Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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ANTROPOLOGIA HISTORIA UTERATURA ARTES PLÁSTICAS TEATRO

MO CA ARQUITEcnTRA

ABRIL-JUNrO, 1976

San uan de Puerto Rico


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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES

Enrique Laguerre. Milton Rúa Carlos Sanz Amelia G. de Paniagua

Presidente Carlos Conde Samuel R. Quiñones Jesús María Sanromá

Director Ejecutivo: Luis M. Rodríguez Morales Director de la Revista: Ricardo E. Alegría Apartado 4184 AÑO XIX

SAN JUAN DE PUERTO RICO

1976 • ABRIL -JUNIO

Núm.71

SUMARIO

Samuel R. Quiñones (1904-1976)

1

Samuel R. Quiñones porJosefina Rivera de Alvarez

2

Cultura y Política por Samuel R. Quiñones

5

Filiación de Antonio S. Pedreira por Samuel R. Quz'ñones Samuel R. Quiñones. síntesis de una vida esforzada por Salvador Tió

'. .

7

. 10

Evaristo Ribera Chevremont (1896-1976)

15

Evaristo Ribera Chevremont porJosefina Rz'vera de Alvarez

16

Poemas de Evaristo Rivera Chevremont

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El viejo San Juan por Demetrio Ramos

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Las costumbres de los Indios Caribes en la relación del Hermano Mathias du Puis por Manuel Cárdenas

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PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORIQUEÑA Director: Ricardo E. Alegría Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual Precio del ejemplar

$2.50 $0.75

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DEPÓSITO LEGAL: B.

3343 - 1959

IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE MANUEL PAREJA BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA


COLABORADORES


Josefina Rivera de Alvárez nacio en Mayagüez y cursó estudios en la Universidad de Puerto Rico. En 1947 obtuvo el grado de maestra en artes de la Universidad de Columbia y en 1954 se recibió de doctora en Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. Desde 1947 está adscrita a la Facultad de la Universidad de Puerto Rico, en cuyo Recinto de Mayagüez desempeña una cátedra de español. Es miembro de la Academia Puertorriqueña de la Historia. En 1955 publicó el Diccionario de Literatura Puertorriqueña, obra laureada con un primer premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña y con el premio "Club Cívico de Damas" del mismo año, Historia de la LÜeratura Puertorriqueña (1969); Diccionario de la LÜeratura Puertorriqueña Tomo 1 (1970); Dzúionan·o de la LÜeratura Puertorrz·queña Tomo II; (1974).

Salvador Tió. Escritor puertorriqueño. Nació en San Germán. Se ha destacado como periodista y humanista. Es autor de los libros A fuego lento y Tirabuzones. Actualmente es director de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico y Presidente de la Academia de la Lengua.

Demetrio Ramos. Destacado historiador español. Autor de numerosos libros y artículos sobre la historia hispano-americana. Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid.


Manuel Cárdenas Ruiz es profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Junto con Eugenio Femández Méndez ha publicado diversos artículos de crítica de arte en revistas y periódicos del país.



In Memoriam

Samuel R. Quiñones

(1904-1976)

11 DE MARZO -PRECISAMENTE DIEZ DíAS DESPum; de ocurrido el fallecimiento del poeta Evaristo Ribera Chevremont- murió en San Juan otra destacada figura de las letras puertorriqueñas, el ilustre hombre público licenciado Samuel R. Quiñones. Ensayista, periodista, abogado, político y orador, Samuel R. Quiñones nació en San Juan en el año 1904. En 1926 terminó, en la Universidad de Puerto Rico, sus "estudios de Derecho. Desde su juventud participó intensamente en la vida cultural y política, actividad que habría de llevarle a presidir instituciones y organismos de primera importancia, comu el Ateneo Puertorriqueño, la Academia Puertorrl-queña de la Lengua, el Colegio de Abogados, la Cámara de Representantes y el Senado de Puerto Rico. De su vasta obra intelectual, manifestada en en· sayos y artículos periodísticos, conferencias· y discursos, recoge una parte -sus trabajos de critica literaria- el libro Temas y letras, publicado en

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1941. En el año 1961 salió a la luz la edición, revisada y ampliada de su ensayo Nemesio R. Canales, el humorista de Puerto Rico, ya publicado antes en la indicada obra. Entre los integrantes de la generación puertorriqueña del 30, según ha observado Mariana Robles de Cardona, fue Quiñones quien mejor pudo con· jugar la difícil y doble función de hombre público y hombre de letras. Aspecto descollante de su personalidad fue además su don oratorio, cuya perfección formal se destacaba, de manera especial, en las improvisaciones. Toda la obra de Samuel R. Quiñones reflejó los idearios d~ afirmación patria y comunión con la cultura hispánica, que constituyeron móvil de su actividad intelectual y política. Con el fallecimiento de Samuel R. Quiñones y de Evaristo Ribera Chevremont pierde Puerto Rico dos verdaderos pilares de su personalidad' colectiva. 1


Samuel R. Quiñones· Por JOSEFINA RIVERA DE ALVAREZ

OETA, ENSAYISTA, PERIODISTA. CURSÓ LAS ENSEÑANPMayagüez. zas primarias secundarias en la Capital y en Durante su época estudiantil en la Esy

cuela Superior Central llegó a dirigir la revista Patria, en cuyas páginas se inicia en el cultivo de tareas literarias y periodísticas. Pasa después al antiguo Instituto Politécnico de Puerto Rico, en San Gerrtlán, para dar comienzo allí a los estudios universitarios en el campo de las Artes Liberales, los cuales finalizará luego en la Universidad de Puerto Rico, donde seguirá además la carrera de Derecho, que tennina en 1926. En el ambiente académico de Río Piedras se señala Quiñones en los grupos de futuros profesionales que alientan inquietudes de literatos y periodistas. Constituye así en 1925, junto a Vicente Géigel Palanca, Vicente Palés Matos, José Arnaldo Meyners, Antonio J. Colorado y otros jóvenes escritores de fuera de la Universidad, como Emilio R. Delgado, en reunión que se efectúa en el Ateneo Puertorriqueño, una fraternidad de literatos de la cual habría de salir el movimiento de vanguardia conocido por Grupo No o noísmo, empeñado en una renovación del pensamiento, esencia y valores de las letras. En su manifiesto, publicado el 17 de octubre de aquel año en el diario El Imparcial (en cuyas páginas, por otra parte, se abría paso Quiñones como periodista bajo el estímulo de su director don José Pérez Losada), proclaman los noístas la incredulidad. la duda, la negación como puntos de partida de su filosofía, y se pronuncian, con oposición iconoclasta, "contra la literatura zonza, de gimoteos estériles; contra el verso afeminado; contra la prosa charlatana y mendaz; contra los pontífices del preceptismo...", y así también contra el sistema social vigente, el utilitarismo, la moral, la seriedad, los dogmas. El

* En Diccionario de Literatura Puertorriqueña. Instituto de Cultura Puertorriqueña. T. l. San Juan, pp. 1275-1279. 2

mismo periódico de San Juan antes mencionado da salida a varias composiciones poéticas de diversos autores noístas, entre los cuales firma Quiñones la titulada "Poema de la inquietud absurda", recogidas después, en 1926, conjuntamente con el manifiesto del Grupo No, en Athene.a, anuario de la clase graduanda de la Universidad, dirigido en su preparación por este joven escritor. Colaboró además Quiñones como prosista y poeta, ya dedicado al ejercicio de su profesión, en otras publicaciones extrauniversitarias que sirvieron de órganos de propaganda, en la Capital, al noísmo, a partir de 1926: Faro, Vértice, Hostos (de corta vida estas tres, editadas y dirigidas por Emilio R. Delgado), Gráfico de Puerto Rico (donde da a conocer en 1917 la que fue quizás en el tiempo la última composición lírica del noísmo: "Salutación noísta", dedicada al pugilista español Paulina Uzcudún, de visita por entonces en el país). En 1929 une sus esfuerzos a los de Antonio S. Pedreira, Vicente Géigel Palanca y Alfredo Collado Martell para fundar y dirigir el excelente mensuario titulado ¡ndice, salido hasta 1931, orientado hacia los propósitos de renovar la estética literaria insular, independientemente de "ismo" alguno, y de mantener una actitud de atención a las corrientes culturales universales. Entre otras aportaciones de su pluma, publica en la revista nombrada el ensayo que titula "El humorismo en la obra de Nemesio Canales". Posteriormente colabora también como ensayista y articulista en las páginas de los voceros capitalinos Puerto Rico Ilustrado y El Mundo. Con motivo de celebrarse en San Juan, en 1933, Jos III Juegos Florales Hispano-Antillanos, se designa mantenedor de Jos mismos al licenciado Quiñones, distinción esta que habia sido conferida originalmente, en 1913, a don José de Diego. Al siguiente año se le cuenta entre los miembros fundadores de la Academia Puertorriqueña de la Historia, y


asimismo se le exalta a la presidencia del Ateneo Puertorriqueño, puesto que desempeñará hasta 1937. Bajo su gestión administrativa inicia dicha casa de cultura, en 1935, la publicación de la revista Ateneo Puertorriqueño, puesta' bajo su dirección, y en cuyas páginas además habrá de colaborar como ensayista. Tras la muerte del periodista hisVano-puertorriqueño don Sebastián Dalmáu Canet, asume en 1931 la tarea de dirigir el diario político La Democracia, decano de la prensa insular, fundado en 1890 por don Luis Muñoz Rivera. Un año después se le nombra vicepresidente del nuevo Partido Popular Democrático, que organiza don Luis Muñoz Marin, y cuando esta colectividad escala el poder en 1940, Quiñones se sienta como legislador en la Cámara de Representantes de Puerto Rico, cuerpo que llegará a presidir más adelante. Cinco años más tarde pasa al Senado insular como vicepresidente de dicha cámara alta, y en 1949 sustituye en la presidencia de la misma a don Luis Muñoz Marin, cargo que desde entonces ha desempeñado hata el presente. Por otra parte, es también presidente del Colegio de Abogados de Puerto Rico durante el bienio de 1943-1945 y dirige por entonces La Gaceta Forense, vocero de asuntos jurídicos. En representación de Puerto Rico asiste en 1952 al I Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado en México, D. F., en cuya ocasión se acuerda fundar la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, hecha realidad tres años después, cuando se exalta a su dirección a Quiñones. Representa igualmente a la Isla en el Congreso de Prensa que tiene lugar en Quito, República del Ecuador. Laureado como escritor en varios certámenes literarios celebrados en el país, reúne en 1941 su obra hasta entonces dispersa en revistas y periódicos -trabajos diversos sobre Manuel Zeno Gandía, Simón Bolívar, Antonio S. Pedreira, Enrique José Varona, Nemesio R. Canales, Alfredo Collado Martell, Julia de Burgos y otros escritos de tema literario y artistico- en el libro titulado Temas y letras, que premia luego el Instituto de Literatura Puertorriqueña. La obra de literato realizada en fechas posteriores se hace eco a la par de sus inquietudes de intelectual y de político y estadista. Suscritos por su firma sale de las prensas, en folletos y libros, entre 1944 y 1963, una serie de discursos y ensayos, entre los cuales cabe destacar por su relación más directa con las letras los titulados Manuel Zeno Gandía y la novela en Puerto Rico (1955) -reimpresión aparte, con ocasión de celebrarse el centenario del natalicio del referido novelista, de un trabajo publicado origi\lalmente veinte años antes en la revista Ateneo Puertorriqueño y lue· go recogido en el volumen Te-:las y letras (1941)y Nemesio R. Canales, el humorista de Puerto Rico (1961) -libro en el que se vacía ampliado un ensayo salido' en 1929 en la revista Indice.

En el año de 1963 efectúa el licenciado Quiñones, junto a su esposa una vuelta alrededor del mundo, y desde los distintos puntos de escala en su itinerario por Europa y el Oriente comunica al público lector sus impresiones de viajero, a través de una serie de artículos, "Postales de una vuelta al mundo",. que publica en el periódico El Mundo, de San Juan. En igual periódico publica en 1965, bajo el título común de .. La mirada en el tiempo", otra serie de artículos sobre temas culturales diversos: "Un concepto de la cultura", "Educación: forja de hombres", "De historia legislativa", etc. La obra literaria diversa que despliega Samuel R. Quiñones desde mediados de los años veinte lo vincula a las ansias de revisionismo, voluntad de afirmación terrígena y aspiraciones de fortalecimiento del medio intelectual insular que ha de caracterizar al núcleo de jóvenes escritores puertorriqueños -aparte de él, Pedreira, Tomás Blanco, Belaval, Géigel Palanca, los hermanos Perea, Colorado, Benitez, Muñoz Marin y otros- que constituirán la llamada generación del treinta y tendrán en sus manos la misión de trazar los rumbos orientadores para -el desarrollo de la vida y cultura de los tiempos modernos en Puerto Rico. Entre todos los integrantes de dicha generación (pudiendo apreciarse hoy día, al cabo de los años, el derrc;>tero que ha seguido el desenvolvimiento de su quehacer vario), y según ha observado Mariana Robles de Cardona, es en Quiñones en quien mejor se encuentra conjugada la doble función de hombre público y hombre de letras. En el registro de sus logros como intelectual, profesional y ciudadano se reúnen los más altos honores al llamársele, en distintos momentos de su vida, a ocupar puestos de la más alta jerarquía y significación en la Isla: presidente del Ateneo Puertorriqueño y director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, presidente del Colegio de Abogados de Puerto Rico, presidente sucesivamente de ambas cámaras legislativas del país. La poesía naísta que cultiva este autor para los años finales de sus estudios universitarios y primeros tiempos de su ejercicio profesional "':"'representada por composiciones sueltas como las tituladas "Poema de la inquietud absurda", "Motivo del mirar intenso", "Salutación noísta", etc.- evidencia la operación en su numen lírico de los influjos renovadores vanguardistas que, procedentes de los ambientes europeos de la primera postguerra mundial, hacen eco en las prédicas y hechos de varios movimientos literarios puertorriqueños de efímera vida, entre ellos el noísmo. Rompen dichos poemas con los esquemas tradicionales de métrica, rima y ritmo, y revolucionan asimismo los usos del léxico y de la imagen, recursos todos que en ellos se manifiestan con caracteres de expresión novedosa y concisa, que comunica a la vez efectos de aspereza 3


y armonía, revistiéndose la poesía de vehemencias y sinceridades juveniles. En su contenido alternan la emoción ante la belleza y cierta inquietud reflexiva de alcances metafísicos. Las tareas posteriores de Quiñones abogado, periodista, ensayista y político ahogan definitivamente en él al poeta para dar paso en el cultivo literario a la manifestación exclusiva del prosista. En la labor ensayística y periodística del literato que nos ocupa se,.señala como adecuado continente de su decir un manejo prosístico de fácil fluir, limpio y elegante en sus trazos, tan ágil en la polémica periodística como documentado en el ensayismo crítico -según hace notar Mariana Robles-, reflejo en sus líneas generales de la oratoria de iguales características que ya encomia en 1926 en el joven intelectual el escri~or don Juan B. Ruyke, en el artículo que dedica a Quiñones como parte de su serie de trabajos luego recogida en el libro Triunfadores (1926, 1927). Desde el punto de vista del fondo de ideas que late en sus escritos define también a la obra literaria de Quiñones, tal como se ha señalado antes, un decidido sentimiento de afirmación patria e identificación cultural hispánica, que lo lleva, con particular devoción y a tono con las orientaciones fundamentales de su generación, a honrar y juzgar los valores de la· esencia cultural puertorriqueña y sus proyecciones y relaciones respecto del mundo de nuestra lengua, trazando con ello amplios caminos de recta orientación. Su espíritu crítico, apoyado en un amplísimo caudal de cultura que abarca conocimientos segu· ros en diversos campos -la historia, el arte, las bellas letras, la jurisprudencia, la ciencia política, etc.-, muestra dotes de fina agudeza perceptiva y equilibrado sentido enjuiciador. Entre los trabajos en prosa de Quiñones se destacan sus ensayos respectivos sobre la novelfstica de Ma~uel Zeno Gandía y sobre el ensayismo y articulismo de Nemesio R. Canales, en los que se propone, fiel a su declarado concepto de que la critica es .. ante todo, obra de deslinde", definir y aclarar con aspiraciones exhaustivas los términos dentro de los cuales enmarcan el mérito literario y los alcances generales de índole histórico-sociocultural presentes en el quehacer escrito de ambos autores puertorriqueños. Logran así estas figuras de nuestras letras, en la pluma de Quiñones, fieles ", y valiosas exégesis de sus obras, de permanente utilidad para una mejor comprensión del fenómeno literario insular. Otros escritores del país tienen también en este autor un crítico de cumplido ca-

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libre: Jesús María Lago, Francisco Mariano Quiñones, Antonio S. Pedreira, Alfredo Collado Martell, Julia de Burgos, Manuel Corchado, Eugenio Astol, etcétera. Su entusiasmo por los valores de la cultura hispánica extrainsular encuentra expresión en trabajos como los que dedica al elogio del Libertador Simón Bolívar, al gran maestro cubano y excelso antillano Enrique José Varona, educador de la misma cepa espiritual a la cual pertenece nuestro Rostos; al tema literario español de Don Juan. Las raices culturales del mundo de Occidente le merecen detenida .atención en el ensayo que titula .. Emoción del reconocimiento en la literatura griega". En "Cultura y polftica" intenta un casamiento de los idearios respectivos que impulsan sus misiones de hombre de letras y de hombre de Estado, enfocando ambas' vertientes de su pensamiento a la luz de la realidad puertorriqueña, para concluir que entre nosotros "la cultura y la política deben identificarse en coincidentes y propósitos y ejercer en concordante eficiencia su acción", ya que ambas expresiones destacan en el medio isleño "la misma colindancia ante el fundamental problema de nuestra integración social: el problema de la tierra puertorriqueña".

BIBLIOGRAFIA DEL AUTOR Temas y letras [Ensayos]. San Juan de P. R., 1941; 2.- ed., San Juan de P. R., 1942; 3.- ed., San Juan de P. R., 195~. Instalación del señor Juez Presidente del

Tribunal Supremo [Discurso]. San Juan, P. R., 1944. Constitución y convenio para Puerto Rico. Discurso en el foro público auspiciado por el Ateneo Puertorriqueño, sobre la Ley de Constitución para Puerto Rico. San Juan, P. R., 1951. Libertad de prensa, ética parlamentaria, ética periodística [Discurso]. San Juan, P. R., 1951. Puerto Rico y las Américas ante la Declaración de Independencia de Estados Unidos [Discurso]. San Juan, P. R., 1954. Polémica con motivo de la fundación de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. San Juan, P. R., 1955. Manuel Zeno Gandia y la novela en Puerto Rico [Ensayo]. México, D. F., 1955. Las Naciones Unidas y el Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Discurso en los actos conmemorativos del décimo aniversario de las Naciones Unidas. [San Juan, P. R., 1956]. Un jibaro en la Academia de la Lengua. Contestación de Don Samuel R Quiñones al .discurso del académico señor Fonfrias, en ocasión de su ingreso en la Academia Puertorriqueña de la Lengua. [San Juan, P. R., 1958]. América ante el reto comunista [Discurso]. San Juan, P. R., 1960. Nemesio R. Canales, el humorista de Puerto Rico [Ensayo]. San Juan, P. R., 1961. Nuevo clima profesional para los nuevos abogad.,os [Discurso]. [S.an Juan, P. R., 1963].


Cultura y Politi.ca * Por

No nos apartemos exclamando: • ¡Bah! ¡Política!. Es cuestión más

elevada. HENRl BARBUSSE RATO AL l:OMENTARIO, POR SUS INDUCCIONES H U-

manas, es el síntoma que en esta hora puertoG rriqueña afirma la cordial disposición de solidaridad con que la casa de nuestra cultura se acerca a tres hombres que intervienen en la politica. La pregunta sale sola: ¿Cultura y politica han de ser necesariamente inconciliables manifestaciones de la actividad social? ¿Por qué, si es en ambas común objetivo el mejoramiento humano, han de ser irreductibles a coordinada acción, y han de tener expresión en zonas tan distintas que casi sugieren discordancia? A poco que la cuestión se fije en términos de justicia, la respuesta libera de responsabilidad a la cultura y exonera de falta a la política. La culpa es de los politicos de oficio que han echo caer en descrédito la política, rebajándola de su alta dignidad de expresión de conciencia social para reducirla a ese sórdido forcejeo de disputadores de puestos públicos y a esa engañosa destreza de urdir juegos de astucia en las emboscadas electorales, que le roban al sufragio su eficacia constructiva. Postular la tesis de que la cultura y la política deben identificarse en coincidentes propósitos y ejercer en concordante eficiencia su acción social, es, posiblemente, situarse con criterio insular ante

* Nota de los Editores: Párrafos de un discurso pronunciado en el homenaje del Ateneo Puertorriqueño a tres de sus directores exaltados a cargos representativos en nuestro Gobierno: Vicente Géigel Polanco, electo Senador y d.esignado Uder de la mayorla parlamentaria en el Senado Insular- Manuel Garda Cabrera, designado síndico de nuestra Universidad, y el autor de este libro, electo Presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico. Publicado en Temas y Letras. Biblioteca de Autores Puertorriqueños. San Juan, 1955.

SAMUEL

R.

QUIÑONES

una cuestión de universales proporciones. Tal vez en otros paises la tesis no corresponda a necesidades ambientales, ni siquiera levante un problema de constitución colectiva. En Puerto Rico si. Porque entre nosotros, cultura y politica destacan la misma colindancia ante el fundamental problema de nuestra integración social: el problema de la tierra puertorriqueña. Cultura es convicción de ser. Y no puede afirmar esa convicción de ser un pueblo desarraigado de su suelo, arrancado de los cimientos de su tierra. Cultura es la permanente actitud espiritual de un pueblo consagrada y garantizada y afianzada por la vital subsistencia del colectivo existir. Y sólo cabe esa vital subsistencia del colectivo existir cuando un pueblo se siente dueño de su propia tierra, cuando a su tierra lo vinculan lazos más nobles que los de la servidumbre de la gleba, cuando la tierra es la bendita tierra de Dios que se abre en surcos de vida para bien de todos los seres y no la maldita tierra de explotación que se abre en surcos de miseria para los olvidados de la fortuna. Un millón de campesinos desposeídos de sus predios, proletarizados por la concentración agraria que acapara el suelo productor, depauperados por el absentismo que agota nuestras fuentes de riqueza, ha creado en Puerto Rico la inquietud -sombras sobre el presente y perpleja irresolución ante el futuro- de un pueblo que se siente extraño en la tierra propia. Ante esa inquietud, cultura y politica han de coordinar parejos propósitos funcionales. Parece aquí oportuno señalar una peculiar circunstancia de nuestra política que depara sugerente campo de reflexiones al dar la justa medida de la orientación que ha de imprimir a sus proyecciones la cultura en el esfuerzo por cimentar la puertorriqueñidad cabal y constructiva. Los movimientos de masa humana que en las épocas cambiantes de la historia modifican la estructuración social vin5


culan su origen casi invariablemente en los centros urbanos. Con frecuencia de regla fija las ciudades han dado arranque y definición a todo colectivo empuje de reforma social. Las muchedumbres de Roma humillan a los césares obligándolos a alimentarlas a costa de las provincias. Las muchedumbres de Constantinopla presionan a los sultanes a sacrificarles los visires indeseables. Las muchedumbres de París marcan con la toma de la Bastilla el brote de la revolución francesa. Las muchedumbres de San Petersburgo derrocan a los zares. De las ciudades de América surge el grito libertario que emano cipa el Continente. En Puerto Rico, el primigenio esfuerzo del pueblo hacia su propia rehabilitación, la inicial sacudida colectiva de reivindicador em· peño cívico, no se manifiestan en la ciudad: tienen su arranque en el campo. Las muchedumbres de nuestra zona rural han hecho lo que en otros países ha sido inidativa de las muchedumbres de los centros urbanos. Aletargados por borrosas inquietudes que nadie acudía a concretar en positiva acción, los campesinos puertorriqueños despertaron al fecundo ejercicio de los derechos ciudadanos y comprendieron las reservas de energía que latían bajo la apagada inercia de su vida, cuando hasta ellos llegó la política con esa actitud de cultura -vital aleccionamiento ciudadano, ancha comprensión espiritual, limpio sentido de la realidad- que convierten en conciencia social viva y activa al más miserable pedazo de humanidad. Un pueblo de crisis espiritual sólo puede recobrar el sentido de su destino cuando aprende ese conocerse a sí mismo que sólo la cultura puede enseñarle. La política ha de tener dos finalidades para que su gestión culmine en plenitud de logro. Una inmediata: constituir gobierno. Otra mediata, pero de no menor alcance: integrar la conciencia social. Le basta poner en movimiento el mecanismo oficial para cumplir por sí sola la primera. Pero necesita el concurso de la cultura para realizar la segunda. Buscarle a un pueblo sus potencialidades, señalarle sus posibilidades, marcarle el cauce propicio a sus reacciones específicas, todo eso es obra de la cultura. Sólo será fructuosa la políti.:a que utiliza esa obra al ejercer su ministerio de integrar la conciencia social. Política que actúa sin ese concurso de la cultura servirá para entusiasmar muche·

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dumbres, pero no logrará cimentar pueblos. Servirá para formar gobierno, pero no logrará fundamentar ciudadanía. Porque tiene la virtud de coordinar voluntades dispersas y de frotarse con las multitudes y de llegar hasta la raíz del pueblo, la política puede utilizar el coeficiente de valor social que hace de la cultura esencial factor directivo de la actividad colectiva. Precisa para ello que cuaje en concordante expresión la obra de los hombres que piensan y sienten. Si el pensar y el sentir de los hombres que piensan y sienten se manifiestan en disgregada dispersión, no pasan de ser la materia prima de la cultura. Para los efectos sociales cultura es, en verdad, el producto acabado en que esa materia prima -emoción del artista o idea del pensadorse transforma, al elaborarse en el espíritu del pueblo, en substancia de personalidad social. Lleguemos en llamamiento cordial hasta los intelectuales que, creyentes todavía en la torre de marfil, se abroquelan en hermético individualismo de capilla cerrada a la cal y canto, y desdeñan el proyectarse hacia su tiempo. La actuación de esos intelectuales lleva ciertamente un mensaje de emoción al espíritu, en las obras de belleza, o un mensaje de meditación al pensamiento, en las obras de idea. Pero le despierta inquietudes al pueblo, si": canalizárselas. Le suscita preoc,:upaciones, sin orientárselas. Un pueblo que alienta en busca de su propia expresión invita a esos intelectuales a romper el alvéolo de su aislamiento, a asomarse a su época, a enriquecerlo de normas con generosidad directora, a dársele en enseñanza edificadora. Carente de contenido humano es la cultura que no se expande, que no fecunda, que se repliega en sí misma a impulsos de un sórdido egoísmo, que no encuentra reacciones de provecho en la acción social. ¡Llegue la cultura hasta el pueblo aunque para ello le sea preciso andar por los caminos de la política! Urge modificar, para atemperarla al tiempo nuevo, la clásica definición de la democracia. La democracia no es meramente el gobierno del pueblo, por el pueblo ,y para el pueblo. Es -ahondándole a la conciencia social en su raíz humana- el gobierno del pueblo que quiere pensar, por el pueblo que sabe pensar y para el pueblo que obliga a los líderes a pensar.


Filiaci6n de Antonio S. Pedreira* Por SAMUEL R. QUIÑONES

GUERRAS Y PERIODOS DE NUESTRA LITERATURA USCÁNDOLE A LA PERSONALIDAD DE ANTONIÓ S. PE-

dreira emplazamiento justo dentro de nuestra B evolución ideológica, he llegado hasta un tema que

hubiera sido grato afrontar al empeño clasificador del ausente cuya presencia aquí evoco. Me acercaré a ese tema no más que para rozar sus posibilidades, para proponerlo tan sólo en apuntación que dejaré a raíz de tentativa. Plantearlo será únicamente el simbólico acto de dominio con' que el pionero afirma posesión clavando una bandera en la tierra nueva. He aquí el tema: Ni aun a los pueblos de más violenta tradición guerrera sería posible trazarle su desenvolvimiento literario señalando una guerra como jalón de arranque de cada etapa, o como hito marcador del comienzo de cada período. Paradójicamente, la historia de la literatura puertorriqueña -con todo y haber sido nuestra vida de blanca paz- no podrá escribirse sin comenzar cada capítulo con el fundamentador antecedente de una guerra. En telarañado rincón de olvido quedaron entre nosotros tempranamente enmohecidas las armas con que la nación madre fatigó los siglos. Blanduras de hamaca y tibiezas de trópico han algodonado nuestra vida sin pólvora. Sin embargo, las cuatro épocas de nuestro desenvolvimiento ideológico tienen vinculado su inicial impulso en guerras que nosotros no libramos. De las luchas emancipadoras de las colonias sudamericanas nació, a contragolpe, nuestra literatura. Despertamos a la activa cultura cuando de Tierra

* Del libro Temas y Letras. Biblioteca de Autores Puertorriqueños. San Juan. 1955.

Firme -roja en el bautizo de la libertad- trajeron a Puerto Rico los realistas en fuga nuevas energías que agitaron en el adormecido ambiente colonial la primera provechosa sacudida. Porque fué realista y español aquel primigenio esfuerzo de actuación cultural, español fué ei espíritu de nuestros comienzos literarios, a diferencia de los demás pueblos indoamericanos, para los cuales fuera Francia más que España modelo y proveedora cultural. Esta es la etapa del calco servil, de la imitación a dechado fijo, de la espa,ñolidad encinta de crioIlismo. En )a guerra civil norteamericana tiene origen el segundo período de nuestra literatura. La encendida propaganda abolicionista que de contrabando traían los barcos que acudían a nuestros -puertos en solicitud de miel y azúcar, la gesta de Lincoln apreciada a distancia, el clamoreo de la casa dividida contra sí misma, fueron generosa simiente de ennoblecidos ideales que germinó. en el espíritu de nuestros escritores, estremecido de vehemencias polémicas al eco lejano de los cañones abolicionistas. Acercándose al negro puertorriqueño aprendieron nuestros escritores a acercat"se a Puerto Rico. La emoción de luchar por la libertad del esclavo les prendió la emoción de luchar por la libertad de la conciencia colectiva. En el camino de nuestro pensamiento hacia su propia expresión, tuvo más influencia la oración de Gettysburg que el juramento en el Monte Sacro. Fué más eficaz la suave voz admonitoJ;ia del leñador de blandos ojos azules que la ruda palabra de combate del libertador de de negros ojos llameantes. Esta segunda es la época del aprendizaje de autonomía intelectual, del pensamiento en busca de autóctona expresión, de la idea ajena cuajando en substancia de la propia personalidad. La guerra hispanoamericana nos dejó de espaldas a un pasado que creíamos perder y frente a un futuro que dudábamos ganar. Nuestro pueblo se

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sintió de súbito arrancado de sus cimientos, desarraigado de su heredad intelectual, en perpleja inseguridad, en anhelante incertidumbre. El viraje en redondo sesgó bruscamente el curso del pensamiento puertorriqueño, y así se abre la tercera época de nuestra historia literaria en desigual foro cejeo con influencias descaracterizadoras de nuestro auténtico perfil histórico. Esta es la etapa de la inquietud colectiva a la procura de una certidum· bre, del ansia de salvarnos de la disolución total mediante el aprovechamiento de los valores de sub· sistencia que alimentan en las potencialidades del pasado. La guerra mundial marca el cuarto y actual período de la literatura puertorriqueña. La gran destructora fué, también para Puerto Rico, la gran creadora. El afán de supervivencia, el empeño de subsistir como pueblo cobra definitiva concreción, se actualiza en substanciales logros bajo la influencia de la postguerra cuya fundamental orientación empujó a todos los pueblos del mundo hacia un re· gionalismo ,cultural de puertas cerradas, de barreras alzadas contra extranjeras penetraciones intelec· tuales. En esta cuarta época de nuestra literatura se inserta la filiación de Antonio S. Pedreira, cuyo espíritu se saturo, en sus iniciaciones, del sentido de la postguerra. Frecuentador de los libros y revistas del momento, conocedor a su hora de la noticia cultural, le llegó, vibrante todavía, recién salida de los pechos jóvenes de los hombres de su generación, la voz unánime que en todos los pueblos convocaba a la alta realización de alzar sobre los propios valores una vida propia.

sobre lá realidad Peruana, de Mariátegui, como Sobre la Inquietud Cubana, de Marinello. En Insularismo, Pedreira ensayó la respuesta a una pregunta que, no formulada todavía en la abarcadora significación de sus implicaciones por ninguno de nuestros escritores, se había insinuado, sin embargo, en casi todos como turbio asomo de una preocupación que resultaba más cómodo apartar con cautelosa timidez: ¿Cómo somos los puertorriqueños? Cuatro siglos había vivido Puerto Rico sin que se le hubiera contestado a plenitud esta pregunta, sin qtie siquiera se le hubiera planteado la necesidad de ese conocerse a sí mismo que auspicia en todo pueblo la certidumbre directora. O totalmente monopolizada su atención por el múltiple espectáculo del mundo externo, o recelosamente arrinconado en el temor de conocer sus limitaciones, cuatro siglos había vivido nuestro pueblo ajeno a lo que determina la substancia de su personalidad, desconocedor de aquellas modalidades de su carácter en que vinculan definición y ori· gen de sus gestiones vitales. Pedreira le enseñó a Puerto Rico, en Insularismo la conveniencia de volver hacia adentro la mirada que proyecta de continuo hacia afuera; la conveniencia de interrogarse, de introspeccionarse, de estudiarse en plan de fijar sus limitaciones acaso superables una vez conocidas; de buscarse a sí mismo con ánimo de descubrir sus posibilidades en germen de insospechados aprovechamientos. Pedreira le enseñó a Puer· to Rico, sin tropicalismo palabrero, sin susurros c1arolunados, en sobrio lenguaje rico de doctrina, que sólo cuando actúe a conciencia de lo que es, podrán dar cauce propicio a sus actos un recto sentido de propósito y capacidad normativa a su vida una certera orientación consciente.

AUTOGNOSIS SOCIAL Aquella voz le mostró a Pedreira el doloroso espectáculo de su pueblo ignorante de sí mismo, por los puertorriqueños más querido que conocido, y por los extraños más criticado que estudiado. Pensó, con los escolásticos, que nada se quiere sin haberlo antes conocido. Y desde entonces gravitó sobre su responsabilidad la preocupación de que Puerto Rico se conociera a sí mismo. Principió por el principio, y escribió Un ensayo sobre los nombres de Puerto Rico. Empezó por escocerle la curiosidad de cómo en verdad nos llamamos. Aquella preocupación, amorosamente cultivada en metodizadas investigaciones históricas, culminó en su obra central, Insularismo, en la que el pensamiento explorador cala hondo en la sociología indí· gena y llega, como quiere la filosofía bergsoniana, "al fondo vibrante, activo y vivo de la realidad." Insulari.smo es' a manera de un viático espiritual para Puerto Rico. Hace el arqueo de un pueblo, como elldearium, de Ganivet, como Siete Ensayos 8

MAESTRO Enseñar he dicho, y la palabra cobra acento de integral caracterización cuando de Pedreira se habla. Porque Pedreira era, primordialmente, maestro. Aunque ramificó su actividad hacia diversas solicitaciones del pensamiento, siempre concurrían las líneas de su espíritu hacia un centro de convergencia ideal: la disciplina pedagógica. La cátedra, el libro, el artículo, la conferencia, no eran, en él, sino diferentes formas de actualizar un mismo, invariable interés, de dar margen de acción a un mismo, invariable afecto: el profesorado. Si intentáramos una emersoniana clasificación de nuestros hombres representativos, Pedreira sería el maestro. Porque exaltó la dedicación magistral a apostolado inspirador, a fervorosidad misionera, a aptitud orientadora. En él, el temperamento tenía cabal educación a la función. Sabía que educar es moldear almas, y que para moldear almas es necesario saber


primero cómo están hechas, y entrar en ellas con esa virtud de comprender que es virtud de amar. Por eso su amplia comprensión veía al estudiante, no a través de los secos tratados de pedagogía, como un muñeco de resortes, mecanizados, o como mani· quí de tiesas simetrías, o como robot de yertas reacciones unifonnes, sino que lo veía y lo concebía y trataba como ser humano irreductible a patrón fijo, superior a curvas de arbitraria mensura mental, como ser humano diverso, cambiante, real, hombre· hombre, mujer-mujer, espíritu vivo en carne viva. Justo tenía Pedreira el sentido de 10 que en Puer· to Rico ha de ser un maestro de literatura. Sabía que en Puerto Rico el maestro de literatura es ministro de muy alto ministerio, y que por eso, además de señalarle al estudiante las eternas realizaciones literarias, además de agudizarle la sensi· bilidad para el pleno disfrute del verso bello y de la prosa fuerte, es su función velar por que el idioma, al conservarse como puro oro de espíritu, cumpla su destino supremo de vinculamos a nuestros orígenes, de fundamentar la puertorriqueñidad constructiva, de conjurar la desintegración de nues· tras potencialidades históricas.

* * * Keyserling habló bellamente de esa mejor comprensión que se manifiesta casi siempre después

de la muerte de un grande hombre. A la luz de la muerte -que no es sombra- se alumbran con más claros resplandores los logros de una vida. En su valor integral, en los plenos alcances de su obra, en el fecundo vigor de su personalidad, en la gene· rosa promesa de sus posibilidades incolmadas, en su rica actuación que la muerte tronchó casi a flor de arranque, en la abarcadora vastedad de su obra total, vemos hoy a Antonio S. Pedreira y la admiración se nos llena de respeto. Vemos dije, y el con· cepto de visión no es espiritual, sino físico casi. Porque todavía está aquí, como en sus noches de Ateneo, como en sus días de cátedra: ancha la frente, blando el ademán, limpio el porte, penetrante la mirada, la palabra despaciosa, como para en las junturas de los silencios mejor buscar el matiz preciso. Todavía está aquí para apartarnos de nuestra propensión a caminar a horcajadas sobre ajenas culturas, para damos el consejo de Unamuno a sus hermanos de Ja casta vasca, de la fuerte casta que culmina en Iñigo Yáñez de Oñaz, del solar de Loyola, fundador de la milicia de Cristo: .. Aprended, hermanos míos de sangre, a pelear apeados. Apeados de la mula briosa y terca que os lleva a paso de andadura, por los caminos de ella, no por los vuestros y míos, no por los de vuestro espíritu... Apeaos de esa mula que no nació ahí ni ahí p~sta y vamos todos a la conquista del reino del espíritu.....

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Samue) R. Quiñones, sintesis de una vida esforzada· Por SALVADOR TIÓ

. ... ÚN A LA HORA EN OUE NO CHOCA EL DITIRAMBO

a me precio de ser justo y de no ser excesivo. El horror a la exhuberancia tropical que hincha la palabra y amontona el adjetivo sin rigor poda mis palabras oasta el hueso y me hace parecer seco y escueto hasta cuando debiera ser más tierno y expresivo. Medir las palabras es pedido que el hombre le hace al hombre y cada hombre debe hacerse a sí mismo, y hoy mido mis palabras porque 10 piden a un tiempo la solemnidad de la ocasión que remata el primer siglo de vida de esta noble casa indefectiblemente incrustada en nuestra historia y los tres hombres que hoy honra el Ateneo de Puerto Rico al otorgar simultáneamente, por primera vez en 100 años, su gran premio de honor a tres figuras que merecen la más alta distinción por su noble y levantada participación en nuestros quehaceres colectivos. Me corresponde hoy el honor, por decisión del Presidente y de su Junta Directiva, de escribir el laudo de este premio, de este merecido reconocimiento que por unanimidad otorga la Institución en el año de su Centenario a Samuel R. Quiñones. He dicho laudo y debo explicarlo. Al nacer todos entramos en un concurso. Llama la patria a todos sus hijos a la obra de hacerla, de rehacerla, de recrearla. Y día por día cada cual hace lo suyo. Andando el tiempo la patria se encarga de premiar a los que más hicieron por definirla, por defender· la, por levantarla. Uno de esos hombres ha sido y sigue siendo Samuel R. Quiñones. Hay un eslabonamiento de las palabras con el pensamiento, y es por la lengua y por las ideas que * Discurso pronunciado por Don Salv~dor Tió Montes de Oca en ocasión de otorgarse el PremIo de Honor del Ateneo de Puerto Rico en el año de su Centenario a Don Samuel R. Quiñones. 10

las generaciones se suceden la una a la otra y mano tienen mientras fluyen la continuidad que permite a un pueblo identificarse consigo mismo. .No hay generación que pueda despegarse abruptamente de la anterior sin traicionarse. Hasta cuan· do muestra con 'mayor desnudez su protesta lo hace con la generación anterior, o las anteriores, como punto de referencia. Es el proceso dialéctico en desarrollo; los opuestos en busca de su síntesis. Pero quiero señalar como proemio a lo que vengo a decir esta noche que no toda síntesis es superior a la tesis y la antítesis que la generan. De la cópula del hombre y la mujer, lo mismo puede surgir el genio que el monstruo. El progreso no es inevitable como pareció creer ingenuamente el siglo XlX. Y a veces se da el salto atrás y el hombre vuelve a caer en la barbarie. Cualquier generación puertorriqueña que sólo deje tras de sí caminos y piedras no habrá dejado de su paso sino cosas destinadas al polvo. Cualquier generación que deje más estadísticas que versos y eleve valor del número sobre el valor de la palabra, habrá dejado en déficit el estado de situación de su historia. Limitamos a hacer números es amarrar el destino al ideal de un salario o de un jornal más alto. Un pueblo necesita intérpretes de su ser, de su razón existencial. Y en este quehacer desde su iniciación en las letras ha puesto alma, vida y corazón Samuel R. Quiñones. y claro que la política tiene el deber de administrar los negocios públicos. Todos tenemos algún negocio que atender. , Pero un negocio puede cambiarse o perderse. Lo que no podemos hacer es cambiar o perder nuestro ser, nuestra autenticidad, sin traicionamos. Y tados colectivamente podemos decir 10 mismo, porque todos, colectivamente, somos la patria y no hay que confundirla con una factoría.


Uno de los hombres que ha cargado sobre los hombros la responsabilidad de conservarle al quehacer político, a veces tan feroz y tan primitivo, altura y forma y decoro en el decir y en el hacer, y de defender en esta frontera, encrucijada de tantas confusiones, nuestro sagrado derecho a la continuidad, ha sido Samuel R. Quiñones.

. PRESENCIA DE SAMUEL R.

QUI~ONES

Mi primer recuerdo de Samuel R. Quiñones está envuelto en una aureola de tristeza y dramatismo. Año de 1925. Un telefonema urgente de San Juan a San Germán anuncia a mi padre, Don Salvador Tió Malaret, la muerte inminente de mi primo Germán Malaret Tió. Era alto, delgado, fino de expresión y de espíritu y Jerramaba una simpatía contagiosa. Mis padres .10 podían menos que traerme consigo y en med a hora estábamos en camino. Al llegar a San Jl' Jn ya Germán Malaret había fallecido. Enamoradc de las frases lapidarias, solía repetir con frecuencia unas palabras que se convirtieron en profecía: "Moriré joven, porque soy un amado de los Dioses." Se recibía de abogado en la memorable clase de 1926. Y las circunstancias trágicas de aquella muerte prematura y trágica en aquel Puerto Rico que parecía hecho para la resignación y la paz, estremeció la conciencia del país, sacudió la Universidad hasta sus cimientos y produjo una demostración de duelo como n~nca había visto antes y como pocas habría de ver en el futuro. En aquel cementerio se apiñaba una multitud en la que se reflejaba el más auténtico sentimiento de pesadumbre. Allí estaban las personalidades más conocidas de Puerto Rico; sus familiares, sus maestros, sus condiscípulos, y varias de las figuras de mayor relieve en el mundo de la política y del mundo intelectual hicieron uso de la palabra. Y al final, el último.entre ellos, se adelantó un hombre joven, delgado, de pequeña estatura, de mirada inteligente, de gesto firme y ademán resuelto, y allí se escuchó, con emoción y recogimiento que mi palabra no puede traducir, una de las más elocuentes y dramáticas oraciones fúnebres que se hayan oído jamás en Puerto Rico. Era casi un niño el que hablaba. No se le notaban sus veinte años, pero sí, en su palabra, los veinte siglos de cultura depositados en la lengua madre, portadora de ]a fertilidad del espíritu, que dejó fluir con tan emocionada elocuencia. No se movía una hoja mientras el orador fue desgranando, dentro de los cánones más estrictos de la Retórica, la vida que allí terminaba; los sueños que se venían abajo en aquel trágico final; las imprecaciones y los apóstrofes a la muerte que había conver-

tido de un golpe cruel, inesperado, la esperanza en tragedia irreparable. Un sordo murmullo de aprobación acogió el final de aquella oración estremecedora. Me encontraba cerca de un grupo de aquellos muchachos, condiscípulos de Germán, de aquella clase que había de destacarse con los años en tan diversas fases de nuestros quehaceres colectivos: Rafael Buscaglia, Vicente Géigel Palanca, Emilio Belaval. Un viejo de aspecto noble y austero se inclinó hacia el grupo y con la emoción todavía retratada en el rostro preguntó: "¿Quién es ese hombre?" Samuel R. Quiñones. Contestaba la pregunta con orgullo Emilio S. Belaval. A esa misma edad, casi un siglo antes, en 1837, sobre la tumba de aquel inolvidable Fígaro, que murió, como luego se ha dicho, "del mal de España", se dio también a conocer con su oración fúnebre en verso que lo lanzó a la fama, Don José Zorrilla, autor del Don Juan Tenorio, la más perdurable de las obras teatrales del Romanticismo español. Pues así, desde ese primer gran momento de su aparición pública, Samuel R. Quiñones ha impuesto su presencia en Puerto Rico: en las letras, en las empresas de mayor interés cívico y sobre todo en las luchas políticas que en los últimos cuarenta años han transformado a Puerto Rico arrancándolo de la miseria sin sacrificarle la libertad. y he citado este primer encuentro con Samuel R. Quiñones porque entrando en los años inquietos de la adolescencia, fue éste mi primer encuentro con el poder incontrastable de la lengua como instrumento de comunicación y de cultura. Y desde ahí se inició, cosa que nunca le había dicho, mi profundo respeto a la palabra. Aprovecho este momento para agradecérselo. La cultura es el resultado de una interminable conversación del hombre consigo mismo y con sus semejantes, en su tiempo, y de los hombres de cada siglo con los siglos que le precedieron. En unos pueblos más que en otros, y en cada pueblo, unas generaciones más que otras, recogen, conservan y trasladan a sus semejantes los frutos del pensamiento anterior, y le suman su originalidad y su voluntad creadora. A esa generación que literariamente podríamos llamar del treinta, pero que cuaja políticamente en la llamada generación del cuarenta, le correspondió la tarea de reanudar a Puerto Rico con su historia y de incorporarle algunas de las corrientes literarias de nuestro mundo. A esa generación que Evaristo Ribera Chevremont califica de "entusiasta del verbo y de la ac· ción", pertenecen hombres y nombres inseparables del movimiento que empezaría a sacudir violenta· mente la conciencia puertorriqueña. Con el regreso a Puerto Rico en 1932 de Luis Muñoz Marin, algunos de los integrantes se mano 11


tienen en su quehacer puramente intelectual. En otros puede más la llamada a la acción política. En estos pueblos nuestros todavía a medio hacer, acosados por incertidumbres y opresiones sin cuento, muchas de las cabezas mejor dotadas tienen que arrumbar la pluma para empuñar la espada o el arado. Así Bolívar, así Sarmiento, y así entre nosotros José de Diego, Luis Muñoz Rivera, y otro gran líder, poeta también, Luis Muñoz Marín. Junto a él se fueron, con pérdida para nuestra literatura y ganancia para nuestra política, dos de los destacados puertorriqueños de esa generación que honramos esta noche en la celebración del Centenario del Ateneo: Vicente Géigel Palanca y Samuel R. Quiñones.

BIOGRAFIA MINIMA No es posible cerrar estas palabras sin hacer un recuento, injusto por la brevedad que impone el reloj, de Samuel R. Quiñones. Apenas ingresa en aquella pequeña Universidad de Puerto Rico de los años 20 funda la primera Federación de Estudiantes. En ese movimiento de juventud se manifiestan los primeros atisbos de rebeldía de la primera generación puertorriqueña que nace después del cambio de soberanía. ¿Quién la preside? Samuel R. Quiñones. En todo quehacer en que ha participado en medio siglo de vida plena de esfuerzos y de trabajo creador, Samuel R. Quiñones ha tenido siempre una participación dirigente. Fue Director de AtheneJa, Anuario de la Universidad de Puerto Rico en 1926. y Athenea ese año dedica su número a tres hombres que habían dedicado su vida a predicar la unidad hispanoamericana, a exaltar los valores de nuestra cultura americana y a afirmar los ideales de justicia social: Manuel Ugarte, José Vasconcelos y Alfredo L. Palacios, el líder y escritor socialista argentino. Sirven estos tres hombres para explicar la emoción colectiva de la juventud de aquel momento que había de traducirse más tarde en fecunda obra de justicia social. Apenas sale de las aulas, es Director y editorialista del Diario La Democracia, el diario que había fundado Luis Muñoz Rivera y que fue baluarte de las ideas liberales y de los propósitos de afirmación puertorriqueña desde el siglo XIX. Desde allí defiende denonadamente a Puerto Rico de los embates de la torpe política colonial que nos mantuvo en la angustia y el estancamiento por más de cuarenta años. A los 30 años fue elegido Presidente del Ateneo Puertorriqueño y ocupó ese cargo de 1934 a 1937. y a los 34 años, en 1941, vicepresidente del Partido Popular Democrático. 12

Ya poseedor del título de abogado, pasa a formar parte del bufete de Luis L10réns Torres y se convierte en uno de los civilistas más destacados del país. a pesar de que, tengo la sospecha. de que en ese bufete se haCÍa más poesía que Derecho. Participa en las pugnas por la renovación del Partido Unionista que había pasado a llamarse Liberal cuando Antonio R. Barceló rompió la Alianza y levanta nuevamente con ese nombre aquel gran partido que se llamó Reformista con José Julián Acosta, Autonomista con Baldorioty, Unionista con Muñoz Rivera y habría de venirse a llamar Popular con Luis Muñoz Marín. Al producirse en Naranjales la expulsión de Luis Muñoz Marín, participa activamente en los trabajos de organización política y en 1940 fue electo representante por acumulación y poco después Presidente de la Cámara de Representantes. En las elecciones de 1944. es electo Senador y pasa ocupar la vicepresidencia del Senado. Al ser electo Luis Muñoz Marín Gobernador de Puerto Rico. Samuel R. Quiñones pasa a la Presidencia del Senado por unanimidad: el único hombre en nuestra historia que ha presidido ambos cuerpos legislativos. Y ocupa ese cargo hasta el año 1968. Lleva, pues, en este año del Centenario del Ateneo, casi 50 años de incesante labor literaria y política. Una vida entera al servicio de su pueblo. Pero no se circunscribe la labor de Samuel R. Quiñones a la indispensable pero ingrata, fructífera pero agotadora, labor política. Es también Pre· sidente del Colegio de Abogados, el más antiguo Colegio de Abogados de América. Ocupa también desde hace varios años la Presidencia de la Academia Puertorriqueña de la Lengua y fue designado recientemente por un año miembro de la Comisión Permanente de la Real Academia Española en Madrid. No le resta mucho tiempo a un. hombre que tiene que dividir su tiempo entre su profesión, la política y otras actividades cívicas para la obra de creación literaria que fue su original vocación. Y sin embargo, Samuel R. Quiñones ha producido discursos y conferencias de impecable factura yensayos literarios como los que recoge en su obra premiada por el Intituto de Literatura, «Artes y Letras», en las que exhalta y analiza la obra de figuras como Nemesio Canales, el más Puertorriqueño de nuestros humoristas de ayer y la obra de Zeno Gandia, que produce a comienzos de siglo varias novelas que no fueron superadas en su época por ninguna novela Hispanoamericana. En 1933 es el mantenedor de los Juegos Florales Hispano-Antillanos, distinción que en 1913 había sido conferida a aquel estremecedor poeta y orador que fue José Diego. . Son innumerables los diplomas y medallas de honor que ha recibido del país y del extranjero, y


t:ntre ellos el más alto galardón cuando el Senado Francés le otorga la Medalla de Honor de Francia. Cuando los hombres nos agrupamos y al hacerlo buscamos para dirigir reiteradamente a una persona, extraordinarias cualidades ha de reunir para merecer tan reiterado asenso de sus congéneres. Y es que Samuel R. Quiñones tenía la cultura, la vocación de trabajo, la capacidad expresiva para decir lo que era oportuno en el momento oportuno; para hacer lo que había que hacer cuando había que hacerlo, y hacerlo bien. No hay juventud donde no hay protesta. Y en esa juventud que se revuelve en la década del veinte fue Samuel R. Quiñones uno de los adelantados. y adelantando es en el lenguaje de nuestra historia el que se adelanta, el que abre brecha, y lucha, y funda y establece. Ha explicado Vicente Géigel Palanca en un lúcido ensayo sobre los ismos en la década del veinte, los rasgos de estas tendencias renovadoras que animaron a los hombres de esa generación. Y pasan en revista el pancalismo de Llórens Torres, el van· guardismo de Rivera Chevremont, el diepalismo de Diego Padró y Luis Palés Matos; el euforismo de Vicente Palés y Tomás Batista; el atalayismo de Graciany Miranda, Margenat, González Alberti y Soto Vélez; y el noismo, que agrupa a Géigel Palanca, Vicente Palés Matos, Emilio Delgado, José Arnaldo Meyners, Enrique Lerbold, Antonio J. Colorado y Samuel R. Quiñones; y más tarde suma a Paniagua Picaza, Sierra Berdecía, Paniagua Serra· cante, Rosa Nieves y Juan Antonio Corretjer. Truena este grupo en su manifiesto del ¡no! contra la literatura sonza, contra el verso afeminado, contra la canalla literaria inescrupulosa y venal, contra el espantoso sistema social que atrofia las iniciativas, contra la moral puritana, contra la seriedad, contra las dogmas. Todo ismo es un pretenciosismo. Y casi siempre es más lo que se escribe sobre cómo se debe escribir, que lo que se escribe como se proclama que debiera escribirse. Pero cada ismo trae consigo apetencias renovadoras, voluntad de diferenciación, ambición de crear. Empieza un ismo por repudiar lo anterior. Es una revuelta. Y al mismo tiempo declara la pretensión de crear nuevas formas definitivas. La soberbia de la juventud no tiene límites. Pero final· mente, los que crecen, los que maduran, acaban por comprender que no se puede inventar y aprender simultáneamente una lengua nueva y nuevas fórmulas expresivas sin caer en balbuceos con frecuencia ininteligibles. Y andando el tiempo los miembros de cada grupo encuentran su propia definición y se dispersan. Había sido la promesa mayor que la realización. ¿Qué quedó de aquello? Quedó la voluntad creadora, la confianza en la propia inventiva. Y el propósito de trasladar esa fuerza

vital a otras iniciativas. En ese "ismo" se destaca también, como otros tantos quehaceres en los que puso con las manos su espíritu, Samuel R. Qui. ñones. Se nos estaba fijando el hábito de la acquiescencia. Nos enseñaron a decir que no. Y esa pala. bra fue como una piedra lanzada sobre las aguas mansas de nuestra resignación colectiva. El grupo del no era heterogéneo y desigual, pleno de apetencias renovadoras, iconoclasta y casi ácrata, nervioso, errático y contradictorio. Pero los años pasan. Y con los :mas, algunos se qu~dan ano quilosados, enquistados en sus modos y manerismas originales. Otros, se esfuman sin pena ni gloria. Otros maduran y cuajan. No tardaron en madurar los hombres de esa generación. Y el 23 de abril de 1929 -aniversario de Miguel de Cervantes-, Antonio S. Pedreira, Collado Martell y Samuel R. Quiñones fundan el gru_ po y sale el primer número de la Revista Indice. y dice así en su primer número. "Indice renunciará a ser rara en el menos amo bicioso deseo de ser provechosa... Vivirá su vida al margen de los ismos constituidos, colindante con todos, sin asociarse a ninguno." y anuncia su triple propósito: "señalamiento de orientaciones, medida de valores, registro de la actividad, cultura de ayer y dé hoy". Ha llegado la madurez. Y en ese triple propósito Samuel R. Quiñones entronca con la noble tradición del Ateneo; cien años de tribuna libre, abierta a la discusión del arte y la ciencia y la política, y que también ha sabido decir que 110 a todo lo que haya sido intento de meter la noble institución en la camisa de fuerza de doctrinas destructoras de la libertad y de la dignidad del hombre. No hay juventud sin protesta. Pero no hay que confundir la protesta siempre noble cuando se lanza contra lo feo, lo innoble y lo injusto con la protesta estéril capaz de' destruir vesánicamente sin poder ni imaginación para ofrecer un proyecto viable de porvenir colectivo. La obra literaria de algunos de los hombres de la generación de Samuel R. Quiñones es valiosa pero no es voluminosa. Y no lo es porque no pudo serlo. Muchos de los que formaron en esa genera· ción tuvieron que emplear la mayor parte de la vida que podían haber dedicado al verso, al teatro, a la novela o al ensayo, a la tarea dura e ingrata de la política. Pero sin esa política redentora que se inicia en el cuarenta Puerto Rico podría estar a estas horas cantando todavía las plañideras estrofas del Lamento Borincano. En ese quehacer indispensable y noble, Samuel R. Quiñones no solamente puso la mayor parte de su vida esforzada, sino que llevó a la política decoro y nobleza; el respeto a la lengua y a nuestra continuidad histórica, y la preocupación por la H13


bertad y por la identidad que puso en su sangre desde su adolescencia su convivencia con el mundo del pensamiento y de las letras, su hondo respeto a los valores de nuestra cultura y su dedicación a los quehaceres más apremiantes de esta isla nuestra, de esta porción de humanidad rodeada de angustia por todas partes. En los últimos 50 años no ha habido actividad cultural, cívica o política en la que no haya estado presente -nombre, hombre y palabra- Samuel R. Quiñones. Ha cumplido hasta el día de hoy su misión con honor, que ha sfdo de honra para sí y de provecho de todos. No subió a la tribuna, como otros, para deni· grarla. Subió a la tribuna para enaltecerla. Y en los embates de la lucha política conservó frente . a la adversidad, la entereza; frente a la envidia, la nobleza; frente a los peligros, el sosiego; cua· lidades de: hidalgo. .. Y sosiego -como dice García Valdecasas- sólo puede haberlo donde hay una gran energía en potencia. Es capaz de sosiego el mar porque es capaz de tempestades." Empecé estas palabras recordando mi primer encuentro con Samuel R. Quiñones. Mi recuerdo más reciente fue hace apenas cuatro meses en México, cincuenta años después. Acompañado de otra extraordinaria personalidad de nuestros días, el Dr. Rafael Arrillaga Torréns, acudió a la celebración del Primer Centenario de la Academia Mexicana de la Lengua. Y a pesar de la dolencia que le aquejaba, y haciendo un supremo esfuerzo, adonde

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quiera que le correspondió participar en las funciones oficiales fijó la atención y se ganó el respeto de los presentes. Una vez más el nombre y el prestigio d.e Puerto Rico estuvo en buenas manos. De vuelta al hotel hablábamos de las sombras que se ciernen sobre el mundo, de la tormenta que amenaza desencadenarse sobre el hombre,antes del año dos mil. Y después de un silencio se me ocurrió decir: "Bueno, yo no lo veré. Yo transo por diez años." y Samuel, con la mesura y la serenidad que me recordaron la fortaleza y el temple de los claros varones de ayer, me respondió; "Yo transo por seis meses." Y seguimos hablando como si sólo hubiésemos interrumpido la lectura de un verso de Fray Luis.* Este es el hombre que honramos hoy. Ha sido portador de las virtudes ancestrales, de lo mejor de las raíces hispánicas de nuestro ser que señala en su obra Valdecasas: "El empuje creador, la alegría de la acción, la disposición al heroísmo, el desprecio a la muerte:' Llama la patria a todos sus hijos a la obra de hacerla, de rehacerla, de recrearla. Por lo que ha hecho por definirla, por defenderla, por levantarla, el Ateneo de Puerto Rico se honra otorgando a Samuel R. Quiñones su Gran Premio de Honor en el Año de su Centenario.

* A los 6 meses exactos de esta conversación se produce el deceso del Ledo. Samuel Ro Quiñones, el 11 de marzo de 1976.


In Memoriam

Evaristo Ribera Chevremont (1896-1976)

1.0 DE MARZO FALLECIÓ EN SAN JUAN -DONDE había nacido, en' el año 1896- uno de nuestros más grandes poetas nacionales, y, entre ellos, casi seguramente, el de más alta y ancha proyección universal: Evaristo Ribera Chevremont. Su trayectoria como ensayista y como poeta -iniciada en 1914 y sólo interrumpida con su muerte- constituyó hermoso testimonio de fidelidad al don intelectual, fecundidad creadora y versatilidad temática que, no obstante, jamás le hizo desviarse un ápice de su íntimo y esencial clasicismo. Maestro en el difícil arte del soneto, dejó en el género verdaderos logros, tales como los que -entre otros más conocidos- componen su libro El semblante. Su acendrado puertorriqueñismo giró en la órbita de una exaltada devoción a los grandes valores de la civilización latina y de la tradición española e hispanoamericana, devoción que ayudó a nutrir una larga estancia en España, en los años

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. de su juventud, y, posteriormente, una breve visita a la patria del Libertador. En el año 1960, el Instituto de Cultura Puertorriqueña le otorgó el Premio Nacional por sus aportaciones a la cultura puertorriqueña. Imposible resultaría enumerar los innumerables trabajos, en verso y prosa, que publicó en la prensa del país y difícil dar la nómina de los libros de poesía que dio a la luz. Entre éstos mencionaremos Desfile romdntico (1914), Los almendros del Paseo de Covfldonga (1928), Anclas de oro (1945), Creación (1951), La llama pensativa (1955), Inefable orilla (1961), Punto final (1963), El semblante (1964), Río volcado (1968), El caos de los sueños (1974) y El canto de mi tierra (1971). Póstumamente aparecieron sus obras El libro de las apologías (1976) y Jinetes de la inmortalidad (dedicado a Bolívar y a Sucre), esta última publicada en 1977 por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. 15


Evaristo Ribera Chevremont* Por JOSEFINA RIVERA DE ALVAREZ

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OETA, PERIODISTA, ENSAYISTA, NOVELISTA. CuRSó en la Capital estudios primarios y secundarios en varios planteles públicos y privados -la Escuela Lincoln, el Colegio Moczó, el Centro Iberoamericano que dirigía don Felipe Janer-. A los quince años termina su instrucción formal y comienza a trabajar, primero en una fábrica y luego en diversas empresas comerciales de San Juan. En plan de romántica aventura de adolescencia pasa a la República Dominicana en una barca francesa, y en el vecino país se ocupa durante un año en las más disímiles tareas, entre éstas las labores de trabajador en un ingenio azucarero. A su regreso a Puerto Rico continúa por medio de la lectura intensa el enriquecimiento de su espíritu y sensibilidad. Se entrega ahora con mayor disciplina y entusiasmo a dicho proceso autodidáctico, auxiliado por la vieja colección de libros del Ateneo Puertorriqueño y en particular por la de la recién abierta Biblioteca Insular de Puerto Rico, luego Biblioteca Carnegie. Alentado por su padre, don Cesáreo Ribera de Souto, gallego establecido en la Isla -donde casara con la madre del futuro poeta, puertorri· queña de ascendencia francesa y mallorquina-,. y escritor aficionado que había publicado versos y cuentos en La Ilustración Puertorriqueña, da a la estampa sus primeros poemas, hacia 1913, en la revista capitalina El Carnaval. El veterano periodista don Mariano Abril, la firma más autorizada por entonces en el terreno de la crítica literaria insular, saluda entusiasmado al novel autor, de diecisiete años de edad, en un artículo que publica en La Democracia bajo el título de "Un poeta joven", y en el cual declara que la media docena de sonetos que conoce firmados por Ribera Chevremont "son suficientes para consagrar a un poeta", composi-

* Diccionario de Literatura Puertorriqueña. Instituto de Cultura Puertorriqueña. T. I. San Juan, pp. 1316-1327. 16

ciones en las que "aparece el pensamiento envuelto en imágenes vivas" -agrega-, revelando u un espío ritu moderno que rinde, sin embargo, culto a la métrica clásica". También firma como prosista, en las páginas de la Revista de las Antillas -fundada por Luis Lloréns Torres para dar impulso a la renovación del ambiente literario del país a la luz de las normas del modernismo-, trabajos literarios como los titulados "San Juan, la ciudad de las aguas" (1913), "San Juan en mi ensueño" (1914). Publica a los dieciocho años su primer poemario, Desfile romántico (1914), elogiado por críticos como Miguel Guerra Mondragón, quien ve en tales versos "destellos de una luz temprana que son heraldos de radiantes rayos de so~", y el gran poeta José de Diego, quien dice que por dichas composi· ciones se revela Ribera "capaz de producir los más variados y bellos tipos de la poesía eterna". Por estos años, ya comenzadas las hostilidades de ]a primera guerra mundial, emprende una aventura periodistico-literaria al sacar a la luz, a principios de 1916, bajo su dirección, el vocero que titula Barba Azul, eco de sentimientos germanófilos, y el cual circula durante varios meses. Figura asimismo como redactor, entre 1917 y 1918, de la revista Nosotros, órgano de la Federación de Dependientes de Comercio, y colabora además con el semanario Puerto Rico Ilustrado, publicando en este último versos y trabajos varios en prosa: de 1917, "Los soldados puertorriqueños", "Los divinos...: Francisco Oller"; de 1918, "Nuestros pueblos", "Nuestras prosistas", "Disquisiciones literarias: Interview con el señor José de Diego". En 1918, Evaristo Ribera Chevremont y José S. Alegria publican en colaboración una Antología de poetas jóvenes de Puerto Rico. De igual año, y en colaboración con Luis Muñoz Marin y Antonio Coll y Vidal, es también el libro Madre haraposa, subtitulado Páginas rojas, colección de cuatro cuentos


que prologa Gustavo Fort, y entre cuyas narraciones, una -El verdugo-- es obra conjunta de los tres jóvenes escritores, y otra -La pobre AnaIJeva la firma de Ribera. A fines de aquel mismo año de 1918, don José Pérez Losada nombra al literato que nos ocupa redactor del diario vespertino El Imparcial, acabado de fundar. En las columnas de este vocero se señalará Ribera Chevremont como autor de una serie de artículos que tituló .. España en la conciencia de América", reveladores de un gran amor hacia la Madre Patria y de admiración por su magna obra civilizadora realizada en el Nuevo Mundo. Para aquella época, veinte años después de haberse operado en la Isla el cambio de soberanía, los citados trabajos periodísticos se hacen eco de una recia voluntad puertorriqueña de afirmación hispánica que reacciona contra los intentos oficiales de norteamericanización cultural del país. La Casa de España en Puerto Rico beca entonces a nuestro joven periodista, y marcha éste a la Península en 1919 para beber en la fuente misma las esencias de lo hispano. La estancia de cinco años de Ribera Chevremont por tierras españolas resultó de gran valor para su auténtico conocimiento del espíritu de su raza y para el desarroIJo de sus futuras actitudes líricas. .. Decidí -dice el poeta y periodista- que mi paseo por España no fuera cosa camelera de entrevistas en periódicos, visitas a señores importantes y demás rigorismos vacuos de la rutina, sino de intensas andanzas por el corazón apasionado y trágico de aquel gran pueblo." Entra por Cádiz, y en su recorrido de las tierras de Andalucía se detiene emocionado en Sevilla, Córdoba, Granada. En Madrid lo recibe Luis Díaz-Caneja, antiguo compañero de redacción en El Imparcial y último director del Boletín Mercantil de Puerto Rico. Invitado por dos hermanas de Gregario Martínez Sierra, escuchó en el monasterio de El Escorial un curso de mística que explicaban los padres agustinos. Viajó más adelante por las provincias de Castilla la Vieja, y visita en Avila y Alba de Tormes escenarios de la santidad teresiana, y conoce en Soria al poeta Antonio Machado. Otra vez en Madrid, ofrece en el Ateneo dos lecturas de sus versos, ambas comentadas elogiosamente en la prensa, en artículos de literatos diversos de aquella capital que le profesan amistad y estimación artística e intelectual: Gahriel Alomar, José María Salaverría, Andrés González Blanco. En la primera de estas ocasiones da a conocer su segundo poemario, El templo de los alabastros (1919), salido en Madrid, y en la segunda, lee versos de un nuevo cuaderno lírico, La copa de Bebe (1922), también impreso en la capital española, en limitada edición, fuera de comercio, de unos cien ejemplares. El segundo de estos librós ya se hace eco, discretamente, de los aires de renovación que por entonces siembran los ultraístas

en el ambiente literario matritense, en algunas de cuyas reuniones y veladas fue espectador el poeta puertorriqueño. Se presenta además en el Ateneo para dictar una conferencia que sintetizaba el contenido de sus artículos periodísticos de Puerto Rico sobre el tema "España en la conciencia de América", y la cual le merece un interesante comentario de Ramiro de Maeztu en editorial de El Sol, de Madrid. Siendo luego este mismo escritor presidente de la sección de Literatura del Ateneo, se elige a Ribera Chevremont segundo secretario de dicho grupo. Por otra parte, asiste también nuestro compatriota, en calidad de oyente, a las clases que dictaba en su cátedra de la Facultad de Filosofía y Letras el gran filósofo y literato José Ortega y Gasset. A la par con las varias actividades que despliega por España, su producción lírica, inagotable, se enriquece entre los años de 1921 y 1924 con cinco nuevos poemarios -El hondero lanzó la piedra, Vitrales góticos, Yo sé de uno que tiene una canción, Velas negras, Tú, mar, y yo y ella-, todos aún inéditos, excepto el que se menciona en último término, que ve la luz, tardíamente, en 1946. A su regreso a Puerto Rico en 1924 prevalecía un estado general de estancamiento en nuestra lírica, no obstante los esfuerzos esporádicos de algunos poetas jóvenes por superar las normas del modernismo insular, ya en decadencia cuando Ribera Chevremont había salido del país en 1919. En 19¡1 y 1923 respectivamente, se habían manifestado los alientos fugaces y de poco alcance de dos escuelas de vanguardia, el diepalismo y el euforismo. En los comienzos de aquel año de 1924, varios poetas, algunos de los cuales habían figurado en las filas de los intentos renovadores mencionados, sacaron a la luz en la Capital el periodiquillo nombrado Los Seis, por el número de sus fundadores, y el cual, declarando la guerra a la literatura previa, aspiraba a propulsar en nuestro ambiente los hálitos rejuvenecedores e iconoclastas de la poesía de la primera postguerra. Por su parte, y manteniéndose alejado de grupos y escuelas, se dio Ribera Chevremont a la tarea de divulgar en Puerto Rico, por medio de sus poemas y artículos en prosa aparecidos en las revistas y periódicos de San Juan, los postulados de la nueva estética vanguardista. Su empleo del título general de "Girándulas", aplicado a la serie de poemas iniciales de su pluma con que ilustra las nuevas ideas artístico-literarias, motiva la denominación humorística de .. girandulismo", que da a la prédica de las mismas el poeta y periodista Antonio Coll Vidal, en carta que dirige a José Pérez Losada y saca a la luz El Imparcial a principios de octubre de 1925, nombre éste que continúa manejando modernamente el profesor Rosa-Nieves historiador de las letras insulares para referirse a la personal posición vanguardista de Ribera Chevremont durante estos años. En Puerto 17


Rico Ilustrado inició Ribera la publicación de los versos que integran varios de sus poemarios inéditos antes aludidos. También en la misma revista -véanse tales artículos como los que titula "Prosas minúsculas: ta música y el idioma castellano" (1925), "El oscurantismo en nuestra literatura" (192Tj- Y en una sección permanente que apareció a partir de 19¡7 en el periódico La Democracia bajo el título de "Página de vanguardia", sostuvo activa campaña de divulgación y propaganda de las nuevas ideas poéticas, comentando la obra de autores extranjeros y dando acogida a la que de vez en cuando producían los jóvenes del país. A partir de noviembre de 1926, de otro lado, impulsa la salida del vocero sabatino Poliedro, "revista literaria moderna" que dirige inicialmente y luego deja en manos de Luis Antonio Miranda. Abogaba Ribera Chevremont en sus campañas vanguardistas por la superación de las viejas maneras de hacer en la lírica, suplantando el verso métrico con el verso rítmico, eliminando lo anecdótico y favoreciendo el uso de la imagen indirecta en lugar. de la directa. "Matemos -escribía- el cisne y el ruiseñor. Yo proclamo el imperio de la rana, esa joya de porcelana verde prendida al seno oscuro de los charcos. Matemos la elocuencia, el tono mayor, lo grave, lo teatral". Su labor de orientación "de lucha exterior", según palabras de Concha Meléndez, surte efecto y adquiere resonancia con la aparición en el medio poético puertorriqueño de las escuelas vanguardistas del noísmo (1925) y del atalayismo (1928), cuyas génesis es justo atribuir en parte al influjo innovador que esparció Rivera en la Isla. Sin embargo, como señala Laguerre, más preocupado nuestro poeta por los ternas metafísicos que por las escuelas literarias, pronto deja de ser guía, y, con su matrimonio, en 1929, da comienzo a una época de quietud y de análisis. Para fines de la década de los veinte e inicios de la que sigue da a las prensas cuatro nuevos cuadernos líricos: Los almendros del Paseo de Covadonga (1928), libro que atesora recuerdos de la infancia, escrito a solicitud del Departamento de Instrucción Pública; La hora del orífice (1929), Tierra y sombra (1930), el último, desahogo elegíaco ante el fallecimiento de su hermana Mercedes, a cuya vera había encontrado los calores hogareños perdidos antes con las muertes respectivas de la madre y la abuela. Después de 1930, durante la mayor parte de dicha década, el poeta se autoimpone un largo período de "silencio, de recogimiento, de estudio y seguramente de encrucijada en su camino de creador de formas bellas" según expresión de la señorita Meléndez. En ocho años no publica ningún otro libro y apenas da a conocer algunos versos en la prensa periódica isleña. Rompe este semimutismo en 1938 con la salida de su próximo poemario, Color, libro laureado por el Instituto de Literatura Puertorrique18

ña, inspirado en el paisaje de la tierra natal, y el cual marca el principio del arte seguro de plena madurez del poeta superador de las indecisiones y extremos, de las explotaciones y tanteos de su época moza. El propio poeta da la clave de este su arte definitivo en una conferencia que lee en 1941 en un seminario de poesía puertorriqueña que dirige en la Universidad de ·Puerto Rico la doctora Meléndez, luego publicada bajo el título de El sentimiento de la naturaleza en "Color" (1943). En este ultimo año da también a la estampa un nuevo tomo de versos, Tonos y formas, considerado entonces como su mejor obra, libro premiado igualmente por el Instituto de Literatura Puertorriqueña, así como el próximo volumen que produce su pluma de poeta, Anclas de oro (1945). A estos poemarios siguen en sucesión Barro (1945), el hasta entonces inédito Tú, mar, y yo y ella (1946), libro de mediados de los años veinte; Verbo (1947), y el volumen antológico Creación (1951), que recoge los mejores versos de su labor total hasta aquel año. La producción lírica de este autor hasta la salida de Tonos y formas (1943) es objeto por entonces del primer estudio completo que merece el gran poeta puertorriqueño, realizado por Concha Meléndez en el libro que titula La inquietud sosegada: Poética de Evaristo Ribera Chevremont (1946). La Universidad de Puerto Rico lo honra y se honra extendiéndole nombramiento de conferenciante adscrito a la Facultad de Humanidades. Por .otra parte, entre la publicación de Verbo y Creación se da a conocer Ribera como novelista con el relato El niño de arcilla (1950), de fondo autobiográfico. Durante la década siguiente el poeta realiza otros tres viajes a España: en 1953, 1956 Y 1958, y es recibido con afecto y admiración en todas partes: en el Centro Gallego, en el Círculo de Bellas Artes, en la cátedra de Literatura Hispanoamericana, que regenta el doctor Luis Morales Oliver, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, en el Instituto de Cultura Hispánica, casa que patrocina en 1954 la edición de un conjunto selecto de toda la obra del poeta insular hasta el año de 1950: Antología ppética (1924-1950) y La llama pensativa (sonetos inéditos). En 1955 publica Ribera en San Juan, en nueva edición completa, la segunda parte de la anterior antología: La llama pensativa; Los sonetos de Dios, del Amor y de la Muerte. Dos años después sale de prensas la antología general que dedica la Universidad de Puerto Rico a la obra poética de Ribera Chevremont enmarcada entre los años de 1914 a 1950, selección y estudio preliminar a cargo de Federico de Onís. El Instituto de Cultura Puertorriqueña también honra al ilustre poeta con la publicación, en 1960, de un cuaderno que recoge versos suyos, publicados e inéditos, ilustrado por el artista J. A. Torres Martinó.


La obra lírica de este autor realizada durante los últimos años queda reunida en los libros Inefable orilla (1961), cuarto de sus tomos que merece lauros del Instituto de Literatura Puertorriqueña; Memorial de arena (1962); dos cuadernos también premiados por el Instituto de Literatura Puertorriqueña: Punto final (poemas del Sueño y de la Muerte) (1963) y El Semblante (1964); y Principio de canto (1965). En 1966, además, ve la luz pública una Nueva antología de E. Ribera Chevremont, la cual incluye poemas de sus libros salidos hasta 1965, la selección hecha por Concha Meléndez, seguida en 1967 por otra Antología poética (;19291965) que publica el Departamento de Instrucción Pública, con introducción, selección y notas por María Teresa Babín y Jaime Luis Rodríguez. A los comentarios y estudios parciales que la crítica del país y del extranjero dedica durante estos tiempos a nuestro poeta se suma la monografía que prepara la poetisa y profesora Laura Gallego, lAs ideas literarias de Evaristo Ribera Chevremont, presentada en 1962, como tesis de maestría, en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras). A fines de 1967 la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico honra a Ribera Chevremont concediéndole el Gran Premio Puertorriqueño de Poesía que otorga dicha institución cul tural. En toda la historia de la lírica puertorriqueña es Evaristo Ribera Chevremont el poeta de mayor versatilidad y uno de los más fecundos. Desde los comienzos de su carrera literaria hasta el presente su dinámica urgencia de crear y su presuroso anhelo de recoger la idea de última hornada lo han llevado a ensayar distintas técnicas y a tratar diversos temas, siempre incitado a la experiencia poética por las más variables motivaciones. En los comienzos de su carrera poética, cuando figura, quizá como el más joven, entre los literatos capitalinos que inician y dan impulso al modernismo isleño desde las páginas de El Carnaval, la Revista de las Antillas, Puerto Rico Ilustrado y otras publicaciones periódicas, da a las prensas su primer poemario, Desfile romántico (1914), facturado bajo el signo del movimiento rubendariano, pero expresivo a la par de fino sentimiento romántico en alianza con marcadas tendencias clásicas en la forma y alientos cósmicos de procedencia whitmaniana. En la exposición de su credo artístico que se lee en las páginas iniciales del mencionado cuaderno, declara ya este "Proteo de la poesía", como "se le ha llamado, su inconformidad con las escuelas artísticas, diciéndonos que son transitorias y falsas. Movido por esta idea, ha estado siempre presto, con actitud solitaria e individualista, a probar nuevas modalidades y nuevos estilos en cada obra emprendida, perennemente a la búsqueda de la perfecta relación entre idea y emoción.

Su segundo libro de versos, El templo de los alabastros (1919) -que publica a poco de su llegada primera a Madrid y dedica al literato español Andrés González Blanco, quien escoge los poemas que lo integran de entre los muchos que había llevado inéditos a la Península nuestro poeta-, orbita aún en torno del arte de Daría, pero a pesar de esto y de su título señaladamente modernista, se aprecia en su contenido cómo la sensibilidad alerta de Ri· bera comienza a evolucionar hacia las nuevas tendencias líricas que agitaban la época. La copa de Hebe (1922), tercero de sus poemarios, publicado asimismo en la capital de España, responde, pese a su epígrafe, todavía al gusto del modernismo, a una interpretación personal por parte del autQI" de las normas versolibristas y el estilo de la vanguardia de postguerra que para entonces revolucionaba en su expresión ultraísta· la estética lírica peninsular. González Blanco destaca en El Imparcial madrileño la novedad y riqueza de las imágenes y la gran fuerza creadora que despliega el genio poético de Ríbera Chevremont en los poemas de aquel nuevo libro, "audaces y bellos atrevimientos de como posiciones". Toda esta primera época que pasa el poeta puertorriqueño en España deja, en suma, una huella imborrable en su espíritu y en su arte. En el libro que ha dedicado Concha Meléndez al estudio de su poética señala que es éste, entre los integrantes de su generación, quien mejor capta y representa la herencia hispánica. En la obra lírica que ya ha realizado para entonces se destaca, por ejemplo, con relevantes méritos, la galería de retratos en verso de varias figuras del período de la Contrarreforma española, particulamente el magistral soneto que dedica a San Juan de la Cruz, tan· tas veces recogido en antologías del país y del ex· tranjero. Después de la salida de La: copa de Hebe (1922) no publica este autor ningún otro poemario hasta 1928. Entre los varios cuadernos de versos que completa durante estos seis años y que no saca a la luz, señala dos en particular la doctora Meléndez por sus méritos artísticos: El hondero lanzó la piedra, libro que concreta los nuevos modos de hacer que asimila el poeta en España, pero sin filiación definida respecto de "ismo" alguno, "intento, logrado ---en algunos poemas con bella audaciade las formas versolibristas y de la adaptación de los procedimientos más difíciles en la creación de la imagen"; y Tú, mar, y yo y ella -dado a la es· tampa, tardíamente, en 1946, ante el señalamiento que hace la ensayista antes citada de los valores de arte de este libro que justificaban su publicación-, obra que reúne en moldes, ora de ritmo métrico, ora de verso libre, .. juveniles sensaciones amorosas, visuales, acústicas", en la que entrelazan las preocupaciones claves de mar y s~nsualidad, pero en cuyas páginas "más que los poemas de hr ven19


tura amorosa, valen... los temas marinos ilumina· dos para el poeta por el amor", dice la señorita Meléndez. Con Los almendros del Paseo de Cava· donga (1928), tejido con recuerdos de su niñez, se afirma Ribera Chevremont en el regreso a las formas métricas tradicionales -romance y silva- y a una poesía de expresión sencilla y serena que deja atrás las innovaciones extremas de sus días vanguardistas. "Pasé de la desmetrificación y desrimación a la métrica y a la rima -dice el propio poeta-, pero manteniendo los elementos esenciales de la imagen", y agrega luego que sin abandonar la posición cósmica que mantie~e en su primera etapa de renovación, gira hacia una poesía eminentemente humana, según la representa el libro Paja. rera (1929), que la crítica califica de "canto al ala lleno de silencios y caminos". Sin embargo, no obstante el largo proceso de evolución y depuración por el que ha atravesado el poeta desde sus orígenes modernistas, asoman aún en su obra, para fines de los años veinte, reminiscencias de la es· cuela rubendariana, como deja ver por su título mismo el poemario La hora del orífice (1929). Entre las salidas respectivas de Pajarera (1929) y Color (1938) no da a conocer este autor ningún otro libro de versos, excepto el titulado Tierra y sombra (1930), que encierra cuatro hermosas ele· gías compuestas con motivo del fallecimiento de su hermana. Color, concebido en los moldes de poemas cortos y sonetos alejandrinos, es una sinfonía inspirada en temas del paisaje rural y urbano de Puerto Rico, avasallado el poeta por la luz y el color del suelo de su nacimiento. En su conferencia explicativa de las nonnas estéticas que han presidido el hacer lírico de este último poemario -El sentimiento de la naturale..a en "Color" (1943)-, define Ribera Chevremont los fundamentos sobre los que se apoyará en adelante su lírica de poeta moderno, de vuelta ya de los ensayos y registros diversos de sus etapas anteriores: retorno a la rima perfecta y a las formas métricas, "consagradas por el arte y por el tiempo" -dice-, en las que "ha sido vaciada la más jugosa lírica"; selección rigurosa del adjetivo; pulimento extre· mado de la fase; empleo de la imagen, no como alarde de novedad, sino como necesidad estética que ayuda al logro de un ideal de expresión funda· men tado en lo "fuerte y lo sencillo", en la precisión y en la síntesis, en lo que él llama "economía ver· bal, por virtud de la cual acrece el valor esencial de la obra". Se acomoda así nuestro autor a un verso que restaura las líneas tradicionales, sin pero der por ello su modernidad, y que se acoge a una objetividad sencilla y pulcra, a un rigor fonnal, a un culto de la forma impecable, que recuerdan a los parnasianos franceses. El propio poeta, al plantearse a sí mismo la lJIregunta de influencias en Color, menciona la posibilidad de haberlas recibido 20

de los Poemes barbares de Leconte de LisIe, aunque aclarando que en el poemario del francés la naturaleza es escenario, mientras en Color es tema. Los mismos postulados que rigen en Color se manifiestan también en los poemarios siguientes: Tonos y formas (1943) y Anclas de oro (1945); el ' primero, exposición del ideario que sustenta el poeta sobre el arte y la vida, sobre su concepción de "la belleza de lo sensible en relación con lo aní· mico"; el segundo, libro de mares y horizontes. Del mismo año de este último es igualmente Barro, que dedica a Luis Muñoz Marín, "maravilloso poe· ma del barro cósmico, donde en versos polimétri· cos y en doce cantos su inspiración se mantiene en equilibrio por las altas regiones", según comen· tario del crítico Alvarez Silva, quien agrega que en el referido libro alcanzar el autor .. un profundo humanismo, iniciando y rindiendo el viaje perpetuo del guijarro a la estrella". En el próximo :.uaderno lírico, Verbo (1947), expone el poeta su credo estético, "que tiene como correlatos una concepción de la vida y hasta una mística n -dice Gon;:ález-, y "merced a una serie de categorías simbóLicas, Ri· bera Chevremont plantea el drama cosmológico del alma". Creación (1951), libro antológico, reúne los mejores versos de su producción total hasta entono ces, ofreciéndonos una revista de las inquietudes fundamentales en la lírica del poeta capitalino: la mirada introspectiva, el paisaje de campo y ciudad, el mar, Castilla en la grandeza de sus ciudades y sus místicos excelsos, preocupaciones cósmicas, el tema laboral. Junto con las realizaciones representativas de la obra poética de Ribera Chevremont comprendida entre 1924 y 1950 que recoge la antología de este autor que publica en 1954 el Instituto de Culo tura Hispánica, de Madrid, figura la colección de sonetos inéditos facturados en 1950 y que el poeta titula La llama pensativa, vueltos a editar al siguiente año, en San Juan de Puerto Rico, bajo el mismo epígrafe, en tomo aparte ampliado. Con esta serie de sonetos "de Dios, del Amor y de la Muerte" llega a su plenitud, a su expresión más perfecta y pura, el ardor místico que tiene orígenes en los primeros tiempos de este gran lírico y alcanza luego particular afirmación en las páginas de Verbo (1947). La llama pensativa es "poesía honda y alta, clara y difícil, encendida y serena -dice Roméu-, poesía universal, en suma". Inefable orilla (1961) y Memorial de arena (1962), los dos próximos libros que presenta al público Ribera Chevremont, enlazan entre sí por el doble vínculo del gran tema común a ambos --el mar, como incitador de la reflexión, ante cuya orilla, según expresa Braschi, "el verso se le transforma en agua interrogante"-, que confirma a este autor como el gran poeta marino de la lírica puertorriqueña, y el culto persistente a las líneas fonnales


del soneto clásico, destacando una vez más a Ribera como uno de los más grandes sonetistas en la historia de nuestras letras, acaso el más devoto y el de mayores logros artísticos. En ambos libros se hacen patentes las dimensiones filosóficas y las proyecciones cósmicas de la alta poesía de este autor. En sus últimos cuadernos hasta la fecha -Punto final (Poemas del Sueño y de la Muerte) (1963), El Semblante (1964), Principio de canto (1965)el fecundo numen poético de este autor se revela en toda la plenitud de un cultivo del verbo lírico que, lejos de manifestar señales de cansancio o agotamiento tras medio siglo de continuada producción, deja cada día constancias frescas de renovada disposición creadora, en perenne culto al mágico decir del verso, ya en las fórmulas externas de perfecto corte tradicional, ya dentro de las líneas del versolibrismo y de las estrofas impares. Se hacen eco los libros nombrados de una poesía de sentimientos y reflexiones de gran hondura y madurez, orientadas por las rutas de los misterios trascendentes de la vida y de la muerte, ungidos de fervores místicos y religiosos. Así, en particular, en El Semblante., composición en sonetos inspirada en la Divina Presencia del Hijo de Dios, expresiva a la vez de anchos alientos de espiritualidad y de vuelo cósmico, tomó éste que cuenta además con un valioso estudio preliminar por Concha Meléndez, en el cual regresa esta escritora al análisis detenido de la lírica de nuestro autor para llevarlo más allá del límite temporal que alcanzara en su trabajo monográfico previo La inquietud sosegada; poética de Evaristo Ribera Chevremont (1946). Por la obra lírica de Ribera Chevremont, "uno de los poetas mayores de nuestra lengua", según le llama De Onís, han desfilado como temas las cosas pequeñas e insignificantes -la callejuela, las aceras, las carretas, los muebles viejos, los animales domésficos, los árboles- y también las cosas grandes y eternas -el amor humano, el amor al suelo patrio, el sentimiento de la raza hispánica, los misterios metafísicos, las preocupaciones de orden universal, los problemas sociales-. Se ha dicho de él asimismo que es nuestro poeta del mar. En su arte las ansias cósmicas alcanzan a superar la expresión de lo meramente regional, logrando así sus versos resonancias extrainsulares en el mundo de nuestra habla. Como poeta siente y ama las esencias de su tierra natal, pero al cantarlas las trasmuta en versos que saben de los picos del Universo, de las altas rutas de la nube, del reino sin fronteras de la luz. Por su obstinación experimental se ha dicho que la poesía de este bardo da la sensación de un laboratorio, en el cual, como señala Laguerre, si bien se han producido cosas francamente inartísticas, resultados del tanteo.y la prueba, no es menos cierto que se han escalado cimas de indiscutibles

méritos. En su obra de más altos valores casan el más auténtico fervor artístico y sentimiento lírico con las inquietudes de mayor trascendencia y de más dilatado panorama. Viene así Evaristo Ribera Chevremont, junto a Luis Lloréns Torres y a Luis Palés Matos, a integrar el trío máximo de poetas que aporta la lírica puertorriqueña del presente siglo al piélago inmenso de la poesía en lengua española. En las palabras de uno de los críticos de nuestro poeta se puede decir que tiene éste un palacio sonoro en Puerto Rico y casa propia en las literaturas hispanoamericanas, hispánica y universal. La obra en prosa de Ribera Chevremont consta principalmente de un notable acervo de articulas y ensayos sobre temas literarios y otras cuestiones culturales que da a conocer en diversos órganos de la prensa periódica capitalina -Revista de las Antillas, Puerto Rico Ilustrado, El Imparcial, La Democracia, Poliedro, El Mundo, etc.-, con ma· yor frecuencia desde antes de mediar la segunda década del presente siglo hasta cerca de los fines de ]a misma, y luego desde mediados del siguiente decenio de los veinte, proyectándose en los años treinta y tiempos posteriores, ya con decreciente intensidad. El articulismo y ensayismo de este autor pone de manifiesto, como notas características principales, un profundo sentimiento de patria, arraigado sentido de identificación cultural hispánica' y elevada conciencia de esteta literario. El propio escritor, refiriéndose a la obra periodística particular que realizó en las páginas del antiguo diario El Imparcial, "en el cual -dice- había yo forjado mi pluma de periodista", hace mención de las campañas varias que libró en pro de los derechos y de las libertades del país: ...abogué por la enseñanza en español, por el sostenimiento y cuidado de nuestro idioma y cultura, por la realización de un arte nacional, por la creación de una conciencia nacional, por la plasmación de una nacionalidad, por el engrandecimiento de nuestro pueblo y por su derecho a figurar en el bloque de las naciones libres del Nuevo Mundo, con una personalidad inconfundible, reciamente sellada por los valores que somos capaces de crear. También libré campañas en pro de los valores históricos de la Madre Patria, la cual era injustamente atacada por individuos que mantenían sus odios contra la nación civilizadora, sin la cual nada seríamos, pues ella nos legó sangre, habla, fe, cultura... Alude, desde luego, en la última parte de la anterior declaración, a su serie de trabajos bajo el título general de ., España en la conciencia de Amér,ica". La segunda parte de su labor de periodista la componen sus prédicas en favor de la renovación vanguardista del arte lírico insular, tras su regreso 21


de España en 1924, de lo cual fue la expresión más importante la "Página de vanguardia", tribuna de alta inquietud artística, que publicara en el diario vespertino La Democracia. Complemento de esta tarea lo son sus numerosos trabajos de critica de las letras isleñas, particularmente sobre el quehacer poético, que divulga durante la misma década de los veinte y años posteriores. En fecha más cercana a los tiempos presentes, el ensayo de tema literario encuentra en Ribera Chevremont una muy importante y hermosa expresión de su conferencia El sentimiento de la naturaleza en "Color" (1943), publicada en folleto, obra que revela al escritor de honda conciencia estética, amplios fundamentos culo turales y palabra elegante y concisa que revela tras sus contornos la fina voluntad poética de su autor. Otro aspecto de Ribera Chevremont, el prosista lo ofrece su ocasional cultivo de los géneros narrativos, representado en la juventud por su colaboración cuentística en el libro Madre haraposa; páginJQS rojas (1918), en el cual tiene parte, junto a Luis Muñoz Marín y Antonio Coll Vidal, en la factura del relato "El verdugo", que oscila -dice Concha Meléndez- "entre un naturalismo violento, unas poéticas observaciones [que la citada ensayista atribuye a Ribera Chevremont] ...y reflexiones irónicas de una ciencia imaginada del mundo", y firma por sí solo el cuento titulado "La pobre Ana", desarrollado en su trama sobre el fondo del antiguo Par· que de la Convalescencia, de Río Piedras, y que evidencia en su urdimbre de tema y acción muestras de indudables influjos románticos. En fechas muy posteriores a estos primeros tiempos en su carrera literaria -informa también la señorita Meléndez- publica este mismo autor otros relatos que se aproximan al cuento, como el titulado "El espejo", y otras narraciones de asunto campesino. Da igualmente a las prensas, en 1950, el libro El niño de arcilla, que él mismo califica de novela, pero que en rigor, por carecer de los elementos arqui. tectónicos propios de dicho género, viene a ser más bien una memoria de carácter autobiográfico, en la que "se han velado levemente algunos nombres y embellecido los hechos", valiosa ante todo como documento que ayuda a comprender las esencias vitales tras el gran poeta qUE: es Ribera Chevremonto La niñez y temprana juventud del autor, quien se presenta bajo el nombre de Joaquín de Souto y apodo de "Balín", se desenvuelven sobre el escenario de vida del viejo San Juan para fines del pasado siglo y primeros tiempos del actual, ofreciéndose aquí y allá escenas y pinceladas de apoyos históricos y costumbristas. El "novelista"

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teje su relato en relación con dos símbolos: una representación de su vida como una rueda por cuyos radios va y viene la sombra menuda de Balín, "sombra inquieta en su pequeñez -dice-, disparada contra todas las barreras, ávida de romper su cárcel, de burlar su encierro... ; sombra con hambre de ser claridad, altitud; sombra que quiere abarcar lejanías, trasponer horizontes, vencer cie· los"; y una figura de un niño de arcilla, que compra la madre del protagonista a un alfarero venezolano, y que viene a ser imagen del propio autobiografiado. Dentro de la conocida pulcritud prosística de este autor, late en las páginas de El niño de arcilla el ser emotivo y lírico del poeta.

BIBLIOGRAFIA DEL AUTOR Desfile romántico. Poesías. San Juan, P. R. [1914]. Antología de poetas jóvenes de Puerto Rico [En cola.

boración con José S. Alegria]. San Juan, P. R., 1918. Madre haraposa. Páginas rpjas [Cuentos, en colaboración con Luis Muñoz Marin y Antonio Coll Vidal]. Prólogo de Gustavo Fort. San Juan, P. R. [1918]. El temo plo de los alabastros. Poesías. Madrid [1919]. La copa de Hebe. Poesías. Ed. fuera de comercio. Madrid, 1922. El hondero lanzó la piedra [Poemario inédito, 19211924]. Vitrales góticos [Poemario inédito, 1921-1924]. Yo sé de uno que tiene una canción [Poemario inédito, 1921-1924}. Velas negras [Poemario inédito, 1921-1924]. Los almendros del Paseo de Covadonga. Poesías. San Juan, P. R., 1928. La hora del orífice. Poesías. San Juan, P. R., 1929. Paiarera [Poesías]. San Juan, P. R., 1929. Tierra y sombra. Poesías. San Juan, P. R., 1930. Color [poesías]. San Juan, P. R., 1938. El sentimiento de la naturaleza en -Color. [Conferencia]. San Juan de P. R., 1943. Tonos y formas [Poesías]. San Juan, P. R., 1943. Anclas de oro [Poesías]. San Juan de P. R., 1945. Barro [Poesías]. San Juan, P. R., 1945. Tú, mar, y yo y ella [Poesías]. [Río Piedras, P. R.], 1946. Verbo [Poesías]. San Juan de P. R., 1947. El niño de arcilla. Novela. San Juan, P. R., 1950. Creación [Poesías]. San Juan, P. R., 1951. Antología poética (1924-1950) y La llama pensativa (Sonetos inéditos) (1950). Madrid, 1954. La llama pensativa. Los sonetos de Dios, del Amor y de la Muerte. San Juan, P. R., 1955. Antologia poética. 1924-1950. Introducción por Federico de Onis. San Juan, P. R., 1957. Evaristo Ribera Chevremont. Cuadernos

de Poesía, 6. Instituto de Cultura Puertorriqueña. San Juan de P. R., 1960. Inefable orilla [Poesías). San Juan, P. R., 1961. Memorial de arena [Poesías]. San Juan, P. R., 1962. Punto final. Poemas del sueño y de la Muerte. San Juan, P. R., 1963. El Semblante. [Poesías]. Prólogo de Concha Meléndez. Río Piedras, P. R., 1964. Principio de canto [Poesías]. San Juan, P. R., 1965. Nueva antologia de Evaristo Ribera Chevremont. Selección de Concha Meléndez; ordenación de Ribera Chevre· mont; prólogo de Luis Antonio Miranda. San Juan, P. R., 1966. Antologia poética (1929.1965). Introducción, selección y notas por Maria Teresa Babín y Jaime Luis Rodríguez. [San Juan, P. R.], 1967.


Poemas de Evaristo Ribera Chevremont

LA NOCHE La noche está tejiendo ramajes de blancura sobre las arboledas y el caserío. Luna. No hay luces en la casa. Los patios dan su música. Si el sapo canta solo, su nota el grillo aguza. Quietas están las palmas; la noche las azula; algunas, plateadas, se agitan y se juntan. La noche tiene un alma que es alma de dulzura. i Tan grande es el silencio

del mundo, que se escucha!

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LA DECIMA CRIOLLA La décima 'criolla - puntal del continente, puntal de lo indohispano - de espíritus se 'llena. Autóctona, calada de lo nativo, hirviente, se impone en nuestra zona de planta, mar y arena. Propio es su contenido, propio es su continente. La décima es caliente, la décima es morena. Si el gato le da uña, le otorga el perro diente. Punzada por el tiple, la décima resuena. Al cuerpo, que es flexible, la gracia se le anuda. Pica si se sazona, quema si se desnuda. Pegando o requiriendo, la décima es de bríos. Son ácidos y dulces los jugos que ella entraña; v, en mi país vestido de coco, bambú y caña, la décima establece su imperio en los bohíos.

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LA NOCHE DE LOS ARBOLES La noche golpeaba con su sombra los caminos. Los árboles bordeaban los caminos. Poseían una extraña belleza. Sus troncos, alumbrados por la luna, tenían una sensual coloración de carne La noche era un secreto en los caminos. Algunos grandes' árboles dividían sus troncos en dos ramas; y eran sus ramas muslos

en rudas y gozosas posesiones. Potentes de infinitos y de estrellas, los árboles se daban en la noche. Un eléctrico ardor los exaltaba. La noche era un secreto en los caminos.

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Los árboles se amaban. Los árboles se daban, incendiadas sus copas, de anchurosos follajes de humareda Yo notaba en mi cuerpo las raras y punzantes vibraciones de las ramas en lúbricos enlaces. La noche era un secreto en los caminos. Acaso era yo un árbol quemado por la fiebre de los árboles que bordeaban los caminos. Acaso era yo un árbol. La luna, en curva blanca y fulgurante, presidía la noche en los caminos. La noche era un secreto en los caminos.

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LA MUJER MORENA Eres morena, y es tu sangre azúcar de púrpura en los caños de tus venas. Hay en tus manos -tazas bronceadasarenas de Mogreb, rosas de Iberia. De España al Archipiélago, tus padres hierven su sal en andaluza estela. Aguas peninsulares y caribes descubren en sus conchas tu belleza. Y, hallándote en la cuna de las islas, en la que te amamantan las estrellas, dase a creer tu corazón criollo al denso hervor de las nativas fuerzas. Africas lujuriantes y tostadas, cundidas de serpientes y palmeras, dicen que surgirás donde dominen las formas de la fiebre y la indolencia.

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Flexible caravana de mujeres de tu color viene de aquellas tierras. Hay un secreto pasional y bárbaro en el curvo carbón de sus ojeras. Tú tienes el color que hay en sus ojos. Tú tienes el color que hay en sus cejas. ,

Pero la gracia de tu carne es única. único el fuego que en tu carne quema. y tu carne es de olores incendiados:

olores de salitre y brujas yerbas, olores de resina y savia, olores de zumos y raíces de la tierra. De espigas de maíz se hace tu carne, en que su llama el trópico concentra. De espigas de maíz se hace tu carne; tu carne inconfundible de morena.

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Embriagan los olores que despides cuando, ondeante, musical y plena, alzas los brazos con impulso ardiente y el haz azul de tus cabellos sueltas. Cuando, a los soles de los mayos nuestros, bajo los limoneros tĂş te entregas, la esencia innumerable de los campos es en la sangre tuya que se encuentra. Las islas enmeladas y melosas, orladas de vergeles y colmenas, saben a ti, saben a

~esos

tuyos,

a besos que en tus labios tĂş calientas. Yo gusto en los panales antillanos los almibaramientos de tu lengua. El sabor que tĂş tienes en los labios no lo tienen las hembras de otras tierras.

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TĂş mandas en las islas irisadas; tĂş, la morena rĂ­tmica y perfecta, frente a los horizontes a que asoman barcos con cargamentos de canela. Espuma de piratas tal vez cerque, con celo de burbujas, las riberas, donde, madura de tus climas, rindes al ansia del amante tu opulencia. Morena, eres morena -flor de razas-o y yo, que soy guardiĂĄn de tus riquezas

de carne y hueso, avaramente guardo, en finos medallones, tu silueta. Morena, eres morena -flor de razas-o Morena, eres morena, eres morena. Hay en tus manos -tazas bronceadasarenas del Mogreb, rosas de Iberia.

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SINFONIA DEL MAR NUESTRO Después de los quemantes mediodías -los mediodías de metal y brasa - , llegan las noches acariciadoras en nuestras islas de bambusa y caña. Islas hirvientes de la mar Caribe. Islas reverberantes e incendiadas: Cuba del son, Quisqueya del romance, Haití brujo, Borínquen de las aguas. y las innumerables islas negras

que resplandecen en la ruta mágica: las islas del añil y del tabaco ¡ las islas del cacao y la melaza. Las islas chamuscadas y humeantes; las islas que se ayuntan en la d"anza; las islas -

verde y bronce -

Que se ciñen

rudos collares de inflamado grana; las islas que, en las venas verdeazules del mar en fiebre, su secreto entrañan.

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i Qué ardientes son las islas del mar nuestro

cuando la luna llena las empapa! y la luna, i qué ardiente, cuando, en blanco,

su relumbrante redondez alcanza! i Qué ardiente el cielo cuando lo golpean

los soles, empolvándolo de nácar! y el viento, que es señor del Archipiélago,

i qué ardiente entre las rocas y las plantas! i Qué ardiente cuando, denso y encendido,

en la extensión de las marismas calla! rOué ardientes son las islas del mar nuestro! i Qué ardientes son las islas cuando, en -llama

de crudas vibraciones, sus corolas de anchor meloso en las riberas alzan! i Qué ardientes son las islas del mar nuestro!

Las islas excitantes y excitadas; las islas que, en alcobas bienolientes de hierba y flor, su desnudez regalan.

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Las islas turbadoras y envolventes; las islas seductoras en sus calas; las islas que en sus calas entrecruzan, cercándolas de azul, velas y jarcias. Rincones exudados y emolientes, donde se aduerme la palmera enana; rincones donde, en tálamos jugosos, se dan niñas de tez acanelada ; rincones donde simples instrumentos endulzan con eróticas tonadas; rincones a los cuales vienen barcos en busca de café, ron y naranjas ..

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El viejo San Juan Por

E Rico, por su puerto o por el campo de Isla NTRAR EN AMáRICA

POR SAN JUAN DE PUERTO

Verde, no es lo mismo que regresar a España desde esta plataforma. La impresión es muy diferente, sobre todo si la América que se deja a la espalda es la andina. Por algo la estatua de Ponce de León, el vallisoletano que conquistó la isla, extiende su brazo apuntando hacia el continente, no al océano. La plaza donde se levanta el monumento al hom.bre de Santervás, repleta de sol y de silencio, es una pura maravilla, donde los volúmenes blancos de la Iglesia de San José se bañan de aire salino, que lanza a borbotones el Atlántico. Al pie, el firme duro del suelo apelmazado que los españoles supie. ron hacer, absorbe el exceso de luz con su ocre arcilloso, para que sus masas claras resalten en torno. Todo 10 que Ricardo E. Alegría ha sabido restaurar, con esa dedicación religiosa que pone su . mayor esmero en una labor ejemplar: la de salvar al viejo San Juan de la invasión irrespetuosa de la piqueta, al mismo tiempo que de la incuria. Del brazo de Ricardo Alegría pude pasear aquellas ca· lles, que no es menguado privilegio, sin notar casi el sofocante calor del trópico, que no es menguado milagro, gracias a su palabra docta y amiga, en una larga conversación de horas, en la que supo ha· cerme ver y sentir el misterio de cada encrucijada. y contemplar la sensacional tarea que el Instituto de Cultura Puertorriqueña -que él dirige- lleva a cabo para que el viejo Sa,n Juan mantenga su pura realidad y su mensaje. Calle del Cristo abajo, hasta la capilla que mira a la bahía, o arriba, hasta el antiguo convento de' los Dominicos, es una sorpresa continua, donde se puede encontrar lo más insospechado, como aquel lugar donde se guardan pinturas de Campeche o aquella biblioteca donde no menos de cincuenta incunables se aprietan en sus anaqueles. Y 10 mismo en las que cruzan, como la que trepa hasta la 34

DEMETRIO RAMOS

catedral, por donde subían las gentes que llegaban de España para dar gracias por la travesía, después de aquellos viajes de entonces, que duraban meses si los vientos no fueron propicios. O la de la Fortaleza; o aquella donde está el mesón del Callejón, tan singular que al mismo tiempo es museo, un museo que reproduce lo que fuera una casa del XIX, repleta de romanticismo isabelino, tanto que hasta el par de pistolas para los desafíos están allí. y más lejos, el viejo convento que de una pura ruina se ha convertido en un hotel turístico excelente. Pero lo singular del viejo San Juan -como me lo hicieron comprender los Szaszdi- es que todo aquello no es un salpicado de monumentos restaurados, sino una continuidad de edificios, casas, viviendas, salvadas de la cochambre, limpiadas del mal gusto y del revoque de reformadores sucesivos, de la grieta o de la ruina, para devolverlos a la pureza de su primer empaque, sin hacerlo pieza muerta, sino al contrario, recipiente vivo. ¿Cómo este milagro? Esta fue la pregunta que hice al di· rector del Instituto de Cultura Puertorriqueña. ¿Imaginan ustedes lo que es una ciudad, la que se aprieta entre el fuerte del Morro y la Torre Blanca, entre la Fortaleza y el Boquerón, casi conservada intacta, restaurada en buena parte y, además, viva? Pues éste es el milagro que ha hecho posible el doctor Ricardo Alegría. Su explicación, el secreto del viejo San Juan, merece la pena tenerlo en cuenta. De camino hacia su casa "':galerías que filtran el sol, gran patio convertido en jardín tropical, y estancias de derroche de gusto y prestancia-, rile contó el procedimiento que hace posible esa con-o servación de una ciudad vieja, junto a la cual se desborda la nueva. Todo consiste en una relación entre los órganos de asesoramiento del Instituto y la protección fiscal. El propietario de un inmueble



Calle de San Sebastián que esté sujeto a la atención del Instituto queda automáticamente exento de contribución si acepta el plan de restauración. Su arquitecto debe someter el proyecto al Instituto o bien éste le ofrece su asesoramiento. Llevada a cabo la restauraciQn, queda además liberado de la tributación del .. lncom

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Tax" por los beneficios que obtenga y, por añadidura, tiene libertad para fijar las rentas de alquiler, sin sometimiento a las leyes que tienen vigencia para los demás edificios. Es decir, que, a cambio de su obra, no paga y puede cobrar lo que quiera. y claro es, no sólo se conservan así calles enteras -que es lo importante-, sino que como el viejo San Juan, por ello mismo. se ha convertido en un gran centro turístico -le llaman la España del Caribe-, las joyerías, las _tiendas de "souvenirs", los restaurantes, los centros de esparcimiento, todo el comercio y lo que es apetecido en un mundo de atracción, allí se acumula, porque allí encuen· tra .su mejor lugar. Con ello, no sólo se conserva, sino que se revaloriza. Este es el milagro. y téngase en cuenta que se trata de una ciudad antillana que. en gran parte, es del siglo XIX. ¿Como prenden ustedes lo que podr~a hacerse en una ciudad como la nuestra, donde calles como la de Francos y tantas más podrían hacer revivir épocas aún más atrayentes? Las luces del viejo San Juan quedaron atrás. en el atardecer del trópico, abarrotadas de gentes. Las recordaremos siempre, como las recordábamos desde nuestra primera estancia. Una mirada estremecida a la fortaleza del Morro fue nuestra despedida, porque allí, además. flamea la bandera blanca, con las aspas de Borgoña, que los puertorriqueños mantienen izada al sol del Car~be, como perenne memoria de un origen. Lo agradecemos en silencio y con amor, porque la emoción no nos deja decir palabra. Cuando Dora Borja -toda delicadezaquiso preguntarme por lo que sentía en aquella plaza de San José, tuve que esquivar que me viera los ojos, para que no sorprendiera una respuesta muda que se traducía en algo más que emoción. ¡Amigos de Puerto Rico, gracias!


F.ELATION DE L'E5TABLISSEMENT D'VNE

CÓLONIE FRANCOl5E ·DANS LA GARDELOVPE iU.E D~ l."AMEAIQVE, ay ••,1 ~.

"0''''''1 DI'

Las costumbres de los Indios Caribes en la relaci6n del Hermano Mathias du Puis

fll ••••••.

Por MANUEL CÁRDENAS

L HERMANO MATHIAS DEBEMOS OBRA E Relation de l'Etablissement d'une Colonie Francoise dans la Gardeloupe 1sle de l'Amerique et des DU PUIS

LA

Moeurs des Sauvages, publicada en Caen en 1652. La obra está dividida en las dos partes que su título indica, es decir, De l'Etablissement de la Colonie Fraltcoise a la Gardeloupe y Des Moeurs des Sauvages. De esta última parte presentamos ahora la traducción al español. De un lado, la obra del Hermano du Puis tiene una gran afinidad con la Relation de la Isle de la Guadalupe faite par les Missionnaires Domicains a leur General en 1647, manuscrito anónimo perteneciente a la Biblioteca Nacional de París, del cual se ha pensado que du Puis pudiera ser el autor. La afinidad estriba en que ambas obras fueron escritas casi en la misma fecha; tienen por objeto exclusivamente a la Guadalupe, donde sus autores eran misioneros pertenecientes a la Orden de los Dominicos. Los problemas planteados son muy semejantes, y la única diferencia está en que de la obra de Mathias du Puis se han eliminado las descripciones de tipo geográfico, botánico o zoológico. Por otro lado, la obra en cuestión guarda una cierta relación con la Histoire Generale des Antilles, del Padre Dutertre (1667), ya que ambas tienen idéntica raíz, que no es otra sino la hoy desaparecida Relatio gestorum a primis ordinis Praedicatorum missionariis in Insulis Americae ditionis Galliae praesertium apud indigenas quos Caraibes dicunt ab anno 1635, del Padre Raymond Breton, obra ésta que parece haber sido la p~mera en escribirse sobre el mundo de los Caribes. Aunque la obra de du Puis quedó eclipsada por la Historia del Padre Dutertre, la cual, ciertamente, llegó a ser la primera fuente histórica del Caribe francés en el siglo XVII; sin embargo, aquélla tiene su valor histórico. Nos da una explicación, tal vez parcializada pero muy rica, de los conflictos de

poder que por entonces -1640 a 1650- agitaban a la Guadalupe y al resto de las Islas Francesas en el Caribe. En este particular supera a la obra del Padre Dutertre, quien muestra sobre el asunto una cierta timidez aun cuando estuvo envuelto personalmente en tales conflictos. Du Puis deja claramente establecidas las actuaciones de M. Houel, entonces gobernador de la Guadalupe, en contra de la Orden Dominica y las consecuencias que, según él, ello tenía en la acción evangelizadora. Llega a más nuestro autor, al indicar, específicamente, que uno de los obstáculos en la conversión de los salvajes es la actuación de los gobernadores (léase M. Houe!), quienes, por razón de Estado, intervienen en la obra misionera, ya sea dificultándola o no apoyándola económicamente. Sin lugar a dudas, la actuación de Houel fue lesiva a la Orden Dominica y pudo tener sus consecuencias en la obra de conversión religiosa; sin embargo, a la luz del testimonio de todos los demás cronistas, la importancia de esos obstáculos en la conversión de los Caribes no debe ser exagerada. Como hemos indicado en otras ocasiones, todos los cronistas indican la clara negativa de los habitantes naturales de las Islas frente a la acción evangelizadora. Pero tampoco creamos que du Puis es un ingenuo; él apunta claramente que toda actuación que dificulte la tarea evangelizadora recaerá necesariamente sobre la tarea política, y lo que está solicitando es la estrecha colaboración de Iglesia y Estado, quienes, lejos de pelear, deben colaborar en la obra de Francia en el Caribe. Mathias du Puis nació en Picardía hacia 1590. Vino a las Antillas el) 1644 y aquí permaneció hasta 1650 en que retomó a Francia, muriendo en París en 1655.

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Relation de Z'Etablissement d'une Colonie Francoise Dans la GardeZoupe 1sle de l'Amerique et des moeurs des sauvages, H. Mathias du Puis, religioso de la Orden de los Hermanos Predicadores. - Editada en Caen, casa de Marin Yvon, 1652. SEGUNDA PARTE

DE LAS COSTUMBRES DE LOS SALVAJES (Capítulos 1 al X, páginas 184 a 248) Capítulo 1

De su origen Nuestros salvajes están llenos de tantas fantasías con respecto a su origen que no es pequeña dificultad sacar algo parecido a la verdad de entre la diversidad de sus relatos. No obstante sus diferentes opiniones, todos tienen la creencia de que descienden de los Kalibis. que viven en Tierra Firme y quienes son sus más cercanos vecinos; sin embargo. no pueden decir ni cuándo ni el motivo que les llevó a dejar su tierra natal para expandirse en estas islas bastante apartadas. Solamente aseguran que su primer padre. llamado Kalinago, hastiado de vivir entre su nación y deseoso de conquistar nuevas tierras, hizo embarcar a toda su familia y después de haber navegado durante bastante tiempo, se estableció en la Dominica (que es una isla donde los salvajes están en buen número); pero que los hijos, perdiendo el respeto que debían tenerle a su padre. le dieron de beber veneno, y de ello murió, pero de tal manera que cambió solamente de figura convirtiéndose en un pez espantoso que ellos llaman Akayoman, el cual vive todavía hoy día, según su creencia, en su río. Si está permitido extraer alguna verdad de una fábula, se puede colegir de ésta que nuestros bárbaros descienden de los Galibis, ya que además de que tienen con ellos una concordancia de lenguaje, no hay diferencia entre su religión y sus costumbres. En el principio, cuando la isla de Guadalupe fue habitada, era voz pública entre los viejos habitantes de la isla de San Cristóbal que los naturales del país habían sido capturados o matados por los Kalibis, y que en esta derrota general, algunos habían escapado y estaban refugiados en lo más alto de las montañas, sirviéndose de la ventaja de estos lugares para seguridad de sus vidas y defensa de su libertad. Eso es verdad, ya que en el primer viaje que nuestro Padre hizo entre los salvajes, hacía muy poco tiempo que estos naturales del país habían sorprendido a una pequeña negra que era esclava, con la piel de la cual habían revestido un árbol. Esta inhumana crueldad puso a los Kalibis en furor, quienes se reunieron inmediatamente, y trepando por rocas inaccesibles llegaron a un bohío que atacaron; los cercados, que eran 38

un hombre, una mujer y mno, después de alguna débil resistencia, fueron capturados; el marido fue asado y comido. y la mujer hecha esclava con el niño. Algunos, sin embargo, dicen que estos montañeros no eran habitantes naturales sino unos esclavos fugitivos llamados Aluages, pueblo de la América, que temiendo una servidumbre vergonzosa o una muerte cruel, se habian fugado a los bosques y la cima de las montañas.

Capitulo II

De su matrimonio y de la educación de sus hijos Los salvajes tienen la costumbre de casarse con sus primas hermanas. Los padres no se casan jamás con sus hijos. Tienen tantas mujeres como quieren, sobre todo los capitanes, que echan a gloria el tener una familia numerosa, para así tener más crédito entre los de su nación y hacerse más temidos de sus enemigos. Algunos se casan con la madre y la hija, pero esto no es aprobado por los otros. Un salvaje, cuando tiene varias mujeres, construye a cada una de ellas una pequeña cabaña en la cual el marido la visita, de tal suerte que durante un mes (que ellos cuentan por una Luna) él vive con una mujer, y otro mes con otra; ésta con la que tiene relaciones, está obligada a satisfacer todas sus necesidades; ella le hace el pan y le sirve como a su amo; lo pinta, y si tiene que ir de trata. le acompaña en estos viajes. Como el amor por sus esposas no es igual, sus visitas no están reguladas; dejan pasar años enteros sin tener relación más que con algunas, y. no obstante, si ellas son engañadas por algún artificio o por promesa de un amante, y el pecado cometido por ellas en las tinieblas se hace manifiesto en tal manera que llega al conocimiento de un marido, éste la mata, sin que esa crueldad le sea censurada. Ellos quieren ser tan libres en el abandono de sus mujeres como lo son en su elección; sin embargo, cuando ellas se ven así abandonadas. tienen la libertad de tomar otro marido. Las mujeres no dejan jamás la casa de sus padres después del matrimonio, y tienen una ventaja sobre sus maridos, y es que ellas pueden hablar a todo tipo de personas, mientras que el marido no se atreve a conversar con los parientes de su mujer, salvo que se le dispense o por su corta edad o por su embriaguez. Ellos evitan el encuentro con los parientes dando grandes rodeos, y si son sorprendidos en un lugar en el cual no pueden retroceder, vuelven la cara del otro lado para no estar obligados a ver a quien les habla, una vez que se encuentran en la obligación de escucharle. No observan ceremonias en su matrimonio, como tampoco cortejan a su enamorada. Ellos se casan de dos maneras, o con éstas que


Indios Caribes de las Antillas según grabado del siglo XVIII

les corresponde por derecho, como son las primas hermanas, o con aquéllas que no son sus parientes, a las cuales piden en matrimonio a sus padres y a las que desposan inmediatamente después de su consentimiento. Estos hombres se separan de las mujeres, una vez que éstas han concebido, hasta por cinco o seis meses, y se retiran con las otras. Apenas han nacido los hijos, sus madres les ponen las manos sobre la frente para aplastarla y alargarla al mismo tiempo; es mediante esta imposición de manos que sus hijos obtienen, según su opinión, toda la belleza de sus caras; y puesto que esta primera impresión hecha en el nacimiento del niño cambiaría con la edad, las madres tienen las manos puestas sobre la frente de su pequeño tanto de noche como de día. Cuando el niño tiene de 8 a 15 días, se le nombra un padrino y una madrina quienes agujerean al ahijado las orejas, el labio inferior y el entredós de la nariz, y pasan un hilo por estos agujeros para que no se le cierre. Des· pués de esta ceremonia se le da un nombre que no tiene ninguna correspondencia con los de Europa. Cuando los hijos se han puesto un poco ro-

bustos por la leche que han mamado, se les da por alimento algunas patatas o bananas que las madres mastican primero, antes de ponerlas en la boca de sus pequeños. Apenas han llegado a la edad de seis meses, ya se revuelcan por el suelo y dan volteretas sobre la tierra, y pueden incluso andar sin ningún apoyo. Todos comen tierra, no solamente los niños, sino también las madres, y la causa de un tan gran desarreglo del apetito no puede proceder, según mi opini4n, más que de un exceso de melancolía, que es el humor predominante en casi todos los salvajes. Parece que encuentran tanta delicia en comer yeso como si fuese azúcar. Las madres están siempre en alanna por todo lo que puede ocurrir de funesto a sus hijos y su amor les lleva a evitarles todos los accidentes que les pudieren a01enazar; no se alejan de ellos apenas y en todos los viajes que hacen los llevan siempre con ellas a fin de tener delante de sus ojos el objeto de sus cuidados. Cuando llegan a una mayor edad, si son muchachos comen con sus padres, si son muchachas con su madre. No hay muestras de civilidad entre ellos; no honran a sus padres ni de palabra ni con

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reverencias; si obedecen algunas veces a sus órdenes, eUo procede antes del capricho que así les persuade que del respeto que a eUos tienen. El libertinaje se mantiene más fácilmente entre los niños que son menos corregidos. Algunas veces las madres abandonadas afrentosamente por sus maridos, castigan en la inocencia de sus hijos el crimen cometido por su padre, ¡como si las faltas no fueran personales!; pero estas pobres desesperadas consultan antes a su pasión, que está encendida, que a la razón, a la cual han sofocado. No se les cortan los cabellos a los niños si no al final del segundo año, y para realizar esta solemnidad muy importante se hace un festín al cual se convoca a toda la familia; es en este momento que se le agujerean las orejas y las demás partes, si la debilidad del pequeño no perinitió que se le hiciese al inicio de su vida.

Capítulo Ip De su lenguaje No hay cosa más difícil que la lengua de los salvajes, sea por su pronunciación, sea por su pobreza, sea, en fin, por su comprensión. Como las cosas cambian en la sucesión de los tiempos, así este lenguaje no es ahora totalmente idéntico al de sus ancestros; aun cuando varias palabras se mencionen con una misma voz, no conllevan, sin embargo, el mismo sentido. No obstante, varios saben dicha lengua perfectamente, y no emplearon más que 6 u 8 meses en aprenderla. Las mujeres tienen un lenguaje completamente diferente al de los hombres; Y. al igual que sería un crimen entre ellas utilizar otro cuando no están obligadas a conversar con los hombres, así también se burlan de los hombres que se sirven de su manera de hablar. Los viejos también tienen una manera de hablar totalmente distinta a la de las gentes jóvenes. Por último, cuando tienen intención de hacer la guerra. utilizan una jerigonza, para convencer de ello a los de su nación. que es muy difícil de aprender; no hay lengua más indigente que aquélla; no tiene palabras para expresar lo qu~ no cae bajo la grosería de nuestros sentidos corporales. No saben lo que es el entendimiento, la voluntad, la memoria, ya que éstas son potencias ocultas, que no se manifiestan exteriormente más que por sus efectos. No pueden nombrar algunas virtudes. ya que no las practican. No tienen ningún conocimiento de las letras pero, sin embargo, tienen capacidad para ellas. Tienen el espíritu bastante sutil. lo que se manifiesta en la estructura de sus Paniers. que están hechos con tanto artificio, y en la de todos los otros utensilios referentes a su manera de navegar o a su menaje. Tienen algún grosero conocimiento

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de los astros, pero las fábulas que mezclan con la verdad quitan toda la certidumbre a aquél. Ellos han compuesto por sí mismos una especie de lengua en la que se encuentra mezclado el español, el francés y el flamenco, pero de la que se sirven nada más que cuando negocian.

Capítulo IV

De su comida y de su bebida . Estos salvajes no tienen por pan más que una raíz que es un veneno muy activo cuando está recién sacada de la tierra, pero que sirve de alimento cuando está raspada, rallada, prensada y extendida sobre una platina de hierro o de tierra, sobre la cual recibe su forma final el pan de estas islas, que se llama Casabe. Varias personas han tomado sin darse cuenta del agua o, para mejor decir, del jugo que salía de esta raíz cuando se estaba prensando, el que beben a modo de Uicú, y de ella han muerto. Por lo que respecta a las viandas que les son más comunes, no tienen comparación con éstas que se comen en Europa, no se alimentan más que de burgots (que es un marisco), cangrejos y "soldados"; no comen jamás po-taje y nada de carne, si no son algunos pájaros que arrojan al fuego con sus plumas y entrañas, y cuando están más bien asados que desplumados, los sacan, los bucanean y se los comen. No usan leche. ni queso, ni mantequilla. Tienen horror de los huevos y del aceite. No están acostumbrados a servirse de la sal para sazonar sus carnes; si encuentran grasa la tiran y no tienen más que una salsa común que está hecha con raspas de pescado mach'acadas, unos huesos roídos y gran cantidad de ají (que tienen bastante parecido en sus cualidades con la pimienta d"e las grandes Indias). a ello le añaden agua de Mandioca, que pierde su veneno cuando está hervida. y allí mezclan la Muchache, que es como la quinta esencia de la harina hecha de esta raíz que tiene el veneno, hirviendo después todo este bello tripotaje. y mojan en ello su pan con tanta satisfacción y tanto gusto que la prefieren a todas las delicadezas de los banquetes de los Sibaritas. Tienen tan poca civilidad cuando comen que fácilmente disgustan a los que no están acostumbrados a su manera de vivir. Comen tres veces al día o, para decir mejor, cuando tienen gana de ello; asi, lo hacen cuando van a cualquier parte. cuando retornan. cuando se les invita y sobre todo cuando encuentran. Las mujeres no comen más que con las de su sexo en sus pequeñas chozas, alimentándose de la caza obtenida por sus hijos o por sus maridos. si es que la negligencia de éstos no las obliga a buscar por ellas mismas de qué vivir.


Hacen sus bebidas de dos maneras, o bien arrojan este pan de Mandioca en una vasija llena de agua, con la cual mezclan patatas que tienen la virtud de fermentar en 14 o 15 horas, o bien ponen harina de Mandioca muy seca, y en pequeña cantidad, sobre la platina caliente, y sobre la cual extienden un poco de harina que ha sido prensada únicamente entre las manos y que está todavía húmeda; le añaden encima harina suelta con el fin de que se le pueda dar fácilmente la vuelta, y después que este tipo de Casabe está cocido lo envuelven con hojas y, como está todavía húmedo, no tarda en enmohecerse; a los 6 días lo extienden y lo amasan, y cuando está en este estado, pueden hacer Uicu, siempre que encuentren agua; y lo pueden beber al instante sin esperar a que haya fermentado. Hacen también algunas veces vino de piñas y de cañas de azúcar, que es la más excelente de todas sus bebidas.

Capítulo V De sus orgías Sus orgías son frecuentes, por no decir continuas, en las cuales se emborrachan hasta la bestialidad. Es en este exceso de bebida que se recuerdan de fas injurias pasadas y montan en cólera, y de la cólera pasan al furor, y el furor estalla en venganzas horriblemente funestas: Hacen estas asambleas, que no tienen otro fin que la borrachera, por varias razones. 1. Cuando tienen deseo de hacer la guerra. 2. Cuando su primer hijo es varón. 3. Cuando se corta por primera vez el pelo a los niños. 4. Cuando están en edad de soportar las fatigas de la guerra. 5. Cuando quieren hacer un jardín nuevo. 6. Cuando botan al mar una canoa que ha sido hecha en las montañas. Es entonces que ellos llaman a sus vecinos, los cuales, después de haber trabajado durante algunas horas en la mañana, beben todo el resto del día. Todas sus debacles están acompañadas de chocarrerías; unos tocan la flauta, otros cantan; forman una especie de música que tiene mucha dulzura según su gusto. Los viejos hacen de bajos con una voz ronca y las gentes jóvenes los altos con un tono estridente. Mientras que estos violones animados canturrean, tres o cuatro de lbs más hábiles de entre los convidados se hacen frotar por todo el cuerpo una goma que es extremadamente peguntosa, para hacerse sujetar unas plumas y parecer como gallos en la asamblea. Hacen mil posturas y danzan de una manera bárbara, que cansa antes que divierta; no obstante, esta pequeña diversión les agrada tanto que pasan algunas veces cuatro días con sus noches en esta danza tan laboriosa. La continuación de la danza no impide que se beba; se llenan

el vientre de tal manera que por ello tienen mal de cabeza. Si tienen necesidad de hacer aguas, salen de dos en dos, y cuando vuelven de nuevo saludan a la compañía como si viniesen de muy lejos. No creen que la embriaguez sea un crimen, sino solamente una diversión de donde procede que las mujeres beban tan atrevidamente como los hombres. No tienen más que una suerte de festín que es algo civilizado y menos criminal, y se da cuando ocurre que un salvaje ha capturado una tortuga o ha hecho alguna otra buena pesca, invitando éste entonces a alguno de sus más cercanos. Antes de que el convidado llegue, el que hace de maestro de ceremonias en el Carbet, barre una parte de la choza, cuelga una cama y le ruega que se siente cuando llega; y éste, guardando siempre su gravedad y su silencio, así lo hace. Al instante todo el mundo se pone a la tarea de agasajar a su convidado; una mujer le da de beber, otra pan y otra la vianda; si el Casabe está doblado eso quiere decir que cuando haya comido según su necesidad debe dejar el resto. Se conversa mientras él come y se añade a estas conversaciones una pequeña arenga. Cuando ha comido y bebido bien, advierte a sus anfitriones que está satisfecho, e inmediatamente cada uno viene a hacerle la reverencia a su modo, diciéndole: has llegado; después de esta formalidad habla indistintamente con todo el mundo y después de haber hecho beber y comer a la compañia lo que ha quedado de su comida, dice adiós a todos en general y a cada uno en particular. Ellos observan este tipo de civilidad con todos los viajeros que los visitan, salvo que éste sea una p~rsona de consideración, ya que entonces se está obligado a darle una cama y a peinar sus cabellos, tanto a la llegada como a su partida. Entre el desorden de sus orgías, ellos conservan siempre una muestra de educación y es que no comerán jamás nada sin invitar a todos los que están en su compañía; y algunas veces ocurre que después del reparto de la vianda, no queda para éste que invitó y puesto que es esta la costumbre, se sentían disgustados con nuestro padre, quien rehusaba su comida por temor a ser demasiada carga para ellos. Como tienen una gran liberalidad en dar todo lo que está en su posesión, también se vuelven extremadamente inoportunos en pedir lo que les agrada. Pero no sé si procede del orgullo o de la vergüenza el que no pidan jamás una cosa que una vez se re ha rehusado. Capítulo VI

De su belleza de sus ornamentos Los salvajes tienen dos formas de belleza, la una natural y la otra artificial. La primera consiste 41


en la bella proporción de sus miembros, que es tan notoria que no es cosa poco admirable el ver cuerpos sin defectos, no obstante las grandes li· bertades que les dan y la poca preocupación que tienen en su infancia. Tienen la cabeza derecha, embellecida con largos cabellos negros que les caen por encima de sus hombros, salvo que la necesidad de algún viaje o de algún trabajo violento no les obligue a recogérselos. Tienen los brazos vigorosos, los cuerpos gruesos sin exceso, los muslos fuertes y las piernas firmes en su andar; son todos un poco chatos, y ello procede, según mi opinión, de que les aplastan la frente al nacer; parecen ser de un color amarillento, quizás a causa del exceso de melancolía que los domina. No son velludos, como los pintores han acostumbrado a represen· tárnoslos en sus cuadros, ya que la más común de sus ocupaciones es la de cortarse con un cuchi· llo todos los pelos que les aparecen en la piel, de manera que los que tienen menos barba son los que tienen más belleza. Por lo que respecta a su belleza artificial, se puede informar dos puntos; en cuanto al Rucú. que es una especie de pintura que los embija, y en cuanto a los perifollos. tales como cristal, abalorios, caracolis y otros que ellos llevan. El Rucú es el fruto de un árbol que tiene la cáscara como una castaña, y lo que ésta encierra, que es todo rojo, está envuelto por una fina harina. Ellos 10 diluyen con aceite y con él se frotan por todo el cuerpo, a fin de conservarlo contra los ardores del sol y contra el frío de la lluvia. Cuando van a la - guerra, para dar más terror a sus enemigos, se hacen marcar la cara con algunas rayas negras que se pintan con el fruto de la quenepa, y que se conserva por espacio de nueve días. sin que todos los esfuerzos qu~ se pudiesen hacer puedan quitar la impresión de esta negritud. Entre todos sus ornamentos son los caracolis los que estim::m más, los cuales están hechos de algún metal más puro que el bronce y menos noble que la plata; tiene ésta una cierta propiedad y es la de ser ene· migo de todo tipo de herrumbre y la de conservar su brillo entre el rojo de Rucú y la negritud de la quenepa. Es esto lo que hace que los salvajes los tengan en gran estima. No son más que los capitanes o sus hijos quienes los llevan. Se ha creído que estos caracolis provenían de los españoles, pero los salvajes aseguran lo contrario y dicen que ellos los comercian con sus enemigos 'que ellos llaman Aluages, por medio de algunos acuerdos que ellos realizan con los de esta nación, quienes se los dan como regalo en reconocimiento de ·10 que ellos reciben. A saber ahora de dónde estos Aluages los puedan conseguir; ellos dicen que los dioses que adoran, los cuales tienen su refugio en unas rocas soberbias y unas montañas inaccesibles, se los dan para obligarlos a tener un mayor respeto a su so-

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.' beranía y unirlos a su servicio, si es verdad lo que dicen; puede que sea el diablo quien abusa de los débiles espíritus de estos ignorantes por medio de este artificio. La forma de estos caracolis es parecida a una media luna y se los cuelgan al cuello; tienen otros que llevan en las orejas y en el entredós de la nar:iz. Los que no tienen de estos ricos adornos se ponen en los agujeros de las orejas. de la nariz y del labio inferior. o una pluma de pájaro, o un hilo de algodón, o algunos alfileres. cuando los consiguen de los franceses. Además de estos caracalis, las mujeres tienen unos collares que están compues!os de cristal de piedra verde (que tienen la maravillosa virtud de impedir el ataque de la epilepsia), de raíz de árbol y de raspas de pescado; los hombres llevan unos de dientes de tigre, de gato, de rocalla que está hecha de vidrio. Además de estos ornamentos, llevan casi todos unas flautas, y aquéllos que han matado a


algunos de sus enemigos en un ataque, hacen unos silbatos de sus hue~os y los llevan como trofeoS' de su valor. Las mujeres llevan una especie de botines hechos de algodón. con un artificio maravilloso. que les encierra las piernas, no sin dolor. Están desnudos por 10 que respecta al resto del cuerpo y si alguno de entre ellos tiene la discreción de querer ocultar las partes que la naturaleza no quiere que estén manifiestas, sería objeto de burlas con amenazas si no se quitase lo que las cubre.

Capítulo VII

De su religión No hay pueblos tan b*rbaros en sus maneras, ni tan oscurecidos en las luces que les han sido dadas con la naturaleza. que no tengan alguna especie de religión. Nuestros bárbaros. aun cuando no tengan de humanos más que la figura, no obstante, reconocen unos dioses a los cuales adoran. No hacen jamás un vin, ni una debacle, que no escojan siempre lo más delicado de su pan y la más agradable de sus bebidas para ofrecérselas. Creen firmemente que de otra manera atraerían su desgracia, y sus majestades, viéndose menospreciadas, les enviarían castigos y les harían sufrir penas insoportables. No es necesario traer como prueba cierta de que tienen una religión que ésta: hay entre ellos unos salvajes que se consagran al culto de sus dioses desde su más tierna edad. Saber si son sacerdotes que sacrifican o médicos que curan no es poca dificultad. Hay que decir que lo más probable es que ellos sean magos; he aquí cómo hacen sus sortilegios. Cuando los salvajes tienen intención de hacer la guerra o cuando ven a alguno de sus familiares enfermos, llaman a su Buaeke, quién es el que se ha ofrecido a los dioses, para que consulte al suyo (ya que todos tienen uno particular), para saber si la guerra tendrá buen éxito o si la enfermedad tendrá un mal resultado; él manda apagar todo el fuego donde el mago debe hacer su sortilegio y manda preparar de comer y de beber; éstos que lo han llamado permanecen en su compañía. Toma tabaco en su boca y lo lanza al aire en bocanadas (que es, sin duda, el pacto para hacerle venir) e inmediatamente el diablo llega y responde con una voz de cornudo a las preguntas que se le hacen. Si se le pregunta sobre la guerra, predice si la empresa será feliz o incierta; si de la enfermedad de algún moribundo, él pronostica su muerte o su vida. Después de la respuesta, este osado dios, toma de tal manent del sacrificio que se le ha ofrecido, que se oyen sus mandíbulas removiéndose, su gaznate" tragando y su boca relamiéndose; y estos pobres confundidos

cleen que sus dioses se llenan el vientre con sus ofrendas y ]0 único que se lleua son sus oídos de ilusión, ya que a la mañana siguiente encuentran su sacrificio en el mismo estado en que fue ofrecido; ellos consideran este engaño el más grande milagro de sus dioses. Esta monería no es nunca tan divertida como cuando se reúnen .varios Buaekes y cada uno hace venir a su dios a un mismo lugar y para un mismo asunto, oyéndose los debates que se forman entre estas divinidades. Para librarse de las calumnias que se lanzan, se dicen uno a otro: .Tú has mentido, yo no soy el causante de ]a enfermedad de este miserable, eres tú; tú eres muy malo por causarle a él ese daño; tú has querido que eso sea así y en todas las ocasiones tú le has hecho maL- .Ved al imprudente -responde el otro-, si no fueses un embustero se podría dar pábulo a tus mentiras», y después la disputa pasa de la lengua a las manos y de la palabra a los hechos, dándose de puñetazos tan furiosamente que todos los asistentes tiemblan. Los salvajes creen que sus dioses han sido hombres y los diablos les aseguran que esto es verdad. Ellos inventan una nueva fábula cada vez que adoran a un nuevo dios. La más grande y también la más maligna de todas sus divinidades es el Iris. Uno de nuestros Padres que había hecho amistad con el Buaeke de este Iris, le preguntó un día de dónde provenía tal dios y aquél le respondió que su padre tenía dos y le había dejado uno en herencia y a su mujer le había dado una diosa; su dios había entrado un día en el cuerpo de una mujer y había hablado por su boca; la había llevado varias veces por encima del sol sin que se hubiese deslumbrado con los brillantes rayos de su luz y había visto bellas tierras deshabitadas ceñidas por montañas que servían de manantiales de claras fuentes. Se puede concluir de este discurso que los dioses de los salvajes son diablos, ya que entran en los cuerpos de las mujeres y hablan por su boca. No es sin trabajo que se llega a la desgracia de ser sacerdote o sacerdotisa de estas falsas divinidades, ya que es necesario ayunar largo tiempo y abstenerse de algunas viandas para· testimoniarle que no se tiene afición por las cosas que ellos no aman. Un día el R. P. Raymond I fue avisado de que se iba a hacer venir al diablo a una choza que era vecina a" la suya; él tomó la resolución de ir allí para obligar al diablo a huir y así liberar a esta pobre gente. Como llevaba un tizón en ]a mano a falta de antorcha o de lámpara, de la cual ellos no hacen uso, las mujeres, todas fuera de sí, vinieron delante de él y con palabras entrecortadas por la cólera, le decían que las quería perder, que su dios ya estaba colérico, que no le agradaban más que las tinieblas y odiaba un l. El Padre Raymond Breton.

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extremo la claridad. Nuestro Padre respondió carajudamente que él no temía su cólera y que el poder de un dios al que había que adorar en pura verdad era más fuerte que todos los artificios de un diablo que ,los engañaba; las mujeres replica. ron que si él avanzaba más seria causa de que sus maridos y ellas fueren maltratadas; nuestro Padre se volvió por dos razones: la primera, que todavía no sabía bien la lengua para convencerlos de la tontería de su superstición, y la segunda, que dos Padres Jesuitas que habían asistido a estos encano tos, uno estaba muerto y el otro había estado extremadamente enfermo, y los salvajes tenían la creencia de que su dios los había hechizado. Los diablos también se introducen en los huesos de los muertos que se sacan del sepulcro, los cuales están envueltos en algodón, y dan los oráculos desde estos huesos cuando se les pregunta, di· ciendo que es el alma del muerto quien habla; se sirven de estos huesos parlantes para hechizar a todos contra los que tienen algún rencor. Eso se hace de esta manera: toman lo que queda de la bebida o de la comida de su enemigo, o algún otro objeto que le pertenezca, y cuando lo han envuelto con este hueso, se ve inmediatamente que pierde su vigor común, una fiebre lenta lo invade, se hace la tisis y muere de consunción sin que se pueda dar nada para la recuperación de su salud. Nuestro Padre ha visto uno que queriéndose vengar del asesino de su hermano se equivocó y mató a un inocente; los padres de éste que había sido tan desgraciadamente asesinado, sin considerar que lo había matado más por desgracia que por malicia, resolvieron la venganza; embijaron el algodón con la sangre del asesino, y lo pusieron con este hueso de muerto y se vio al otro decaer por momentos de su buena salud, de suerte que después de ha· ber llevado una vida languidecente por espacio de dos años, murió con el deseo de venir a recibir el Bautismo a la Guadalupe, donde nuestro Padre estaba por entonces. Creen que cuando ocurre un eclipse de luna es que Maboya se la come, lo que hace que dancen toda la noche, tanto los jóvenes como los viejos, los hombres como las mujeres y es necesario que éstos que han comenzado continúen hasta el alba. Por todo violín no tienen más que una calabaza, en la que hay encerrados algunos pequeños guijarros; éste que la remueve trata también de acomodar su voz grosera a este sonsonete inoportuno. Esta danza es diferente en su fundamento a las que hacen cuando están borrachos ya que la una procede de la superstición y la otra de la galanteria. Hay que informar también de una especie de superstición que los jóvenes observan por diferentes razones, tales como cuando un muchacho entra en la adolescencia; cuando los niños han perdido

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a su padre o su madre; cuando un marido ha perdido a su mujer, o bien una mujer a su marido; cuando han matado a algunos de sus enemigos en la guerra; cuando éstos que se han casado recientemente tienen un niño como primer hijo. Es entonces que hacen el más solemne de sus ayunos; pasan algunas veces 5 o 6 días sin comer ni beber, y otros más robustos se mantienen durante 9 a 10 días con un poco de agua. Si no hiciesen estas rigurosas abstinencias serían considerados cobardes. Yo no sé si es por religión que se abstienen de comer algunos animales, como cerdos, po· llos, huevos y los más delicados peces. Veamos ahora la esperanza que nos dan de su conversión. Cuando oyen hablar de la creación del mundo, de la muerte de un dios, de la santidad de nuestros sacramentos, de lo sublime de nuestros sacramentos, de nuestra religión, ellos demuestran tanta satisfacción que se privan incluso del descanso para no perderse el placer que sienten en escuchar a éstos que les hablan. Los padres no so· lamente toleran que se instruya a sus hijos, sino que también los envian a la escuela de nuestro Padre. Sin embargo, como se dan cuenta de que algunos insolentes de su nación desprecian las ce· remonias que ven hacer en nuestras iglesias cuando vienen ~e trata a la Guadalupe, tienen horror a aprender, por temor a que se burlen de ellos sus amigos; no es que nuestro Padr. no haya bautizado a algunos, entre otros, a una muchacha de doce años, la cual entre otras prácticas de devoción se confesaba con tanto sentimiento y con un tan gran arrepentimiento de sus pequeñas faltas, que era claramente evidente que Dios no hace acepción de persona y que la gracia ablanda los corazones más bárbaros. Además, ha bautizado a un niño pequeño que estaba extremadamente enfermo, que recibió la salud del cuerpo después de haber recjbido la salud del alma. El año de 1645, los RR. PP. Capuchinos han llevado un salvaje a Francia que ha sido bautizado en París con bastante pompa; él ha vuelto entre los salvajes y hay un gran peligro de que olvide las bellas instrucciones que se le han dado. Encuentro tres causas que han obstaculizado la conversión de los salvajes. La primera es que han sido maltratados por los cristianos; se les ha expulsado de sus viviendas y de sus islas, se les ha hecho ]a guerra, se les ha matado en ataques; a otros se les ha herido; hoy día se les ha quitado también la libertad, después de haberles quitado sus bienes; de suerte, que el nombre de cristiano ]e es un nombre de aversión y de odio y no se está seguro entre ellos mientras se acuerden de sus pérdidas; y sus heridas no están todavía cerradas, ya que son extremadamente vengativos. La segunda procede de parte de nuestros gobernadores, que ponen impedimentos a una tan sana em·


presa, bajo pretexto de una máxima de Estado; dicen que se verían obligados a hacer la guerra si el furor de:' éstos llegase hasta el extremo de masacrar a un Padre, ya que ellos están obligados a proveer la tranquilidad a su gente antes que la propagación 1 de la fe. ¡Buena razón! No ven ellos que se oponen a los planes de Jesucristo, quien ha enviado a los apóstoles a predicar la verdad del Evangelio a todas las criaturas, a todas sin exceptuar una; ellos hacen daño a la gloria de la sangre del Hijo de Dios ya que impiden el que aquélla sea aplicada J pobres almas que gimen bajo la ti· ranía del diablo, quien parece refugiarse entre esta nación, aunque se le haya desterrado del mundo. Hacen daño a tantos valientes religiosos que harían aparecer su celo y su ardiente caridad en la instrucción de estos ignorantes. Se han establecido ordenanzas por las cuales se nos prohibía salir de las islas sin el permiso de los gobernadores; pero nosotros no hemos hecho, caso de esta injusticia, ya que servimos a un Señor mucho más grande que ellos, y cuando se trata de su gloria, la caridad,

que es prudente, nos anima a sostenernos contra la vanidad de los esfuerzos de aquéllos. La tercera causa procede de la necesidad que nosotros padecemos, pues, aun cuando la gracia esté fundada sobre la naturaleza, nosotros tenemos necesidad de algunas mercancías para ganar la amistad de nuestros bárbaros con pequeños regalos, y esto nos falta. Hemos escrito frecuentemente a Francia, a nuestros superiores, diciéndoles que estamos en grandes penurias y que no podemos subsistir sin alguna caridad; pero sea que tengan ocupaciones más urgentes, sea que crean que nos quejamos sin razón, no nos han hecho llegar su ayuda. Los gobernadores, que están obligados a alimentarnos, tal como lo establece el contrato aprobado con Su Majestad cuando ésta hizo donación de las islas, siempre nos han descuidado, ya que no hemos querido alabar sus crímenes a expensas de nuestra conciencia; hemos considerado que callar cuando vemos una injusticia manifiesta y escandalosa es hacerles, tácitamente, un reproche. En este abandono general, nos hemos visto obligados a recurrir 45


al trabajo de nuestras manos y a emplear el tiempo que debíamos utilizar en nuestro ministerio en el ejercicio de nuestros cuerpos; sin embargo, todas las penas que hemos pasado y toda la ganancia que hemos hecho ha sido solamente para impedirnos morir de hambre. Espero que éstos que nos envíen aquí tendrán cuidado de estas razones y, como tienen tanta prudencia como riquezas, harán de ellas medio para procurar la gloria de Dios y la salvación de nuestros bárbaros. Ellos tienen bastante influencia para sofocar a los tiranos y las tiranías que se ejercen contra nuestra inocencia, las que serían más funestas si no se tuviese el temor de que caerían con nuestro fracaso y quedarían sepultadas entre nuestras ruinas.

Capitulo VIII

De su comercio y de sus ocupaciones No hay nación que haya estado más necesitada de todas las cosas que la naturaleza ha dado abundantemente a todas las criaturas como ésta de nuestros salvajes. Si hay que cortar madera para hacer una vivienda, no tienen más que hachas de piedra; si quieren ir a la pesca, no tienen más que anzuelos de carey (que es el caparazón de la tortuga); si tienen ganas de hacer una piragua para ir a la guerra contra sus enemigos, sufrirán todas las penas imaginables para cortar un árbol, para tallarlo, para excavarlo y darle la forma de una piragua. Esta penuria de todas las cosas es lo que les hace deseoso el comercio que practican con los franceses que les son vecinos, y con todos los navíos que pasan delante de sus islas. Se les dan hachas, sierras, cuchillos, telas, anzuelos más apropiados para la pesca que los suyos, y ellos dan a cambio cerdos, tortugas, pescado, frutos, caparazones de carey, que es una concha extraordinariamente bella de la cual se hacen los más raros peines en Europa. Cuando están suficientemente provistos de estos objetos, no se preocupan ni de lo caro del oro, ~i de la belleza de la plata, ni de la rareza de las perlas. No trafican con seguridad con los navios, debido a que algunos de los suyos han sidor raptados, a los cuales se les ha quitado la libertad y algunas veces la vida. Los que les hacen más perjuicio son los ingleses, contra los cuales ellcis' están en guerra a causa de que éstos han ocupado una de sus islas, que se llama Antigua, en la cual quieren volver a establecerse. Se han hecho a este efecto diversas expediciones; ellos han llamado a sus vecinos en su ayuda, y se han librado varios combates, en los cuales los ingleses sie~pre han recibido la peor parte. Estos, en venganza por tan malos tratos, cuando pasan delantede la Dominica cambian el pabellón para 46

no dejarse reconocer, y atrapar así a estos miserables mediante esta estratagema en sus barcos y venderlos después como la más estimada de sus mercancías. He ahi en pocas palabras lo que concierne a su comercio; veamos ahora sus ocupaciones ordinarias. No han hecho más que levantarse o más que salir de su cubil, que corren al río para lavarse todo el cuerpo; después encienden un buen fuego en su gran Carbet y se ponen cerca para calentarse. Allí cada uno dice lo que sabe; unos charlan con sus amigos, otros tocan la flauta, de suerte que todos mueven o la lengua o los dedos. Mientras tanto, el desayuno es preparado por sus mujeres; después de esta comida unos van a la pesca, al mar, otros trabajan en sus casas o en los bos· ques; éstos se ocupan de hacer Paniers, aquéllos de los Hibichets (que son una especie de tamiz para pasar su harina); se ven otros que hacen cañas para pescar en alta mar; algunos hacen cinturones de algodón; los que son más holgazanes se cortan los pelos de su barba, uno a uno, con un cuchillo, o bien se arrancan las niguas de sus pies, las cuales, al nacer, son como pulgas, pero que engordan en poco tiempo como un guisante cuando se han alimentado de alguna parte del pie e incluso del cuerpo del hombre. Por lo que respecta a las mujeres, ellas hacen un trabajo más pesado que sus maridos: van a buscar Mandioca, que está algunas veces bien alejada del lugar de su vivienda, y ellas la traen sobre la espalda por caminos escabrosos, y después de haberle quitado la primera corteza, la rallan sobre una piedra cortada a manera de rallador para sacarle después el veneno mediante la acción de una prensa; después hacen el Casabe extendiendo la harina de Mandioca sobre una platina de tierra que se calienta con fuego que se pone bajo ella. De esta tarea pasan a otra que es menos pesada: peinan a sus maridos tres veces al día, los embijan con este Rucú del que he hablado, hilan algodón tanto de día como de noche, cultivan sus huertos y si se tiene deseo de hacer una debacle las mujeres preparan el Uicu. Ellas tienen un conocimiento maravilloso de los simples con los que curan una infinidad de males; todas las úlceras a las que hay que aplicar el hierro y el fuego para sacarles la corrupción las frotan con la segunda corteza de un árbol que ellas conocen o bien con la raíz de algunas hierbas que machacan en un mortero, cerrándose aquéllas sin dificultad. Cuando los maridos van de trata a las islas, únicamente las que son más amadas por sus maridos son quienes los acompañan, las cuales tienen cuidado de llevar todas las cosas necesarias para un viaje. Ellas se ocupan también de hacerse las unas a las otras unos botines de algodón que les encierran tan fuertemente las piernas que es de maravilla cómo pue· den vivir con esta continua incomodidad. Con todos


estos servicios tan grandes que ellas rinden a sus maridos, y el trabajo penoso que soportan en las ocupaciones de su menaje, me inclino a considerar que ellas son tratadas más como esclavas que como compañeras. No es que el amor que los salvajes les tienen no sea grande, pero al no estar basado más que en la brutalidad de su pasión, se pasa como un fuego de pajas que toma rápidamente la llama, pero que se evapora rápidamente en humo, ya que las dejan fácilmente y las matan al menor conocimiento de su infidelidad.

Capítulo IX

De sus capitanes Los salvajes tienen tres tipos de capitanes que les mandan. Los primeros son los que gobiernan algunas canoas o piraguas. Los otros son los que tienen viviendas propias. Los terceros, los que son elevados a esa posición por sufragio, o bien porque han dado prueba de un gran coraje en la guerra, o bien por haber matado a varios de sus enemigos. No hacen jamás elección de gentes jóvenes, aunque sean hijos de sus capitanes, por temor a que la poca experiencia que tienen y la mucha temeridad que les empuja no les sea perjudicial, sino que escogen mejor personas de edad, a fin que ellos se guíen por la madurez de su consejo como por el largo conocimiento que tienen de las armas. Cuando los viejos se dan cuenta de que no son capaces de soportar el peso de su cargo, ni las correrías penosas que hay que hacer bastante frecuentemente en este empleo, renuncian a él, adquiriendo tanto honor por esta confesión de su debilidad como si hubieran ganado victorias. Como la pluralidad de estos capitanes haría desaparecer el respeto que se les debe, no hay de ellos más que uno en cada isla; sin embargo, hay dos en la Dominica, que permanecen bastante alejados el uno del otro por temor a que su autoridad choque y los celos los pierdan. No obstante, su poder es limitado, y no mandan más que en los asuntos que conciernen a la guerra, y si alguna vez traspasasen los límites de su autoridad, se mofarían de ellos. Pero veamos la manera en que emprenden la guerra. Cuando se ha pensado en un plan, o para vengar algunas injurias o con la esperanza de botín, hacen un vin, que es una de estas orgías de las que he hablado ya; después que el humo del Uicu les ha llenado la cabeza, arengan a sus soldados para animarlos a la guerra; les recuerdan a sus padres masacrados, a sus hermanos en servidumbre y sus bienes perdidos con sus viviendas; el fin de todos sus discursos no es otro que el incitarlos a la venganza. Cuando no hacen vin, escogen a los más aptos de su tropa para que vayan a todas las aldeas

a reunir soldados, a los que ellos llaman marineros; tan pronto uno de ellos ha entrado en un carbet, habla al dueño del mismo por espacio de una buena media hora; el que escucha, que no ha respondido más que sí, comienza un discurso tan largo como el de su compañero, y según que él lo encuentre a propósito o no, promete estar en la partida o se rehúsa. No se obliga jamás a nadie, sino que se trata de persuadirle de que es una cosa útil o necesaria. Cuando están reunidos, antes de dar algún asalto, envían espías a visitar los lugares que quieren atacar, para descubrir qué luga. res le serían ventajosos y si son capaces de resistir sus fuerzas; después que los espías han dado sus informes, marchan por lo regular al alba para atacar una choza; ellos hacen un ruido tan espantoso que los que no están acostumbrados a esta estratagema pierden el valor y toman la huida. Cuando encuentran resistencia, tiran flechas envenenadas sin cesar, o bien tratan de incendiar las chozas con algodón ardiendo que agarran al extremo de sus flechas, las que disparan sobre los techos, que no están cubiertos ordinariamente más que de arbustos; el fuego hace salir a éstos que temen que· dar encerrados, e inmediatamente los salvajes corren encima y los masacran con su butu, que es un gran bastón que llevan a modo de espada, o bien los hieren con sus flechas; y si las heridas no son prontamente atendidas, los heridos mueren indudablemente. Acabada la pelea toman todo el botín que pueden llevar, sin que los capitanes puedan obligar a sus soldados a hacer reparto del mismo. Hacen un festín después de la retirada de los cuerpos de sus enemigos y en el lugar comen sus pies y brazos, y después de haber bucaneado, o asado, el resto de sus cuerpos, se vuelven llevando en triunfo toda su conquista a una debable que hacen una vez retornados. Capítulo X

De sus enfermedades, de su muerte y de su enterramiento Los salvajes tienen muy pocas enfermedades y viven largo tiempo. El anfitrión de nuestro Padre, que es uno de los capitanes de la Dominica, namado el Barón, tiene todavía a su padre y a su madre, y no obstante tiene descendientes hasta en tercera generación. La enfermedad que le es más común se llama el Pian, que es una especie de la horrible enfermedad que nosotros los franceses llamarnos napolitana, la que no les da la inmundicia de la impudicia, sino de la corrupción de sus vian· das poco suculentas y de las porquerías en las cuales se revuelcan. Se curan con algunos mariscos que ellos toman después de haberlos machacado o

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algunas cortezas de árboles, con las cuales se frotan. Aun cuancfo nuestros bárbaros viven largo tiempo y tienen muchas mujeres para servir a su multiplicación, sin embargo no son más que un peque· ño número, tanto a causa de que se les captura para hacerlos esclavos como a que son extremadamente dad~s a la venganza y se matan entre sí sin otra forma de proceso. Ellos aborrecen a sus dio· ses tanto como los temen, ya que creen que son los autores de todos los males que les suceden. No es que no recurran a su poder para recibir alivio de las penas que sufren. las cuales llegan a matarlo!;~ pero se ve que ello es antes por obligación que por religión. Los enfermos entre ellos no son tratados más delicadamente que los otros, y si se les preparan hojas o cortezas de árboles, además de raíces de árboles, es para curar el mal, no para sostener su cuerpo. Nuestro Padre pidió un día a un salvaje si no quería visitar a su abuelo que estaba enfermo de muerte y él le respondió que no, ya que le sería demasiado doloroso. y el exceso de tristeza que le produciría el dolor de una persona que le era tan querida, la pondría sin lugar a dudas, enfermo. Pasemos a su sepultura. Cuando algunos de los suyos -han sido muertos en la guerra, ponen en peligro su vida antes que dejar su cuerpo en el campo de batalla. No quieren que después de habet servido bien a su nación queden privados del honor de la sepultura. Cuando un salvaje muere de muerte violenta o natural. excavan una fosa redonda en la tierra, lavan el cuerpo y lo embijan, le frotan la cabeza con aceite y le peinan los cabellos; se le envuelve después en una cama nueva y se le baja a la fosa y se le acomoda de tal manera que su postura es parecida a la de un niño en la matriz. Al final se le cubre con una madera, mientras que las mujeres echan lágrimas de sus ojos y lanzan suspiros de sus corazones. Los hom-

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bres se aproximan y tocando dulcemente sus brazos, parecen querer dulcificar el rigor de su tristeza. Ellos entonan todos juntos una canción llorosa; pero no se sabe si lloran o cantan o si cantan al llorar, y después. echando poco a poco la tierra con las manos, cubren al muerto y llenan la fosa. Una vez acabadas estas ceremonias se quema todo lo que pertenecía al muerto o bien se les distri· buye a los que han asistido a los funerales. Si el muerto tuvo en vida algunos esclavos, se les mata, como para sacrificarlos al alma del difunto. Los más cercanos parientes llevan duelo por él, cortándose los cabellos, y ayunan rigurosamente sin que esta abstinencia sea útil a los muertos, sino a los vivos, ya que así ellos llevan una más larga y más feliz vida. Ellos creen tener tres almas, una en el corazón. la otra en los brazos y la tercera en la cabeza. Piensan que la del corazón después de la muerte va al cielo y que las otras dos se convierten en Maboyas. es decir diablos, que son muy malos, ya que les pegan frecuentemente cuando le faltan de manifestar el respeto que su orgullo exige de su ceguera. Ellos dicen que un salvaje fue muerto un día por haber cometido alguna insolencia cuando se consultaba a este dios embustero sobre alguna cosa funesta que se temía. Su soberbia insoportable exige que se le trate con más reverencia. Si ocurre que algún amigo del difunto no ha podido asistir a sus exequias por un impedimento legítimo, él va a su tumba y renueva el dolor de los otros con las lágrimas que suelta. Cuando ellos saben que el cuerpo está casi podrido, hacen todavía una asamblea y después de haber visitado la sepultura y después de haberla pisado con los pies, siempre suspirando, se vuelven para hacer una orgía y ahogar sus lágrimas y sus penas en un diluvio de Uicú. Ad Majaren Dei Gloriam.


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