ANTROPOLOGIA
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mSTORIA
ARTES PUmaAS TBltTRO MOSlCA
ARQUITBCIVRA
ENERO-~RZO,
1974
San Juan de Puerto Rico
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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Car,los Conde, Presidente Enrique Laguerre - Aurelio Tió - Elías López Sobá Arturo Santana - Esteban Padilla Milton Rua
Director Ejecutivo: Ricardo E. Alegría Apartado 4184 AÑO XVII
SAN JUAN DE PUERTO RICO 1974 ENERO,MARZO
Núm. 62
SUMARIO Hugo Margenat: Recuerdos para una semblanza por Ramón Felipe Medina El comercio al por menor en Puerto Rico a finales del siglo XVII por Angel Luis López Cantos
7
El paisaje de Puerto Rico por Margot Arce de Vázquez .
11
Carlos Raquel y el mundo (Poesía) por Edwin Reyes .
15
Exposición de los pintores Reyes, Chiesa y Bonilla
16
Ricardo Alegría: Humanista por Eugenio Fernández Méndez .
19
En el quinto centenario de Fray Bartolomé de las Casas por Eladio Rodríguez Otero .
23
Exposición de dibujos de Bart Mayal .
26
La razón ciega, de Gustavo Jiménez Sicardo por Nilda González
28 f
No des tu tierra al extraño (Poesía) por Virgilio Dávila
32
La relación sobre los caribes del señor de La Borde por Manuel Cárdenas Ruiz .
33
PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORIQUEi'lA Director: Ricardo E. Alegría Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual Precio del ejemplar
$2.50 $0.75
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DEPÓSITO LEGAL: B.
3343 -1959
IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE MANUEL PAREJA BARCELONA· PRINTED IN SPAIN • IMPRESO EN ESPAÑA
COLABORADORES
RAMÓN FELIPE MEDINA nació en 1935 en Santurce, Puerto Rico.' Hizo sus estudios secundarios en la Escuela Superior Central de Santurce, graduándose en 1956. Obtuvo su Bachillerato en Saint John's University, CollegevilIe, Minnesota e hizo el Noviciado Benedictino en el Saint John's Majar Seminary (1958-1959). En 1965 terminó su Maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico y de Doctorado (1971) en la Universidad Autónoma de México. Ha publicado los siguientes libros: El ruiseñor bajo el cielo (1968) poesía; Cantos de Dios Airado (1969) poesía; Te hablo a ti (1972) poesía; El 27 (1973) novela; Del Tiempo al Tiempo (1973) poesía. Actualmente ocupa el cargo de Profesor de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico.
ARCE DE VÁZQUEZ, MARGar. Ensayista y crítica literaria, nació en Caguas, Puerto Rico. Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid (1930) y desde esa fecha profesora de lengua y literatura española en la Universidad de Puerto Rico cuyo Departamento de Estu· dios Hispánicos dirigió hasta hace poco tiempo. Ha colaborado en numerosas revistas y periódicos, publicando artículos de análisis y crítica literaria, principalmente sobre poesía. Es autora de la obra "Garcilaso de la Vega: una contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI". (estudio publicado en 1931 por la Revista de Filología Española) y del libro "Impresiones" (1950) que recoge diversos ensayos sobre literatura puertorriqueña. El Insti· tuto de Cultura Puertorriqueña publicó su libro "La obra literaria de José de Diego (1967).
EDWIN REYES BERRÍOS nació en el Barrio Pozas de Ciales el 2 de julio de 1944. Hizo sus estudios en su pueblo natal y estudios universitarios en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico. Ha publicado poesía y prosa en revistas literarias del país y tuvo a su cargo la página literaria del periódico Claridad. Actualmente trabaja como Oficial de Prensa de la Unión de Tronquistas de Puerto Rico.
EUGENIO FERNÁNDEZ M~NDEZ. Nació en Cayey, y realizó estudios superiores en las Universidades de Puerto Rico y Columbia. Fue presidente de la Junta de Directores del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Ha publicado: Filiación .Y. sentido de una isla: Puerto Rico, Tras siglo (poemas),
Salvador Brau y su tiempo, La idel1tidad y la cultura: críticas y valoraciones en torno a Puerto Rico, Conceptos fundamentales de antropología física, Historia de la cultura en Puerto Rico, Crónicas de Puerto Rico (2 vols.), Ensayos de antropología popular, Las encomiendas y la esclavitud de los indios de Puerto Rico, Antología de la poesía puertorriqueña. Es profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico.
ELADIO RODRiGUEZ OTERO nació en 1919 en Río Piedras, Puerto Rico. Hlzo sus estudios en la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico graduándose en 1935. Obtuvo su grado de Bachiller (1939) en la Universidad de George Washington y en Derecho (1942) en la Universidad de Puerto Rico. Hizo su Maestría en Derecho (1943) y Maestría en Artes (Ciencias Políticas) en la Universidad de Harvard (1947). Tiene en preparación los siguientes libros:
El Ateneo Puertorriqueño; Función y Destino (ensayos históricos e interpretativos de la Significación del Ateneo en la Historia Nacional de Puerto Rico); La genera· ción de la Libertad y otros ensayos (Reflexiones sobre el desarrollo histórico-político de Puerto Rico); dos volúmenes de documentos históricos; en colaboración con el Lic. Roberto Beascoechea Lota, sobre la lucha para la obtención de un episcopado autóctono, y el otro, sobre la lucha en pro de la puertorriqueñización de las escuelas privadas en Puerto Rico. Ha publicado numerosos artículos en los principales periódicos y revista~ del país. Actualmente ejerce su profesión de abogado en su bufete de San Juan y preside el Ateneo Puertorriqueño desde 1997.
NILDA GONZÁLEZ MONCLOVA nació en Gurabo. En la Universidad de Puerto Rico obtuvo el grado de Bachiller en Artes con especialización en artes dramáticas, estudios que perfeccionó en la Universidad de Yale (1951-1953). En 1960 la Universidad de Puerto Rico le confirió la Maestría en Estudios Hispánicos, grado al que optó con la tesis "El teatro mexicano del siglo xx". Actriz, directora de teatro y escritora, ha publicado numerosos artículos sobre su especialidad, incluyendo crítica teatral, en los periódicos y revistas del país. Perteneció a la Comisión asesora de Artes Tetrales del Instituto de Cultura Puertorriqueña y fue miembro de la Junta de Gobierno del Ateneo Puertorriqueño. Dirigió por muchos años el Departamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico.
VIRGILIO DÁVlLA nació el 28 de enero de 1869 en Toa Baja. Hizo sus primeros estudios bajo la dirección de su padre quien era maestro de escuela y los terminó en el Colegio de los Jesuitas, en Santurce. Ingresó luego en el Instituto Civil de Segunda Enseñanza donde en 1885 recibió su diploma de Bachillerato. Fue maestro, comerciante y agricultor y en los primeros años de nuestro siglo ocupó durante algún tiempo la Alcaldía de Bayamón. Empezó a escribir versos en su juventud y a medida que maduraba como poeta sus trabajos iban apareciendo en las revistas del país. Ha sido Virgilio Dávila uno de los poetas con más auténtica emoción puertorriqueña, ha cantado a los campos y montañas de su país. También ha llevado a nuestra poesía el criollismo de raíces campesinas. Su obra es muy copiosa. Aparte de su producción esparcida en diarios, revistas y albumes y publicó cinco poemarios: Patria (1903), Viviendo y Amando (1912), Aroma del Terruño (1916), Pueblecito de Antes (1917) y Un libro para mis nietos (1928). En 1970 el Instituto de Cultura Puertorriqueña recopiló estos cinco libros en un volumen de sus obras completas. Murió en Bayamón el 22 de agosto de 1943.
MANUEL CÁRDENAS RUIz. Es profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Junto <::on Eugenio Fernández Méndez ha publicado diver· sos artículos de crítica de arte en revistas y periódicos del país.
Hugo Margenat: Recuerdos para una semblanza* A María Cristina Mediavilla y a Alfredo Margel1at, sus padres.
Por
pARTIENDO DE ESTE MOMENTO HACIA EL PASADO, HA-
ce poco más de veintiún años, inicié una fructífera y fraternal amistad con Hugo, quien, a raíz de su muerte y apenas pasado un lustro, Adelaida Lugo Suárez juzgaría, en palabras acertadas e insustituibles, como un poeta "demasiado grande para sus años~'.1 El hecho ocurrió en la biblioteca de la Escuela Superior Central y transcurría el segundo semestre del año escolar de 1951-1952. Acababa yo de entresacar de un anaquel las Novelas ejemplares, de Cervantes, y ojeaba el libro, cuando sentí que alguien habló hacia mi izquierda: "¿ Qué, te gusta leer?" Era Hugo y con esa pregunta iniciábamos nuestra primera conversación, que tendría como temas vinculares el gusto por la lectura, Cervantes {cuya obra tenía en mis manos) y Unamuno (de quien supe por él y allí mismo que también había escrito otras novelas ejemplares). Ya desde esa conversación, me percataría de que estaba ante alguien a quien ciertamente le gustaba leer y leía con inteligencia y voracidad. Posiblemente, la mutua inclinación por los libros hubiera bastado como punto de partida de nuestra amistad, sin embargo, otro hecho la selló (a mi entender) desde aquel inicial encuentro: la vocación que ambos sentíamos yejer· cíamos, incipientemente, como escritores. En los días, semanas y meses que siguieron, no hicimos otra cosa que ir confirmando el venturoso hallazgo con otros nuevos hallazgos en los que coincidían nuestras inquietudes por la música, la pintura, la historia, la política, la filosofía... Por medio de esta última y a través de Platón (mi filósofo predilecto entonces), Hugo me despertaría el interés' por los presocráticos y, luego, pro· vacaría mi iniciación en la lectura de las filosofías
'* Eslos Recuerdos se leyeron la noche del 9 de marzo de 1973, en el Instituto de Cultura. (El trabajo original ha sido corregido en algunas de sus parles. 1. Hugo Margenat: Rápida apertura de conciencia, El Mundo, 27 de abril de 1957, p. 28.
RAMÓN FELIPE MEDINA.
orientales y sus clásicos. De éstas, a Hugo le inquietaba más (distintamente a mí) lo que las orientaba más allá de la razón humana. Era él, para esta ~po, ca, un fervoroso de lo esotérico y, de hecho, estaba adscrito a los rosacruces, cuya literatura (llegó a decirme) le estaba vedado mostrar a nadie que no fuera un iniciado. Por esta época, también, empezó a hablarme del teosofismo, a cuyo templo asistiera en su compañía, luego, y por espacio como de unos dos años. A esas inquietudes de Hugo por lo misterioso debo, en gran medida, la cesación de mi indiferentismo religioso y la vuelta a mi fe originaria (el catolicismo), unos tres años más tarde. Durante ese mismo año de 1952, junto a otros compañeros, formamos el Círculo Literario y, hacia diciembre, sacaríamos el primer número del periódico estudiantil El Palacete. En el segundo número,. correspondiente al 9 de marzo de 1953 y que (por una causa rarísima: ¡falta de fondos!) sería el úl· timo, Hugo colabora con la primera parte de un ensayo y un poema. Estos dos trabajos, a mi juicio, muy bien pueden ser pruebas del carácter extraor· dinario de Hugo, como estudiante del tercer año de escuela superior. En el ensayo, titulado El Poeta y su Creación, se me ocurre poner de relieve dos puntos, que estimo de importancia para aquellos que, en un futuro no muy lejano (espero), estudien su trayectoria poética a fondo. En primer término, la concepción que para entonces Hugo tiene de lo que es ser poeta, profundamente influenciada por idealismos filosófi· cos, tanto de Occidente como de Oriente. Así, pues, los poetas son "seres extraordinarios. Seres que se apartan de la imperante generalidad vulgar para constituirse en antorchas de la visión idealista que descansa en incomprendidas verdades. Escrutan las profundidades del Universo y de ellas extraen la luz que otros no pudieron encontrar, y todo se debe a que usan más los ojos eternos del alma que los ojos mortales de la cara. Saben a conciencia que para 1
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conocer 10 divino, 10 alto, 10 ideal, se necesita ver en el espíritu y vivir en el espíritu".2 Y, un poco más adelante, añade del poeta que es "Hijo de la Tempestad, de la paz y el Silencio, más que todo es hijo del Gran Misterio. Siente toda la alegría, todo el dolor, éxitos y fracasos de este mundo. He aquí al auténtico poeta. Y es auténtico poeta aquel que cultiva la poesía no por vanagloria sino por la fuerza de una ineludi· ble vocación detenninada en su frente al ver la .luz por primera vez en esta existencia.~J Pero, mucho más importante que esta concepción, en segundo término, es su entendimiento (ya para entonces) del papel que han desempeñado y deben desempeñar los poetas en la sociedad que les ha tocado vivir. Veamos: .. Pero aclaremos un poco más. A través de la historia de los pueblos, en los momentos de renovación, de rebeldías y luchas justicieras, encontraremos situados en lo más difícil y cruento de la pelea a estos sublimes soñadores con toda la abnegación y el fervor que pueda caber en el corazón humano. Son los abanderados, los guías, los maestros, los soldados de la vanguardia. Muy escasos son en las filas de la retrogradación. Yesos, ya no son poetas."4 La otra composición, el poema, titulado Glad.ys,5 me trae a la memoria una anécdota y otro aspecto del Hugo que conocí por aquellos tiempos. Pese a sus idealismos de entonces, esta Gladys de Hugo no fue una mera invención poética, sino una flamante rubia de carne y hueso, que por toda una temporada lo distrajo de sus ascetismos orientales. Tanto, que accedí a ir con él a la casa de aquella joven, donde juramentó que se le declararía. Ella vivía a una distancia no muy lejana de la escuela, así que, un día acordado, emprendimos determinadamente nuestros pasos. Como el hogar de Gladys estaba en un edificio alto, antes de empezar a subir las escaleras, aproveché y le pregunté: "¿Todavía insistes?" Afirmativo. Llegamos a la puerta del apartamento y Hugo tocó a la puerta, primero con algu. na timidez, pero, como nadíe respondía, entonces con segura fuerza. Nunca le pregunté, en los días o años que siguieron, por qué, después de aquel fracasado intento, no me había vuelto a insistir en Gladys. Durante el año escolar 1952-1953, conocería yo, también, a Juan Ramón Jiménez y asistiría (como oyente) a sus clases de Literatura, en la Universidad. En el primer semestre de nuestro último año en 2. El Palacete, 9 de marzo de 1953, p. 3. Los dos nú· meros de este periodiquito se encuentran en los archivos de la Sala Zenobia·luan Ramón Jiménez. 3. Ibídem. 4. Ibidem. 5. El Palacete, 9 de marzo de 1953, p. 5.
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la Escuela Superior ~ntr¿il, visitaríamos juntos al poeta de Moguer, en su casa de Hato Rey. Además del deseo que Hugo tenía (y que por timidez había aplazado) de conocer personalmente a don Juan Ramón, nuestra visita de aquel día la estimulaba el propósito de llevarle al poeta español Vibraciones de aire y tierra, libro que Hugo pensaba publicar. Pero, aunque la crítica que el gran poeta hizo a los versos de Hugo fue positiva (y de ello, yo mismo soy testigo), aparentemente, nunca se lo dejó saber, a juzgar por dos cartas de Hugo, fechadas el 6 y el 26 de septiembre de 1954 y que se encuentran en los archivos de la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez, en la Universidad de Puerto Rico. Veamo!= Jo que al respecto le escribe en Ja del día 6: "Recuerdo e indudablemente usted también recordará aquel día en que fui a su casa con nuestro amigo Medina, y le entregué mis humildes creaciones en fonna de un libro al cual llamé Vibraciones de Aire y Tierra. AsÍ' fue, y pasaron unos meses, y ya hoy, aunque deseo publicarlo tengo el temor de que a medida que pasa el tiempo lo vea todo pequeño para publicarlo. Por eso espero de usted para decidir si mandarlo a la imprenta pronto." La carta del 26, trata en su integridad- sobre Vibraciones de aire y tierra. Veamos. "Ultimamente he debido llevar a la imprenta, de una vez y por último, el pequeño libro que he titulado Vibraciones de Aire y Tierra. He escogido el mes de octubre. Quisiera tenerlo todo preparado para fines de este mes, para dejar comenzar inmediatamente el trabajo de ·impresión. Estoy buscando que el tiempo me dé una oportunidad para ir a donde usted y hablar un rato. Pero debido a las circunstancias en que me encuentro se me hace difícil. No obstante, espero me diga por cualquier medio su sincero juicio respecto al libro y por último el día en todo se encontrará terminado. Ta] vez sean supersticiones o caprichos de juventud pero en verdad es que si he de publicar algo, en fonna de libro, será antes que tennine el año 1955. De lo contrario, ya nada me interesaría. Perdone usted la molestia y el robo de tiempo que le pueda haber ocasionado. Apelo a su bono dad y honda comprensión. ti Pero, Vibraciones de aire y tierra se quedaría inédito y, en su lugar, saldría Lámpara apag~da, en diciembre de 1954. El formato de este cuaderno, la selección de tipos y su corrección, Hugo me los encargaría; haciéndome incluir, además, en la pági. na 4, un dibujo (a líneas sueltas) para el cual me posara alguna vez.6 6. También le h,aría una breve reseña, Ojeada a cLdmpara apagada., que publiqué en Universidad, el 28 de febrero de 1955, p. 7.
Hu¡:o Margenat La contestación que tácita e inmediatamente Juan Ramón Jiménez le daría a Hugo, apareció en la página 5 del periódico Universidad, del 30 de noviembre de 1953. Se trata del poema Carta Núm. 2, de Hugo. De todos los centralinos que le llevamos nuestras composiciones al poeta de Moguer, a Hugo sería el primero que le publicara en el periódico de la Universidad y, luego, en el mismo vocero, del que más asiduamente apareciesen poemas. De ello fue único responsable don Juan Ramón. Son incontables los recuerdos que me llegan del fraternal amigo de aquellos años de 1953 y 1954. Así, las conversaciones en el Parque Muñoz Rivera, o frente al Océano (a la orilla de los acantilados, detrás del Colegio San Agustín; donde Hugo 1)iciera sus primeros estudios y desde donde evocábamos los versos de El Contemplado, de Salinas), o en su cuarto que, si fuera pintor, podría reproducir aún, detalle a detalle. Hugo vivía en la calle San Agustín 352 (altos), en Puerta de Tierra y su cuarto (que era dormitorio, biblioteca, estudio y rincón de ter· tulias) estaba en la esquina extrema del apartamen.
to, comunicándole con el resto de las habitaciones un pasillo abierto, con baranda en balaustres de cemento y al que concurrían, además, las puertas del baño, de la cocina, del cuarto intermedio, de la entrada principal y el portoncillo que daba acce· so a la escalera de entrada. Aquel rincón de Hugo tenía dos ventanas: una, que se abría hacia un es· pacio interior (desde lo alto) del complejo multi· familiar; y la otra (nuestra preferida), a través de la cual veíanse azoteas, unos pinos distantes, un pedazo de la bahía y las lejanísimas montañas confundiéndose con el cielo. Recuerdo ahora dos libre· ros principales: el que, entrando a la habitación, ocupaba el espacio inferior de la pared izquierda (entre la puerta y la primera ventana) y el que estaba en la pared del fondo, en la esquina de ese mismo lado del cuarto y contiguo, hacia la derecha, a aqueo lla ventana de lejanías. El primero, era un mueble con puertas de cristal corredizas y gran parte de su tablilla superior la llenaba El Capital, de Marx. (El mencionar esta obra, me trae al recuer¡;lo una anécdota que, a su vez, se relaciona con otra. Re·
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sulta que, un día, no resistí más el impulso, abrí la puerta de cristal de aquella tablilla superior y entresaqué uno de los volúmenes de Karl Marx. Hugo entonces me relató cómo había adquirido aquella obra. Algún tiempo antes, se la pidió (de regalo) a don Alfredo, su papá. Pero él, pensando que Hugo apenas tenía diecisiete años y que aquella era una lectura demasiado fuerte, le llevó un compendio. Hugo, claro está, se sintió ofendido e insi.stió en que quería leer a Marx directamente. Entonces don Al· fredo le regaló el primer volumen y doña María Cristina el resto. Para el momento en que me lo contara, ya estaba convencido de las buenas intenciones de su papá. Y, en aquella conversación, decidimos ir a visitarlo a su casa, pues Hugo quería que yo lo conociera. Cosa que hicimos algunas se· manas después.) El otro librero era alto y rústico y allí tenía la mayor parte de sus libros. Junto a él y debajo de la ventana de las distancias, estaba una mesilla, que hacía las veces de escritorio. A la derecha de la cual se erguía, casi hasta el techo, un antiguo ropero de caoba, en cuyas gavetas inferiores Hugo solía guardar sus documentos y papeles más íntimos. Recostada en la pared de la derecha, estaba la guitarra, que apenas si sabía rasguear. El mueble mayor de la habitación era la cama, que era mesa también sobre la que se compaginaban trabajos o cómodo asiento para algún tertuliano. Recuerdo también retratos de Whitman, Martí, Bolívar, Gandhi, Jesús Nazareno y un incensario de porcelana representando al Buda meditativo. Objetos todos que denotaban rasgos de la personalidad de Hugo. Por estos años de 1953 y 1954 conocimos también y nos relacionamos con otros poetas jóvenes, como los del grupo de la Escuela Superior de la Universidad (Pedro Santaliz, Manuel Martínez Maldonado, Eduardo. Morales); como también algunos universitarios (Jorge Luis Morales, Violeta López Suria, René Rivera Aponte, Anagilda Garrastegui); y aún otros, de promociones anteriores, como José Emilio González y Laura Gallego (para mencionar sólo algunos). En enero de 1954 el ejército yanqui interrumpiría los estudios del fraternal amigo. En' él, cumpliría (en contra de todo su ser) los dos años obligatorios, en los campamentos militares de Tortuguero, en Vega Baja, y de Losey Field, en Salinas. Veamos lo que al respecto le escribe a Juan Ramón Jiménez, el 25 de abril de 1954: "Le escribo estas palabras desde mi casa con la pris~ y el temor de ver correr tan ligero las horas lIbres que tengo. Y esa desesperación es parte de la desgracia de ser soldado. Es duro pensar que estaré dos años bajo un régimen que no concuerda conmigo. Soy pacifista por temperamento y convicción. La razón por la que he acatado la imposición es que no he que· rido que la intranquilidad y el dolor reinen en el corazón de mi buena madre. Tengo veinte años. 4
Soy joven. Y dos años crueles se soportan estoi· camente."7 Pero, aquel estoicismo tuvo momentos frágiles, porque las crueldades concretas de la rutina militar superarían a las imaginadas. Y no fueron pocas las veces en que Hugo se aparecería, sorpresivamente, en mi casa (en el 302 de la calle Cuba, del barrio Quintana, en Hato Rey) y me contaría las peripecias de su escapada del campamento. Su historia de cada fuga resumía estados de ánimo que iban desde el dolor, la_ indignación, la rebeldía, hasta rayar, a veces, en la desesperación. Como,para compensar aquel tiempo, que él consideraba perdido inútilmente, fue que tomaría unos exámenes que el mismo ejército ofrecía y que le proporcionaron un equivalente al diploma de la escuela superior. Su propósito era adelantar, conforme el entrenamiento militar se lo permitiese, algunas asignaturas básicas en la Universidad Católica, en Ponce. Y, de hecho, se matriculó y empezó allí sus estudios universitarios (con un entusiasmo conmovedor, que aún me queda vibrante en el recuerdo); pero, demasiado pronto tuvo que desistir de su empeño. Indirectamente, el ejército yanqui frustraría una vez más sus aspiraciones escolásticas. De principios de marzo de 1954, puedo evocar con precisión un hecho que traza otros rasgos significativos del temperamento y la personalidad de Hugo. La fecha exacta es el 2 de marzo de 1954. El día anterior Lolita Lebrón, Rafael Cancel, Andrés Figueroa e Irvin Flores le habían dado su "Golpe de Gracia" al Congreso norteamericano, a tiro Hm· pio,a y las autoridades escolares (el Director de la escuela era un yanqui: Mr. Audas) petendieron que los estudiantes firmásemos en masa, respaldando una carta (que se dirigía al presidente Eisenhower), en la que se repudiaba servil y vergonzosamente la gesta heroica y de propósitos trascendentales de aquellos compatriotas nacionalistas. Un grupo de compañeros nos negamos rotundamente a firmarla. Nos llevaron a la oficina del Director antes aludido; nos amonestaron, nos tildaron de -rebeldes, de insensatos; pero, no firmamos. Y, una vez, en el patio, junto al asta de la bandera puertorriqueña, improvisamos un pequeño mitin, en el que Hugo (que andaría de pase o en una de sus escapadas) y otros compañeros arengaron a los que nos habían seguido. En la parte final del 1954 y una buena parte del 1955, desventuradamente, nuestra fraterna amistad pasaría por una etapa de enfriamiento y crisis. La causa directa, ¿por qué no decirlo?, fue una compañera entrañable a ambos entonces, pero que, en 7. Esta carta, como las anteriores, está en los archivos de la Sala Zenobia·Juan Ramón Jiménel. 8. Sobre este hecho histórico, puede verse el articulo de Benjamín Torres, Ira de marzo de 1954, El golpe de gracia de Puerto Rico, en Claridad, 4 de marzo de 1973, p. 14-15.
el momento de la decisión inevitable, Hugo sería el afortunado. A fines de 1955, sin embargo, tanto . los doloridos sentires como los enojos nunca declarados, quedarían ya vencidos. El libro Intemperie, de Hugo, vendría a ser el jaque mate de ese epi· sodio en la expe:¡;iencia vital de ambos. Intemperie es el conjunto de poemas que vino a sustituir (lo mismo que Lámpara apagada, aunque después), en urgencia de propósitos, a Vibraciones de aire y tierra. Como ya le había escrito a Juan Ramón Jiménez, un año ante~, insistiría en decirme que le era preciso publicar antes de que terminase el 1955. Fue así que emprenderíamos la búsqueda de la imprenta en que se imprimiría. Y, aunque no fue la que nos hizo la cotización más razonable (en términos de dinero), Rugo prefirió dejar el manuscrito de Intemperie en los talleres de la Casa Baldrich, porque estaban a sólo unos minutos de donde yo vivía, de suerte tal, que yo pudiera vigilar cómo iba el trabajo del libro, a la vez que, siempre que estuviera de pase ó le diera con fugarse, podíamos ir los dos hasta la imprenta. El 21 de octubre de 1955, radiante de alegría, Rugo me entregó, en el balcón de mi casa, mi ejemplar de Intemperie, dedicado "con un sincero abrazo de eternidad fra· ternal". Corno unos ocho meses más tarde, mis hermanas Dolores y Blanca recibirían otros dos ejemplares de Intemperie, con una breve carta dirigida a la última: "Aquí les envío los libros que les prometí a Lolín y a ti. Espero les gusten algunos poemas porque no todos los poemas gustan yeso pasa con mi poesía. De todas maneras más tarde, cuando aparezca en los periódicos, podrán juzgar mejor debido al (... ) estudio que hace Monchín de esa poesía."g Rugo se refería a una cosa que yo titulara .. Intemperie" o El oscuro calor lwmano y que, la ~uena voluntad que siempre ha caracterizado a Juan Martínez Capó, permitió que apareciera en su Sección Literaria de El Mundo, en las ediciones respectivas a los días 22 y 29 de septiembre de 1956.10 Mi atrevimiento crítico se debió, principalmente, al injusto silencio de que era objeto Intemperie. El haber vuelto sobre ese balbuceo crítico mío, me ha hecho 9. Esta carta·nota (fechada el 25 de junio de 1956) y el ejemplar que le enviara a Blanca Delia. obran en mi podcr. 10. El Mundo. 22 de septiembre de 1956, p. 21 Y 29 de septiembre de 1956, p. 26. Más sensata que este artículo fue la reseña a Ldmpara apagada, a la que me refiero en la nota 6. Estimo de interés señalar aquí, que, ya para la fecha en que yo trabajaba en este artículo sobre Intemperie, Hugo había escrito (entre marzo y abril de ese mismo año) Mundo abierto. En la carta que escribo a mis padres el 26 de abril de 1957. les digo lo siguiente: .Cuando le estaba haciendo el comentario de Intemperie, él me dio' a lee~ Mundo abierto. Diferimos en algunas ideas del prólogo. Pero. tengo la impresión de que es su libro más maduro...
evocar lo que muy bien pudiera traducirse en una anécdota. Resulta que, en la parte final del trabajo, yo ha· bía trazado (detalle.por detalle y en forma paralela) lo que entendía fueran reminiscencias de Pablo Ne· ruda en la poesía de Hugo. No recuerdo haberlo visto más "agallao" que después de haber leído aquellas cuartillas. "iPero, Monchín," me dijo, "tú sabes que yo no tengo influencias de Neruda na!" Empezamos a tachar y a tachar y, finalmente, fue m~v poco lo que se quedó de aquella parte del trabaJO.
. A mediados de septiembre de 1956, justamente. estaría yo (corno postulante) en el Monasterio de St John, en Minnesota. En la segunda carta que le escribí a mis padres desde allá (fechada al 25 de septiembre de 1956), le digo que había recibido una de Hugo. En aquella carta, aunque en tono triste, me corroboraba sus pensamientos de comprensión y hasta de estímulo por la decisión que yo había tomado. y que él me anticipara en su poema El vuelo (desde la misma dedicatoria): "A Ramón Felipe, hermano, ante su voluntad religiosa."n Algunos meses después, en una de sus últimas cartas, llegaría a preguntarme (en tono algo humorístico) si yo creía posible que, en el monasterio donde me encontraba, admitiesen a un ateo. (Siempre he estimado como sui generis aquel ateísmo último de Rugo.) A principios del semestre académico de 1956-1957. Rugo me entregó su ensayo Don Juan o el caso vivo, como su colaboración para el segundo número de Yunque (revista que publicábamos estudiantes de la Universidad y cuyo primer número había salido en marzo de 1956). Su alegría rayaba en la candidez (de tan grande), pues, al fin estaba en la Universidad, según había añorado. Ese segundo número de Yunque saldría en diciembre de 1956, y yo lo recibiría en Minnesota. Poco antes de esto, Rugo me escribiría (en noviembre) sobre rumores (que no había podido confirmar o desmentir) de la muerte del Maestro don Pedro Albizu Campos.12 Fueron sólo falsos rumores, sin embargo, releyendo aquella carta, apenas unos meses más tarde, me resultó inevi· table entrever en ella presentimientos de su próxima y prematura muerte (ya acaecida). Desde marzo de 1957, empecé a recibir las noticias que, sobre su enfermedad, me escribía mi madre. Todavía recuerdo con emoción una, en la que me contaba de 11. El original de este poema lo envié desde Minnesota. a través de mis padres, porque habían dccidido incluirlo en Ventana hacia lo último, cuya publicación se proyectaba ya, además de la de Mundo abierto. En la misma carta, referida en la nota anterior, les escribo a mis padres lo siguiente: cAsí como dices 'que les preste' el poema de Hugo, asilo tomo al pie de la letra: sólo se lo presto. Les mando el originaL.. Nunca lo recuperé. 12. A ello hago referencia en mi carta fechada el 14 de noviembre de 1956 (que está ahora en mi poder y que mi madre archivaría, junto a toda mi correspondencia, por años): 5
el mismo verano de 1962), sería visitar a María Cris·" tina y pedirle prestado, nuevamente, uno de aquellos discos. Entre agosto y septiembre de 1962, además, iría relacionándome con unos poetas jóvenes, que no tardarían en sacar el primer número de Guajana (cuya edición"conmemorativa de sus diez años -al servicio de la poesía y de posturas ideológicas de una vanguardia patriótica- está próxima a salir). Como pronto descubrí el gran interés que tenían por Hugo y por su poesía, prometí llevarles un día el disco de Mundo abierto, para que escucharan su voz. Y así lo cumplí, pero, quien había quedado en llevar un tocadiscos, no se presentó, lo que re· sultó en una frustración para quienes querían escucharlo. Unos días más tarde, le devolví el disco a María Cristina. Hace varias semanas (que podrían ser poco más de dos meses) José Manuel Torres Santiago (una de las voces mayores de Guajana) me comunicó" dos formidables noticias: que el Instituto de Cultura Puertorriqueña publicaría. próximamente, un volumen de las obras completas de Hugo y que, más próximamente aún, sacaría un disco en el que Hugo mismo leía poemas de Mundo abierto. ¡Se trataba de la misma grabación que hace poco más de diez años hubiéramos escuchado en algún salón vacío de Estudios Hispánicos y rodeando un tocadiscos que, al no llegar, frustraría aquella velada de escuchantes! Hace apenas dos semanas José Manuel me comunicaría otra buena nueva: el Instituto de Cultura le iba a hacer entrega simbólica de aquel disco a los padres de Hugo y me invitaba a participar en el acto, encomendándome hacer una semblanza suya. Algo más que eso he tratado de realizar. Pero, es la poesía que vibra en la voz de Hugo (cuya valoración ha crecido y crece con el correr del tiempo) la que, realmente, nos reúne hoy aquí, para que la escuchemos y le rindamos a él un merecido homenaje de recordación.
alguna de las visitas a la Clínica Mimiya, cuando fuera a verlo en compañía de mi padre (a quien Hugo estimó con filial afecto), en la cual lloró cuando se nombrara al amigo distante y en la que les hablara también sobre sus planes para después que lograra restablecerse. En los últimos días de aqueo lla enfermedad, me' escribiría mi madre, entró en coma, muriendo el 7 de abril de 1957. El 26 de ese mismo mes, iniciaría una carta a mis padres (cuyo tema central era Hugo) de la siguiente manera: "No esperaba que mi carta a doña María Cris· tina llegara hasta ustedes. Y hasta confieso que después que la eché en el buzón me inquieté un poco. No sabia cómo decirle algo. Y hasta tuve el escrúpulo de no haberle escrito como debía. Dar un pésame es de lo más embarazoso. Espero que mi carta no 'haya sido motivo de mayor tris· teza para ella." El verano de ese mismo año vine a Puerto Rico, con la idea de que, al regresar a Minnesota, no volvería a la Isla en muchos años. (y así fue, de hecho.) Ello me sirvió como una de las causas por las que decidí quemar algunos paquetes de cartas, entre las que estaban las de Hugo". (Hecho que lamento irremediablemente hoy.) Otra de las causas que moti· varon aquella quema (en el caso de sus cartas específicamente), sería el contenido de juicios críticos que Hugo hiciera a las obras de algunos escritores puer· torriqueños, que lo sobrevivían (y aún lo sobreviven). Mi pretensión fue evitar que, por uno de esos azares de la vida, aquellas cartas fueran a dar en manos y en voluntades malintencionadas. En ese mismo verano visité su tumba, en el cementerio de Villa Palmeras, y, alguna de las veces que estuve a ver a María Cristina (su mamá), creo que le pedí prestado uno de los dos discos que Hugo había grabado de Mundo abierto. Así, cuando cinco años más tarde opté por no hacer votos solemnes (como monje benedictino), habiendo regresado a Puerto Rico, una de las cosas que primero haría (en
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El comercio al por menor en Puerto Rico hacia finales del siglo XVII Por ANGEL LUIS LÓPEZ
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CANTOS
A COMERCIALIZA~IÓN DE LOS PRODUCTOS EN SU ETAPA
final, aquella por la que el consumidor se pone 'en contacto con lo que desea comprar, creemos que es de gran importancia a la hora de intentar reconstruir todo el proceso histórico de la economía de Puerto Rico en el siglo XVII. Conocer de qué manera llegaban al puertorriqueño los productos que necesitaba para subsistir, dónde los compraban, cómo eran los lugares donde se vendían, etc., pensamos que es de gran importancia, puesto que en definitiva todo proceso económico se decanta en el consumidor como último y principal elemento. Los cauces de distribución de las mercancías fueron muy variados, e iban desde el almacén público, con una finalidad bien concreta y límites precisos, hasta el trueque y la venta ocasional. Gracias al embargo efectuado al capitán Balta5ar de Andino, sobrino y cuñado al mismo tiempo del gobernador Gaspar Martínez 1 podemos conocer cómo eran las tiendas de Puerto Rico allá hacia finales del siglo XVII, y más concretamente en el año 1688. Su propietario había sido encarcelado, acusado en el juicio de residencia de su pariente, el gobernador, de haber realizado comercio ilícito en perjuicio de la Real Hacienda. Le fueron confiscados todos sus bienes y entre ellos el almacén que regentaba en San Juan con todos los productos y dependencias que poseía en aquel momento. Por aquel entonces sólo contaba la capital de la isla con una tienda: la del sobrino del gobernador. El inmdeble en el que estaba el comercio era una pieza amplia y "en ella un mostrador grande y 1. De Gaspar de Arredondo al rey. Puerto Rico 28 de septiembre de 1690. A.G.I. Santo Domingo, 159. En esta carta se dice literalmente: .Don Baltasar de Andino es sobrino y cuñado del dicho Maestre de Campo Gaspar Martínez, en cuya compañía vino a este gobierno desde )a ciudad de San Cristóbal de la Habana».
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en las paredes puestas sus tablas donde había puestos algunos géneros y mercancías, todo puesto de la manera y forma que es costumbre tener en las tiendas de mercaderes". Amén de las estanterías había innumerables cajones chicos y grandes, de cedro y de pino, junto con zurrones de cuero, barriles, redomas, fardos y talegas conteniendo los artículos puestos para su venta. Estaban esparcidos por acá y por allá, ocupando gran parte del suelo, como empedrado a medio hacer. En un rincón había un bufete de caoba en el que se anotaban y guardaban los recibos de las mercancías que se daban a crédito y sirviendo al mismo tiempo de repisa para piezas de telas y sombreros. Para pesar los sólidos se contaba con una serie de balanzas con sus respectivos juegos de pesas. El almacén poseía desde la pequeñita para pesar oro hasta "la romana con su pilón" para grandes canti· dades, pasando por "un pesito de balanza" y "un peso mayor con sus balanzas de cobre", utilizándose según los casos y en razón de las cantidades que se despachaban.2 Los tejidos se vendían por varas y también por medias y cuartas. El patrón era "una vara de medir seIlada".3 La vara de las Antillas tenía una equivalencia en el sistema decimal de 0'845 metro.4 El procedimiento para medir los líquidos era bastante más complejo. Empleábanse las pipas, frascos, botijas y botijuelas, sin que conozcamos ni la correspondencia que entre ellas existía, ni la equivalencia con las actuales medidas. Al vender el vino al pormenor, a granel, lo hacían sacándolo de grandes tinajas o barriles por medio de unos recipientes llamados "barras de madera". Semejaban estos comercios a las modernas factorías de un puerto donde se amontonaban los artículos sin orden ni concierto, conviviendo costado con costado una talega que contenía cacao junto a un cajón con telas y un fardo rebosando de pares de zapatos. Al mismo tiempo la variedad y cantidad de los objetos que se podían adquirir no desmerece en absoluto de un moderno establecimiento por departamentos, diferendándose únicamente en la racionalización y orden lógico de éstos y la tremenda promiscuidad .de aquéllos. Los géneros que se podían comprar eran en extremo variados, desde unas libras de arroz pilada a un machete, unas medias, velas o papel. Creemos que será interesante conocer lo que el puertorriqueño de la decimoséptima centuria po2. Embargo de los bienes de Baltasar de Andino. Puerto Rico 15 de Agosto de 1688. A.G.l. Santo Domingo, 159. 3. Esta noticia no ha sido tomada del embargo de An· dino, sino de otro que se hizo de la tienda de Juan de Valdés en 1662, ya que en la que analizamos no la hemos encontrado. Puerto Rico 13 de febrero de 1662 A.G.I. Contadurla, 1079. 4. Enciclopedia del Mar. 6 volúmenes. Ediciones Garri· ga, S.A. Madrid-Barcelona, 1958.
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día mercar o al menos admirar en sus tiendas. Los alimentos eran variados, había arroz, cacao, tortas de casabe, carne salada de cerdo, harina, azúcar, maíz, manteca, sebo~ vino, aguardiente y aceite. Para condimentarIos contaba con pimienta de Tabasco, anís y cominos. - Pero donde la variedad rayaba 10 excesivo eran en los tejidos, tánto por su cantidad como por su diversidad. Prácticamente se encontraban enterradas por cajones y estanterías las piezas de lienzo crudo, lona, coleta blanca y cruda, ruan, morles, estr0E.iIla, bretaña, holandilla azul y anaranjada. No faltaban los galones de hilos de oro y plata, los listones "de colores anchos y angostos". Las ropas confeccionadas eran pocas, reduciéndose prácticamente a las medias. Las había "de seda de torzal de colo· res", "de peso rosado", "de enrayar" y "plateadas". Los sombreros de palma eran abundantes; sus colo· res: blancos y negros, sin que faltaran los de vicuña. En costales se guardaban los zapatos, fabricados en Campeche. Tampoco faltaban los botones de cerda y de estaño, ni los hilos de seda "de colores torcida". La cera ocupaba un lugar preferente en las existencias con que contaba el comercio puertorriqueño, pues junto con la manteca de cerdo y el sebo, forma· ba el trío con que los isleños se alumbraban. La cera podía adquirirse sin elaborar, a granel, para la posterior fabricación de velas por los interesados, o ya hecha cabos para su inmediata utilización. Existían dos tipos de bujías: las de "corazón amarillo" y las de "corazón blanco". Los económicamente débiles contaban con velas de sebo. También se podían comprar barajas, cordobanes, cuchillos "de cachas negras", pistolas, machetes: frascos de estaño, platos y escudillas de Nueva España, bateas de lampeche, acero por libras, clavos, jarcias, pólvora de Granada, tabaco en polvo, piedras de azufre, papel corriente y .. de hilo de media libra cada pliego" y guardado en zurrones hierro en planchas.s i\nte esta descripción podía lógicamente inducir a error el creer que la tónica general del comercio urbano en el Puerto Rico del XVII era un emporio de riqueza y por ende de abundancia. Nada más lejos de la realidad, San Juan y toda la Isla padeció auténticas necesidades, pero no ya de cosas supérfluas, como la mayoría de las que aquí se narran, sino de artículos de primera necesidad. No todas las tiendas fueron de este porte. Conocemos otra, de J662, y asimismo por medio de un embargo. La simple exposición de los artículos que se encontraron bastará para comprender lo que afirmamos. Las mercancías eran pocas y escasas y únicamente había: ocho varas de holandilla en dos pedazos, uno verde y otro ama· rillo; siete varas de estameña parda en cuatro pedazos; dos de jergueta; una de cordobán zapateado 5. Ut supra, no la 2.
negro; una resma de papel blanco y 18 "manos suelo ta", once onzas y media de hilo; onza y media de seda de colores; cinco libras de pimienta de Tabasco y cuatro de anís. Amén de los artículos expuestos poseía dos pesos, una vara sellada para medir las telas y unas tijeras para cortarla.6 La razón de esta diferencia está sin duda en la relación de parentesco del propietario con el gobernador. Mientras que en la segunda tienda sólo tenía para su venta aquellos artículos que habían entrado de una manera legal; Andino" mantuvo una tienda pública -la primera descrita en este articulo- que armó de primera instancia con más de 25,000 pesos que introdujo de ropas de contrabando al tiempo de su llegada con el gobernador, su tío". También amparándose en tal situación "tuvo en su propia casa una especie de carnicería pública, vendiendo en ella carne sin rebozo, pescado y otras cosas comestibles de que usan en esta ciudad personas de ínfima e~fera; que llaman pulpería.7 Se dieron casos de montarse este tipo de comercios de manera eventual. Los organizaban los dueños de los barcos que llegaban con registro a Puerto Rico. Concretamente el capitán}oaquín de Aguirre,·dueño de una de estas naves, nos informa que "descargado lo que traigo en la fragata, y hechados en tierra todos los géneros y frutos que traje, pase a poner tienda".8 Al. margen de estos almacenes, más o menos re· glamentados, donde se podía comprar todo o casi todo lo que se necesitaba para sobrevivir, había vendedores ambulantes, que con autorización del cabildó, justicia y regimiento de San Juan pregonaban sus mercancías por calle$ y plazas. Solían ser por lo general comestibles propios del país, como "carne salada, manteca, melado, rapaduras de velas de sebo, casabe, jabón, plátanos y otras cosas de este género comestible", sin que faltaran algunos géneros importapas como pimienta y cintas. Estos últimos eran adquiridos a los marineros de la Armada de Barlovento a cambio de hospedaje en sus casas cuando hacían escala en la capital de la Isla. También los soldados del presidio a trueque de sus comestibles, les proporcionaban ropas, que eran venpidas junto con las viandas que a viva voz pregonaban.9 Existía al margen del comercio que podríamos denominar oficial, otro de tipo eventual. Cuando los isleños tenían noticias de haber fondeado la Armada de Barlovento o algún otro navío' que hubiese llegado de registro, los que tenían algunos pesos ahorra·
dos, acudían al puerto donde fondeaban e invertían sus pequeñas economías, con una doble finalidad: obtener aquellas cosas que precisaban a menor precio que en los comercios isleños, a'dquiriendo al mismo tiempo otras, que luego revendían en sus domici· Iios. Los artículos que casi siempre compraban eran ropas, tejidos y especias. JO La pobreza, la necesidad o falta de géneros europeos, que padeció la isla en los últimos años del siglo XVII, llegó al extremo de que se vendían de particular a particular los retazos de telas que sobraban después de haber confeccionado un vestido. lI A la vista de lo expuesto en estas líneas, cuyo interés histórico nos podría parecer un tanto insignificante, si 10 analizamos con cierto detenimiento comproba~emos lo que al principio apuntábamos: que el conocimiento de este factor comercial nos sirve para comprender mejor la calamitosa situación económica que tuvo que soportar, no sólo la isla de Puerto Rico, sino todo el imperio españ~l en' las postrimerías del siglo XVII, que "gozó" de iguales o parecida situación. Porque si bien es verdad que existió un gran almacén -el de Baltasar de Andino-; no es más que un espejismo, puesto que su existencia fue aislada y no como algo natural y con continuidad. Esto indica por lo tanto U!1 hecho anómalo, que fue hijo de otro no menos anómalo: el contrabando. Aunque paradójicamente el comercio ilegal sea lo normal en este período histórico. Por el contrario el pequeño comercio, el ocasional, fue la tónica en el intercambio de los puertorriqueños, mos-
6. Ut supra, nota 3. 7. Ut supra, nota 1. 8. Memorial del capitán Joaquín Aguirre. Puerto Rico, sin fccha. A.G.I. Santo Domingo, 160. 9. Respuesta de Francisca Franco y Ana Franco, su hija, al cargo de haber vendido en su casa géneros introducidos por balandros extranjeros. Puerto Rico 30 de octubre de 1699. A.G.I. Escribanía de Cámara, 126 C.
Respuesta hecha por algunos vecinos de San Juan al cargo de haber vendido en sus casas géneros introducidos por balandros extranjeros. Puerto Rico 30 de octubre 1700. A.G.1. Escribanía de Cámara, 126 C.
10. En la pesquisa que se cfcctuó en cl juicio de rcsidencia del gobernador Juan F. Franco de Medina sobre el comercio ilícito que efectuaron algunos vecinos de San Juan, fueron acusados de haber contrabandeado. Estos se defen· dieron alegando iguales o parecidos argumentos. As! vemos Francisco Antonio de Vergas, armero del presidio, cambió articulas manufacturados por comestibles por un valor de 850 pesos a Carlos Chevarría, dueño del navlo de registro. Lo adquirido lo vendió en su casa, .habiendo sido 10 último que vendí 6 varas de holandilla», nos dice en .su declaración. El soldado Marco Lexes Moscoso compró a la Armada de Barlovento platilla. cunas varas de coleta, hilo blanco, cintas y una docena de cordobanes, y al final de su manifestación nos dice: .Todo lo utilicé en mi casa, y 10 que sobró lo vendl.» El capitán Francisco Valentín de Urquizo se dc· dicó a este negocio sólo dos años, porque afirmaba era muy poco productivo, ya que .la ciudad está llena de ropas, debido a que los soldados venden lo que a ellos les daban a bajo precio•. Compró y vendió .crudos y lienzos, Jistados, cordobanes, seda y otros géneros». Jorge Rafael, vecino de San Juan, afirmaba que ha vendido muy pocas cosas .y estas compradas lícitamente, como fue en la Real Armada de Barlovento. que entró en este puerto por el mes de septiembre de 1698•. Lo mismo realizó Juan Antonio Guerra, que sólo compró «algunas menudencias» legltimamente para luego revenderlas en su domicilio.
11. Ibidem. Respuesta de Juan de San Juan, maestro de sastre.
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trándonos este hecho toda la crudeza de la realidad de la situación, donde se comprueba la falta de di· nero para poder adquirir grandes cantidades de productos, remediando tal estado con insignificantes adquisiciones. Pero donde se pone aún más de ma·
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nifiesto es en el hecho de que los mismos importa. dores fueran los que abrieran las tiendas, pensando con buena lógica que era debido por falta de lugar destinados para su comercialización o a la poca solvencia de los comerciantes.
El paisaje de Puerto Rico* Por MARGOr
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RIco SE PODlÚA DECIR lo que Cervantes dijo de Salamanca: .. que enhechiza la voluntad de volver a ella a cuantos de la apa· cibilidad de su recinto hayan gozado." El tipo geo· gráfico de isla, perfectamente hermético en su forma de rectángulo regular, ha determinado, con paradojas, su economía y el carácter de sus habitantes. El puertorriqueño no es hombre de mar ni comer· ciante astuto; mas, como isleño, se deja ganar fácil· mente por los aires de afuera. Mirada desde un avión, la isla parece una pequeña alfombra de verdes variados y ondulantes. Todo tiene en ella dimensión breve, gracia infantil. Un americano del Sur, recordando sus Andes, llamaba a nuestros cerros "simulacros de montañas"; nuestros árboles no tienen nunca el tamaño del samán o del panamá del Istmo. La superficie de la isla se ondula como un lago verde agitado por la brisa. Toda la llanura de la costa comienza a encresparse a medida que avanza tierra adentro con un ritmo de ondas suaves que ascienden poco a poco y sin violencia hasta la cordi· llera central. La cordillera la divide en dos vertien· tes de signo opuesto: la vertiente norte, húmeda; la del sur, seca y con alguna tímida aspereza de contar· no. Esa oposición también es visible en el carácter y en el lenguaje. Navarro Tomás ha señalado cómo el español de Puerto Rico presenta caracteres diferentes en cada una de estas zonas. Abundan las colinas; cortinas y cortinas de cerros pequeños se mulo tiplican hasta el horizonte y, por su forma redonda y diminuta, parecen de juguete. La cantidad y suce· sión de colinas presta a la tierra un aparente dina· mismo; cambia ante nuestros ojos sin darnos ni darse reposo. El hombre se siente rodeado por esta vecino dad en movimiento y alucinado por la variedad de E NUESTRA ISLA DE PUERTO
* Reproducido de la obra Impresiones de Margot Arce.
ARCE DE
VÁZQUEZ
líneas y por la calidad fosforescente de los verdes vegetales. La proximidad de la tierra ataja el paso y la vista. Se siente siempre bajo los pies; se tropieza con ella como si alzara muros a nuestra libertad de acción. Esta inestabilidad del paisaje, esta sucesión de planos, que ocurre plácidamente, ha influido en nuestro carácter como pueblo. Nos ha hecho sensua· les e inquietos; nos ha forzado a agarrarnos a la tierra en busca de equilibrio y a hundir ávidas raíces en el suelo. Recordemos, por oposición, lo que se ha dicho del paisaje de la pampa y del de la meseta caso tellana en donde el hombre conoce la sed de abscr luto. Difíciles son en Puerto Rico la mística y la filo· sofía; lo telúrico tira de nosotros y quiere vencer lo espiritual. El clima de la isla nos define como hombres de un trópico atenuado. En la poesía de Palés Matos este tropicalismo se evidencia con tanto relieve como en la de Lloréns Torres. Para describir nuestro sol, Palés emplea versos llenos de fuego y aspereza: La luz rabiosa cae en duros ocres sobre el campo extenso; humean rojas de calor las piedras, y la humedad del árbol corpulento evapora frescuras vegetales en el agrio crisol del clima seco. No es extraño que el hombre de Puerto Rico, acosado por humedad y calores, sea de movimientos pausados incapaz a menudo de acción enérgica, incapaz de previsión. La actividad febril postiza que se registra en las ciudades es el resultado de la influen· cia norteamericana, no de un ritmo innato puerto· rriqueño. El pitiyanqui posee cierta torpeza grotesca de gestos que deforma su natural modo de expresión. El calor y la luz nos hacen excitables. soñadores, indecisos. Como dice el Conde de Keyserling en sus "Meditaciones suramericanas", solemos actuar por 11
el impulso ciego de la gana. Cuando sobre la isla desata la furia del huracán tropical, Puerto Rico sale de este ritmo apacible, de esta dulzura de égloga. Pasado el temporal, se vuelve a construir la casa arruinada, a cultivar el campo abrasado y a esperar con paciencia casi fatalista el nuevo desastre. Tiene el hombre de esta tierra un admirable desdén por los bienes materiales y una aceptación admirable también trágica a veces, de toda desgracia. En la picante intención de una copla o en el chiste despreocupado suele salvarse de la amargura. Este estoicismo le viene del español, con la diferencia de que en el español la voluntad está más viva. Las desgracias resbalan por su piel sin dejarle arañazos hondos. Sabe hasta contemplar objetivamente sus dolores. Palés Matos describe, por ejemplo, el huracán como espectáculo puro, con sentido estético: Cuando el huracán desdobla su fiero acordeón de ráfagas en la punta de los pies, ágil, bayadera danzas, sobre la alfombra del mar, con fina pierna de palmas. Su principal virtud es una resistencia terca y sin prisa que va venciendo el tiempo y labrando su propio destino. La isla está ceñida por un mar maravilloso, verde claro en la costa, azul cobalto cerca del horizonte; mar amplio, fuerte y tranquilo que recuerda el Mediterráneo en su luz y en su hermosura viril. Sus espumas se deshacen sobre la arena dorada y luminosa de la costa. Las palmeras, con sus troncos morenos y sus penachos oscuros a manera de flores gigantescas, estilizan en ágiles líneas el paisaje. En la tarde, el mar parece de ópalo porque recoge los matices delicados del cielo; en la noche se vuelve azul profundo con espumas de plata. El cielo de Puerto Rico es bajo, tan bajo que podría tocarse con la mano. Parece volcarse sobre las hondonadas y los valles, vaciarse en ellos. Sólo se dilata y eleva sobre las llanuras de la costa. También es azul cobalto como el mar y tiene una fosforescencia metálica. Muy pocas veces posee la limpidez abo soluta del cielo de Castilla; sus nubes redondas y blancas repiten la ondulante variedad de la tierra. Predomina el día sobre la noche. La luz tremenda del sol da calidad de metal bruñido a cuanto toca; su reverberación encandila y nos parece que miramos a través de una gasa que diluye los contornos. El rápido crepúsculo pasa de la luz a la oscuridad en mi· nutos; pero esos minutos de la transición descubren una belleza imponderable. El sol baja de prisa, enorme disco color naranja; el cielo se incendia en rojo, oro, verde, gris, rosa pálido; los tonos pasan por too dos los grados de la escala de intensidad, y aunque están llenos de luz, fingen la consistencia de lo mate· 12
rial. La noche viene de golpe, las estrellas bajas se mecen sobre la copa de las palmeras y casi se con. funden con las luces verdosas de los cucubanos. La luna del trópico ilumina los cielos con una clarísima luz de plata. El encanto de nuestras noches podría describirse con los conocidos versos del Nocturno Tercero de José Asunción Silva: Una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas, una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas, una noche en que la luna llena aparece por los cielos azulosos, infinitos y profundos, su luz blanca... La tierra de Puerto Rico, ceñida por ese mar viril y bajo ese cielo voluptuoso, encierra todos los atractivos de lo femenino. Su pulpa es blanda, llena de' humedad y frescura. Apenas hay el escorzo valiente de una roca; abundan, en cambio, las gredas amari· llas, parda, rojizas y purpúreas, que tan dúctiles son en las manos del alfarero rural. Predomina el verde como tono eje del paisaje. Pero es difícil imaginar la inverosímil variedad de sus matices desde los ver· des más tiernos hasta los más secos, desde los ver· des apagados hasta los brillantes. En el día, la tierra huele a humedad, al denso azahar y a la turbadora acacia; en la noche los aromas se hacen más penetran· tes y se funden en un olor indefinible que embriaga. También hay sonidos: el de la brisa ligera sobre las hojas, los susurros de millares de insectos, el grito variable y agudísimo del. coquí, el rumor de;: las aguas, la voz ronca del mar. Los pocos pájaros cantan dulcemente. Quien haya oído en el silencio de la noche del trópico el canto del ruiseñor no lo olvidará nunca. Su hermosura recuerda las ardientes y purísimas liras del "Cántico espiritual". Algunos ríos pequeños y de lento fluir cargan un agua densa y amarilla; otros, claros y juguetones, sal· tan sobre el lecho de limpias arenas. No hay árboles en sus orillas; corren entre los juncos y las cañas y pueden reflejar el cielo. El cañaveral cierra el horizonte con su oleaje de lenguas verdiazules y sus guajanas de un violeta delicado, que repiten la imagen de la espuma marina. Monte arriba, los cafetales crecen olorosos y sombríos. De la imprecisa masa de verdura, se destaca la geometría sorprendente del plátano con sus hojas como estandartes desplegados, los troncos dóridos de la palmera real, las rizadas y gemidoras hojas del bambú, la piña, acorazada y coronada, el árbol de pan. Tal perfección de líneas parece hija del arte y no de la naturaleza. Del yagru· mo se podría decir 10 que Góngorn dijo del álamo: que tiene las hojas inciertas y nerviosas. La ceiba se parece a los olmos del norte. Es el gran señor de nuestros bosques; su apostura denuncia noble y orgullosa soledad. Cuando florecen los flamboyanes, la violencia de su flor roja contrasta con los verdes
"Paisaje puertorriqueño", óleo de Francisco Ol/er.
húmedos del fondo. A lo lejos, semejan la llamarada de una hoguera que ardiera sin humo y sin consumirse. La isla es paisaje puro. Los pueblos conservan un manso sabor campesino. Guardan su aspecto colonial intacto, con la plaza mayor en el centro, la iglesia orientada y las casas terreras pintadas de colorines agrupándose en callejuelas largas y estrechas. No hay un estilo de arquitectura regional. Junto a las viejas y sólidas construcciones de tiempos de España, el abigarramiento exótico de los chalets minúsculos con ventanas de absurdos cristales. A la vida monótona y conservadora de estos pueblos se ha superpuesto la jadeante prisa norteamericana. El contraste es patético. La dulzura de égloga se va encrespando con el agrio, inhumano tumulto de la vida febril e industrial. Aquella "honda y ancha felicidad" de la décima de Lloréns ha desaparecido. El observador interesado recoge en cambio, la impresión trágica de una explotación colonial unmisericorde, la misma que el amargo Palés ha trazado en rápida caricatura: Antilla, vaho pastoso de templa recién cuajada, trajín de ingenio cañero, baño turco de melaza; aristocracia de dril donde la vida resbala sobre frases de natilla y suculentas metáforas
Estilización de costa a cargo de entecas palmas; idioma blando y chorreoso: mamey, cacao, guanábana... En negrito y cocotero Babitt turista te atrapa; Tartarín sensual te sueña en tu loro y tu mulata; sólo a veces don Quijote, por chiflado y musaraña, de tu maritornería construye una dulcineada. El hombre de estas tierras mezcla en su sangre criolla lo español y lo africano; la herencia india cuenta poco. Habla un español dulce y relajado, de ritmo cambiante y de timbre alto. Su entonación más melódica y ondulante que la española, se eleva sobre el tono normal para precipitarse en seguida en reflexiones rápidas y sincopadas. Nuestra música popular tiene la monotonía sensual de todas las músicas tropicales y se parece, en las plenas, al habla puertorriqueña. Somos sentimentales; los sentidos y las emociones nos mandan el espíritu. Nuestra hospitalidad llega a veces hasta la imprudencia. Por desengañados secularmente, nos inclinamos al fatalismo. Nuestro temperamento nervioso y susceptible nos hace indecisos y recelosos. Ostentamos una alegría despreocupada y burlona q,ue desmiente la callada nostalgia de los ojos. Maduramos pronto como los frutos del trópico y nos 13
apagamos pronto como la orgía de colores de nuestro crepúsculo. En el amor y frente a la muerte seguimos siendo españoles; para el vivir diario te· nemos la ternura del negro y la parquedad del caso tellano. Se da en nosotros esa síntesis de lo primordial y de lo refinado que Keyserling considera como la promesa de una cultura original. El extranjero que viene a Puerto Rico, libre de prejuicios, sabe gustar de la belleza de nuestro paisaje y de la dul· zura de nuestro mundo moral. Un español Gili Gaya, describía así el encanto acogedor de esta tierra. Se siente allí el halago de deslizarse por la atmósfera de las posibilidades ilimitadas. La angostura de los frenos racionales se quiebra pronto, el afán de saltar más allá de toda lógica se convierte en especial necesidad del espíritu. Junto a esa palma o aquel mango, desearíamos hundir como ellos nuestras raíces en el suelo, y sentimos por arriba, suavemente mecidos por la brisa. El gallego previsor y el yanqui activo son un contrasentido en esta isla de las curvas gráciles... <Las olas van llegando a la costa con suave ondulación de un vals. Nada de encrespamientos ni de espumas desmelenadas. Las sirenas de Ulises se han refugiado aquí y envuelven la mente del extranjero en una canción acariciadora que le hace olvidarse de la patria lejana. Nadie puede sentirse extraño en Puerto Rico;
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es la isla de la flor del loto, sedante y borradora de nostalgias. y Gabriela Mistral, hija de un país duro de mar y de montaña, con sus ojos cargados de la majestuosa belleza del Aconcagua y del turbulento Pacífico, ha cantado también la gracia infantil de Puerto Rico, hecha de ternura y de espiritualidad:
Isla de Puerto Rico, isla de palmas, apenas cuerpo, apenas, como la Santa, apenas pasadura sobre las aguas. La que como María funde al nombrarla, y que como paloma, vuela, nombrada, del millar de palmeras como más alta, y en las dos mil colinas como llamada. Isla de caña y cafés apasionada; tan dulces de decir como una infancia; bendita de cantar como un ¡hosannal Sirena sin canción sobre las aguas ofendidas de mar en marejadas: ¡Cordelia de las olas, Cordelia amarga!. ..
Carlos Raquel y el mundo Por EDWIN REYES
seria cosa de crecer allí mismo esa pareja hermosa inmensa callejuela de La Perla con los ojos perdidos entre muchachitos grises Carlos Raquel pintaba desde una tarde con la muerte en la cintura uno se anima canta no hay más remedio y esta casa que dejaré como otras veces sólo me escuchan allá afuera? pensando CÓmo será la lluvia entonces cuando aprendí a decir hermano el miedo muchos años después y muchas noches entregado como quien dice basta no es lo mismo estarse aquí sentado padeciendo esa tromba de silencio ese acecho sin que nadie ni un trago para evitarlo como antes frente a lo que me aguarda en el cuartucho horrible con mis manos tan cerca de mi abuelo y tan lejos de estas cuatro paredes del espacio aplastado entre mis posibilidades yla fiebre orgullo de mi cuerpo enfermo tenebroso acordándome de Artaud y arrepintiéndome junto a unas ganas de ser Che sólo para darme cuenta de que fallo más tonto cada día adolescente ebrio cada noche del Rainbow con René perturbado por un espejo hecho memoria múltiple secreto de los montes hermosos como su ausencia algunas veces más acá de las palabras siempre enamorado como hasta ahora de -una sedienta sucesión de rostros peces entre mis piernas huyen saltan como yo mismo esta noche deseando no detenerme nunca junto a esas voces nunca inevitablemente me llaman con el sonido viejo odioso otra vez con mi capa y mi sortija madre déjame solo más acá de esos filos aborrecibles seres que me escogen para humillarme hasta la sombra suelto inadvertido de estos otros no- volveré a pensar como lo hacía te juro no quedará del mar sino una verde historia como una tarde de paseo antiguo Bulevar a esta hora duro extraño Carlos Raquel y el mundo aquella gente"
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Exposición de los pintores Reyes, Chiesa y Bonilla
C pintores jóvenes que se destacan como prome-
ON EL PROPÓSITO DE DAR A CONOCER LA LABOR DE LOS
sas en el campo del arte, el Instituto de Cultura Puertorriqueña ha venido auspiciando la presentación de exposiciones de sus obras. La última muestra de esta clase, presentada en el Museo de Bellas Artes de Puerto Rico, correspondió a los artistas Joaquín Reyes, Wilfredo Chiesa y José Bonilla.
La exhibición, inaugurada el 9 de marzo, incluyó' óleos, acuarelas y collages. Joaquín Reyes también presentó un grupo de dibujos. Los tres pintores, fonnados en la Escuela de Artes Plásticas del Instituto de Cultura, manifiestan predilección por el arte abstracto, como 10 muestran las fotografías que, para ilustrar la exposición, publicamos en estas mismas 'páginas. Oleos de Wilfredo Chiesa
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Obras de JosĂŠ Bonilla
Dos de las obras presentadas por JoaquĂn Reyes
Ricardo Alegría: Humanista * . Por EUGENIO FERNÁNDEZ MItNDEZ
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LA VIEJA CIUDAD DE SAN JUAN -EN LA CALLE DE San Francisco- con sus calles blasonadas de historia y nombres de santos (San Francisco, San Sebastián, Calle del Cristo) nació un 14 de abril de 1921, Ricardo Alegría y Gallardo. Su infancia transcurrió en esas mismas calles adoquinadas, que tran· sitaran en otros tiempos, tantos personajes memorables de nuestra historia: los frailes y conquistadores espirituales del Convento de los Dominicos; José Campeche, Bartolomé de las Casas, Fray Damián López de Haro, el maestro Rafael Cordero, los Ponce de León; D. José Julián Acosta, Alejandro Tapia, Salvador Brau, Francisco Oller, Román Baldorioty de Castro, Rafael Balseiro. José de Diego, Luis Mu· ñoz Rivera, Luis Lloréns Torres y tantos otros personajes amados e ilustres de nuestra historia de pueblo. Fue en ese ambiente. cargado de evocaciones épicas y episodios históricos que sus padres D. José Alegría y Da. Celeste Gallardo velaron celosamente por la formación espiritual de sus hijos, inculcándoles un profundo sentido del valor de la herencia espiritual de España, y un acendrado amor por las cosas de Puerto Rico. La familia Alegría, compuesta además por sus hermanos José E. Alegría, hoy marchante y profun. do conocedor del arte antiguo y moderno, su hermana María Antonieta, fina y bondadosa heredera de la vocación materna; y Félix. Luis, maestro de literatura española, hoy en servicio de la empresa de relaciones !lumanas de una firma privada; formaban una de las tradicionales familias saniuaneras N
* Discurso leído por su autor I:n diciembre de 1973 con motivo del acto que un grupo de amigos del Profesor Alegría celebró con motivo de su renuncia como Director del Ins· tituto de Cultura Puertorriqueña.
de esta primera mitad de nuestro siglo. Su padre, abogado y escritor, nació en Dorado, Puerto Rico, de donde nos ha dejado unas hermosas estampas evocativas de la vida y costumbres de su juventud: Re· tablas de la aldea, y el Alma de la aldea, retratos de la vida del área de Dorado y Barceloneta en Puerto Rico. Dirigió la Revista Puerto Rico Ilustrado, durante 15 años y escribió la serie de artículos "Pancho Ibero encadenado", en defensa del uso de la lengua española como vehículo de nuestra enseñanza. Era don José Alegría un aficionado ferviente a lecturas históricas y coleccionista de obr;l~ de arte como las pinturas de José Campeche, en la familiaridad de cuya presencia crecieron todos los hijos. Ricardo Alegría, hombre de precoz madurez -puedo decirlo, pues le he conocido de cerca- ha sido un profundo conocedor del alma humana. Su afán y su desvelo en su empresa directiva del Instituto de Cultura Puertorriqueña, en los años 1955· 1973, ha sido descubrir la potencialidad latente de todo puertorriqueño creativo, para ponerlo al servicio de la cultura de su pueblo. En esta tarea ha con· tado con la eficaz colaboración en arte, trabajo y crítica, de su esposa Mela Pons de Alegría y de sus hijos José Francisco y Ricardo. Así en su gestión como director del Instituto de Cultura Puertorriqueña ha protegido y brindado auxi· lios oficiales y personales a escultores, pintores, músicos, escritores, investigadores, bailarines, hombres de teatro, poetas, críticos de arte y literatura, etc., y todo ello sorteando siempre con el mayor tacto y sabiduría, y en aras de los fines comunes más altos, las miles de aristas, opiniones, vanidades y peligros de la ilusión o la indisciplina de los hombres de tao lento que era preciso organizar en una empresa de exq:lencia creativa; para sacar de cada uno -dentro del marco real de la falibilidad y la grandeza hu· 19
manas- su mejor aporte a la sociedad y a la cultura. Entre sus colaboradores más asiduos ha tenido a Luis Rodríguez Morales, quien le sucede en la Dirección del Instituto, y a Roberto Beascoecha Lota; aparte de la Junta de Directores del Instituto de Cultura en distintas épocas. Asimismo muchos de los empleados y oficiales administrativos del Instituto han rendido lealmente sus obligaciones como tributo a una obra mayor. Entre los recuerdos más preciosos que cada hom· bre conserva de su propia vida, los de la infancia y los de la juventud constituyen una categoría parti· cularmente importante. Ricardo Alegría estudia en las escuelas de San Juan -José Julián Acosta y Ro· mán Baldorioty de Castro- precisamente, por los años en que Puerto Rico atraviesa por momentos difíciles de angustia e indefinición colectiva. Por esos años conoció a hombres como don Epifanio Fernández Vanga, amigo de su padre, y devoto defensor de las riquezas, secretos y tesoros, de nuestra lengua española. De José de Diego, tiene un afectuoso recuerdo recubierto por el velo mágico de las palabras de su padre don José Alegría. Se forma más con el espíritu curioso e inquieto de todo un señor bien nacido en la copiosa biblioteca de su padre con la lectura de la poesía de José de Diego, las cartas y poesías de Luis Muñoz Rivera, la prosa fina y aromada de re· sonancias cristianas de don Manuel Fernández Jun· cos, la poesía criolla o costumbrista de Luis Lloréns Torres y Virgilio Dávila, y muchos otros excelentes escritores puertorriqueños cuyas obras editará años más tarde, como Director del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Asimismo forman parte de la biblioteca de su padre obras ejemplares de los Clásicos castellanos, desde Fray Luis de León a Lope de Vega y en otro extremo hasta el profundo y angustiado maestro de la casta histórica, don Miguel de Unamuno. En ese mundo mágico de titanes y de simple pueblo, generoso y noble -simbolizado por las figuras arquetípicas del Quijote y el Sancho Panza, maestro este último en su humildad, del refra· nero y la sabiduría popular y democrática españolase va sedimentando en su espíritu, esa prudencia, esa generosa posición de humanidad frente a la vida, que hacen de Ricardo Alegría a la vez un hombre reconcen~rado, reflexivo, valiente y político en el sentido gracianesco del término. En las escuelas de Puerto Rico, por los años que estudiaba en la Escuel~ Superior Central y más tarde sus primeros años universitarios, se impuso el inglés como lengua en la enseñanza. Conoció allí en la Universidad de Puerto Rico a maestros del Departamento de Estudios Hispánicos y se interesó en los temas históricos de Puerto Rico. Asimismo conoció obras como IP1sülarismo de Antonio S. Pedreira y' Revis· tas como Brújula, Isla e IP1dice, que planteaban la angustiosa interrogante de si somos o no _uq.Pueblo. 4
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Ricardo aprendía -a veces con desgano, sus materias escolares en inglés-, pero llevaba arraigado en el hondón de su espíritu, en la intimidad de su alma, la sabiduría milenaria -a la vez humilde y altiva- de la lengua española. El Puerto Rico de aquellos años -sus sucesos dramáticos y a veces trágicos- dejan en su espíritu una honda preocupación por la suerte histórica ,de nuestros ldgros culturales nacionales. Ricardo sabe y sabe bibn- que ser un Pueblo implica de todos los que lo forman ciertas reglas comunes de convivencia e historicidad. Porque Puerto Rico es, ya lo declara paladinamente nuestra Constitución, y lo confirma ampliamente nuestra historia: un Pueblo. Luego de estudiar en la Universidad de Puerto Rico se traslada a los Estados Unidos, y especificamente a las Universidades de Chicago y Harvard donde es influido por notables antropólogos norteamericanos como Robert Redfield, Sol Tax, Clyde Kluckhon, Gordon Willey, entre otros. Adquiere así no sólo una visión local, sino universal de la cultura humana, y una experiencia que aprovechará en su servicio histórico a su pueblo en el magisterio de la Universidad de Puerto Rico y en el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Honrar a Ricardo Alegría, como hacemos todos los puertorriqueños aquí reunidos esta noche, es honrar a uno de los más claros valores intelectuales de toda una generación de puertorriqueños, que han tenido por no!te de sus vidas conservar activos' en sus actos vitales el legadó que nos trajera España, nuestra querida Madre Patria; así como la buena herencia de los indios, ~e Puerto Rico y la valiosa bbra de trabajo y dedicación plena a la democracia, de los negros; para con todo ello, calibrado y asimilado, engrandecer las conquistas espirituales del Pueblo de Puerto Rico (en arte, pensamiento y cultura) y afirmar y hacer valer un legado religioso y moral universal que encierra valor~s eternos: me refiero a la religión y la moral cristianá. La única capaz de ofrecer al hombre principios por los cuales guiar su vida y su conducta basados en el servicio a los semejantes, y en la no resistencia al mal. Porque el mal -he aquí una de las más secretas verdades del cristianismo- sólo puede ser derrotado en el hom· bre, cuando el hombre lo encuentra.en sí mismo. Es fácil en(:ontrar el mal' en los otros: Es difícil conocerse y dominarse a sí mismo. La grandeza del espíritu cristiano reside precisamente en que sabe ven· cer no por la fuerza de las armas, o por el derecho de la fuerza, sino por la verdad del espíritu, en el que reside la verdadera grandeza y humanidad del hombre. Hoy más que nunca el mundo necesita de los hombres dedicados 'al trabajo gustoso -al cultivo de la vida interior- sin la cual el hombre re· torna a las fieras- que haga amable y profunda y otorgue sentido humano al gusto de vivir en el mundo. Un mundo --desgraciadamente atribulado
hoy- cuando parece haber tomado el extraviado y pobre camino de convertir la vida en pura tarea de ganapanes, o en una agria lucha de vulgaridad, sexo, poder y vanidad. Hace ya cuatrocientos ochenta años, un día 19 de noviembre de 1493, que Cristóbal Colón trajo a Puerto Rico la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra, como dice,el Evangelio de San Juan. Y ese nuevo cielo y esa nueva tierra prometida debía encontrarla cada hombre americano -del norte o del sur- en sí mismo, en su propia conciencia, en su propio espíritu. Sólo así la convivencia humana entre los hombres y los pueblos, quedaría ordenada por principios de humanidad y de auténtica sabiduría. Dentro de pocos días, el próximo 24 de diciembre, día de la Navidad Cristiana, cuyo espíritu ya nos invade a todos por las fiestas de alegría y triunfo que conmemoraremos y que nos une a todos los hombres en una verdadera y. posible comunión de hermandad universal, celebraremos la Nochebuena, luego el Año Nuevo, cargado con sus augurios, novedades y promesas y finalmente, esa fiesta tan puertQrriqueña: el día de Reyes, día de regalar a todos los niños de Puerto Rico. El tema es propicio y el ambiente de alegría también, pues la 'labor de Ricardo Alegría durante dieciocho años al frente del Instituto de Cultura Puertorriqueña, ha sido un gran regalo espiritual al Pueblo de Puerto Rico, y Puerto Rico así lo entiende y así lo agradece. Por eso, más allá de toda bandería de intereses, la obra del Instituto de Cultura Puertorriqueña, ante los ojos de todo puertorriqueño está aureolada de preso tigio. Prestigio que se debe en no pequeña medida al tacto, la sabiduría, la capacidad técnica y administrativa- y por qué no decirlo, al devoto y amante patriotismo de su Director de tantos años Ricardo Alegría y Gallardo. Hablemos también brevemente del hombre y su generación. Es difícil definir históricamente lo que constituye una generación, yo diría que más que cuestión de edad, es cuestión de acción histórica. Así a la generación de Ricardo Alegría, pertenecen muchos hombres que se han distinguido en las 'letras y las artes de Puerto Rico. Con todos ellos y muchos que nos es imposible nombrar aquí, pero que tienen nuestro aprecio, en lucha fraternal unas veces o en colaboración cordial otras, Ricardo Alegría ha construido su obra. Su magna obra que la forman de un lado sus propias creaciones personales y que incluye libros de cuentos, y estudios históricos y la colección de la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña de la cual también ha sido director; modelo de buen gusto, sobriedad y acierto editorial. Y de otro lado, la obra mayúscula de creación en el campo de restauraciones históricas, exposiciones, creación de un archivo histórico, centros culturales, edición de libros,
recolección de tesoros documentales del arte, la música o la literatura histórica, lakayuda a "Ballets de San Juan", de Gilda Navarra y Ana García; de Arlequín, la Poesía Coreada de Maricusa Ornés (la silen· ciosa y diligente organizadora de este hermoso acto) y de Areyto, Conjunto de bailes folklóricos de Puerto Rico; o en el fomento de las Artes Plásticas, el Teatro, la Poesía, la Museografía y los Parques Nacionales, en los cuales Ricardo Alegría, ha concertado el aporte de todos los amigos empeñados en obras de cultura. A esta tarea han contribuido generosamente escritores como Francisco Arriví, Margot Arce, María Teresa Babín, Enrique 'Laguerre, y tantos otros imposibles de nombrar. Músicos oomo don Rafael Hernández, Amauri Veray, Héctor Campos Parsi, los hermanos Figueroa, Jesús María Sanromá, Augusto Rodrígue~, y muchos más; pintores como el doctor José R. Oliver, Director de la Escuela de Artes Plásticas y Lorenzo Homar, Rafael Tufiño, Augusto Marín, Carlos Marichal, José R. Alicea, Rafael Ríos Rey, Carlos Raquel Rivera y otros. Escultores como Francisco Vázquez (Compostela), Tomás Batista y Rafael López del Campo; directores de teatro y dramaturgos como Manuel Méndez Ballester, don Emilio Be· laval, Luis Rechani Agrait, René Marqués, Piri Fer· nández de Lewis, Myrna Casas, Angel F. Rivera, Al· berta Zayas y muchos más. Archivistas, museógrafas, arquitectos, etc.; en fin, sería nombrar una parte significativa de los aquí presentes y de otros que han reconocido en Ricardo Alegría un puertorriqueño a quien todos debemos y un amigo de qu~n hemos aprendido. Sería quizás impropio o mejor imposible, ha. cer aquí la historia de todos los logros del Instituto de Cultura Puertorriqueña: Museos y Parques Históricos como el Ceremonial Indígena de Utuado, el Histórico de Caparra, el Museo de Historia Militar del Fuerte San Gerónimo, el Museo de Imaginería Popular, el Museo de Arte Religioso de Porta Coeli, el Museo de Arquitectura Colonial de San Juan, el Museo del Grabado, el Museo de Bellas Artes, I los Museos regionales, el Archivo Histórico de Puerto Rico, la Escuela de Bellas Artes y las Bienales Internacionales del Grabado Latinoamericano, etc. Luego, un nutrido catálogo de conferencias y publicaciones desde las Memorias de Pedro Tomás de Córdoba, hasta las Obras Completas de Alejandro Tapia, José de Diego, Virgilio Dávila, Luis Lloréns Torres, Con· cha Meléndez, Antonio S. Pedreira, Miguel Meléndez Muñoz, Julia de Burgos y muchos más; documentales filmicos sobre distintos aspectos de nuestra he· rencia histórica, una tarea que asombra que sea el producto de un hombre que tan paradigmáticamente ha encarnado en su obra lb que la Ley del InstItuto de Cultura se había propuesto lograr: afirmar y divulgar los valores del Pueblo de Puerto Rico. Vaya, pues, a Ricardo Alegría, en esta noche, el. 21
homenaje de un Pueblo que le admira y le reconoce su gran servicio. Y que su laboriosidad y su ejemplaridad humanas sirvan para libertar concertadamente las energías creadoras de todos los puertorrique. ños en la tarea de acrecer nuestro propio cultivo y nuestro esfuerzo solidario, en la tarea de servir bien y de hacer la vida buena que nuestro pueblo merece. Sólo me resta decir que de Ricardo Alegria ha-
brá mucho que hablar y decir todavía en Puerto Rico -pues el honorable Gobernador don Rafael Hemández Colón le ha nombrado a un nuevo cargo con rango de Gabinete- y los invito a todos a estudiar con profundidad, la obra enaltecedora del Instituto de Cultura Puertorriqueña y a tributarle ahora a él -cálidamente, generosamente- un merecido aplauso de adhesión y homenaje.
En el quinto centenario de Fray Bartolomé de las Casas Por ELADIO
E NTRS
LOS NOBLES PROPÓSITOS QUE MOTIVARON LA creación de las Naciones Unidas sobresale uno que en sí compendia todos los fines de la más alta entidad internacional: el desarrollo y protección de los derechos hUmanos. U Thant, quien por muchos años acupó con señalada distinción la Secretaría de las Naciones Unidas, redujo admirablemente los amplios propósitos de la organización a la siguiente síntesis: "El establecimiento de los derechos humanos proporciona los cimientos en los que descansa la estructura política de la libertad humana; el logro de ésta genera la voluntad y la capacidad de alcanzar el progreso económico y social; y la consecución del progreso económico y social proporciona la base para una paz verda· dera". Hace cinco 'siglos nació en Sevilla un hombre que dedicó toda su larga y fecunda existencia a la . defensa de la dignidad y los derechos del ser humano, de los cuales en la actualidad es portaestandarte las Naciones Unidas. Me refiero al fraile dominico Bartolomé de las Casas, quien por su excelso apostolado mereció que se le confiriera el título de "Procurador universal y protector de los indios". Las Casas poseía la inteligencia, el valor, la fortaleza física y la tenacidad requeridas para haber llegado a ser un gran conquistador, al estilo de Pizarro o Hernán Cortés. Pero su innato sentido de justicia le hacía rechazar con vehemencia toda iniquidad y le acercaba a los caminos que conducen al reino de Cristo. . En 1502, cuando sólo era un mozo de veinticua· tro años, cruzó la mar para hacer pie en La Española, en plan de conquista y aventura. Tomó parte principal en las expediciones de guerra que contra los indios se hicieron en la provincia de Higüey, y por ello recibió, su compensación: un repartimiento de indios.
RODRíGUEZ
OTERO
Pero Bartolomé de las Casas estaba tallado para la justicia y no pudo soportar la función de encomendero. Había escuchado en 1511 el célebre sermón en el cual su hermano en religión, fray Antonio de Montesinos, condenó la crueldad y las injusticias. que sus compatriotas cometían contra los indios. Desde entonces, su espíritu no anduvo en paz. En 15J4, en la Villa de Sancti Spiritu, en Cuba, hizo pública su decisión de dedicarse a la defensa de los indios. En 1515 se trasladQ a Baracaa, donde conoció a Hernán Cortés y renunció a los reparti. mientos de indios. Desde su luminoso despertar de 1514 hasta su muerte en 1566, por más de medio siglo, Las Casas no se concedió un solo instante de reposo en su esforzada lucha en favor de los indios american~s. Asombran su incansable actividad y sus múltiples escritos polémicos e históricos. En este hombre se dieron cita la más punzante agresividad, frente a los explotadores, y la más excelsa compasión ante los desvalidos habitantes del Nuevo Mundo. La determinación de fray Bartolomé nunca re· conoció límites. Al igual que otros insignes campa· ñeros suyos de la Orden Dominica, sostuvo que la mera invasión y ocupación de las nuevas tierras no podían conferir al rey o emperador títulos legí. timos de propiedad o de soberanía, por ser dichos actos contrarios a la justicia natural; rechazó con firmeza el criterio popular de que los indios eran animales parlantes o seres aniñados de muy escaso entendimiento; reclamó el más profundo respeto por las culturas aborígenes de América; se enfrentó con valor a los encomenderos que amenazaban extinguirlas; intentó establecer una colonia de traba· jadores libres en Venezuela; arriesgó su vida en Nicaragua tratando de obstruir guerras que conside· raba ilícitas; promovió la colonización pacífica y 23
Fray Bartolomé de las Casas
cristiana de los indios de Guatemala; combatió duramente a los eclesiásticos que encubrían con falsedades y sofismas los atropellos contra los indios; no aceptó las riquezas del obispado de Cuzco pero abrazó con alegría la pobreza evangélica de la sede mexicana de Chiapas; realizó largos y peligrosos viajes por las nuevas tierras americanas, siempre en defensa de su noble causa; cruzó catorce veces el mar Atlántico -muchas veces capeando peligrosas tormentas- para denunciar con vigor y absoluta libertad ante Fernando el Católico, el emperador Carlos V y Felipe II los abusos que a nombre de ellos se cometían en América. Era admirable la libertad con que se dirigía a los monarcas. Estos -acostumbrados a escuchar a traficantes y explotadores y a los licenciados y doctores que, como Ginés de Sepúlveda, urdían ra·
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zones para justificar los atropellos- seguramente oirían con una mezcla de asombro, veneración y respeto a este solitario y raro personaje que al decir de José Martf, se presentaba en la Corte "sin manchas de oro en el vestido blanco" y que comba· tía él solo por el mundo de la justicia y el amor contra el mundo de la agresión y la crueldad. Los reyes, hombres de estado, sabían que con la total aplicación de los principios propugnados por Bartolomé de las Casas no podría completarse la ocupación de las tierras americanas. Pero ellos -formados en la doctrina y en la tradición cristia· na- conciencia y corazón adentro también sabían que, si en la realidad no era posible alcanzar a plenitud el ideal de Las Casas, por lo menos podían reducirse considerablemente los atropellos y crueldades, y mitigarse los sufrimientos de los na-
tivos. Y así, no vacilaron en respaldar las recomendaciones formuladas por la Junta de teólogos y juristas reunida en Valladolid en 1542. Fue en esta histórica reunión en donde se originaron las Nuevas Leyes de Indias, inspiradas en los justicieros principios que en favor de los nativos defendió desde su cátedra de Salamanca el insigne fray Francisco de Vitoria, a quien el Padre Las Casas había suplido amplia información sobre 10 que ocurría en América. Se ha acusado a Las Casas de haber sido el principal responsable de la leyenda negra de España en América al exagerar, principalmente en su debatida Historia de la Destrucción de 'las Indias, las crueldades y atropellos que muchos de los conquistadores españoles cometieron con los indios. Es cierto que Las Casas -apóstol apasionado- magnificó esas crueldades y atropellos, aun a riesgo de oscurecer la verdad fundamental de sus relatos. Pero lo cierto es que de no haber existido la exageración, las potencias enemigas de España siempre se hubieran aprovechado de sus acusaciones, utilizando como instrumento de propaganda política, lo que sólo había sido un alegato a favor de la justicia. También se ha señalado a Las Casas como el responsable del auge de la esclavitud negra en América, al propiciarla como remedio a la situación de los indios. Es verdad que él, inadvertidamente la favoreció al principio, pero luego que la vio funcionar, arrepentido, se golpeaba el pecho y exclamaba:
"¡con mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indios." De otra parte ¿no ayudaron Las Casas y su compañero el Padre Vitoria al buen nombre y a la dignidad de España en América? ¿Qué otro país colonizador produjo voces tan ejemplares en defensa de la libertad y la justicia? ¿En qué otro país con· quistador se formularon y se escucharon con tan admirable respeto planteamientos similares, hechos, no por los representantes del pueblo atropellado, sino por personalidades de la nación invasora? Sin los escritos de Vitoria en defensa de los derechos de los indioos y sin el pensamiento y la acción apostólica de Las Casas, la colonización de España en América seguramente no hubiera diferido de la explotación inglesa en las Antillas y de la holandesa en Malasia. Las Casas es honra de España, y más aún, como muy bien ha dicho Gabriela Mistral, es honra de la humanidad. Cinco siglos después del nacimiento del Protector de los indios, su palabra en defensa de la libertad y los derechos humanos resuena con enorme vitalidad en América y se proyecta con fuerza en toda la tierra. • Puerto Rico --cuyo suelo vio correr la sangre de nuestros indefensos aborígenes- debe un reconocimiento a fray Bartolomé de las Casas, adelantado de la más alta conciencia moral, apasionado de la justicia y apóstol del amor y la fraternidad cristiana.
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Exposición de dibujos de Bart Mayol
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N EL ANTIGUO CONVENTO DB SANTO DOMINGO, SEDE
del Instituto de Cultura Puertorriqueña. se abrió al público el 30 de marzo, y bajo el título de "Caras". una exposición de dibujos de Bart Mayal. Integraron la exposición 72 obras, exponentes de diferentes medios. principalmente carboncillo, crayón, aguada y dilución de óleo. Bartolomé Mayal nació en Utuado. En su adolescencia fue discípulo del pintor Osear Colón Del· gado. Posteriormente cursó estudios de arte en la Galería Corearan. de Washington, y en el Instituto de Arte y Diseño de Maryland. En este mismo ceno tro tomó un curso de especialización en la pintura mural. También estudió en el Instituto de Arte Otis. de Los Angeles. Ha expuesto en diversos puntos de los Estados Unidos y de Puerto Rico. Las fotografías que acompañan a esta reseña reproducen algunas de las obras presentadas en la exposición.
El artista en su taller
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Otros aspectos' de la exposici贸n
La razón ciega, de Gustavo Jiménez Sicardó Por
pARA Mí, EL TEATRO ES TRAER LA VIDA A LA ESCENA,
sin mistifi::arla; que el público la entienda, Todo lo que se salga de eso no es teatro, Si no hay vida, no hay teatro. La naturaleza se lo ha dado todo al hombre -ahí lo tiene todo."1 Con estas frases, re· sume su concepto de teatro Gustavo Jiménez Síear· dó, al hablarnos sobre su drama La razón ciega, pieza de teatro social puertorriqueño desconocida por muchos de los estudiosos de nuestro teatro. La razón c{ega, escrita en 1924, narra un suceso de la vida real, en el cual tomó parte Jiménca: Sicardó como Juez Municipal. Como marco de referencia para la obra, dice el autor, existe una ley aprobada en 1910 por ~l Congreso de los Estados Unidos que asigna diez millones de dólares para la realización del proyecto forestal del Yunque. Esta asignación y las perspectivas de ganancia implicadas, despertaron la ambición de los terratenientes en las áreas adyacentes que deseaban poseer más tierras y obtener más beneficios al expandir sus latifundios. De esa ambición desmedida, como resultado de esa realidad, surgió La razón ciega. Lloréns Torres, Lastra Chárriez, Muñoz Marín, Luis Antonio Miranda, Palés Matos impulsaron a Jiménez Sicardó a escribir la obra, luego de escuchar la narración que él les hiciera de la historia real. Jiménez Sicardó plantea en su obra el conflicto social en nuestros campos y el problema de la justicia. La justicia, el peso de la ley, cuyo funciona· miento no pueden entender los que son víctimas de ella, se convierte en obsesión para don Heraclio, personaje central de la obra, quien dice: "¡La ley I ¡Siempre y a nombre de la ley! Ni que ·fuéramos los hombres muchachos pequeñitos a 1. Entrevista de la autora con el señor Jiménez Sicardó.
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NILDA GONZÁLEZ
.quienes se nos asusta con un fantasma. La ley. Va pa un año que me hieren por la espalda, y ese mesmo tiempo hace que me vengo preguntando: ¿quién, me hiere? y siempre la mesma contesta: "es la ley"2 "...1os hombres solos no se atreverfan a tanto. ¡Es la ley! A no ser por ella, los hombres malos que usté mienta, tendrían que venir de frente, y entonces su maldá, que se ampara en la razón del más fuerte, seria vencía por la razón del. más bueno",! Esta obsesión por la fuerza de la ley, llega a un clímax en la escena final de la obra. Don Heraclio y su esposa han sido desahuciados: deben cuatro meses lile casa, pues no hay empleo a causa de una huelga que afecta a todos los trabajadores, Al llegar el alguacil a echarlos a la calle, se suscita el siguiente diálogo: Heraclio:- ... ¿Qué desea el caballero? Alguacil:- Quo he venído a poneros en la calle inmediatamente. Heractio:- ¿En la calle... ? ¿Y quién es usté pa atreverse a tanto? Alguacil:- ¿Yo... Yo? Yo soy la ley. Heraclio:- ¡'Ah.. .! ¿LA LEY? .(Don Heraclio sacará un revólver que llevará oculto en el cinto, y disparará sobre el Alguacil, quien caerá desplomado en escena.) Ceferil2a:- ¡Heraclio, has matao a un hombrel Heraclio:- No, ¡maté a la -LEYI"4
Al matar a la Ley, don Her~clio está matando ese monstruo tras el cual los hombres se han escu2. La razón ciega, p. 77, 3. Ibid, p. 77. 4, [bid, p. ll().81.
dado para herirlo una y otra vez; ha querido buscar la comunicación directa entre los hombres que permitirá mejores relaciones entre todos. Don Heraclio, por ser pobre, ha sido víctima de los abusos y las in· justicias de los más fuertes. El Autor lo presenta como prototipo del hombre honrado, trabajador, que lucha por defender lo que su conciencia le dicta como bueno, no importa quién sea el enemigo. La evolución del personaje es gradual a través de la obra; sus acciones lo van pintando como es. Don Ma· nuel le ofrece nombrarlo capataz de un grupo de rompehuelgas, en momentos en que don Heraclio no sólo ha perdido sus tierras, sino que está sin trabajo a causa de la huelga . Su reacción no tarda en llegar: "No, si nQ vamos a discutir; porque al igual que usté, no soy yo persona de perder el tiempo ni ·hacérselo perder a nadie. Por eso le vamos a poner remate a esta conversación y en cuantito que me oiga, saldrá usté por esa puerta, que parece que quiere rajarse pa dejarle más ancha]a salía.
Hace meses, don Manuel, que su hermano Don Antonio me robó malamente las tierritas de allá arriba, que eran toa mi fortuna; y usté ahora, viene a mi propia casa a quererme robar ]0 único que me queda en mi pobreza: la vergüenza. An· tonces, ná le dije a él por falta de ocasión; pero ya que usté me ]a dá, ]e voy a decir ]0 que dama bos a dos se merecen.
Tanto usté como su hermano, son unos granujas, y unos hijos de la mala madre, y unos grandísimos pícaros, y ... "5 Mientras dice las últimas frases, don Heraclio agarra a don Manuel por el cuello, provocando la intervención de los vecinos que acuden a separarlos. Al quedar a solas con los vecinos, crece dentro de su propia adversidad y arenga a los que le miran sorprendidos: "Y ustedes, ¿qué hacen aquí? A la huelga, a la calle, a pedir, a gritar. A pedir más pan para esos estómagos vacíos y más zapatos pa esos pies medios descalzos. lA la huelga, a pedir, a gritar, que a esos gritos y a esos ruegos contesten los de arriba con la razón de su fueru, ampará por las macanas y la cárcel. A la huelga, ya veréis como nuestra razón negá y atropellá, nos dará fuerzas lo bastante pa redimir la causa del trabajo. A la calle, a la calle."6 En ese instante, don Heraclio deja de ser el pobre campesino trasplantado al pueblo, para converS. Ibid, p. 61-62. 6. Ibid, p. 63.
tirse en el líder de la huelga. Una orden suya pondría a trabajar a todo el mundo, pero, como dice Jacinto, no 10 hace: "Porque no debe; porque lo que ofrecen ]05 pa· tronos en ná remedia a los trabajadores. Y usté sabe como fue que nombraron a don Heraclio jefe de la huelga. Se necesitaba -decían toosun hombre honrao que supiera despertar la confianza de los oprimías; más que eso, y si era posible, un fanatizao con las ideas de redención del brazo; uno que al estar con ellos, no lo estuviera por curiosiá, sino ]anzao por una patá de los de arriba,"7 Este rol da una nueva dimensión al carácter de don Heraclio; le hace trascender su propia e íntima realidad. Poco a poco van quedando a un lado el campesino embaucado, el pobre sin trabajo, para dar paso al redentor, al soñador: "Hay ocasiones, en que sueño con un mundo me· jor, más justo y más bueno, en que toas sernas iguales, ande los hombres se miden por su bondá y por su apego al trabajo. En ese mundo no hay pobres ni ricos, explotaos, ni explotaores. Taos trabajarán menos los viejos, los niños y ]05 en· fermos; y veo a los viejos contentos y agradecías en aguarda de su hora, y a los enfermos gustosos de curarse pa volver a su faena, y a los jóvenes alegres y gozosos, esperando impacientes ]a hora de emplear sus brazos.'" "...triunfará el bien. En un millón de jamacas, un millón de oprimíos sueñan con su redención. Son los más. Cuando despierten, el bien vencerá al mal".9 El personaje de don Heraclio adquiere rasgos de figura trágica; las circunstancias lo van acorralando poco a poco, sin que pierda su' fuerza, su estoicismo. Al final, se rebela ante la injusticia de las leyes hu· manas... y sucumbe en un acto que considera justo.
La razón ciega es una obra dura, seca; plantea los problemas del campesino y del obrero puertorriqueño en forma escueta, sencilla. No hay parlamentos retóricos, sino las palabras que expresan sentimientos, sucesos y convicciones en el hablar típico de nuestro campesino. Los personajes corres· ponden al medio ambiente en que se desarrolla la obra y hay fina delineación de los distintos caracte· res. Así, aparece doña CeferiJia, la esposa de don He· racHo, fiel, sufrida, debatiéndose entre los mil conflictos que surgen a diario, volcando su cariño ma· ternal sobre su sobrino Jacinto, sufriendo los pro7. Ibid, p. 73. 8. Ibid, p. 78-79. 9. [bid, p. 79.
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blemas de Eladia y Matusalén, defendiendo su hogar ante el alguacil que viene a echarlos a la calle, cuidando de su marido cual perro de presa y llorando ante la injusticia de los hombres que no se apiadan de los pobres. Jiménez Sicardó ha sabido dar las pinceladas caracterizadoras a cada uno de los personajes. Dionisia es el peón-agregado que sirve de noticiero en la obra; lleva y trae los chismes y no pierde ocasión de azuzar o mortificar a los demás. Le falta el sentido de dignidad que posee don Heraclio: recibe dinero de don Manuel para buscar rompehuelgas ... se vende. Sobre él, dice Jacinto: "Sólo estando ciega, se le podía perdonar a usté que no viera las intenciones de Dionisia. ¡Un hombre como ése; que 10 mesmo le da por gritar: '¡Viva la huelga!, que ¡abajo la huelga'l Too está en lo que le convenga a la persona que le pague por gritar. nlO Dionisia mismo, a través de sus acciones va revelando las distintas facetas de su carácter: es insidioso en cuanto a Jacinto se refiere, trata de estar de buenas con el abogado que da dinero y ropa cuando se acercan las elecciones, se burla de Matusalén -un pobre anciano agobiado por el dolor de haber perdido a sus nietas, y que vive solo y enfermo. Respeta a don Herac1io y a doña Ceferina, quizá porque inconscientemente reconoce su inferioridad moral ante ellos. Don Antonio y don Manuel son más bien tipos; representan el poder, la riqueza. Son arrogantes, soberbios, arrasan con todo lo que se opone al logro de sus fines. A ellos se unen personajes como don Arturo (el abogado) y don Julio: ambiciosos, malos amigos. Para todos ellos, el dinero es 10 más importante, los escrúpulos se echan a un 'lado cuando la ambición está de por medio. Jacinto hace las funciones de hijo, es cariñoso con doña Ceferina, de quien es sobrino, y respeta y defiende a don Heraclio. Como joven al fin, está lleno de ideales y lucha por ellos, rebelándose contra los que le oprimen a él y a los suyos. Personaje agra· dable y simpático, no alcanza la altura de don HecIio, aunque siga sus pasos por el camino de la dignidad, la moral y el respeto a las normas que dicta la conciencia. Eladia y Matusalén, aunque aves de paso en la obra, contribuyen con sus problemas a crear un cuadro más claro de la realidad. Eladia, al igual que don HeracIio, ha sido víctima de los pocos escrúpulos de don Julio; Matusalén 10 ha perdido todo en aras del progreso. Es víctima también de la ley, del progreso, que le obliga a enviar a sus nietecitas a la escuela, "y al contar sus penas, reniega, maldice el progreso, que al dictar sus leyes, impone deberes, haciéndose el sordo al grito del cielo que clama: 'Si 10. Ibid, p. 57·58.
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quiés que se cumplan tus leyes terrenas, precisa que al pobre su jornal aumente'."1l La estructura de la obra es sencilla. Las reglas de tiempo, lugar y acción no se siguen; transcurren tres meses entre el primero y el segundo actos, y uno entre el segundo y el tercero. El primer acto se desarrolla en el campo, los otros dos en una casa pobre del pueblo. Hay continuidad tanto en el desarrollo de la acción como el de los personajes. Quizás algunas situaciones nos parezcan demasiado simples si juzgamos a base de los cánones del teatro actual. No hay en La razón ciega escenas retrospectivas, ni caracteres freudianos, ni dobles personalidades, ni efectos extraordinarios y suntuosos en el montaje. Hay una gran sencillez, unas palabras escuetas dentro de la dureza de la vida que llevan los personajes. Cincuenta años después de haber sido escrita, La razón ciega tiene vigencia; los problemas que plantea siguen siendo los mismos -en menor escalá quizás-; el sueño de don Herac1io no se ha realizado plenamente a pesar de los cambios industriales y económicos ocurridos en el país desde entonces. La razón eiega fue presentada en 1924 por la Compañía de Prudencia Grifell; luego, en 1932, por la Compañía de Fernando Soler; y todos los años Santiago Iglesias Pantín la presentaba el Día del Trabajo. Fue él quien costeó la impresión de la obra. u Gustavo Jiménez Sicardó fue y sigue siendo amante del teatro. Tiene a su haber otra obra teatral, Gare's Hell, sátira política al Gobernador Gore que se estrenó en San Juan en 1933 y se representó con gran éxito en numerosos lugares de la isla, aunque le costó ir preso en Mayagüez por cuestiones políticas. De ella se ocupó extensamente Thomas Mathews en su obra Puerta Rico Polities and the New Deal, y el mismo Jiménez Sicardó le dedica varias págmas a los sucesos relacionados con su montaje, en Un pueblo que quiso vivir. Jiménez Sicardó ha sido poeta, dramaturgo, empresario teatral, Juez de Paz, político, "sobre todo político", dice él mismo al hablar sobre su vida y sus actividades. El ente político ha estado presente siempre; así, en unas notas escri· tas con motivo del estreno de la obra, dice Luis Muñoz Madn, entre otras cosas: "El autor, que además de autor es político, trata el tema de un modo que trasciende su propia identificación en la polftica militante, nacionalizándolo, llevándolo al terreno donde la realidad, la humanidad y la decencia patriótica se sobreponen a las divisiones políticas del momento. La razón ciega señala vicios y defectos en la lucha social de los trabajadores, pero también presenta las justificaciones y la humanidad de esa lucha. La reacción del público fue de entera compenetra11. Ibid, p. 7l. 12. Entrevista citada.
ción cordial con la obra, según 10 demostró en los estusiastas y prolongados aplausos que recio bieron las escenas culminantes. Aunque La razón ciega presenta aspectos de la realidad que pudieran dividimos superficialmente en banderías de intereses, tanto el autor como el público reaccionaron, no como miembros de tal o cual grupo social, sino como puertorriqueños ante una tra· gedia de Puerto Rico. Esa actitud, afianzándose en nuestra conciencia, ha de ser de gran utilidad en el desarrollo de nuestro destino como pueblo. El hambre, la miseria y la injusticia no son problemas de clase; son problemas de nuestra res· ponsabilidad como puertorriqueños."u
Jiménez Sicardó asumió su responsabilidad como Juez Municipal al firmar el desahucio en el caso que inspiró la obra. La responsabilidad individual la 13. Op. cit., p. 8.
descargó al escribir La razón ciega para crear conciencia de la problemática puertorriqueña de aquel momento. Aparte del valor dramático de la obra, Jiménez Sicardó nos ha legado un cuadro de costumbres del momento en que escribe, una obra de carácter social que no debe olvidarse al hacer el estudio del teatro social puertorriqueño. Hay muchos escritores puertorriqueños en el anonimato; el olvido hay 'que subsanarlo yendo a los que encauzaron el teatro puertorriqueño, a los pioneros, no importan los criterios distintos, ni la posición un tanto sofisticada que asume nuestro quehacer artístico actual. Hemos de remontarnos al pasado para trazar trayectorias cronológicas definidas, poder hablar de tradición y emitir juicios a la luz de la perspectiva que marca el correr del tiempo. Al trazarlas, La razón ciega deberá ocupar un lugar importante dentro del desarrollo del teatro social.
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No des tu tierra al extraño Por
No DES TU TIERRA AL EXTRAÑO por más que te pague bien. El que su terruño vende vende la patria con él. Dios, el mundo concluido, tiróle un beso al azar; el beso cayó en el mar, y es la tierra en que has nacido. En ella formas tu nido, . de amor rendido al amaño; ella un año y otro año te brinda con su tesoro; ella vale más que el oro. ¡No des tu tierra al extraño! Mira sus campos. Arriba " es ornato de la loma la breve y fragante poma del café, púrpura viva. Fruto que la mente aviva y es del criollo sostén al par que orgullo. Si hay quien, extraño, quiera tu suelo, 32
VIRGILIO DÁVILA.
que no se colme su anhelo por más que te pague bien. De sus llanos la grandeza admira la gente extraña. En ellos canta la caña la canción de la riqueza. Como una enorme turquesa Allá el tabacal se extiende. ¡La imaginación se enciende ante ese cuadro admirable! ¡Qué bajo y qué miserable el que su terruño vende! En la playa el cocotero, con su penacho elegante, es asombro al navegante y tentación al logrero. No des por ningún dinero tu pedazo de vergel, que eres tú patriota fiel y de 'legítimo cuño, y el que vende su terruño vende la patria con él.
La relación sobre los caribes del señor de La Borde Por
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AMOS A LA PUBLICIDAD LA PRIMERA TRADUCCIÓN AL
español de la obra de Francois Blanchard, Se· ñor de la Borde, Relation de l'origine, moeurs, coustumes, religion, guerres et voyages des Caraibes, sauvages des isles Antilles de l'Amerique que forma parte de la llamada colección Billaine, o "Recueil des divers voyages". Esta colección, que lleva el nombre de su editor, comprende además de la obra de La Borde las de Richard Ligon ".Histoire de l'IsIe des Barbades", y la "Description de l'Isie de la Jamaique avec des observations faites par le sieur Thomas, gouverneur de la Jamaique", y son ellas o reediciones de viejas relaciones que se· habían hecho raras, o "memorias" inéditas. La obra de La Borde tiene interés por su descripción bastante concreta y específica de la religión de los indios Caribes que el autor, a juzgar por lo que declara en la obra, ha conocido directamente. La "Relation" de La Borde salió publicada en 1674, y hasta el presente se nos ha hecho imposible obtener datos biográficos del autor, salvo lo que indica el mismo en su obra, y es que está "employé a la conversion des Caraibes, estant avec le R. P. Simon, Jesuite". Así que pasamos al texto del señor de La Borde.
Relación del origen, maneras, costumbres, religión, guerras y viajes de los caribes, salvajes de las islas Antillanas de la América Hay un número tan grande de relaciones de las Islas, que es inútil el repetir 10 que se ha dicho tantas veces. Si no obstante, pareciese que 10 hago en algunas ocasiones, es porque se han presentado las cosas de manera distinta a como ellas son. Por no haberlas visto, o por algunas otras razones o consideraciones, nos las han falseado y han dicho de ellas. más o menos, lo que no tienen. No pretendo hablar aquí del aire, del clima y de la naturaleza del país; otros han hablado de ello bastante; hago sola-
MANUEL CÁRDENAS
Ru1z
mente algunas observaciones -para satisfacer a aquellos que 10 desearen- sobre las costumbres y supersticiones de los salvajes, y lo que diré, lo pue· do asegurar verdaderamente por el mucho trato que he tenido con ellos, y por haber sido bastante curioso y haber tenido el cuidado de informarme. Es· ta curiosidad no es censurable cuando de ella se obtiene algún provecho; porque cuando yo conside· ro que los caribes son hospitalarios, sin ambición, muy simples, sin avaricia, muy sinceros, sin codicia, sin fraude, sin blasfemias, sin mentiras, no puedo más que admirarlos e imitarlos en su moral en cuanto a los puntos anteriores; y aun cuando ellos tienen esas perfecciones, también tienen sus vicios, de los que hablaremos a 10 largo de este discurso. Cuando considero su ofuscación, y el que no tienen ni fe, ni ley, ni rey, me siento en la obligación dI' agradecer a mi creador haberme dado el conocimiento de un Dios y haberme hecho nacer en la verdadera religión y súbdito del más grande Rey del Mundo. No me detendré a buscar el origen y extracción de los caribes, salvajes insulares de la América, puesto que ellos mismos no saben nada de él. Son tan poco curiosos del pasado como del futuro, y los autores hablan de aquél tan diversamente que no veo en todo ello más que obscuridad y poca certi· dumbre. Algunos, incluso, se han imaginado que descienden de los judíos, porque efectivamente los padres a las hijas las comprometen para esposas de natura, y porque no comen nada de cerdo. Los viejos salvajes me han dicho que ellos provienen de los galibis de tierra firme, vecinos de los aluages, sus enemigos, ya que la lengua, las costumbres y la religión tienen mucho de parecido con la suya; y que ellos habían destruido entera· mente a una nación en estas Islas, con excepción de las mujeres que las habían tomado para sí, y que es este el motivo de por qué la lengua de los
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hombres no se parece en varias cosas a la de las mujeres. Yo creo también que 10 que ha hecho que las relaciones sobre ellos sean tan diferentes proviene de que desde que los caribes tratan con los extranjeros, han cambiado de costumbres y de ma· neras de ser, renunciado a lo que les era más apropiado. Hay allf, sin embargo, quienes no han cambiado nada, y éstos les dicen a los otros que la causa de todos sus males, de sus enfermedades, y de la guerra que los cristianos les hacen, proviene de que ellos no viven como caribes.
De su reli1{iól1 y las ideas que tienen de la Creación del mundo y de los astros Aunque' ellos tengan el espíritu extremadamente cambiable, muy ligero e inconstante en todas sus empresas, tienen, no obstante, el temperamento de los heréticos en materia de religión; pues son tan obstinados Y. están tan sujetos a su Cemí Y a todas sus otras supersticiones, que todo lo que se les pueda decir para hacerles ver que es el Diablo quién les engaña bajo ese nombre no es suficiente para hacerles desistir. Ellos no tienen tal como los calvinistas. ni sacerdotes, ni altar. ni sacrificio, 10 que no se ve, creo yo, entre todos los otros paganos. Ellos han aplastado por sus pasiones brutales, por sus modos bárbaros Y por su vida de bestias, todo el conocimiento Y las luces que la naturaleza da, las que proceden de la Divinidad; lo que es de asombrar Y no creería, si no lo hubiese visto todos los días, es que después de veinte años de estarles predicando, no quieren creer, ni reconocer a su Creador Y principio de todo bien. Ellos temen al [principio] del mal, que es el Diablo Y al que llaman Mapoia, pero al que no le rinden cuIta alguno. Si prestamos oídos a algunas de sus fábulas. hay lugar para creer que hayan e.stado en otro tiempo iluminados por la luz del Evangelio; lo que cuentan de Luquo, a quién consideran el primer hombre Y el primer caribe, sería enojoso Y también estaría contra el decoro, Y podría chocar a oídos castos; de él informaré solamente alguna cosa. Luqua fue el primer hombre y el primer caribe; no fue hecho de nadie, sino que descendió del Cielo aquí abajo, en donde vivió largo tiempo. Tenía un gran ombligo de donde hizo salir a los primeros hombres, así como de su pierna, haciéndose una incisión. Pasó muchas peripecias durante su vida, las que serían vergonzosas e infames de contar. Hizo los peces de raeduras y pequeños trozos de mandioc.a que tiró al mar; y el más grande de dos grandes disparates: resucitó a los tres días después de su muerte y volvió al cielo. Los animales terrestres vinieron después, pero ellos no saben de donde. Los caribes en otros tiempos vivían mucho y no envejecían; morían sin estar enfermos. También 34
no comían más que pescado fresco, y así no envejecían. Ellos encontraron luego un pequeño huerto de mandioca que Luquo había dejado; pero no reconociendo esta planta, un anciano se les apareció quién les enseñó la manera de servirse de ella y les .dijo que rompiendo la planta en pequeños trozos Y colocándolos bajo la tierra. brotarían de ellos otras raíces. Cuentan ellos que en un principio esta mandioca no tardaba más que tres meses en retn. ñar, que después fueron seis, y al fin nueve, como ocurre en el presente, antes de que esté en condición para hacer de ella el pan o casabe que ellos llaman aleba y las mujeres maru. Creen que el Cielo ha existido siempre, no la tierra y el mar, no al menos en el bello orden en que se encuentran en el presente. Su motor Y pri. mer agente Luquo hizo primeramente la tierra suave, lisa, sin montañas; ellos no pueden decir de dónde él tomé! la materia. La Luna marchaba incontinente y se creía muy bella, pero después que hubo visto al Sol, se fue a ocultar de vergüenza, y desde entonces no se muestra más que de noche. Todos los astros son caribes; ellos hacen a la Luna masculina y la llaman Nonun, y al Sol Huoiu,' le atribuyen los eclipses a Mapoia, al Diablo, que trata así de hacerles morir. Dicen que este ruin seductor, por sorpresa, les corta los cabellos y les hace beber la sangre de un niño pequeño; y cuando están bajo el eclipse total es entonces que se sienten más enfermos, y se ponen así al no poder calentarse con los rayos del sol y con su luz. Estiman mucho más a la Luna que al Sol, y en todas las lunas nuevas, desde el momento en que comienza aparecer aquélla, salen todos de sus bohíos para verla, gritando: He ahí la Luna. Cogen ciertas hojas de árboles que enrollan como un pequeño embudo, y hacen destilar en sus ojos alguna gota de agua mirándola, lo que es muy bueno para la vista. Ellos cuentan los días por las lunas, como los turcos, y no por el sol; en lugar de decir un mes, dicen una luna; no dicen ¿cuántos días estarás de viaje?, sino ¿cuántas noches dormirás fuera? Sus números son sus dedos; para expresar doce muestran las dos manos y dos dedos de los pies; si el número excede al de los pies y las manos ellos se encuentran impedidos Y dicen tamieati, mucho, y si es una gran cantidad muestran sus cabellos o un puñado de arena. Cuando es necesario ir a la guerra, y encontrarse reunidos el día señalado, toma cada uno un número de piedras, según sea su deci· sión, y las meten en una calabaza Y cada mañana sacan una de ellas, y cuando no queda ninguna más, quiere decir que el tiempo que queda para partir ha expirado y que hay que disponerse para la campaña. A veces hacen marcas sobre un trozo de madera, o bien cada uno ata nudos en una pequeña cuerda y deshace uno cada día.
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En el principio la tierra era blanda, el sol después la ha endurecido al igual que la del cielo; pues allí en lo alto hay más bellos huertos que los de aquí, bellas sabanas y bellos ríos; el uicu (brebaje como la cerveza) allí corre sin cesar, y no se bebe agua; los bohíos, las casas comunales, están mejor hechas allí, donde viven sus Cernís, y también ellos, después de la muerte; allá tienen más mujeres que aquí y cantidad de hijos. Allí no se trabaja, todo brota sin sembrarlo; no se hace más que beber y danzar, y no se está enfermo jamás. Lo que ellos cuentan sobre el origen del mar y de la Creación, y en general de todas las aguas, se refiere en algún modo al diluvio. El gran Maestro de los Cernís, que son sus buenos espíritus, enfadado y éncolerizado por que los caribes de esos tiempos eran muy malos y no le ofrecían ni casabes ni uicu, hizo llover varios días tan gran cantidad oe agua que casi todos se ahogaron excepto algunos que se salvaron en pequeñas canoas y piraguas so"re una montaña, que en aquel entonces era la úni-
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ca. Es este diluvio del Huracán quien hizo los morros, los picachos y los acantilados que nosotros vemos. Los morros son las colinas. Los picachos son las altas rocas puntiagudas, o altas montañas, en forma de pan de azúcar. Es aquel quién ha sepa· rada las islas de la tierra firme. Si le preguntais de donde vienen estas aguas, ellos os responderán que de lo alto de los ríos, y que las primeras aguas vie· nen de la orina y de los sudores de los Cernís, y es esta la causa de la salinidad del mar, y que 10 que ha hecho al agua dulce, es que se filtró del mar por debajo de la tierra y allí se purificó. Racul1lon fue uno de los primeros caribes que Luquo hizo. Se convirtió en una gran serpiente y tenía la cabeza de hombre; estaba siempre sobre un cabatas, que es un gran árbol, muy duro, alto y erecto; vivía de su fruto, que es una gruesa ciruela o pequeña poma, y de ellas daba a los transeúntes; ahora se ha convertido en una estrella. Savacu era también caribe; se convirtió en Era· bier que es un gran pájaro; este es el capitált de
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los huracanes, de los r~yos, y de los truenos; es quien produce las grandes lluvias: también es una estrella. Achinaon Caribe, actualmente una estrella, produce la lluvia pequeña y el gran viento. Curumon Caribe, también una estrella, es quien hace las grandes olas del mar y vuelca las canoas. Las oleadas del mar son grandes ondas a las que se ve dar en tierra de un extremo a otro de la playa, de suerte que por poco fuerte que sea el viento, una chalupa o una canoa casi no podría abordar la tierra sin volcarse, o sin llenarse de agua. Es este también, por su viento, quien produce el flujo y reflujo del mar. Cuentan y observan los años por la constelación de las Pléyades, sin embargo, no pueden decir cuanto hace Que los primeros de su nación vinieron del continente a habitar las Islas; no pueden decir la edad que tienen: no distinguen nada de todo eso, y no se preocupan nada por esos conocimientos. No se preocupan apenas por saber de donde venimos; no", llaman b,alanaele, es decir, hombres ,de mar, y creían, -efectivamente, que habíamos nacido en el mar, y que. no teníamos otras' viviendas que los navíos. En· el presente creen que nosotros somos de otro mU,ndó y que nuestro Dios no es el S1,1yo, y el nuestro ha' hecho el cielo y la tierra, pero no su" país. . ,. Como jamás han creído que haya otras tierras que las suyas, la primera vez que vieron los navíos y ov~ron el cañón. creyendo que eran los diablos, y que el navío y los hombres que estaban vestidos y armados de otra manera" que ellos, salían del fondo del mar y venían para raptarlos y apoderarse de sus tierras, huyeron a los bosques. Han reconocido después que se equivocaron en un punto y que el otro era verdad; ellos quisieran que jamás hubiésemos puesto el pie en su país, y en cualquier gesto que hacen nos muestran su aversión, pero no son de temer, ya que están derrotados. Creo que hay allí todavía cuatro mil; d«;, treinta o cuarenta islas que ellos poseían, no ocupan ahora más de dos o tres. ·Las franceses, ingleses, españoles y los flamencos las tienen todas en el presente. La primera vez que vieron un hombre a caballo, creyeron que el caballero y el caballo eran de una pieza y que el hombre era parte de la bestia; no miraban esta máquina caminando, más que de lejos, y aún lo hacen en el presente; hay allí quien no osa aproximársele; hay, en la misma San Vicente, quien no ha visto todavía a los cristianos; y como es bien difícil que en esta suerte de relaciones no se haga alguna digresión, retornemos a nuestros astros. Llaman al sol gobernador de las estrellas y dicen bien que es él quien con su gran luz impide que ellas aparezcan durante el día. Creen, no obstante, que aquéllas se retiran y que en la noche descienden. Los relámpagos se hacen por Savacu cuando 36
sopla fuego por un gran canuto. El trueno y el rayo se producen cuando el Maestro o capitán de los Cernís ahuyenta a los pequeños Cernís que nos son manigats,·1 y es entonces, cuando éstos huven v se caen de miedo, que uno oye este gran ruido; ~lIos también son quienes hacen temblar la tierra, y en ella se convierten en bestias, que sienten gran temor y se enconden cuando el rayo cae. Cualina es el capitán de los Cemís; Limacani es el cometa enviado por el capitán de los Cemís para hacer mal cuando él está enojado. Juluca, el Arco Iris es un Cemí que se alimenta de peces, lagartos, torcaces y colibrís; está cubierto de bellas plumas de todos los colores, particularmente ]a cabeza; ésta es semirredonda y es el cerco únicamente lo que se ve: las nubes impiden que se le vea el resto' del cuerpo. Pone enfermos a los caribes cuando él no encuentra nada que comer allí en lo alto; si este Arco Iris aparece cuando están en el mar, lo reciben de buen grado y dicen que viene para acompañarlos y procurarles buen viaje; pero si aparece en tierra, ellos se esconden en sus casas y piensan que este es un Cemí extraño que no tiene Maestro, es decir, Piayé, de quien hablaré a continuación; y como no puede hacer más que el mal, por medio de malas influencias, procura por ello hacer morir a alguno.
Del Cemf y de Mapoia, que son sus bueno y malo espíritus, y algunas' de sus supersticiones diabólicas Se ve que los caribes son hombres bestias, o más bien, bestias que tienen ]a figura de hombres, en que no quisieran ir jamás a gozar de estas deli· cias, que dicen están allá en lo alto, ya que para ello es necesario morir y ellos no tienen otros deseos que estos de la vida presente; es también por la misma razón que se enfadan cuando se les habla de ir al Paraíso; no quieren dejar ·105 bienes presentes por los bienes futuros, ni abandonar lo que poseen por lo que les es' desconocido; ni dejar los placeres que siempre les atraen,- por las delicias eternas que no ven ni halagan sus sentidos. ' Éllos tienen gran cuidado de su salud, y te~~n de tal manera a la muel'te, que no quieren que de' ella se hable por temor a que venga; se entregarían voluntariamente al Diablo a cambio de tener una. larga vida; no mencionan jamás el nombre de sus difuntos por temor a tener que pensar en la muerte, 19 que les haría enfermar inmediatametne; así, ellos dicen el marido de tal o la mujer de cual está muerta. Hay allí ciertos árboles con cuya savia no osan tocarse el cuerpo o el mentón, dicen que ello les haría crecer la barba y envejecer antes de tiempo. 1. Astuto en lengua caribe.
No tienen enfermedad alguna -que no crean es un hechizo, y simplemente por un dolor de cabeza, o un mal de vientre, si pueden atrapar a éste de quien sospechan, lo matan o lo hacen matar; este por lo común es una mujer, pues no osan atacar tan libremente a un hombre. Antes de hacerla morir, practican extrañas crueldades sobre esta pobre infeliz; los parientes y amigos de aquél van a capturarla y le hacen cavar la tierra en distintos luga~ res, y la maltratan hasta que haya encontrado lo que ellos creen que ha escondido; y, frecuentemen· te, esta mujer, para librarse de sus verdugos, confiesa lo que no es, reuniendo varios trozos de conchas, burgós, lembes, erabes o algunos restos de pescado. El burgós es una especie de concha muy común en las Antillas y en la tierra firme, que se las encuentra a la orilla del mar. Los lembes son esas grandes conchas que se ven en París colocadas sobre los estantes de algunos farmacéuticos. Estos lembes los usan de dos maneras, a saber, como trompas, por medio de las cuales se hacen oír, fre~ cuentemente, a una gran legua, e incluso más lejos. Tienen dos tonos, con los que hacen oír sus necesidades: el resultado de sus empresas guerreras, o de caza, o de pesca, y de acuerdo al mensaje, sus mujeres, una hora o dos antes de que ellos lleguen, preparan la caldera, o el ahumadero, o aquello que sea necesario, si es que están heridos. Vamos a terminar de decir el uso de los lembes, aunque nos enfrasquemos en una digresión un poco larga. Es bueno saber que la paciencia fabulosa de Crisálida no se acerca a la de ellos en la fabricación de ciertos collares con los que se adornan en sus fiestas y días de ceremonias. Ellos los llaman cUbat y los salvajes del Canadá, porcelana. Están hechos de pequeñas piezas de estos lembes que liman, frotándolas sobre guijarros hasta que se hacen redondas, y con un tamaño de dos líneas de diámetro y media línea de espesor, en un collar de razonable tamaño; como se dan con ellos varias vueltas en el pecho, hay entre tres o cuatro mil de estas piezas en cada collar, y no sabrían hacer una perfecta, y agujerearla con las herramientas que ellos utilizan, en menos de tres días; es verdad que en aquel gran número no se encontrará entre ellas una desigu~ldad del espesor de un cabello. Ellos hacen también este tipo de collares con piezas de nudos de palmeras negras, que cuandu están pulidos, brillan como el jade; las piezas en éstos son un poco más alargadas y tienen menos diámetro, y son dentadas en el filo. Cuando las mu· jeres capturadas por hechiceras recogen los fragmentos de los burgós, de los lembes o de los erabes, aquellos dicen que- eso es el resto de lo que ellos han comido, que esta pretendida hechicera había enterrado. Después de lo cual le desgarran el cuerpo con los dientes de aguti, y la dejan toda ensangren· tada. A continuación, la cuelgan por los pies, la
embadurnan con piman, que es una especie de pi. mienta natural muy fuerte, frotándole con ella tam-. bién en los ojos, y la dejan varios días sin comer; al final, uno de estos verdugos viene medio ebrio y le abre la cabeza de un bastonazo o mazazo, y la arrojan al mar. Yo sé esto, por haber salvado a dos, de sus manos. Invocan al Cemí a quien consideran, como se ha dicho, su buen espíritu; es decir que consultan al Diablo por intermedio de sus magos o médicos Piayé o Boyé, quien los engaña con estos nombres. Hacen aquella perniciosa ceremonia en diversas ocasiones. En primer lugar, en sus enfermedades, para saber si recobrarán la salud; para saber donde están aquellos que se encuentran perdidos en el mar a causa del mal tiempo; para saber el resultado de sus guerras y para conocer el nombre de este o esta que los ha hechizado, a los que matan como acabo de decir; esto, frecuentemente, es un pretexto para deshacerse de sus enemigos. Cada Boyé tiene su Cemí particular, o mejor demonio familiar, y SI" gobiernan por los funestos consejos de estos detectables Oráculos, a los que también le dan el nombre de Eocheiri. Para saber el resultado de sus enfermedades ha· cen venir a un Piayé por la noche, el cual inmedia· tamente manda apagar todo fuego en el bohío y hace salir a las personas sospechosas; después se retira a un rincón a donde hace venir al enfermo y después de haber fumado un cabo de tabaco, lo tritura en sus manos y lo sopla al aire, sacudiéndose y haciendo chascar sus dedos. Dicen ellos que el Cemí jamás falta de venir al olor de este incienso y perfume administrado por este Boyé, quien sin duda hace pacto con el Diablo; y al consultársele entonces responde con una voz clara como si viniera de lejos todo aquello que se le ha preguntado. Después se acerca al enfermo, y toca, presiona y soba varias veces la parte afligida, soplando siempre encima, y extrayendo algunas veces, o haciendo el fingimiento de sacar algunas espinas o pequeños trozos de mandioca, de madera, huesos o raspaduras de pescado que este diablo le pone en la mano al enfermo persuadiéndolo de que es esto 10 que le causa el dolor. A continuación chupa esta parte doliente y sale constantemente del bohío para vomitar aquello que él dice es el veneno; así el pobre enfermo sana más imaginadamente que en realidad. E.s de -señalarse que él no cura las fiebres, ni las heridas como de flecha, ni los bastonazos y cuchi· lIadas; y no hay que decir palabra en esta asamblea diabólica; no hay que hacer ningún ruido, incluyendo los del trasero, pues de otra manera el Cemí huiría. Yo me había figurado, al haberles sorpren· dido una vez, que el Boyé mismo era quien fingía la voz, y no rozaba apenas los pies con el suelo para hacer creer a los otros que iba a lo alto a buscar al Cemí. Uno de estos Boyés me ha confesado
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que el verdaderamente no se movía del bohío, pero que sí era el Diablo quien respondía. Me asombro no obstante, cómo los caribes pueden creer que el Piayé o Boyé va a lo alto y que no retorna más que después que este Cerní se ha marchado; ciertamen. te que el Diablo tiene que engañar al enfermo y al médico. ·Al Cerní y al Piayé, como pago por haberlos llamado, les ofrecen en sus bohíos, sin ninguna cereo monia, el uicu y algunos casabes sobre uu matuttl. El matutu es una pequeña mesa de aromo o de mimo bre, de un pie o dos de lado, y medio pie de alto, y en ella dejan lo dicho toda la noche; y cuando a la mañana siguiente encuentran lo mismo que ellos han puesto, se convencen de que el Cerní está en reposo, ya que no ha sido más que el espíritu quien ha comido y bebido; por otro lado, si ellos le ofre· cen un machete o un hacha, el Piayé se adueña de la misma y les hace creer que el Cerní ha dispuesto de ella para su espíritu y su corazón. Ellos reveren· cian tanto estas ofrendas paganas a las que llaman alakri, que no son más que los viejos y los más considerados de entre ellos quienes las practican. Algunas veces me han pedido beber de aquel uicu, y yo lo he hec:ho para desenmascarar las super!;ticiones necias de este sacrificio, una de las cuales consiste en beber de este uicu en ayunas, y como de esta manera uno se debilitaría, yo, adrede, comía primero antes de beberlo; la otra es tener cuidado de que la taza o cuy esté derecha, y no derramarla, ya que si no se le doblaría a uno el cuello y los ojos le llorarían sin cesar; yo la derramaba y ponía el cuy vuelto boca abajo. . Si la enfermedad cesa y recobran la salud hacen un festín a Mapoia, al cual el Piayé no falta jamás. Al final de este banquete pintan al convaleciente con los frutos de la quenepa y lo ponen tan bello como al Diablo. Ellos también ofrecen a los Cernís las primicias de sus huertos, y ello sin ceremonia alguna y sin decir palabra. Cuando tienen un gran vin (asam· blea) que es una bacanal, colocan siempre aparte un canary, una vasija de barro, o algunas calabazas para el Cerní. Ellos toman por espíritu una cosa que de ello no tiene nada; creen que los murciélagos, a los que ellos llaman bulliri, que vuelan por la noche alrededor de sus casas son los Cernís que los protejen, y quien los mate se pondrá enfermo. Tienen tantas formas de bule-banum, que quiere decir malos presagios, que no me puedo decidir a informar aquí de todos sus ensueños y simplezas. Para hacer un Piayé o un Boyé, los viejos Boyés educan al aprendiz desde su juventud de esta detestable manera. Le hacen ayunar cinco meses a pan yagua en un pequeño bohío donde no ve a nadie; le rasgan la piel con los dientes del aguti y le hacen tragar varias veces el jugo del tabaco lo que les 38
hace vomitar las tripas y las asaduras, hasta .que se desvanecen, y entonces dicen que su espíritu ha ido a lo alto a hablar con los Cernís. Les frotan también el cuerpo con goma y lo cubren de plumas para darle la facultad de volar, e ir al bohío del Cerní, si se presenta algún motivo, es decir, algún enfermo. Ellos le enseñan cómo es que hay que hacer la operación de tocar, chupar y soplar al paciente y la manera de cómo hacer venir y hablar al Cerní. Después de todo, lo que es digno de compasión, es ver la profunda ceguera en .que estas pobres gen. tes viven; ellos no dan gran importancia al Cemí, y tampoco le temen, porque él es bueno y no les hace ningún mal; pero temen extraordinariamente a Mapoia que les hace mal, y creo que es para aplacarlo, que algunos de ellos llevan su horrorosa y espantosa figura al cuello, y la pintan también, o la tallan en relieve, al frente de sus piraguas. Ellos me han dicho que éste era para atemorizar a los aluages, sus enemigos, cuando van-a la guerra, ya que aquéllos al· ver esta fea máscara con la boca abierta, temen ser devorados por ella y se espantan de tal manera que no pueden ni remar, y así ellos los atrapan fácilmente. Aluages es el nombre de una nación situada en las riberas del río Orinoco, enemigos perpetuos de los caribes y de los galibis. Tienen frecuentemente sueños horrorosos y terribles en donde se imaginan ver al diablo. Yo les he oído algunas veces por la noche, a dos de ellos, que· jarse, gritar y despertarse sobresaltados, llenos de espanto, y me dijeron que el diablo les había querido golpear. Ellos gritaban aunque ya estaban muy despiertos, y hacían ruido para espantarlo. Su humor melancólico contribuye mucho a todas estas suertes de visiones. Algunas veces meten en una calabaza los cabellos o algún hueso de sus familiares difuntos, la que guardan en su carbet, y de la que se sirven para alguna hechicería, y dicen que el espíritu del muerto habla allí dentro y les advierte de los designios de sus enemigos. Creen tener varias almas. La primera en el corazón, que ellos llaman Yuanni o Lanichi; la segunda en la cabeza, y las otras por todas las coyunturas del cuerpo y allí donde hay latidos de las arterias; sólo la primera es la que va a lo alto después de la muerte y toma un nuevo y bello cuerpo joven. Las restantes viven en la tierra convertidas en bestias o en Mapoia. Todas estas suertes de espíritus son de diferentes sexos y se reproducen.
De su naturaleza, de su simplicidad o estupidez Los caribes son de un temperamento triste, soñador y melancólico; pasan a veces una jornada ente'ra en un lugar con los ojos en tierra sin decir palabra. La pesca, la holgazanería y el aire contri·
con ardor, y hay que devolverles por un tiempo lo buyen mucho a este humor y ellos reconociendo que se ha intercambiado y tener paciencia; estiman que esto perjudica a su salud dominan su inclina· más el vidrio y el cristal, que el oro y la. plata; y ción, manifestándose como alocados, sobre todo si tienen la fantasía de tener un machete o un cucuando están un poco bebidos. Son en extremo burchillo, y no teniéndolo, vosotros les podéis ofrecer lones y se burlan no solamente entre.ellos sino tamdiez veces más de otras mercancías, preferirán el bién de los extranjeros, no obstante, sin ingenio, pero creen tenerlo más que otra nación y ser los machete o el cuchillo; no tienen desconfianza alguna entre ellos, y cuando van de viaje dejan sus peque· mejor hechos, aunque, yo ereo, son los más estúños ajuares y sus bohíos abandonad~s. pidos y los más'brutales que hay en el mundo. Se burlan de nosotros cuando nos ven pasear y hablar Nosotros comemos los frutos y los caribes los juntos sin avanzar un paso. Se ofenden cuando se beben, tanto les gusta a ellos el beber; dicen beber les llama salvajes y cuando se les dice que no tienen una calabaza, un melón, un jagüey; o beber manespíritu y que viven como bestias, responden que gós, jobos, anonas, mameyes, guanábanas, patatas, nosotros para ellos 10 somos aún más, porque no cocos, uvas, guayabas y mil otros tipos de frutos. vivimos a su modo; y que ellos tienen su ciencia y Ellos beben también las cañas de azúcar; en fin nosotros la nuestra. iComO si hubiese dos maneras beben más que comen, lo mismo en los frutos más de saber las cosasl secos, en donde no hay ningún líquido, como el courbal (la himenea); cuando comen, llevan el troCuando se quieren hacer compadres nuestros, el primer cumplimiento es el de preguntamos nuestro zo a un lado de la boca y cuando beben, bajan la nombre; después ellos dicen el suyo, y como tescabeza en lugar de levantarla; eructan, lanzan pedos y orinan comiendo sin ninguna vergüenza; se acucli· timonio de afecto y amistad quieren que de ellos hagamos cambio, y para intimar más aún, que inIlan como las mujeres para orinar y cubren la suciedad como los gatos, con los pies. Beben todos tercambiemos pequeños regalos. No se les debe en un mismo cuy, también los fiebrosos y los pusdejar ir jamás cuando nos vienen a visitar sin darle alguna cosa; ellos saben hacerse pagar bien por sus tulantes, que son como enfermos de viruelas; Ila· visitas, y exigen el mismo pago a aquellos que quieman a esta enfermedad yea. No se asombran de ver ren hacerlos cristianos, por la molestia que se tosuciedad en sus comidas; no tienen nada bueno y man en escucharlos. apropiado más que el casabe, que es el pan del país Estiman y aman más su país desértico y horrohecho de raíces de mandioca, de la cual, el agua roso que cualquiera otro; nosotros 10 hemos visto que se saca es venenosa, blanca como la leche y de por experiencia en algunos que han sido llevados a la misma consistencia. No tienen más que un tipo Francia, y quienes no han querido jamás vivir en de salsa, el tomaIy, su m'ás importante condimento que está hecho de esta agua de mandioca hervida ella. Si no tienen curiosidad por las cosas distantes con la grasa de cangrejo y con piman, que es más la tienen, y mucha, por estas que ven; si se abre un cofre, quieren ver todo lo que hay dentro, de fuerte que la pimienta de Oriente; no usan jamás la sal aunque tienen salinas. La creen nociva a la otro modo se enfadan. Son muy inoportunos y pisalud. Pero en lugar de sal, pimientan tan fuerte, den siempre lo que ven sin ninguna consideración. que lo que se comen sólo ellos pueden degustarlo; Los considero desagradecidos, porque si se comienno comen nada de carne, si no es la de algunos za una vez a hacerles bien y lo descontinuáis, olpájaros que arrojan al fuego sin sacarles las tripas, vidan todo lo pasado; y lo que es peor, si l~ rehusáis a los que después ahuman. No se toman tampoco la menor cosa os quieren mal. el trabajo de destripar los peces para cocerlos; coEllos se conservan mejor que nosotros, los viemen los huevos empollados. Los hombres comen jos mismos no se arrugan nada y viven más largo en el gran carbet, y las mujeres en el bohío. Ellos tiempo, contra la opinión de algunos que creen que se sientan sobre sus traseros, como los monos, alse vive menos. en los países cálidos. La razón es, rededor del cuy y del plato. El cuy es la copa gran· creo yo, que comen poco y seguido, y no tienen nin· de de la que ellos beben y que está hecha de una guna preocupación, y están sin ambición, sin mal· calabaza, que allí las hay de distintos tamaños; hay humor y sin inquietud. Como no tienen ningún dealgunas que tienen tres pintas, y se la arrojan uno seo de adquirir, no tienen provisiones, y van y bus· al otro en sus asambleas de perversión, hasta que can a' medida que tienen hambre. No hay nada re· gulado entre ellos; por la noche incluso se levantan se vacía. a comer, y no piensan más que en el presente; si Son extremadamente sucios; se comen las niguas se quiere adquirir de ellos una cama de algodón y los piojos cuando éstos los muerden. Estas niguas (hamaca) hay que comprarla por la mañana, ya que • son como pequeñas pulgas que se introducen entre no sueñan que la noche habrá de venir y que encuero y carne, principalmente en los filos de las tonces tendrán necesidad de la misma. uñas, sea de los pies o de las manos. Al comer, coSi negocian con alguno, suelen desdecirse tan gen estas pequeñas bestias y se las tragan; como pronto les ha pasado la gana de lo que deseaban comen en el suelo sus cangrejos muchas veces están
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llenos de tierra y de arena, yeso no es todo. Tienen por servilletas las horcas del carbet o sus nalgas; lo que es más divertido es que los perros hacen fre~ cuentemente su agosto y atrapan los mejores bocados. Estos postes del carbet son piezas de madera horcajadas en lo alto y cuya base está clavada dos o tres pies en la tierra; están colocadas de seis en seis pies, o aproximadamente, para sostener la cu· bierta del carbet, que no es otra cosa que una especie de mercado cubierto por arriba, y abierto todo en derredor, el cual les sirve, de día, para re· cibir a los amigos y hacer orgías cuando viene al caso; allá se retiran desde que el sol sale para dejar a las mujeres en los bohíos donde ellas duermen y hacen todas las tareas de la casa. Es en el carbet que los hombres pasan jornadas enteras en sus ca· mas de algodón (hamacas) colgadas, fumando, ha· ciendo arcos, flechas, pequeños cestos con tapa. bastones o mazas, cuerdas de pitá, sedales para pescar y otras cosas que son sus ocupaciones o~dinarias. Cuando comen no invitan a nadie, el más desconocido, si tiene hambre, se pone cerca de ellos, y bebe y come como si fuese de la casa, sin otra -ceremonia. No hablan ni toman jamás en sus comidas, pero en la sobremesa su conversación es comúnmente sobre la pesca, los viajes, la caza, el cui· dado del huerto, la guerra, la pelea o sobre algún gran vin que se haya celebrado, en donde alguno habrá muerto, y si entre ellos se encuentra algún pariente de aquél, procura atraer a los otros a su bando para vengarse. Son muy vengativos y guardarán un odio no solamente diez años. sino toda la vida, y no estarán contentos hasta que no hayan matado a sus enemigos; y lo más frecuentemente es por poca cosa: por flechas rotas, por un cuchillo, por anzuelos, por una palabra, por un golpe, por .nada; solamente porque alguno les cae mal; algunas veces por tener a sus mujeres, que ellos toman en cantidad y sin distin· ción de parentesco, pues se unen indiferentemente como las bestias. Yo he visto allí quien tenía a sus hijas por esposas, a las que abandonan y matan cuando buenamente les parece, aunque él sea su padre. No hay pu~blo más inclinado a la embriaguez, y cuando están ebrios es que se masacran y hacen la guerra; entre ellos nada hay tan vil como esto. Son totalmente independientes, y ello es uno de los grandes obstáculos para su conversión; no obedecen ni a su padre, y el padre no manda a su hijo. No hay ninguna norma, ni civilidad entre ellos. Cada uno hace 10 que bueno le parece. El capitán de una piragua jamás ordenará a sus marineros que remen. Ellos no hacen más que lo que les viene a la cabeza y según su capricho. No es deber del ca· pitán el mandar; él tiene la obligación únicamente
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de sacar el agua que entra en la canoa con un cuy; si tiene un yerno éste le hará el trabajo. Hasta el presente, siempre se ha considerado a estos brutos muy castos, pero yo puedo asegurar que son muy lujuriosos y lúbricos, incluso los niños pequeños; debido a que no se observaban entre ellos, no obstante su desnudez, besos, tocamientos y otras acciones deshonestas, se creyó que vivían en la inocencia, pero es que se ocultan para hacer el pecado, lo que muestra que Dios les ha dado bastante luz para discernir el bien del mal. Cuando están ebrios, los he visto realizar actos parecidos a los de los sátiros. Aun cuando tienen varias muje. res, no hay celos entre ellas. Cambian frecuentemente de carbet y viven tanto por acá, tanto por allá; tienen mujeres en varios lugares y también esto es un obstáculo y un impedimento para su conversión. Nuestros caribes. tanto hombres como mujeres, tienen tanto horror a vestirse como nosotros 10 tenemos a estar desnudos, y si algunos llevan ves· tidos, tienen la vanidad de querer las más bellas telas, las más finas y las más blancas, de manera que ello no es tanto para cubrirse como para aparentar; los llevan con pesar y dicen que éstos les incomodan para el trabajo; no pueden sufrir el sudor dentro, ni sentirlos sobre la espalda cuando están mojados por la lluvia, porque si están desnudos, si sudan se bañan, y si están mojados, el sol los seca rápidamente.
De sus ocupaciones y trabajos, o mds bien de su extrema holgazanería El primer trabajo que ellos hacen al levantarse, que es ordinariamente antes de amanecer, es irse a bañar o lavar, arrojándose por encima del cuerpo varios cuys de agua dulce, ya que creen que el agua de mar les haría sentir mal y les saldrían forúnculos. A continuación sus mujeres descuelgan sus hamacas de dentro del bohío y las penden en el carbet que está próximo, donde ellas los peinan y los ata· vían, después de lo cual les llevan casabe fresco y el- tomaly con un pequeño canary lleno de uicu caliente que es la bebida del Señor. Este tomaly es una salsa o de cangrejo o de vianda, o de pescado, con mucho piman que es una especie de pimienta muy fuerte. El canary es una vasija de barro cocido, cuyo fondo termina en punta. Los hay allí de todos los tamaños y tienen uno hasta de medio tonel; los usan para poner en ellos sus bebidas. Media hora después ellas les ofrecen el casabe fresco, pues el seco les desconcharía los dientes y les haría secar el cuerpo, y a aquello le añaden algunos cangrejos o pescado, si lo tienen. Pasan los días haciendo unos pequeños cestos con tapa, que los salvajes llevan consigo en sus viajes y que les sirven para portar los pequeños
utensilios de los que tienen más necesidad común· mente, como su espejo, el hilo de algodón para acomodar sus flechas, un punzón, una navaja de afeitar; se les cuelgan al cuello al marchar. Se ocupan allí también de arrancarse la barba con el dedo. pulgar y la punta de un cuchillo, algu· nos en tocar la flauta sobre -sus pequeños asientos, en sacarse las niguas, y otros en soñar en sus camas de algodón (hamacas), o en dormir; y esto último es la causa de que no puedan dormir por la noche y se la pasan a veces tocando la flauta una parte, o comiendo; tienen siempre fuego debajo cuando están acostados, y todas las tardes y mañanas se colocan en derredor para conversar. Los hombres son tan tontos y tan ridículos que no quieren tocar, ni poner la mano en el trabajo de las mujeres, aunque 10 puedan hacer tan bien como ellas. Por ejemplo, morirían de hambre antes que hacer el casabe, hacer la marmita, el canary, plan. tar la mandioca, etc. Y como las mujeres tienen la obligación de ir a buscar y a cortar la madera para el fuego, veis a estos pobres tontos acompañarlas celosamente por temor a que otros las perviertan; y después que la mujer, quien algunas veces está para dar a luz, ha sudado y trabajado bastante con el hacha, estos verdugos que están sentados en el suelo, las mirarán y no las ayudarán ni a cargar ni a descargar su fardo, que es un montón de madera tan pesado que aquélla estará doblada bajo su peso. Si sus mujeres no les han preparado de comer a la hora que ellos tienen hambre, se van a comer con los primeros que llegan; de igual manera, van a pintarse y peinarse, si no tienen a sus mujeres para ataviados; ellos esperan que otras les hagan este buen favor; a las mujeres les toca plantar la mandioca, que ellas llaman kaim y los hombres kucre, escardar y limpiar el huerto, y mientras tanto estos pobres bobos están sentados cuidando a los niños, y la mujer trabajando. Si alguno ha hecho sus necesidades en su huerto lo abandonan y tienen gran dificult~d en comer la mandioca del mismo, diciendo que la tierra se in· fectó y aquello pasó a lo que está plantado en ella; como tienen la costumbre de establecerse al borde del mar, desearían que los franceses, quienes a veces están a dos o tres mil pasos de ellos, fuesen también a hacer sus necesidades sobre la arena. Después de que han hecho una o dos recolecciones en un huerto, lo dejan y hacen uno en otro lado; es por esto que no hacen más que talar árboles y de ellos no cortan y queman más que las ramas me· nares, dejando las más gruesas y. el cuerpo del árbol sobre la tierra en donde ha caído, y el tronco y las raíces se quecian donde la naturaleza las hizo brotar, de suerte que cuando esta gran tarea está terminada, las mujeres, rápidamente, plantan la mandioca, las patatas, los ñames, las piñas, las bao nanas, allí donde puedan encontrar un lugar en
toda esta roturación, a menos que tengan necesidad de una canoa y que entre esos árboles se encuentre alguno apropiado para ello, lo que es una odisea, pues de tres canoas que empiezan, siempre hay dos qu ~e pudren o estropean antes de que estén aca· badas; digo si tienen necesidad de ella, por 10 perezosos que son. Y aun cuando no hacen su huerto muy grande, sin embargo, se echan tanto tiempo en él, que el lugar por donde empezaron estará estropeado antes de que acaben el otro extremo. Pasa igual con sus casas y con todas las otras tareas; la techumbre de un lado está podrida y gastada cuando el otro no está cubierto todavía. Los viejos hacen siempre las tareas más difíciles; son ellos los que abaten los árboles más gruesos; cuando meten mano a la obra, parece que se divierten, que juegan; no trabajan más que una hora o dos al día, y jamás dos días seguidos. Son en extremo holgazanes; los que intentan convertirlos no tienen mucho trabajo en hacerles observar el mandamiento de la Ley de Dios que prohibe trabajar en domingo; ellos pre· guntan todos los días cuándo viene ese día; no vuel· ven de ningún trabajo que no se laven rápidamente, y no se hagan peinar. Las mujeres son menos ociosas que los hombres; ellas son como sus esclavas; son éstas quienes plan. tan la mandioca, no con azadas como nosotros, sino con grandes bastones puntiagudos; ellas escardan y limpian el huerto, hacen el pan, y preparan las vian· das; cuidan del algodón, lo hilan, no con ruecas y tornos, sino sobre la pierna con un huso; hacen las hamacas, buscan la leña para el fuego, hacen el aceite de palmita y el de calaba; hacen el rucu y peinan y atavían a los hombres; acomodan los cuys y las calabazas, hacen el uicu, los canarys, las platinas y las marmitas. Omitía que además de las ocU· paciones ordinarias de los hombres, de las que he· mas hablado, ellos abaten los árboles para hacer la roturación que necesitan para sus huertos, y hacen totalmente los bohíos, los carbets y las canoas, con excepción de las velas que las hacen las mujeres, así como las hamacas o camas de algodón; tanto unas como las otras están tejidas con la misma habilidad. A propósito de lo cual, diré aquí que ellas trabajan las camas (hamacas) sobre una especie de bastidor, apoyado de arriba abajo en las horcas del bohío; la urdimbre va a parar a un rollo hecho abajo del bastidor, el que voltean a medida que la trama se urde, y cuando la cama está acabada, la tienden sobre el bastidor para pintarla, si ésta es para 'Sus usos, pues si es para los europeos, la dejan blanca. Est~ pintura es comúnmente una especie de rayado donde la justeza es observada con tanta exactitud y proporción, como si para ellos se sir· viesen de compás y ~egla. Ellas dejan a los dos extremos del tejido, unos hilos sueltos, no cortados, aproximadamente de un pie de largo, en forma de franja, y los atan con los dos extremos 'de una pe· 41
queña cuerda de pita lo que las alarga en más de ·un pie por cada lado; y por los dobleces de estas pequeñas cuerdas pasan una otra de la misma materia, de una pulgada de gruesa y de tres o cuatro toesas de largo que sirve para suspender la cama de lado y lado, cuando de ello tienen necesidad. Las mujeres son tan descuidadas como los hombres en todo ]0 que ellas emprenden, como cuando hacen el uicu, que es su bebida ordinaria hecha de casabes o de patatas hervidas, que son raíces que machacan en un mortero de madera, y que ellas mastican para darle la fuerza de quemar y embriagar. A veces las viejas dormilonas mascan tanto, que vomitan y babean en el m'ortero, y en la vasija que llaman canary, que tiene más de un barril de capacidad, en los que hacen y conservan este vino; si sucede que las mujeres, al estar masticando las patatas, cogen alguna nigua o pulga, la mastican todo junto sin di~ ficultad y sin tener mayor cuidado. A falta de este brebaje hacen otros de coles caribes, de piña, de bananas y de otras frutas; todas sus bebidas son tan espesas que hay en ellas para beber y comer. Hacen frecuentemente asambleas para beber este uicu; estas son sus grandes bacanales u orgías. Ellos invitan a dos o tres' carbets, o familias, y si ellos son cincuenta caribes, hacen diez o doce barriles de vino que beben en un día y una noche sin comer; sin embargo, pierden mucho de él vomitando y babeando la mitad, y como se arrojan el canary siem· pre hay alguno que se rompe. Se les puede llamar a estas asambleas bacanales, y de ellas salen ebrios como brutos, hombres, mujeres y niños; y lo que es peor, siempre hay alguno que paga por los otros, es decir, que es matado o herido. Cuando las mujeres hacen las hamacas, que son de.hilo de algodón, ponen en los dos extremos de la obra un montón de ceniza, diciendo que aquélla no duraría largo tiempo si no hiciesen esa ceremonia. Si han comido higos cuando tienen una hamaca nueva, creen que eso ]a hará pudrirse. Tienen buen cui· dado de comer de cierto pesc'ado que tiene buenos dientes, ya que esto hará que la hamaca quede bien tejida. Estas camas son de ocho o diez pies de ancho y de cuatro o cinco de largo, que cuelgan en dos horcas del bohío un poco elevadas de la tierra por temor a las serpientes; se enrollan en ellas como si fuera un covertor a causa de los marigons, que son pequeñas moscas muy inoportunas y que pican muy sensiblemente. Ellas pintan las hamacas con rucu diluido en aceite, y hacen varias rayas y figuras tan diferentes que casi no se encuentran dos parecidas. El aceite de calaba está hecho de granos de palmita y les sirve de ungüento y para frotar sus cabellos. El rucu es una pintura roja con la que se frotan el cuerpo; está hecha con el aceite de unos pequeños granos que crecen en arbustos parecidos al algodonero; estos granos se encuentran en una cás-
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cara, de forma casi como la de la almendra verae, la cual se abre por ella misma cuando los granos están maduros y han llegado a su madurez. Los cuys son la mitad de una calabaza que utilizan como vasijas; sus rayadores están hechos con una pequeña tabla que forran con pequeños guijarros cortantes para raspar la mandioca. La culebra (el colador) es una invención muy ingeniosa para exprimir la mandioca cuando está hecha harina, y limpiarla de raeduras y raspaduras y hacerle salir el agua. Está hecha de aromo, un tipo de junco o rama flexible bien pulido. Cuando han llenado este instrumento de harina, enganchan el extremo de arriba en un bastón atado a una de las horcas del bohío y en el de abajo ponen otro bastón en el que se sientan, lo que hace que la culebra se estire y al mismo tiempo exprima lo que hay dentro. Creo que nosotros los franceses lo hemos llamado culebra porque tiene la forma de una gran piel de ser· piente. Los hibichets son del mismo tejido; éstos son tamices o sacos para cerner la harina. Tienen también otros para colar la harina y el uicu que son algo más delicados. Las platinas están hechas de barro cocido con un dedo de espesor, redondas y de un pie y medio de diámetro; las colocan sobre tres piedras ú guijarros bastante grandes como para que sirvan de trípode, y hacen fuego debajo; y cuan· do_la platina está bastante caliente, esparcen la harina de mandioca hasta una cantidad como de un dedo de espesor, y sin agua ni otra mezcla, al cocer· se todas las pequeñas partes de la harina se unen; y así, esta llamada harina de mandioca se convierte en lo que ellos llaman casabe, dándosele la vuelta cuando está suficientemente cocida de un lado, para acabar de cocerla por el otro. El catoly es una especie de cuenco que no utili· zan más que las mujeres; no es la mitad de grande que estos de Francia. Ellas 10 portan a la manera de los vidrieros, llevando la correa sobre la cabeza, siendo aquélla de una corteza de árbol fuerte y dul· ce al que llaman maho, y al cuenco maroma. Yo he hablado ya de los matutus o pequeñas mesas. Los hombres hacen los rayadores, los tamices, los matutus, los paniers (cestos con tapa), los cato]ys, y las culebras y otros pequeños trabajos de aromo; hacen los arcos, las flechas, las mazas o bastones, las cuerdas de pita para pescar que tuercen sobre la pierna. Hacen esas cuerdas de ciertos hilillos, más finos que la seda, que extraen y arrancan de las.largas hojas de una planta parecida a la alcachofa. Hacen las casas y las canoas; van a la pesca. En otro tiempo no tenían más que anzuelos de carey que es a lo que en Francia se les lIa'na escamas de tortuga. Sus bohios están cubiertos con hojas o ramas de palma hasta el suelo. Sus piraguas para ir a la guerra o de viaje, son de un árbol que excababan con fuego y con sus hachas de piedra, antes de que usasen las nuestras;
largas como de treinta y cinco o cuarenta pies, y de cinco o seis pies de anchas, capaces de llevar a treinta o cuarenta personas. Tienen también otras pequeñas canoas para la pesca. Cuando van aboca· dando los árboles con el fuego colocan barras transversales como refuerzo. Si una mujer la ha tocado solamente con el extremo de un dedo, creerán que la piragua se rajará; y cuando la colocan en la mar por primera vez, si alguno haciendo un esfuerzo, lanza algún viento posterior, creerán que es esto un mal presagio y que sin duda la piragua se hundirá.
De sus guerras, viajes y ornamentos No van jamás a la guerra más que después de haber hecho grandes vins y en ellos es que tienen su consejo, y resuelven y concluyen todos los asuntos de estado. Todas sus guerras no consisten más que en hacer correrías sobre el enemigo; jamás la hacen al descubierto, sino a lo zorro, ocultándose en los bosques y procurando dar la sorpresa. Tan pronto como han matado a alguno, o quemado alguna casa, se retiran prontamente; si son descubiertos, o si oyen tan siquiera a un perro ladrar, se cuidan mucho de llevar a cabo su empresa, volvién· dose sin hacer nada; cargan con sus muertos, y es en esta ocasión que pierden más gente. Tener caro bet, hacer un vin y tener consejo son para ellos equivalentes, ya que jamás hacen una cosa sin las otras. Si sirven de tumbas a sus enemigos es más bien por rabia que por algún gusto que en ello encuen· tren; los más valientes ahuman aquéllos, los parten en pedazos y los comen, guardando en sus cestos normalmente un pie o una mano bien seca y ahuma· da. Un salvaje de San Vicente me mostró un pie de un aluage que él tenía en su cesto. Ellos no comen más que a los aluages salvajes de tierra firme hacia las riveras del Orinoco. Dicen que los cristia· nos le hacen mal al vientre, no obstante se han comido, más de un año después, el corazón de algún inglés. Entre ellos hay de esta nación quienes fue· ron raptados cuando eran jóvenes y a los que tienen tan acostumbrados a sus' maneras que éstos no querrían actualmente regresar con los ingleses. Hay cantidad de negros que viven como ellos, particularmente en San Vicente donde hay muchos. Ellos se han multiplicado tanto que son en el presente tantos como aquéllos. Algunos son fugitivos cimarrones que han sido tomados en guerra; éstos allí son esclavos de los caribes a los que llaman tamons; pero la mayor parte proceden de navíos flamencos o españoles que han encallado próximos a sus islas. Ellos tienen por armas el arco y la flecha, el bastón y en el presente, el cuchillo. El bastón es un tipo de maza de madera verde, o de brasil duro, macizo, pesado, de dos o tres pies de largo y tres
dedos de ancho, y hacia el extremo liso como la ma· no, grueso como una pulgada y grabado a su manera. Ellos llenan estos grabados con una pintura blanca, y de un solo golpe matan a un hombre. Hacen un montón de flechas que tienen el largo de una mano; las hacen de un canuto que crece en lo alto de ciertas cañas, grueso como el dedo meñique, y de cuatro a cinco pies de largo, pulido y sin ningt1n nudo, amarillo y ligero como una pluma. En el extremo grueso de este canuto engastan, en lugar de hierro, un trozo de madera verde de medio pie de largo y en ella hacen, con un cuchillo, cantidad de dardillos o pequeños arpones, con el fin de que no se puedan sacar. Envenenan el extremo de estas flechas con el licor de un árbol que se llama manza· nillero, y su fruto manzanilla, nombre que los espa· ñoles le han dado porque dicho fruto se parece a las manzanas. Al comienzo del descubrimiento de -las Indias muchos europeos se han envenenado por haberlas comido. Ellos hacen en aquél una incisión en la corteza, y el jugo que sale blanco como la leche es un veneno más peligroso que el de las serpientes. Ponen también en algunas de sus flechas ciertas raspas como el dedo que encuentran en la cola de un tipo de raya que es aquí bastante común. Esta raspa tiene veneno y es tan peligroso como el otro. Sus arcos son también de brasil y de palmita. No hacen viaje alguno sin que se adornen con sus más bellas cacO/mes (ropas y adornos); se peinan y se atavían y se embijan antes de que hayan llegado a cualquier carbet. El Jefe del carbet pende- pronta· mente las hamacas de los principales; las mujeres traen de beber y de comer; y tan pronto como les ha presentado a sus hombres y los ha llevado ante el capitán de la piragua, los marineros, sin esperar más a que les digan que tomen, arramblan con todo, de suerte, que si aquél no tiene a quién más presentarle, y el hambre le aprieta, se verá obligado a dejar su aire de gravedad y ponerse a comer con los otros. Después él se vuelve a su lugar, y los marineros devuelven los cuys y el matutu delante de él, indica que está satisfecho, y llama a los que le han sido presentados para que se lleven todo y levanten la mesa. Sus anfitriones no comen con ellos en esta ceremonia, y tampoco sus mujeres; pero después, comen desordenadamente; cuando tienen la panza llena dicen mabuy, es decir, dan los buenos días a cada uno, uno después del otro, añadiendo l1uichan, lo que quiere decir adiós. Cuando están en el mar, soplan una gran caracola que se llama Dambis para hacer oír a sus vecinos que son amigos y continúan el viaje, llevando sus camas a todos lados. Si un solo caribe llega a un carbet, se le recibirá de igual forma, y si el casabe que se le ofrece sobre el matutu está doblado, es esto una señal de que debe dejar el resto, y si lo encuentra extendido, 43-
pero, escupe el pescado después de haberlo masca· do, ya que se pondría enfermo si hiciese tan buena comida de golpe; ellos le hacen beber igualmente, teniéndolo sujeto por el cuello, y cuando ha acabado de comer, los viejos hacen distribución de dos piezas de casabe que este ayunador sacrificado ha atesorado, tirando los trozos por todos lados, que cada uno recoge con rapidez; sin embargo, los dos que tenía a sus pies durante el sacrificio, los debe comer, y con esta noble sangre que les ha caído encima, se le frota la cara al niño, estimando· que éste sirve mucho para mantenerlo géneroso; cuanto más testimonio haya dado el padre de paciencia, más coraje tendrá el niño. Acabada esta ceremonia él se vuelve a su cama donde permanece todavía algunos días. Esto no es todo. por espacio de seis meses es necesario que se abstenga, no solamente por el pri. mer nacido, sino todas las veces que sus mujeres tengan niños, de comer de distintos animales, para que los niños no participen de sus cualidades o de· fectos naturales; por ejemplo, si el padre come tortuga, el niño será torpe y no tendrá cerebro; si come papagayo, tendrá la nariz del mismo; si manatí, los ojos pequeños; y generalmente debe abtenerse de toda otra comida fuera de los cangrejos; este largo ayuno no se hace más que al nacimiento de primer hijo, para los otros no se hacen más que cuatro o cinco días de dieta. Las mujeres tienen gran cuidado de sus hijos: los llevan por todos lados bajo sus brazos, o en una pequeña cama de algodón que ellas llevan como si fuera un echarpe; jamás los envuelven en pañales, y cuando ellos están un poco robustos por la leche del pecho, ellas les mastican patatas, bananas y otras frutas, las que le dan como alimento. He ha· blado ya de su bautismo o imposición de nombre; están muy inclinados a comer tierra, a causa, yo creo, de su humor melancólico; yo he visto a los grandes comer yeso con tanta satisfacción como si fuese azúcar. Cuando los niños tienen cuatro o cinco años, los muchachos siguen al padre, y comen con él, y las hijas con la madre; se crían tanto los unos como las otras, como verdaderos brutos; no les enseñan ni civilidad, ni honor, ni a decir siquiera buenos días, buenas tardes, o a dar las gracias; ellos los maltratan sin corregirlos, 10 que los cría en un extraño libertinaje; toda su ciencia cuando son grandes, es tirar con el arco, nadar, pescar y hacer pequeños cestos, y las hijas, camas de algodón; si un hombre está herido o enfermo, mandará a su hermano, o a su hermana o a algún pariente que se guarde bien de comer tal o cual cosa, ya que ello le haría aumentar su mal, aun cuando estén a cincuenta leguas de allí. Cuando una hija llega a nubil, ellos penden su hamaca en la casa y la hacen ayunar diez días a casabe seco y un poco de uicu; si ocu-
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rriese que presionada por el hambre, esta pobre muchacha atrapase por la noche cualquier trozo de casabe, ella no será más que una holgazana y no valdrá nada para el trabajo; pero si alguno otro, por piedad, le da un trocito, no valdrá menos por ello. Cuando quieren criar a alguno para ser capitán, el muchacho procura tener primeramente una cierta ave de presa que ellos llaman uachi, a la que alimenta hasta el día fijado para esta ceremonia; llegado ese día, el padre reúne a los más viejos del carbet, y presenta a su hijo sentado sobre un pequeño asiento, y después de haberlo animado a la venganza en contra de sus enemigos, toma el ave por las patas, la revolea, y se la estrella sobre la cabeza; y aunque le aturdan los golpes, es necesario que no manifieste ningún resentimiento, ni dolor, ni eche la menor lágrima; aquél le arranca el corazón al ave, todavía viva, y se 10 hace masticar, con el fin de que tenga el coraje para comer a sus enemigos; después se le escarifía la piel por todo el cuerpo, y se le lava y frota con este pájaro remojado en el agua del pimano Hecho esto se le cuelga una hamaca en lo alto de un pequeño bohío aparte, donde él ayuna algu. nos días, y no es una muchacha, ni una mujer, quien le lleva de comer sino un hombre; de otra manera sería menos generoso. Hay algunos de ellos que a veces renuncian y dejan la partida a la mitad. Yo creo que si en Francia los recién casados, los médicos y los capitanes tuvieran que superar esta prueba y pasar este tamiz, no habría muchos con prisa por alcanzar el oficio. Para los matrimonios no tienen gran ceremonia, y algunas veces los hombres hacen la elección y la petición; sin embargo 10 más frecuente es que las hijas sean ofrecidas por el padre o la madre. Hay quien sin pedirla ni decir una sola palabra se ve acostado por la noche cerca de esta que le agrada; la pobre muchacha en un primer momento se retira, pero la madre que sospecha que el compañero la quiere tomar por mujer, le dice que es tiempo de casarse, aunque frecuentemente ella no tiene más que diez o doce años; en fin, mitad botín, mitad mercancía, ella acepta y he ahí que el matrimonio está hecho; a la mañana siguiente ella viene a pei. nar al señor delante de los otros, y le trae el matutu y el casabe, y declaran por esta acción pública que ellos se han casado. Si el caribe busca una viuda, él le hace saber su voluntad y no le da más que tres días para decidirse y darle la respuesta. Un viejo toma algunas veces a una joven, y una vieja sin dientes a un muchacho joven; ellos tienen una gran deferencia por estas viejas hechiceras, y aunque ellos no hacen más que chochear, ellos siguen sin embargo todos sus consejos; son común· mente las amas en un carbet; se encuentran madres que prostituyen a sus hijas cuando ven que comienzan a crecer y que no se las toma lo bastante rápido como esposas, aunque por ello no tienen ninguna
dificultad para desposarse. Hay quien se casa con su propia hija, y a veces con la madre y la hija; algunas veces con dos hermanas. Hay quien tiene hasta seis y siete mujeres en distintos lugares, y si no fuesen tan holgazanes, ya que tienen que alimentarlas, tendrían más. No hay que olvidar una ridícula costumbre que se practica cuando una mujer está embarazada; algunas veces un caribe pide la criatura al padre y a la madre, y en caso de que sea una hija, y si la madre se la prometió, aquél la marca, como a una bestia para el mercado, haciéndole una gran cruz sobre el vientre eon rueu. Cuando la muchacha tiene siete u ocho años, comienza a hacerla dormir con él, para acostumbrarla de buen modo, aunque tenga otras mujeres; esta niña será conocida como su sobrina. La mujer no deja de vivir en el bohío de su padre después del matrimonio, y ella tiene más pri· vilegios que el marido, pues puede hablar a toda clase de personas, y él no osa hablar a los parientes de su mujer sin gran dispensa, sobre todo cuando no hay bebida en juego. Ellos evitan siempre el encuentro con éste. La madre le da una hamaca al yerno, y éste le hace un huerto. El está obligado a hacer los bohíos y algún otro pequeño trabajo. Tienen pocos remedios para sus enfermedades; utilizan algunas hierbas comunes para las llagas, y al enfermo, aun cuando esté casi para morir, no le dan otro alimento que el que acostumbraba tomar cuando tenía salud, No tienen por él compasión alguna y lo abandonan como a una bestia. Ellos re· curren al Cerní, como ya habéis visto. Tan pronto como un caribe ha muerto, las mujeres, lo lavan, lo pintan, 10 peinan y lo atavían en su hamaca, y le ponen bermellón en las mejillas y en los labios, como si estuvieran vivos, y lo dejan allí; poco tiempo después lo lían en esta misma cama para enterrarlo. Hacen la fosa en el bohío, pues no entierran jamás a sus muertos al descubier· to; lo ponen dentro, sentado sobre los talones y acodado sobre sus rodillas, o bien las manos cruzadas sobre el pecho, y la cara en alto. Les ponen dos pequeños canarys sobre los ojos a fin de que no vean a sus parientes y no los ponga enfermos; un hombre le cubre con un pedazo de madera y las mujeres tiran la tierra encima; hacen fuego alrededor para purificar el aire y para que no tenga frío; queman todas sus ropas, y si tenía un Negro, lo matan -si no escapa por piernas-, con el fin de que sirva a su amo en el otro mundo; también le entierran su perro para que le proteja, busque a los que lo han matado, y capture lagartos para alimen· tarlo. Allí arrojan algunos canarys y utensilios. Des· pués se ponen a gritar. Todo el carbet resuena en llantos y gemidos, y es por la noche que su corazón se abre a los más tiernos sentimientos; se les ve danzar, llorar y cantar, al mismo tiempo, pero en un tono lúgubre. Ellos no dicen más que dos o tres
palabras, que repiten frecuentemente, entrecortadas por los suspiros, como ¿porqué has muerto?, ¿estás vivo?, ¿has carecido de mandioca?, y vuelven a comenzar siempre la misma canción; o si él ha sido matado, dirán alguna cosa contra el matador, y las alabanzas del difunto; si tienen parientes en otros carbets, se reúnen para venir también a llorar; la viuda y su vieja Bibi están presentes y reparten Jos caconnes de aquél, a los que hacen mejor llanto; para dar testimonio de su duelo, se cortan los ca· bellos. Ellos me han dicho, que en otros tiempos, que· maban los cuerpos de sus capitanes y mezclaban la ceniza con su bebida, y que en el presente han dejado esa costumbre, porque ya no había bravos, y ellos ya no valían nada. Algunos franceses me quisieron hacer creer que mataban a sus padres cuando éstos eran demasiado viejos, porque eran ya una carga, e inútiles en este mundo; y que ellos consideraban que les rendían un buen servicio librándoles de la incomodidad y fastidio de la vejez; y que aqué. llos frecuentemente lo deseaban; pero los caribes me han asegurado que ellos jamás han practicado esta costumbre, y en verdad, aman demasiado esta vida, como he hecho ver. Las danzas, que son las señales de regocijo, son también en este pueblo se· ñales de duelo y de tristeza; ellos danzan más pau· sadamente y con un aire más lúgubre en sus funerales; pero en otras ocasiones, como en los eclipses de luna y de sol, y cuando la tierra tiembla, se contorsionan mucho. Danzan cuatro días y cuatro noches al claro de luna; dicen que la tierra al temo blar les quiere advertir que se porten bien, y ellos se ponen a hacer su mejor pantomima para solem· nizar el hecho; se hacen máscaras de diversos colores y figuras, y se adornan con sus más bellos trajes de baile, con sus ornamentos de cabeza, sus peno dientes, de orejas, labios y nariz, can pequeñas con· chas y cascabeles, con los que hacen tanto ruido que no se oyen las maracas, que son calabazas llenas de pequeños guijarros, que las viejas menean barboteando algunas palabras en un solo tono, sin tiempo ni medida. Ellos tienen varias suertes de danzas, a imitación de Jos animales; ya danzan de pie separa· dos en dos filas, los hombres de un lado, las muje. res del otro, mirándose y haciendo mil fingimientos y posturas de sátiro; Juego se doblan hacia abajo, te· niendo los dedos en la boca, y forman un círculo, y a cada estribillo se vuelven a levantar gritando; las mujeres son un poco más decentes y modestas; mi· ran el movimiento de sus pies sujetándose Jos pe· chos, a veces levantan sus manos y sus ojos a lo alto, y para acabar se enderezan y se estremecen.
Observaciones sobre sus lenguajes Aun cuando hay alguna diferencia entre la lengua de Jos hombres y de las mujeres, como he dicho en
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el capítulo sobre su origen, sin embargo, ellos entienden una y otra. Los viejos usan una jerigonza, cuando toman alguna decisión de guerra, que los jóvenes no entienden nada. Su lengua es muy pobre; no pueden expresar más que lo que cae bajo sus sentidos; son tan materiales, que no tienen términos para significar las operaciones del espíritu, y si las bestias pudiesen hablar yo no les daría otra lengua que esta de los caribes. No tienen ninguna palabra para explicar las cosas de la religión, de la justicia y de lo que hace referencia a las virtudes, las ciencias y muchas otras cosas de las que no tienen ningún conocimiento. De todo ello por tanto no pueden conversar. No mencionan más que tres o cuatro colores. Por estas pocas observaciones sobre la lengua, se puede juzgar lo que ellos son. El Reverendo Padre Simón de la Compañía de Jesús, quien ha trabajado mucho y trabaja todavía todos los días con gran celo y fatiga en su conversión, ha hecho un Diccionario entero de preceptos
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en forma de gramática, un Catecismo y varios relatos familiares sobre los divinos Misterios de nuestra fe; esta obra podrá servir a los que tengan la intención de ganar méritos en la conversión de estos pueblos infieles, como he dicho aquí atrás. Yo podría engrosar esta relación, pero estas son, me parece, las observaciones más necesarias para conocer a los caribes. No queda más que un peque· ño resto de esta nación, porque además de que ellos se destruyen todos los días, los ingleses trabajan para exterminarlos totalmente. Dios, creo yo, ha -permitido -sin penetrar en sus juicios- que toda la Europa invada su tierra debido a que son una gran injuria al Creador, por su vida de bestias y por que no lo quieren reconocer; aun cuando se les ha predicado durante veinte años, se burlan de El, y si hubiese lugar para esperar hacerlos cristianos, es necesario, primero, civilizarlos y hacerlos hombres. La Providencia Divina, allí proveerá cuando a ella le plázca. Ella tiene sus designios en todas las cosas.
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