REVISTA del INSTITUTO de CULTURA PUERTORRIQUEÑA ANTROPOLOGIA
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HISTORIA
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LITERATURA ARTES PLÁSTICAS TEATRO
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MOSICA ARQUITECTURA
ABR:IL-JUNIO, 1975
San Juan de Puerto Rico
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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES
EnriqueLaguerre,PTenaeme Milton Rúa Carlos Conde Carlos Sanz Samuel R: Quiñones Jesús María Sanromá Amelia G. de Paniagua
fh"rector Ejecutivo: Luis M. ltodríguez Morales Director de la Revista: Ricardo E. Alegría Apartado 4184 AÑO XVIII
SAN JUAN DE PUERTO RICO 1975 ABRIL· JUNIO
Núm. 67
SUMARIO
Tomás Blanco (1897-1975)
1
La obra literaria de Tomás Blanco por Margot Arce de Vázquez . . . . . . . . . . . . . . . . . .
5
Serenata del Coquí por Tom4.s Blanco
12
La hiel de los Caines por Tom4.s Blanco
15
Los aguinaldos del Infante por Tomás Blanco
19
Prontuario Histórico de Puerto Rico: Reflexiones finales por Tomás Blanco
25
Exhibición-homenaje a Rafael Tufiño con motivo de la tercera Bienal del Grabado Latinoamericano ...
26
El río y el mar enJulia de Burgos por Francisco Matos Paoli
28
El territorio de los pájaros por Etnairis Rivera
33
Los Indios Caribes en la obra del Padre André Chevillard por Manuel Cárdenas Ruiz
36
Francisco Rodón: Pintor de Puerto Rico
porRajaelSquirru
43
PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORIQUEÑA Director: Ricardo E. Alegría Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual................................................ $2.50 Precio del ejemplar.. $0.75 [Application for second class mail privilege pending at San Juan, P. R.]
DEPÓSITO LEGAL: B.
3343 - 1959
IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE MANUEL PAREJA BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA
COLABORADORES
ARCE DE VÁZQUEZ, MARGOT, ensayista y crítica literaria, nació en Caguas, Puerto Rico. Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad Central áe Madrid (1930) y desde esa fecha profesora de lengua y literatura española en la Universidad de Puerto Rico cuyo Departamento de Estudios Hispánicos dirigió hasta hace poco tiempo. Ha colaborado en numerosas revistas y periódicos, publicando artículos de análisis y crítica literaria, principalmente sobre poesía. Es autora de la obra Garcilaso de la Vega: una contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI, (estudio publicado en 1931 por la Revista de Filología española) y del libro Impresiones (1950) que recoge diversos ensayos sobre literatura puertorriqueña. El Instituto de Cultura Puertorriqueña publicó su libro La obra literaria de José de Diego (1967). En el año 19 el Instituto de Cultura Puertorriqueña le concedió el Premio Nacional por su contribución a la defensa y el engrandecimiento de nuestra cultura.
FRANCISCO MATOS PAOLI nació en Lares en 1915. Estudió en la Universidad de Puerto Rico, y durante algunos años fue en ella profesor de Humanidades y de literatura puertorriqueña. Posteriormente realizó estudios avanzados en la Sorbona de París. Entre sus obras poéticas figuran Signario de lágrimas (1931), Cardo labriego (1937), Habitante de eco (1941), Teoría del olvido (1944), Canto a Puerto Rico, Luz de los héroes, Criatura del rocío, Canto de la locura, El viento y la paloma (1969 Cancionero (1970), La semilla encendida (1971), La marea sube, (1971), Cancionero 11 (1972), Rostro en la estela (1973), Variaciones del mar (1973), La orilla sitiada (1974), Testigo de la esperanza (1974), Antologí~ Poética (1972) y Diario de un poeta (prosa).
ETNAIRIS RIVERA nació el 27 de febrero en Cataño. Estudió en la Escuela Superior La Merced de Hato Rey, en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, y en la Universidad de Nueva York a nivel de Maestría. Ha publicado sus poemas en las revistas Guajana, La nueva sangre, Mester, Palestra, Revista del Instituto de Estudios Puertorriqueños y Versiones. En 1974 apareció su primer libro de poesía Wydondequiera. Recientemente el Instituto de Cultura Puertorriqueña publicó su poemario Pachamamapa Takin como parte de su nueva Serie Literatura Hoy.
MANUEL CÁRDENAS RUIZ nació en España, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Junto con Eugenio Fernández Méndez ha publicado diversos artículos de Crítica de arte en revistas y periódicos del país.
RAFAEL SQUIRRU, destacado crítico de arte argentino. Fue director del programa de actividades culturales de la Unión Panamericana (OEA) y fundador del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Argentina.
In Memoriam
Tomás Blanco (1897 -1975)
EL 12
DE ABRIL DE 1975 FALLECIÓ EN SAN JUAN EL doctor Tomás Blanco Géigel, ensayista, crítico literario, novelista, cuentista y poeta. Nacido en la misma ciudad en 1897. Tomás Blanco fue figura descollante de la promoción intelectual que en nuestras letras se conoce por el nombre de "generación del 30". Su prestigio como escritor se mantuvo con singular relieve en las cuatro décadas discurridas entre el año 1934 -fecha de su primera aportación a nuestra literatura- hasta el de su muerte. Había estudiado la carrera de medicina, en la Universidad de Georgetown, Washington, y realizado numerosos viajes por Europa. En España vivió una larga temporada (1930-1935), que determinó muchas de sus tendencias intelectuales e ideológicas.
Hombre de espíritu cosmopolita, vasta cultura, fino espíritu crítico y gran sensibilidad estética, dejó obra original y permanente en el variado ám. bita de la crítica 'literaria, la interpretación histórica, la novela, el cuento y la poesía. Fueron señalados en Tomás Blanco el empeño por dilucidar y fijar los rasgos y temas fundamentales de nuestra cultura patria y su esmerado manejo del idioma. Aparte de su producción dispersa en revistas y periódicos, se le deben las siguientes obras: Elogio de la plena: variaciones puertorriqueñas (1934); Prontuario histórico de Puerto Rico (1935); El prejuicio racial en Puerto Rico (1942); Los vates: embeleco fantdstico para niños mayores de edad (novela), 1949; Sobre Palés Matos (1950); Los aguinaldos del Infante: glosa de Epifanía (1954); Los cinco sentidos 1
La Dragontea: cuento de Semana Santa Miserere -a la memoria de Georges RouauIt(1959); Cuentos sin ton ni son (1970), y el cuaderno de poesíá titulado Letras para música (1964). En reconocimiento de su labor intelectual el Instituto de Cultura Puertorriqueña otorgó al doctor Blanco el Premio Nacional del Instituto (1970), y el (1955); (1956);
2
Ateneo Puertorriqueño le confirió, en 1974, su Premio de Honor. También reconoció sus méritos el Instituto de Literatura Puertorriqueña, galardonan. do sus obras Prontuario Hist6rico de Puerto Rico. Los vates y Los cinco sentidos. La muerte de Tomás Blanco constituye para Puerto Rico una pérdida dolorosa e irreparable.
La obra literaria de Tomás Blanco Por
BLANco T dre pertenecía a
1897. SU MA· una antigua familia criolla y su padre era aspniano, establecido en la capital desde mediados de siglo. Se siente ligado al orbe hispánico -peninsular y ultramarino- por la sangre, la lengua, la tradición familiar, la formación espiritual y las costumbres. De niño pasa una larga temporada en Málaga y volverá a España en otros viajes. Desde 1931 a 1935 residirá en Madrid y allí concibe, redacta y publica su primer libro, el Prontuario Histórico de Puerto Rico. La holgada situación económica de su familia le permite recibir esmerada educación. Cursa la escuela primaria y la secundarla en Puerto Rico y la carrera de medicina en Estados Unidos. No ejerce esta profesión regularmente; pero la formación científica y el gusto por la investigación y la lectura de trabajos profesionales dejan huella en las estructuras y hábitos de su pensamiento, en su lenguaje y estilo, y aún en el método de sus trabajos literarios. Su amplia cultura y gustos le ayudan a concer· tar bien la labor intelectual con el ocio noble: la lectura, los viajes, la afición a la pintura, a la música y al folklore. Por algunos años presta servicios "ad honorem n en la División de Publicaciones y Educación Sanitaria del Departamento de Sanidad y en la Escuela de Medicina Tropical. Posee un carácter firme e independiente, con un fondo de recatada ternura y breves momentos en que suelta riendas a una alegría juguetona o se sume en melancólica reserva. Gusta de la buena conversación, de asistir a conciertos y exposiciones de artes plásticas. Se mantiene bien enterado y al día de lo que pasa en el mundo de la política, las creencias, las artes y la literatura. aquí y fuera de aquí. Cultiva trato íntimo con un grupo de buenos amigos a quienes guarda admirable lealtad; y no ha desdeñado la relación con las clases populares auténticas cuyas virtudes elogia en sus escritos, así como ceOMÁS
NACE EN SAN JUAN, EN
MARGOr ARCE DE VÁZQUEZ
noce y estima sus artesanías, su folklore musical y poético. Es difícil encasillarle dentro de una línea de pensamiento, una creencia, una ideología; no está afiliado a ningún partido. Podría llamársele, con algunas reservas, liberal y demócrata, y cristiano, sin ninguna, si consideramos su concepción de Dios, del,hombre y el mundo y los principios éticos que ordenan su conducta. Es un verdadero "hornme des lettres''', entregado por entero al quehacer intelectual, a la reflexión y análisis de las ideas, los hechos y las cosas, a la lectura y la creación literaria. Pero no se encastilla en su torre de marfil, ni se aísla, aunque mantiene cierta distancia, cierta reserva difíciles de salvar, que tal vez facilitan su toma de conciencia y de perspectiva y la necesaria "objetivación" de los materiales literarios.
Ubicación. La fecha de nacimiento de Tomás Blanco, poco antes de la invasión de Puerto Rico por la marina y el ejército de los Estados Unidos durante la guerra Hispanoamericana marca su destino de escritor, y el momento en que comienza a escribir, lo vincula con la generación de 1930, generación posmodernista, heredera del espíritu revisionista, innovador y crítico de la generación española del '98 -de la cual toma sus modelos espirituales y literarios-; coin· cidente también en preocupaciones, intenciones y formas de expresión con el grupo de ensayistas hispanoamericanos, sus coetáneos -Henríquez 1Jreña, Marinello, Mañach. Reyes, Mariátegui- que se plan· tearon la problemática socio-cultural de nuestros pueblos. Como ellos Blanco examinará reflexiva y críticamente el medioambiente, la historia, el hombre y la cultura de su país y extraerá de ese examen 3
advertencias y proyectos para el presente y el fu· turo. La generación española del '98, sacudida por los desastrosos resultados de la Restauración y la Gue· rra Hispanoamericana, se lanza a la revisión crítica del pasado histórico y de los valores de la cultura española; los hispanoamericanos y, entre ellos, los puertorriqueños de la generación del '30, se confrontan con los problemas de la posguerra de 1914-18 y con las agresiones del expansionismo políticoeconómico de Estados Unidos hacia el Caribe y el continente suramericano. La situación colonial de Puerto Rico agrava la confrontación. Se siente la necesidad de conjurar el peligro cobrando conciencia de la propia identidad, de la tradición viva y de aquellos valores que pueden fortalecerla y darle sentido. Dentro de este contexto escribe Tomás Blanco su obra. La obra.
Su vocación de escritor comienza a manifestarse temprano, cuando era todavía "un muchacho que empezaba a gallear". Escribe versos pero, poco satisfecho de los resultados, los destruye. Luego lamentará haber quemado una colección de décimas cultas que remataban cada una con una sentencia o dicho tomados de la sabiduría del pueblo. Redacta asimismo, pero en inglés, otra obra inédita ~uya fecha precisa desconocemos- que tal vez fuera escrita cuando seguía estudios de medicina en los Estados Unidos. Se titula Lave and other extravagancíes (Tales below the belt) y es una trilogía de cuentos que comprende: The motives, Mendelian Tragedy y The solstice of a strange man, de los cuales sólo el primero se ha traducido al español y publicado en 1970. Desde 1928 en adelante comienza a colaborar regularmente en periódicos y revistas del país y, en 1935, publica en Madrid el Prontuario histórico de Puerto Rico que recibe inmediata acogida y resonancia en nuestro ámbito nacional y ha alcanzado ya seis ediciones. a) . Prontuario histórico de Puerto Rico. El Prono tuario es la obra capital de Tomás Blanco. Surge en parte, como respuesta a Insularismo de Antonio S. Pedreira, publicado en 1934. Del Prontuario parten las ideas matrices o rectoras del pensamiento, preocupaciones e ideales de su autor, que irán reapareciendo en su obra literaria siguiente. Ello permite percibir la estrecha unidad de contenido que enlaza todas esas piezas incluso aquellas que podría pensarse que la rompen o se desvían de ella. Además de una síntesis densa y documentada de la historia de Puerto Rico, el recorrido histórico destaca cuidadosamente aquellos hechos que revelan la toma de conciencia nacional de nuestro pueblo 4
y los casos en que, tomando la iniciativa, se ade· lanta a buscar soluciones propias a sus problemas. sin contar con la metrópoli. Las Reflexiones finales deben ser leídas y ponderadas por todo puertorriqueño de hoy a quien importe de veras que Puerto Rico se libere del tutelaje foráneo, alcance la mayoría de edad y tome en sus manos la dirección de su destino. Después del Prontuario continúa publicando sin interrupción, hasta 1970, una abundante serie de trabajos que abarcan variedad de géneros: artículos periodísticos, ensayos, novela, cuento, poesía, crítica literaria y artística, algunas traducciones del inglés y del francés. Hace mucha falta completar la bibliografía clasificada de Tomás Blanco. (Se me ha informado que el profesor Antonio Gallego se ocupa de hacerlo en estos momentos. Hace falta así mismo una cuidadosa edición crítica de sus obras comple. tas). La bibliografía existente comprende un centenar de títulos y registra los siguientes libros y cuadernos ya publicados además del Prontuario: El prejuicio racial en Puerto Rico, 1942; Los vates, 1949; Sobre Palés (dos ensayos), 1950; Los aguinaldos del Infante, 1954; Los cinco sentidos, 1955; La dragontea, 1956; Tres estrofas de amor, 1958; Mise· rere, 1959; Letras para música, 1964 y Cuentos sin ton ni son, 1970. Numerosísimos artículos y ensayos se publican en los principales diarios y revistas literarias del país y en varios del extranjero: Europa (Barcelona), Carteles (La Habana), Tierra Firme (Madrid). Bimestre Cubana, Universidad de La Habana, The American Mercury. Algunas veces aparecen firma· dos con seudónimos: bajo Yu-Sin-Lee publica los Aforismos apócrifos; Juan Fernández autoriza la columna Barlovento y Sotavento de la revista Isla; John Gilbert es el fingido autor del poema Antífona sin ilusiones a don Angel Valbuena,' muchas veces firma, significativamente, Juan de Puerto Rico. Forman también parte del conjunto las crónicas tituladas Del film ibérico, comentarios sobre los acontecimientos políticos de España bajo el gobierno de la Segunda República (1931-1939) de los cuales fue testigo durante su estancia en Madrid desde 1931 a 1935. Se ha hablado del hispanismo de Tomás Blanco, y no sé si con la intención derogativa que parece estar ahora de moda. Sería innecesario señalar aquí la capital importancia que tienen en la composición étnica y en el desarrollo cultural de nuestro pueblo, en su vida y sus costumbres los componentes hispánicos: sangre, lengua, religión, derecho, instituciones... ¡Imposible desdeñarlos! porque su proporción es muchísimo más elevada que la de los componentes indígenas y casi a la par -aunque todavía mayor- que la de los africanos. El mismo ha dicho que "lo hispánico que siento es tan mío o más mío que de los españoles". Los Maná-
logos en el batey y la serie En familia tratan temas del patio, de diverso carácter. Cabe clasificar estos artículos y ensayos en cinco grupos importantes por las materias que comentan:
política y cultura de Puerto Rico; música, pintura, folklore, teatro, bailes de Puerto Rico; critica de la poesía de Palés Matos; cuestiones lingüísticas rela· tivas al bilingüismo, e interferencias del inglés en nuestro español,· política española. Además escribe reseñas de libros y de espectáculos, elogios y homenajes a escritores y artistas amigos, entrevistas, poe· slas sueltas y cuentos. Toda esta abundante labor periodística se realiza desde 1929 a 1959, durante unos treinta años más o menos. Si examinamos la duración temporal, el ritmo y el volumen de su publicación, observamos que la década de 1950 a 1960 es la de más regular, frecuen· te y copiosa creación literaria. Plena actualidad y vigencia tienen todavía algunos de los artículos yen· sayos de esos años; por ejemplo, los que comentan los efectos de la enseñanza bilingüe en el sistema escolar público; las consecuencias del choque de culturas; el mito de la sobrepoblación; el falso e indigno designio de convertir a nuestro país en puente entre dos culturas; la explotación económica del país por el capitalismo norteamericano y hasta la preocupación por la defensa de la ecología y el medioambiente natural. Destaquemos los titulas siguientes: En Familia: Variaciones Boricuas, "El Mundo", 21 de octubre de 1934; Monólogos en el Batey: El cuco de la superpoblación, "El Imparcial", 11 de julio de 1937; Los aproches del puente, Rev. Asoc. de Mujeres Graduadas, 1941, HI, número 2, págs. 21·27; Elogio de la plena, Ateneo, 1935, 1, páginas 97-106; Monólogos en el Batey: El uvero, "El Mundo", 7 de enero de 1956. El periodismo es para Blanco -según la tradi· ción de nuestro periodismo decimonónico- una misión dirigida a difundir la verdad, a educar al lector y a formar una opinión pública bien y rectamente informada. Sus artículos periodísticos estuvieron siempre al servicio de causas justas y nunca al de la propaganda engañosa, el sensacionalismo o la in· triga. Se cuidó mucho de man tener un tono elevado y culto, el decoro literario de la expresión y la sensatez y ponderación de sus juicios. Como toda su obra, estos escritos se asientan en principios éticos y valorativos que dan la primacía a la defensa del hombre y de lo humano. Blanco ha contribuido a la historia del ensayo puertorriqueño con piezas tan valiosas como el Pron-
tuario, El prejuicio racial, Sobre Patés, Los cinco sentidos, El mito del jíbaro. Sin excesivo rigor se podrían distinguir dos tipos de ensayos: los de exposición de ideas y los de creacián lírica o poética. El primer tipo admite desglose en artículos periodísticos, ensayos históricos, científicos y de interpretación de la cultura puertorriqueña.
Sus ensayos muestran la formación personal de Blanco en el campo de la medicina por el rigor con que plantea los problemas, el método lógico de ex· posición, el análisis crítico, la selección y el manejo de las fuentes, la solidez de los argumentos y las abundantes notas complementarias. Estas cualida· des le permiten intexpretar con inteligencia, a~deza y previsión los hechos históricos y culturales. Concibe la historia, al estilo de los humanistas, como ciencia y como arte literario; la escribe con esmero; ve en el suceder temporal lecciones y advertencias para el porvenir, expresiones de la cultura espiritual y la estimativa del pueblo historiado que reflejan su conciencia moral en desarrollo y su modo peculiar de afrontar y resolver sus dificultades y, aunque el juicio de Blanco sea objetivo -hasta donde sea posible serlo aún en el examen científico-, su coherente y honrada intexpretación de los datos, por momentos realista y hasta desalentadora, mantiene firme su esperanza en la voluntad del hombre y en las virtudes del pueblo. Las soluciones que propone son difíciles, pero razonables y factibles. Ciertas expresiones de la cultura espiritual de Puerto Rico le merecen reiterada atención, tales: la libertad de iniciativa del pueblo, las buenas relaciones con el prójimo, la prudencia en la selección de los medios, la lengua, las artes y el folklore. El género ensayo corresponde a las dotes intelectuales y literarias de este escritor: espíritu. reflexivo y analítico, capacidad de síntesis, criterio propio, amplia cultura, sensibilidad poética, buen gusto. Cierta irónica sutileza y donaire de la expre· sión contrapesan y moderan las precisiones y distingos del método científico. Es Blanco un ensayista tan importante para nosotros como Pedreira; personalmente 10 consideramos más importante por más profundo y más culto, por una concepción más coherente y segura del hombre y del mundo y una ética personal firmemente apoyada en principios claros y exigentes.
El prejuicio racial en Puerto Rico. Blanco estima la convivencia de razas como una de las virtudes más valiosas de nuestro pueblo. La encuentra documentada en la historia y en las observaciones hechas por extranjeros que han dejado testimonio de su visita a Puerto Rico. Por eso le in· teresan las formas en que se manifiesta entre nosotros el prejuicio racial. No se le escapa la dificultad del tema por tratarse de actitudes sicológicas siem· pre resistentes a medición y sistema. Trata solamente de aproximarse al tono general de ese prejuicio en la clase media puertorriqueña, porque le parece -y tiene razón- que los casos individuales extremos -que sin duda existen- no constituyen la norA ma de nuestra conducta social. 5
Para determinar si hay aquí auténtico prejuicio racial lo compara con sus manfestaciones en Estados Unidos. A diferencia de lo que allí ocurre, las designaciones despectivas del negro son en Puerto Rico escasas y de uso reducido a muy pocas personas; en cambio abundan las designaciones eufemísticas deferentes. No existen leyes que marquen diferencias entre blancos, mulatos y negros; tampoco existe segregación y el linchamiento es desconocido. Afirma que nuestro prejuicio es de tipo social más bien que racial y sus manifestaciones .. son más necias y ridículas que violentas y crueles". Además la posición económica, cultural o política tiende a cancelarlo. Pero advierte que hay "un número de criollos que por mimetismo mental y colonialismo intelectual inconsciente tienden a exagerar su grado y su cantidad". Quizá previó, ya desde 1942, el efecto que tendrían las relaciones político-económicas cada vez más estrechas con los Estados Unidos, en modificar la atenuada modalidad del prejuicio puertorriqueño. En efecto: vamos viendo con alarma cómo se ha recrudecido en años recientes y va adoptando formas ajenas a nuestra tradición. que re· pugnan a nuestra sensibilidad. También hemos importado el racismo anti-blanco igualmente condenable, aunque explicable en Estados Unidos. El en· sayo nos invita al análisis de nuestras realidades sociales, nuestros errores e injusticias y a ponerles remedio. Toca una situación vigente todavía, que podría tomarse grave si no nos esforzamos por corregirla a tiempo con sentido humano y social.
Los vates. Esta única novela de Blanco le da pleno derecho a llamarse novelista. En el momento de su publicación, en 1949, iniciaba aquí un nuevo estilo de novelar, cambios interesantes en la estructura narrativa. La limitada edición se agotó rápidamente y pocos lectores jóvenes la conocen hoy. Y es lástima: porque no sólo es obra de gran calidad, sino porque legítimamente puede considerarse precursora de algunos de los ensayos que se hacen hoy en la estructura del género. Los vates plantea problemas de la creación literaria y de las relaciones del escritor con su obra. Pero, como ocurre con toda obra de arte, que lo sea verdaderamente, sobrepasa esa significación y examina la relación conflictiva del hombre y del artista con su propia temporalidad y la de sus obras. La novela conjuga dos planos de ficción organizados en tres partes: un prólogo, una jomada- única dividida en los tres momentos temporales del día, y un epílogo. Javier Algora, dramaturgo que aspira a la perfección de su obra y a la integridad de su persona, ocupa el centro de interés del prólogo y del epílogo. Al final del prólogo, se queda dormido mien6
tras escribe; y sueña. Los sucesos de Sergio Ledesma, protagonista de su sueño y su alter ego, pasan a ocupar el primer plano narrativo. Ledesma se baña en la playa de Cangrejos a la medianoche de la víspera de San Juan, y ve realizadas al día siguiente -según lo afirma la creencia- todas sus aspiraciones de hombre y de escritor. Este segundo relato ocupa la jornada única; al finalizar ésta e iniciarse el epílogo, despierta A1gora y lo ocurrido en el sue· ño determina el nuevo sentido de su vida. El enlace de las partes del argumento y la sustitución o fusión de los dos personajes se logra mediante una técnica de superposición de imágenes tomada del cinematógrafo. El autor de Los vates nos expone por medio de los símbolós de esta novela una concepción del hom· breo Considera que éste se define tanto por su temporalidad como por su aspiración a valores absolutos e intemporales. Esta contradicción da a su existencia un sentido trágico porque la opción por cualquiera de los dos términos implicaría una muo tilación: la renuncia a elementos esenciales y como plementarios de su ser. A Sergio Ledesma la realización perfecta de su ideal lo reduce a la inacción, a la ausencia total de estímulos, luchas y finalidades; al comprobarlo descubre que lo realmente valioso es vivir, sufrir, tener recuerdos y esperanzas, en fin: aceptar la imperfección humana y la sujeción a la temporalidad. Javier Algora, por su parte, descubre que renunciar a lo perfecto e ideal es una traición a su sustancia personal más auténtica. un verdadero falseamiento de sí mismo. Acepta por ello su ostracismo familiar y social y las falsas opio niones sobre su persona y su conducta para ser él mismo y conservar la integridad personal. Para ambos, la decisión es difícil y la sienten como una dolorosa desgarradura. Sin embargo, la conclusión a que llega el autor no es negativa. En el ensayo sobre Lo falso y lo inverosímil, inserto en la historia de Sergio Ledesma como obra suya y estrechamente ligado al plan narrativo y al tema -otra particularidad técnica digna de nota- se admite que hay fuerzas en el hombre capaces de trasmutar la realidad; que dentro de la concepción providencialista del mundo lo prodigioso está previsto y lo inverosímil puede dejar de serlo; o dentro de la concepción científica actual, la complejidad infinita de la realidad abre un margen de posibilidades insondables. Los sucesos de la novela ocurren en San Juan, en la época contemporánea, sobre un trasfondo de paisaje y costumbres puertorriqueños; pero su significado plantea un problema humano que se da en cualquier parte. Sobre Palés 1950. Entre los artículos y conferencias de Tomás Blanco figuran doce títulos sobre la poesía de Luis Palés Matos, el primero de los cua· les se publicó en inglés, en la revista "The American
Mercury", el año de 1930 y es la primera noticia sobre el poeta puertorriqueño aparecida en la prensa de los Estados Unidos. La bibliografía crítica de Palés empezó con el prólogo de Manuel A. Martínez Dávila a Azaleas en 1915; le siguen unas notas dispersas en un artículo de Tomás Carrión Maduro, en el periódico "Luz", de Guayama en 1917, otro de Joaquín Monteagudo sobre El Llavero de Barba Azul, en 1919, el excelente prólogo de Eugenio Astol a El Palacio en sombras, del mismo año; el artículo de José Robles Pazos, Un poeta borinqueño, en La Gaceta Literaria de Madrid, 1927, primera referencia a Palés en la prensa española, y un artículo del profesor Angel Valbuena Prat, de visita en la Universidad de Puerto Rico, titulado Los poemas negros de Palés y publicado en la revista estudiantil Hostos el año de 1929. Pero, en realidad, es Tomás Blanco quien inicia el análisis formal y metódico de la poesía palesiana. Ese análisis crítico comienza con el artículo del American Mercury y continúa a intervalos irregulares desde 1930 a 1958. En sólo la década de 1930 a 1941 escribe diez artículos diferentes sobre diversos aspectos de la obra criticada. Deseo destacar los tres comentarios a sendos trabajos de Margot Arce, 1935, don Fernando Ortiz, 1936; y sobre todo, al prólogo de Jaime Benítez, a la segunda edición del Tuntún en 1950, comentarios que demuestran su gran interés en esclarecer puntos de vista críticos aportando datos iluminadores e indispensables. Unía a Blanco y a Palés una larga y fraterna amistad, gracias a la cual pudo estar mejor informado que nadie en Puerto Rico ~on la excepción de J. l. de Diego Padr6-- sobre la historia de la obra de su amigo. A ese conocimiento profundo, hay que añadir la actitud de franca y leal admiración que sentía por el poeta. La relación fraternal le permitió conocer íntimamente al hombre y en sus frecuentes conversaciones debieron comunicarse y discutir los problemas de la creación literaria. Los trabajos de Blanco sobre la poesía de Palés han sid9 lectura necesaria para los críticos posteriores, y fuente de información de primera mano y entero crédito. En lo fundamental ha señalado cuáles son los valores estéticos de esta poesía y su significación dentro del conjunto de la literatura puertorriqueña. El sostenido interés de Blanco por ella corresponde a la destacada importancia que da en su propia obra a la interpretación de la cultura de nuestro pueblo. Sobre Palés sólo incluye dos ensayos: Escorzos de un poeta antillfl"o, 1937 y Comentarios a una voz, 1938. Sería muy deseable que se publicaran de nuevo conjuntamente con los diez trabajos restantes de los cuales: Reincidencia y ratificación, RICPR, 1958, 1, núm. 7, págs. 35-37; Periplo. Viaje alrededor del Tuntún de Palés, en la búsqueda infructuosa de un reportado pesimismo hipo-
tético, P. R. llust., 6 de enero de 1951, tienen particular interés. Los cuentos.
La mayor parte de los cuentos de Tomás Blanco se han reunido en un tomo de la serie Biblioteca Popular del Instituto de Cultura Puertorriqueña, publicado en 1970. Son nueve cuentos: Los motivos, el más antiguo; Cultura: Tres pases y un encuentro, 1939; Naufragio, 1952; Eleuterio, el caqui, 1954; La dragontea, 1956; La hiel de los Caínes, 1956; Vida y misterios de la Calle de la Tanca, 1963; El Arcdngel San Miguel se inventa un habeas corpus, 1965; La colaboración del tiempo, 1966. No se incluyeron Los aguinaldos del Infante, publicado aparte en 1954; ni Mendelian Tragedy y The solstice of a strange man, que permanecen inéditos. La acción de todos estos cuentos ocurre en la isla de Puerto Rico, dentro del marco de su compleja circunstancia sociocultural. El punto de vista es ontológico. Hasta en las piezas que se ciñen a temas particulares puertorriqueños como Cultura: Tres pasos y un encuentro y Eleuterio, el caqui, el autor clama por la conservación y fidelidad a valores que pertenecen a la vida espiritual de todo hombre; pero en ambos cuentos se confronta el choque de nuestra cultura nacional con la cultura de Estados Uni· dos y se previene del peligro de la imitación literal que falsea lo propio y lo deforma. Dan sentido a los cuentos: la denuncia de lo falso y de la destrucción irresponsable de los valores propios; el señalamiento del deber de fidelidad a la propia identidad y del sentido de solidaridad con el prójimo, la invitación a la resistencia heroica contra el mal y a respetar la obligada moralidad de los medios. También indaga sobre los problemas que surgen del ejercicio de la vocación literaria. Casi todos los errores y deberes señalados -salvo los que son resultado de la mentalidad colonizada- se dan en todas partes. Pero no se trata de exponer una tesis, o de lograr una finalidad didáctica, sino de iluminar una situación o un acontecer psicológico y de suscitar la reflexión del lector. Son un llamamiento a la inte· gridad de la conciencia y a la confrontación libre y honrada con la verdad personal íntima. Blanco maneja el género cuento con suelta destreza y ensaya diversos tipos narrativos y técnicas nuevas. En el conjunto encontramos ejemplares del cuento infantil simbólico, de la fdbula de animales, la leyenda, la tradición al estilo de las tradiciones peruanas de Palma, el cuento sicológico y el de puro entretenimiento,' y hasta ima deliciosa caricatura de leyendas hagiogrdficas medievales punteada por alusiones a la situación actual del mundo. En algunos cuentos aparece el tono irónico o juguetón, y las notas al calce, las referencias bibliográficas y las 7
aclaraciones al texto revisten a éste de una erudición ambigua que es parte del juego y humor narra· tivos. No es la anécdota lo que importa en estos: cuen· tos, sino el acontecer sicológico, el análisis del carácter o las reflexiones sobre problemas humanos. En algunos, lo narrativo pierde terreno para acercarse a las formas del ensayo, y los limites entre uno y otro género se toman difusos. El autor se vale con mesura de varias innovaciones técnicas, pero evita que el énfasis en la estructura malogre el in-. terés del relato. Narra bien y con gracia, y retiene la atención del lector.
Los cinco sentidos. Los cinco sentidos, publicado en 1955, en esmerada edición, lleva el subtítulo de Inventario de cosas nuestras y contiene cinco ensayos descriptivos que corresponden a cada uno de los sentidos corporales: Entraña de la guajana a la vista; Serenata del coquí al oído; Esencia de la mañana y musaraña de la noche (el café) al olfato; Aventura de jugos y pulpas (las frutas) al gusto y Ditirambo decorativo de las brisas, el tacto. El inventario quedaría completo más adelante con tres ensayos adicionales agrupados bajo el título de Las potencias del alma que Blanco proyectaba escribir. De este segundo libro sólo se ha publicado en 1959, en la revista del Instituto de Cultura, un fragmento de El mito del jíbaro y un apéndice a éste, titulado El sustantivo jíbaro, aparecido en la misma revista al año siguiente. Sospecho que este ensayo correspondería a la potencia que llamamos memoria. El tema fundamental de Los. cinco sentidos vuelve a ser Puerto Rico: una interpretación reflexiva, hondamente poética y personal de cosas nuestras. En sus páginas late un entrañado y lúcido amor a nuestra tierra y nuestra gente, ya como embeleso sensorial, ya como inteligencia, o como sentimiento. La visión de los seres de nuestro medio natural, visión idílica, añora la perfección de los orígenes. En cierto modo, Los cinco sentidos complementa la reflexión histórica del Prontuario, pero desde otro punto de vista. Por la lectura del aludido Mito del jíbaro, me parece adivinar que en Las potencias del alma la atención del escritor iba a dirigirse al hombre puertorriqueño y sus creaciones culturales; aunque no puedo afirmarlo categóricamente. Los cinco sentidos pertenece al grupo de las obras capitales de Blanco. En ocasión anterior he dicho que las intuiciones poéticas pueden llegar más lejos que la historia y pueden arrancar a la sustancia histórica su significado profundo y universal. La guajana, la nota del coquí, el aroma del café, las sabrosas pulpas de las frutas tropicales, la frescura de las brisas, no 8
solamente conforman nuestra sensibilidad, la des· piertan y refinan, sino que, al contemplarlas tras el cristal de la poesía, se nos presentan como microcosmos, espejos que nos devuelven reducida, pero reveladora, la imagen del macrocosmos. La actitud de Blanco ante los seres recuerda la del místico español Fray Luis de Granada. En el estilo descriptivo de estos ensayos la máxima precisión científica, realismo y objetividad se funden con la máxima idealización e intuición poéticas. El punto de vista es lírico; un cántico apasionado de alabanza y deleite, que no impide la reflexión incidental sobre nuestras realidades mora· les, nuestras tradiciones y costumbres, los cambios que nos deforman. Hablando de las frutas importadas y aclimatadas en nuestro suelo el autor afirma que: "posiblemente la esencia misma de lo antillano consista en haber venido de ultramar y haber pactado con la tierra llegando al equilibrio armónico del aplatanamiento en el mejor sentido" También censura a "alguna enajenada buena gente de esta Antilla (que) no se cura de sus propias cosas (y) goza del fraude y la falsía, que pagan caros con tal que sean urdidos en rascacielos de cuarenta pisos". "En lo íntimo -añade- estdn deseanciliadas con sus propios tuétanos, pero no se dan cuenta." Los cinco sentidos encierran también sus mora· lejas y doctrinas que podrían resumirse en el elogio de la vida sencilla y natural, libre de afectación y artificio, en la invitación a la conciliación íntima del hombre con su tierra, y a la prudencia en la conservación de sus buenas, sanas, sensatas costumbres del pasado tanto como en la selectiva adopción de las novedades foráneas. Incita este hermoso libro al conocimiento y cultivo de lo propio como medio seguro de entrar en posesión de nosotros mismos.
Miserere y La Dragontea. No creo que sea arbitrario reunir en uno solo el comentario de estas dos obras, al parecer, tan dispares. La primera es una meditación teniendo a la vista el álbum de pinturas de Rouault, Miserere,' la segunda, un "cuento de Semana Santa", según el autor; pero ambas se refieren a situaciones morales de la vida contemporánea que afectan al hombre como tal. En ambas se manifiesta el humanismo cristiano de Blanco y sus preocupaciones ético-religiosas. Tienen asimismo relación con el "cuento de Navidad", Los aguinaldos del Infante, 1954. La dragontea denuncia, bajo la intención ejemplar de la fábula, la gran tentación y disyuntiva del hombre contemporáneo ante el problema del mal, del mal no como pura abstracción, sino como encaro nación peculiar a las circunstancias del presente. El autor rechaza categóricamente la ley .del Talión y propone, como ÚRica solución aceptable, el combate
heroico, conocer y evitar por todos los medios éticamente legítimos el peligroso contagio, preferir la muerte a justificar los medios por el fin. En Miserere medita sobre el dolor de vivir, sobre la desnudez y soledad del hombre; denuncia el delirio y brutalidad de la guerra, la liquidación de los enfermos incurables, los fallos hipócritas de Nuremberg dictados con las armas en la mano; el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, bomba .. que parieron -jupiterinos- los genios y técnicos de la civilización occidental". Es un grito de contrición que admite la responsabilidad personal en toda culpa colectiva y clama misericordia para todos. La contemplación estética del álbum de Rouault se trasforma en experiencia religiosa de contrición reforzada por las referencias al salmo 50 de la Vulgata. Los aguinaldos del Infante, glosa intencionada del capítulo segundo del Evangelio de San Mateo, se aplica al orden temporal para advertimos que en los negocios y circunstancias modernas de la ciudad terrena, convendría para bien de todos, la armonía moral y espiritual que resulta del ejercicio de las virtudes teologales y de la superación y vencimiento de las pasiones egoístas y violentas.
La poesía.
En el año de 1964 se publica por los cuadernos de poesía del Ateneo Puertorriqueño, Letras para música conjunto de todas las poesías que Tomás Blanco ha querido dar a la estampa, pues ya hemos dicho que cultivó ese género desde muchacho, y es lógico presumir que siguió escribiendo versos hasta la aparición de este cuaderno. Todos los poemas allí incluidos fueron concebidos como letras para cantar, o sugeridos por alguna obra musical gustada por el autor. Tres estrofas de amor para soprano lleva música de Pablo Casals; Tragedia arcaica se inspira en un divertimento de Bela Bartok; Cancioncita silvestre y Cuatro sones en música de Jack Delano; y Los espejos propone tres temas para orquesta... La poesía nació, como sabemos, unida a la música y el canto, aunque luego haya cobrado vida propia y aparte. Blanco le devuelve aquella unidad primigenia posiblemente porque su tema poético preferido es el amor humano integral, "calificado y sublimado -según dice- por su propia esencia"; un amor, cuya representación verbal nos recuerda pasajes de La voz; a ti debida de Pedro Salinas y cobra mayor intensidad expresiva en la lírica pura. También describe con embeleso en una serie de va· riaciones que recogen su cambiante hermosura, el paisaje de Puerto Rico, o lo convierte en fuente de plásticas imágenes del amor y la mujer. Por momentos nos parece escuchar en los poemas ecos le-
janos de cantos populares hispánicos; pero los versos son cultos y el ritmo tiene un aire muy moder· no, libre, recortado, disonante. No podemos resistir la tentación de citar algunos que nos parecen de una extraordinaria precisión descriptiva:
Toda la tarde se meció en honduras inesperadamente Afuera: ventoleras del equinoccio tropical e isleño. Un aguacero se desploma súbito; y, luego, la llovizna persiste leve, lenta, interminable: larga y suave caricia. "Cantata del amor·amor", pág. 32.
Isla de la palmera y la guajana con cinto de bullentes arrecifes y corola de soles. Isla de amor y mar enamorado. Bajo el viento: los caballos azules con sus sueltas melenas; y con desnuda piel de ascuas doradas, el dorso de las dunas. Isla de los coquís y los careyes con afrodisio cinturón de espuma y diadema de estrellas. Isla de amor marino y mar embelesado. Bajo los plenilunios: húmedas brisas, mdgicas ensenadas, secretos mato[rrales... y el unicornio en la manigua alzado, listo para la fuga, alerta y tenso. "Unicornio en la Isla", págs. 63-64.
Este poema ha merecido un hermoso comentario gráfico de Lorenzo Homar. No sólo se conjugan en la obra poética de Tomás Blanco la música y el verso. Como decía el mismo Homar muy acertadamente la plasticidad .de las imágenes nos permite ver la forma, el escorzo, el color de las cosas; tocar la calidad de su textura, oler sus aromas, gustar sus sabores. Tanto en la prosa como en el verso y por el mágico poder evocador del verbo, Blanco -como los poetas, pintores y dramaturgos del barroco español- logra la fusión de todas las artes. También ha cultivado el muy difícil arte de la traducción. Domina la lengua inglesa y conoce bien las letras angloamericanas. Frecuentes citas de poetas y ensayistas ingleses encabezan como lemas sus 9
escritos; la dedicatoria y las notas de Por el hilván de un cuento se redactaron en inglés, así como ]a aludida trilogía de cuentos Love and Other Extra· vagancies. Ha traducido en 1949, tres poemas de Langston Hughes y, del francés, un texto de André Malraux: Poesía y·-pintura.
Trayectoria.
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Este suscinto recorrido por la obra literaria de Tomás Blanco nos permite observar y caracterizar su trayectoria en el tiempo. Los primeros escritos de contenido histórico se refieren -tanto en el Prontuario como en los artículos de periódico- a la vida material y espiritual de Puerto Rico; en una segunda etapa, que se inicia con los cuentos y la novela Los vates, eleva los sucesos y caracteres y Jos transfigura medIante la ficción narrativa y en la etapa final, asciende al nivel aún más elevado de la lírica y la meditación ético-religiosa. Pero debe· mas aclarar que estos· momentos también coinciden temporalmente y, tal vez, sería más exacto decir, que se trata de tres niveles distintos de aproximación a la realidad que marcan un alejamiento de lo particu]ar-eoncreto hacia ]0 universal·humano. Al mismo tiempo, la obra se va despojando de las técnicas del método científico y abandonándose a la libertad imaginativa y poética; y la preocupación política, predominante en los primeros escritos, cede el paso a planteamientos ético-religiosos referidos al hombre como tal y a situaciones del mundo contemporáneo. Los cinco sentidos señalaría el punto en que ]a aproximación analítica al medio físico puertorriqueño se transforma en efusión lírica y contemplación poético-religiosa de los seres. El subtítulo de estos ensayos, Inventario de cosas nuestras, podría servir para definir el carácter general de la obra literaria de Tomás B]anco, cuidadoso asiento de todos los bienes materiales y espirituales de la comunidad puertorriqueña hecho con orden y calificada distinción. Hoy se suele preguntar si los escritores y artistas están comprometidos con una ideología política y se les exige que den testimonio de ese compromiso por medio de la acción. Se olvida que las obras literarias son también acciones, y muy poderosas, puesto que libros hay y obras de arte que han trastornado y cambiado el mundo. Por eso existe la censura de libros y se persigue a los escritores en varios países. El compromiso de Tomás Blanco con Puerto Rico, patente en cada página de sus obras, responde a principios éticos y convicciones profundas. Pero además, y en varias ocasiones, ha determinado actuaciones suyas en defensa de la justicia, de los derechos civiles, de la lengua materna amenazada, la condena indignada de la masacre de Ponce y de la agresión fascista a 10
la Segunda República Españo]a, en 1936. Fue fundador y primer presidente del comité puertorriqueño de Derechos Civiles; figuró entre los que piquetearon en señal de protesta a] Comité de Investigación de actividades antiamericanas cuando estuvo en Puerto Rico con la intención de continuar aquí sus pesquisas; se negó con otros puertorriqueños a comparecer ante la primera Comisión del Status porque juzgaba que ]a libertad y el derecho a la soberanía de un pueblo no se discuten, y menos ante un tribunal de extranjeros, representantes del poder colonial. Pero, sobre todo, ha querido ser fiel a sí mismo y responder al dictado de su conciencia. Y en esto se funda su dignidad de hombre, de escritor y de puertorriqueño.
El lenguaje. La lectura de la obra de Tomás Blanco es para· digma y lección de buen uso del lenguaje. Pocos escritores nuestros han alcanzado como él una conciencia lingüística tan lúcida y bien desarrollada. Posee en alto grado lo que llamamos "don natural" o "sentido de la lengua"; pero también sabe de fi· lología y de lingüística lo que le permite acercarse intelectualmente al problema del lenguaje. Su preocupación por la situación peculiar del español en Puerto Rico y por evitar las deformaciones que han resultado del intento de americanizamos mediante la imposición del inglés como lengua de aprendizaje en los primeros cincuenta años del dominio de Estados Unidos sobre nosotros y como lengua oficial investida del prestigio que le otorga ser la lengua del Imperio, de las transacciones comerciales, las comunicaciones con el exterior y de la tecnología científica, profesional e industrial. Sobre la mentalidad del colonizado ese prestigio y la inevitable necesidad de usar de la lengua imperial, operan en forma enajenante llevando a la minus valoración de la lengua materna, a olvidos deliberados y empobrecimiento del léxico, a deformacionel> semánticas y de sintaxis, a ausencia de matices y a una general torpeza de expresión. Blanco afirma que su lengua, el español, es más suya que de un vasco, un catalán o gallego. Y porque así lo siente, se ha cuidado de mantenerla libre de esos peligros mediante la frecuentación de -los mejores escritores hispánicos, de América y de España, y la atención y aprecio del habla del pueblo. Podemos admirar en sus obras la riqueza y amo plitud del léxico, la precisión semántica, la matizada, irónica gracia del tono y el difícil acierto con que incrusta sobre la base de vocabulario culto, las ági· les y entrañables voces del habla popular y regional. Con frecuencia intercala en el discurso observacio-
nes sobre el significado de ciertos vocablos en un esfuerzo por precisar la variedad de sus matices y usos en el habla común puertorriqueña. Maneja con igual destreza el español culto, los tecnicismos, las voces y modismos regionales y logra fundirlos en una unidad tan apretada y ágil que el esmero artístico de la expresión cobra 'la apariencia de lo espontáneo y viviente. Me parece peculiar y distintivo de su estilo haberse propuesto la trasposición poética del habla de nuestro pueblo hasta elevarla a rango literario y artístico. Y lo ha logrado gracias a su buen gusto, y a una atinada selección que excluye lo vulgar o grosero para que no disuene al incorporarse a un contexto culto, sin que por ello desdeñe
aprovecharlo donde sea absolutamente necesario a su intención. Otro rasgo -de igual mérito- con· siste en acertar con la palabra precisa, el adjetivo justo, la imagen plástica y poderosamente evocadora. Cuando comprobamos con alarma la indiferencia general hacia la expresión descuidada, imprecisa, vulgar, chata, hija de la pereza y de la tendencia hacia lo uniforme e impersonal, la obra literaria de Tomás Blanco, por su aspiración a dignificar y enriquecer nuestra expresión verbal, merece ser leída con atención. meditada y emulada como ejemplo para todos. Tomás Blanco es uno de los escritores más representativos de las letras puertorriqueñas contemporáneas y uno de nuestros clásicos.
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Serenata del Coqui* Por
oÍA E ruidoso hasta la fatiga yRIco, el agotamiento, al borN LA CAPITAL DE PUERTO
EL
SUELE SER
de mismo de la neurosis; lleno de griterías, zumbidos y estridencias; atronado de aviones, sofocado de altoparlantes y fonógrafos, ensordecido de velloneras, acuchillado de bocinazos; desgarrado por al· borotos de perros malcriados y chiquillos realengos, abacorado y hostigado por insistentes vociferaciones -mecanizadas y ambulatorias- de políticos, anunciantes, locutores, charlatanes y propagandistas... Mucho de este ruido urbano, pero incivil, se desborda a favor de las carreteras y las radios e inunda buena parte de la zona rural. y, como aun así no cabe todo él en las horas de sol, siempre resta un rezago que se agazapa y requeda en malicioso acecho para resurgir inesperadamente con broncos borbotones o alaridos mecánicos, de rato en rato, durante la noche.
* * * En campo abierto, la noche es sonora; pero de una sonoridad sin exabruptos ni sobresaltos, más bien tranquilizadora y sedante para el que está familiarizado con ella. Son sonidos elementales, naturales, casi amistosos; por lo común, en tono menor, comedidos, sin jactancias. Salvo las clarlnadas del gallo, que aquí es no sólo diana del alba y despertador de la aurora, sino reloj de repetición, centinela de la noche que, hora por hora, pasa a su vecino -y éste a otro, y el otro a otro, hasta perderse en la distancia- su presumida voz de alerta. (Si no advierto en son de reto que permanezco en vela
* Del libro Los cinco sentidos. Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1968. 12
TOMÁS BLANCO
-parece proclamar con su altanero u ¡Aquí-estoyyo'''- pudiera ser que alguien se atreva a perturbar el orden de las cosas y ocurra una catástrofe.)
* .. .. En su total conjunto, la sonoridad nocturna se expande como en círculos concéntricos hasta las lontananzas; y, entonces, se dejan oír susurros y murmullos que, usualmente el bullicio diurno y el trajín ciudadano sobrepujan y acallan; pero que, depurados, se filtran por las distancias de la quieta noche. Así, llegan a flor de oído el rumor de los juegos varoniles del mar sobre la playa y los vaivenes del haldeante frufrú que causan los retozos de las fron· das con el viento. Acaso, a media lejanía, un ojisabio múcaro vierte el cántaro de su voz regañona sobre el ubicuo, unánime, monótono y asiduo coro de insectos y batra· cios. Y, por entre esta menuda y parpadeante mulo titud acústica, que a fuerza de invariable reiteración unísona resulta casi arrulladora, se distingue y destaca la voz duende del coqui, nítida, clara, húmeda, líquida; que es el más típico y característico sonido de la noche puertorriqueña.
.. .. * El coquí es la vanguardia de la orquesta nocturna. El es el primero en despertar, -apenas puesto el sol, aún no apagadas las luces del crepúsculo. Desde los montes y sabanas llega a las poblaciones; y, no es raro que se cuele invisible por entre la más tupida red de calles asfaltadas hasta el mismo corazón de las ciudades, con tal que encuentre allí un pal-
mo de jardín o un poco de tierra humedecida y unos cuantos matojos. Sus ventrílocuas notas adquieren un curioso matiz de intimidad; y, estando fuera de las casas, a poco que se aproxime a ellas, se le escucha como si estuviera bajo techo, compartiendo con uno el aposento; incitándonos, oculto, desde los rincones, a que juguemos al esconder con él. La onomatopeya de su propio nombre reproduce satisfactoriamente el tema de su canto: inacabable repetición rítmica de las dos sílabas, co-quí, la última más aguda y cristalina y algo más prolongada, ambas muy netas y precisas, seguidas de una pausa que dura doble tiempo del que toman las dos notas juntas. El timbre es limpido, agradable, bastante semejante al del silbido humano, pero un poco ahuecado y un tanto xilofónico o acuático; sin gran volumen, pero muy resonante. El tono es más de tenor que de barítono, como la llamada de un pájaro de mediano tamaño y excelente garganta. Tiene la turbadora cualidad de engañar al oído en cuanto a la localización exacta de su procedencia. Y, sugiere un estado de obsesión, de soledad, de anhelo. A veces, de tarde en tarde, marca una variación en breve serie de notas -cinco, por lo común- que son, qui. zás, levemente más rápidas y atenoradas, con el acento siempre recargado en la última: ¡co·qui-quiqui-qul!
* * * Difícil es que nadie pueda permanecer un par de noches en Puerto Rico sin oír la serenata del coquío En cambio, muchos han nacido en la isla y vivido aquí toda la vida sin lograr verlo nunca. Por otro lado, a quien no lo conozca y le observe por primera vez en pleno día, se le hará imposible imaginar que lo que mira es el pertinaz cantante nocharniego. Tanto así, que yo estoy por creer en la leyenda que contaba mi antigua niñera, Ma Antonia, cariñosa y magnífica negra, de las de pañuelo de Madrás en la cabeza, voluminosa y pierniflaca, y siempre sonreída, limpia, almidonada. Según ella, el coquí debe ser una maravillosa avecita canora, linda como el colibrí, que ha sido encantada; un hechizado pajarito, de carácter mimoso, juguetón y sociable, que -sabe Dios porque propia travesura o ajena envidia- ha sido condenado a pasarse las noches solo, completamente aislado en medio de la, vida, llamando y llamando y llamando en inútil empeño de lograr compañía; profundamente desolado, pero sin desesperar jamás. Y, si alguien, por fin, tras mucha búsqueda, alcanza a verlo, en ese mismísimo instante se transforma y desfigura de tal modo que no es posible reconocer en él al dueño de la voz que invitaba a buscarlo.
* * * Pero los científicos sabios -que casi siempre tienen gran parte de razón en lo que dicen, aunque con frecuencia se equivocan como cualquier hijo de vecino y, a veces, nada saben de las verdades últimas- afirman que no es así, que todo eso es pura fantasía. Porque los naturalistas profesionales, en especial los herpetólogos, alegan haber capturado, disecado, estudiado y catalogado al caqui. Y, además, nos lo han fotografiado a punto de dar su canto al aire con la garganta inflada como una gaita enorme. El coquí, dicen ellos, es un minúsculo animalejo, clasificado -quizás un poco arbitrariamente, digo yo, por lo que después se verá- entre los anfibios, de la familia de los sapos y las ranas, pero de género zoológico diferente. El nombre y apellido científico de su especie 'es Eleutherddactylus portoricensis; que traducido literalmente al cristiano quiere decir "el puertorriqueño de los dedos libres". Porque no se tome a mala parte eso de su libertad digital, debe aclararse que así se llama por no ser palmípedo como una rana cualquiera, por no tener ni residuo de membrana natatoria entre los dedos de los pies ni de las manos. Por lo tanto, no está preparado para vivir en el agua. En compensación, tiene una especie de disco adherente en la punta de cada uno de sus dedos, y de ellos se sirve para trepar matas arriba, donde acostumbra vivir. Por eso pienso yo que hay bastante arbitrariedad en cIaclasificarlo como anfibio; pues ni siquiera en su infancia o niñez fue renacuajo acuático. De hecho, el puertorriqueñísimo coquí resulta ser, en la literatura científica, "realmente famoso", según advierte Karl P. Schmidt: "porque sus huevos y sus embriones fueron base para el artículo de Peters en que se describía su desarrollo directo. con supresión de la etapa de renacuajo. característica universal del género eleutberodactyl,' y. las ilustraciones de Peters figuran todavía en gran número de textos." Parece ser que es indígena de Puerto Rico y no se encuentra en ninguna otra isla ni tierra firme. Pero en nuestra antilla abunda casi por dondequiera. Se le halla de Mayagüez a Humacao, de Ponce a Santurce, en el Yunque, a dos mil pies de altura yen Cataño, casi por debajo del nivel del mar. Le gusta habitar en el centro de las plantas bromelias y liliáceas o entre las hojas de las matas de plátano y guineo, pero en caso de necesidad se acoge a cualquier yerba o arbustillo. Su tamaño es diminuto. Por lo regular, un adulto mide -de proa a popa - treinta y. cinco o cua13
renta milímetros, poco más o menos; y, la parte más ancha del cuerpo (alrededor de unos quince mi· ]fmetros) es la cabeza. La coloración es notable por sus muchas variaciones. Lo más frecuente es que, por arriba, sea moreno, de diversos matices, entre pardo y ceniciento o melado oscuro, a veces rojizo, a veces casi negro: usualmente moteado y marcado de ]fneas o bandas. Por debajo es más claro, amba· rino, amarillento o verdoso pálido; y, la superficie ventral o interior de los muslos es roja o de un color ferruginoso o rosado vivo. Tal es el caqui verdadero y genuino, el portorricense, el que al cantar dice claramente co-qui. Porque tiene un pariente de su mismo género aunque de diversa especie -Eleutherodactylus Antillensisal que la gente también llama vulgarmente caqui. Pero es fácil distinguir entre uno y otro. Por la vista, se les diferencia principalmente, porque el An· tillensis o antillano es más pequeño; y, muestra un dibujo reticulado y oscuro en la superficie ven· tral de los muslos. Por el oído, es igualmente fácil distinguirlos. El canto del Antillensis es menos canto que el del verdadero caqui; es -por así decirlomás multitudinario, menos individual; y, mucho menos deliberado. Su timbre es bastante más metálico.
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En realidad, nunca dice co-qui. Emite una frecuente y relativamente larga serie de notas uniformes: ki-kiki·ki-ki·ki-ki... Como una campanita un poquitín cascada. Cuando de vez en vez da sólo dos notas, sue· na algo así como entre kri·í y tri·i o, quizás, entre tro-i y to-i
* * * Los datos de carácter científico que arriba he anotado, los aprendí yo cuando me picó la curiosidad de averiguar estas cosas, hace bastante tiempo. No sé si de entonces a acá haya cambiado el criterio científico sobre nuestro caqui. Todo podría ser; pues dicen que de sabios es variar de opinión. Y, a lo me· jor, a estas fechas, pudiera ser que los naturalistas más documentados estuvieran de acuerdo con la hipótesis de Ma Antonia, mi antigua niñera; que el coqui sea, en verdad, un noctám~ulo duende, un misterioso y raro pajarito encantado, que se pasa las noches clamando por hacer compañía, sin que nadie pueda jamás encontrarlo en su ser natural. A mí no me extrañaría.
La hiel de los Caines* Por
L
UCAS y MATEO ERAN DOS HOMBRETONES JÓVENES Y
en salud. Mateo tenía un oficio: era albañil. Lucas, con algunas más letras y más holgados recursos familiares, había sido aprendiz de varias cosas; pero no era maestro sino en vivir "a lo que cayera" --como decía él- empleándose hoy en ~ chamba y mañana en otra. Con sobrada frecuencIa se las arreglaba para no trabajar en cosa alguna, recostándose en el amparo del hogar paterno y las benevolencias de la madre. Una vez fue quincallero ambulante. Había temporada en que cuidaba gallos de pelea o revendía billetes de la lotería. De cuando en cuando, se ocupaba también en algunos quehaceres menores del garage del pueblo, porque allí se atraía el ambiente de briba y de trajín que creaba en los alrededores la bulliciosa frecuentación de automóviles de línea y guaguas trashumantes. Por algún tiempo, hasta se metió a chófer, sin la licencia necesaria para ello. Según él, había sido, en esa ocasión, chófer a la brava, por sus pantalones; pero, en verdad, 10 fue por condescendencia pública, por negligencias de la Policía, y por complicidad del dueño de la destartalada camioneta que guió. Hasta que sobrevino el accidente" inevitable. Aunque existían hondas diferencias de carácter entre Mateo y Lucas, se les veía mucho juntos; y, les tenían por amigos íntimos. En rigor, se trataba de una relación bastante circunstancial y precaria, porque Lucas era demasiado voluntarioso y egoísta para llevarse enteramente bien con nadie. Engañándose a sí mismo, no creía necesitar de afectos bien cimentados ni del trato normal con los demás; pero le importaba mucho suscitar en sus congéneres cierto tipo de impensada y momentánea admiración babieca, que nada tiene de común con el aprecio y la estima. Cuando ni ese fuego fatuo conseguía, se malti
* Del libro Cuentos sin ton ni son. Instituto de Cultura Puertorriqueña.
TOMAs BLANCO
conformaba llamando sobre sí la atención del prójimo por los medios absurdos y triviales que utilizan los niños antes de alcanzar la edad de la razón. Nunca se sentía dispuesto a cultivar con alguna constancia otra cosa que no fuera la arbitrariedad de sus caprichos; aunque así derrotara sus propias ambiciones, y, aún a veces, sus gustos. Ponía, en todo ello, añadiduras de petulante desfachatez, algo forzada. y, en el hondón oscuro de su ánimo, arrastraba un dudoso con~epto de sí mismo. Pero Mateo -a quien sobraban amigos cordiales donde quiera- procuraba llenar un poco el vacío total de amistades en que Lucas vivía. Movido por una especie de comprensión zahorí, y por sus inclinaciones generosas, Mateo le brindaba, espontáneo y sincero, su compañerismo. Lucas sólo aceptaba la mera compañía. Entre sus edades no mediaba gran desigualdad. Se conocieron en la niñez: en la escuela, en los juegos y en las travesuras. Luego fueron vecinos cercanos, cuando Mateo, al quedar huérfano de madre y solo -ya muchacho espigado y formal- tuvo que ir a vivir con su padrino. Además, les unía un vínculo secreto; porque, sin que ninguno de los dos lo supiera, eran hermanos de padre: Lucas, hijo legítimo de una buena mujer, mujer muy buena. Ma· teo, único hijo del amor desprendido de una viuda, sana de corazón, hacendosa, simpática, bonita, vivaracha... sin más reparo que aquel hijo de sus entrañas, en el buen nombre que todo el pueblo le otorgaba. Con rara unanimidad, hablaban bien de ella lo mismo las señoronas más cuerdas y sesudas, que las más casquivanas y chismosas comadres. Hasta las beatas, por rígidas, gazmoñas y fisgonas que fueran, la tenían muy en mucho. Los hombres -¡ni se diga!- la ponían por las nubes. El padre de ambos jóvenes era un pueblerino maestro de obras, en pequeña escala. A ello se debía que Mateo fuera albañil; y, que junto a él, Lucas 15
hubiera sido, unos meses, aprendiz del oficio bajo el mismo maestro. En general, las circunstancias, antes que entorpecer, favorecían una recíproca y arraigada amistad entre los dos. Eso hubiera sido lo normal. Pero no era así. Aunque Lucas, en el fondo, a pesar suyo, sentía con frecuencia vaga sed de amistades; su va· nidosa malacrianza no le permitía mostrar la más leve transigencia o concesión cariñosa hacia un posible amigo. Ni perdonaba a nadie el desorbitado tributo que exigían sus falsos pundonores y quisquillas. Actuar de otra manera equivalía, para él, a humillarse, a traicionarse: "cosa inaguantable y mal vista en un macho completo". Siempre le fue más fácil apelar al desgaire, la faramalla y el embuste. Y, sólo en virtud de ser Mateo comedido por educación y noblote por naturaleza, no había surgido a cada paso, entre ellos, una grave violencia ni un tajante disgusto. *
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Cierta vez, Lucas se ausentó del pueblo varios días, sin que por casi un mes nadie supiera de él. Cuando volvió, venía satisfecho y orondo, enigmáti· camente sonreído, un tanto más displicente y altanero que de costumbre; dándose aires de gallo cam· peador que retorna a la Jaula sumisa del propio gallinero tras haber asustado algún pollo realengo de la vecindad. En aquel pueblucho se estaba, él, desperdiciando. Su regreso no era para quedarse empantanado allí. Dentro de poco volvería a marcharse. Entonces, no pararía hasta la Capital. Luego, más tarde, ya sao brían" de él. Les pondría una tarjeta postal desde Miami o desde Nueva York. Era indudable que había sacado provecho monetario de su viaje. Lucía ropa nueva. Gastaba un poco más que antes. Y, dejaba entrever, de rato en rato, un mediano fajo de billetes de a peso. Pronto corrió el rumor de que aquellos dineros eran agradecidos regalos de galantes mujeres. Mu· jeres descubiertas y cultivadas por Lucas durante su ausencia. Unos se referían crudamente a fáciles conquistas de mujerzuelas imbéciles. Otros aludían, con im.inuaciones misteriosas, a reales hembras "de plata" y de buen tono que, no obstante, supieron apreciar los quilates de Lucas. Entre los incrédulos, los aguzados y los cínicos, no faltaron, sin embargo, quienes alegaban que ambas alternativas eran sólo una y la misma cosa. Dejando caer, aquí y allá, medias palabras, como al descuido y sin querer hacerlo, fue el propio Lucas quien echó a rodar tal cuento. Sus contertulios del garage, entre aspavientos, guiños y cuchufletas, se encargaron de propalar la historia, abultándola, in· 16
ventando, de paso, fantásticas peripecias y grotescos detalles. Lucas se pavoneaba presumido, halagado por el aura garañona de los sementaleños al· quileres que se le achacaban, cual si fuera una ennoblecedora ejecutoria de hazañosa hidalguía, un honor alto y claro, el cénit de la fama y de la gloria. Al cabo de unos días, desteñida la novedad del repetido y manoseado chisme, se agotaba -en aquel caso- el deporte verbal de los charlatanes, fabula· dores y cuentistas. Al par que actualidad, el tema perdía méritos, posibilidades y atractivos. Los mismos que 10 habían divulgado con mayor lujo de comentarios y minucias, empezaron a ponerlo en ridículo, a tomarlo a chacota, a no creer ni en la abundancia del dinero que habían visto gastar. Pero hubo alguien que, cuando menos, del dinero gastado no dudó; y, comenzó a barruntar otras sospechas de su procedencia, de su origen: -¿Un timo, un hurto, un robo a mano armada, un atraco o asalto en despoblado?- Cualquier cosa parecía posible tratándose de Lucas, dada su voluntariosa falta de voluntad y de carácter. Iba a surgir un nuevo ciclo de siniestras conjeturas que avivara el interés por la ya casi moribunda historia. La versión revisada podría tener funestas consecuencias. • En este punto, Mateo creyó discreto intervenir. Hasta entonces había permanecido un poco retraído, sin mezclarse ni para bien ni para mal en los rumores que, sobre las supuestas aventuras de Lucas, andaban circulando de boca en boca. Pero, recientemente, por el azar de una casualidad se había enterado, con pruebas a la vista, de la verdadera fuente del dinero. Nadie más en el pueblo 10 sabía. Lucas lo había ocultado demasiado bien. Y, ahora, se le venía encima -se veía venir- un malicioso escándalo y, posiblemente, hasta formal acusación de un crimen. El nuevo giro que iba tomanao la maledicencia obligaba a temerlo todo. Así las cosas, pues, Mateo juzgó prudente y oportuno intervenir. Como primera providencia, quiso tener con Lucas una conversación sobre el asunto: y, fue a verle a su casa. Le encontró solo, en el bao tey, encuclillado y atareado. Abría unos cocos secos, utilizando para ello un pequeño marrón de picar piedra -una especie de escoda pesada- que siempre andaba rodando por allí. Con este martillo pedrero en la mano derecha y un coco sin abrir en la zurda, Lucas se puso en pie, casi en guardia, al ver llegar al otro. Mateo fue derecho al grano; y, contra su costumbre, afeó, severo, el proceder de Lucas: ¿Por qué se complacía en criar mala fama? ¿Por qué se regodeaba en tan viles mentiras? ¿No comprendía que le empezaban a tildar de criminal? Si las murmuraciones continuaban, la Detective se vería forzada a tomar cartas en el asunto. Debía ponerse coto a todo eso. Pero, en seguida. Sin pérdida de tiempo. Desgraciadamente, nadie sabía en toda la
comarca -más que ellos dos- las circunstancias verídicas del caso. Y era hora de que ambos, de con\ún acuerdo, desmintieran las falsedades y patrañas que corrían. Lucas replicó seco y duro. -Y, eso a ti, ¿qué te importa? Además, yo no entiendo ni pío. ¿Cuáles son esos secretos que tú dices que sabes? -Pues la santa verdad -le contestó Mateo-. Lo sé por una serie de coincidencias. Sin haberme que· rido meter en averiguaciones de ninguna clase. Pero, no sé sino lo que tú mismo sabes mucho mejor que yo: que los chavos que andabas gastando por ahí, te los ganastes a puro pulmón, honradamente, estiban· do sacos de azúcar en el puerto de Guánica. En la nómina de los trabajadores del muelle, sin embargo, te enlistaste con un nombre falso. En vez de dar tu nombre, diste el mío. Por ahí, por ese hilo, ca· sualmente, descubrí el enredo... ¿Para qué esos líos? ¿Por qué haces esas cosas tan estúpidas? Lucas, fuera de sí, le soltó un improperio feroz. Mateo volvió la espalda para irse y dejarlo en paz, sin decir más palabra, tratando de evitar una irreparable ruptura, esperando convencerle más tarde, otro día, cuando se le pasase la rabieta. Lucas quedó un momento rígido. Pero, en seguida, furioso, ciego de ira, le lanzó, uno tras otro, casi a la vez y con todas sus fuerzas, los proyectiles que tenía en las manos: el coco y el martillo. La reacción había sido impremeditada, casi instantánea. Pero mucho más complejo de lo que parecía: -Aquel entremetido, aquel zángano que no tenía calzones para nada, ese masurrón hipócrita de Mateo, lo sabía todo. Y, quería publicarlo a voces; probarle la verdad al pueblo entero, dejando mal· parado el prestigio de Lucas, robándole su aureola. No le iba a quedar otra fama que la de farsante y mentiroso. Y, eso no podía ser. Mejor era que le acusaran de ladrón, que le arrestaran, antes de pasar por la vergüenza de ver desmentida su leyenda, antes que afrontar las risotadas y las burlas sangrientas de los habituales contertulios del garage... A lo mejor, el imbécil Mateo había ya comenzado a soltar prenda y a ponerle en ridículo... Tenía que pararle el caballo, a todo trance, ahora mismo. Sin darse cuenta de sus actos, en el paroxismo de su indignación, Lucas le tiró a Mateo lo que por casualidad tenía en las manos. Fue un improvisado, un instintivo gesto de protesta y defensa contra la amenaza de humillación, de escarnio, que, en esos instantes, Mateo representaba para él. Nada más. Si la cosa llegó a tener mayores consecuencias, fue por accidente, comQ lo de la camioneta.
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El coco, sin hacer blanco, se perdió inofensivo, entre unos matorrales. El martillote, con perversa exactitud, fue a dar sobre la nuca de Mateo; dislocándole las vértebras del cuello, fracturándole la base del cráneo. La autopsia indicó, luego, una muerte instantánea. Al ver convertirse un hombre entero y vivo -y, hasta amenazador- en el cuerpo roto y exánime que yacía por tierra, sin que a sus ojos hubiera ha. bido causa suficiente para tamaña cosa, Lucas, horrorizado, echó a correr sin rumbo y sin propósito. Tras una breve y ciega carrera hacia los montes, tropezó y cayó. Cuando ya más sereno, se ponía en pie dispuesto a regresar al pueblo, fue arrestado. Lucas se sintió víctima, no reo. Unos cuantos vecinos, desde lejos, habían sido testigos del crimen. Habían oído la estridencia aira. da, insultante, de la voz de Lucas. Habían notado el pacífico y manso proceder de Mateo. Y, sobre todo, habían visto el alevoso marronazo, descargado a traición, por la espalda. E inmediatamente, tamo bién vieron la cobarde fuga. El muerto era persona querida y estimada en la comunidad. El matador tenía mala reputación, no muy buenos antecedentes. Le acusaron de .. asesinato en primer grado con circunstancias agravantes". Y comenzó el juicio. Nunca hubo la más mínima esperanza de sacarlo absuelto. "El asesinato estaba de antemano probado. Sólo se podía luchar por rebajar el grado de culpabilidad". Así hablaban los entendidos. El abogado defensor, 'hombre ducho en forenses regateos. aconsejó -a Lucas- declararse culpable y solicitar arrepentido la clemencia del tribunal. Probablemen. te, en tal caso, el fiscal acusador -por ahorrar tiempo y dinero al Ministerio Público- acceaería a no insistir sobre las circunstancias agravantes; y hasta, quizás admitiría alguna de las atenuantes alegadas por la Defensa. Pero el consejo fue en vano. Lucas se negó rotundamente a seguirlo: -¿Culpable él? El no había sido nunca jamás culpable de nada. ¡Al contrario! Cuando no eran los demás los culpables, era la mala pata, la suerte perra, quien tenía la culpa. Ahora le acusaban nada menos que de asesino... ¿Cómo iba a declararse culpable? El no había asesinado a nadie, a nadie. ¿Qué clase de abogado era aquel que empezaba por quitarle la razón a su ds:fendido? Ni era culpable, ni pedía clemencia ni perdón. Pediría justicia. ¡Le iban a oír! Y, efectivamente, también contra el consejo de su defensor, le oyeron declarar en corte abierta. Todos le escucharon con asombro. Si hubiera habi· do dudas antes, ahora, con sus palabras violentas, iracundas, ilógicas, se condenaba él mismo irremisiblemente. El jurado deliberó quince minutos. El veredicto fue de culpabilidad, según la acusación. El juez im17
puso la pena máxima: cadena perpetua. No se halló causa para apelación ni para solicitud de indulto. La suerte de aquel hombre dejaba indiferente a todo el mundo. Pero, al único amigo, compañero y hermano que pudo haber tenido, le había dado la muerte. Camino del presidio, Lucas iba renegando: -¡Condenado Mateo! ¡Malhaya sea su estampa! Siempre echándoselas de santurrón, y siempre despreciándome y maquinando contra mí. Por su culpa me han metido en presidio. ¡Caí en la trampa! todos confabulados en favor de él. ¡Como siempre! Y, yo que nunca quise hacerle daño. ¡Hijo de mala madre! Me provocó con su·s pamplinas y sus amena· zas... Al fin Y al cabo se salió con la suya... Yo no quise matarlo. Ni mucho menos. El fue quien se em· peñó... ¡El muy bestia! Cuando vino a tentarme la paciencia, le tiré los trastos que tenía en la mano, para sacudírmelo... Eso no era para matar a na-
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die... Pero, el canalla, se descuajaringó como un pelele de alfeñique... Se dejó morir como un enclen· que, a propósito, sin causa ni razón, sólo por reveno tarme... ¡Maldita sea su alma! y sin embargo, en sus adentros últimos, le bullía insobornable y pertinaz la certeza de no ser verdadero aquello que pensaba y decía. En realidad, las cosas habían sucedido de otro modo. De un modo más desconcertante, menos admisible... y de una manera en que los accidentes no eran accidentales: tenían sus causas desaforadas, sus inevitables desarrollos... Eso era lo cierto... Nada le valdrían las argucias para tergiversarlo y olvidarlo: El lo sabía. Y, esta era la hiel cuya amargura y acritud no podía tolerar. Le producía una desesperación mayor que la idea aterradora de pasarse el resto de la vida condenado a trabajos forzados. Y se ponía frenético, rabioso.
Los aguinaldos del Infante * Por TOMÁS BLANCO
ESTOS ERAN TRES HOMBRES DB LIMPIA VOLUNTAD QUE
vivieron en un lejano tiempo, hace ya muchos siglos. Cada uno de ellos habitaba en distintos confines de la Tierra. Y, cada uno, por su justicia y su sabiduría y su benevolencia, era príncipe entre los príncipes de aquel rincón remoto del mundo en que vivía. El uno era un anciano de perfilada y recia con· textura, alto y enjuto, con finos labios rojos, cutis sonrosado y largas barbas ondulantes, tupidas y nevadas. Tenía los ojos de color de esmeralda, pero con los reflejos del acero pulido allá en lo hondo... Y, como su país caía hacia los rumbos por donde el sol se hunde -tras de los horizontes del Oestetodos le titulaban y llamaban Monarca de Occidente. Pero su nombre, de verdad, no era nada más que Baltasar -y nada menos. El otro era un varón maduro, de estatura me.diana, musculoso y fornido. Su piel tenía el melado matiz de los claros tabacos de La Habana, de la canela fina de Ceilán. Sus ojos eran vivos pocillos de café, prietos, retintos. Las facciones las tenía abul· tadas; y, la barba color de hierro, escasa y crespa, nítidamente recogida en forma de perilla... Su cálido país estaba en medio de los soleados límites del Sur. Y, por lo tanto, a él le daban el título sonoro de Rey del Mediodía. No obstante, su verdadero nombre era Melchor, sencillamente. El tercero era, en fin, una de esas personas de edad indefinible, al parecer bastante joven, pero probablemente mayor de lo que parecía. Su tez tenía el color del pergamino antiguo del marfil quemado; y, el de azuloso ébano, su pelo lacio y fuerte. Más
* En: Los aguinaldos del Infante, glosa de Epifanla, por Tomás Blanco. The Child's gifts, a twelfth night tale, transla. ted by Harriet de Onís. San Juan, P. R., Pan American Book Company, 1954, 31 p.
bien bajo que alto, un poco grueso; de oscuros ojos enigmáticos, oblicuos, almendrados; y de rostro lampiño... Su país se extendía por las inmensas longitudes del Este. Y, así, por eso, se le nombraba Emperador de Oriente. Así le conocían; aunque sus padres al nacer, le pusieron el solo nombre de Gaspar. Eranse que se eran, pues -los tres- reyes entre los reyes de sus vastas tierras; y, además tenían fama de ser -todos tres- grandes y profundos magos, doctos en números y versados en letras, intér· pretes de símbolos y signos, observadores nocturnos de los astros... Quizás, por ser tan sabios y mirar tan hondo, eran -antes que nada- tres hombres generosos. Tales sabidurías y generosidades eran los únicos vínculos de unión entre los tres. Y todo lo demás los separaba. Porque, aunque a cada cual llegaban de vez en cuando vagas noticias de los otros dos, no se habían visto nunca; ni esperaban verse ni hablarse ni entenderse jamás. Y, pues que todos. a la· par, eran reyes de poderosos y distintos pueblos, eso los distanciaba aún más que las distancias. El pueblo que obedecía a Gaspar, era un pueblo, de mucha historia antigua. Pero ante todo. era un pueblo de inconmovible Fe. En su largo pasado, acumulando historia, no se pudo librar de acumular, al mismo tiempo, sufrimiento. Pero también acu· muió crueldad. Y esta helada pasión -su mayor daño- solía, con frecuencia, pervertir hasta su úni· ca fuerza salvadora, malogrando los dones y el futuro del fruto firme de su propia Fe: Era como la escarcha sobre floridos limoneros que, con sus agujas y sus pinzas de hielo, coagula savias en los brotes tiernos, seca y hace caer -inútiles- las flores. La nación que gobernaba Baltasar, vivía de la Esperanza. Ella les daba la ilusión y la seguridad. Ella los sostenía en sus calamidades. De ella se nu· trían en trances de amargura. Por ella, sólo por ella, 19
perduraban. Pero siempre propensos a olvidarlo, les dominaba demasiadas veces la soberbia. Y esta pasión estéril desvirtuaba la gracia innata de su propia Esperanza, inagotable manantial, primera y última fuente de vida para ellos: Era, entonces, como una intensa sequía calcinadora que convirtiera en paja y briznas los campos de cereales antes que se granaran las espigas. Las gentes que seguían a Melchor como a su jefe máximo, era un buen pueblo. Gente siempre dispuesta -predispuesta- a la dulzura, al mimo y al candor. El sostén de su espíritu era la Caridad; perfu· mada flor maravillosa, única, que nacía y renacía sobre el yermo desierto de un íntimo y antiguo de~ saliento. Pero, por estar desalentados que les roía el bravo corazón, doloridos del alma, carentes de Esperanza, horras de animadora Fe, solían caer en el terror y el pánico. Y así, a veces, eran sacudidos por voluble ira, con la frecuencia caprichosa de la cólera en los desanimados y frustrados. Esta pasión volátil y violenta les cegaba entonces. Como un san· griento rayo, les privaba de la luz mutua y clara de su fecunda Caridad: Era tal cual la ráfaga furiosa del huracán del Trópico, que pasa como un vértigo y arrasa los cultivos, tronchando las palmeras, tumbando platanares enteros, arrancando de cuajo los cafetos, mutilando los troncos resistentes de los más duros árboles. Tenían, pues, los tres pueblos, cada uno, una rara y excelsa cualidad -distinta en cada cual- que los corazonaba y manten1a; les hacía la existencia llevadera y fructífera... aun, a veces, magnífica. Era el consuelo eterno de todos sus fracasos. Era la vara mágica que hacía brotar las aguas de su vitalidad; la llave poderosa que, en la entraña animal, abría la íntima vena incalculable de la sencilla condición humana. Pero tenía cada pueblo, también, un peculiar defecto capital; dominante pasión, que era su mayor vicio y su mayor perjuicio. Y esta falla, en ausencia total de ambas dos virtudes diferentes con que se adornaban y se distinguían las otras dos naciones, desnaturalizaba, pervertía y malograba -en cual· quier mal paso- la propia gran virtud de cada cual. y se desencadenaban entonces los horrores y las estupideces y las brutalidades... y aquellos famosos guías de sus pueblos, Melchor, Gaspar y Baltasar, aún sabios como eran, no alcanzaban a ver la causa de estas cosas ni encontraban remedio a esas tribulaciones. Quizás en ellos mismos no sobraba lo que a sus compatriotas hacía falta. Y no lo podían dar. Pero como los tres eran excepcionalmente generosos, se desvivían por dar· lo: Amaban a sus pueblos y los querían más sanos y contentos, más altos y mejores. Esa preocupación continua y nunca satisfecha les daba un aire triste y distraído. Mas sucedió que un día -remotos y distantes unos de, otros- los tres se sonrieron a la par. Se 20
sonreían sin saber por qué. Aquella noche, apareció la Estrella por primera vez. Era una nueva estrella inexplicable, inmóvil, a media altura entre la línea del difuso horizonte y ]a cúspide neta del cénit. La nueva Estrella brillaba y refulgía con luz fascinadora, a ]a vez elocuente e inefable. Los tres magos reyes la notaron, y les asombró. En la noche serena, en medio del silencio, la Estrella hablaba, hablaba; y les llamaba sin ruido y sin palabras, en el idioma mudo, suave, cándido, que sólo el corazón alcanza a comprender. Y los tres entendieron -eran hombres de buena voluntad. Había ante todo, que prepararse para un largo viaje, siguiendo aquel arcano secreto de la luz. Al fin de la jornada se descubriría la plenitud de aquel misterio. La Estrella rebrilló la noche entera, fija, "insistente, con luz inusitada de reflejos azules y dorados. Los magos la observaban. Mientras más la miraban, más claro y más sencillo veían el atractivo egregio y portentoso que tenía. Y en la contemplación absorta del prodigio les sorprendió la aurora. Por tres noches seguidas apareció la Estrella en el mismo lugar del firmamento, mostrando siempre la misma incitadora maravilla. Los tres magos pasaron las tres noches en vela; y en la cuarta, emprendieron camino por la ruta que conducía al lugar desconocido de la Tierra que marcaba la Estrella, luciendo sobre él. Iba cada rey mago completamente solo, sin sé· quitos ni escoltas, sin siquiera espoliques que cui· daran las bestias que montaban. Tampoco iban aro mados. Y sólo por la calidad extraordinaria de las cabalgaduras, el ornato fastuoso de las vestimentas y la rica finura de jaeces y aderezos, se les conocía que eran potentados. Si mostraban tal lujo, era porque los tres sabían que salían en busca de un gran Personaje; y, así, de esa manera, querían honrarle, llegando donde El con máximos decoros exteriores, como insignias patentes del interno fervor que les movía -cosa que en su inocencia sabihonda creyeron de rigor. Durante las tres noches consecutivas que vela· ron, observando la Estrella, llegaron a entender baso tantes cosas; pero todas, no. Sabían que, por su bien y el de sus pueblos, debían acudir a la presencia de cierto ignoto, eximio Personaje: Alguien que era dueño y maestro de armonías y señor de la paz; soberano de tres magníficos imperios invisibles: El Rey de la Concordia, la Convivencia y la Projimidad. Quisieron, antes de ponerse en marcha, buscar la más hermosa y la más rica joya de sus reinos para llevarla como simple aguinaldo en prenda de homenaje. Dos días completos gastaron, depicados a re· buscarla y escogerla entre sus múltiples tesoros.
Nada les complació, nada les satisfizo; ni las telas preciosas finamente labradas ni las más raras gemas ni la más delicada obra de orfebrería. Entonces decidieron, en el día tercero, apelar a sus pueblos. Proclamaron la necesidad y aprieto en que se encontraban; y, no tardó en venir, con riquezas sin cuento, multitud de magnates, mercadeo res y artistas. Pero todo fue inútil. Hasta que, al fin, cuando caía la tarde en el tercer día, llegó donde Melchor un miserable hombre, pobre, roto, descalzo. Era un mendigo, un pordiosero. y dijo: -Yo te daré la prenda más preciada. de este pue· blo. Dame un cuenco de corcho, con su tapa del mismo tosco material, sin adornos. Yo te lo llenaré con un polvo finísimo. Será polvo de oro, del oro incomparable de la Caridad. Así se hizo; y, el bueno de Melchor quedó con· tento con su buen oro fino. Al mismo tiempo y en la misma vespertina hora, se presentó cansado ante Gaspar un viejo anacoreta, flaco y enfermo, casi ciego. Y de este modo habló: -Yo sé cual es la joya más valiosa del país. Aquí la tengo y te la entregaré. Dame un pomo de barro, con su tapón, también de arcilla. Dentro del pomo te pondré la joya. Lo que te ofrezco son perlas cristalinas de un incienso purísimo, del incienso fra· gante de la Fe. y tal como lo dijo, lo cumplió; sacando de su seno aquel regalo. Y Gaspar lo aceptó y quedó complacido y satisfecho con incienso aromático. En idéntica hora del crepúsculo se acercó a Bal· tasar, tímidamente, una pálida niña, huérfana desvalida, cuya edad apenas si llegaba a los más tiernos años de la pubertad. Llena de confusión, susurró con dulzura: -Si me quisieras dar una cajita de madera de pino; yo la devolvería. La pondría de nuevo entre tus manos repleta de riqueza; la riqueza más fina y apreciable que en nuestra patria existe. Porque te traigo, aquí, estos granos de mirra virgen y olorosa, sutil y estimulante; la balsámica mirra incorruptible de la dulce Esperanza. Y, al punto, Baltasar vio que era verdad lo que decía; y se lo agradeció. Y tomó aquella ofrenda. Y quedó alegre con su excelente mirra. Los tres reyes rindieron, lo mejor que pudieron, gracias a los tres donantes. Y, en seguida, sin pérdida de tiempo, hicieron ensillar y tener prestas sus cabalgaduras. A prima noche, cuando de nuevo aparecióseles la Estrella, montaron y se fueron, siguiendo cada uno su camino, en plena soledad, hacia lo incógnito. Montaba Baltasar un brioso caballo de azabache con sorprendentes crines como fuego. Tenía bella figura: gran alzada, los remos finos, el pecho ancho, la ·cabeza airada. Y su impaciencia sofrenada era, en los movimientos, elegancia.
Cabalgaba Gaspar un dromedario blanco con pezuñas de oro. Tenía seguras, altas, sarmentosas las patas, cual andariego nómada; la cabeza espigada, levantada con ojos y pestañas de rubia damisela; y, un aire indagador y a la vez displicente. Y, en el ritmo anhelante de su tendido trote, había una gracia exótica. . Melchor, iba sentado sobre macizo y dócil ele· fante, de un raro color gris, entre azul y plateado. Este hermoso animal, noble de estampa y sangre, tenía inteligente la mirada, la trompa vocinglera, inmensos los marfiles. Y era de una gran majestad su andar acompasado, deliberado, firme. Así estuvieron caminando cada cual su camino, hasta que se encontraron los tres en una encrucijada. Las tres salutaciones se oyeron al unísono: -¡Señores, bienhalladosl -¡Salud, nobles viajeros I -¡Bienvenidos, hermanos! No se habían visto nunca. Pero pronto supieron, todos tres, quienes eran los otros dos. Y supieron, del viaje que llevaban los tres; y, la idéntica causa que a los tres les movía. Y se regocijaron. Por eso, hicieron juntos el resto del camino, en pos de aqueo lla Estrella, y en buena compañía. Se sucedieron tardes y mañanas, horas de pleno sol y horas de oscuridad. Hasta que en una friolenta madrugada, en las afueras de un pequeño pueblo, la Estrella se posó, por fin, sobre un establo rústico. Allí se dieron cuenta los tres sabios viajeros, que habían llegado al término de su aventura peregrina. En la luz indecisa del amanecer, Melchor, Gaspar y Baltasar desmontaron. Con gran cortesanía pidieron a la puerta del establo licencia para entrar. Les recibió, solícito, un modesto artesano. Su persona esparcía un olor a resina de pino, de cedro, de ci· prés, de aceitillo. Bien a las claras se veía que era un santo varón, un hombre justo. Pero de ningún modo era aquel el alto Personaje que buscaban. Una interior certeza así lo aseguraba. Quedaron titubeantes en la puerta, confusos, indecisos; sin saber qué decir. Temían haberse equivocado. De pronto, en la penumbra del establo, se les manifestó la presencia de un niño en un pesebre; nimbado por los leves azules y oros pálidos de la luz de la Estrella. Prestábanle calor con sus vahos tibios una mula y un buey. Y una bella, dulce y joven mujer le acariciaba. Era un recién nacido, casi desnudo, frágil, débil. Y, sin embargo, ahora no hubo dudas. De perplejos que estaban, los tres reyes, se quedaron atónitos: Aquel recién nacido, ese sí, era el augusto Personaje que venían buscando. No cabía error posible. Una interior y clara certidumbre lo afirmaba. Entraron decididos. Con grandes reverencias y zalemas ofrendaron
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las dádivas que consigo traían. Pero los tres dijeron pocas e idénticas palabras: -Te ofrezco aquí lo único digno de ti que había en mi tierra: la prenda más preciosa que teníamos. En nombre de mi pueblo te la ofrendo. Junto al pesebre depositó Melchor el cuenco de tosco corcho con su polen de oro; y Gaspar, su vasija de arcilla con las perlas de incienso; y Baltasar, su caja de madera con los granos de mirra. . Dormido entre la paja del pesebre, el niño son· reía, sonreía... y tras nuevas zalemas y saludos, salieron del establo los tres reyes magos. Se volvían contentos a sus tierras. Despuntaba ya el día. Unos pastores desde la Ion· tananza se acercaban cantando villancicos:
Llueven los jazmines y flores de azahar sobre la parida niña de cristal. ¡Viva la canela y viva la miel; la blanca azucena y el rojo clavel! Estaban ya, otra vez, de regreso, los tres magos reyes, en la encrucijada donde se dividían sus rutas. Ya se habían despedido y abrazado, con protestas cordiales de amistad, con muestras verdaderas de fraternal amor. Cada cual puso cara hacia los rumbos de su propia tierra. Pero en seguida, todos se detuvie· ron. Por el camino del Oriente llegaba, casi ciego, un viejo anacoreta. Un mendigo raído por el del Sur. Y, por el del Oeste, una pálida niña adolescente. Eran los donantes del incienso, del oro, y de la mi· rra que llevaron .Jos reyes. Venían tras de sus príncipes movidos por vivas impaciencias y hondas cu· riosidades. Querían salir de dudas. Saber si el regalo habría sido propicio, adecuado. Confirmar la eficacia, el acierto, de la ofrenda escogida. Conocer los detalles de cuanto había ocurrido. Bajo el sol de la tarde aún ardoroso y reverberante, unánimes llegaban la niña, el anacoreta y el mendigo. Los reyes se apearon de sus cabalgaduras y fue· ron presurosos al encuentro. Se formó en medio de la encrucijada un animado grupo. Aquel cruce de
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apartados caminos se llenó de preguntas y de exclamaciones. Los generosos magos quisieron, en seguida, dar algún refrigerio a los recién llegados; pero no hubo medio. -Dadnos, antes que nada, la gracia y el favor de la palabra -dijo el anacoreta. La niña y el mendigo asentían con el gesto. El anacoreta prosiguió: -Contestadnos siquiera estas preguntas: ¿Qué traéis con vosotros de regreso? ¿Qué fuisteis a buscar? Y; ¿qué os dieron en cambio de westros presentes? A Baltasar, por su mayor edad, le tocó responder: -Está claro que nada salimos a buscar. Sólo queriamos llegar a la presencia del Señor de la Paz. No fuimos a buscar cosa alguna. Al contrario, queríamos ofrecer-¡bien lo sabéis vosotros!-Io mejor que teníamos. Nada traemos, ahora, sino un júbilo manso. El insigne Jerarca que buscábamos, era un recién nacido, que en sueños sonreía... Hubo un silencio. Y todos se quedaron pensati. vos. Hasta el dromedario, el elefante y el caballo, parecían estar deliberando. Tras una larga pausa, Melchor aprovechó el momento prolongado para ir a sacar de sus banastas las necesarias provisiones con que obsequiar a los recién venidos. Gaspar, de la balumba de sus faro dos, fue a sacar esteras, alfombras y almohadones, que sirvieran de asientos y manteles. Recordó Baltasar que también eran huéspedes suyos aquellos tres cansados caminantes; y, acudió a sus alforjas... Entonces ocurrió el milagro. A la vista de todos. Cada mago encontró, en su equipaje, el idéntico don que en el establo había dejado. Además, todos tres encontraron, también, una réplica exacta del aguinaldo de los otros dos. Cada cual tenía ahora un cuenco lleno de aquel oro, una caja con aquella mirra y un pomo del incienso aquel. Los tres reyes pensaron en sus pueblos y se lIe· naron de alegría. Se regocijaban por la multiplicada triple gracia, que, al llegar, devolverían a las gentes todas. Acomodaron en las ancas del elefante. el dromedario y el caballo, al mendigo, al anacoreta y a la niña. Y emprendieron, dándose mucha prisa, la welta a sus países. El retomo se les iba haciendo largo, demasiado largo, Iarguísimo... Pero en el aire hay voces cristalinas que en la distancia cantan: i Paz a los hombres 1 ¡Salve, la buena voluntad!
Prontuario Histórico de Puerto Rico: Reflexiones finales* Por TOM,{S
EN
PUERTO RICO EXISTE UN PUEBLO CON PROBLEMAS
propios, caracteres regionales bien definidos, recursos modestos, pero suficientes si se administran en provecho de su población; vitalidad más que suficiente si se le dirige por cauces apropiados, y hasta, quizás, con alguna misión histórica que cumplir... Pero vive desorganizado por los males económicos y morales inherentes al colonialismo; mediatizado por normas ajenas, muchas veces antagónicas a la realidad isleña; desorientado por falta de esperanzas concretas, inmediatamente asequibles, en que pueda tener fe; incapacitado por sometimiento de su voluntad a un grupo de intereses extraños que ni siquiera representan los más altos intereses del pueblo que le domina. A menos que nos resignemos, como criaturas me· nares de edad, a soportar pasivamente, o con pueriles rabietas o alborozos, lo que los vaivenes de la política norteamericana nos depare: benevolencias hoy, limosnas mañana, diplomáticas concesiones un día, incomprensivos desplantes otro, según las administraciones que rijan la Gran República, los remedios tendrán que ser iniciados por nosotros mismos, y habrán de ser tan heroicos como grave es el mal. En ese aspecto, sólo en ese aspecto, tenía razón el ex-presidente Hoover al conminamos a que nos salváramos por nuestro propio esfuerzo. El remedio fundamental estriba en romper, con un programa concreto, de aspiraciones bien definidas, el círculo vicioso en que nos debatimos. Para ponerlo en práctica, necesitaremos sacrificar temporalmente algunas ventajas adjetivas y encastillarnos en una tenacidad sin límites. Fe, esperanza y voluntad son virtudes imprescindibles en el empeño. Fe en nosotros mismos y en la razÓn que nos ... Ultimo Capitulo del libro Prontuario Histórico de Puerto Rico. Madrid, 1935. Hay una última edición del Instituto de Cultura Puertoriqueña, San Juan.
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asiste. Esperanza basada en la realidad inmediata. Voluntad consciente y decidida. El seguro instinto popular ha vislumbrado, emocionalmente, su redención en el self·government: real y efectivo gobierno propio y ha hecho de la estrella solitaria su estrella polar. Por eso ninguno de los partidos politicos se ha atrevido a renegar abiertamente de ella. Ese emocional vislumbre de las masas habrá de convertirse en propósito consciente. Entonces podrá aquel símbolo-guía brillar con esplendor betlemítico en todos los cuadrantes del firmamento insular. Antes, no. Mientras tanto, no reneguemos de nuestra historia patria. Al contrario, deduzcamos de ella la orientación de los caminos del porvenir. Sobre esa base se podrá intentar la enunciación de un programa salvador. Conquista del Trópico. Frontera de choque o campo de interpenetración. Función de relaciones con el Nuevo y el Antiguo Continente. Tales han sido 'las determinantes que han subrayado nuestra vida histórica. Busquémosles superación para lanzarnos hacia el futuro sin que nos arrastren ciegamente o nos estorben como peso muerto. Ciertamente no es fácil señalar y aplicar remedios eficaces a todos los males de un país, y menos aún en el caso en que se encuentra Puerto Rico. Ante todo, cualquier remedio tiene que contar con la cooperación de buena parte del pueblo para ser útil. En segundo término, no existe ninguna panacea capaz de curar por sí sola y como por arte de magia la totalidad de nuestros padecimientos. Pero buscándolas con honradez, se encontrarán normas suficientes o lo bastante seguras para servir de guía y marcar un rumbo constructivo. Aquí, pues, no se va a ofrecer un maravilloso cúralotodo instantáneo. Sólo se indicarán, como deducciones lógicas de todo lo antedicho, las orientaciones que aparecen como ineludibles en el proceso de reconstrucción.
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Apliquemos al trópico todos los recursos técnicos para domesticarle por completo y ordeñarle en favor de nuestro pueblo. Intentemos desterrar la ane· mia, la malaria, la tifoidea, las plagas que todavía pululan en la isla, carcomiendo las energías del jíbaro. Acomodemos nuestra vivienda y nuestra alimentación a las necesidades de salubridad local, de acuerdo con los propios recursos, no a las necesidades de la industria y la moda extranjeras y de acuerdo con extraños ritmos. Desarrollemos, intensamente y utilicemos hasta el límite las fuentes de energía y nutrición que nos ofrecen el sol, el mar, el clima, el suelo, para satisfacer las genuinas de· mandas de nuestro bienestar particular, no para enriquecer corporaciones ausentes. Cuidemos nuestra modalidad diferencial, influenciada por el trópico y la mezcla de sangres, que nos matiza dentro de la comunidad de los pueblos hispánicos. Erradiquemos toda sombra de ajenos prejuicios raciales que repugnan a la convivencia y a la composición étnica de nuestro pueblo. Diversifiquemos nuestra producción como base de una nueva economía. Capitalicemos estéticamente la exuberancia tropical resaltando sus galas, refrenando sus excesos, cultivan· do sus posibilidades, aprendiendo las lecciones de armonía que espontáneamente nos brinda nuestro ingenuo paisaje. Pongámonos, en fin, a tono con el medio, usufructuándolo y sublimándolo. Como campo de choque e interpenetración, de· bemos desechar por inexacto, confusionista y deprimente, el mote de Puente entre dos Culturas con que se nos ha querido bautizar. Detrás de esa frase, y de algunas buenas voluntades que pudieron prohijarla, nos acecha el peligro de eternizamos en un cock-tail de mediocridades, en un mosaico de fósiles desportillados y deslumbrantes baratijas ultramodernas, en una burundanga estridente. No reneguemos de nada, y menos de las lecciones provechosas que nos haya podido dar el yanqui; pero procuremos depurar los elementos dispares, inarmónicos, que conviven en la olla podrida de nuestro ambiente. Sinteticemos y conjuguemos módulos y tendencias para fundir la diversidad heterogénea en algo propio y característico, con sentido y razón de ser en nuestra tierra. Seleccionemos y coordinemos los materiales de diverso abolengo para crear una originalidad típica con raigambres en nuestras tradiciones y en nuestra idiosincrasia. Adaptemos de la civilización universal todo lo que pueda servimos para nuestra madurez y nuestro progreso; pero aspiremos a vivir dentro de una modalidad cultural auténticamente acorde a nuestra isla y a nuestra manera de ser. Aceptemos la relación funcional no sólo con el Continente -Sur, Centro y Norte- y con la madre patria, sino con el mundo civilizado. Pero de una nueva manera: sin sometimientos esclavizadores,
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movidos por recíprocas simpatías o mutuas conveniencias. El aislamiento isleño nos convida a buscar relaciones cordiales en todas las tierras firmes. Zafémonos, tanto comercial como culturalmente, del exclusivo monopolio de las influencias estadounidenses. Brindemos gustosos relaciones de comercio y amistad al pueblo de los Estados Unidos; pero sólo dignamente, dentro del plano de la equidad, donde es indudable que existen ventajas para ambas partes. Pluralicemos, al mismo tiempo, dentro de lo posible, los mercados de nuestros productos y las fuentes extranjeras de nuestros abastecimientos. Por otro lado, estrechemos los lazos u del afecto y del interés material, moral y etnológico" que nos unen a los pueblos de habla hispánica, y acostumbrémonos a mirar las Grandes Antillas como una unidad futura; que una vez dueña absoluta de sus destinos y segura de su integridad, podrá ofrecer a ambas Américas, para conveniencia de todos, un útil y apropiado tambo del tráfico mercantil, un centro de in· tercambio cultural, un núcleo irradiador de posibilidades de convivencia y amistad. Pero para llevar a cabo siquiera una parte con· siderable de todo eso, necesitamos, antes que nada, tener las manos libres. Por ahí habrá forzosamente que empezar: por emancipamos de dominios, ingerencias, y mediatizaciones extrañas. Necesitamos plena independencia administrativa; personalidad internacional para negociar tratados comerciales por nuestra propia cuenta; real y efectivo self-government que dignifique nuestra política, vigorice nuestro carácter y ejercite el sentimiento de nuestra responsabilidad de pueblo. En Estados Unidos existen fuerzas poderosas que obstaculizan la consecución de tan justas aspiraciones. Pero también en Estados Unidos hay fuerzas con las que podríamos contar como aliados. Tenemos en nosotros mismos --como acertadamente ha dicho Luis Muñoz Marín- la imponderable fuerza moral de la razón. Y con una táctica clara, firme y decidida; con el tesón y el empeño de nuestros abolicionistas del siglo pasado, con la altura de mi· ras de un Hostos o de un Betances, la lucha no sería tan desigual como parece. Las fuerzas que nos explotan se guardarían muy bien de aniquilamos por otro procedimiento del que hasta ahora están utilizando, pues ello equivaldría a matar la gallina de los huevos de oro. No obstante, tropezaríamos, probablemente, con tribulaciones difíciles de sortear y tendríamos que hacer algunos sacrificios para proseguir nuestro camino. Pero no es una bagatela lo que está en juego. Poner en marcha un programa propio de reconstrucción nacional será todo lo arduo y aventurado que se quiera; pero la realidad no parece ofrecer otra alternativa. Todas las probabilidades indican que ningún cambio espontáneo de la política metropolitana puede paralizar, de una manera adecuada,
eficaz y permanente, los intereses económicos que desde Nueva York nos pauperizan. El dilema es, pues: o tomar en nuestras manos, con serenidad y firmeza, nuestro destino. o someternos, como re· trasados mentales, a una lenta agonía, prolongada
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por paliativos y aparatos ortopédicos, hasta llegar al límite de la miseria física y la postración moral, hasta la total y completa transformación del pueblo isleño en peonaje de parias, en hato de cooUes. Entonces sólo se salvarían los muertos.
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Exhibición-homenaje a Rafael Tufiño con motivo de la Tercera Bienal del Grabado Latinoamericano
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MOTIVO DE LA TERCERA BIENAL DEL GRABADO,
el Instituto de Cultura Puertorriqueña dedicó una exhibición·homenaje a la obra gráfica del artista puertorriqueño Rafael Tufiño. El Museo del Grabado Latinoamericano en San Juan fue la sede de dicha exhibición para la cual se seleccionaron obras gráficas realizadas por el artista durante los últimos veinticinco años. La muestra reunida da testimonio de la versatilidad técnica, madurez estilística y riqueza temática de Tufiño. Bastaría para consagrarle como grabador sus obras "Majestad Negra" hecha para ilustrar los poemas de Palés Matos; el portafolio dedicado al "Café", y la Serie "La Plena", realizada junto al conocido grabador Lorenzo Homar. Tufiño en su obra evoca el ambiente puertorriqueño: las costumbres, los tipos humildes y trabajadores, la mujer de la vida, el arrabal. Los di· versos temas se desarrollan con gran realismo y siguiendo las más disciplinadas pautas dentro de la plástica. Tufiño hace su aparición como grabador a fi· nales de la década del 40. Para esa fecha regresa de Méjico, lugar en donde trabaja junto a los notables grabadores Chávez Morado, Alfredo Zalce y Leopoldo Méndez. En 1950 entra a formar parte del Taller de Artes Gráficas de la División de Educación a la Comunidad; ese mismo año colabora en la organización del Centro de Arte Puertorriqueño, puno tal en la historia de nuestra gráfica. Años más tarde se incorpora al Taller de Gráfica del Instituto de Cultura fundado en 1957 y dirigido hasta 1973 por Lorenzo Homar. La actividad desplegada por Tufino en el campo del grabado ha sido intensa y consecuente; condi· ción que le sitúa en prestigioso lugar en el arte puertorriqueño. Por tal motivo, hoy se hacen realidad las palabras del maestro grabador mejicano Alfredo Zalce quien sobre Tufiño dijo en una ocasión: " ... tendrán ustedes en él, a un excelente grabador."
El co$lumbrismo en la obra de Rafael Tufi単o
El rio y el mar en Julia de Burgos Por FRANCISCO MATOS PAOLI
DBSDE EL SOSTI'!N INICIAL DE SANTIAGO VIDARTB y
Francisco Alvarez nuestro romanticismo se ceno tró en cierta resonancia mórbida. Mas luego, José Gautier Benítez, con su visión edulcorante de la pa~ tria. atemperó, en parte. la virulencia de lo senti· mental e inscribió su obra poética en el reino de la melancolía. Este matiz suasorio y mitigante persiste hasta que nos topamos con el primer trágico puertorriqueño. José P. H. Hernández. Es verdad que la fiesta musical del eneasílabo logra efectos de flexión aternurada en Peache. Pero ya en él esta· mas en la vibración de la angustia, en la solidaria virtud de todo destino patético. En la vanguardia. Julia de Burgos representa nuestra segunda trágica. La conmoción de su espíritu posee visos tremen· dos. alardes de pasión descentrada, efusiones caóticas que transportan a la más evidente desesperación. Julia de Burgos. en su hacer creador. puede inscribirse denodadamente en esta tradición romántica. La crítica de los convencionalismos sociales. la protesta viva contra la injusticia de los hombres. la intimidad lacerante. y hasta cierto punto, despiadada, la presencia rondante de la nada existencialista, la utilización de símbolos que imprimen hondura a su estro. el ataque patente a la tradición de sus mayores que la filia en el adanismo histórico. la dramaticidad vigorosa proyectada en el tedio, la frustración del eje primordial del amor como justificación de la existencia. el desplante erótico, hacen de ella una romántica per se. Lo que la di· ferencia de sus demás congéneres románticos es la impronta vanguardista. es decir, la huella. que se puede rastrear, de poetas como Luis Llorens' Torres. Federico Garcta Larca y Pablo Neruda. En estas breves líneas me concretaré a ofrecer el significado del río y el mar en la poesía de Julia de Burgos. Tema seccional pero que, al mismo tiempo. fija la trayectoria abarcadora de toda su lírica.
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En el poema Río Grande de Loíza la poetisa desaparecida formula una invocación de las aguas rurales como bello origen del ser. La infancia se asocia al rumor hialino. Por un lado. aparece la candidez virtual del mundo en que ella se acoge como gracia sobrenatural. Por otro lado, irrumpe el desboca· miento transparente de las aguas como símbolo de pureza acrisolada. En la fruitiva sensación del río palpita una reverberación de sus orígenes campe· sinos y una especie de idealidad prometedora de bien fundante. Todo fluye en una secretividad apa· sionante. En el contacto con la naturaleza virgen se da la visión idílica de los seres y las cosas: la familia, los riscos. los cerros, la niñez encantada, la adolescencia abierta a presiones desconocidas. El río está ahí como un encanto experimental que finaliza en afirmación de las esencias. Hay también una fusión de carácter panteísta. Se vislumbra el momento en que se hace difícil distinguir entre el orden del nivel consciente y la realidad fluyente que todo lo enwelve. A pesar de esta inocencia connotativa. el mundo acecha con su falsedad. El río transcurre en una zona de tersura interior en que el temperamento del artista adquiere potenciación contra lo inauténtico. Así debe ser la poesía del agua: un asombro múltiple, un misterio de diafanidad. El río-existencia debe convertirse en la más tajante subjetividad, en fantasía. en ensueño. Es una resolución del ser en lo más escondido· de los sentimientos que aún no se han abierto totalmente. La pristinidad del agua toma un vuelo iridiscente en la evocación de los primeros sueños. La niña, llena de virtud admirativa, se identifica con el fenómeno del devenir que es el río lleno de júbilo y felicidad. El río también significa el despertar de la nubilidad, el agarre cónsono de la carne casta. el comienzo del drama sexual. Esta apertura hacia el vivir exclamante, hacia las virginidades más esotéricas, se presta al éxtasis erótico, cifra de la poesía
Julia de Burgos
en Julia de Burgos. El río, como emanación de la tierra, sirve como ensanchamiento de los horizontes vitales. Predomina en su cauce el conocimiento universal, la raigambre en otras tierras menos gratas al desenvolvimiento de la personalidad humana. Ante el fervor coloreado de las cascadas, el río, no solamente es espectáculo de recia y tupida urdim· breo Se proyecta en la transverberación del cielo ín· timo y puro, cual una certidumbre que todavía no se ha analizado en todas sus manifestaciones cruciales. Existe una leve mención a la esclavitud de la patria, pasión que avizoró Julia como llanto y consternación y soledad. Si fuéramos a calibrar la poesía de Julia de Burgos, tan desigual, no la cifraríamos en la excelsa pureza de dicción. Ella pertenece a la raza de los poetas desorbitados. Y lo que la define casi siempre
pertenece a los efluvios más auténticos. En ella existe la lucha de la palabra. El contenido se impone por encima de la potenciación formal del verso. De ahí su romanticismo, su impureza. En el poema Agua, vida y tierra se percibe una fuerza telúrica develada por el río salvaje. Un temperamento ague. rrido, vibrante, connotador de energía psíquica, se desborda como himno triunfal donde predomina una exultante salud. El canto, de índole inmanenlista, avanza entre afirmaciones cordiales. Y el río es la maravilla de 10 primigenio, de lo incontami· nado. Todo arde en impetuosidades, en caricia primaveral de numen erótico. Dentro del encerramiento cósmico del agua la criatura se deslumbra en pIe. nitud acabada. Se vislumbra una avidez de fusión connatural y egregia, un sentido de orientación ha~ cía las más excelsas y amables rebeldías. Lo poético
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se entraña en un culto a las formas vitales. (Las formas, que tanto atrayeron la sensibilidad de Julia, las formas vacadas de fervor). Y el instinto también se explaya en gestiones cantarinas como queriendo probar que el río es determinación del entusiasmo creador. El rival de mi río apunta hacia una identificación entre el amado y la corriente de agua. El Río Grande de Loíza, personificado y recreado en el hombre que aparece como invitando al amor, no pierde el aspecto positivo de su cosmicidad. Al revés, el río adivina la pasión en sus más gallardas actitudes de vuelo inspiracional. El pájaro, símbolo de libertad, corona el agua y la engrandece de visiones corporales. Aquí se suscita el anhelo de transfiguración: que el río se eleve en su semejanza develadora hasta la identidad del hombre. Y que el amado armonice, como debe ser la dicha sugerente, con la fiereza masculina del agua hecha canción. Lo que prueba, a mi juicio, cómo Julia adscribió pureza al sentimiento erótico de la naturaleza, cómo ella quiso unir el dechado de la pasión amoro~a al encuentro del misterio divino. Esta hipóstasis de la comunión amorosa habría de brindar una fugaz ternura a Julia, mas luego decapitada en el destierro insultante. Parece que ella se extravía en su ingenuidad. No adivina que el río fue ponderado y fiel en sus días alcióneos. Mientras que el amado se transformaría en ceniza espectral. Así sucede casI siempre en el drama de todo romántico. Primero, la festividad erótica en todo su deslumbramiento. Mas luego, la sequedad que obliga a la ascesis dolorosa debido a la frustración de toda carne en el mundo. Lo único que le resta a Julia es la infancia, la promesa vivi· ficadora que conduce al ensueño y que se cierne más allá del dolor. El amor, fundado en la primicia del azar, desaparece. No resiste la prueba del tiem· po en sus inextricables vicisitudes. Del encuentro del hombre con el río surge la sorpresa incierta de una muerte de alma. De momento, lo erótico se enfatiza en optimismos difíciles de presentir. La cantora cree que se ha operado una simbiosis entre el agua y el amor que la ensalma. La cantora se plenifica, se exalta desmedidamente, se abstrae de la realidad dudante que pasa sobre ella. Acude a la pristinidad del río en busca de cero teza amorosa. El ensueño la reconcentra en si misma, pierde el sentido de proporción existencial. Tal vez la emoción a flor de piel sea la culpable de este desliz que la transportará más luego a la decepción más tumultuosa. Pero, en este instante de gozo, Julia recurre a la candorosidad del río para que le sirva de escudo contra todos los imposibles eróticos. La novia del río persigue una especie de consolación en sus despliegues rurales. Se percata que la luz viene de lo alto del risco florecido en bienandanzas. Pero no puede concretarse la armonía. Julia 30
aspira a la fusión del hombre y la naturaleza. Su "poema" no se realiza como ella quisiera. El hombre está turbado por la culpa y la incomprensión de su pobreza espiritual. El río pertenece al orden del éxtasis. Por lo tanto, la ilusión de la caricia erótica se multiplica en desazón. La realidad hialina se estatuye como una trascendencia, como una piedad en medio de la lágrima provocada por el dolor del sexo. En la elegía de la madre que se fue en busca de los astros más ardidos del corazón, Julia encuentra por primera vez la palpitación del más allá. Es claro que el fervor religioso no se apodera del estro de la hija de Carolina. Ella sustancíó serias dudas, se vio obstaculizada por un panteísmo desleído. Pero la pagana y la ingenua que había en ella quiso muchas veces romper las barreras del tedio de la caro neo Y así asoció la madre con el río en un acercamiento que rompe todo límite existencial. Ahora el Río Grande de Loíza se espiritualiza. Ya no es lo primigenio caótico que deslumbra la visión aniñada de Julia sino el rumbo de la certidumbre más plena en la muerte de la madre. La apertura hacia Dios se inicia dentro de un ámbito de perdón. Y las exacerbaciones de la carne se mitigan hasta alcanzar el vuelo definitivo de lo puro y de 10 virginal. Se acuerda la cantora de su casto florecimiento en el agua. Y la madre reaparece en su papel de euritmia que no está signada por el desengaño. La madre, santo espejismo, prolifera esencias inolvidables en toda cristiana. Para Julia la muerte siempre fue el signo de la liberación en la piedad de la vida, el desatamiento de las formas. Julia de Burgos oscila entre el microcosmos (río) y el macrocosmos (mar). La espacialidad es evidente, sobre todo, cuando la nimba un amor mortal con sus arrullos. La ruralía espiritual se ensancha en el mar, adquiere una cosmovisi6n metafísica que se sorprende en el desfallecimiento del instinto y en la aceleración de las alas hacia la nada. El descubrimiento de un sino doloroso se re· tuerce en las olas. Estamos ante la moira griega. y la tragedia tomará mayor acendramiento, por lo mismo que se trata de la realización de un espíritu en el naufragio más total. La contradicción flagrante entre el sí y el no, la incerteza de la dicha que al fin no se abre como gratificación, el sentimiento polar que siempre suscita el tiempo y la eternidad juntos, se explayan ahora en el infinito cósmico de las olas. A medida que van avanzando los misterios del dolor, la poetisa, frustrada ya por tanto desenlace fatal, recurre al anonadamiento de conciencia individual. Indudablemente, es el agujero que se abre a la mortalidad. Puede existir la claridad de lo erótico todavía. Julia, inmarcesible como hembra, no abandona la esperanza. Pero, en la ultimidad de la hora crucial que vive, el hastío y la negación se apode-
rarán de Julia de Burgos para hacerla víctima de un destino falaz. La incognoscibilidad de los elementos marinos obran como un adentramiento afincado en la con· ciencia sufriente. Ya no se trata de la candidez de antes, del mundo de la maravilla percibida en el Río Grande de Loíza. Estamos ante un proceso de continua ascesis que deja atrás el candor lúcido de las islas. Dice Julia que el extravío de lo espacial la hace aparecer "como un ala sin ave". Es decir, se suicidan las aves en sus dedos. No hay duda: ha pero dido súbitamente el recuerdo paradisíaco que late en el río. La energía campesina se disuelve en un aire extraño, en una cortina extraviada de negati. vidad. La postración anímica resulta en espasmos reflexivos de hondo temblor metafísico. Dicho sea de pasada, la poesía de Julia de Burgos inaugura un ciclo analítico en nuestro romanticismo. A pesar de la desnuda emotividad, no podemos negarle impronta de ideología. Más tarde, el poeta que habla hará del juego entre el mundo y el trasmundo su leit motiv principal. Julia me precede en esta concatenación mental de ensanchar el intimismo criollo hacia la trascendencia. La emoción ahora va hacia el desconocimiento sin orillas. como el mar mismo que le sirve de irradiación espiritual. Es patente que las peripecias del amor erótico establecen una dialéctica entre la afirmación y la negación. Julia de Burgos no solamente se agota en el desplazamiento del sentimiento amoroso. Por se· gunda vez (antes 10 corroboramos en el modernismo de Peache) la muerte se une al sexo y hace de éste una vía hacia lo sobrenatural. A veces la poetisa se ilumina en el alba eviterna 'del placer que le produce la existencia erótica. Otras veces, debido a la ironía y a la incongruencia, se somete a los astros maduros de significación abismal. El mar es el ultramar donde se genera la desesperación como solución significativa. No hay duda: se trata de la agonía romántica, de un temperamento que utiliza la poesía como terapia y catarsis para hacerle frente a la desposesión amorosa. Como el no que quiere ser libre y no puede evitar el naufragio, así determina Julia hundirse en el crepúsculo del mar y atentar contra la vida que la erigió en profeta. La identidad trágica la espera como un enigma acuciante. ¿Es todo amor una víctima azorada del no ser? Vicente Aleixandre habla de la destrucción y el amor. Lo mismo Julia. Julia eretende convalidar ese orgullo del no ser. Pero la aurora del río todavía engendra en ella luces fantásticas. Un sentimiento oceánico la oprime, como en el caso de Pablo Neru· da. Mientras exista mayor infinitud, mayor desmesura del mar, más ávida se proyectará la angustia en el desconocimiento espiritual.
Jamás se había dado en nuestra isla una voz tan descuajada, tan despierta de sí, tan arrolladora con· tra lo estático. Primero surtió del río la locura del abrazo cósmico. Después en las aguas del mar el dinamismo de las estrellas consternadas de ausen· cia la selló para ¿siempre? en la muerte de la muerte. En el río de tono primaveral se insinúa la inmanencia dichosa en el verdor y fulgor de los campos. Todo en el río es órbita, desplazamiento hacia el querer en consonancia con su patria esclava. Ahora en el mar el ensimismamiento se intensifica, la poe· sía parte desde la entraña misma del no ser, la subjetividad se apodera de los fenómenos sutiles de la naturaleza. Julia nunca fue poeta descriptiva. La objetividad sangraba en ella. Julia se transforma en alma marina y el río ¿se extingue? en la desaparición súbita de sus aguas. No puede evitar la poetisa el llamamiento de la nada. Es "el desequilibrio danzante de los astros". En la batalla entre el amor y la muerte triunfa, por sequedad agria de espíritu, la nada. Julia. de tanto desgarramiento compadecido en el amado, llega a proclamar la inercia como el último mano dato de su corazón angustiado. La intemperie denodada del mar, el destierro sin ojos del campo original, la obligan a abandonar toda unción. La ola se vacía de sí misma en un autodesprecio consabido. No se contemplan playas ni puertos. Sólo la lentitud corrosiva de la muerte va pero forándola en niebla abismática. La vida confluye en un desistimiento de 10 que antes brillaba como amor. Triunfa la pesantez. Se ahuyenta la gracia y se convierte en inmovilidad. "¡Debe ser tan profunda la lealtad de" la muer· te! ", exclama Julia. Y la desmundanización, por ausencia del estro amoroso, por inutilidad de la protesta social contra el tirano, se impone.en este poderoso pleamar sin riberas donde la angustia desquiciante es cifra primordial. El espectáculo marino se llena de algas muertas. Todo deseo se apaga. y la vibración cósmica del amor es sustituii:la por el tedio invisible de unas olas en cruz. Sin embargo, a Julia la enternece el don de lá· grimas. Por más existencialista que sea su angustia abocada a la nada, no puede olvidar la certjdumbre con que creyó en el amor. Queda permanentemente la ofrenda de su ingenuidad en lucha abierta contra un mundo desgastado e imperfecto. La poesía, al fin y al cabo, es una victoria del espíritu. Y así puede atajar el rielo de toda fatalidad. Por encima del suicidio, fulge su desnudez apasionada, su desprecio de la vestimenta social, su loor de amante inmortal. Es verdad que el mar aparece como un sepulcro. Pero en la uItimidad de la lira no se puede matar la expresión de esta capacidad espiritual de verter versos. Julia descubre el yo romántico más allá de todo posible narcisismo, en la ges-
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tión de un pueblo por salvar. Permanece el Río Grande de Loíza junto a Julia de Burgos. Ella recorre esa montaña idílica de su niñez aprisionada en astros. Finalicemos esta breve paráfrasis del río y del mar con un arrullo mío a la desaparecida. Arrullo "total y solitario": EVOCACION DE JULIA DE BURGOS
Cómo jugaste con la espuma unida del pleamar en muerte. El río oculto de la angustia vierte un idilio, una paz amanecida.
Novia que en el altar no se acompaña de los nimbos secretos. En los vibrantes, planetarios retos te alejaste, sin ley, de la montaña. y ahora vuelves al barro sideral y silente en busca de otra fuente que separe del véspero el desgarro y de la nieve la tenaz poesía.
Ya apenas reverdece la agonía de los nombres oscuros. Porque el alba revela los conjuros junto al río que trepa en luz bravía.
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El territorio de los pájaros* Por
ETNAIRIS
RIVERA
Hoy he recibido visita
el canto y aleteo del reino y territorio de los pdjaros largo seria mi andar sin el augurio y presencia libre sonora gitana de los pájaros no serd nunca la misma la lluvia de ayer mañana lloverd distinto si es que llueve llueve la lluvia sin nombre ni apellido llueve no mds vuela no mds er pdjaro y se junta y multiplica su especie incontenible soy sobre los seres hoja lluevo sobre el cuerpo telúrico de mi enamorada la que me vio supo de mis dedos de agua la que se internó en mis selvas y se colgó de mis juncos y llevó a su mundo por su boca la frutilla que la hi,o cantar de la palma de mis manos llueve el trecho tropical de la selva viaja mi amada en la otra ala del pájaro cg,ntaora de la noche incesante la que no teme lame la lluvia en la piel de la hoja piel hoja soy y me extiendo desnuda sobre la tierra y reposo en su matriz de mi travesia pirata largo serial mi andar bucanero en los mares del EspaciCl sin tu vientre Pachamama sin tu dejarme estar un rato para enamorarme voy haciéndome guerrera
• Canto a la Pachamama (Madre Tierra)
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huésped como el pájaro del árbol tanto ama el pájaro al árbol huésped como la lluvia de la noche y de los días lluviosos como los que tocaron a mi puerta en el jaracán y entraron a la selva a escamparse y bebieron de mi pecho y durmieron un rato mientras también dormía un rato su guitarra el que me vio digo el que realmente con su prisma me vio supo de mi cuerpo de lluvia no será nunca la misma la lluvia de ayer ni su canto ni su color según su pena lloverá distinta la canción el cuerpo de pájaro de la lluvia para buscarme -que le challen a Tlaloc hay una puerta en el vientre de mi Madre un pasadizo secreto al dominio de la lluvia un aroma de contraseña para los seres que habitan la lluvia no reconoce al amo no se conoce el látigo del orgullO' ni el más elegante ni el más instruido ni el más oligarca ni la supremacfa del robot en el ministerio ni la del yankkki en el dominio de la lluvia voy haciéndome guerrera bien que sabe inglés el robot en el ministerio bien que recibe órdenes y nos ejecuta... tanto ama el pájaro la justicia y el albergue de los árboles bien que me enseñó El Jichi el canto y lamento y vuelo de las palomas heridas a ver el dolor de mi madre convertido en nube a leer mi sendro en la coca eres la luz la raíz campesino del alba la marea clandestina que se desborda fiera como la lluvia sobre las víboras venenosas del hambre si somos nube es por la tierra que llovemos si mas luna bien que sabe la luna proteger la cosecha levantar la marea largo seria mi andar fatigante el combate contra los densos angosto el trecho tropical de la selva sin el canto ateteo y visita del territorio de los pájaros si me extiendo es porque desnuda abrió su cuerpo su piel terrosa mi madre para que brotara semilla soy vengo de los seres que habitan la lluvia y poblarán la tierra mañana cristalinos hermanos nuevos payadores del amor y la justicia y el albergue de los árboles soy la que se multiplica con la mirada la transmutada pantera de la selva a la que le crecen alas al atardecer 34
cuando el Sol p e
n e t r
a su Luz en el vientre de la Mar soy la noche en que llueve y el rito constante vengo del territorio de los pdjaros...
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ws Indios Caribes en la obra del Padre André Chevillard Por MANUEL C.(RDENAS RUIZ
EN 1658
SR PUBLICA EN RENNES LA OBRA DEL PADRB André Chevillard Les Desseins de son Eminence De Richelieu Pour L'Amerique: Ce Qui S' y Est Passé de Plus remarquable depuis l'Etablissement des CaZonies Et Un ample Traité du Naturel, Religion et Moeurs des Indiens Insulaires et de la Terre Fer· me. La misma está dividida en tres partes, titulada la primera, Des Desseins de son Eminence de Ri· chelieu pour Z'Amerique. Le sigue a continuación Des Missions des F. F. Prescheurs es Isles de l'Ame· rique oú is est traité des derniers sentiments de Luther, de Calvin et leurs disciples, pour la Religion pretendú Réformée. Y la última parte trata Du Naturel, Religion, Moeurs et Funerailles des Sauvages Caraibes, Galibis, Aloagues et Ouarabiches. La personalidad del Padre Chevillard es poco conocida. Sólo sabemos que nació en Redon y murió en Las Antillas en el año de 1682. Su obra, de la que ahora publicamos la traducción de la tercera parte, no tiene gran interés. La escribió en su convento de Rennes a la vuelta de un viaje a Las Antillas, utilizando para ello obras que sobre el tema habían sido ya publicadas, principalmente las obras del Pa· dre Dutertre y del Padre Pelleprat. Más que una verdadera crónica histórica, el Padre Chevillard escribe una obra literaria en donde la ingenuidad y la exageración quedan patentes como se puede apreciar en el texto que sigue a con· tinuación. "
TERCERA PARTE Del Natural, Religión, Costumbres y Funerales de los Salvajes, Caribes, Galibis, Aluages y Oiara· biches.
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Capítulo 1 Los Salvajes, de los cuales está casi llena toda la Tierra Firme y las Islas Americanas toman el nomo bre de los desiertos, de las tierras, de las monta· ñas y de los lugares en que han nacido, en donde estas Naciones viven sin Fe, sin Ley, sin vida civi· lizada; y al dejar pasar así sus años en las sombras mortales de la Infidelidad y en los grandes caminos del Ubertinaje no nos dan esperanza alguna de su salvación, tal como dice la Doctrina del Gran Apóstol, quien resume en dos palabras esta verdad: los que hubieren pecado por la Ley, perecerán por la Ley como hijos de la ira; y los que hubieren persis· tido en la ignorancia de la Ley, serán arrojados a los abismos del infierno como cálices indignos de ser colocados en el Palacio del Rey del Cielo, al no haber amado, servido y adorado al Autor del Universo de quien obras admirables les daban conoci· miento suficiente de su grandeza. En la actualidad, como se les predica más de lo ordinario debido a los establecimientos levantados en el interior de estas tierras, la mayor parte de ellos están más espiritualizados y se les insta a que se aferren a las prédicas, y a que las mediten bien para que puedan ser bautizados e ir al final con Dios. Ellos ,nos dicen frecuentemente: Baba iroponty catu nicherix, Inucatiti Mabohia oiaoone, es gecir, Padre tenemos que confesar que el Dios de los cristianos es mejor que el nuestro, el Diablo no es bien malo y nos maltrata duramente. Manalehempti haoone baIanglé oiaoiry, los Cristianos no son maltratados como nosotros. Por lo demás, la aprensión que estos Idólatras tienen a los suplicios y a las extrañas crueldades de Mabohia, de las que se espantan y frecuentemente se afligen, los lleva a ponerse bajo su tiránico dominio. El Dios de los Cristianos (dicen ellos) es
bueno, no hace mal; pero tenemos que calmar a Mabohia para evitar los golpes de su furia.
Nacimiento de los Hiche.s de los Salvajes (Hiche en lengua India quiere decir, comúnmente, niño) Capítulo II La ociosidad, al ser la madre de todos los vicios, es el alimento de la impiedad, el cebo y mecha de la brutalidad, el alimento de todo libertinaje, como la experiencia lo hace ver, para nuestro gran pesar, en el Cristianismo, como entre los Idólatras; no hay que asombrarse si las tierras donde habitan los Salvajes son los lugares donde se refugian todos los vicios y son la guarida de todas las impurezas, a las cuaJes ellos se dedican; así la poligamia es allí tan común, que un hombre tiene varias mujeres, y los matrimonios del padre con la hija, y de los primos hermanos con sus parientes cercanos son de lo más frecuente, y un hermano, además de sus otras mujeres, toma siempre el -lugar de su hermano fallecido, uniéndose a su cuñada si bien le parece. De donde podemos conjeturar que estos paganos proceden de la dispersión de los Judíos. Estos Indios acostumbran tener mujeres para su diversión, o para que los acompañen cuando van a la guerra o a la caza; hay que señalar que estas mu-
jeres se tienen un odio mortal entre sí, y no se hablan jamás, siendo los celos la causa de este desorden. Cuando ocurre que la mujer de la choza donde reside el marido da a luz, ella va y se levanta, lleva a su hijo al mar y después lo baña en agua dulce; de vuelta a la choza, el marido se acuesta en una cama de algodón y aIli se queja, se presiona el vientre con unos viejos arapos medio quemados, grita, se lamenta, se frota el cuerpo, y hace mil muecas y tantas posturas como una mujer joven en el momento de dar a luz; y entonces todos los vecinos del carbet llegan, le compadecen, le dicen 10 mucho que ha sufrido para traer a este bello niño al mundo e instan todos a su mujer a que lo cuide, y así, después de cuatro o cinco días de esta locura, sigue una dieta más que suficiente para un enfermo de Napolitana; y después de una Luna de abstinencia, se le corta y se le desgarra tan fuertemente con dientes de aguty, que sangra por todas partes y esto (dicen ellos) es para que el niño recién nacido sea sano. Por su natural, nuestros Salvajes, y los otros Indios de las tierras firmes, son bastante afables; pero por otro lado no hay que ofenderlos ni contradecir sus opiniones, sino ir dulcemente para ganarlos, ya que siendo contrarios a todos los sentimientos del Evangelio, no saben perdonar jamás cuando una vez han sido ofendidos, y menos aún reconciliarse, tal como la Ley natural y la Justicia Divina lo exigen. .
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De la Educación de los Salvajes, de sus Matrimonios Capítulo III La educación de los hijos de los Salvajes es tan deplorable que valdría mejor no hablar de ella que decir una sola palabra, y únicamente para poder satisfacer la curiosidad y obligarnos a dar gracias al Autor de la naturaleza por habernos hecho nacer en el cristianismo, diré, solamente, que las madres Indias no tienen otra inquietud que por sus hijos, estando siempre preocupadas a este respecto, y apenas los pueden perder de vista, teniéndolos constantemente con ellas, sea en sus asambleas de grandes vins, o en la guerra; se utiliza una especie de echarpe de algodón en el cual el niño es comúnmente llevado por su madre. Sin embargo, conforme este crece en edad, también se convierte en más estúpido, grosero y bestia, ya que no es instruido en nada, y su malicia echa raíces más fuertes con los años debido a que los padres y las madres no los castigan jamás y les dejan hacer todo lo que bien les parece, y si ellos tienen alguna tarea es la de hacer arcos, flechas y mazas o bastones y las mujeres unas hamacas de algodón para dormir, no teniendo nunca hora específica para un trabajo, sino, únicamente, su capricho o fantasía.
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Cuando estos niños han llegado a la edad de diecisiete o dieciocho años el padre hace un gran uicú, donde varios Paganos se reúnen, y allí el muchacho se para delante de un Anciano quien le arenga a su modo y le exhorta a no perdonar jamás a ningún enemigo de su nación; y después rompiéndole en la cabeza un buitre, o un Manfenit, vivo, se le desgarra en diversas partes de su cuerpo con los dientes de aguty, y a continuación hace un ayuno riguroso de una Luna, y así se le considera valiente, aún cuando muchas veces es el más cobarde de todos los hombres.
En cuanto al Matrimonio Todas estas Naciones Idólatras son Mártires del Diablo; así a las hijas prometidas por un padre a un muchacho, se las hace ayunar rigurosamente una Luna, y después, públicamente, en su gran uicú, se las desgarra por todo el cuerpo con los dientes de aguty; pasados estos sufrimientos, la muchacha es dada al muchacho por el padre, con estas palabras: Axc baiobuca taboiita cube, es decir, ahí tienes a tu mujer, tómala y vete con ella. Sin embargo, hay que señalar, que el padre con su hija, el hermano con su hermana, el sobrino con su tía, se casan, no conociéndose ningún grado prohibido entre ellos.
La tarea de ]a joven casada es hacer el pan de casabe, el mabi y el rucú; es decir, todas las mañanas al levantarse el Sol pinta a su marido con aceite de palmita diluido con el rucú, desde ]a cabeza a los pies, por todas las partes del cuerpo, y esto es para que, como están desnudos, los mosquitos y los cinifes de] país no se les acerquen a picarlos o incomodarlos; esta pomada les protege contra estas pequeñas bestias de estos lugares. Del gran vin o de los jolgorios de uicú de los Salvajes y de lo que allí pasa
Capítulo IV
San Pablo hablando de] mundo. declara a los malos cristianos enemigos de ]a Cruz de Jesucristo, ya que en lugar de adorarlo y glorificar su Nombre, y de reconocer en Dios a] Autor y conservador de sus Seres, los Libertinos adoran un Dios imaginario y hacen una Divinidad de su vientre, lleno de vianda y comida. Es esta ]a más indecente y la más abominab]e Ido]atría del mundo; como ha dicho e] Apósto], los malignos ofrecen a su vientre, en abundancia, todo ]0 que ellos encuentran de más delicado, siendo las Tabernas sus Templos, las mesas sus Altares y los bufones sus Coadjutores; en resumen, San Pablo deplora su maldad con estas palabras, ambulant quoi sape dicebam vobis, nunc autem et flens dico inimicos cruci cristi, quorum Deus venter est, et gloria in confusione ipsorum. De donde veo que hay que comparar a los Bárbaros con estos miserables, porque unos pecan por malicia y los otros por la desgracia de su nacimiento en la Gentilidad; pues todos estos pueblos Sarracenos no consideran jamás falta alguna el emborracharse, y los Salvajes 10 hacen tanto más porque el licor les parece dulce y agradable, aún cuando éste no sea más que agua hervida con su casabe o patatas. Estos jolgorios de uicú, que otros llaman Asambleas, o Grandes vins de los Salvajes, se hacen con frecuencia. En primer lugar cuando les cortan por vez primera los cabellos a sus hijos en mitad de la asamblea, en donde cada familia efectúa esta ceremonia; cuando se casan con una mujer que vivirá en el bohío ordinario de su marido; cuando declaran a alguno capaz de ir a la guerra; cuando abaten árboles para levantar una nueva casa; cuando se celebra el caramemo, o se consulta a Mabohia y a los Rioches, por medio de los Boyez, acerca de la guerra, o de ]a enfermedad de algunos compatriotas. Esta asamblea se hace de esta manera. Doscientos o trescientos Salvajes, hombres, mu-
jeres y mnos, se reúnen en el carbet donde se va hacer el vin después de haber sido invitados por éste que quiere obsequiar a sus amigos, a quienes los Salvajes de su familia han llevado un casabe a cada bohío con una calabaza de uicú; hecho esto, los invitados llegan cargados de pescados ahumados y de vasijas llenas de licor, y todos sentados, cada uno haciendo su pimentada a su gusto, se ceban y llenan de comida de tal manera que tienen que (lescargarse varias veces; comienza esta bella ceremonia al inicio de ]a mañana y no la terminan más que después de transcurridos tres o cuatro días con sus noches. Es en estas debacles, a] igual que los malos Cristianos en las tabernas, que se golpean, se matan, cometen cantidad de desórdenes, y donde el furor y la rabia estalla contra sus enemigos, y donde ]a locura impera; los viejos, y los jóvenes, todos juntos haciendo mil posturas indecentes, y cometiendo todos los ~rímenes más enormes, se dejan llevar hasta confundirse los unos y los otros, para después volver a comenzar su diabólica solemnidad. Es en estos grandes vins que los ancianos renuevan siempre sus quejas y animan a los jóvenes a recordarse de las inhumanidades, no solamente de los Españoles contra los Salvajes de Perú, sino también de los Franceses que en forma parecida han ve.nido a tomar sus tierras, y han matado a sus padres, y han masacrado a sus amigos; estos viejos y estas viejas Salvajes atizan de tal manera el fuego de ]a cólera y e] odio en el corazón de los jóvenes Bárbaros, que rechinando los dientes, llorando de rabia y de furia al pensar en estas cuentas, toman crueles reso]uciones, en señal de las cuales, y en presencia de esta multitud de infieles, estallan en un grito espantoso: Nitoiarmeen homan nirabin apranaheli xcirssen hiquise hocucily homan noossé toueaxcoia nhanhativa loiary ucaira, es decir, recordemos, mis hijos, que los Cristianos han matado a nuestros amigos, que su crueldad nos ha privado de nuestros padres, que .nos han echado de nuestras tierras, es a vosotros a quienes pertenece la venganza y debéis mostrar]es vuestros resentimientos y vuestros pesares. Entonces estos jóvenes Indios tomando en ]a mano el arco y las flechas, y golpeando con el pie, disoarando al aire. se entre~tan a plena boca: Si homy auman balanaglé C:l boñé coatigu ocera ua!!U, matemos entonces a los Franceses que han ocupa· do nuestras tierras. En resumen, es en estos grandes vins que toman los acuerdos decisivos de guerra contra los Cristianos, y en donde uno de los ancianos del grupo arenga por demás a esta brutal compañía de paganos reunidos con tal fin.
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De la vida política de los Salvajes y de sus guerras Capitulo V
A decir verdad, me asombro por querer escribir acerca de la vida política de los Salvajes, ya que las familias más numerosas y pobladas no temen .nada, no reconocen ni Monarca, ni Soberano, ni Magistrado, ni Ley alguna, ni dependencia de unos con respecto a otros; viven según su inclinación natural y tal como ella les incita. Ahora bien, nuestros salvajes, así como los de la tierra firme, que sobrepasan en número de personas a todas las más grandes Mon.arquias del Mundo, no combaten jamás a campo abierto, ni en tierra ni en mar, sino única· mente por sorpresa, a hora inopinada, poniendo en marcha poco antes del amanecer, o bien al claro de Luna; aún cuando hacen así, no dejan sin embargo de matar a sus enemigos y de quemar sus chozas con el favor de sus flechas, en el extremo de las cuales ponen algodón ardiendo, disparándolas hacia lo alto y al caer sobre las ramas que cubren la choza el fuego prende inmediatamente en el interior. Si, no obstante, se ven sorprendidos, aún cuando hubieren hecho doscientas leguas de camino, dan la espalda y ponen la piragua a la vela si el tiempo lo permite, o corren al bosque. Sólo los Ingleses de la Nueva Inglaterra y de las Islas donde ellos habitan sucumben, por su cobardía natural, a las cruel· dades de nuestros Caribes, ya que es suficiente para hacer huir a treinta Ingleses decirles que diez salvajes arco en mano les siguen los pasos. Si no temiese todavía ser prolijo acerca de esta materia de las costumbres de los Indios, trataría en extenso lo referente a su Caramemo, que es una consulta que hacen al Diablo Mabohia sobre el resultado de sus guerras o de sus enfermedaqes. Ha· cen este Caramemo después de un gran vin, en una choza limpia de inmundicias, en la cual (en mitad de la noche) catorce o quince de los más viejos de la familia y siete u ocho viejas Hechiceras Salvajes se dan cita con un Bohie, quien es un hombre, o una mujer, consagrado a Mabohia mediante una gran efusión de sangre, y un ayuno riguroso de una Luna entera. Entonces el más viejo Bohie habiendo hecho apartar todo tipo de fuego de alrededor de la choza donde no se puede ver en manera alguna rastro de luz, invoca al Demonio y, temblando la choza y la tierra del lugar, se oye una voz enronquecida que inquiere acerca de su intención, y una vez que estos miserables han hecho la pregunta, este Príncipe de las tinieblas, sin dejarse ver, hace oír sus resoluciones, prometiéndoles toda ventaja sobre sus enemigos y especialmente sobre los Cristianos, ya que no permiten la entrada en sus tierras a los predicadores del Bautismo y de la Ley de Jesucristo. Algu-
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nas veces este Demonio se hace oír por la boca de los Rioches, que no son otra cosa que una especie de marionetas de Francia o muñecos de algodón. No obstante, si ocurre que después de una consulta sobre la enfermedad de un Salvaje, Mabohia les asegura una muerte rápida, abandonan todos al enfermo y le dejan morir mil veces de miseria antes del último golpe de la muerte; es así que el Diablo tiene a estos pobres miserables en sus garras. Diré, antes de acabar este Capitulo, que (contra el sentimiento de Mabohia que disuadía a los padres amenazándoles con una pronta muerte) nuestros Padres bautizaron varios infantes moribundos, y aquél maltrató a los padres y madres de éstos; sin embargo a los bautizados y verdaderamente con· vertidos no les hace ningún agravio, siendo la Gracia un fuerte inaccesible y una muralla que hace dique a sus tiranías.
Del comercio de los Salvajes En cuanto al tráfico de los Salvajes y su negocio, se debe llamar mejor una vida languidecente que una actividad o prácticas razonables, visto que su pasatiempo es beber, comer, dormir, bañarse y mi· rarse los unos a los otros mientras se les hace el casabe, comida ordinaria de todas las mañanas para la subsistencia del cuerpo, o cortarse la barba con las hojas cortantes, o hacer algunas mazas, arcos y flechas. Es verdad que en el presente trafican con los Navegantes y Mercaderes hamacas de algodón, camas de tienda, carey, llamado en Francia concha de tortuga, cuerdas de pita, estopa del país, periquitos y de estos bellos y grandes pájaros como el anás y el canivet. Las mujeres, no obstante, están más sujetas a la casa, pues tienen a su cargo la choza y los niños, y sus maridos no se meten en nada de lo que respecta al cumplimiento de estas tareas.
De la muerte y última ceremonia de los Salvajes
Capitulo VI
Aún cuando nuestros Salvajes sean de una constitución fuerte y en sus enfermedades no busquen más remedio que el jugo de algunas hierbas, o aplicación de algún compuesto considerado bueno por experiencia, sin embargo, contra la muerte no hay allí ningún remedio. Pues aunque una cualidad tenga ventaja y predomine excesivamente, el cuerpo tiene que sucumbir, siendo verdad el decir del docto Salema, que no hay jardín de simples que tenga
una hierba cuya virtud conserve eternamente la vida. Contra vim mortum non est medicamen in hortu; el Decreto del Cielo ha determinado que el hombre dejará esta vida para pasar a una otra. Des· graciado, deplorable y funesto si ha pasado sus días en el libertinaje, si ha vivido en las tinieblas del pecado y muerto fuera de la gracia de Dios. Vida deliciosa y gloriosa si se ha servido de los medios para salvar su alma en la eternidad. Estos pobres desafortunados cuando están enfer· mas, consultan al Mabohia por medio de un Boyé (como hemos indicado anteriormente) y él da la sentencia de vida o muerte, no pareciendo que el Diablo haya perdido su s~bidurfa para las ciencias naturales. Ahora bien, la enfermedad más común de este país se llama Aia, epian, o para decirlo cia· ramente, la Enfermedad Venerea, llamada en la Medicina, el Mal constante, en su grado más maligno; los hijos de los indios la traen frecuentemente del vientre de sus madres, y es de estas tierras que procede la viruela gruesa. Primeramente con los espa· ñoles que volvieron del primer viaje de Cristóbal
Colón, y la han sufrido mucho; y después los Napolitanos por su libertinaje criminal la han contraído y llevado por toda la tierra; es verdad que se curan superficialmente por espacio de varios años mediante sus remedios reiterados; sin embargo la sangre se pudre y el cuerpo se infecta; la malignidad de esta asquerosa enfermedad es la causa ~xtrema del daño que produce, la cual tiene como recompensa, la pérdida de la vida. Una vez que un Salvaje ha expirado los vecinos entran en su choza y perfuman y engalanan su cuerpo, o bien le hacen prontamente una otra choza de un largo mayor que los palomares de Francia; allí estas mujeres le amortajan en una hamaca o cama de algodón toda nueva, y una vez hecha la fosa, los otros Bárbaros de los carbets. que han sido avisados, no faltan jamás de darse cita en la sepultura de su compatriota; donde llegados, los más ancianos entran en esta choza y los otros la rodean; sin embargo, las viejas Salvajes entran, toman el cuerpo, lo colocan en su sitio en la fosa sentado sobre los talones y los dos codos en las palmas de las manos,
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y la banqueta sobre la que se sentó durante su vida se la ponen sobre la cabeza. Pero si es una mujer, se le pone una marmita de barro en señal de ama de casa. Mientras ocurre esta ceremonia varias mujeres echadas alrededor de la fosa, gritan, aullan, suspiran, se lamentan, y vueltos los ojos al cielo echan cantidad de lágrimas y dicen todas a una voz estas palabras: Aoierherlan oiaury catajuaba libapuhnemensirelebobien vibaratur ih buaegei. y los maridos manifestando su duelo con lágrimas frotan la espalda de sus mujeres y, sin proferir palabra alguna, les hacen señal con la mano de que se consuelen. Aplacados estos lamentos, se cubre la fosa con tablas elevadas dos pies por encima del cuerpo, y habiendo arrojado mucha tierra sobre estas tablas, ponen allí todos los muebles del difunto, como arcos, flechas, bastón, pequeños cestos, hibichets y otras labores de los Caribes, y matan a sus esclavos si tenia alguno. No faltan jamás a esta ceremonia, en cualquier parte que se encuentren para mostrar
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su gran dolor por la muerte de sus compatriotas. Los hijos, a ]a muerte de sus padres, se cortan los cabellos y ayunan una luna a pan yagua, temerosos de que una de las almas del padre muerto no les traiga desgracia; pues creen tener dos almas, la primera de ellas va al cielo con un Dios bueno para allí ser obsequiada para siempre, y la otra se convierte en un Mabohia o Demonio, que causa toda suerte de funestos hechos en sus empresas. Por último se mantiene el fuego día y noche sobre la fosa durante un año entero, y al final de ese tiempo, uno de los parientes del difunto convoca e invita, frecuentemente, hasta trescientos o cuatrocientos indios para hacer las últimas ceremonias, lanzar los últimos suspiros por el muerto, y divertirse en un vin que ellos hacen a su memoria y en donde se envilecen, se matan y cometen sus ordinarias brutalidades como en ocasiones parecidas. De donde se puede conjeturar los cuidados y el trabajo que hay que hacer para ]a conversión de estos pobres gentiles.
Francisco Rodón: Pintor de Puerto Rico * Por
E
S ARTISTA PINTOR AQUltL QUE LLEGA A METERSE ADEN-
tro de su tela. y se hace crítica de arte cuando se logra, a través del medio escrito, meterse adentro de los significados profundos de ese resultado. Meterse adentro de una tela es inevitablemente un proceso largo y doloroso. Por ello nunca hay grandes artistas que lleguen a verlo de muy jóvenes. El ojo tiene demasiadas ramificaciones en el cerebro y crece con él. Para meterse dentro, hay que tener un dentro desde el cual meterse y si la obra plástica es como creemos un diálogo entre el pintor y su tela, lleva tiempo lineal, cósmico o nuevo para que ese diálogo se haga significativo. La demora es, pues, cargosa, pero inevitable prerrequisito del genio. En épocas como la nuestra, enfermas de inmediatez y del afán de inmediatizar, es precio del inteligente plástico (damos a la inteligencia su acepción más alta de sabiduría y juicio) ver pasar las liebres sin renegar a su destino de tortuga. Durante el proceso de esta maduración e insistencia obsesiva con la problemática del propio estilo y las exigencias de la materia, se forja el carácter de los llamados a perdurar. ¿Perdurar para qué?, preguntará el que se rehusa a abandonar el plano de la cotidianeidad, sosteniendo que "el arte" de nuestros días encuentra su más legitima expresión en los avisos comerciales de la televisión. Tomás Moro, hombre de infinita bondad que no pudo eludir los altares de una posteridad con incorregible afán de endiosamiento, sólo excluyó de su comunidad utópica a los que no creían en la inmortalidad. Hoy debemos protegernos de actitudes inversas. y porque el arte es por su misma esencia testi-
RAFAEL SQUIRRU
monio vivo de esa dimensión de nuestro ser, la que no quiere morir, ni dejar morir, corre hoy el peligro de ser perseguido, no ya por irascibles emperadores, ni estrechas inquisiciones, sino por la frivolidad de la comunicación masiva, instancia renovada del más grave de los pecados, el que va contra el "Desnudo con paraguas"
.. América, vol. 26, núm. S.
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"Ruidos vegeta/es"
espíritu santo, o más sencillamente contra el espíritu, ya que toda espiritualidad por el hecho de serlo es metafísicamente santa. Quede así reivindicado para las épocas que corren Luzbel, Judas, la Papesa Juana y todos los que de algún modo o de otro se movieron en el plano de la percepción anímica, cualquiera las atrocidades éticas, sobre las que nos advierte el mayor de los justos, no debemos juzgar. A las reflexiones expuestas, añadamos la frase de Buffon: Le style c'est l'homme, y estaremos equipados para trazar cuando más no sea un esbozo, sin pretensiones de retrato, de la obra del artista puertorriqueño Francisco Rodón.
* * * El análisis estilístico de la obra de Rqdón presenta características particularmente retadoras. Aunque a la distancia, he seguido la evolución de su estilo durante más de una década. Aclaremos que aquí evolución estilística no implica progreso. El arte no progresa, y cada obra contemplada desde el punto de vista individual o de la escuela a la que pertenece, es un en sí, definitivo e inapelable, que
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responde a las intransferibles exigencias tempo espaciales en que se produce. Sí puede, en cambio, establecerse la progresión de una obra descubriendo sus antecedentes formales, y en los casos del artista con influencias en su medio, incluso sus consecuentes. En el caso de Rodón, así como el de la gran mayoría de los artistas que trabajan hoy en Puerto Rico, aparece de modo incontestable su conexión con la gráfica en la técnica particular de la serigrafía. No se precisa ser demasiado sagaz para ubicar a este centro de influencia estilística en el taller de Lorenzo Homar, desde donde se ha ido irradiando esa visión de acento planimétrico y valoración de los grandes planos de color. A ello debemos añadir la génesis de esta visión que emparenta de modo especial al art nouveau, que encontrase cuna afín en el arte de los catalanes. Movimiento de un barroco muy particular, que gusta del arabesco y de la curva en contrapartida al ángulo recto que alcanzó en las obsesivas genialidades de Mondrian. . Este concepto visual de la sinuosidad curvilínea está presente como una constante también obsesiva en el arte de Rodón. De la catedral del medioevo y del románico, más aún, se entrelaza con los portales, y del primero de
ambos, con las gárgolas, en contraste con la severa recta de la columna griega o de la predominancia renacentista que quiere volver a ella en son de rescate. Por ello cabe ubicar sin titubeos a Rodón en la corriente romántica, predominio de la forma femenina sobre la masculina, más rica en curvas la mujer que el hombre, donde el ángulo se hace más . presente. No debe pues extrañarnos la preferencia del artista puertorriqueño por expresarse a través del retrato de las hembras. En esta opción formal se involucran montones de conceptos, tan solo que nosotros, en tanto críticos de arte, debemos rastrearlos a través de lo formal más que de las opiniones o referencias literarias del artista. Forma dat esse rei. la forma da el ser a la cosa, como querían los escolásticos, y es a través de esta forma barroca y romántica que irán apareciendo las implicancias del estilo. Sabido es que el romanticismo fue en buena medida un retorno a la Edad Media, y con ella al culto de la dama como la mantiene Quijote a Dulcinea en la tozudez del alma española que se prolonga hasta Unamuno, primo espiritual de Rodón. El culto de la curva y de la mujer tiene además sus implicancias cósmicas, en todos los órdenes. En el del tiempo, opta por el retorno, al estilo de las estaciones, en contrapartida del tiempo lineal, histórico, de un pasado que muere y de un presente fugaz dirigido a un futuro sin virar a los costados. El tiempo histórico es una linea recta, así como el cósmico describe un círculo, que se hará espiral en el punto en que Rodón horada el presente por la intensidad de su sentimiento destinado a la búsque. da de la perduración eterna de esa actualidad. . En esto Rodón se integra con naturalidad en el ritmo de su propia cultura, hispana y americana, que se resiste a ver la muerte como catástrofe irreparable y que por ello debe ser ignorada. Sus niñas (otra vez el "eterno" femenino) reaparecen aún después de muertas, renovada la abuela en la infancia de las nietas y éstas a su vez reencarnando en este concepto cíclico una niñez pretérita que el artista no dejará morir. En el orden del espacio, también Rodón huye de las perspectivas matemáticas o lineales en el lenguaje más ortodoxo de la crítica, enfoque intelectual del clasicismo, para moverse en espacio visual de rica tradición entre los orientales. Baste recordar la estampa japonesa, tan presente en los postimpre. sionistas que son los padres del art nouveau, como Gauguin, o en la obra decorativa de Whistler, como acontece en su famoso Peacock room, hoy preserva· do en la Freer Gallery de Washington. El espacio así entendido no se somete a las leyes
de la óptica desde un punto focal, se toma por el contrario en dimensión simbólica a lo Jung. El artista ordena y distribuye las formas ajeno también a las perspectivas aéreas o vibracionales que se vuelven a la luz como factor determinante. No se trata tampoco de una luz supeditada a la forma, como ocurre en ese movimiento clásico moderno que se llamó el cubismo; el espacio de toma, en vez, en factor determinante, supeditando el resto a sus propias exigencias. El pintor ordena sus formas integrándolas a su espacio, sin temerle a las implicancias decorativas, que serán añadido valor de la resultante compositiva. Importa mucho la distribución de espacios en la obra de Rodón, y en esto, sin proponérselo, desde el ángulo simbólico, su obra se transforma en rica fuente de deleite para la sensibilidad arquitectónica. Tan sólo que fiel a su sensibilidad pictórica como en el caso de los simbolistas franceses (volvemos a Gauguin y a la definición de Denis: un cuadro es una distribución de líneas y colores en un espacio bidimensional) su espacio se desarrolla en el muro, sin necesidad de invadir las dimensiones particulares de la escultura y de la construcción. Esta sensibilidad particular que retoma aquí también a fuentes románicas y bizantinas, destacará de modo inevitable y jubiloso la importancia del color. No es tampoco casual que la estampa japonesa, a diferencia del aguafuerte incomparablemente manejado por los campeones del claroscuro a lo Rembrandt, apele invariablemente al color como ingrediente decisivo de su instrumental, presencia rescatada a través del simbolismo por ese gran maestro de la pintura que es Henri Matisse. Tampoco sería impertinente recordar aquí el expresionismo nórdico y a Eduard Munch, bien traído a colación en su ensayo basado en la obra de Rodón que escribe Marta Traba. En el análisis estilistico de un artista es imposible particularizar sin este esfuerzo de ubicación paral~la, puesto que los estilos nunca son creaciones ex nihilo, sino que por el contrario surgen a raíz de opciones a través de las cuales el artista va definiendo su personalidad. Al insertarse Rodón en el espacio cósmico, caen en su sitio los restantes elementos de su repertorio formal con las variantes lógicas que les imprime su peculiar talento. Así, por ejemplo, conserva articulación de planos, pero más que al servicio de metas intelectuales como las que señala Cezanne, como una instancia más de definición espacial. Esta articulación por otra parte en ningún momento explicitada. sino apenas insinuada, se preserva para algunas zonas de la composición, subra· yando delicadamente la importancia de los rostros o de algunos objetos. El color, empastado en las primeras etapas, se
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va haciendo más acuoso a medida que Rodón descubre su propia claridad y se contagia cada vez más de los aires marinos que lo rodean. Es ésta una bella característica de la pintura antillana, llevada a resonancias elevadas por Wilfredo Lam. En la última etapa de Rodón el tratamiento casi teñido de la tela no le impide, cuando así lo exige su temperamento, alternar algún chorreado del azar controlado con cierta pincelada gestual, como la que rodea la cabeza del retrato de Marta Traba. En su distribución de temas visuales Rodón equilibra con eficacia las zonas polifónicas con las zonas de silencio. Ya Mozart anotó la importancia de los silencios en la composición musical; Rodón tiene certero ins· tinto para valorizar los segmentos atormentados con las áreas del silencio que permiten respiración a la tela. Con criterio barroco la atención visual se vuelca desde el discurso de Rodón hacia el espacio en que el pintor escucha, estableciendo el imprescindible diálogo entre el creador y su obra.
* * * Consignados estos apuntes que no pretenden ni con mucho agotar la rica gama de características formales de Rodón, vayamos a cierto tipo de reflexiones que desde un ángulo diverso quizá puedan añadir elementos de riqueza a esa confrontación visual insustituible del contemplador con la obra de arte. Toda la pintura de Rodón posee un eco teatral, casi me atrevería a decir operístico; ni es casual que al artista lo acompañe la música en sus horas de tarea o que encuentre particular deleite en las voces de Ponselle o la Callas. Esta teatralidad es característica del alma bao rroca desde su despunte miguelangelesco, pasando por el Bernini hasta el expresionismo de nuestros días bien ejemplificado en la obra del español Canogar_ El teatro busca no sólo la situación sino el efecto. El mismo Shakespeare es zorro y calculador, en muchos casos, más del efecto que de la situación misma. Así, en la escena de los mimos que representan el asesinato del viejo Hamlet, la representación altera al asesino en su segunda instancia ha· blada dejando a los analistas perplejos del por qué no se altera durante la primera, perplejidad que jamás siente el espectador, que está sometido a las lejes del efecto teatral y no a las de la lógica racio· nal tardía. A Rodón no lo cohíbe lo folletinesco, ni se le 46
puede confundir con autor de dramas de capa y espada. Tiene además esa consideración para con su púo blico, que consiste en no aburrir, y que va más allá del talento específico del creador, esa condición que pone en ventaja las óperas de Rossini sobre las de Beethoven. Rodón pinta para la platea y también para el paraíso o gallinero, como prefiera lIamár· selo. Hasta cuando muestra su obra le gusta preparar la mise en scene para cabal deleite del observador. Pero más allá de la concesión que esto supone a una ley sutil de buenos modales, esto configura un respeto particular y subrayante de aquello que se hace, de la misión del artista; revela toda una filosofía estética y vital. En esta preocupación por la mayor accesibilidad a su obra, el artista revela un particular amor por los menos iniciados, que son la mayoría del pueblo; es preocupación para con los sectores más humildes de la sociedad. No es ocioso aquí reflexionar que los clásicos del arte terminan por serlo con ese añadido voto anó· nimo que paga con amor y respeto el amor y respeto que se volcó por parte de quienes no los olvi· daron. Así entre nosotros, argentinos, Martín Fierro es el libro clásico por antonomasia consagrado como lo quiso Hernández, por el corazón que tienen, quie· nes con gusto lo escuchan. Tan sólo que esta preocupación, para ser vale· dera, debe ser sincera, fruto de una compenetración previa entre el artista y su pueblo, raíz potente y vital de la más auténtica cultura. Y aquí corresponde volcar atención a la temática de Rodón. En la naturaleza muerta estará presente el hongo, actor estelar del drama, y también los terron· citos desmigajados de su tierra, que por escasa él sabe valorizar. En sus mujeres asomará la condición fundamen· tal de lo femenino, pero también cobrarán impulso las personalidades facetadas por la arcilla de Puerto Rico hecha soplo poético en las OIgas Condes, las Rosaritos y el desfile de mujeres antillanas de presencia intransferible en sus aportes a la personalidad de la especie. En esta galería no está ausente, en su desnudez, la negra apoyándose sobre un paraguas, captada en toda su importancia en líneas que le dedica Ruiz de la Mata. Presencia simbólica del Afeica en la cultura antillana, inconcebible sin trasfondo de tambores y de ritos mágicos. La muchacha africana domina desde una pared central una de las amplias salas del Museo de Ponce. Desde la Olympia de Manet a quien recuerda en más de un sentido, no recuerdo haber visto tanto desparpajo en una figura sin ropa. Si no fuese por el
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contraste del paraguas, no nos daríamos cuenta que la chica está desnuda y, lo que es quizá lo más notable de este cuadro en la dimensión meta-arUstica de su significado, es que también queda releo gada su condición de africana totalmente absorbida por la presencia humana del personaje. Ningún panfleto defendiendo la igual dignidad de todas las razas podría, bajo este aspecto, resultar más eficaz que este cuadro de Rodón. Frente a los desnudos poéticos de Velázquez o los sensuales de Modigliani, sólo cabe llamar desnudo-desnudo a éste de Rodón, en que la personalidad de su retratada triunfa por encima de lo que al fin y al cabo es anécdota circunstancial, el .. estar" (que no ser) con o sin ropa. Los cuadros de las Ineses quedaron aludidos de soslayo durante nuestro análisis del estilo; por su factura la Inés muerta pertenece a la calidad de los Hongos, mientras las otras dos marcan junto con el Mangle un tríptico de plenitud fonnal donde Rodón se hace definitivo. La Inés muerta que recuerda la madre niña junto a su muñeca, está cargada de la nostalgia del artista y como bañada por una luz espectral que recuerda a la música de Debussy, a ciertas telas de Gaya. Tan sólo que estas imágenes son plásticamente más
densas, menos aéreas, como si el artista quisiese riarle realidad maciza a su sueño. Las otras Ineses, niñas también y representando a una de sus sobrinas, están sometidas al proceso inverso de una realidad próxima sometida a la dis· tancia que el artista interpone con la. realidad efí· mera para darle el sello de lo perdurable, estampas vigilantes del amor en sus felices equivalencias literarias. El mangle es para mí una de las obras maestras de Rodón. Aquí parece haber resumido su madurez formal volcando en ella plenamente todo un mundo de vivencias metafísicas e insulares. En la vorágine torturada de estas raíces carnívoras parecen entrecruzarse todos los destinos de la isla, individuales y colectivos. Puso allí Rodón en dramática metamorfosis sus luchas internas y el batallar que lo rodea y del que es parte a la vez que fiel cronista. Este trabajo está más cerca de la acción de Dela· croix con la patria avanzando con el estandarte en alto, que de cualquier paisaje o naturaleza muerta que yo recuerde. Hasta la jungla de Lam parece tímida frente a esta madeja de fuerzas que llevan al espectador
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como de la oreja para sumergirlo en medio de la brega. Para no dejar de recordarlo al Martín Fierro, se diría que como el gaucho austral aquí Rodón exclama: "¡No les pido, les mando que me escuchen!" Este cuadro ilustra bien el testimonio y el como promiso de Rodón con su propio destino, indisolublemente ligado al de lo suyo y de los suyos, y nos entera que para arrancarlo a este arte de su medio, habría que arrancar la isla entera.. Lo encontramos hoy trabajando en plena medio tación sobre la muerte, urgido por vivencias íntimas que lo han volcado a las telas: la agonía y la muerte del poeta, inspiradas en una fotografía de Darío agonizante. Se trata de un momento solemne como el de los músicos cuando escriben su misa. La agonía se mantiene como un dibujo gigante al pincel dentro del blanco y negro del sufrimiento. Aquí Rodón da rienda suelta al sentimiento fraterno. Imposible no compartir esta agonía que a todos nos afecta, dramatizada más aun a través de un símbolo de excelsitud, encadenado como cualquiera de los mortales a las vicisitudes de nuestra humana flaqueza que parece decirnos Rodón es también nuestra gloria. El Darío muerto alcanza la paz en sus leves tintas rodeadas de blanco; la cabeza flotante como la
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de un Bautista que ya entró en comunicación con más altos quehaceres. El Darío muerto es una huella con la estampa de que lo que por allí pasó, de mejor, lejos ge desaparecer deja una estela de luz; es Darío convertido ya como Quetzalcoatl en estrella que brilla en la noche serena. No podría cerrar estas líneas sin una referencia al cuadro de las guineas, más que por sus aciertos formales que casi llegan a la abstracción, por 10 que encierran en cuento captación del mundo ani· mal por parte del artista. Recorrí la isla hasta sus deslumbrantes alturas para mantener mi cita con la guinea que luego de visitarme se alejó de mí como una reina, y en el camino de retorno, casi noche ya, vi la gran bandada posada, dibujando siluetas desde un techo de zinc. Me era necesario experimentar esa presencia y así lo presentía para penetrar el último secreto cus· todiado por Rodón. Penetrar en este caso quiere tan sólo decir compartir un misterio. Amor, sí, por el poeta muriente, pasión por el mundo vegetal de lo vernáculo, peor por encima de todo y como con mayor evidencia, compasión por el mundo inerme de los animales. Como el príncipe hindú, Rodón nos reitera que sin la compañía de ese mundo, a él no le interesa entrar en el paraíso.
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