los barrios campestres, trepando cerros Y vadeando ríos v pantanos, a lomo de enclenq ues caballejos, para administrar socorros espirituales a jornale-


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ros y la briegos de peco fuste, a legando sabiamente en apoyo de sus negativas, q'ue esos socorros debía n solicitarse p or los .interesados, en la parroquia, cuando se hallaban en salud, o en las épocas de penitencia señaladas por la iglesia; más, como en desquite d e ese desvío, gustábanle al pater las novenas y funciones repicadas y ruidosas , para lo cual ponía a escote el bolsillo de sus feligre ses, encareciéndoles la necP.sidad .de dar prestigio al culto. En su opinión, la austeridad evangélica no <~. traía tantos prosélitos como los esplend0res litúrgicos. E! no com prendía el servicio divi no sin lujo ni a stentación magnificiente; y organizando, día tras día , fi estas y procts-iones y novenarios, pasá base el tiempo, proporcionando hon esto recreos a s us ovejas, y provechosa utilidad al no muy pletórico gremio mercantil d e la parroquia . · Pero en lo que el padre podía considerarse u n a especialidad-de ta l modo aplicaba a ello s u activida d y eficacia-t:;ra en la extirpación del concubinato, ese cáncer social, como solía él llamarlo, d es truc tor d e la famili a y de las buenas costu mbres. Bien es verd ad que en esa m oralizadora fae na procedía con exq uisita discreción, no intraduciéndose n unca a moles tar las p erso nas de viso, incapaces d e incurrir en vicio ·tan feo; m as ya podía. p resentársele a solicitar las regen eadoras aguas d e l bautismo el hijo natural d e alguna pobre obrera , o reclamar el título de padrino un labrieotil0 0 iAquí era ella! P ara es tos d ado d e concubinario . casos reservaba el padre Calendas sus m ás robustas admoniciones, y de fi jo que rotunda negativa sellaba la morali zadora .r eprim enda , sj es q ue no llegaba a l extremo de termmar con una denuncia a la autoridad municipal. P orque conviene advertí: que en la época que comprende ~sta vulgar narración, el poder eclesiástico esta ba autonza do para reclaJ!lar auxilio d e las p otesta -

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des gubernativas, con obJeto de evitar y castigar las uniones sexuales n o sancionadas por la iglesia. Al efecto, los comisarios del barrio formaban periódica m ente relaciones nominales ele los jornaleros y cortijeros pobres que vivían en mancebía, los que, obligados a comparecer ante una junta. de -notables de· la localidad que presidía el corregidor, y asistidos d e un procura d or nombrado oficialmente-cargo que solía recaer en alg ún amanuense inferior de las oficinas municipales-era n a monef' tados severamente por primera y segunda vez, intimándoles el matrimonio canónico o la sepa ración, incurriendo, a la tercera am onestación, en el calificativo fa tal de vagos y mal entretenidos; calificación q ue traia apa rejad a el d estierro a Viéques ú otro distrito leja no , con cuya medida quedaba n en abandono las pobres mujeres y sus infelices hij uelos, pero se salvaba el principio morali zador de la sociedad. D e esas corpocion es espec1a1es-que el pueblo, confundiendo e rrónea mente los términos, lla ma ba jtt1ttas de ama1! c(Jbados, era n miembros impor tan tes los pá rrocos, y e n el ejercicio d e s us funciones desplegaba el padre Ca lendas ta n prolij a eficacia, que, a la verdad, si e l concubina to e ntre el proletario de su feligresía no d esapa reció en a b soluto, no cabe achacarse la culpa a la falta d e celo eva ngélico en tan diligen te pastor. Cierto q ue, para hacer más fructífera esa efi cacia no ced ía el ca tequ ista ni un ápice de sus derechos parroquia les, en los expedien tes de dispensas de parentesco, pero com o es jus to que 11íva del alta1• el que al alta1" sú"ve, los notables del distrito no paraban mien tes en ta n nimia circunstancia, a l encarecer las virtudes d el directer espiritu al que , por s uerte , les había depara d o la Providen cia . Tales eran los a ntecedentes del· fun cionario público·


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..con cuyos sentimientos benévolos contaba e l Doctor B ueno pa ra dar cima a s u obra caritativa. No d ebía n de ser muy ínti mas l~s relaciones entre . ám bos funcionario s , ni m uy frecuentes las visitas del m édi co a la rectoría , cuando el cura, a l reconocerle, .hubo de p>rorrumpir en es tas exclamaciones: -¡Señor do ctor. . .. usted por aquí! ¿Qué milag ro es este? -No es milagro: se trata de formular breve sú,plica. -P ues, and=lndo. p ero , pase us ted ad ela nte , y .tomemos asiento. -Muc has g racias, padre, -dijo el doctor. Y correspondiendo a la invitación, siguió, tras del ~ sacerdote a la ha bitación .inmediata. Era es ta una sala cuadrangular, q ue,r,ecibía luz, de . la playa con tíguC:t por dos ánchas yen.ta:n.as y un a (espaciosa puerta, desnud as J e cristales, celosías y cortinas. U na estampa. iluminada con colores chillones , representaba a Pío IX, ocupaba el promedio de uno d e - los tabiques la terales, dando frente a otra lá mina en n egro representación de San Vicente d e Paul e n el acto de recoger varios niños abandonados; colocada en el tabique opuesto . Por bajo de este cuadro pendía · d e un clavo una g uitarra encordada, in strumento con cuyos rasguees solía el cura solazarse en sus r atos de soledad. En el vino de una ventan a, dentro d e reducida ... urnilla de cristal, veíase una Vírgen de lo s Dolores , de t a ll ~, con s u gorguera a ustriaca y su traje d e luto a la .antigua u s~ n za española, sin faltarle el correspondien te razón d e plata a travesado por las siete espadas sig ·· l1lcativas. Arrinconada e n un extremo divisábase larga escopeta vi zcaí-na , con el consigui~~te mo~ral de caza, y no muy distantes de estos chismes 1aparecía n ·~ ·e n el suelo, una .silLJ.a de montar ancha y sólida-casi

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una a lbarda--con gualdrapa y freno, todo usado y polvoriento, acusando dejadez. Una mesa escritorio, so· bre la que se confundían y entrechocaban re gistros parroq uiales ín .folio, descuadernados y vetustos, un cántaro desportillado, legajos de papeles , dos pistoletes d e bolsillo, un estuche grande de suela con la rga correa para colgarlo del hom bro, algunos libros un tin· tero de plomo, descomunal, botellas, vasos y otros menudos o bj e tos, destacábase casi en el cen tro de la est:ancia , s umá ndose a ague! complejo ajuar, varias sillas de madera y dos grandes sillones mecedores de reco· nocida solidez y antig üedad. Ocupados estos últimos asientos por· los dos personajes, y tcmando la palabra el párroco, entablóse entre ellos el siguiente coloquio: -¿ Conq ué me necesita usted, doctor? -Yo precisamente, no, señor cura. Le nececita un desrlichado jornalero. - i Cuándo us ted le patrocinar· - H e devido venir antes á habl ar con usted, pero no m e ha sido posible. Ha muerto en el barrio de Palma Seca una infeliz . ·...· -¡Ya, yá! La manCf~ba d e u·n tal Men·dez . ·... ¡Valiente pill o está ese . . . . ! Ahora mismo acabo d e dar orden para que no se admita esa muerta en la Iglesia. - Lo sabía. Y á eso se redu ce mi súolica: á obtener que usted revoque piadosamente esa ciete rm i• nación. -¿Qué la revoque .... ? ¡Imposibe!~ Pero ¿usted sabe quién es ese l\Iéndez .. . . ? Un tun a nte que ha estado preso por vago. -Recomendaciones infloyentes arrancaron s u sentencia. - Ha d esoído las e~hortaGiones de la a utoridad


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.eclesiás tica que quería liberta r su alma d e la esclavitud del pecado. -Vivía con "una prima hermana , y necesitaba dispensa de parentesco para celebrar el matrimcnio eclesiástico. Esa dispensa exige dinero, señor cura. -No mucho. -Para un jornalero, que no cuenta más que con su trabajo personal como medio de subs tituir , mucho .es lo más insignificante. -Pero es que de las prescripciones canónicas no puede hacerse caso ómiso. Son oblig atorias, y mis atribuciones no l~egan hasta el punto de prescindir de .ellas para casar parientes que viven amancebados. -No pretendo yo que nadie fa lte a sus deberes . Méndez vivía incorrectamen te, y estaba obligado a normali zar su situación, esto es inn egabl t; pero ¿no sospecha usted los in convenientes con que huho d e tro· pezar ? - iQué in co nve niente .. . . ! Rebe ldía . ¡Sugestiones diabólicas .. . ! U sted no conoce a esa gente, doctor.. Viven como sa lvajes; la gallera , 'el naipe, las bebtdas, _los bailes, la holg anza. . . . iVamos ! qué no hay medw de moralizarlos . . Ya se ve: la pereza los .consum e : y la pereza es madre d e todos los vicios. -No quiero a.rgü ir en co ntra: formule usted todos los cargos que. guste contra Méndez: pero él no es el muerto. - ¡Toma . ... ! ¡Si ella es más culpable que él! ¿ P or q ué no le abandonó? - ¿Y quién hubiera atendido a s u s ubs istencia? - ¡Dios no le fa lta a nadie! . - i Paréceme que no le ha sobrado a esa infeli z en m a s de una ocasión! - . iCanastos . ... ! ¡Y co n qué calor d efiende us ted su ple1to! - Puede que lo fa llara us ted con distinto criterio,

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si hubiese oíd o co m o y o , al pié del lec ho d e muerte de esa desdic h a da , la a m a rg a historia d e su s ed ucción, de abandono y d e miseri a a que ha d ado curso su existencia. -¡Cómo! ¿ Fué usted su confesor? -A ella la ví por primera vez después de muerta. Fué él quie n me reveló ingénuamente su pasado, con la ans ied a d de aquél que no ha encontrado jamá s un corazó n amig o donde:; depositar los s ecretos del alma, ~i ha ha lla do un labio misericordioso de quien recibir la hmos na del cons ej o, más provechosa y perfuma da que la del a limento corporal. No -es la historia d e un holgazán curtido en el vicio, la que recogieron mis oídos ano ch e, al solicita r bajo el te cho de miserable cabaña refu gio contra el huracá n. Es por el contrario un poem a de a b negació n, iluminado por los de stellos d el tra b ajo y d e la carid ad . · - Veo que h a n explotado s u sensibilidad; pero, de tod os m od os, no puede en terra rse esa mujer e n sa g rad o. No es p osible equipara r a unos y otros. Qui non est mec?tm ro1ttra me est. Lo dice la E s critura. Y el que es tá co ntra la Igle sia e n vid~ , no d ebe s olicitar sus sufragios d espués d e muerto. - L a Iglesia enseñ a que la contrició n y el arrepe ntimiento lavan la culpa . - ¿Y qué pruebas puedo tener y o del arrep en timiento d e esa pecadora, cua ndo ni a ún se m e ha llamado par a a uxilia d a z'!t e.d?'emis? - E sa pecad ora h a llorado mucho, y las lágrimas redime n , s e ñor cura . ¡B ie naventura dos lo que llora n ! E sto ta mbién · lo dice la E scritura. - Pues s i a us te d le co nsta q ue muno lle na de g racia, a b s ué lvala usted y recíbala en su Ig les.ia y disp onga s u e nte rra mie nto co mo mejor se le antoJe. Es ta réplica del sacerdote, e n que se revela b a n los


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ímpetus de la soberbia sobrepo ni é ndose a la s más rudime.ntarias formas sociales de cortesía, hirió el temperam e nto delicado del bo nda doso médico. L evísimo e x tremecimiento aaitó s u cuer.po, dando ten sión . a los b nervios, encendi6sele la color d el rostro, e irradi a ndo en sus ojo s gaúos un destello de lu z ; de aq uella luz que los ilumin ara en las h oras s olemn es en que se la nzaba co m o un a tleta a lue har por. la ciencia en benefi cio de la humanidad, con v~z tranquila, pero g rave y :,;evera, habló así. -Señor cura, mis estudio!' universitarios, forta lecidos p9r trein ta año s de práctiq profesw na l, me enseñaroJ;l que lo mis mo se descompone la materia corporal e n la tie rra aco tada por la ~ glesi a católica, q~e en cualquie ra o tro campo d e· la bor o yermo in culto. L a ley d e la tran s forma ción es inexora ble, y e ntre la s sus b ta ncias que necesita el terreno para ~ presurarla, en be neficio de la higiene p~bli ca, la ciencia no ha rec?nocid o todavía como indispensable el agua bend ita .. ~. - ¡No siga usted! - exclamó el cura- . que no puedo escuchar tales bla sfemias. Ustedes los médico~ ' . m cr ~du los y materialistas , . todo lo quiere n a rreglar co n s~ ciencia . E l cuerpo es lo único que les preocupa, q_ando_seles un comino el alm a, que es lo que la Ig lt>Sla cuida de limpiar de Impure zas, para que pueda prese ntarse a juicio sin temer la jus ta ira del Señor Todopod~ro que la creó. . . . ¡La ciencia . . .. ! Es buena la. de_ ustedes para curar tercianas y preparar untos y mixt~:as... . iNo digo que n o .... ! Pero nosotros tamb1en tenemos la nuestra, contenida e n la doctrin a de los Sa ntos Padres y d e los Sagrados Concilios q ue h ab lc:_n por revelación del Espíritu Santo, y no pueden eo g anarse ni e n ga~arnos . Usted no creerá en n a d a d_e es o a_j uzgar por los d is parates que acaba de profenr, pero Incu rre e n oo-rave co ntradicción rCln us princi-

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pios, al solicitar, con tanto ahínco, sepultura en sagrado para esa pecadora impenitente. Si la tierra profana es igual a la bendita, llévese usted la muerta y entiérrela en el corral de su casa, donde podrá más cómodamente preparar el terreno para que se opere la transform ación de la materia seczmdttm scz"enl'iam. -Si me hubiese usted dejado concluir-replicó el médico-de fijo no me achacaría esa contradicción que supon e; p ues aunque la ciencia me haya enseñado s us verdades in concusas, la educación me acostumbrado a respe ta r los p receptos sociales y a ser tolerante con ciertas preoc upaciones arraigadas en las cos tu mbres. Conciliar esos extremos lo estimo 1,.1n d eber, en las personas llamadas por s u posición e influencias a dar ejemplo a la masa del vul go, y ese y no otro ha sido el objeto q ue me h a im pulsado a distraer la ate nción d e usted, teniendo en cuen ta que a l pueblo hay q ue enseñarlo, mejor q ue con teorías a bstractas, con el ejemplo práctico que da fuerza irrisistible a las lecciones. L a fórmula haz lo que digo y no mz"rcs lo que !tag·o, podrá ser muy acomodaticia para el maestro, pero en cierra • gérm enes d esmor alizadores. -¿Y qué quiere decirme us ted con eso ?-inquirió el pater, a lgo escamado por el giro que iba tom a ndo el coloquio. ' -Quiere d ecir, que antes de llegar a es ta casa hube de acercarme a la ig lesia en solicitud d el párroco, y a llí h e te nido ocasión de obser var los preparativos de os tentoso funeral ... , - iAh . . ! s i; es el entierro de doña María d el S ocorro, q ue tendrá lugar esta tarde. -¿Y sabe usted, señor cura, quién era esa muj er? - Lo que sé es que ha muerto muy cris tianamente . . . - ¿Nada más ? Pues si así ha muerto, en cambio VIVIÓ en riña con las buenas costumbres, por much'o


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tiempo, y desde hace algunos· años pasaba públicamente por concubina - corteJa como dice el vulgo-· d el mayordomo de fábrica de la· parroquia, don Blás Redondo. -¡Vaya usted a creer en murmuraciOnes mundanas! · -Señor cura, los médicos no exigimos a los e nfermos la confesión de sus pecados, más por fuerza hemos de penetrarnos de muchos de sus secretos íntimos pudiendo de este mado a preciar la exactitud de h ech os cuyo relato en boca del pueblo suele titula r.se murmuraciones. -Será lo que usted quiera, pero repito que doña María del Socorro ha muerto muy cristianamente. Recibió los auxilios espirituales con gran fervor, y ha dado muestras de extraordinaria piedad, señalando en su testamento las mandas pías .forzosas, disponiendo que se le celebren los funerales de primera clase, honras y cabo de año , sin olvida r las treintas misas d e San G regorip, destinando además tr escientos pesos ¡:>ara revoc~ r el c~mpanario, que bien lo necesita. Ya :re usled. SI, med1ando estas circunstancias, debe a preciarse como buena creyente a la difunta, -Quiere decir que ¿a haber podido dar ig uales m u es tras d e largueza la infortunada compañera de José M~ría Mé ndez, tampoco le negaría usted el enterramiento en el cementerio ni prohibiría la introducció n de, su_ cada ver en el templo ... . ? esta s~erte habna de ser fácil obtener participación en las bienaventura~zas celestes, y no quedaría un propie~ario o renti~ta ~edianamente acomodado, sin consegmrlas, desmmtiendo el E vangelio, que cansidera más .fác·d pasar zm camello por el oJo de u 1za aguJa, que entrar un rico e1t el reino de Los cielos. · _ -¿De modo qu é usted pretende que yo mida a dona Marí a , que ha muerto bendiciendo la a utoridad

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de la I glesia , con la misma vara qu ~ a la corteja d e un · jor na lero rebelde que d esoído l.o.s consejos y amon estacion es su penores, y q ue, condenado po r con cubi9ario con tu maz d ehiera haber sido desterrad o d e este p-gebro h ace y a tiempo? P ues no e's~a m os ' conformes, y, p or much o q u e usted lo d esee, no h e de resignarm e a nég ar ig ua lmente a entrambas difuntas los sufragios póstu mos. -No d eseo yo q ue esos sufra gios se nit g uen. A la inversa: aspiro a q ue se concedan igu ;:dmen te, con objeto d e evita r que la s m ur m ur acion e ~ del vecindario formulen comentos poco favorable:; a la eq uid ad con q '· e se dis tribuye n los servicios públicos. No es posible qu e en la con ..::iencia de todos los vecinos q u e constit uyf n el c riterio colec tivo , lo q ue llam a n vindicta pú blic.l, pe~ en de ig ual mod o los in cide ntes de ca racter jn t:mo q ue ha n precedid o a la mu erte d e esas dos mujer es, y ob l i g ~d ,, la .m asa social a aprecizr los hech os por las mar 1festac10nes exter i ore~, h a bien do visto a d " s p ersonas in currir en idén tica in correción mora l, nCt ha d e acertu a e xplicarse, como es posible premiar e n la u na lo que en la otra se casti ga con pe na no a utori. za d a por prPce pto determin ado. - ¿Q ui én a dicho a usted q ue no estoy au tori zado pa ra 1 ech aza r de la I gl es i r:~, después de mu erto, a l q ue en vida no la res pe tó? - S eñ or c ura, permí tam e ad vertirle que no son libros d e m edicin a solam ente los q ue yo he tenido ocasió n d e hojear. L a sepultura , en reci nto c onsagra do por la I glesia , no puede nega rse e n la form a que lo pre tende en este caso. --¡Qué sí! - R epito que no. L a pr ivación de sepultu ra eclesiástica se reputa pena gravísima por la Iglesia ; q ue la reserva para excepciona les. - Com o el prese nte.


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-No; porque para aplicarse ha de mediar expediente canónico en el cual han de constar la exploración de la voluntad de la persona a quien· se pretende castigar, y su declaración abjurando del catolicismo, o ~n caso contrario los méritos de justicia que pue'den ser reputados, en un católico, como rebelión, escarnio, Teprobación, desprecio del dogma. ¿Formó usted tan Tápidamente ese expediente-? -iQué he de formar .... ! ¿Pero de dónde saca usted esas tonterías? - Si son tonterías, me las msptran el espíritu y letra del Concordato. -iTa, ta, ta .. . ! ¡El Concordato! Es<? se queda p ara España; sabe usted. Aquí nos regimos por leyes especiales. - ¿También en materia ca nónica? -iCómo en todo! ¡Si, señor . ... ! Y cada gallo canta en s u gallinero .... He dicho que la cortefa de ese pillo no entra en el cementorio, y no entrará . . iQué apele al Papa o a quien quiera; me tien e sin CUidado! Si después de cumplidas mj s órdenes, enc uentra él, ayudado por usted , quién d é el escándalo de desen terrar la muerta, me dejo cortar una oreja. -¿Es así que el fallo es irrevocable? -¡Sin remisión! -Hace poco me ll amó usted materialista. -Y no me ratracto . . -_-¿Y cóm o debe llamarse a l que castiga en la m atena Inerte el espíritu inmortal? -iNo me venga usted con requilorios ! Lo que h~go as enseñar a mis feligreses el santo temor de r::os Y el respeto a la autoridad de sus ministros. Re~ azar a ~se pecadora, negarle la sepultura en sagrao, lo .e~ttmo m ás eficaz que todas las pláticas, multas .:Y de~tierros destinados a concluir con el concubinato. -Señor ¿no es usted discípulo de Jesús?


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· eso.... ?. ¿ T am b., 1en qmere usted negarme ese titulo? -No; es que se me ha venido a la memoria la contestación del maestro _a los fariseos, cuando le pedían la condenación de la mufe·i ' adúltera. ¿La recuerda usted? . Estas fr ases, vertida::; por el médico sin alterar las inflexiones naturales de s u voz, encerraban ta n justa. recen ven ció n ,· que el padre Calenda.s, ' sintiendo la pe: sadumbre d el cargo, tuvo por conveniente no proferir una sola palabra. Satisfecho del efecto p roducido, d,i sponíase el d<;>ctor a p rosegu ir , cuando hu bo de interumpir ~ u propós_ito e l ruido de inespera do aguacero, c uyas gruesa gotas azotaba n los copudos árboles de la plaza contig ua, e, impulsadas po r el viento , penetraban en el interior de la casa r;or los huecos de venta nas y pu ertas. Idea s óbita pareció a sa ltar al bond adoso m_édico, e_ imr- ulsado por ell a dirigióse a l balcón, des de cuyo ~i­ tlo ll amó a l padre Calendas, corno para mo!!trarle a lgoque en la pla za ocurría. Acercóse le el cura, y , efectivamente, p udo observar co m o los labriegos conductores del cadáver de la desdich ada Cocola, recog ían del atrio, a toda prisa , el mis erable ataód con objeto de ampararlo de la lluvia. Crey eron sin d uda los pobres fíbaros q ue lo extraordin ario d el caso movería a l sacris tá n a conceder lo q u e ellos no n egaba n a nadie en sus míseros bohíos, pero no fué así. Sordo el te mplo a toda miserit ordia, cen ó sus puertas para que la lluvia no hum edeciese los s ucios la_drillos d el pavimento, ni descolg a sen las ráfagas d e a1re las enlutadas cortin as, y los asombrados peatones, con el féretro a c uest::ts, hubieron de dirigirse a una m ezq uin a zapa tería, situad a a pocos pasos d e la casa rectoral, d onde, por intervención d el solícito Robus-

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·s·, ¡ 1. ¿·g ue· h ay con

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L.EJ·AN I·AS · -: ·-

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-tiano, que hábia permane.cido firme en su pu~st~, caritativamente se le acogió: . - ¿Ve usted, . señor cura?-exclamó ·el Doctor Bueno conlsu s=renida d imperturbable.-} esús atraía,• y ·usted, que se lla m a su discípulo, repele. J esús rehabi_litaba a la mujer caída que, viva aún, podía de nuevo .-caer, y usted condena a una p roletaria muerta, que el vicio ajeno enredó en las mallas de tor pe seducción; Jesús no puso límite a su misericordia: usted cierr a, a ·p iedra y lodo, la I glesia, a la in génua creyente que no .tuvo medio de legalizar un matrimonio creado por la fuerza de las circunstan cias y no mancillado por voluntaria impureza, y no vacila en exalta r los despojos de un a disoluta que fortifica s u tardío arrepentimiento con ·mandas Pías y legados provechosos y funerales solemnes, Jes ús sembró caridad y recogió fe; riega privile·gios e intolerancia, y m a ta la credulidad . .. . i Hasta otra vista ! -¿Piensa us ted volvE;r ?- articuló con cierto dis :gusto el cura. , .- No s erá sin que usted me solicite, - replicó el med1co, con marcada expres ión. Y .toma ndo el sombrero que dej a ra sobre un a sill-a, .enca mmóse a la antesala . -¡Que llue ve todavía !- añadió el padre Calendas. - No importa · E sa muerta necesita enterra rse , y voy ~ llena r el deber misericordioso que usted no h a -quendo cum plir . . . . . . . . . . · · . -· . . . . . . . . . . . P ocas h~;~~ d~~~~é~,' ·e·n· ~~· ~~·~ p~· i~·c·u·lt~, . i·~~~~ diato al cementerio; para je solita rio , a cotad o por débil cerca de ?Jzayas que trasponían con facilidad las bestia s va.gabundas d el contorno, y servía pa ra d ar enter~a.­ miento a lzereg-es y suicidas veíase a la luz mortecma .de la tarde , un grupo deca~pesinos ocupa dos en a brir, .e ntre cardos y md.torr ales, profunda excava ción.

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Aqu ella debía ser la tumba de la infortunada Cacola,

Presidía el acto el Doctor Bueno, acompañado del rebelde Robustiano, quién se había agregado voluntariamente a la reducida comitiva. Cuando el hoyo quedó terminado, baj óse el cadáver a l fondo, con a uxilio de cuerdas aplicadas ingeniosamente por Robustiano, quién preguntó con cierta socarronería: -¿No rezamos a lgo, Doctor? -Nadie te lo impide . _¿Y usted? _Yo recé ya, pero no por la víctima, sm o por sus torrnentadores. a Esto diciendo, tomó el médico uno de los terrones ue rod aban a sus piés, e imprimiendo en él un beso, (o arroj ó so~re el a~aúd. ., Rohustlan~ asió una pala Y di~ p rincipio a devolver a l h oyo la tierra extra1da , termmando los fí ba?'os la fúnebre labor. Cuando las últimas paleta das de tierra cubrían aquella humil~ísim a tumba _oyóse salm o_diar a !o lejos el primer versiculo del cántico d e Zacan as q ue la Iglesia católica emplea en los bnerales solemn es : «B en edictus B omimts D eus Israel: qu ·i a v isitav it et fecit 1-edemptiou em _Plebis sua:l». Leva ntaron la v1sta los piadosos obreros, en solicitud del d esconocido cantor, Y por entre los sauces y a s tromelias , que bordaban. la carretera, divisaro n al padre C a lendas, que revest!do de capa pluvia l y seguid o de numeroso séquito, en el q ue fi guraba n los n otables d el distrito, daba in greso en el cementerio mu-nicipal al ca d áver de doña Ma_ría del Socorro , la concubina del may ordomo d e fá bnca de la. parroquia , reg enerada por la contrición y los _d onativos piadosos tn artz"cnlo m ortís .

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EPILOGO

Los vecinos d e -::-,:--::· da n tregua en el sueño a sus co . . tidianas .chismografías, fo rtificándose para rea nuda r1 5 a l día s1gmente. a E l a ullido d e algú n ca n fam élico o el can to de los o·a llos de pelea en cerrados en sus jaulas, a qu e hacen o ro los coquls trasnocha d ores, arrull a n, en inarmónica el plácido reposo de aquell os morigerados ha bi tantes. En la s pa nta nosas call es no brilla otra luz que la d e las estrella s, y a fe, q ue fu era ~a s to inútil el del 1 mbrado púbhco, alh donde nadie se aven tura en a ~das nocturn as, después d el toque de ánimas. ro Alg uién, sin embargo, se encontraba despierto a q uellas h oras, p ues q ue en una ca sa terrera, situad a al : x tre mo d el luga r , golpes repetid os, acompa-ad os d e este lla ma miento : n - d octor .... 1. ·s - d oc t or .1 -¡Sonor 1 enor - ¿Q uién llama ?-preguntó una voz desde el in te-. rior de la casa. ·

~~renata,

oy~ronse


LEJANIAS

-iUn enfermo de peligro!- repuso el que diera los golpes. T ranscurrió breve insta nte, rechinó una cerradura, entreabrióse una p uerta, y el rayo de luz escapado del in terior, recortó en el vano la silueta del D octor Buen o, e iluminó a la v ez, confusamente, la figura del camp a n ero parroquial , que era el qu e había llam ado. - ¿Q uién es el emfermo? - No lo sé. E l señor cura m e m a nda a buscarle, con m ucha prisa, y le suplica que no d eje d e ir. - iAh . ... ! iEl cura .... ! Pero ¿es tá él en cam a ? -¡No, señor! - Pues ya me figuro q uien puede ser el enfermo. Aguá rdem e breve momento. Y retirá ndose de la puerta, volvió a a pa recer , tras de a lgunos minutos, con una caja larga y aplan ada que entregó al campanero, diciéndole : - Lleva eso, por si m e hiciese falta. Y p erdiéndose, un o y otro, en las tenebrosas calles, d ieron a p ocos momtntos e n la rectoría. No b ien pusiera el d octor los piés en el último es calón del edificio q ue mis lectores conocen, ~ intió que se le colgaba del cuello el fun cionario eclesiástico, exclamando entre sollozos. . - ¡Doctor .... ! ¡Doctor . .. . ! ¡Se muere Rem edlOs !... iUsted es mi providencia . . .. ! ¡Sálvela, doctor . . .. ! -¿Q ué pasa ?- Preguntó el m édico. - i Qué ha de pasar! Que ha lle gado la hora del t rance, y la pobrecilla no puede salir de él... ¡Oigala usted .... ! Con efecto, en el in terior de la casa resonaban desgarra dores los lam entos de una mujer. El médico, sin proferir palabra, se adela ntó al sitio de d onde partían los quejidos. y, empuj an d o una puerta q ue h alla ra entreabierta, desapareció, dej a ndo en la


Salvador Brau

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sala al pobre Calendas, quién se d ejó caer en un sillón, hundiendo la frente en ambas m anos, con m1:1estras de profundo abatimiento, La faena del dicípulo dé. Hipócrates debió ser muy · laboriosa, a juzgar por el largo tiempo que ta rdó en rea p arecer; m ás no en vano se recurriera a su habilidad profesional. En los momentos en que la luz del alba penetraba tímidamen te por los huecos del balcón, s intió el sacerdote, inm óvil a ún en su asiento, que una mano caía suavemente so bre sus homhros, en tanto que voz clara vibran re y consoladora exclamaba: _'_¡Fa:lre .... ! Despierte usted, que reclama subendición un nuevo hijo. _ ¡Qh .... g racias !-exclamó el cura, lenva ntándose precipitadamente y abra.zando con efusión a l m édico-iCen qué fu era de peligro .... ! Cuánto voy a deber a usted! -No hay deuda, no. He llenado un deber a concienc ia; he sido afortunado y estoy satisfecho; pero .. .. ·pennítame una pregunta! H ace pocos días neaó us~ed sepultura eclesi~sti~~ ai cadáver d e una pobre laorieg a, po~que h a bl a Vl~ldO ~n COncubinato con ·un pa riente,, abhgad a p~r la Impenosa .ley ~e la necesidad . . podna uste~ decume en que parroqUla contrajo matri~00¡0 la muJer que acabo de ~sistir? _ ¡Ah . .. . ca lle usted, senor doctor! Soy muy culpable ; J.-ero la naturaleza arrolla la voluntad mas firme. - Obser vo qu e al fin se halla n d e acuerdo la razón d e us ted y 1~ ciencia mía; esa ciencia que us ted juzg a ba bu ena , s 1 aca so, p_ara preparar untos , pero que, en €sta ocasión , ha serv1do para salva r de la muerte a dos c riaturas y d evolve r a usted su _tra nq_uilidad. Dice ust ed muy bie n : la na turaleza e~ mflex1~le ; pero la moral social ha d e ser una sola . . S1 yo hubies e desatendido el rue :70 d e u sted, que ha Ido a levantarme de mi lecho de de ~can so , pa ra a sistir en su alumbramiento a una


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LEJ ANIAS

muj er que no h a podido recibir la sa nció n ma trimonia l d e la I glesia . ¿Qué hubiera sido d e ella . . .. ? ¿Q u é juicio hubiera n mer ec ido de usted mis:sentimie ntos ne gativos de caridad .... ? Y yo hubiera pod ido contest ar, apoyánd om e en la . intolera n cia de usted. ¿ Por q ué se ·pide a la Ciencia q ue sa lve una cria tura e ncenagad a e n la im pure za, si la Religió n , qu ~ habla en nombre d el Creador, h a d e condenar, no ya, el espíri tu a·nimador d e es a existe ncia , sino ta m bién el tejido carnal que lét e n volvió? Sile ncioso el c ura, ma n tenía la vista clava da e n el s uelo, co mo tem er oso de e ncontrerse con la dé aquel q ue tan severo juicio for mula ba so bre s u conducta . E l m édico prosig uió : - C ompr e ndo q ue h a n de mortifica rle m is pa la b ra s, y lo sie nto ; pero he qu erido que fuese us ted juez e n ::;u propia ca usa ; pues , por lo mismo qu e la na t uraleza arrolla la voluntud más fi rm e , en tie ndo que an tes d e juzga r con espíritu intolera nte las debilidades .agenas, hay que so ndear la propia concie ncia , y traer a la m em o n a aquellas pala bras s ublimes del E vangelio, que h ace pocos d ías quise, a un que infructuosame nte recordar a us ted : «El que de vosotros esté sin pecado a1~"1'0tre la pn:111~ra jz"ed1-a. » o ·L a cam pan a d e la pa rroquia d ejó oír e n aquel in stante s u a compasa do ta ñido · reclama ndo d e los fieles la plega ria m atina l ' - i Seño: cur a Í-dij o el doctor, to ma ndo el som. brero Y la caJa d e inst ru me nto. - El A ngelus n os ll ama; 1:. uste~, a la I glesia y a mi al lech? . de los en fer mos . ;b.a s ocu~dad recla ma nuestros serviciOs . .. . ¡C ad a cua l a s u Ltbor! Y abandon ó la rector ía.

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. .... de filibusteros .. Invasion Ona ..,.

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( ltisto ri a q ue parece cueni·o).

ADVERTENCIA. Escrii~ este episodio en e l año t88t, para publicarse e n El Buscapié de m i buen compañaro Fernández Ju n cos, las exig encias de la censura gube r nativa, muy rápida entonces, obli gáronme a ocultar el nomb r e de la población, teatro de tal tropelía corr egidoresca, y a callar e l de los fun cionarios que degrado o por fue r za, inter vinie ron e n la. bur lesca hazaña. Tamppco he de revelarlos ahora. ¿ Para qué? .... P ero si he de jur arte, en Dios Y mi á ~imo l ector querido, queutestigo presencial de ese t!Stadv d e sitio l ugarefio, del que fui víctima con otros compañ e ros de pa1-randa, nada hay que atribuir en la narración a mi facult:;..des imag inativas. 11'1 quito ni po11go rt!y . Cuento lo que vi e l día 24 de Diciembre det 862. como lo vie r on, y co ntta rlo pue den , en Cabo Rojo , m ucho.; de mis conte rráneos. Vean , pues, los bravos ada lídP.s del pro· greso actu:~ l , la:clase de obstác•los con que h ubo de tropezar la vieja gen e r a ción Y que respetos imponía n l as I ey~s a l os e ncargados de hacer l;,s cumplir. Los que d icen que 11ada se hiz o y uada cotzs,.gui mos de España. por fue r za habran de con ven i r en que , a l invadir les Norte-american os nuestras p layas e n ] u lio de 18g8, yo no se cosechaban corregidores tan audaces y con fi a dos e n la impunidad de sus atrope ll os. como e se que, •n un r as¡:o de pluma . ha tratado de e sb oza r.

EL AUTOR.


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El viejo reloj del a l macén señalaba las tres d e la tarde, el día 24 de Diciembre del años 186 . ... L a ver.dad es que no recuerdo fijamente el año, pero eso n o obsta a mi propósito. L o que importa sa~e r es que a esa hora la población de... jtóma pues s1 ahora echo .de ver que también he olvidado el nombre d e la población ! ¡Y poco que desearán ustedes conocerlo! Lo com prendo; pero ¿qué le hemos d e hacer, si e8 tan píca ra • • ? . m1 m e mona .... . Todo lo que recuerdo y que puedo asegurarles J?Or si gustan creerlo bajo mi palabra, es que la población .de que se trata, se encuentra fatalmente escondida en uno d e los rincones occidentales más pintorescos y menos frecuentado s de Puerto Rico; que es proverbial la b elleza d e sus hija s, por más que entre ellas las haya d e un feo bastante subido; que en sus anchas y prolon:gandas calles, vivificadas, según dicen, en tiempos de María Casta ñ a, por un gra n movimiento comercial, campea ba exuberante la· malofillo, a pesar de las siegas d ecretadas oficialmente cada vez que anunciaba su visita al gob ernador de la provincia o se aproxim aban las fiestas patronales de orde na n zas; y, por último, que cuenta con una inmensa pla za p ública plantada de zorras, verdolagas y otras hierbas más o m en os silvestres, d~mde hozaban pacíficamente los cerdos del señor Ten_Ien~e Alcalde y triscaban las cabritillas del Caba llerosmdic? Y aleteaban los gallos de pelea de los señores COJ:?.CeJales , a la sombra d e un os cuantos flamboy a1zes y al men~ros , pla ntados con ta l profusión y simetría, q ue les h a cia semejar muc ho a mechones de ralos ca [Jellos e n to~no d e desnuda y prominente calva. _ e Han quedado satisfechos mis lectores, con las senas? P ues enton_ces, con su permiso, r~an~daré el rel ~to . E ras e , repito, la vísp·era de Navidad, y los vecmos


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aquella població n se disponían a conmemorar cató-

h~amente, el a d venimie nto a la vida de aquel q~e. na-

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Cido _e n un establo d e vacas , e duc ado en el taller de un carp_mtero y ejecutado entre dos m a lhechores, por haber mte ntado _oponer el dique de su poderosa pa labra al des bordamie nto de las pasiones y a la corrupción y desenfreno d e las costumbres no sospechó sin duda que la h_u~anidad creyente, agradecida a su i~pondera~ ble sacnficw, había de hallar fórmula expresiva de conme~orativo agradecimiento, atiborrándose de pavos, permles, pasteles y otrns manjares más o menos suculentos, remojados ron frecuentes libaciones alcohólicas. Tratá ndose, pues de tal festividad, no será necesario g ran esfuerzo pa~a suponer el g rado de excitación a, que había 1legado la población aquella, en los momentos que n os o cupan. Con efecto, notábase en todas las casas un movimiento desusado; oíase el repiqueteo de los almíreces en todas las cocinas confundido con el pataleo de los lechones, al exhalar' a impulsos de m ortífera cuchilla, el último desg•rrad~r suspiro. Las hie rbas d e la s calles, aparecían fest?neadas de plumas de pavos, capones y gallinas, despoJOS ar~e­ batados d e las cocinas por el impulso de la fre~ca_ y JUg u etona brisa· el ambi~i!nte recaraado de un m c1tante o_lor de oré_ga~o, pimienta d emás ing redientes culinan os, embnaaaba la imaainación arrobándola en profundos y vol~ptuosos su;ños gastronómicos; rechi naba e l empedra do bajo el peso d e Jos carro~ c~~gados de palmas y foli a o-e destinados a la construcc10n de los lege ndarios b~l~nes 0 nacimic1t1os ; rev~l víanse arma rios y b a úles, rebuscando colchas de abigarrados colores, y pañolones y encajes ante-diluvianos, con que c ubrir las mesas destinadas a s oportar los cordenllos de trapo y los pastores d e cartón, delicia de la turba infa ntil; mezclábase, en inarmónico concierto, el chillido de

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un clarinete al ens ayar la s d anzas que habían d e bailarse por la n oche en los v elorios del Nz"flo, con el vergonzante tañido d e los wat?~os y tiples, al recordar los vetustos aires de los aguinaldos callejeros ; en los ventorrillos se arrrerraban nuevas dósis de agua a las cubas o o . d o e1 aulicor es populach eros, prevren d el ron y demás mento del despacho que se preparaba ; y el chisporrot eo d e los fogones y el bullicio de los chiquillos y la alegría d e las mozas bailadoras y el castañeteo d e dientes de las viejas comedoras d e hayacas y almofába7las, .todo, todo auguraba una ?Wclte-bztc1la delicio~a : un a de aquellas noches-buenas, en que cua ndo niños·, nos sentíamos alu cinados por los a ng elill os de alas d e tules y las almendras azuca ra d as, v c uando ad olecentes solíamos correr en pos d e otros -á ngeles patudos , solicitando algo m ás pecaminoso que mta yema coujitada. De repente todo aquel trá fago, toda aquella a lgarabía se interrumpió, transform á ndose el risueño cuad ro, con igual presteza que se t ransforma en el teatro l~ d.e coración de un a comedia d e magia, a impulsos del silbrdo del tra m oyista. Y los lechones se qued aron a m edio tostar en el asador Y las almofábanas se achicha rraron en la sa rtén Y Heródes perdió su corona y un rey mago se en contró ata scad o dentro de una fuente de maufar blauco y la estr~lla d e orien te se desprendió del cb.vo en que no ha~ran acabado de colgarla, con peligro de inflamar la paJ ~ d el pesebre, y al ruido de platos y cacerolas y almrreces reemplazó el de los ·pasos precipitados de hombres, mujeres y niños corriend o a la des bandada ' como un h ormiguero sorprendido en medio de sus fae-' n as, asomándose unos á los balcones, puertas y ventan ~s~ry y endo otros a guar ecerse en los lugares m ás r econ1. ltos Y re servados d e las casas, p resintiendo un cat ac rs mo. Y en el centro de la población se oía el seco redo-


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ble de un t ambor, batiendo el álarmante toque de O'enerala por todas las esquinas. o i Generala? .... y a las tres d e· la tarde? .. .. y e n vísperas d~ Navidad? .... El ca so era p ara sobresaltar ·a los más Im pávidos y animosos; as-í' es que durante no c orto espacio de tiem po, p udo oírse·un contínuo . .. . iquéocurre? .... jqué pa.. a? .... ¿por qué tocan ? .. . . ¿qué h a su c edido ?. . . frases dirijidas de· balcón a bal-cón , _o de puerta a puerta, o d e transeunte a tra nseunte, s m que ning uno pudiera d ar ex-plicaciones concluyentes y satis factorias . . . "'( e l espanto subió de pronto al: ver a l capitán de · lVhhc1as, fun cio n a rio con d ecora do pomposamente con el título de comandante militar d el dis trito, q ue, en zapatill a s , con el sable a medio ceñ ir y e mpuñando tod a vía _la s tij e ras co nqu e se hallaba pela ndo ga llos en el patw d e s u casa cuando ._onó el ma lha d ad o red obl e , se d_irigía precipita d a me nte a l Corregimie nto, co n objeto, su~ duda, d e p on er su virgin al acero a l'as óde nes d e la pnmera a utorida d del pueblo. D eje m os nosotros a l vecinda rio s umid<? ~n s u es tup efacci ó n, y vá mo nos ta mbién al Corregimie nto, en pos del comanda n te. mi lita r, que quizás a ll í enco ntra remo s la explica ció n del e nig ma .

1I Era el Sr. Corre O'idor, hombre d e unos treinta y ochoa cu a renta a ños o con sus ribetes d'e buen m ozo y res abios, b astan te pr~ nunciados, de tenorio a~ ~o_jadiz_o . P roced ente d el benemérito Cuerpo d e lVhhctas disciplin a d as, en el cual ll egaf'l al a mbicion ado puesto de · capitán, g radua d o d e coma nda nte, que cerrab a la carrera, había co ntraído en el ejercicio d e su a ntig uo empleo c ierto tonillo ca mpanudo y facnend'oso , que, uní- -


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dos a su s p ersonales hum os aris tocráticos, le revestían de condiciones las m ás ventajosas p ara e mpuñ a r, con todo el necesario prestigio, la onmim oda vara, sí m bolo de un cargo qu e a b arcaba d esde las elevadas ~un cio nes judicia les h a sta las humildes de agente de poh cía, y e? cuyo suprem o ejercicio lo mismo se decreta ba e l ma tnm o nio d e un jorna lero, contra toda s u voluntad, q ue se le orde naba a un escla vo a feitars e los bigotes por s er -inco m pa.tibles con s u estado social. P a ra a vista rn os con ta n orondo p ersonaje, h emos de buscarle en el solón de sesiones de la casa cajn"tztla?' , s itua da en €1 piso baj o de una casa vieja de a lq uil er , donde se había a posentado largo tiem po una tienda d e mercería, seg ún tes timonio fe hacien te expedido p or los .tableros e nclavados en las paredes ; ta bleros destina d os a ntes a s oporta r las piezas de l istados, coletas y blMt,q u z"n es, y recargados ahora co n el peso d e la s h b1'etas d e jorn aleros , los cua dernos de juicios verb ales y lo s -expedientes g-?tbernatz"vos. En el testero d el saló1Z s e a lzaba un colosa l d osel, e~ cuy o _fondo, so mbread o po r á mplias c?r tin as de jnt szana r~Ja , apenas si s e percibía un a . micros cópica es tam pa hto~ráfica, q ue, de represe nta r a l mo narca r eína nte, deb~a con tar a tras adísima fech a ; como q ue fig ura b a u na m ña de cor ta ed ad, modesta mente ves tid a y con el ca _bello ligera m en te a nudado, sin atribu to a lg un a d e la m aJt:stad regia, ni s em ejanza d e nin g un a especie co ~ e_l b us to _g rabado e n las mo nedas que por aquella fehz epoca Circul a ba n. . Al p ié d e aquel d osel y en el s itio en que es d e r ú bnca colocar la g radería d el tron o, s e osten ta ba el bufete Y la poltro na d e la prime1"a auton'dad local , d ando luga~ esa co~ocación, a que a lg uno, poco avisa d o, con fundie~a el s 1mbolo d e la Soberanía con los d istin tivos correg1dorescos, j uzrra ndo en e u m bram ien to a utoritar io lo que era sólo petu l~nc ia q uijotesca.

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torn A8rupado, pues, junto a aquel solio; sentado en luz ~ e aqu el bufete y b a ñado por los reflejos de la .b ola r, que, al penetrar oblícuamente en el salón 1 _an a quebrarse en los pliegues del cortinaje de pnesz~na, empapándose en sus tintes sanauinolientos ~e1~~e ~1 ilu s tre ar_eópago que en aq uella :dad, vírge~ ef d lbhoteca s, telegr~fos y t?ranvías, tenía a su cuidado ar vueltas, con m e todo y compás a la desvencijada noría municipal. · ' r . Allí, a~emás del Corregidor y del capitán de Mi~clas, ~a cltados,. ocupaba puestc preferen~e el señor ura p aroco , anc1ano de bonda dosa faz, · ammada constantemente p or juguetona sonrisa arrancado a las dulzu ras de s u lza maca de 11iag-1te)'. precisamente en los momentos en qu e acab a ba de h allar entre las a ntífonas d el Breviario, el co mienzo de sazonc.da fiesta. Junt" al señor Cura, se dejab a ver el Sztb-deleg·ado d e Mari?ta, crónica viviente de léts guerras d el s uelo col?mbiano, cuyas costumbres, rí gidas como el prehi~­ t~nca corbatino d e suela que aprision aba su _cuello, _d lSlmula b a n un trato social exqui sito y una Jlus tra cJón n~da vulgar, y el cual, a la voz del somatén, se hab ía :'1sto forzado a p edir permiso a su eterna gota Y a su 1mplacable reumatismo, para buscar, e n ~o profundo de los abrumador es años, un resíduo de v1gor con que h a cer frente a la ala rmante situación que se presentaba . Al c a pitá n d e puerto seauía en orden jerá rquico, p a rapetad o detrás d e forr~lid~bles a ntiparras, el Receptor de-rlcntas internas, personaje melíflu? y atildad o gu~, agu zado el olfato como ratón que pres1ente la pr oxtmld ad del queso s~ refocilaba, allá e n el forro in terno de su irreprochable ch aleco blanco, alucinado con la idea d e que sin duda se tratab a d e da rle otra vuelta a la clavija S7tbs·i dim-la o d e subirle un tono más a l dereclw de

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Zierras , cuando con tan extraordinaria precipitación se le llamaba. Por último, cerrando de un modo acabado, tan maravllloso conjunto, obstentábase la volummosa hu, manidad del señor Admúz·ist?-ador de la R eal A du anacuyo ab dómen, d esarrollado prodigiosamente en el R:Jiwcicio de su empleo, pug naba por degprend erse d e los b otones que le oprimían, echando de meno s la c um plida hopaland a de cretona en que solía envolviese en la oficina, d<;mde a falta de buques que d espa char, pues allí esta ba prohibido su arribo, solía n d espacharse con frecuencia. inso nda bies soperas de mofo ngo y r ec!trm chos garra fones de garnacha. Así cons tituído aquel cónclave y· g ua rda ndo todos respetuos o silencio, irguió s u talle el Correg idor, que, has ta ento nces , hundido en la poltrona, en rebuscada postura, había parecido a bis marse en misteriosa cav ilación , y d espués d e aclararse la gargan ta, a tusarse Jos m ostachos y dar un tirón a los al midonado s fog ues d e su acica lada ca misa, puesta la mano en el pui'i o de o ro d el fla mante b astó n que, a modo de cetro, se desta ca ba e n el bufete, sobre el atormentado Ba1tdo de policía de P e::uc!a, prorru mpió en el s igui ente di sc urso: «Señores: un extemporáneo conflicto nos amen aza. Quizás d entro de menudeados in sta ntes s e verá es ta culta población reducida a un a pi la d e e sco mbros, y nuestras es posas, hijas y demás familia , hechas cad á veres a impulsos d el plomo atrona dor. No h ay tie m po que perder. u~tedes está n ob ligados a secundar mis benéficas dis posicio nes, y a l con vocarlos a est e cabildo h a sido para recla m a r tod a im portancia de s u vigoroso a uxilio. «Sí, señores; mostremos que so mo hijos legítim os de Guzm á n el Bueno, y determiném onos a d erram a 1· has ta la últt':na gota de sangre, antes qu e permitir que sufran detenoro los sagrados intereses d el Altar y el


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~ro ~o,

c o nfi a d <;>s a nuestra c ustodia por la ilustrada y f en evola supenor autoridad que ,. para ventura nuestra,. rate rnalmen t e y c on tesón r rige los des tinos de e sta muy noble Y muy leal antilla . » t ~1 llega r a quí, detúvoEe el orador para tom ar alieno Y JUzgar d e p aEo el efecto producido en el á nimo de· s u s oyentes. A la _v erda d t a n ati:;oRante e~ordio, pronunciado c on enfát1ca p rosopo peya , era aó n m ás intra nq uilizad or q u e e l p reventivo toque d e genera la; así es qüe el bu e n o d el C ura se revolvía como uo azogado den tro de su sot a n a, y e l Recep tor n o q uitaba la vista de la puerta, es tu d iando la mejor m a n era d e escurrirse, con objet o. d e ir a poner en salvamen to los cuadernos del S?tbsidzo q u e se le h abía n qued ad o espa rcidos sobre su mesa d t d espacho. E l capitá n de p uerto, como person a. d e m ~yor aplomo y experiencia, se en ca rgó d e despeJar la situa Ción, y encará ndose con el Corregidor , le soltó a boca d e ja rro, es tas pa labras: -¡Pero acabemos d e saber lo que pasa! - L o q ue pasa es qu e los i mplacables _enemigos d el T r ono de n uestros m ayores, ha n co n segu~do . poner e n p lan ta la p rosecución d e sus maléficos d es1gmos •. Aqu í está es te pa?'te que m e acaba de com umc~ r el com isario d el b a rrio d e L a Hig?.te?·eta. (Y al d ecu esto agitaba un pa pel g rasiento,. lleno d e compli_ca~o.s geroo-lí ficos escritos con tinta poco mt nos qu e mviSIbl e .) o D esde es ta m añana a las diez se ha a lca n zad o a ver fre nte a Playa Sucia un buq ue stJsjecltoso . ... . -Pero ¿ por q ué es sosj>er/UJstJ ec:;e b_uq ue ?_ volvió a· mterrumpir el capitá n d el puer to, J Q l!le m a mobras ha pr acticad o? ¿ a q ué dista ncia d e la C(lsta se encu entra ? ... . P orque, desd e las diez de la m añan a h asta es te m om e nto , con el vienteciHo que sopla , lu gar h a te ni-· d o d e sobra p ara en tra en e1 pNe~rto, Y0 soy m a rino ....-


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- Sr. Subdelegado, replicó amostazado_ e l ~orr egi­ <ior, s i es us ted marino, tam bié n lo es el com1sano de La Hzgztn'eta . Me con sta que por mucho tiempo ha s ido patrón de una lancha, cargadora de azúcar; de modo que .debe esta r bien enterado de lo que son maniobras marin era s . Además es persona en quien ten g o pues ta toda mi confianza , y cu a ndo é l m e avisa que el buque es .sospech oso, no hay má s remedio que creerlo. Por otra parte o bran en mi poder comunz"cacz"ones reservados que no estoy o bliga do a enseñar a nadie; ni yo los he llamado t a mpoco para que me den consejos, sino con objeto de que reciban mis órdenes. T odas mis medida s están tom•das y no hay que :Perder e l tie mpo en conversaciones inútiles. Señor capitán , h aga u sted que su asis te nte y e l ·sa rgento primero de la compañia, ayudado del orde.n anza d e es ta oficina, convoquen a cuantos milicianos se encuentren en la población o en s us a lrededores. En cuanto estén reunidos , se pondrá usted al frente de 1a column a y la conducirá a Playa S1tcia, a d onde yo m e trasladaré con el comis a rio d e La I-Iz'guereta, para ,d irigir las operaciones. Señar Cura suspenda ustP.d la misa d el g·allo y la .de los jasto?'es y todas .. . . ¡no hay misas esta noche! U s_tedes, señores J ifes d e la T-<eal Hacienda, pro.ced a n sm levanta r mano , a ordenar los fondos y d oc umentos del Real Erario custodiándolos persona lmente ·h_as ta nueva orden; y u ~ted, señor Subdelegad o d e Man_n a.' d es de este mom ento qu eda h echo _c~rgo d el Carreg tmte nto, res pondiéndom e d e la tranqUilida d del pueblo con su cabeza. SJue se cierren todas las tie ndas a l anochece r, que se prohiba s in distinció n de personas, la circulación de gentes po_r l ~s calles; q ue se supriman los vet01~ios y ce nas .Y nacz·n !zentos; que se desplieguen dobles patrullas; que los ca pttanes d e urbanos pn~vengan a s us compañeros,


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a fin d e q u e. te nga n 1·1stos los e h uzos v que se m e ta en el ce po a d1spos · · · d · d· Ja to do aq uel que lCio n e 1111· a utonda Se a t reva a r · ' copla a unq ue asear un tip l e o canta r una sea d e ntro d e s u cas a . 1. Ea! ca d a cu a l a s u ' d estmo. · d ue ...:; ~~~a!":tada la s es ió n . ta . , _di.ngt~dose a la pue rta q ne conducía a la ha biCto n mmed1ata, añ a d ió e n a lta voz : b -.-¡Secr e tario! extie nda us te d d os bole tas pa r-a dos z:g aJes d e_ s illa ; un o p a ra mí y el o tro para el orden a n. El mto _que s ea bueno : yo no m o nto en ch ougos. Y s e r e tiró d e l salón y d etr á s d e él. d esfi la ro n los S • tenor es de la junta, sin atreverse a chista r un a p ala bra , emerosos de d esper tar la cólera d e un hom bre que obra b a e n v irtud d e ó·r de1us 1'estwv adas . . Y d os h o r as d espué s un a veintena d e m~~cia­ n os, e nfunda d os e n blus a s d e d n."l azul d estemdo , Y apr is io n ado s e n lo s h erra d o s zapa tos d om in gueros, lleyando por tod o ar m a m e nto s us célebre::; fus iles d e ch1s p a , s in u n ca r t uc ho ni u n <Yrano d e pólvo ra en la c a rcom id a car tuch e ra , ~?..lían ;recedidos d el capi tán y d el sarg e nto , en direcció n 6 Play a S~tcía., resueltos a extermi n a r a los osad os invas ores. Y, al ca er la tarde ta m bién se vió a l señor Co rreg ido r , jin ete en soberbi~ alazá n, y a taviado, ~o en són d e g u er ra, sino acicala d o con esmero, co mo st se tra ta s e d e a s is tir a a l O'una cita d e amor, q ue llevando trás • si, a g uisa de es~udero, a l po r tero d e la ofi cina , a r mad o d e un formida ble e spadó n y porta ndo en am bas man os e l sim bólico bastó n d e a ureo p uño , emprendía la m a rcha con d irección. a l parecer, hácia e l barrio de L a H zg·u e1·eta .

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III Ha cerra d o la noche ; el a ire seco y sutil del no r-

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d es te, limpia ndo de celajes la atmósfera,. permi_te, ~ u n­ templa r, sobre el a .;m lad o fondo del espacw, el _vivisimo ce ntelleo d e la s estrella s , único a lu mbrado pú bhco, conq ue, por ento nces, podía conta r la pobla ción que nos ocupa. . . , . Rein aba en las ca lles m edroso s1len cw solo mterrumpido por los p as os irreg ulares y perezos de las patrullas, que, a rm a d::~ s de garro tes o mo hosas es p ~ d a s d e cinco cuartas, recuerdo de la época de la conqmsta, daba n cumplimiento a las dis posiciones del Corregid or, dirig iéndo se un as a otras el sacra menta l:- ¿ Qm'éu viv e ? al enco ntrarse en un a encrucijada. En el á trio d e la I glesia, espacioso cerca do, d efen d id o f- Or un a carcomida ta pia de cal y can to, do nd e , p or tradicion al cos tum bre, solía n acampa r en la Jll oc/¡ebuena, las nu merosas trullas de ca mpesin os , que , has ta d e los barrios más a parta dos ; ¡_ c udía n a besarl e los piés a l N úto D ios, e'xpo nién ck>se a recibir , en premio d e s u devoc ión, e i:-Jterío s e a brían la s puerta s del templo, a lg unos mís ticos urotazos. aplicados con maestra ma no por_ los d esvergonzados mo nag uillos ; en ese á tri o, repetl mos, q ue si ha bla r pudiera. mu chas y buen as cosas nos contaría, apenas se alca nzaba a ver, en a q uella femen tid a 'noche, la en clenq ue figu ra del ca m panero, sentaJ o en el q uicio d e una puerta y a gua rd ando co n espartana serenidad, la llegad a del e1ze1nig·o, dis pues to a poner en movimient() las cabullas d e los cascados e s- • qu1lcn~s confiados a su profe sional inteligencia , pa ra ~dvert1r a sus conc-iudadanos la proximidad del pehg ro.

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E~ la Casa del R ey, destart~lado edificio que d esem pena ba un a trinidad de des tmos : cárcel pública , cutrtel de Milicias y d e pósito de a nimales vagabundos ; a ~ l uz de agoniza nte lá mpara de aceite de coco, g ua ~ecida por los opac~s vidrios _de emplovad_o fa rol, colga0 en el fondo de lobrego e mfecto zagua n, veíase un

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1 --------------------=S~a~lv~ad o r B rau

urbano, que echado a la larga s obre es trecho banco de· ausu?o y con el c huz o de pasar revista cruzad o entre las p1ernas , r o ncaba beatíficam ente, sin inquietarle los ~empe~ tuosos rug idos que por el enrejado traga-luz del mm ed1a to calabozo se escapaban· ru a idos de cólera Imprecacione s de dolor murmuiÍos s~focados de lo~· infelices presos que, embutidos por los piés o la cabeza entr~ los duros maderos del cepo, y echados sobre las corndas ba~dosas del pavimento, se agitaban en vio~en­ tas contors 10ne.s, e n tanto Claudio, el negro atlé t1co,. b orr3cho consu e tudina rio berreaba bajo la presió n d e formidable pitmí. Agu a rdie nte y romo puro e s ·lo que b eb e n lo s rey es. El agua par a los bu eyes, q ue tienen el cuero duro. P ug nando por d espre nderse del madero Y renegando d e l b a rco, d el Corregidor y de aquella maldecida Jlloch e buena. . L as demás c.asas del pueblo, cerra d as a P.l~dra Y lod o, y bien calafateada s las rendijas é insterstiClOS de puertas y ventan a s, n o d eja ba n traslu cir el m eno~ aso~o d e cla rida d ni e l m ás pequeño indicio d e la exis te.I?Cia de s u s mora d o res·' sin e m bar oo-o ) si penetrar pudie , ramos en aqu ellas viviendas , presto nos co_n_vencenar~osd e qu e nadie e n é llas h2.bía logrado conc1har el su ~nod ¿Y cómo dormir, c ua ndo una espantosa caJa mida a magab a d esata rse sobre ta n pacífica co m arca · ¿Cómo aspira r tranq uilamente la s dul zuras de bienhec h o r repose, c uando la g uerra Jla ma~a a las puertas, con s u séq uito d e h orrores, de d asolación Y de exterminio? . Porque es d e a dverrir q ue al levantarse la sesión aque lla tarde los concurrentes se en ca rgaron de prop a lar por to'da s partes la grave n?ticia que se les comunicara, y muv e n breve, los belicosos aprestos d e los milicianos' y ei estado de sit io decreta se por la Autoridad n o dej a ron lu aar a dudas sobre la trascen -· d encia del caso. o


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Y cad a cuál se entregó a las más Extr.añas cavil a c iones y laboriosas conjeturas. Y a se elevaba a diez e l número ce barcos sospec!zosos que se divisa ba n en la costa; ya !:: e afirmaba que e l ta l buque era un ?JzonZ:tor haitiano, repleto de armas y pertrechos d e guerra ; ora se le suponía una escuad1·a chilena que traí a la orden d e a rras;¡r la plaza,· ora, por último, se le colgaba el milagro a los ing leses que, sin duda , volvían a continuar el asedio interrumpido a fines del pasado siglo; y a s í, de deducción en d edu cción, de sospecha en sospecha, aventurados los caletres en el cálculo de las probabilidades, hubo individuo que llegó a describir con sus pelos y señales, juanetes y sobrejuanetes, el funesto barquito, asegurando baj o pa labra de honor, haberlo visto a una cuerda de distancia de la playa. Por de conta do no faltar<;m espírit~s despreocupados y v alerosos que desprecia ran la Importancia d el acontecimiento, plename nte convencidos de q ue aque-llos cobardes malhechores serían pulverizados completamente antes de poner el pié en la a rena, g racias a la pericia militar d el Corregidor y a la indomable bravura de los milicianos; con todo , la may o:ía temblaba, y como se desconacía el número de forag idcs que el barco alimentaba en su vientre, y no era fácil adivinar la cantida d de morteros, culebrinas_ y bombardas que t raerían en s us baules tales pasaJeros , un os y otros a doptaron el partido d e parapetarse d entro de s us casas, contribuyendo desde allí, a la general defen::;a. Y entonces fueron de ver los medios , a cual más -singulares e ingenio sos, pues tos en práctica para dar ~ima a tan saludable intento. Por aquí, uno, desconfia ndo de la solidez de la puer~a d el zaguá n, d eterm inaba robustecerla con un a harneada, en la que entraban como componentes la mesa d e la cocina, el pilón de moler café y un volurni-

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Salvador lirau

noso can~sto de ropa s ucia; más allá otro, pretendien~o ai?orti g ua r e l ímpetu d e las balas, hacía blindar mte n ormen te las ventanas con la d.lfombra de ir a misa la_s niñas; la v is tosa gualdrapa de ponerl e al jaco en los dia~ d e precep to, y e l raído peta te de dormir la negra cocmera; d e acá otro, m ás taimd.do o menos valeroso ' a agazaparse, con toda la fa milia, en un rincóa' corn?d el Cielo r aso, proponiéndose atisbar desde su escondit~. el gesto que pondrían los invasores al e ncontra rse con la c ~sa desierta. · . Y éste car gaba hasta la boca un viejo tra buco sin gatillo ni cazole t a, histórico ins trumento que s ólo se sacaba a r eluc ir en el novena1'io del santo Patrón, y cuya la r ga m echa traía a la memoria los primitivos arcabuces del tie mpo de Herná n Cortés y del duque de Alba; y aquél, a falta de otra cosa mejor empuñaba la azada d e escard a r hortalizas; en tanto que alguno se llana b a los bolsillos de guijarros y pedruscos y otro bla ndía enorm e sartén desfondado. arma defen siva muy propia de fig urar al lado del improvisad c morrión d el inmorta l Hidalgo. Y a fin d e que los auxilios espi_ri~uales tomasen parte acti va en la obra com ún, una vieJa beata encendía d os velas a S a n Roque, abogado defensor contra la peste (que pes te y no otra cosa era lo que. se les venía e nc1ma) mientras que una. solterona recalcitra~ te, dedicaba tres q uince a Santa R1ta, protectora d e Impos ibles con objeto d e que sacara a flote su precla ra do ncelle~ en el honroso n a ufragio q ue se a nuncia ba . T a l era la situ ación , con pá lidas tintas descritas, en que se h a llaban aquellos indefensos vecinos, al media r la funesta noche cuyos recuerdos evocamos. Trém ulos, silentes, cavilosos; sin atreverse a d ar un paso, ni a respira r a penas; opreso el corazón y atento el oído a l menor movimiento exterior, parecíales percibir a cad a insta nte conduciJo en alas de los apa-


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cibles céfiros, el fatídico clamor d e la cam p ana d e la d e la parroquia, trompeta destinada a .anunc ia r la hora de aquel J1a'do /inat de nueva espec1e. De repente, estrepitoso ruido que bien pud o tomarse en tales circuns tancias, por el estru endo de un cañonazo, a l que siguiera cierto crugimiento singular y alg unos <ilar madores alaridos, lo que a aquellos amilana d os espíritus se les antojó el silbido arrasador de la metralla y el s uspiro supremo de las víctimCls,-vino a interrumpir el funeral silencio, poniendo el colmo al azoramiento del vecindario. Y el campanero corrió a empuñar las cu erdas de su armón ico aparato y los presos se achicaron y en cog ieron más dentro de s u g uq.rid a, y las viejas mascullaron a borbotones el Aplaca mz· Dz'os tu ira, y las patrullaR enristraron s us trancas, y el urba1to, centin ela d e la Ca sa del R ey, despertó repenti namente d e su s ueño. y, dando un brinco hacia la puerta, enredósele e ntre las piernas el asta del chuzo, que en mal hora ech a ba en olvido, y fué a caer, de bruces, cual largo era, so bre e l desigual y nada muelle empedrado; y a l grito de i a!tí están/ todo el mundo encomendó s u a lma al sa nto procurador de m ás confianza, creyendo sentir ya en el cogote el filo de los yataga nes filibl:lsteros. Pero... pasó un minuto, y otro, y diez, y el cañonazo n o se repitió, y los chillidos no se reprodujeron, y los áimos fueron poco a poco entrando de nuevo en_ c~ja, )! todos anhe_laron saber la causa de aquel estreplto, sm que nad1e osara moverse a averi <Yuarlo hasta que un .bizarro comandante d e patrulla, c~nserj~ d el ~ementeno, por má s señas, desenvainando con coraJe el mellad? espadón de que iba arm ado, y d a ndo as~ ~ente l.a animosa voz d e: ¡ S íganme muclzachos, paszt zto Y. sm hace.r bu/tal en pun till as , escurrié ndose por debaJo d e los balcones, como buscando las somcampa~ a

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Salvad"OT Brau

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bias d e las casas, no creyendo bastante densas las tinieblas de la noche, para precaverse de cualquiera ~mbosc ad a t ra idora, consiguió llegar, seguido de sus vahentes, a l e xtremo d e la última calle que d aba s alida al camíno 1~eat, por donde era de suponer que se presentaría el e nemigo. Pero nada de extraordinario encontró allí la belico-sa expedició n. La noche , plá cida y serena, envolvía en su oscuro m~nto la campiña: los g·uamos y favzllos peant_ados a onllas de la carretera destacando sobre el Jímp1do ho. ' ~1zonte s us neg ras y erauidas copas, agitaban el ramaJe en continuas contor~iones como queriendo sacudir la nociva impresión d el glacial nortecillo, mientra s que entre la h oja rasca de los cercanos cañaverales, merodeaban pacíficamente algunos vagabundos cztmbanos; burlá ndose de la insoportable cháchara de los coqzds, esos sempite rn os trasnochad ores de nue stros campos. C a lcul en nuestros lectores el desaliento que se mejante espectác ulo produciría. en el ánimo de los exploradores. iEl ene?J.zzg·o no esta ba allí! . Y , s in embargo, no cabía creer lo contrano: el cañonaz o se le h a bía dis pa rado. . , _Preciso era, pues, enderezar las pesqmsas por otro cam~no, y con ese objeto regresó la ronda al punto de pa rtid a ; p ero una vez allí no tu vo que poner en práctica , su buen deseo, que ya un vecino más afo_rtun_a do hab1a conse oo-uid o dar con la clave del m1stenoso . e mgma . Fué el caso que cierto encanij;¡do mastín, al penetra r, no se sabe có mo en bien aprovisionada des' . pensa, hubo de tropezar en oscuro nncón con uno de los chamuscados lechones que sorprendiera en las brasas la consabida alarma del medio día, y el cual puesto a buen reca uao eri medio del g·eneral barullo por mano


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intéligente y previsora, aguardaba tranquilo en su correspondiente asador, que llegáse el momento de volver al inquisitorial suplicio. Parece que el can, que no tenía motivos para sobresaltarse por la llegada de barco algun o, encontró muy pues to e n razón el celebrar dignamente la Noche bue?ta, toda vez que tan propicia ocasíón . e le presentaba, e irguiéndose sobre las patas traseras hasta alcanzar la tentadora pr esa, hincó en ella el famélico diente, y tirón d e aquí, tirón de a llá, mordisco va, dentellada viene , concluyó por dar con ella sobre sí, rodando envueltos en el suelo el agresor y el ag redido, llevándose de encuentro, a l caer, un rim ero de platos, bo~ellas, cacharros y m a rmitas, produciendo el consigmente escándalo de la vecindad y álguno que otro patatús de las sensibles nz'ñas de la casa. T al fué el origen de aquel alboroto, ca usa de tanto sobresalto y de tantas y tan diversas sensacio nes. E se fué el único Suceso extraordinario acontecido ·e n quell a memorable noche r-reñada de terrores y de angustias, q ue al fin hubieron de ceder al benéfico influjo de la radiante aurora. . .Bien es verdad, que con la luz del nuevo día , las mquiet.u?es revistieron nuevas formas, pues que ninguna noticia se había recibido del campo de operaciones . . . ~on efecto, ¿Que había sido d e aquellos heróicos milicianos? ... . ¿ Rabian sido derrotados completamente? No cabía en lo posible suponerl o.! Pero, ¿por qué no volvían? . . .. ¿Continuaría aún : co:n bate? .. .. ¿Habría caído prisionero el barco? . ... ¿Que hacía el corregidor? .... ¿Por qué no enviaba siqmera a l ordenanza a dar cuenta del éxito de la batalla? ... d En estas y otras Cei.bilosidades, a cual más atina. as Y profun~as, se ejercitaban los ánimos, cu.ando a llá a las d1ez de la mañana. se .Q~jó o ír a lo leJOS el


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tedoble d e l des~emplado tambor, anuncio :cierto del reg reso d e los v e n ced ores. Agolpós e gente en los balcones, p uertas y ventanas, nu~eros os prupos o bstruye ron la s boca calles; to~os an s ia b a n co nte mplar d e cerca a quel p uñ a d o d e vahentes, que e n e l momento de a pa recer Ja column a a cu.yo fr e nte se di stin g uía el corregidor , en person a , ~e­ g Uido d e un brilla nte Estado m ayor, com p ues to del ord e n a n za , el Capitán, el s a rgento y el comisario d e L a H ·z"gue1 eta, cab a lleros tod os en ap uestos roc ines, el entusiasmo popula r fu é indescriptible . · E l aspecto d e aq uell os denod ados g uerreros revela b a b ie n a las cla ras las fatigas q ue h a bía n d ebido sop orta r . L os.foques d e la ca misa d e la prim_er~ _Au torz'dad L ocal rebal nd ecid os a l pa recer , por copiOSISi mo s udor, ' ta b a n ya su caracterít_I.ca tiesura, . n o os ten y en e l d ecaímie nto d e! se m bl~ n te y las oJeras que e nnegrecía n los p á r pad os, d e l íncli to jefe, bien se dibujaban las huellas d e tumultuosa vig ilia . L os m ofletudos carrillos d el sargento, rubicundo hijo d e la tie rra d e María Zantísinza, a pa recían salpicad os d e O'r uesas e innum era bles ron ch as, efecto, según el vulgo , t:>d e lo~ arrum~cos d e la pólvora filibuste ra, p e ro en realid ad na cidos a l calor d e los besos d em asia d os expresivos de los voraces za ncudos d e Play a S 'ltCÍa.

En las filas, el estrago era a ún mayor , un ca bo d e c e rdosos b iO'otes v d e bravu cón asp ecto, denotab a en s u cojera labfa lta de un zapato, perdido sín duda en el calor d e la refriega . . Otro mili ciano erg ma s u fr ente envuelta entrt~ los d obleces d e un paR:uelo d e a lgod ó n a c ua dros, t es timonio ineq uívoco d e q ue el vis toso sombrero d e palm a h a bía pe recid o, víctim a d el p lom o d ebastad or; otro, e n el d ese n caja d o corba tín y la blusa c ubiert?. d e a ren as d a -


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b a a conocer lo:-, vigorosos esfuer zos puestos p e r obra p a ra hundir e n el polvo a s u s contrarios ; y otrcs, la m ayoría e n fin, co n los calzones moj a dos has ta las rodillas, dem os traban d e m od o evidente, que , s u ímpetu bravío, ciegos de coraje, se habían lanzado a p erseguir el b a rco hasta dentro d e las profundidades d el ind omable piélago, eclipsando de este modo, entre las l'las d el Mar Caribe, la s inmorta les glorias de Trafalgar y de Lepan to. Por último , el ordenanza, que había traspasado al comisélfio el ejercicio de p orta bastón, conducía en la falda, un lío formado con una servilleta, bajo cuyos pliegues se acentuaba el contorno de un a bandeja o batea d e a lgo suculento: aquel lío d ebía contener, indudablem ent e, el copioso botín recogido en la jornada . Marchando de tal guisa la columna, acom p aña d a p~r cu riosa turb a de chiquillos y desocupados, se encammó a la Casa del R ey, donde y a se h all aba n alin eados e n correc ta form ación las demás a utorid a des y pe rso na s v·i s·i bles del pueblo, dispuec:;tos a hacerles los honore s a su señoría . Allí hicieran a lto, y desca ba lgando los g in etes, interín subía las escaleras el carregidor, dló el capitán a s ugen te la voz militar de ¡Frente en b a tall a! (Derechitos muclzachos y no m~nea1'se tanto como el ot1-a dia)iAr .... ! Y em pi.ljándose unos a otros aquellos hombres y entorpeciéndolos con sus consejos el cabo bravucón ' . . C<;>ns1gmeron, no sin trabajo , complacer a su capitá n, d1sponiéndo se a oir al general en jefe, que convenientemente colocado en el b alcón, rodeado de su séqmto, les enderezó la siguiente aren a a: ... iSoldados d : l i~vencible ejército españor! acabáis de realizar una de las m ás brillantes hazañas . que h an de elevar vuestro nombre a las inmortales regiones de la posteridad.


S elv a o o ~

E r>' u

~efensa

de los intcnscs const·i tuía l d eber, empuñas~eis e l arma ~o derosa confiada a vues tra bravura por el: Ilustrado gob1crno a quien tan fe lizmente se hallan e ncomendados r1 u estros . desti n o~. y e l D ios de Jos ejército :-, h a_ reco mpe n sado vuestros afanes y mi pe ricia . E l cc b a rq e e n emigo, a la s imple ,·ista d e las baquetas d e ,·u e: tros fusiles, ha huído vergonzosa m ente co m o ga \lC' fatNto, cuando siente el olo r de la talanqne¡·a, yén d ose a ocultar su ignominia en esos a ntros donde n o d ebiera ha ber salido ja m ás ; y el florido laur el d e la victoria engalana con un racimo de flores vuestros sem b lantes. H oy mísmo p ienso escribirle a l capitán genera l po.. . mend0 e n s us su períores man os y a Jos fin es que fuer en oportu nos, copia exacto d e lo acaba d e pasar. Pierdan u stedes cuid a do , q ue ya los po ndr é yo d o nde se merecen. ¡Ea! .... ¡Hompan filas! y cuidadito co n menear la le ng u a más d e lo regula r! l · Y cada miliciano colgó el chopo en e 1 a rmero y desfil ó ::t soltar a toda prisa los zapato~ . Y el seiior Corr egidor, para eludir las calurosas felicitaciones que se le dirigían, por el feli z éxito de la expedición y el b rill ante discurso q ue acaba d e pronunciar, no h a lló a m a no otro expediente q ue el de d ecir, con voz adusta a los q ue le rodeaban. - i«Cómo' se co noce que h a n dormido usted es a n och e a pierna suelta, cuando t~ntas ganas tie n en de charlar! Quisiera yo hab~rlos visto .en lugar mío. No tienen e n cuenta c1rcunsta nc1as como la presente lo s ilusos que sueñan en resucita r d esacredita d as in stituciones municipales. M edicb.s como las que yo he dictado no pueden• e sta r a l alcnncc de un simple presidente de ayuntamiento. P or acudir. a la

d?_s de es te vecmdano,

ob~dientes

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Pero yo estoy molid o y necesito de s~anso ... . Q uedo en terado d e todo. Los p r esos q ue s1gan en el .ce po h asta que pasen las P ascu as: ya cas tigaré yo su d esacato .. .. ¡O rdenanza! Venga us ted co nmigo ». Y s eg uido d e su esc udero que no le soltaba el lío , se re tiró a su a lojamiento.

IV

T ra nscurrido h a bía ';~.pen as dos hora s d espués d e la llegad a d el ejército triunfad or, como le lla m ara s u .su jefe, y ya circula ba n por e} pu eblo los más c:.bs urdos .rumores sobre la g uerra exped ición y su felicísimo r esulta d o. N o p3.rece sino que todos an siaban desq uitarse d e los terrores d e la noc he an terior, y precisa mente aq u e .llo s q ue más a p ech o tomaron el asunto era n los que se mostraba n 2.h ora más incrédulos y exaltado s . iY a ún h abrá q uién confíe en la g ratitud d e los ;P ueblos ! i A ún habrá quié n g uíado sólo por el interés q ue n ues tros semejan tes inspira n, por cumplir , na d a m ás, con el p recepto eva ng é lico d e co1 r~gt'r al qt,te yerra , a rra s tre e l sacrific.io d e e m puf.í.a r la vara, d is tintivo d e tUn carg o ta n moles to comor espe tado. , E s verdad q ue e m barga e l á nim o y a pe nas e l coraz<::m u na conduc ta tan inca lificable com o la de aque l ve cind ario en las circun s tan cias descritas. ¿ Q ué conce pto form a rá la historia d e un pueblo ·du e ve a su p r i m era autor z'dad local lanza rse a l ca mpo a defender, ba stón en man o, los in te reses ..coel honor, . .n s tituíd os de sus su balternos , y por recompen~a d el ..tnunfo más perfecto q ue regis tra ro n los fastos m il ita res,


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desde J ossué hasta Toussaint Louverture, le somete al fallo eq uívoco de la meledicencia y la calumnia? ¡Y qué calumnia, Dios eterno! Por supuesto, la bólica, ese mentidero obligado de nuestra s poblaciones, donde los repulsivos efluvios del ruibm~bo, la copaiba y la asa.fél-ida . s ue len confundirse c on los míasmas perniciosos d e las más intranquilizador a s d oc trinas; ec;e ce ntro, repetimos, de des oc upados y descontentos, fué tambié n esta vez el fo co donde se reconc:-n traron los rayos de la popular chismografía. Lo primero que se dijo , haciendo hincapié en el saraento, que parecía mostrarse agraviado porque en lua:a de la cepiosa cena conque pensaba refocilarse a po::.co más se lo engullecen a él los feroces mosquitos, fu é que todo aq uello h a bía s ido una filfa , hábilmente urdida por el Corregidor para mofarse d el vecindario. Después se a ñ adió que cierto es tCl nciero de la cost a , aseg uraba q ue desde tie mpo inmemorial no se divisa ba por aq ue llos sitios, más barcos que los ca1'7tcos de los infelices pescadores. Luego a g re g a ro n, segú n afirm a c ión de d os milician os, que el C orregidor no h a bía asomado la uefa por Playa S u ria, que los pobres solda d os h abía n p~sa­ d o la n och e revolcándose en la arena , y que al aclarar, le s h a bía ll evado la órden d e re g resar a l pueblo e l Comi sa rio de La Htg·u ercta, reunié ndosele e l ¡~fe suj>e1'Íor e n e l camino. Por último , llegóse al extr e mo de afirm ar q ue en el ba rrio de La .1-liguereta h a bía tenido lugar un explé ndido a.g·l!iHaldo, ~ n la propia casa d el Comisario, co n un a d e cuyas panentas, mo za de robusta or aanización y d e mucha labia , anda ba e n trapich eos ~óticos la jwim cra au ton'darllocal; es decir q uemientras los milic ia n os mataban zan cudos a las orjllas del mar, y a los vecinos del p ue blo, muertos d e m1edo , s e le antojaban cañonazos los d esórdenes c aus ado s por un pe rro h am -


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L!:JANIAS

bnento , el Corregidor, emparejado con una n~al heJl1bra, aguij a neado por el provocativo sez's clto?'reao, o el voluptuoso mereng·ue, y é brio por el olor de las !tallacas, aifafo?"es y demá s cosas buenas que se colocaban al alcance de manos v narices, perseguía a la vez Venus, a Baco y a T ersipcore , tres a utorida des nad a sospechosas de.fi-li6u:s-te1'ismo. Claro es q ue tales suposiciones, hijas de la· envidia g u e a los méritos personales del Corregidor profesaban un o cuantos caciques gue él había sabido meter en ci1l.tzt7"a, no hicieron mella en ánimo de los vecinos d e recto criterio y clara penetración. . . Estos s upieron rendir culto a la verdad y a la justiCia, adjudicand o a cada cual la pa rte que le correspondía. Por eso cuand o llega, anualmente, la Noc!tebue·t ta, an iversario d e aquel ruidoso acontecimiento, a l concurrir esos vecinos a la Mz"sa del Gallo, elevan ~ u s preces a l Altís im o, pidiéndole manteng a en el lug·ar que nzer_e~e e! alma del valiente Corregidor, a cuya mili tar penc1a d ebía aquel pobre pueblo el verse libres de las horrorosas consecuencias d e una útvasz"óu de filibus teros.

FIN


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