REVISTA del INSTITUTO de CULTURA PUERTORRIQUEÑA ....
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ANTROPOLOGIA HISTORIA LITERATURA ARTES PLÁSTICAS TEATRO MOSICA ARQUITECTURA
OCTUBRE:DICIEMBRE, 1979
San Juan de Puerto Rko
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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE.ÑA JUNTA DE DIRECTORES
Enrique Laguerre, Milton Rúa Carlos Sanz Amelía G. de Paniagua
Presidente Carlos Conde Samuel R: Quiñones Jesús Maria Sanromá
Director Ejecutivo: Luis M. Rodriguez Morales Director de la Revista: Ricardo E. Alegria Apartado 4184
SAN JUAN DE PUERTO RICO
1979
AÑo XXII
Núm. 85
ocrUBRE·DICIEMBRE
SUMARIO 21 años después
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Cinco pueblos por losé Emilio González Excavaciones arqueológicas en Manatí por Ovidio Dávila
8
Manjares de la isla por María Teresa Babín
17
Travesuras y venganza del agua por Adelaide Lugo-Guernelli
20
San Juan en la Historia de la Pintura Puerto· rriquefia por Osiris Delgado o................... . .
21
Apuntes para el estudio de los caciques de Puerto Rico por Ricardo E. Alegría o.................
25
Enrique Zorrilla de San Martín por Manuel loglar Cacho
42
La Gallera por Manuel A. Alonso
43
Política, guerras y matrimonios de los Caribes en la Histoire Naturelle et Morale des !les de l'Amerique de Cesar de Rochefort por Manuel Cárdenas 46
PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORIQUEÑA Director: Ricardo E. Alegría Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual Precio del ejemplar
$ 6.00 $ 2.00'
[Application for second class mail privilege pending at San Juan, P~ .R.].
DEPÓSITO LEGAL: B.
3343 -1959
IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE MANUEL PAREJA BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA
COLABORADORES
OSIRIS DELGADO MERCADO. Dirigió el Departamento de Bellas Artes y el Museo de la Universidad de Puerto Rico. donde también ofreció cátedra en bellas artes. En 1954 recibió de la Universidad de Madrid el título de doctor en Filosofía especializado en Historia del Arte. Ha publicado los siguientes trabajos: Luis Paret y Alcázar, pintor español; Picasso ante su obra, Provecto para la conservación de San Juan Antiguo y colaboró con el volumen lle Historia del Arte de la Gran Enciclopedia Puertorriqueña.
MANUEL CÁRDENAS RUIZ. Profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Junto con Eugenio Fernández Méndez ha publicado diversos artículos de Crítica de arte en revistas v periódicos del país. .
MANUEL JOGLAR CACHO. Poeta, nació en Morovis, el 20 de marzo de 1898, pero ha desarrollado su obra en Manatí donde siempre ha vivido. Autodidacta. Ha colaborado en diferentes revistas del país y del exterior. Ha publicado los siguientes poemarios: Góndolas de nácar (1925), En voz baja (1944), Faena íntima (1955), Soliloquios de Lázaro (1956), Premio del Instituto de Literatura Puertoriqueña, Canto a los ángeles y Por los caminos del día, obras premiadas en los certámenes literarios del Festival de Navidad del Ateneo Puertorriqueño en 1957 y 1958, respectivamente, El último surco, Mención honorífica del Festival de Navidad de 1960, La sed del agua (1965) y La canción que va contigo (1967).
MAIÚA TERESA BABfN. Natural de Ponce. Graduada de Maestra en Artes de la Universidad de Puerto Rico y de Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Columbia. Ha ejercido ia docencia en Puerto Rico y Estados Unidos y' se ha destacado como crítica literaria. Es autora de las obras: El mundo poético de Federico Carcía Larca (1954), Carcía Lorca: Vida y obra (1955), Fantasía boricua (1956), Panorama de la cultura puertorriqueña (1958), La hora colmada (1960), Las voces de tu voz (1967), Jornadas literarias (1967), y Siluetas literarias (1967).
MANUEL A. ALONSO nació en Caguas. Hizo sus estudios secundarios en el Seminario Conciliar de San Ildefonso, en San Juan, y se doctoró en Medicina en la Universidad de ,Barcelona. Fue, uno de los jóvenes puertorriqueños que en la Ciudad Condal editaron el libro titulado "Album Puertorriqueño", primera obra importante de nuestra literatura. Ejerció por muchos años su profesión primero en Galicia y luego en Madrid, a la vez que colaboraba en la prensa propagando la implantación de reformas liberales en Puerto Rico. A los cincuenta años regresó a su patria, donde continuó su actividad profesional, literaria y política. Militó en el partido Liberal Reformista y durante algún tiempo fue director del periódico "El Agente". En sus últimos años desempeñó la dirección del Asilo de Beneficencia. Como escritor cultivó lús estudios de costumbres, dedicándole gran atención a la vida del campesino puertorriqueño. Sus trabajos literarios se hallan recogidos en el libro titulado. "El Gíbaro" del que .se han hecho varias edi· ciones.
JOSÉ EMILIO GONZÁLEZ. Nació el 17 de febren> de 1918 en Gurabo, Puerto Rico. Cursó la enseñanza primaria en su propio pueblo natal y la secundaria en Caguas. Siguió estudios superiores especializados en filosofía y en ciencias sociales en las Universidades de Puerto Rico, Chicago, Columbia, California. Se recibió de maestro en artes en la Universidad de BostoIÍ con la disertación Hostos como filósofo. Fue redactor del diario La Prensa en .Nueva York e instructor de ciencia; sociales en la Universidad de Puerto Rico donde actualmente profesa en el Colegio de Estudios Generales, sección de Humanidades. Desde jo\'en ha cultivado la poesía en la que se manifiesta su honda preocupación por el destino de su patria. Ha publicado el libro Profecía de Puerto Rico (1954) y ensayos filosóficos literarios entre los que se encuentran; Nuestra Patria; Ideales para la educación de Puerto Rico; Cervantes y la libertad; Criterios de la Universidad; Cántico mortal a Julia de Burgos (1956); Parábola del Canto (1960); Los poetas puertorriqueños en la década del Treinta (ICP, 1960) Josefina Romo Arregui en el arte de su palabra.
RICARDO E., ALEGRÍA GALLARDO. Nació en San Juan. Antropólogo e historiador. Estudió en las Universidades de Chicago y Harvard, como becario de la fundación Guggenheim. Ha publicado diversos' artículos sobre arqueología, folklore y cultura puertorriqueña en revistas del país y del exterior. Es autor de los libros Historia de nuestros indios (1952), La fiesta. de Santiago Apóstol en Loíza Aldea (1955), Los renegados (1965), Cuentos folklóricos de Puerto Rico (1968), Descubrimiento conquista y colonización (1969), y El fuerte de San Gerónimo del Boquerón (1969). Las primeras representaciones gráficas del indio americano (1493-1523) 1978; Y apuntes en torno a la mitología de los indios de las Antillas Mayores y sus orígenes suramericanos (1978). Por varios años fue profesor de Prehistoria en la Universidad de Puerto Rico, dirigió desde su fundación en 1955, hasta el 1973, el Instituto de Cultura Puertorriqueña. En 1973 ocupó el cargo de Director de la Oficina de Asuntos Culturales adscrita a la Oficina del Gobernador hasta su retiro del servicio púo blico en 1977, fecha en que organizó el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.
21 años después
A
f~rtalecer
fines del año 1959, con el propósito de la vasta obra de divulgación de la cultura nacional que habíamos iniciado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, decidimos fundar esta Revista. Al igual que en -todos los programas de la institución no queríamos hacer una obra cultural para deleite exclusivo de los intelectuales, sino que queríamos llegar a todos los que se interesaban por conocer más de nuestra historia, literatura, folklore, antropología y arte. Queríamos llegar a los hogares puertorriqueños donde la Revista pudiese servir para satisfacer los intereses culturales de los padres y a la vez enriquecer la información sobre la cultura puertorriqueña que reciben nuestros hijos en la escuela. Desde el primer momento algunos de los principales escritores y artistas del país nos ofrecieron su más decidida colaboración. Escritores como Tomás Blanco, Lidio Cruz Monclova, Margot Arce, René Marqués, Emilio S. Belaval, Francisco Arriví, Josemilio González, Evaristo Rivera Chevremont, Marcelino Canino y muchos otros, escribieron algunas de sus más valiosas contribuciones literarias para la Revista. El artista gráfico CarIas Marichal diseñó la Revista y enriqueció m~chos de sus números con sus bellas ilustraciones. Otros artistas como Rafael Tufiño y Lorenzo Homar también nos ofrendaron su arte. La Revista, a través de sus separatas, también ha servido para divulgar importantes aspectos de la música y el arte puertorriqueño. Durante estos últimos 21 años la Revista ha recogido, en sus 85 números, una producción bibliográfica que constituye una de las mejores antologías de nuestra cultura nacional. Al lograr este objetivo hemos alcanzado nuestro propósito y nuestro compromiso con Puerto Rico. Con este número ponemos fin a nuestra dirección de la Revista. Esperamos que la obra iniciada y mantenida durante los últimos 21 años pueda ser continuada sin desvirtuarse el carácter puertorriqueñista de la Re· vista y su propósito de contribuir al fortalecimiento de nuestra cultura nacional. RICARDO
E.
ALEGRíA
Febrero de 1980
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Lazos de solidaridad entre los fundadores de Utuado Por FERNANDO PICÓ
LA
FUNDACIÓN DEL PARTIDO DE UTUADO EN 1739 HA sido considerada importante como primicia' de la apertura y poblamiento de nuestra montaña.! Es el primer partido que se establece en Puerto Rico que no incluye entre sus términos alguna parte de la costa. Su extenso territorio montañés, del cual eventualmente se desprenderán Adjuntas (1815) y Jayuya (1911), será para la década de los 1880 el segundo de mayor población en Puerto Rico (después de Ponce) y el primero en producción cafeta. lera. De ahí ·pues la importancia de tratar de identificar los factores que están operantes en su fun. dación. Tal es el objetivo de este ensayo. En una copia del expediente de fundación de Utuado hecha a princiJpios de este siglo por el capuchino Fr. Antonio Carrocera 2 se encuentran consignados los diversos trámites que se llevan a cabo entre 1733 y 1746 para solicitar, obtener y establecer la fundación del partido y de la parroquia de Utuado. Hay ciertas peculiaridades en estos trámites fundacionales que llaman la atención: la solicitud para fundar el partido de Utuado antecede el poblamiento del territorio que se pretende deslindar de Arecibo. Los solicitantes declaran que han 'otorgado poder a uno de entre ellos para llevar a cabo -los trámites de compra de un hato, en el cual pla~ 1. Arturo Morales Camón, Historia del pueblo de Puerto Rico: desde sus origenes hasta el siglo XVIII (San Juan: 1974), 239-40. 2. «Documentos relativos a la fundación de Utuado. Copiados de un Libro manuscrito que se conserva en el Archivo de la Parroquia de Utuado, por el P. Fr. Cayetano de Carrocera, religioso franciscano. Cap. Utuado, agosto de 1924•• Abreviado en las notas subsiguientes como -Documentos fundación_o Le agradezco al Dr. Pedro Hernández Paralitici el regalo de una fotocopia de dicha copia de Carrocera, as! como todas sus atenciones conmigo en el curso de mis investigaciones. El expediente original, que Carrocera dice en 1924 encontrarlo -en muy mal estado, pues la polilla ha hecho muchos destrozos en él» (ibid., pág. 3, n.· 1) al parecer sucumbió a los estragos del tiempo, pues no hay rastro de él.
2
nean establecerse y en el cual desean tener autori~ dades propias. Aducen como razón para este poblamiento y fundación el hallarse "oprimidos en ésta dicha rivera (del Arecibo) y yr en aumento nuestras familias ".3 Los trámites de fundación se alargan porque los peticionarios tienen dificultades en llenar los requisitos. A pesar de que en 1734 su apoderado, Sebastián de Morfi, adquiere para dicho propósito las monterías del sitio del Utuao, los vecinos tardan en tener las siembras y las casas e iglesia que se consideran indispensables para que se establezca el partido. El gobernador llega a apremiarlos para que cumplan con las condiciones a que se comprometieron.4 Finalmente, el 12 de octubre de 1739 se establece el partido de Utuado.s Aun así, tardarán siete años más en lograr la fund. ¡nn -.:anónica de la parroquia, en parte por la dificultad en reunir una porción congrua suficiente p3ra reclutar un cura párroco.6 A pesar de los costos, viajes a la capital, dilaciones y formalidades, los vecinos fundadores muestran tenacidad y persistencia para lograr su propósito. Esto lleva a pasar dos preguntas: ¿Por qué querían fundar el nuevo partido? ¿Qué grado de solidaridad había entre los vecinos fundadores que soldara su prolongado esfuerzo? 3. Ibid., 99. 4. Ibid., 83~91. 5. En 12 de octubre de 1739 el alférez don Miguel de Quiñones, capitán comandante en la ribera del Utuao, reconoce que los vecinos ya tienen las siembras suficientes para poderse mantener, y les ordena que hagan sus casas de vi· vienda en la población -para que moren y asistan a la fábrica que empiecen de la Iglesia•. (-Fundación del Pue· blo de Utuado-, ed. Cayetano Coll y Toste, Boletin de Historia de Puerto Rico 11 (1915), 158). 6. De los 75 pesos anuales ofrecidos en 1743 por el apoderado Pedro José de los Reyes, Lope Maldonado, apoderado de los vecinos en 1745, aumenta la congrua propuesta a 200 pesos anuales (-Documentos fundación-, 21 y 35).
Empecemos con la segunda de estas preguntas. Leyendo estrechamente tanto el expediente de fundación como las partidas de matrimonios y bautismos en copias de los registros parroquiales de Arecibo y Utuado, se pueden esbozar los rasgos comunes que tienen los fundadores de Utuado: 1. ,La mayoría de los vecinos fundadores de Utuado .cuya -procedencia es conocida 'Son criollos. De los 60 hombres (incluyendo al fundador Sebastián de Morfi) que aparecen en la copia de la escritura de poder otorgada a Morfi en junio de 1733,7 23 aparecen en los registros parroquiales de Arecibo como naturales de ese término, y tres como naturales de otros partidos de la isla (San Germán, Aguada y Ponce). Aunque no se ha podido identificar el origen de los 34 restantes, es probable, dada la similaridad de los apellidos, que compartan la procedencia de los primeros. Así, por ejemplo, Juan Morales y Juan Morales el mozo, que aparecen entre los poderdantes, probablemente son el padre y el hermano del otorgante arecibeño Pedro de Alejandría, que es hijo de un Juan Morales. Naturalmente no todos los 60 otorgantes de 1733 aparecen en documentos posteriores relacionados al proceso fundacional. Es posible que algunos de ellos hayan muerto o desistido de la empresa, o sólo prestado sus nombres para completar el número deseado de los 60 fundadores, y que otros, como José Serrano, aunque instalados en el nuevo territorio, se hayan desentendido de formalidades ulteriores. En todo caso, de los 31 pobladores y 2 pobladoras del Utuao que otorgan poder en agosto de 1738 a Pedro José de los Reyes para que haga todas las diligencias conducentes al "aumento de la dicha población",' 17 aparecen en los registros parroquiales como naturales de Arecibo, Petronila de San Pedro es natural de San Germán y Miguel Martín de Quiñones es con toda probabilidad san· germeño. Se desconoce el origen de los otros 15. De los 53 vecinos y una vecina de Utuado que siete años más tarde, en agosto de 1745,9 conceden poder a Lope Maldonado para tramitar en la sede epis. copal la fundación de la parroquia, 20 son naturales de Arecibo, tres de San Germán, tres de Ponce y uno de Aguada. Es entonces que aparecen también cuatro vecinos que no son criollos: Tomás de Jesús, un irlándés casado en 1744 con la arecibeña Juana Clara Ocasio; 10 y tres españoles: el extremeño Juan de los Santos Alvarez,lI casado con Martina Rodríguez en 1744 y antepasado de una nutrida familia
de pequeños y medianos propietarios del barrio Bibi arriba en el siglo 19; Manuel Badena,12 de Marchena, casado en 1747 con Margarita de Torres, cuya descendencia en Bibi entroncará con los AIvarez y desechará la "d" del apellido; y el gaditano Joaquín Sánchez,u casado con Josefa Rodríguez y concuñado de Juan de los Santos Alvarez. 2. Casi todos los solicitantes originales son analfabetas. Según la copia de la escritura de poder de 1733, sólo el apoderado Sebastián de Morfi y el testigo José Garrión de la Torre saben firmar. 14 Casi ninguno de los solicitantes ostenta rango de milicias en Arecibo. El apoderado Sebastián de Morfi es cabo de escuadra; ninguno de los poderdantes de 1733 aparece en las partidas de los registros parroquiales de Arecibo con titulo miliciano. De los poderdantes de 1738 hay tres con título; el ayudante Francisco OrUz, el ayudante Juan de Rivera y el alférez Miguel Martín de Quiñones. ls Naturalmente, al establecerse el nuevo partido en 1739 varios de los fundadores aparecen subsecuentemente con títulos de milicias en Utuado. 3. En los registros parroquiales de Arecibo el único de los vecinos solicitantes de la fundación de Utuado que aparece como dueño de esclavos es Sebastián de Andújar,I6 quien no aparece en la documentación fundacional subsiguiente. La tenencia de esclavos se desarrollará lentamente en el nuevo partido, lo que es señal de escasos haberes liquidas. O'R.eilly sólo registra 50 en 1765; no pasarán de 100 hasta después de 1785. Los únicos vecinos cuyos nombres aparecen en el expediente de fundación que son mencionados en la copia del primer libro de bautismos de Utuado como dueños de esclavos son José Martín de Quiñones, amo en 1745 de Francisco Renta (casado con Benita de San Pedro morena libre) y Alonso Godoy, cuya esclava Petron~ tiene un hijo Domingo en 1769,17 4. Hay lazos de parentesco entre los fundadores utuadeños. Lope Maldonado y varios de sus hijos casados y dos de sus yernos (Bernardo Cortés y Francisco Vélez) participan en la fundación. u José Francisco Arbeló y su hijo José Francisco, y el suegra de éste, Juan Natal, aparecen entre los fundadores. Los Natal, Montalvo, Ruiz, Román y Rivera están enlazados por matrimonios; también lo están
7. ¡bid., 99 Y 105. 8. ¡bid., 4-5. 9. ¡bid., 41. 10. ¡bid., Parroquia de San Felipe de Arecibo, copia del Primer Libro de Matrimonios (abreviado: Arecibo MI), 106 v. 11. [bid., 104 v; parroquia de San Miguel de Utuado, libro 26 de defunciones, copia del primer libro de bautismos (abreviado Utuado B 1), partidas 106 y 146; «Documentos fundación-, loe. cit.
16. Hay partidas de matrimonios de esclavos suyos para los años 1718, 1721 Y 1723. 17. «Memoria de d. Alexandro O'Reylly sobre la Isla de Puerto Rico., en Aida R. Caro (ed.), Antología de Lecturas de Historia de Puerto Rico (2.· reimpresión; Río Piedras: 1977), 399; Archivo General de Puerto Rico, colección Fran· cisco Scarano. fotocopias de los censos de Puerto Rico en el Archivo General de Indias, 1779 en adelante; Utuado B r, 16 y 553. 18. «Documentos fundación., 3; Arecibo M 1, 85 v-86 r.
12. [bid., Arecibo M 1, 114 v.
13. ¡bid., 95 r·v; «Documentos fundación., loe. cit. 14. ¡bid., 105 Y 107. 15. ¡bid., 3.
3
los Muñiz y los Pérez. Algunos de los matrimonios efectuados en Arecibo antes de la fundación de Utuado han necesitado dispensas por consanguini. dad; así Bernardo Cortés y Tomasa Maldonado Oroz. ca están emparentados en tercer grado (son primos segundos); 19 Julián Maldonado y María de los An· geles Pagán 20 necesitan dispensa de 3." con 4." y de 4.° de consanguinidad; 21 Juan Calixto Pérez y María de la Concepción Muñiz son dispensados de 4." de consanguinidad; 22 Francisco Vélez y Francisca Maldonado de un grado indeterminado también de con· sanguinidad; 2J Jerónimo de Rivera y Benita Mal· donado, de dos parentescos, uno de tercero y otro de cuarto grado de consanguinidad; 24 Cristóbal Rodrí· guez y Prudencia de Santiago, de dos impedimentos similares; 2S Lorenzo González y María de Torres, de tercer grado de consanguinidad; 26 Cristóbal de Serrano y María de la Concepción, de dos paren· tescos de cuarto grado; y Bernabé Serrano y María de Rivera, de un parentesco de cuarto grado.27 Estos parentescos previos a las uniones matrimonia· les de los fundadores señalan que estas familias ha· bían estado establecidas en Arecibo o en partidos vecinos por varias generaciones. 5. Antes de la solicitud de fundación y durante los años de tramitarIa se estrechan los lazos de como padrazgo entre los que serán vecinos fundadores de Utuado. En su nutrido clan, los Maldonado-Cortés-Vélez acostumbran apadrinar sus hijos entre sí, pero ocasionalmente invitan a algún Ruiz, Serrano, Ocasio o Torres como padrino. Sebastián de Morfi, aunque para 5 de sus 6 hijos tiene como padrinos residentes de Arecibo que no están relacionados a la fundación de Utuado,2B apadrina él mismo sin embargo en 1722 a Dominga, hija de Manuel Natal y Felipa Román, los dueños del sitio del Utuado.29 En 1730 Lope Maldonado es padrino de BIas, hijo de Marcos de Jesús e Isabel Román; ~ algunos miembros de esta familia figurarán en la primera generación de pobladores de Utuado. Una vez que se trasladan a las márgenes del Bibi los primeros utuadeños escogen sus compadres en· tre sus propios rangos. Entre 1744 y 1751 en Utuado hay sólo once padrinos y madrinas de bautismo que no sean vecinos de Utuado, y dos de ellos, los 19. ¡bid.• 85 v. 20. [bid., 58 r. 21. ¡bid., 103 r. 22. ¡bid., 107 v. 23. ¡bid., 86 r. 24. ¡bid., 43 v. 25. ¡bid., 50 r. 26. ¡bid., 27 r. 27. [bid., 19 r y 107
r.
28. Parroquia de San Felipe de Arecibo, copia del pri· mer libro de bautismos (abreviado Arecibo B 1), 38 r. 43 r, 56 v. 73 r·v, 138 v. 168 r. 29. ¡bid.• 83 v. 30. ¡bid., 176 r.
4
arecibeños Felipe Maldonado y su esposa Jacinta Ruiz, hijo y nuera de Lope Maldonado. para 1751 se asientan en el nuevo partido.3l El resto de los padrinos y madrinas son utuadeños. Entre 1745 y 1763 Sebastián de Morfi apadrina seis niños; entre 1745 y 1752 José de Quiñones, su sucesor como te. niente a guerra, apadrina 12; entre 1757 y 1761 Paso cual Bailón González y su esposa Agustina Natal, apadrinan 7; Francisco Vélez y su esposa Cecilia Maldonado, 11 entre 1752 y 1765. 6. Entre los testigos (usualmente tres, uno de los cuales es el sacristán) mencionados al pie de las partidas de matrimonio en Arecibo en las décadas del 1720 y 1730, ocurren comúnmente los nombres de los fundadores de Utuado en las Partidas que atañen a las familias que poblarán dicho partido. Así Sebastián de Morfi es testigo del matrimonio de Pascual Bailón (González) y Agustina Ciprés en 1732; Lope Maldonado es testigo en 1744 del matrimonio de Félix Natal y Constanza Ruiz Rivera; Pablo Muñiz es testigo del matrimonio de Antonio Ruiz y Eufemia de Rivera.32 7. Los fundadores de Utuado compran entre todos el hato de Utuado a sus condueños, los consortes Manuel Natal y Felipa Román, por 569 pesos y 5 reales. Los condueños vendedores y sus hijos se suman al número de los vecinos pobladores, figurando él hasta 1760 y ella en 1751 en partidas de bautismo.33 8. El nuevo partido de Utuado se pone bajo la advocación de San Miguel Arcángel. ¿Qué pista aportaría este dato sobre la composición de los vecinos fundadores? Manuel Alvarez Nazario arguye de él la procedencia canaria,~ pero a pesar de que hayan tenido ascendientes canarios los primeros vecinos de Utuado son en su mayoría conocida criollos, y los más de entre ellos naturales de Arecibo. Se pudiera argüir del apellido tprobablemente irlandés del apoderado de los vecinos fundadore~ y primer teniente a guerra, Morfi (Murphy?) y de la presen· cia de un irlandés entre los vecinos funda'Clores, Tomás de Jesús, hijo de Ricardo de Jesús y Elena de Molfi (Murphy), una devoción, típicamente irlandesa, al militante arcángel. Es de notar. sin embargo. el hecho que antes de la fundación de Utua'Clo la devoción a San Miguel Arcángel en Arecibo estaba ligada específicamente a los morenos. Así en su visita de 1729 el obispo Pizarro se queja de los saraos y bailes que celebran éstos en honor de su patrono San Miguel, y ordena que se suspendan:
31. Utuado B l. partidas 2 y 125. 32. Arecibo M 1, 102 r·v. 33. -Documentos fundación., 83 y ss.; Utuado B l. par. tidas 121. 140, 160 bis. 251 y 281. 34. La herencia lingüistica de Canarias en Puerto Rico (San Juan: 1972), 47.
MHemos encontrado en la Visita la Cofradia del Archangel San Miguel, que se halla instituido con titulo de Piedad y misericordia, para combertir en bíen de las almas de los cofrades unos bancos que son unas juntas que hazen los morenos, en el día que es del arbitrio de su mayordomo, de hombres y mujeres, poniendo un altar, y los que entran ban ofreciendo, y se reduce toda a saraos y bayles, de que Dios nro. Sr. y el loable instituto de dicha Cofradía es ofendido. Revocamos dicha constituzion e ympedimos dichos bancos, pena de excomunion mayar latae sententiae, y permitimos que en los días festivas y de maior can· curso, pidan limosna el Mayordomo y diputadas, par la pobreza de los morenos, y se aplique para gastos de la Cofradia",» ¿Son los fundadores de Utuado pardos libres o morenos? La mayoría de ellos no ostenta el título de "don" en las partidas de los registros parroquia· les de Arecibo; no son dueños de esclavos ni pertenecen a la clase de oficiales de milicias; no están alfabetizados; hablan de encontrarse "oprimidos" en la ribera de Arecibo; y escogen a San Miguel como patrono de su nuevo partido. ¿Es todo esto evidencia concluyente? Sabemos que todavía a mediados del siglo 17 persistia alguna presencia india en Puerto Rico;]6 sabemos que todavía hoy día utuadeños y jayuyanos con apellidos castellanos idénticos a los de las familias fundadoras de 1739 tienen rasgos faciales indígenas; sabemos, en fin, que la fundación contemporánea de Añasco se debe, según Iñigo Abad, a descendientes de inmigrantes indígenas.37 ¿Son estos criollos fundadores de Utuado de ascendencia indígena o africana? Al presente no se puede probar, pero hay mucha evidencia que hace dificil descartarlo como hipótesis. Regresemos ahora a la primera de las dos pre· guntas posadas: ¿Porqué querían fundar el nuevo partido? No hay duda que los fundadores de Utuado se benefician de la directriz emanada de la corte real a raíz de la fun'dación de Añasco, instruyendo
35. -Primera visita pastoral del obispo Pizarra al pueblo e iglesia de la ribera del Arecibo., ed. Generoso Morales Muñoz, Boletin de Historia Puertorriqueña 1 (194849), 215. 36. Por ejemplo, el único sobreviviente del naufragio del barco .Carlos V_. que el gobernador Novoa tenra destinado a guardacosta, fue un indio marinero (Angel López Cantos, Historia de Puerto Rico 1650-1700 (Sevilla: 1975). 22). 37. Fray Iñigo Abad, Viage a la America, edición facsímil por Carlos I. Arcaya (Caracas: 1974), 14 r-v y 49 r-v. En las primeras décadas del siglo 19 un número considerable de familias de Añasco inmigran al partido de Utuado.
al gobernador que siendo útil al servIcIo divino y real "el que se prosigan estas fundaciones". fomente similares esfuerzos. De hecho una copia de dicha real cédula se incluye en la copia del expediente de fundación. M Pero toda explicación de la fundación de Utuado, que sienta la pauta para el pobla· miento oficial de la montaña, debe sopesar varias preguntas: ¿Es una respuesta a la superpoblación relativa a los recursos existentes entonces en la ribera de Arecibo? ¿O se debe más bien al desplazamiento económico y social operado por la inmi· gración isleña, peninsular y extranjera entre los criollos arecibeños? ¿O se debe, finalmente, al deseo de pardos libres de sustraerse de los esfuerzas por reducirlos al trabajo dependiente que la economía en avivamiento del primer tercio del siglo 18 promovía? La producción agropecuaria en el nuevo partido de Utuado se va a caracterizar. en las primeras 'décadas de las que se tiene conocimiento, por su relativa sencillez. La siembra de cacao, que los funda"dores en un momento dado ofrecen al gobernador como objetivo,]9 de hecho no se da en grado significativo; ni O'Reilly ni los cronistas lo destacan, ni llega a aparecer posteriormente como renglón apre· ciable. Hasta 1769 sólo hay un hato en el partido de Utuado,40 Los cronistas de fines de siglo describen a Utuado como aislado y ocasionalmente participando del contrabando con cabezas de ganado;41 de los registros parroquiales se deduce una sociedad patriarcal, con estrechos lazos de solidaridad familiar, matrimonios tempranos, numerosos hijos, pocas distinciones sociales. Todo esto lleva a pensar que la fundación de Utua:do, como la de otros partMos que O'Reilly señala y deplora en su Memoria,42 no contribuye a la modernización económica que el estado busca a mediados del siglo 18. En ese caso correspondería no al deseo de buscar nuevos cauces para una economía que se comercializaba y se des· pertaba a la gran producción, sino al deseo de un número de familias, con sustanciales lazos de solio daridad, de sustraerse a la dominación que ese cam· bio económico presagiaba. 38. -Documentos fundación-, 69-75. 39. lbid., 75. 40. Fotocopia del censo de 1769 en Cristina Campos La· casa, Notas generales sobre la historia ec1esidstica de Puerto Rico en el siglo 18 (Sevilla: 1963), entre págs. 24 y 25. 41. Iñigo Abad, op. cit., 56: André Pierre Ledru, Viaje a la isla de Puerto Rico, trad. 1. L. de Vizcarrondo (2.· ed.: Río Piedras: 1957), ~5. 42. -Memoria de d. Alexandro O'Reylly.•.-, loe. cit., 389·90.
s
ARROYO A orilla del mar taíno -embijado de pimientaArroyo baila su areyto en Wt batey de candela. Hacia el jardín de sus olas baja por las escaleras de caracolas y espumas directamente a la arena.
En el centro de su plaza se Ita dormido una sirena. Hace tiempo que es,tá allí pero nadie la despierta. Entre Guayama y Salinas, Arroyo corre sedienta como un ciclista cansado que nunca llega a la meta.
Cinco pueblos Por J OS~
EMILIO GONZ,(LEZ
PATILLAS
Patillas, con su borracho sentado frente a la plaza, eternamente bebiendo cerveza frente a la nada. P¿tillas, esquina triste de pobreza desvelada, va remendando sus calles con guiñapos de esperanza. Patillas contempla el día rodando cada mañana como una bola de hielo por una pista de llamas. Los campos se ven hermosos. Están frescas las montañas. Patillas siembra cementó donde las olas se acaban.
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MAUNABO Maunabo tiene su costa pintada de azul y blanco. En los telones del mar se ven cruzando naufragios. Allá a lo lejos contemplo cómo va naciendo un faro. Maunabo por allí ronda como w! preso entre relámpagos. ¡Mauuabo! ¿dónde está el nudo con que te ataron las manos? ¿Quién te apedreó la lengua con tanto inmundo guijarro? Camino de Yabucoa, Maunabo lleva sus clavos para detener al viento con cuatro cruces de palo.
GURABO Con Don Matias Gonzd1ez en el balcón -de su casa por el tiempo va Gurabo cruzando el puente del agua. De Quebrada Infierno viene --atravesando Las MasasDon Fernando Díaz joven con una blanca canaria.
¡Qué bien entoldado luce el tabacal de Celada! ¡Qué templa verde parís se bebe aquella muchachal Entre escaleras de fango y yeguas desbaratadas, El Cernto ha levantado su socialista proclama. ¡Quién te viera Gurabito, entre bambúes y cañas, bañar tu pregón tan nuevo de leche recién cuajada!
JUNCOS Juncos baila en la colina -orillas del Valenciano-. Como el! una cuerda tensa va pirueteando en lo alto. Juncos tiene la mirada fija el! los auc1tos espacios. Su plaza quiere volar pero no le dejan vado. Por el ojo de su iglesia el cielo vigila un pájaro. Tres niñas de azúcar vienen desde el reloj navegando.
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Excavaciones arqueológicas en Manatí Por
Introducción se E datos e información general sobre los trabajos N EL PRESENTE TRABAJO
RECOGEN LOS ASPECTOS,
de excavación e investigación arqueológica realizados en los terrenos del antiguo Ingenio La Esperanza, Barrio Tierras Nuevas, en Manatí, Puerto Rico, durante los meses de junio a noviembre del 1975. Estos trabajos fueron posibles gracias a la colaboración y el patrocinio del Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico (institución dueña y administradora de los terrenos) y del Instituto de Cultura Puertorriqueña. El origen de las excavaciones e investigaciones se remonta al año de 1973, cuando un grupo de aficionados a la arqueología del área de Barceloneta (pueblo colindante al oeste de Manatí) descubrieron restos de cerámica y alguna otra evidencia que demostraba la posibilidad de la existencia de un lugar de importancia arqueológica en el lado este de la desembocadura del Río Grande de 'Manatí. Inmediatamente estos hallazgos fueron informados al Instituto de Cultura Puertorriqueña. El Dr. Ri· cardo Alegría, director ejecutivo del Instituto en ese momento, nos informó del hallazgo. Una visita de inspección al lugar nos llevó a la determina· ción de la necesidad y urgencia de emprender trabajos de excavación en el lugar para poder, de esta forma, determinar la importancia y las características culturales del mismo. Siendo los terrenos en ese entonces propiedad de una corporación privada, se decidió esperar unos años hasta que el futuro jurídico de los mismos pudieran gozar de mayor estabilidad, ya que estando la finca en manos de especuladores de tierras, el yacimiento podría correr el peligro de ser destruido. A pnncipios de 1975 entramos en conversaciones con el Arq. Francisco Javier Blanco, Director Ejecutivo del Fideicomiso de Conservación de Puerto 8
OVIDIO DÁVILA
Rico, institución que acababa de adquirir la finca, con el pr:opósito de plantearle la existencia del yacimiento en los terrenos y la necesidad de iniciar un proyecto de investigación arqueológica en el mismo. Fue de esta forma que en junio de ese mismo año se comenzó la primera fase de la investigación, por medio de la cual se pudo determinar que el yacio miento de Tierras Nuevas, como le hemos llamado, no era otra cosa que nada menos que los restos de un importante centro ceremonial indígena. En agos· to de ese mismo año, tanto el Fideicomiso como el Instituto de Cultura Puertorriqueña combinaron fondos para lograr la suma de $ 8,000 con el propósito de extender los trabajos por cuatro meses más. En noviembre de ese año fueron completados los trabajos de la segunda fase de las investigaciones. A con tinuación habremos de exponer los deta· lles relativos a los trabajos realizados y los resultados preliminares. El yacimiento 1. Localización: El yacimiento arqueológico de Tie· rras Nuevas está localizado en el lado este de la misma desembocadura del Río Grande de Manatí, en la costa norte·central de Puerto Rico (Ver Mapa 1). Está ubicado sobre un vallezuelo costero que se encuentra a unos 4 metros sobre el nivel del mar, lo que impide que el río, cuando crece debido a intensas lluvias, inunde el sitio. Un amplio frente de arrecifes coralinos y areniscos protegen el lugar, a su vez, de los fuertes oleajes aún en épocas de tormentas o huracanes. Todo esto hace del lugar un sitio ideal para el establecimiento de un asentamiento humano.
2. Formación geológica: El sitio del yacimiento es una de las áreas más jóvenes de Puerto Rico geoló-
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gicamente, ya que forma parte integral de la for~ mación geológica San Juan, la cual está constituida, básicamente, por concreciones areniscas, que una vez fueron dunas, las cuales abarcan gran parte de la costa de la zona norte de la isla de Puerto Rico. Corresponden a la época del Pleistoceno. Sin embargo, es muy importante señalar que el sector de la desembocadura del Río Grande de Manatí tiene una roca madre constituida por un conglomerado de arena, guijarros y caliche con alto contenido de magnetita, lo cual es factor primordial en que las arenas de las playas adyacentes sean de un color negruzco. 3. Medioambiente: Aunque es dificil poder reconstruir el tipo de fauna y flora que componía el medioambiente prehistórico del lugar, podemos afirmar, al estudiar los micro·ambientes todavía existentes hoy, y los restos arqueológicos encontrados en el yacimiento, que los cambios ocurridos no son tan drásticos como para haber hecho desaparecer por completo los elementos ambientales fundamentales del área. Indiscutiblemente, el río tuvo que haber tenido un cauce mayor al presente, y las áreas marginales del mismo tuvieron que haber estado pobla10
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das de extensos manglares. La vegetación de los sitios más altos es casi seguro que haya correspondido a lo que podríamos llamar bosques húmedos de la costa (Little y otros, 1967). Una costa rica en arrecifes, como la existente, debió haber albergado una fauna rica abundante, particularmente, en moluscos, crustáceos y peces de muchas variedades. Estos factores ecológicos mínimos tuvieron que ha· ber influenciado, indiscutiblemente, en la selección del sitio como lugar de habitación por los aboríge~ nes prehistóricos de Puerto Rico. 4. Prehistoria: Los estudios e investigaciones realizados por nosotros en el área nos han podido brindar datos por medio de los cuales ha sido posible determinar que, en tiempos prehistóricos, la región de la desembocadura del Río Grande de Manatí fue ocupada por grupos aborígenes pertenecientes a tres grandes períodos culturales. Análisis radioactivos de carbón 14 arrojaron fechamientos absolutos para cada uno de estos tres períodos. El primer grupo cultural fue el perteneciente a la serie saladoide,para el cual se obtuvo un fechamiento de 550 D.C. (1·9249). El mismo corresponde a muestra obtenida en el pozo III-B. De este grupo
se obtuvo material muy representativo, particularmente del estilo Cuevas temprano y clásico. El segundo grupo fue el ostionoide, para el cual se obtuvo. un fechamiento de 655 D.C. (1-9250), el cual constituye el más temprano obtenido hasta ahora para esta serie en Puerto Rico. La muestra para este análisis radiocarbónico se obtuvo del pozo IV-A. El material obtenido correspondió al estilo Ostiones temprano y tardío. El tercer grupo, y último, fue el chicoide, para el cual se obtuvo un interesante fechamiento de 1390 D.C. (1-9248). La muestra de este análisis radiocarbónico fue obtenida del pozo n·c. Todo el material obtenido de este grupo cultural correspondió al clásico estilo Capá. Trabajos de prospección realizados en la periferia del yacimiento, particularmente en las costas adyacentes, revelaron ot~as localidades arqueológicas cuyo estudio eventual, sin lugar a dudas, habrá de arrojar un mayor cúmulo de datos y de infor· mación sobre el desarrollo cultural prehistórico del área. 5. Etnohistoria: Las primeras referencias históri· cas sobre el área del Río Grande de Manatí nos las da el propio primer gobernador colonial de Puerto Rico, Don Juan Podce de León, quien en su carta-
informe dirigida al Gobernador de las Indias, Don Nicolás de Ovando, sobre su primer viaje de conquista a la Isla, menciona" los ríos Cibuco y Ana como los lugares a donde el cacique principal de Boriquén, Agueybana, le llevó para sacar muestras de oro. Tanto las descripciones geográficas como circunstanciales inducen a concluir que tal río Ana no es otro que el actual río Manatí (CoIl y Toste. 1914: 119-120). Por otro lado, tanto Las Casas (1965: 356-357) y Oviedo (1959: Tomo n, 90) también hacen referen· cia a dicho río, pero llamándolo Manatuabón. Esto no conflige lingüísticamente, ya que la raíz de esta palabra es precisamente ana. Además, Juan González, uno de los acompañantes de Ponce de León en su viaje a la Isla, no sólo menciona al río por este nombre, sino que durante su probanza de méritos y servicios celebrado en México en 1532, se menciona que" había allá (en el río) una billa que llamaban yamanatuabón" (Tió, 1961: 34). Toda esta evidencia historiográfica, de indiscutible valor, indica que la región de Manatí tuvo una importancia económico-social de gran peso desde los mismos inicios de la colonización de Puerto Rico. En este sentido es también importante poder correlacionar la evidencia arqueológica encontrada en el yacimiento con las fuentes históricas. Que
Vista aérea del yacimiento de Tierras Nuevas tomada COIl forografía infrarro;a. donde es posible apreciar aspectos generales de las e.rcavaciolles.
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Toda la tierra extraída durante el proceso de excavaclOn ftle cemida con el propósito. de recuperar el más mínimo illdirin de material cultural aborigell. Vista parcial de tilia de las plaurs cerelllolliales, donde es posible observar una de las hileras de Diedras que delimitall la misma.
tengamos conocimiento, el yacimiento Tierras Nuevas es el primero donde ha podido realizarse un estudio de correlación historio.arqueológica en las Antillas. Durante las excavaciones arqueológicas fueron encontradas en Tierras Nuevas dos monedas acuñadas en Santo Domingo en el 1505 (Castán Ramirez, 1972: 57) de a 4 maravedis cada una. Este fue el primer cuño autorizado en América por la Corona Española y el mismo fue el curso legal del período de la conquista en las Indias Occidentales. Las mismas constituyen, por su presencia en el lugar, una clara evidencia del contacto Indo·hispánico ocurrido en el sitio, lo que viene a corroborar la teoría de que la desembocadura del Río Grande de Manatí fue uno de los primeros sitios de contacto de los conquistadores con los grupos indígenas.
Excavaciones l. Primera fase: En la primera fase de los traba· jos de excavación y de investigación arqueológica en el yacimiento, 10 primero que se logró establecer fue la delimitación de los depósitos arqueológicos y de las estructuras ceremoniales existentes en el mismo. Esto fue logrado por medio de una total limpieza de la tupida vegetación existente en el lugar y por la excavación de cuatro trincheras y un pozo estratigráfico, que permitió determinar la posición de las limitaciones estructurales de las plazas ceremoniales. Un plano topográfico de todo el área fue levantado y se localizó en el mismo tanto las estructuras encontradas como las unidades de excavación realizadas. Ya que en la primera fase de los trabajos se ·;ontó primordialmente con la colaboración voluntaria de varios amigos del autor y de una modesta ayuda económica del Fideicomiso, se decidió dar por terminada esta fase hasta poder obtener los suficientes recursos económicos y humanos con los cuales poder proseguir una rigurosidad de trabajo que permitiera investigar más a fono do el yacimiento. 2. Segunda fase: Para la segunda fase de los trabajos se logró obtener, tal como lo mencionáramos anteriormente, la colaboración del Fideicomiso de Conservación y del Instituto de Cultura Puertorri· queña para poder continuar los trabajos de excavación y de investigación. Los trabajos de esta segunda fase se basaron, fundamentalmente, en el estudio minucioso del terreno con el propósito de localizar cualquier otra estructura o depósitos arqueológicos. Con este fin utilizamos las técnicas más apropiadas, incluyendo fotografía infrarroja. También se realizaron cortes estratigráficos en los depósitos, con el objeto de determinar la naturaleza de la composición arqueológica de los mismos, así como corroborar cualquier
Una de las tri"ellera$: excavadas en el yacimiento, dOllde es posible apreciar la profundidad del depósito de materiales culturales.
tipo de secuencia cultural. Como resultado, se pudo localizar dos plazas ceremoniales adicionales y ma· terial arqueológico suficiente como para poder establecer con precisión una visión prehistórica con respecto al poblamiento aborigen del sitio.
Complejo ceremonial Además de ser el yacimiento los restos de un poblado indígena, el complejo de cuatro plazas cereo moniales, como elemento básico del patrón de asentamiento, constituye de por sí un objeto de estudio de gran valor para las investigaciones de este tipo de manifestación cultural prehistórica en las Antillas. Cada una de las plazas que componen el complejo tiene sus propias características estructurales, las cuales describimos a continuación de una forma breve y general: Plaza J: Esta fue la primera en ser descubierta.
Sus dimensiones son 30 X 20 metros aproximada. mente. Está orientada en su mayor prolongación hacia el norte y sur. ·Sus lados están orientados y limitados al oeste por una hilera de piedras
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planas, y al este por una especie de elevación que forma un camellón, el cual, de por sí, es uno de los depósitos o montfculos del yacimiento. El área interna de la plaza está formada por una depresión artificial lograda por medio de la extracción de la arena o terreno humffero que cubrfa originalmente la superficie del lugar, hasta alcanzar un terreno arcilloso más compacto y propio para el tipo de actividades y ceremonias que en ella se llevaban a ca!>o. Varias de las piedras tenían petroglifos tallados, algunos de los cuales podrán ser observados en las ilustraciones incluidas. Plaza 2: Esta es la segunda plaza en ser descubierta y la principal de las cuatro. Es una inmensa obra en la cual puede observarse un mago nífico ejemplo de ingeniería primitiva. Su área interna tiene una superficie de 800 metros cua· drados, siendo sus dimensiones 40 X 20 metros. Sus lados están orientados hacia el norte y el sur, por unas hileras de piedras planas (norte) y redon· deadas (sur). Algunas de éstas tienen petroglifos tallados. Su área interna eS una gran depresión rectangular rodeada por elevaciones producto de la extracción de tierra, así como de la acumula· ción de restos culturales, tales como cerámica, humus, conchas y ceniza. Plaza 3: Esta plaza está constituida por una depresión rectangular cuyas dimensiones son 30 X 18 metros aproximadamente. En los alrededores fueron localizadas algunas de las piedras que posible.mente delimitaban sus lados. Su estado ruinoso se debe, posiblemente, a algún tipo de actividad agrfcola durante tiempos históricos. Plaza 4: Esta plaza es análoga a la número 3 en cuanto a sus características estructurales y estado de deterioro. Su tamaño aproximado es de unos 28 X 19 metros. Está orientada su máxima prolon. gación de este a oeste. En el Mapa 2 podrá observarse un plano del área del yacimiento donde se encuentran indicadas las localizaciones de las cuatro plazas, así como los cortes, montículos y otras configuraciones de inte· rés arqueológico.
Cortes estratigráficos En el yacimiento se llevaron a cabo 11 cortes, que incluyen pozos, trincheras y cortes exploratorios. La localización exacta de los mismos está dada, como ya dijimos, en el Mapa 2. Por medio de estos cortes fue posible establecer una secuencia estratigráfica de los depósitos, así como de sus características de composición, deposición, extensión y profusión. A través de los mismos, además, fue posible obtener un muestrario de materiales arqueológicos que habrán de permitir, por medio de su estudio, clasificación y análisis. reconstruir aspectos ecológicos, económicos y socioreligiosos de los grupos aborígenes que ocuparon el lugar en tiempos prehistóricos.
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Materiales arqueológicos Cerámica: El material arqueológico más abun· dante en el yacimiento lo constituye la cerámica fragmentada: restos de ollas, cazuelas. burenes. etc. Se pudo obtener un material representativo de cuatro estilos que corresponden a las tres series culturales que una vez se desarrollaron en los períodos prehistóricos de Puerto Rico: sala· doide, ostionoide y chicoide. Piedra: Una gran cantidad de sumergidores o potalas de piedra encontradas durante las excavaciones indica una acentuación en las actividades de pesca como elemento económico básico de los indígenas del lugar, muy especialmente durante los últimos dos períodos de ocupación. Dos fragmentos de piedra, correspondientes a un arco monolítico ya un Hcodo" de piedra. son clara evi· dencia de la asociación de este tipo de artefacto con los lugares ceremoniales. Fragmentos de ha· chas de piedra petaloides están presentes en el material lítico de Tierras Nuevas. Conc1la: La concha está muy presente en los depósitos como restos, fundamentalmente, de ali· mento. Los ar.tefactos hechos con este material fueron muy escasos. Hueso: Dos restos morfológicos humanos fueron recuperados por medio de las excavaciones. Uno de ellos arrojó ofrendas funerarias mínimas, lo que es evidencia de ceremonialismo de tipo mortuorio. Restos de alimentos compuestos por huesos de pescado, aves, tortugas, jutías y manatí, constituyen el mayor cúmulo de material de hueso en el yacimiento. Metal: Los dos objetos de metal principales en· contrados durante las excavaciones fueron dos monedas de cobre, cuyo valor, con respecto a las investigaciones, ya ha sido expuesto.
Conclusiones Los materiales arqueológicos todavía no han sido procesados completamente. Hasta que su estudio y análisis no sea completado sería impropio aventuramos a formular conclusiones. Sin embargo, creemos prudente exponer aquellos aspectos en los cuales creernos que nuestra investigación habrá de arrojar importantes datos e información respecto a ]a prehistoria de Puerto Rico. La seriación del material arqueológico habrá de proporcionarnos valiosos datos referentes a la cronología cultural. secuencia de estilos cerámicos, patrones de cambio, hábitos alimenticios y su patrón de cambio respecto a los demás materiales. así como información sobre procesos culturales, tales como regresión. evolución, difusión. migración, influencias, continuidad. receptibilidad étnica, etc. Desde el punto de vista de la arqueología prehistórica de Puerto Rico cualquier tipo de datos o de información que nos brinden los materiales habrá de constituir. de por sí, una valiosa contribución a su estudio. Esto es así debido. básicamente. a que el área bajo estudio es una de las regiones de
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EJIlerramiell/o aborige,! localizado en tilla de las IIllidades de excavaciรณll.
E;emplares de perroglifos localizados ell las piedras de las plazas.
Puerto Rico menos estudiada arqueológicamente. Para dramatizar este hecho basta mencionar el hecho de que hasta estos momentos las únicas excavaciones sistemáticas en el área correspondían a las realizadas por el Dr. Irving Rouse en el sitio Los Indios (Rouse, 1952: 417), el cual queda a varios kilómetros al este de Tierras Nuevas. El poco interés mostrado respecto al área nortecentral responde a la "pobreza" en materiales muo seables de los depósitos arqueológicos que allí se encuentran. No obstante, hemos podido comprobar que, en términos culturales, los yacimientos del área tienen mucho que aportar en cuanto a cronología, a estudio de materiales cerámicos y su correlación con los procesos poblacionales aborígenes de la Isla. Antes de terminar quisiéramos consignar nuestro agradecimiento al Instituto de Cultura Puertorriqueña y al Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico, sin cuya ayuda, respaldo y apoyo estos trabajos no hubieran podido realizarse. A los amigos César Ocasio Santa y Héctor López Escobar por su valiosa colaboración y ayuda en las fases de trabajo de campo. BIBLIOGRAFIA CAST,(N RAl\lfREZ, Carlos 1972 Las monedas de los Reyes Católicos y de la Casa de Austria: 1475·1700. Madrid.
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COLL y TOSTE, Cayetano 1914 Boletín Histórico de Puerto Rico. San Juan. D,(VILA,
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Manjares de la isla* Por MARfA TERESA BABfN
.. CABO DE ABRIR EL PAOUETE DE DULCES. LLEGA TODAS las Navidades de mi isla para deleite del re· cuerdo gustoso, ávido de saborear y de oler el perfume de las frutas soleadas cocidas en almíbar. Se comen, despacio, en cantidades pequeñas, prolongando así este placer tan agridulce del apetito, jugando con los labios, la lengua y la garganta, en momentos de soledad, cuando nadie puede ver la emoción con que se llevan a la boca y se acarician, en un desbordamiento de los sentidos tensos de espera y de añoranza. ¿Por qué no se hace la geografía del paladar, organizando el mapa del mundo según se come en cada pueblo? ¿Por qué no dedicar una estampa de mi fantasía a la cocina de mi tierra? Se suele hablar con indiferencia de aquellas cosas que el hombre necesita para vivir, de las cosas que determinan su estatura, su peso, su sangre, su nervio, su humor y su salud. Cuando se distingue al ser humano del animal, los minerales, el árbol y la flor, se establecen categorías de reinos y se coloca cada tema en el fichero correspondiente. El hombre tiene unas proporciones; su constitución y su biología lo asemejan al animal irracional, pero tiene inteligencia, sentimiento y alma, por lo cual es superior y distinto del perro, el caballo, el mono y el elefante. Pero también hay que reconocer que el hombre come otros alimentos, sabe escoger y cocer lo que come; ha desarrollado el gusto y lo ha cultivado con amoroso empeño. Su espíritu y su mente, esas dos gracias que le hacen erguirse soberbio ante el animal yel árbol, están determinadas y casi predestinadas por la leche y el agua que bebió desde la infancia; por el pan que sostiene su cuerpo desde la cuna hasta la muerte. Si pudiera estudiarse cabalmente el conflicto de los hombres arrancados a la patria a través de la
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* De la obra FantasEa Boricua.
historia, no hay duda que uno de los más agudos reside en el encuentro del paladar con platos desconocidos, en la angustia de olvidar el condimento acostumbrado y aceptar otro de sabor extraño. El ajuste del desterrado a la tierra adoptiva casi nunca se logra por completo en lo que atañe al yantar. Se buscan todos los medios posibles para preparar los mismos platos del país nativo y en la casa de cada cual, transportada a la nación extranjera, la cocina es el peñón de resistencia, el último baluarte que se rinde. Cambia el vestido, cambia el sentido del tiempo, el ritmo de los días se acelera o se retrasa, la lengua se resiente y sufre los perjuicios de la convivencia con otra lengua, pero el paladar se mantiene impertérrito, el olfato presiente al pasar por la calle dónde se halla el compatriota, y la cocina se convierte en la gran fuerza unificadora del destierro. Por eso comprendemos cabalmente el significado de estas palabras de Azorín, cuando de paso por la capital francesa siente la falta de esos platos españoles que forman parte entrañable de su persona: "Las comidas que he ingerido durante años, en la niñez, en la juventud, son las comidas que ansío. El cuerpo manda en nosotros. De lo intrínseco de nuestro organismo emanan imperativas órdenes que no podemos eludir. Se ha habituado el cuerpo, desde 'la infancia, a recibir tales alimentos, yesos alimentos se reclaman con avidez en la edad provecta. Todo esto quiere decir que yo no cambio mis yantares nativos por todas las delicadezas coquinarias de Francia. ¡Ay, aquellas mantenencias tan suculentas, tan elementales, tan sin sainetes refinados, servidas en blanca y gruesa talavera!" Puerto Rico tiene su cocina, sus yerbas aromáticas y su manera propia de cocer los alimentos. Esto determina en gran parte la calidad del ser puertorriqueño y 10 distingue de otros hombres hechos a otra manera de alimento. Por eso los bori17
cuas se resisten tanto a despojarse de sus costumbres culinarias y llevan en la alforja lo necesario para conservarlas. ¿Qué es la cocina boricua? ¿Hay algo distinto en ella? Intentemos un inventar-io del paladar boricua y de los platos característicos del país, tal como se recuerdan en los años de ayer, cuando ignoraban aún la importancia que cobra en el extranjero el más necesario de los hábitos del hombre: el comer, no por comer solamente, sino por gozar comiendo, por mantener viva la idiosincrasia del paladar. El arroz con pollo, la paella, el asopao, son variantes de platos españoles adaptados a la cocina de la Améri,ca Latina. Una diferencia fundamental es el uso del achiote para dar el color rojizo a la manteca de cerdo con que se cuecen estos platos en Puerto Rico, en vez del azafrán y el aceite de oliva usado por los peninsulares. Pero lo distintivo de nuestra isla, lo que da a nuestra cocina un ca· rácter personal es sobre todo el arroz blanco. No en balde decimos de una persona vasta y promiscua, de esas que se halla presente en todas partes y a todas horas: "es como el arroz blanco", porque no falta en ninguna mesa. Y es curioso que el patricio don Eugenio María de Hostos se refiera con nostal· gia al arroz blanco en una página de su Diario, nostalgia acentuada por la ausencia. La página alu· dida está escrita en la ciudad de Nueva York. Con mayor o menor divergencia, el arroz se cuece en una olla de hierro, en agua de sal hirviente, a fuego lento. Al consumirse el agua se añaden cucharadas de manteca o tocino frito, se tapa, y se termina de cocer al vapor. Después de unos minutos está hecho, relumbrante y granoso. Algunos 10 prefieren "amogollao", para lo cual ha de aumentarse la cantidad de agua y dejarlo más tiempo al fuego. El arroz se sirve por lo regular con habichuelas rosadas, coloradas o blancas, guisadas con un poco de cebolla, ajo, tomate, orégano, culantro del monte, pimiento verde, ají dulce, a veces con trozos de plátano ma· duro y, si lo hay, pedazos de jamón y de tocino. A la combinación del arroz blanco servido con habi· chuelas guisadas se le llama descriptivamente en las fondas "un matrimonio", y se sirve igualmente en casa del rico y del pobre. Es frecuente ofr a las mujeres, cuando hablan del plato del día, decir en tono resignado: "para el almuerzo, arroz con habichuelas; para la comida, habichuelas con arroz". El arroz blanco se come en otras ocasiones con diversos granos guisados, ya sean garbanzos, gandules, lentejas, habas o guisantes. Abundan asimismo las combinaciones más gustosas creadas por la habilidad culinaria de los boricuas en que se cuecen conjuntamente el arroz y otros productos nativos o importados. A esta categoría pertenecen el delicioso arroz con gandules y carne de cerdo, el arroz con bacalao, con calabaza, con camarones, con jueyes, y con todo 10 que el gusto y el bolsillo particular puedan idear para variar la cena. Los enfermos y 18 .
convalecientes, claro está, tienen que conformarse con el arroz con leche... . Durante la noche, como punto culminante de una fiesta, o de una juerga, se prepara la serenata, cuyo nombre se refiere sin duda a la costumbre de servir este plato a las horas en que alguna guitarra abierta deja oír su voz amorosa a la ventana de la novia. La serenata clásica consiste de las viandas del país hervidas: yautías, batatas, guineos verdes, plátanos verdes y maduros, ñames y yuca. Se sirven humeantes en platos de lata o de porcelana con una raja de aguacate y un poco de bacalao cocido, cebolla cruda, tal vez tomate, todo mojado con aceite. Cuan· do llueve y hay norte nada mejor que comer sancocho, el cocido nativo. Para los días festivos se reservan el lechón asado y los pasteles, cuya preparación requiere tiempo y el arte de la buena mano. El lechón ha de ser pe· •queño, preferiblemente una lechoncita, y ha de matarse el día antes de asarse. Después de pelarlo, desangrarlo y limpiarlo escrupulosamente, se condimenta por dentro y por fuera con sal, pimienta y ajo. Entonces se coloca en una vara, atadas las pa· tas al palo, y se deja escurrir toda la noche en posición perpendicular. A la mañana siguiente se enciende el fuego al aire libre, se pone el lechón sobre los carbones, descansando la vara en dos hor· cas de maderas hincadas en la tierra. El encargado de asarlo se sienta a la cabecera, dándole vueltas lentamente durante tres o cuatro horas, humede· ciéndole la piel de vez en cuando con un manojo de plumas de gallina mojadas en manteca de achiote para evitar que se reseque y asegurar el asado crispado y uniforme. Esta faena la ejecuta por lo regular un hombre sudoroso. Se bebe varios tragos de ron ardiente mientras dura el proceso, y es en el recuerdo un sacerdote oficiando. Brinda a su dios el sacrificio del lechón asado a fuego lento, rito de fe y de lujuria en que se confunden los atavismos de la sangre y el paladar, el olfato y el tacto. Al lado del fuego, en la tierra, se asan al rescoldo los plátanos verdes para acompañar la lechonada. Después del banquete se reserva la cabeza para hacer arroz con cabeza al día siguiente. Las morcillas, los cuchiflitos, la gandinga, son otros platos derivados de la lecbonatla. Los pasteles puertorriqueños tienen sus congéneres en las hayacas venezolanas, los tamales de Méji· ca, y otros platos del mismo carácter propios de la América Latina cuyo origen se remonta a la civilización indígena de nuestro continente. Mientras otros países emplean la harina de maíz para la masa, en Puerto Rico ésta se prepara del plátano verde crudo, el cual se guaya y se mezcla con yautía rayada para darle suavidad. Es el llamado pastel de masa. O se hace una masa de arroz preferida en algunos pueblos del sur y del oeste. La lengua popular expresa el arraigo de este plato en la vida de nuestro pueblo al decir de una persona maltratada: "le
dieron de arroz y de masa". Quiere decir que ha recibido el castigo hasta la saciedad; se le ha colmado de pastel, merecida o inmerecidamente. El relleno de pastel es de carne de cerdo picada, refrita con especias, aceitunas y pasas. Hay variedad de gustos: algunos. añaden ají picante, otros lo rechazan. Para envolver el pastel hay que amortiguar las hojas de guineo al vapor (en el extranjero los bori· cuas recurren al papel parafinado). En la hoja se esparce la masa humedecida con agua de sal y manteca de achiote, se coloca el relleno en medio, y se dobla la hoja cuidadosamente, amarrando cada paso tel con hollejos. La masa restante se envuelve en la misma forma y a éstos se les llama "pasteles ciegos". Terminada esta delicada operación se echan los pasteles en una olla de agua hirviendo y se cue· cen por varias horas. Uno de los aguinaldos puertorriqueños advierte con picardía CÓJTlO ha de comerse este plato: Si nos dan pasteles dél1noslos calientes, que pasteles frios empac1lan la gente. Tenemos también una variedad de frituras y de guisos cuyo nombre basta para excitar el paladar: empanadas de yuca, jueyes al carapacho, alcapurrias, cabrito estofao, mojito criollo, mofongo con chioharrón, arepas, guanimes, jíbaros envueltos, barrigas de vieja, domplín y bacalao frito. La boca se hace agua al evocar el sabor intenso y el olor empalagoso y penetrante de los dulces y los refrescos de la isla. El coco y la lechosa se llevan la palma, a pesar de la fortuna que ha tenido la guayaba por razones complejas de la industria nativa. Pero me refiero a los dulces caseros, entre los cuales se destaca la cocada, dorada con una plancha de hierro ardiente, cocida con yemas de huevo y coco rayado; las cabecitas de negro, redondas como bombones franceses, hechas de coco al· mibarado cubierto con chocolate; el bien-me-sabe, crema espesa de yemas y de leche de coco; el mampostial pegajoso, color de melao; los coquitos blan· cos que se deslíen en la boca como polvorones; las lechositas y las naranjas tiernas rellenas con piña o con coco; la lechosa cortada en rajas muy finas, puesta al sereno en agua de ceniza toda la noche para darle consistencia y brillantez, cocida en hebras muy finas y rubias, por lo cual ostenta el nombre romántico de cabellos de ángel; el arroz con dulce '0 con coco; el majarete, la pipiana, el tembleque, los besitos de coco, y tantos más olorosos a clavo, a canela, a vainilla, espolvoreados con nuez mosca·
da, blancos y compactos, o nadando en una fuente de almíbar. El flan es otro de los postres' predilectos en Puerto Rico, donde se han creado variedades del original, tal como el flan de piña, en que el jugo de la fruta substituye a la leche. Abundan de igual manera infinidad de pastas, jaleas, y compotas cocidas con las frutas y los frutos tropicales: la grosella, el mamey, la piña, el pajuil, la batata, la calabaza, el mangó, la naranja agria, la toronja y los jobos, además de la pasta mechada, la jalea, el cristal y los casquitos de guayaba servidos con queso de la tierra o con quesitos de hoja. Para refrescar el cuerpo se bebe agua de coco. Con una cuchara desgajada del mismo casco se come la tela transparente y suave. Otras veces se prefiere el agua de tamarindo, el agua de melao, de piña, el guarapo de caña, el maví, el carato de gua· nábana, la limonada de limón fresco, a veces con una clara oe huevo batida para hacerla más fresca, o la horchata de ajonjoH, de leche de coco o de almendras. El gusto ).J'Jr estos platos y golosinas del país se ha mixtificado paulatinamente en los últimos años. La invasión de la Coca-Cola y de otros productos importados de los Estados Unidos ha contribuido necesariamente a la formación de una nueva cate· goría del sabor. Hay muchos niños que sólo conocen hoy el sabor enlatado de frutas y jugos exóticos, cuyos nombres ignoran en español. Cuántas veces he dicho con enfado, ¡se dice albaricoque!, al oír a mis sobrinas pedir jugo de "apricot", a sabiendas de que las niñas nunca han visto la fruta fresca y s610 conocen el nombre de la etiqueta en la lata. A esta nueva nomenclatura del paladar y el lenguaje se unen el melocotón, la manzana, la pera y la ciruela. Para todas las personás preocupadas por la cultura lingüística ]a influencia de los alimentos importados en el léxico ofrece tema abundante y significativo, ya que invade todas las capas sociales y deja su huella en el campo y en el pueblo, en el analfabeto y en el letrado. Tal vez no ·tenga mayor importancia lo que se come -a buen hambre no hay pan duro-, pero haberse privado de paladear y de confeccionar los dulces y los refrescos de la isla es haber perdido uno de los vínculos más preciosos y más fuertes con la tradici6n y la tierra. Además de ser un vínculo muy sabroso y dulce... Es cierto eso de no vivir para comer, pero es necesario comer aquello que llevamos en la médula de nuestra cultura para vivir en la plenitud de nuestro ser. Existe la cultura del paladar. Somos lo que comemos.
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Travesuras y venganza del agua Por
ADELAIDE LUGO·GUERNELLI
Hoy ya he sido cronista de la vida del agua, andariega de rutas, y de almas, gitana. La he visto arrodillada
en la llierba serena, sus antojos robados a los pillOS, en su cántaro de barro antiguo. Cautiva elltre las Iwjas destruidas la Ile visto yo llorar; del torrente que quema desatando y olvidalldo los caminos, corriendo sin reposo, ascendiendo colinas y espirales, descendiendo, como reina, escaleras, con vestido de suejio, punteado de penas; comunica terror, suspira signos, y amor, pone a los pies
de las ardillas que, sedientas, voceando y arrastrando van, de árbol elt árbol, un surtido interminable de sus quejas. De maltantial, un día, se vuelve sequía que nos quema; y, al final de la calle, seca, la rica huerta...
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San Juan en la Historia de la Pintura Puertorriqueña Por
E
N ALGUNA OCASIÓN, AL INICIAR EL TEMA DE LA HIST().
ria de la pintura en Puerto Rico, hubimos de señalar que ..... al voltear la página de la prehistoria bacia los albores de nuestra historia, dejamos abruptamente la época de las piraguas para embarcarnos en naves que corresponden a nuevos tiem· pos. Es felicísima coincidencia el que podamos ilustrar la imagen de esta abrupta transición con la ilustración concreta de una portada renacentista que es la referencia más antigua de obra de este tipo realizada en la proto-historia puertorriqueña. Está trazada al carbón en la pared, no ya de una cueva, sino del torreón abovedado de la fortaleza del Morro. Se dibuja en algún momento antes de 1585, cuando aproximadamente ocurre el ciegue de dicha instalación militar por órdenes del gobernador Diego Meléndez de Valdés (1582-1593). Representa una suntuosa portada de estilo paladiano que, muy significativamente, podemos verla como el símbolo de la nueva vida que se inicia para la Isla." Sin embargo, con posterioridad a nuestro comen· tario se ha descubierto (1978) en la Iglesia de San José, antigua conventual del monasterio dominico en San Juan, un mural pintado al temple que debe corresponder a los primeros tiempos luego de levan· tada la construcción del templo hacia el año de 1532. Representa al santo dominico Pedro González, mejor conocido como San TeJmo, patrón de los ma· rineros. Está significado con sus principales atrio butos, una carabela en su mano derecha, y una vela encendida en la izquierda. Con esta pintura, probablemente elaborada por algún fraile con aficiones artísticas y que ha tenido la oportunidad de adiestrarse en alguna forma bajo el influjo del taller sevillano del pintor Alejo Fer· nández, se plasma en nuestra Ciudad Capital una obra que está dentro del estilo y conceptos rena· centistas tal como ocurren en España durante el primer tercio del siglo dieciséis.
OSIRIS DELGADO
Así pues, cuando hubimos de decir que .. dejamos abruptamente la época de las piraguas para embarcarnos en naves que corresponden a nuevos tiempos", la imagen ideal para ilustrar el concepto hubiese sido, como lo es ahora, la carabela que en su mano sostiene el santo dominico. Y punto se-
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guido, para significar los inicios de la empresa colonizadora, el símbolo de la segunda obra trazada sobre un muro de la Ciudad de San Juan: la por· tada paladiana. Ya durante el siglo diecisiete, el foco central de las manifestaciones pictóricas en la Isla parece tras· ladarse al Partido de San Germán, sin embargo, sabemos que entonces se importan pinturas de escuela sevillana que se emplazan en lugares públicos de la Capital. Por otra parte, hemos adscrito al siglo diecisiete las pinturas monocromas en las pe· chinas de la Capilla de Nuestra Sra. del Rosario, en la Iglesia de San José, de las cuales sólo hemos sacado totalmente en claro el arcángel de una de ellas. Otras dos pechinas muestran parcialmente, cada una, un angelote; en la cuarta pechina el mis· mo yace aún bajo una pintura de época posterior. Ya en el siglo dieciocho. se establece una polaridad pictórica entre San Germán y San Juan. En la Capital aparece el clan de los Rivafrecha Campeche, que habrán de atraer para la Ciudad un prestigio fundamen tado en la calidad excepcional de la pintura de uno de sus hijos: José Campeche, a quien debemos aludir como pintor, místico, tallista, decorador, arquitecto, músico, contertulio, hispano-africano, en fin, el primer universalista puertorriqueño. No podemos pasar por alto el nombre del padre Francisco Olfer
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de José, el esclavo liberto Tomás de Rivafrecha, también artista, quien debe ser la inspiración inicial de sus hijos. Entre éstos, además de aquél, son pintores Miguel e Ignacio, e igualmente otro miem. bro de la familia, Silvestre Andino y Campeche. En ·la historia de la pintura en San Juan, es página capital la presencia en la Ciudad, el año de 1776, de Luis Paret y Alcázar, quien llega a la Isla en calidad de desterrado de la Corte por desavenen. cias con el confesor del Monarca respecto a ciertos servicios proxenéticos que el pintor le brinda a miembros de la familia Real. A su arribo a nuestras playas, Paret ha sido pino tor de Cámara del Infante Don Luis, hermano de Carlos 111, y con sus treinta años de edad está en la plenitud de su vida. Sabemos que se relaciona con José Campeche, sobre quien indudablemente ejerce una influencia decisiva en materia de conceptos pictóricos en un momento en que éste apenas cuenta veinticinco años de edad y nunca ha tenido, como tampoco 10 tendrá en el futuro, la oportunidad de realizar estudios formales o de relacionarse con academias, museos o talleres de arte en el exterior de la Isla. Sobre la actividad pictórica de Paret en San Juan, sabemos que en 1778, el Cabildo Catedralicio le ordena la construcción de un monumento de Semana Santa, para el cual pinta seis lienzos cuyo paradero nos es desconocido. Así mismo pinta un Autorretrato disfrazado de jíbaro con la intención de remitirlo a la Corte para suscitar la conmiseración de sus antiguos favorecedores, obra ésta que se conserva en la colección Acisclo Marxuach. La misma tiene la importancia de ser el único autorretrato del pintor así como la primera referencia gráfica de cómo se trajeaba el jíbaro nuestro en el siglo dieciocho. Paret se queda en San Juan solamente dos años y algunos meses, y será José Campeche quien llene el panorama artístico hasta casi finalizada la pri. mera década del siglo diecinueve. Pero aparte de nuestro gran pintor dieciochesco, durante los pri. meros años de la nueva centuria hay un número de artistas que cumplen el cometido de mantener viva la actividad artística en la Capital después de la muerte de aquél en 1809. Tales Joaquín J. Goyena, Francisco Goyena O'Daly, Juan Fagundo, y Juan Cletos Noa. Juan Fagundo, quien llega a Puerto Rico desde Cádiz dos años después de fallecido Campeche, tendrá a su cargo la cátedra de dibujo natural en la pri. mera academia de dibujo que se establece en la Isla, bajo el auspicio de la Sociedad Económica. La misma se instala inicialmente en una sala del con· vento de San Francisco, y posteriormente en una del Colegio-Seminario contigua al Palacio Episcopal. En cuanto a Juan Cletos, que sucede a Fagundo en la aludida cátedra al fallecimiento de aquél en 1847, tiene un taller-escuela en su propia casa de la
Re/m/o del Gobemador Ustariz. Pinfllra de José Campeche.
calle de la Cruz, y allí tiene como alumnos, todavía muy niños, a sus tres hijas Magdalena, Amalia y Asunción, que serán pintoras, y a Francisco Oller (Frasquito) de apenas doce años de edad. También hubo de frecuentar dicho taller·escuela el futuro dramaturgo, Alejandro Tapia y Rivera. Tanto las hijas de Juan Cletos, así como otros artistas de reconocida idoneidad en el medio san· juanero, como Ramón Atiles y Pérez, Consuelo Pe· ralta de Riego Pica, las hermanas Massana, Bernar· dina Rubin de Celis, Cipriana de Andino, etc., llenan el trasfondo de actívidad artística durante los años en que el máximo exponente de la pintura puertorriqueña en el siglo diecinueve, Francisco Oller, rea· liza su obra y comparte experiencias en Europa con los grandes de la pintura moderna. Pero antes de referirnos específicamente a Oller, es necesario recordar la visita que hacen a San Juan pintores extranjeros de la categoría de Eliah Metcalf. magnífico retratista a quien el Ayuntamiento de la Capital le encarga un retrato del goberna. '
dar Miguel de la Torre, que queda emplazado en la Sala Capitular hacia 1827; Jenaro Pérez Villamil, pintor español que en el año 1830 se encuentra en San Juan para decorar el apenas terminado Coliseo Municipal; Samuel F. B. Morse, el famoso inventor del telégrafo, quien a su paso por la Capital le es conferido el título de Socio de Mérito de la Sociedad Económica, el 15 de diciembre de 1858. Morse es uno de los pintores de mayor relevancia de los Estados Unidos, y considerado por la crítica de aquel país como el Leonardo norte-americano. Tam· bién recordamos a Pedro Lovera, hijo de un artista venezolano conocido como el pintor de los minis· tras de Bolívar, Juan Lovera. En San Juan. Pedro Lovera hace el retrato de su amigo Rafael Cordero, obra ésta que años más tarde le servirá de modelo a Oller para su lieñzo de la Escuela del Maestro Rafael. Asimismo no podemos referirnos al arte del si· glo diecinueve sanjuanero sin recordar las importantes Ferias-Exposición de los años 1854, 1855, 1860,
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1871 Y 1895, que tanto estimularon la labor creativa de los pintores puertorriqueños. Finalmente llegamos a Francisco Oller, artista pintor respecto a quien se ha hecho tradición errónea el referir su lugar de nacimiento como Baya. món. Pero Oller nace en la Ciudad Capital el año de 1833, específicamente en la calle de la Fortaleza, esquina San José, lugar no muy distante del que había sido el hogar de sus padres cuando recién casados, junto al edificio que hoy conocemos como Casa Roja. No es éste el lugar apropiado para repetir los múltiples detalles que enriquecen la biografía del pintor, pero es imprescindible señalar que con su pintura se inicia en la Isla el interés por traer al lienzo los distintos aspectos de la realidad puertorriqueña, ya mediante la captación de la belleza de sus paisajes, de lo típico de sus costumbres o el interés por señalar cuestiones pertinentes a nuestra problemática social. A su vez el pintor es tanto o más importante en su proyección universal al ser copartícipe en el proceso gestador de la nueva estética impresionista, experiencia ésta que se posibilita por los importantes lapsos en que reside en Francia, donde cultiva la amistad de Camille Pissarro, Paul Cézanne, y otros. En San Juan funda varias escuelas de arte: en 1868 establece la primera en la misma casa en que tuvo su taller José Campeche, calle del Sol esquina de la Cruz, donde tiene por discípulos a Jacinto López Laborde, Pío Bacener, y Manuel E. Jordán. Casi simultáneamente crea una Escuela Pública de Dibujo, <ienominada Salón Washington, en un aposento en los bajos de la Diputación Provincial; en 1888 se incorpora al Instituto Libre de Enseñanza Popular como maestro de dibujo del natural y perspectiva. Al separarse de ésta un año más tarde, organiza una nueva escuela de arte en los salones del Ateneo Puertorriqueño, situado entonces frente a la Plaza de Armas, en el solar que hoy ocupa el edificio Padín. (Por estos años ya está haciendo los apuntes preliminares para El Velorio). Y en 1898.
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en medio de la tensión que suscita la invasión nor· teamericana, funda su última Academia en la calle de la Fortaleza. Si bien Oller no deja discípulos que adquieran nombradía, la vivencia de su propia obra sirve de estímulo a las generaciones que le siguen ya entrado el siglo veinte. En San Juan se debaten Elías J. Levis, José López de Victoria, Juan Palacios Andreu, el español Fernando Díaz McKenna, que establece una muy productiva escuela; Juan A. Rosado, Félix y Julio Medina, y otros. En la década del treinta se prepara ya la primera simiente de lo que habrá de ser la pintura sanjuanera contemporánea en el taller de Alejandro Sánchez Felipe, quien hace despertar conciencia de valores puertorriqueños a través de enseñar a ver rincones y tipos de la Ciudad Capital a sus discípulos Augusto Marín, Fran Cervoni, Rafael Palacios, Narciso Dobal, Osiris Delgado, Luisina Ordóñez, etc. Luego llegan Cristóbal Ruiz, Carlos Marichal, y Guillermo Sureda, quien hace casi toda su obra a la acuarela con motivos del viejo San Juan. En 1946 se crea el taller de artes gráficas de la División de Educación de la Comunidad; en 1950, el Centro de Arte Puertorriqueño; en 1955, el Instituto de Cultura Puertorriqueña; yen 1966, la Escuela de Artes Plásticas del I.C.P. Como producto del esfuerzo y dedicación de pintores-maestros e instituciones culturales y profesionales del arte, afloran hoy día en el medio sanjuanero un número de artistas que pueden significar a Puerto Rico en el plano más alto de las creaciones plásticas. Basta recordar, entre los de generación mayor, a Félix Bonilla, Lorenzo Homar, Rafael Ríos Rey, José Oliver, Rafael Tufiño, Epifanio Irizarry, Fran Cervoni, Jorge Rechany, Tony Maldonado, y otros, quienes sirven de base a unas generaciones posteriores que por su dedicación y afanes de superación pictórica son ya, más que esperanza, una realidad en el panorama de logros espirituales que deben enorgullecer al San Juan en que debaten su existencia.
Apuntes para el estudio de los .caciques de Puerto Rico Por RICARDO E. ALEGRíA
... A N6MINA DE LO~ CACIQUES QUE REGíAN LA SOCIEDAD
Lindigena de Boriquén (Puerto Rico) en el momento de la conquista española y la de aquellos que con posterioridad a ella continuaron, durante algunos años, actua{ldo como caciques, se ha ido hacien· do más extensa y cqmpleja según progresa la investigación histórica. Los primeros nombres nos los ofrece el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo (1851) en su relación sobre la conquista de la Isla, de acuerdo con· datos que, como el mismo indica, obtuvo del propio Juan Ponce de León y de otros de los primeros colonizadores. Limitase Oviedo a mencionar a sólo seis de los caciques de Puerto Rico que participaron activa· mente en el levantamiento de los indios contra los conquistadores y en otros episodios significativos de la colonización.· También consigna los nombres 1. Oviedo (Lib. XVI, Caps. 2, 3 Y 5) al referirse a los caciques de Puerto Rico, llama al cacique principal Agueybana y al que le sucedió en el mando y lider de la rebelión indígena, lo llama por el mismo nombre y por el nombre cristiano de don Cristóbal. El cronista se refiere al cacique que capturó al joven español Suárez con el propósito de sacrificarlo después de un juego de pelota, como el «ca· cique que se decía del Aymanio». Este detalle es interesante pues Aymanio (Haymanio) era el nombre del yucayeque o región de la cacica Luisa, en lo que es hoy Loiza. Herrera (1728) y otros historiadores se habrán de referir a este cacique como Aymamón. Todo parece indicar que no sólo el cacicazgo de la cacica Luisa se llamó Aymanio, sino qu~ hubo otro con el mismo nombre en la región oeste de la isla, en lo que es hoy Añasco. Esto se demues..tra en un documento de 1519 donde se alude que unos espanoles «quemaron un bohío en el cacique del Aymanio y acuchillaron un hombre» (Murga. 1957: 173). Se especifica que esto sucedió en el término de San Germán, «como lo es el dicho cacique del Aymanio» (Ibid). También se informa que un indio del tesorero Andrés de Haro «natural del Aymanio» había dado muerte a cuatro españoles en la Villa de San Germán (lbid). Hernández Aquino en su Diccionario de voces indlgcnas de Puerto Rico (19n:62) opina que el vocablo Aymanio significa «centro de actividades de un cacique, situado en las inmediaciones de la boca de un río». Desconocemos su fuen· te para esta aseveración, mas en Puerto Rico sólo se usó para el cacicazgo de la cacica: Luisa y sus sucesores y para
de dos caciques caribes de las Antillas Menores que hacían uso de la isla de Vieques como base para sus ataques a Puerto Rico.2 El poeta-cronista Juan de Castellanos (1847) al escribir hacia fines del siglo XVI su "Elegía Sexta" dedicada a la muerte del conquistador Juan Ponce de León, hace uso de la información suministrada por Oviedo y recoge los nombres de seis caciques de Puerto Rico.J Nuestro primer cronista, Juan Ponce de León y Troche, nieto del conquistador al escribir en 1582, junto con el bachiller Antonio de Santa Clara la llamada "Memoria de Melgarejo" (CoIl y Toste, 1914, 1:79), sólo nos ofrece el nombre de la cacica Luisa 4 y al referirse a los caciques de la Isla afirma: "·En esta isla no hubo cacique que la señorease toda, mas de que en cada valle o río principal avía un cacique, los cuales tenían otros capitanes como tenientes de quienes servían, a los que llamaban en su lengua nitaynos..." Antonio de Herrera y Tordesillas en su Historia, escrita a fines del siglo XVI y publicada por primera vez en el año 1601 al referirse a los caciques de Puerto Rico hace uso de Oviedo y sólo señala a los que éste ya había mencionado. Herrera (1728), sin el de la región oeste, donde según Hernández Aquino (19n: 62) todavía prevalece el nombre en unas montañas de la poblnción de San Sebastián colindantes con Aguaditla. No hemos encontrado el usa del vocablo en La Española. 2. Los caciques Yahureybo y Cacimar (Lib. XVI: Cap. 2). 3. Castellanos (1847:66) siguiendo a Oviedo, mantiene el nombre del cacique Aymanio. Es él quien por primera vez menciona el nombre del capitán o cacique caribe que mató al mestizo español Francisco Mejía en el poblado de la cacica Luisa y lo llama «Chaquiras y Pomares». El nombre nos parece licencia poética de Castellanos. 4. Es muy importante observar que nuestro cronista nos dice que el nombre del río. que ya para esa época era Ila· mado Luisa se denominó así, -porque era de una cacica principal que buella cristiana. se llamó Luisa».
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embargo, altera la grafía de algunos de los nombres. Es Herrera responsable de llamar al cacique a quien Oviedo había llamado "del Aymanio", como Ayma.món, nombre con que en nuestra 'historia habrá de seguir conociéndose a este cacique.! Es también Herrera el responsable de cambiar el nombre del cacique Urayoán por Brayoan,6 el de Mabodomoca por Mabodamaca y el de Guarionex por Guaynoex (Dec. l. lib. 7). Los nombres de los dos caciques caribes también sufren cambio y ahora son "Jaurey. bo" y "Cazimes". Durante las últimas décadas del siglo XVIII, al escribir su Historia Geogrdfica, Civil y Natural de San Juan de Puerto Rico (1788), el benedictino Fray lñigo Abbad y Lasierra hace uso de las obras de Oviedo, Castellano y Herrera y menciona a los caciques Agueynaba, Broyoán,7 Guarinoex, Mabodamaca, Aymamón y doña Luisa. A la tercera edición de la obra de Abbad (1866), hace José Julián Acosta va· liosas anotaciones, en las que menciona por primera vez a los caciques Humacao, Daguao y Loquillo. Esta información la obtiene Acosta de la Biblioteca Histórica de Puerto Rico, que en el año 1854 había publicado Alejandro Tapia y Rivera. Hacia esos años se inicia en España la publicación de la obra 5. Los historiadores Perea (1942, 1: 139) niegan la existen· cia de este cacique Aymamón y creen que fue un error de Herrera y que se trata de Mabodomoca. Esto no nos parece posible pues Oviedo distingue entre Mabodomaca y el cacique Que él llama «del Aimanio». El nombre de este caci· que es escrito Mobodomoca. por Oviedo pero Herrera lo cambia a Mabodamaca (1728, Dec. 1, Lib. VIII, Capto 13), Abbad (1788) sigue a Herrera mientras que Brau mantiene la grafía original de Oviedo en La Calani<.ación de Puerto Rico (1961: 158, 159) pero en sus dos obras anteriores (1894: 151 y 1904: 39) escribe Mabodamaca. 6. Este error de Herrera, quizás tipográfico, fue respon· sable de que Eugenio Maria de Hostos en su novela de ju· ventud, La Peregrinación de Bayadn, hubiera. dado ese nomo bre al héroe de la misma. (Eugenio Maria de Hostos, 1863). 7. Abbad sigue a Herrera. pero altera ligeramente la gra. ffa del nombre de este cacique y escribe Broyoán por Urayoán.
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Colección de Documentos Inéditos de Indias. (Madrid, 1864), donde se publican por -primera vez numerosos documentos relacionados con la conquista y colonización de Puerto Rico. En sus "Estudios Etnológicos", publicados originalmente en la Revista Puertorriqueña y más tarde recogidos en su libro Los Indios Borinqueños (1889) Agustín Stahl menciona el nombre de diez caciques. Equivocadamente creyó que el nombre original de la cacica del ,Loiza era Loaiza. También alude a Urayoán y Broyoán como dos caciques diferentes. Es nuestro historiador Salvador Brau (1894) el primero en discutir ampliamente el tema de los caciques de Boriquen. El opina que éstos eran muy pocos y limita los mismos a los citados por Oviedo, criticando a Stahl por mencionar diez caciques. Brau (1894: 131) opinaba que nuestros indios eran semi nómadas y que equivocadamente, Stahl les atribuía "una especie de subdivisión señorial del te· mtorio que no corresponde con el estado social de aquel pueblo". El historiador creía que 5tahl (1889) había establecido "una subdivisión de distritos imaginarios", y así nos dice: "Stahl encuentra caciques por todas ¡partes: Ara· ziba en Arecibo; Mabodamaca en QuebradilIas; Guarionex en la Punta de San Francisco; Mayagoex en Mayagüez; Aymamón en Isabela; HUmacao en el centro de -la costa oriental; Daguao en Naguabo, y,Loaiza en el valle del Loiza; suponiendo, ¡por 10 menos otros 1antos innominados, en la parte meridional de la isla, y extremando la in· ducción hasta creer que los nombres de Utuado, Bayamón, Yabucoa, Maunabo, Gurabo, Cayey, Ca· muy y otros corresponden a otros tantos caciques de segundo orden, tributarios de Guarionex o Guaybana". (Brau, 1894: 133). Brau (1894: 134) se burla de los nombres que se han atribuido a muchos caciques ya que él cree que éstos son sólo toponímicos. Al referirse a esta situación dice el historiador:
.. Si a cada uno de los nombres estrafalarios que suenan en la geografía de Puerto Rico hubiéramos de aplicar igual sistema inductivo el número de los barones señoriales boriqueños llegaría a ser pasmoso, y ya podríamos prepararnos para conceder puesto en sus filas a los caciques Bucarabón, Oromico, Cayrabón Duey, Guacio, Caguabo y Tujao, y a las cacicas Susúa, Guajataca, Jayuya y Orocovis, nombres estos, como otros muchos, que designan rios, valles y lugares en el país". El historiador en su propósito ·de rebatir la nómina de caciques de Stahl, concluye diciendo que "de los pretendidos caciques a los que realmente existieron, fuerza es manifestar que, prescindiendo de Guaybana, cuya personalidad admiten todos los historiadores, sólo cita Oviedo a Urayoán... , Aymamón .... Guarionex... y Mabodomaca". Según Brau (1894: 151), "cuantos nombres se añadan a éstos, han de ser producto de ficción imaginativa o de meras y mal cimentadas hipótesis". Al asumir esta posición. olvidaba Brau que la corta relación de caciques de Oviedo no pretendía ser exaustiva ya que él sólo se refería a los caciques que más se habían destacado en los encuentros bélicos con los españoles, durante los primeros años de la conquista. Brau (1894: 139), equivocadamente, sigue al Padre Simón (1627) y opina que el vocablo "cacique" no es de origen indígena sino que proviene del árabe. También opina que los caciques Humacao, Daguao y Loquillo "eran caciques porque se habían constituido en jefes de partidas para hostigar a los españoles, no porque fueran señores feudales ni descendientes de reyes" (Brau, 1894: 135). En su obra La Colonización de Puerto Rico (1961: 160, 257, 276) Brau acepta la existencia de los caciques Caguas y Don Alonso y ya no parece objetar
a los cacicazgos de Daguao,.. Huroacao, Loquillo y Aracibo. El también creyó, equivocadamente, que el nombre cristiano de la cacica del Loíza era Eloisa y no Luisa, y elabora toda una teoría sobre el tema (1894: 84) que luego rectifica en La Colonización de Puerto Rico (1966:237). A comienzos de siglo, el arqueólogo norteamericano J. Walter Fewkes, en su obra Aborigenes of Porto Rico (1907), basándose en Oviedo y Herrera sólo menciona a los caciques citados por dichos autores. En su Prehistoria de Puerto Rico, Cayetano Coll y Toste (1907) nos ofrece el primer mapa de los yucayeques o poblados indígenas e identifica 19 caciques. En su nómina, además de los caciques ya nombrados por Oviedo y las otras fuentes anterior· mente citadas. menciona a los caciques Caguas. Mabó, Majagua, Guacabo, Guaraca, Guamaní, Canóbana y Aramaná. Co11 y Toste, taíniza el nombre cristiano de la cacica 'Luisa y la llama Yuisa. Al referirse a esta cacica afirma: "...una vez bautizada trastocaron aquel nombre (Yuisa) indio en este español (Luisa) que se le asemeja" (Coll y Toste, 1907:297). En un estudio, aún inédito, realizado por el autor (Alegría, 1947), "Cacicazgo among the Indians of the West Indies", incluimos una relación de los 20 caciques de Puerto Rico que se conocían en ese momento. El arqueólogo norteamericano Irving Rouse en su obra Porto Rican Preltistory (1952:370) sigue a Coll y Toste y en un mapa de Puerto Rico localiza 19 cacicazgos. Durante las últimas tres décadas (1950-1979) la Cacicazgos dI: PlIeno Rico, segúlI Coll y Toste (1917)
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investigación en los archivos españoles ha sido más intensa que nunca y sus resultados han enriquecido, notablemente nuestro conocimiento de la etno-historia de Puerto Rico en el momento de la conquista y colonización. Estos estudios fueron en gran parte estimulados y auspiciados por la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico (Recinto de Río Piedras) y por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, así como por la iniciativa de historiadores como Aurelio Tió. La facultad de Humanidades de la Universidad auspició las investigaciones realizadas en los archivos españoles por Monseñor Vicente Murga, José Alcina y Aurelio Tanodi. El Instituto. de Cultura Puertorriqueña, por su parte, auspició desde 1957 la catalogación sistemática de los documentos de los siglos XVI y XVII existentes en el Archivo de Indias en Sevilla. Esta catalogación iniciada bajo la dirección del autor fue realizada por el historiador español doctor Bibiano Torres.' Los historiadores españoles Manuel Ballesteros, Leoncio Cabrero y Juan M. Zapatero trabajaron en la cata.logación de los archivos históricos de Madrid, Segavia y Simancas. El resultado de las investigaciones realizadas durante las últimas décadas en tomo a la conquista y colonización de Puerto Rico se manifiesta en las obras de Monseñor Murga (1956, 1957, 1959, 1961 Y 1964), Manuel Ballesteros (1960), Juan M. Zapatero (1963), Aurelio Tanodi (1971), Eugenio Fernández Méndez (1970, 1970a). Aurelio rió (1956, 1961 Y 1966) e Isabel Gutiérrez del Arroyo (1974), así como en numerosos artículos .publicados en la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña (1958-1979), el BoletÍlt de la Academia Puertorriqueña de la Historia 9 (1969-1979), Y otras publicaciones. La rica información recogida en estas obras ha sido recopilada y evaluada por varios estudiosos que la han utilizado para ofrecer nuevas y más extensas relaciones de los caciques de Puerto Rico. Aurelio Tió haciendo uso de toda esta documentación y de la que él ha obtenido, en su obra Nuevas Fuentes para la Historia de Puerto Rico (1961:311) ofrece una lista de 47 caciQ..ues. IO Ei antropólogo EugeB. El cat?logo. de fichas producto de esta investigación ha estado dlSpontble desde 1968 en el Archivo General de P.uerto Rico, donde los profesores y estudiantes universitariOS pueden consultarlos y conocer asf la signatura de los documentos que les interesa estudiar. 9. Sólo nos referimos a los investigadores Que se han dedicado al siglo XVI. Otros destacados historiadores puertorriqueños y españoles también han realizado importantes investigaciones en los archivos europeos en torno a los siglos XVII-XIX. 10. Aparecen en la -Probanza sobre los servicios de Juan González» (A.G.I. Sevilla, Audiencia de México, Legajo 203), Tió, (1961:310) además de la nómina de 47 caciques cita los nombres de 18 -caciques o nitainos» que se mencionan en un documento sobre los indios de la granja del rey en el Toa (A.G.l. Sevilla (Patronato) Leg. 175, Ramo 18). Conocemos los nombres de los caciques asignados a dicha granja y no nos parece que los mismos correspondan a dichos ca· ciques.
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nio Fernández Méndez (1970:50) nos ofrece una nómina de 23 caciques. El historiador Adolfo de Hostos en su Diccionario Histórico Bibliográfico de Puerto Rico (1976:201), recopila toda la información publicada hasta ese momento, incluyendo la de Tió (1961) Y nos ofrece una extensa relación de 65 caciques. Entre éstos se repiten los nombres de algunos caci· ques, que aparecen escritos de distintas maneras. Hemández Aquino en su Diccion.ario de voces indígenas de Puerto Rico (197'7) recoge los nombres de unos 50 supuesto~ caciques. En muchos casos los nombres se repiten can distintas grafías. Estos han sido tomados de los cronistas así como de las obras de Murga, Tanodi, Tió y otros. Otros destacados estudiosos de nuestra historia al discutir la conquista de Puerto Rico mencionan algunos de los caciques más conocidos. Morales Carrión (1968:25) cita nueve; Loida Figueroa (1979:39) quince y Vivas Maldonado (1977) diecinueve. Los historiadores Gómez y Ballesteros (1975: 86) al referirse al tema de los nombres de los caciques siguen la posición adoptada por Brau en 1894 y dicen:
"Se trata como observa Brau, de nombres de lu· gares o de ríos, que aparecen en una u otra relación, cuando se dice por ejemplo "el cacique de" indicando el lugar, pero que no es necesaria· mente el nombre del cacique ni de su demarcación". El nombre de algunos caciques aparecen citados por Murga (1959:329·330) al publicar la "Relación de los indios que se trajeron en la armada de Juan Ponce de León contra los caribes y se vendieron en pública subasta en el año 1515". En esta relación se mencionan los nombres de algunos de los caciques de Boriquen (Puerto Rico) a quienes pertenecían estos indios traídos de la isla de Guadalupe. Entre los caciques mencionados aparecen: Monilla,1I Aramana, Humatao (Humacao) y Guayama. Con el documento original hemos podido constatar que la relación de Murga está incompleta. Otra relación, 11. Tanodi (1966: 12) cree que el nombre es Caonilla.
también sobre los indios traídos por la armada de Ponce de León (Murga, 1959: 332) menciona a los caciques Ayoyago y Humacao. Tanodi 12 (1966: 12) en un interesante articulo sobre "Onomástica indígena del Legajo Condaduría Núm. 1072", que publicamos en la Revista del Ins,tituto de Cultura Puertorriqueña, incluye otra de las listas de los indios traídos por la armada de Ponce de León de la isla de Guadalupe y que fueron he· rrados. Estos indios pertenecían a los catiques: Humacao, Casezan de Rincón, Abey, Canobana del Rincón, Caguas,13 Abey, Cayey,I4 Yabey,15 Bayrex de Otuao y Francisco Cazibona del Aymanio. En este artículo, el paleógrafo argentino aclara, por primera vez, que el cacique Francisco Cayguanex o Guaybanex es el mismo que a veces es denominado Caguas (Tanodi, 1966: 13). Todas las relaciones sobre los caciques de Puerto Rico que desde el siglo XVI se han venido ofreciendo adolecen de los problemas con que se confronta este tipo de estudio. El nombre de muchos de los caci· ques sólo ha sido consignado en documentos tales como cuentas de pagos de impuestos y de gastos, en los frecuentes pleitos entre los colonizadores, en juicios de residencia de oficiales reales y en otros documentos que por su naturaleza han sido poco estudiados, pues es ahora que comienzan a publicarse. Mas no estriba en sólo esto la dificultad. A parte del hecho de que la ortografía del siglo XVI no era uniforme, los vocablos indígenas, como los nombres de los caciques, se escribían entonces fonéticamente y como es de esperarse el mismo nombre era frecuentemente escrito de manera diferente. Este es el caso de Agueybana, Agueynaba y Guaybana, de Abey 'Y Yavey. Los caciques no eran siempre identificados con un mismo nombre, sino que a veces se hacía referencia a ellos con el nombre indígena y otros con el nombre cristiano o con el de su yucayeque o región. 16 12. Tanodi (1966: 12) opina que se trata del cacique Gon· zalo Ayoya o Aybya. o Gonzalo Abey. 13. En la probanza de Diego Muriel en 1534, el testigo Martín Fernández declaró que cuando el cacique Caguas murió «dejó muchos yndios que no sabe decir pontualmente cuantos serian e que sabe e vido que dejo por su heredera a la dicha doña Maria, su sobrina. mujer del dicho Diego Muriel.. (A.G.I. Audiencia de Santo Domingo, Legajo lO, fol. 8). La eacica doña Maria es a veces llamada doña Ma· rina. 14. En los documentos de la Contadurfa citados por Tanodi (1971) aparecen los nombres de algunos caciques no identificados como tales. En algunos casos como en el de Cayex (Cayey) aunque no se especifica que fuera cacique, la referencia que se hace a su mujer «Isabelica, mujer de Cayex., nos hace creer que se trata de un cacique. (Tanodi, 1971:96). Su mujer, Isabelica, aunque considerada como cacica por los españoles no aparece identificada como tal. 15. Abey y Yabey parecen ser el mismo cacique aunque con frecuencia el nombre se escribe de estas dos maneras. 16. En algunos documentos se alude a «los caciques del Rincón. al cacique Canovana se le llama «del Rincón•. Juan Cerón declara que él encomendó a la hacienda de sus al· tezas todos los caciques del Rincón (Luisa, Canóbana y Aramana) eltcepto el cacique Caguas. (Murga, 1957:484).
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La transcripción de los documentos del siglo XVI no es empresa fácil y la misma requiere muchos años de experiencia para poder interpretar adecuadamente la grafía de los amanuenses de la época. Ruede ocurrir que dos paleógrafos escriban el nombre de un cacique de forma distinta. El destacado estudioso Aurelio Tanodi (1971:XXV) quien no es un neófito en el campo de la paleografía y lleva muchos años dedicado a la transcripción de documentos españoles del siglo XVI y a la enseñanza de dicha ciencia, comenta sobre el particular: "En su aspecto morfológico y de legibilidad, los textos manuscritos oscilan entre los caligráficos legibles y los descuidados, muy cursivos; en los primeros, los escribientes, inclusive los ama· nuense, se han esforzado en trazar los rasgos de 'buenas proporciones claros, bién sentados, en diferenciar las letras, separar las palabras, sin demasiados rasgos adicionales; en otros casos, las manos eran más cursivas, hasta llegar a pleno descuido, confundiendo las grafías de letras, con formas similares o idéntIcas para variar letras, lo que dificulta considerablemente la lectura; pero, si se agregaban trazos convencionales que no tenían ningún valor fónico, y utilizaban numerosas abreviaturas. Si la tinta pasaba las fibras del pa· pel y se derramaba a la otra página de la misma hoja, la transcripción se complica considerablemente. Las dificultades paleográficas aumentan por la muchedumbre de nombres propios de los espa· ñoles e indígenas, y de objetos que actualmente no se utilizan, o cambiaron su grafía... " -La posibilidad de que dos paleógrafos con expe· riencia de muchos años puedan transcribir de manera distinta una misma palabra la explica así Tanodi: "Estas dificultades justifican la conveniencia de publicar textos documentales de todos los manuscritos en letra cortesana y procesal, para librar a los estudiosos de la lectura de los originales que. a pesar de mayor habilidad paleográfica, puede ocasionar erróneas interpretaciones" (Ibid), La dificultad de transcribir los nombres indígenas la manifiesta también Tió (1961:312) dando los siguientes ejemplos:
"Hay que tener en cuenta también que es practi· camente imposible descifrar a entera satisfacción la grafía de los documentos en los cuales se encuentran escritos dichos nombres. Por ejemplo. un paleógrafo interpretó los nombres de los caciques capturados por Juan González como "mabo el grande y ave y cay~ y guaryana y guagabva y tabnas y guanamQ y malodemota y canobana y buanamia". Otro paleógrafo las interpretó como: "mabo el g",ande y abe e cayey y guaryana y guayaboa y guayama y hagaviex y bagnanamáj y mabodomoca y canobana, y huamay".
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Tanodi (1966:7,8) discute las dificultades que presentaba la transmisión de elementos fonéticos de la lengua indígena con los caracteres del alfabeto lati· no-español limitado a unos veinte fonemas, "insuficientes para encajar adecuadamente los fonemas indígenas". Este destacado paleógrafo nos dice que esta situación" se refleja en una característica bastante común: que una palabra, un nombre indio. se escribía de dos. tres o más maneras, con las diferencias en algunas vocales. consonantes o sílabas", Otro factor que tiende a dificultar la identifica· ción de los caciques es el hecho de que el nombre de algunos caciques se repite y no sólo entre caci· ques y nitaínos, sino que el mismo nombre se usa a veces para designar a un naboria, como observamos en el caso de Comería, entre otros. Es también difícil determinar si todos aquellos a quienes los colonizadores españoles llamaron caci· ques tenían este rango o eran sólo miembros de la familia cacical. capitanes de caciques o nitaínos. En algunos casos hemos encontrado que uno de estos
capitanes que antes ha sido identificado como tal, luego es llamado cacique. Es posible que algunos capitanes o nitaínos de un cacique al ser encamen· dado junto a un número de indios y enviado junto a éstos a realizar un trabajo específico, fuera identificado como cacique en algunos documentos. Otro problema 10 confrontamos con el caso de las cacicas. No hay evidencia definitiva de que antes de la llegada de los conquistadores españoles hubie. se mujeres ejerciendo las funciones de cacique. Es posible que los españoles impusieran sus conceptos hereditarios a la sociedad indígena y llamaran cacicas a las mujeres principales de los régulos taínos y que a la muerte de un cacique exaltase a su viuda o mujer principal al oficio cacica!. Se imponían así las leyes de sucesión hereditaria que prevalecían en España. Nunca hemos podido hallar la mención del nombre del marido indígena de una cacica, aunque con frecuencia se cita el nombre de la mujer de los caciques o por lo menos el de la que los conquistadores consideraban como principal y le habían de· jada conservar como única cónyuge, pues sabemos que en la sociead indígena, originalmente, los caci· ques tenían varias ·esposas. Estas y otras dificultades son las que han confrontado y confrontan los estudiosos que se interesan ·por conocer los nombres de los caciques de Puerto Rico. Hoy queremos llamar la atención a un interesan· te documento, hasta ahora inédito y no estudiado, que enriquece notablemente nuestra información sobre los caciques de Puerto Rico en el momento de la colonización. El mismo pertenece al expediente del pleito habido entre el ex-contador Antonio Sedeño y el nuevo contador Miguel de Castellanos. El litigio gira alrededor de los indios que habían sido encomendados a Sedeño en su carácter de contador y que Castellanos le reclamaba. Tiene lugar en el año 1527 y su manuscrito se conserva en el Archivo de Indias, Sección de Justicia, legajo número 97. Debido a la naturaleza del pleitop en el mismo se hace frecuente alusión a los caciques e indios encomendados desde comienzos de la conquista a Sedeño,. un protegido de Ponce de León, y se mencionan los repartimientos de indios hechos por el conquistador, por Juan Cerón y por el licenciado Sancho Velázquez. Es interesante el hecho de que para 1527 todavía quedaban algunos de los naborias de los caciques encomendados durante los primeros años de la conquista. En el texto del documento se mencionan veinti· dós caciques. Es posible que el nombre de uno de éstos Hahuya (Yayuya), aparezca escrito de tres maneras distintas, lo que reduce la nómina de caci· ques mencionados a veinte. Siete de los veinte ca· 17. Obtuvimos este documento durante la investigaci6n realizada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en el Archivo de Indias (1957·1973). Debemos su transcripci6n al destacado historiador español Dr. Bibiano Torres.
ciques nunca antes habían sido mencionados. Entre éstos se destacan tres cacicas: Luisa 11, Juana del Aymanio e Ysabel Cayagua del Humacao, así como los caciques Mavilla, Don Luys, Redondo y Abautes. En el documento estudiado hemos obtenido además, datos muy interesantes sobre la parentela de algu,nos caciques y de su importancia por el número de indios bajo sus órdenes. Los caciques mencionados en el pleito entre Se· deño y Castellano son los siguientes: 11
Cacica Luisa del Aymanio 19 Las noticias que obtenemos sobre la legendaria cacica del Loíza quien hacía doce años había muerto cuando se inició el pleito confirman los datos histó· ricos que teníamos -sobre ella. Se informa que el repartidor de indios, el licenciado Sancho Veláz· quez, encomendó a esta cacica con todos sus nabo· rias e indios al contador Antonio Sedeño (fol. Iv.) Miguel de Castellanos nos hace saber que encomendaron a Sedeño "la cacica del Aymanyo con toda su gente que era mucha cantidad más de 160 yndios" (fo1. 24).
Cacique Francisco Cazabona del Aymanyo En el pleito entre Sedeño y Castellanos se clari· fica la situación del cacique Francisco Cazabona del Aymanyo. Este cacique sólo había sido mencionado antes por Tanodi (1971:44) donde se le llama cacique Francisco Cazabona, al indicar que el 9 de octubre de 1514 se le había pagado al bachiller Gaitán y al cirujano Bernardino de Flores por haber cura· do "a Juanico, hermano del cacique Francisco Cazabona, de una herida que tuvo en la cara que le dio otro indio". Tanodi (1971:90) también menciona que el 16 de septiembre de 1514 se le había dado alguna ropa a Francisco del Aymanio, porque pasó a Toa a hacer su asiento y porque llevaron los caribes toda su ropa. Estas dos citas con dos nombres distintos para un mismo cacique es un ejemplo de la dificultad que encuentra el investigador y ha sido responsable de la confusión que había sobre dicho cacique. Afortunadamente, el documento que recoge I~ .. La información que ofrecemos sobre estos caciques se hmlta a la que aparece en el documento citado. En el caso de los caciques ya conocidos, se puede obtener mucha más información en las obras hist6ricas antes mencionadas. 19. Aunque se dice que el licenciado Sancho Velázquez encomendó a .Ia cacica Luysa del Aymanyo en 100 persanas ... ~ sabemos que cuando se hizo este repartimiento ya la cacica habla muerto. La referencia por lo tanto debe ser a su heredero o como en el caso de Agueybana que también había muerto y se sigue mencionando, a sus respectivos cacicazgos que se continuan citando bajo el nombre del ca· cique que los gobernaba a la llegada de los conquistadores. En el documento hay otras referencias a .Ia cacica del Aymanio~.
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saber fue el sucesor de Luisa 1 y quien no se rm:n· ciona como que aún '. !vía para 1527 lo que nos hace sospechar que ya había muerto y el cacicazgo del Aymanio ahora estaba en poder de la cacica Lui. sa n (fol. 87). ¿Podría haber sido su viuda?
Cacique Agueybana El contador Miguel de Castellanos declaró que Sancho Ve1ázquez había dado a Sedeño "cuarenta naborias de casa en el cacique Agueybana" 2ll (fol. 1 v.). En otra parte del documento se dice que "se encomienda a 54 naborias de casa... del cacique Agueybana, el grande, e sus capitanes" (fol. 19). Esta alusión al cacique Agueybana como "el grande" confirma algunas fuentes históricas que indican que era el principal cacique de la Isla. Aunque ya Agueybana había muerto, algunos de sus naborias' aún se encontraban en 1527 en la hacienda de Sedeño. Entre éstos estaban Alvarico, Gasparico, su mujer Felipa Martinica y Juanica con una niña de pechos llamada Catalinica (fol. 87). Otros dos indios de Agueybana estaban casados con indias de la ca· cica Luisa.
Cacique Orocoviz
el pleito entre Sedeño y Castellanos clarifica toda esta situación y nos ofrece valiosa información sobre este cacique. Ahora sabemos que este cacique, según uno de los testigos en el pleito, "subcedió en lugar de la cacica Luysa que era muerta, la del Aymanio con la gente del Aymanio" (fol. 36v.). Esta es la primera noticia que tenemos de quien fue el cacique de Loiza después de la muerte, en 1513 de la cacica Luisa. El hecho de que no se le menciona entre los indios del Aymanio en el momrnto del pleito (1527) hace creer que ya éste había muerto y que habia sido sucedido por la cacica Luisa n.
Cacica Luisa II Por primera vez encontramos evidencia de que en la región del Aymanio (Loiza), después de la muerte de la Cacica Luisa en 1513 hubo otra cacica con el mismo nombre, quien vivía en dicha región en el año 1527. A esta cacica la hemos designado con el nombre de Luisa n. En el pleito entre Sedeño y Castellanos, esta cacica identifica a los indios que correspondían al cacicazgo de Luisa. El documento no establece cual era la relación de parentesco entre las dos cacicas. Creemos que Luisa n fue la sucesora del Cacique Francisco Cazabona del Aymanio que el documento antes aludido nos hace 32
Castellanos declara que Velázquez le había encomendado a Sedeño 50 indios en el cacique Orocobez, "de los que fueron de Cristóbal de Sotomayor" (fol. 1 v.). Esta información nos clarifica la situación de los indios de Agueybana que se encomendaron a Sedeño. Originalmente los caciques Agueybana y Orocoviz estaban encomendados a Cristóbal de Sotomayor, pero después de la muerte de éste y el levantamiento de los indios, sus indios fueron distribuidos entre otros colonizadores. Sedeño en su probanza (fol. 68) dice que el repartidor de los indios Sancho Velázquez "tomo por sy en el dicho repartimiento que hizo otros 150 yndios en el cacique Orocovis" (fol. 68). El testigo Buenaventura de Soto dice que vio que Velázquez "se syrvio de los yndios del dicho cacique Orocobiz, pero no sabe la cantidad mas de oyr decir publicamente que tenia muqho número de indios" (fol. 70 v.). Algunos tes· tigos declaran que hubo pleitos entre Ve1ázquez y Sedeño por los indios del cacique Orocoviz.
20. El cacique Agueybana habla sido encomendado a Cristóbal de Sotomayor, pero esta información demuestra que algunos de sus indios fueron encomendados a otros colonizadores después de su muerte. La referencia que se hace a este cacique que como Luisa 1 habla muerto cuando Velázquez hizo su r~partimiento nos demuestra que se se· guían usando los nombres de los caciques de los primeros años de la conquista al rc[crirse a las encomiendas.
Cacique Hulayoa (¿Jayuya?)
En el pleito Castellanos declara que el licenciado Velázquez encomendó a Sedeño "otras 50 perso~as en el cacique Hulayoa para un oficial suyo" (fol. 1 v.). No hemos encontrado otra referencia a este cacique y pensamos que la grafía del nombre puede estar incorrecta y tratarse del cacique Jayuya.21
repartimiento ciertos yndios que no se acuerda quantos para un su oficial del dicho contador" (fol. 40). Esta alusión al "oficial del dicho contador" nos hace pensar que se refiere a Francisco de Cueto y que este es otro caso donde la grafía hace creer que es otro cacique cuando probablemente es el mismo Jayuya, cuyo nombre como hemos podido ver se ha escrito en el mismo documento de tres maneras diferentes.
Cacique Hahuya (¿Jayuya?) Cacique Uruyoa
La única referencia a este cacique ya conocido es en el sentido de que Francisco de Cueto se .. servio de los dichos yndios del cacique Hahuya" (fol. 34). El 'hecho de que en el documento se dice que Cueto era oficial de Sedeño nos hace creer que Hahuya y Hulayoa podrían ser la misma persona.
Cacique Haynyoa (¿Jayuya?)
La referencia a este cacique la hace el testigo Diego de Cuellar quie~ dice que "fue publico e que en el cacique Haynyoa que este testigo ayo decir a personas de que no se acuerda que había dado en 21. Tanodi (1971: 96, 113, 114, 117, 119) se refiere a vario~ indios con nombres cristianos que tenían el apellido Hayuya.
El testigo Martín Fernández informa "que sabe e ayo que le dieron al dicho Antonio Sedeño en el cacique Uroyoa quarenta personas los cuales vida tener e poseer e servyrse dellos a Francisco de Cueto su oficial del dicho Antonio Sedeño e que despu ~s oyó dezir e fue publico que el dicho Antonio Sedeño se disystyo destos yndios del cacique Uruyoa governantes en estas partes los reverendos geronimos los quales encomendaron a Pero López de Angula e este testigo a visto que los posee el dicho Pero López de Angula" (fol. 39). Al referirse al repartimiento hecho por el licenciado Velázquez en 1515 se menciona al cacique Uruyoa, encomendado con 40 de sus indios en An· tonio de Mesa, oficial de Antonio Sedeño (fol. 51). Este cacique no había sido mencionado antes. ¿Podría ser la encomienda del viejo cacique Urayoán?
Cacica doña Juana del Aymanio
II. 1
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La única referencia que encontramos a esta llamada cacica, nunca antes mencionada, es la alusión que a ella hace el testigo cuando nos dice que Sedeño se quejaba de que le habían encomendado pocos indios ..e que porque el dicho Andrés de Haro dexase los cincuenta que en el dicho Humacao le dieron dexo al dicl::> contador otros 50 indios que tenía ep la cacica doña Juana del Aymanio que avía avicio de Diego de Lizaur" (fol. 37). No sabemos cual era la relación de esta cacica con los otros caciques del Aymanio. ¿Podría ser una equivocación en el nombre de ,la cacica 'Y tratarse de la propia Luisa? El hecho sin embargo de que se nos dice que antes había estado encomendada a Diego de Lazaur nos obliga a descartar esta posibilidad. La cacica no vuelve a ser mencionada en el pleito. Debió haber sido la viuda de un cacique del Ayrnanio.
Cacique Humacao
El testigo Diego de Cuellar nos dice que Sedeño "tenía ciertos yndios en el cacique Humacao, pero que no sabe que tantos heran" (fol. 40 v.). Otro tes33
tigo declara que Sedeño "se servía de la cacica Luisa e de los yndios del Humacao, pero que no se sabe porque manera los tenía" (fol. 41). En 1527 había indios de este cacique en la hacienda de Sedeño en Loiza (fol. 88).
mismo cacicazgo de Humacao. Es posible que la cacica Ysabel Cayagua fuese la viuda o heredera del ' cacique HUmacao.
Cacique Mavilla Cacica Ysabel Cayagua del Humacao 22 Esta cacica que nunca antes había sido mencionada, se encomendó a Sedeño con 50 indios e naborías (fol. 26 v.). Un testigo se refiere a "la cacica del Humacao" que se encomendó con 50 indios a Sedeño "después de ayer sydo fecho el repartimiento" (fol. 37). En el 1527 esta cacica estaba aún en la hacienda de Sedeño en el Aymanio con algunos de sus indios (fol. 88). Juanico y otros doce indios que había en la hacienda declararon que eran de la cacica Ysabel Cayagua del Humacao (fol. 88). Es interesante observar que en el pleito se informa que una vez que estos indios declararon esto "fue preguntado la dioha cacica Luysa (Luisa na) e Diego yndio su naboria aquellós yndios que se han nomo brado del cacique Humacao sy son todos del dicho cacique dixeron eran naborías del dicho cacique e que no había entre ellos ninguna naboria suya". Esta alusión a los indios que han declarado ser de la cacica Ysabel Cayagua del Humacao como del cacique Humacao nos hace creer que se trata del 22. La cacica Isabel Cayagua del Humacao estaba iden· tificada con los indios encomendados a la ·hacienda del rey en el Toa. Otra posibilidad es que se trate de la «cacica señora doña Isabel» que aparece mencionada entre los in. dios de dicha hacienda en 1517 (Tanodi, 1971:98). El apellido Cayagua aparece varias veces entre los indios del cacique Caguas (lsabelica e Isabel en Tanodi, Ibid: 99 y 125). Indios con el apellido Humacao también aparecen en la hacienda del rey en el Toa. Estos pertenecían al cacique Aramaná. La propia mujer del cacique Aramaná era llarnr.da Isabel en 15.19 (Tanodi, Ibid: 124), por ser mujer de un cacique también se le podía haber llamado doña Isabel o la eaeica Isabel.
El nombre de este cacique nunca antes había sido mencionado. ¿Podría ser una equivocación en la grafía del nombre y tratarse del caciqe Caonilla? No lo sabemos. En el documento estudiado el testigo Pedro de Madrid declaró que u antes que fuese contador el dicho Antonio Sedeño le dieron yndios de repartimiento... en el cacique Mavilla que este testigo cree que tenía el dicho cacique cientos yndios" (fol. 53). Diego de Cuellar informa que se le dio a Sedeño "un cacique que se decía Mavilla" (fol. 58).
Cacique don Luis El testigo de Pedro Mata declara que Sedeño tenía "muchos yn~lios e naborías en el cacique don Luys donde este testigo asy mísmo tenía yndios •como vezino e poblador" 2J (fol. 56). El propio Sedeño en su probanza hace la siguiente pregunta (fol. 67 v.): "Si saben que al dicho Antonio Sedeño encomendaron en compañía de Juan de Levi vezino del dicho pueblo el cacique don Luys con todos sus yndios naborías para que syrviese dellos... con el cual dicho cacique que hizo ciertas labranzas en comarca de su casa el qual dicho cacique tenía mas de 600 personas de servicio" (fol. 67 v.). En el documento también se dice que Sedeño "se syrvio del dicho cacique don Luys
23. Esta alusión confirma lo que hemos visto en otras ocasiones, que indios de un mismo cacique eran a veces encomendados a diferentes colonizadores.
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cinos e porque el dicho Antonio Sedeño era secretario del dicho Juan 'Ponce de León" (fol. 57). El propio Sedeño en su probanza dice que Ponce de León "dio al dichO' Antonio Sedeño 150 naborias de casa que vacaron por fallecimiento del dicho don Cristóbal de Sotomayor e le dio el cacique Comería que tenía 100 personas en aquel tiempo" (fol. 67). El testigo Pedro de Mata afirma que vio que Juan Ponce de León "le dio al dicho Sedeño el dicho cacique Comerío porque este testigo en nombre dicho contador lo tenía haciendo ciertas haciendas de conucos e que le parecia a este testigo que tenía hasta 100 personas o cerca dello el dicho cacique" (fol. 72). Otros testigos confirman estos hechos.
Caciq~e Abey (Yabey) Sedeño en su probanza afirma que en el repartimiento de indios hecho por Velázquez "dio y encomendó a Fernando Mogollón, regidor de esta ciudad, cien yndios en el cacique Abey" (fol. 68). Otros testigos confirman este heoho. Varios de los indios que ·había en 1527 en la hacienda de Sedeño dijeron pertenecer al cacique Abey y Yabey (fol. 88 v.). Esta última grafía para el nombre de este cacique es frecuente y a veces se ha creído que se trata de dos caciques distintos. Codo'Utico
fasta tanto que mataron los yndios al dicho don Cristóbal de Sotomayor" {fol. 67 v.l. Este cacique que no había sido mencionado antes debió haber sido uno de los caciques más poderosos por el número de indios que tenía (600) y probablemente era de la región sur. Es posible que el nombre cristiano de don Luis esconda el nombre de uno de los caciques de la conquista que conoce. mas por su nombre indígena.
Cacique Comerlo
Un testigo durante el pleito declara que oyó decir a muchas personas que Cristóbal de Sotomayor cuando vino a poblar "trajo ciertas cédulas del rey en blanco para dar a las personas que le pareciese que dio al dicho Antonio Sedeño... vio que le fueron dado un cacique Comería 24 que tenía el dicho cacique mas de ciento personas" (fol. 54). El testigo Juan de Castellanos afirma que Juan Ponce de León dio a Antonio Sedeño en esta cibdad al cacique Comería" e que tenía muy buenos yndios e naborias de casa en cantidad e que se le dieron como a ve-
24. En un documento citado por Tanodi (1971:125) al mencionarse a la caciea doña María,sobrina y heredera del cacique Caguas se dicc: duan Comerío. su hermano•.
Cacique Guayaney (Guayane)
Antonio Sedeño informa que Velázquez "le dio a Juan Ponce de León el cacique del Guayane y sus indios e naborias excepto yndios que dio a Juan Bono e que había en ellos más de 250 personas de servicio" (fol. 68). El testigo Buenaventura de Soto afirma que vio que Ponce de León se servía e sirvió "de los dichos yndios del dicho Guayaney pero no sabe la cantidad mas de que sabe que hera uno de los caciques del termino desta cibdad que mas número de gente tenía" (fol. 70 v.). El testigo Nicolás Fajardo afirma que se "dio e .mcomendó a Juan Bono una capitán de dicho cacique que se decía Guamaraca el del Caguabo" (fol. 75). Diego de CueIlar confirma esta declaración al informar que a Juan Ponce de León le encomendaron el cacique del Guayaney con sus capitanes excepto un capitán que encomendaron a Juan Bono e no sabe que gente podría tener el cacique (fol. 79).25
25. Esta información nos confirma que algunos capita. nes o nilainos de caciques eran asignados junto a sus .indios. separados del cacique. En algunos casos estos capitanes son llamados caciqucs.
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Cacique Redondo Esta es la primera vez que encontramos una alusión a este cacique con un nombre español. Sedeño en su probanza afirma que Sancho Velázquez lo "encomendó en el dicho repartimiento a García Troche un cacique Redondo que fue de Sancho de Arango que tenía· otras 150 personas" (fol. 68 v.). No encontramos otra mención a este cacique. ¿Podría ser un error de la transcripción?
Cacique Aymaco El contador Sedeño en su probanza declara que el licenciado Velázquez encomendó a Diego de VilIalobos, regidor de San Germán "ciertos yndios en el cacique Aymaco que fueron de Juan Gil en cierto número que podría aver en ellos 150 personas" (fol. 68). _ El testigo Juan de León afirma que a Cristóbal de Mendoza le fue dado "un repartimiento en el cacique Aymaco e que asymismo le dieron otros ciertos indios en un capitán de Guabucoa e que no se acuerda del número" (tol. 77). Este cacique tenía un capitán llamado Abautes. En la hacienda de Sedeño en 1527 un indio llamado Dieguito afirmó que 36
era del cacique Abautes 26 que era del veedor Diego Darzo (De Arce) (tal. 89). El testigo Martín Hernández testifica que Velázquez encomendó a Villalobos el dicho capitán de Aymaco que se decía Abautes que habJa sido de Juan Gil "e que el tiempo que Juan Gil lo tenía, tenía sobre ISO personas" (fol. 74). Este testigo afirma que Velázquez "enea· mendó al dicho Mendoza cierto número de yndios en el cacique Ayamaco (¿Aymaco?) e otro capitán de Agueybana que no sabe la cantidad que tenía pero que cree a lo que se acuerda que pasaria de 100 personas". Creemos que este Ayanaco era el mismo Aymaco.Z7
26. Aqul vemos cómo se usan los términos capitán y caciques para significar lo mismo. 27. Otras fuentes históricas nos indican Que Aymaco era el nombre de'una región en el oeste de la isla (Oviedo, 1851, l. Lib. XVI). Al momento de la conquista Aymaco era el territorio o yucayeque del cacique Aymamón. Cabe la posibilidad de que Aymaco no sea el nombre de un cacique, sino el del cacicazgo sobre el cual regla. Abautes podría haber sido el nombre del cacique de Aymaco. Ver cacique Abaules y Nota 21.
Cacique Guabucoa (Guabuca)
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El testigo Buenaventura Soto dice que Velázquez dio a Mogollón "otros ciertos yndios en un capitán que no se acuerda su nombre pero no sabe la cantidad que podría ser e que cree a lo que recuerda que fue en el cacique Guabuca" (fol. 70). Juan de León testifica que a Cristóbal de Mendoza le fue dado un repartimiento en el cacique Aymaco "e que asymismo le dieron ciertos yndios en un capitán de Guabucoa e que no se acuerda el número" (fol. 76 v.). Al igual que en otros casos, por equivocación de los testigos o del amanuense que copiaba sus declaraciones, en este caso como antes en el caso de Agueybana se alude en una sola ocasión a Guabucoa como "una cacica" (fol. 73 v.). El hecho de que en todas las otras ocasiones que se menciona a Gua· buca o Guabucoa se le llama cacique corrobora que se .trata de un cacique. En 1527 varios indios del cacique Guabucoa se encontraban en la hacienda de Sedeño en el Aymanio. Entre éstos se encontraba su mujer doña Juana.
Cacique Sebastián Mahagua (Majagua)
La única alusión a este cacique ya conocido es la que hace un indio llamado Bartolomé, quien afirmó "hera de los indios que tenía el veedor Diego Darza (De Arce) e está en el poder del dicho contador Sedeño del cacique Sebastián Mahagua". Otros in· dios también afirmaron eran del cacique Mahagua (fol. 88 v.).
Cacique Abautes (¿Aymaco?)
En el pleito se menciona a este cacique y se dice que había sido encomendado a Diego de Villalobos con 120 personas (fol. 71). También se le mencionan como "Capitán de Aymaco que se decía Abautes que había sido de Juan Gil, tenía sobre 150 personas" (fol. 77).~ El testigo Juan Gil dice que Velázquez encomendó a Diego de Villalobos un ca· pitán Abautes de Aymaco en número de cien personas (fol. 77). Se menciona a un indio llamado Dieguito "del cacique Abautes" (fol. 88 v.). El nombre Abautes, si es que la grafía es co· rrecta, nos recuerda que Murga (1961:423) cita una cédula de Cardenal Cisneros a los padres Jerónimos 28. Tanodi (1971: 93 y otras) menciona indios con este «apellido-. 29. Ver nota 19. Abautes podrla haber sido el nombre del capitán o del cacique de la región de Aymaco, si es que Aymaco no es nombre de cacique sino de un cacicazgo de la región oeste de la isla. Aymaco y Abautes podrlan ser la misma persona.
(1516) donde se dice que Gaspar Troche en nombre de García, su hermano, informa que en "este postrer repartimiento de indios se le encomendó un cacique que se dice Maboavabte con 80 indios y naborias". El nombre pudo haber sido Mabo Abaute.
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Capitán Guamaraca el de Caguabo
El documento también nos descubre la existencia de un "Capitán" hasta ahora desconocido, "Gua· maraca JO el de Caguabo" (fol. 75 v.). Se especifica que era un "capitán del cacique del Guayaney" que según el testigo Nicolás Fajardo, fue encomendado a Juan Bono. A continuación ofrecemos una extensa nómina de los caciques y cacicas mencionados en las fuentes históricas antes aludidas. Es posible, como ya hemos indicado, que algunos caciques cuyos nombres han sido escritos con distintas grafías, aparezcan mencionados más de una vez. En otros casos es posible que un mismo cacique sea citado con su nombre personal y otra con el de su yucayeque o región. Algunos que sólo fueron capitanes o nitaynos es probable que hayan sido citados como caciques. A esta lista hemos sumado los nombres de los caciques mencionados en el documento inédito que re· coge el pleito entre Sedeño 31 y Castellano. Estamos seguros de que el estudio de otros dcr cumentos históricos, hasta ahora inéditos y nuevas interpretaciones etno-históricas, lingüísticas y pa· leográficas habrán de depurar esta extensa nómina que ahora ofrecemos, tal y como la hemos tomado de los cronistas, historiadores y fuentes documen. tales. San Juan de Puerto Rico Diciembre de 1979
30. Tanodi (1971: 97, 98, 113, 114 Y 120) menciona a los indios Francisco, Pedro y Toribio Guamaraca. 31. Al informarse sobre los indios que habla en la ha· cienda de Sedeño en Ayrnanio se menciona a Juanyco caci· que (fol. 62 v.) no se puéde determinar si éste era cacique o sólo el apellido.
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CACIQUES
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La Guerra del Caribe. Instituto de Cul· tura PuertoNiqueña. San Juan.
Documentos Históricos: Archivo Genera'l de Indias, Sevilla. "Pleito entre Miguel de Castellanos y Antonio Sedeño", J·usticia, Legajo 971. "Infonnación hecha a petición de Diego Muriel", A.G.I. Audiencia de Santo Domingo, Legajo 10. "Infonnación sobre la hacienda del rey en el Toa", Patronato, Legajo 175, Ramo 18. "Probanza sobre Gas servicios de Juan González". Audiencia de México, Legajo 203.
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Enrique Zorrilla de San Martín Por
MANUEL JOGLAR
CACH o
¡Qué bien recuerdo ahora a don Enrique! Amparador y bueno, como un árbol de estremecidas ramas, de ancha copa que se llenó de flores y de pájaros. Yo le escuchaba absorto, iluminado por su 1'adioso estro. Su voz clara -voz de ruiseñor ya docto en trinosme enseñó a caminar entre palabras. ¡Qué buen señor fue siempre don Enrique! ¡Cómo amaba a su tierra y a su raza que le dieron el júbilo glorioso de ser hombre total en cuerpo y alma! Por él recuerdo al Cid. Del Cid decían: buen señor haria el caballero...1" Yo digo: don Enrique un señor era, un señor de los nuestros.
~ ¡Qué
Qué buen señor fue siempre don Enrique.
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La Gallera* Por
MANUEL A_ ALONSO
P sin espectáculos públicos de toda clase, y si fue-
UEDE PASAR UN PUEBLO DE LA ISLA DE PUERYQ-RlCO
ra preciso sin alcalde, regidor ni nadie que gopernase en él; pero jamás pasaria sin un ranchon grande, cubierto de teja yagua ó paja, en cuyo centro hay un círculo de ocho á diez pasos de diámetro formado de tablas, con una gradería al rededor, hecha de lo mismo: cuando se trata de fundar una nueva pobladon no es estraño ver que aparece este edificio mucho antes que la Iglesia, y en no pocos parajes en que el número de casas de campo es crecido, estando á alguna distancia de los pueblos, se ve tambien que le "hay, si bien falta una ermita ó capilla. Esta entidad que preside en todas partes, esta avanzada de la creacion de nuevas sociedades en sitios hasta entonces inhabitados, este lugar al parecer de un culto idólatra, es la Gallera. Examinarémos en esta escena su objeto é influencia moral, y de aquí la necesidad de hablar primero de los gallos, los galleros y los jugadores, como actores principales, y despues de las peleas, desafíos, etc. El gallo, animal célebre desde la mas remota antigüedad, ídolo de algunas religiones, y de cuyo canto se valió nuestro Redentor para recordar á uno de sus discípulos su pecado, en ninguna parte es tan querido como en las Antillas; hay una clase sobre todo, llamada gallo inglés, que es el compañero inseparable del gibara. Antes de salir del cascaron, ya se ha cuidado de legitimar su orígen, poniendo á la madre en la imposibilidad de ser infiel; un platanal, un bosque Ú otro sitio apartado, es el teatro de los dichosos amores del sultan, que despues de haber muerto en el combate á su terrible adversario, viene cubierto de honrosas cicatrices á reinar en medio de sus favoritas. De allí es trasladada la clueca, y su nido se coloca en la casa en el sitio mas á propósito, cúida.. Del libro EL G/BARO, Barcelona, 1849.
Manuel A. Alonso
sela con mucho esmero, y el dia en que sale rodeada de sus polluelos es un dia de gozo para la familia. Empiezan entonces las discusiones sobre el secso, color y demás cualidades; los amigos y conocidos averiguan los grados de parentesco que tienen los recien nacidos con los gallos de mas nombre de todos los pueblos cercanos, recorriendo las líneas colaterales, con mas afan, que un hidalgo pobre que desea acercarse á un titulo de Castilla.
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Hechas de este modo las debidas averiguaciones, conserva el dueño en su mente la ejecutoria, y los pollos van creciendo hasta dejar la madre; entonces es el momento de separarlos dejando las hembras en casa y poniendo los machos en otro sitio, lo cual no es de tan poca importancia como pudiera parecer; los gíbaros saben muy bien que un terreno en que los animalitos puedan escarbar, fortalece mucho sus patas y su pico; así como el criarse en el bosque les hace más vigorosos en el vuelo; circunstancias no despreciables, puesto que de ellas depende mas adelante la probabilidad de la victoria. Es tambien de notar el cuidado que tiene todo criador inteligente en impedir que se mezcle con los pollos, cuando son ya crecidos, alguna gallina; porque reñirian hasta matarse; y si por una casualidad no sucediera así, perderian mucha pujanza, siendo mas débiles en el combate; cada dia les muda la comida y el agua, cuando no la hay en el criadero, y se asegura muy á menudo del estado de la salud de los futuros gladiadores. Estos cuidados duran año y medio 6 dos, hasta que entran en la escuela práctica, bajo la direccion del gallero; este es un hombre blanco, negro, 6 mulato, gordo ó flaco, a110 ó pequeño, por 10 regular de alguna edad, que es capaz, por su mucho conocimiento en la materia y por su acrisolada paciencia, de instruir á un gallo, sacando todo el partido posible de las disposiciones que presenta, desconocidas á los profanos en el arte; mas que para él son el objeto de un estudio continuo. Debe 'además ser vir probus en toda la estension de la palabra, pues á su rectitud se fian gréfndes sumas, como verémos despues. Hacerse cargo de la completa filiacion de su pupilo es la primera diligencia del gallero, que en dos minutos sabe si aquel es rubio, giro, pinto, ceniz.o, canaguey, gallina, ala de mosca, jabao, blanco, Ó negro, si es pava, rosan ó guineo; si es pati-negro, pati-amarillo ó pati-blanco, si es cinqueño, bajo ó alto de espuelas, si tiene la canilla larga ó corta, si es largo ó anc1lO de cuerpo, si aletea con fuerza, si tiene la pluma madura, etc. no olvidándose nunca de oirlo cantar, para conocerlo despues por la madrugada; y es tal la habilidad de aquellos hombres, que entre centenares de gallos que cuidan y acondicionan, conocen á cada uno por el canto, sin que se engañen jamás. Desde este dia, hasta aquel en que está en disposidon de jugarse, pasa el gallo por una serie de pruebas y ejercicios continuos, sujeto siempre á un régimen severo, tooo lo cual reunido forma lo que se llama darle condicion; Ó, lo que es 10 mismo, ponerle en disposicion de reñir con las mayores ventajas posibles de su parte. Córtale el gallero la cresta y las barbas, le pela con unas tijeras el pescuezo y la parte posterior del cuerpo, le recorta la cola á unos cuatro traveses de dedo de la rabadilla, y lo mismo hace con la punta de las plumas del ala; le
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pone una cabulla por sobre la espuela para que no pueda soltarse, ni le oprima la pata, teniendo cuidado de mudarla de una á otra, y le coloca en el lugar que debe ocupar en una casa grande, alquilada espresamente, y que toda está llena de gallos atados, de modo que no puedan alcanzarse, á un clavo fijo en las tablas del piso, ó encerrados en jaulas grandes de madera, con su división para cada uno. Al salir el sol los sacan al corral 6 frente de la casa, atando á cada uno en su E;staca clavada en tierra, para que puedan escarbar; antes de esto los rosian con buches de agua y aguardiente, y los tienen allí hasta las diez ó las once de la mañana. Por la tarde vuelven á sacarlos, y al ponerse el sol les dan el maíz y el agua graduados segun su peso, y el resultado de la última prueba. , Estas pruebas son las botas y los coleas; las primeras consisten en echar á reñir dos gallos de igual peso, Con las espuelas embotadas, ó envueltas en trapo ó papel de estraza. de suerte que no puedan dañarse: el gallero observa atentamente á cada uno, si pelea alto ó bajo, si pica d la cabeza, al pescuezo al buelle, á la cabeza del ala ó debajo dd ella, si es de carrera, si juega la cabez.a, si pelea de afuera ó apechuga, si engrilla ó voltea, etc.; y segun lo que nota, coge á uno de ellos en la mano y le maneja delante del otro con tal habilidad, que, siguiendo este sus movimientos, se acostumbra á pelear, corrigiendo sus defectos. Esto es lo que se llama coleo. Si el gallo se cansa en estos ensayos por esceso de gordura, se le rebaja la racion diaria, y si está débil, se le aumenta; habiendo tal variedad, que unos pelean mejor estando gordos, y otros estando flacos; de lo cual resulta su division en gallos á la vista, y gallos de saco. El gallo que pelea bien teniendo muchas carnes, bajo de patas, ancho de cuerpo, y que puesto de pie no eleva mucho la cabeza, debe jugarse á la vista; esto es, comparándole al descubierto con su adversario: cuando el que pelea bien con pocas carnes es alto de patas, largo de cuerpo y tiene la cabeza alta, debe jugarse al saco; esto es, equilibrándole en una balanza con su competidor dentro de -dos sacos que pesen lo mismo. Cuando el gallo está acondicionado, lo cual se conoce por las botas y coleas y por el hermoso color rojo de su cuello y de la parte posterior del cuerpo, se lleva á la gallera para jugarlo con mas ó menos dinero. segun las cualidades que ha manifestado: y aquí es muy interesante el papel del gallero, que, durante la riña, se llama coleador; casa la pelea conforme á las reglas establecidas, salvas alguna ligeras modificaciones, como el enseñar la cabeza del gallo, para conocer por la cicatriz de la cresta si los dos son de una edad, el medir las espuelas, el dar en el peso alguna media onza de ventaja, etc.; y hecho esto,
Los agusan los rusian y si ey dia es abansao Les dan tres ó cuatro granos
De maís medio mascaD. Recortan ademas las alas, segun la estatura del contrario y el pelear de su gallo, entrando ufanos en la valla ó talanquera: retirase la gente que hay en ella, y puestos en el centro los acercan, teniéndolos en las manos hasta que se pican, y separándolos despues los sueltan; dejando á cada uno sobre una de las 'dos rayas paralelas hechas en tierra con algunos palmos de intermedio. Empieza entonces la riña, durante la cual los coleadores estan fuera de la talanquera, ó ñangotaos junto á ella. No hay palabras para pintar .la fiereza de aquellos animales: al principio no llegan á picarse, sino que se hieren al vuelo: á estos primeros golpes es á los que llaman tiros bolaos; pero no tardan en comenzar, y cada picotazo va segido de una pw1alada, que el contrario evita con destreza, ó recibe con heroico valor; sus cuerpos se cubren de sangre y polvo, pierden la vista, y apenas pueden tenerse; llegando muchas veces á quedar despues de algunas horas rendidos de fatiga, sin que ninguno de los dos haya vencido: á esto se llama entablar la pelea: otras huye uno, muere ó queda fuera de combate, siendo el otro vencedor. Hay gallos que tienen golpes favoritos; tales como picar á la cabeza del ala, clavando la espuela debajo de ella, dar en el yunque, que así llaman á la nuca, etc. La carrera es tambien un grandísimo recurso: los hay que corren al rededor de la valla delante del contrario, que si no tiene tambien esta cualidad se cansa persiguiéndolos, y entonces es vencido fácilmente; llegando algunos á tanto, que, si conocen desventaja por su parte, se detienen sin correr, hasta que el otro vuelve á seguir riñendo. El ojo de lince del coleador sigue todos .los movi· mientas de su gallo, mientras que los espectadores de las gradas publican en alta voz la cantidad que quieren apostar á su favor, y le animan con las esclamaciones mas originales:
Pica gayo, engriya jiro, Mueide al ala renegaD, Juy que pLllialol1 de baca, etc. que se repiten á cada nuevo encuentro. Cuando los combatientes dejan por un momento de lidiar se da un careo, los cogen los coleadores, los limpian chupando la sangre de todo el pescuezo,
examinan sus miembros; y con estos cuidados les vuelven á veces la vista y los reaniman para volver á la reyerta. Un número determinado de careos sin que ninguno de los combatientes embista al otro entabla la pelea. Con lo dicho se tendrá una idea del objeto de la gallera; pero no seria muy completa, sin añadir algo que venga á confirmar lo establecido al comenzar este articulo: bastará decir, que muy raro es el gibara que no cria gallos de buena casta, que muchos pasan todo el domingo en la gallera, y que algunos vuelven á su casa por la noche, sin llevar la carne que habian ido á comprar al pueblo para toda la semana siguiente, porque les tentó algun pati-amari110 ó coli-blanco; mas ¿á qué detenernos en otras cosas, cuando una simple relación de un desafío basta y sobra á nuestro propósito? Los desafíos, que no son mas que la reunion en un pueblo de los gallos mas famosos de muchos de los circunvecinos, se anuncian con grande anticipacion, y se verifican en dias señalalos. Algunos antes empiezan á llegar los campeones, conducidos con grandísimo cuidado: un hombre lleva una vara al hombro, y de ella penden cuatro, seis ú ocho gallos, en su saco cada uno; así son trasladados hasta á ocho y diez leguas de ·distancia. Llega por fin el dia deseado; toda la poblacion se inunda de gente, una gran parte de la cual no tiene otro objeto que ver jugar un gallo conocido, y para esto ha hecho á pie much,as ~oras de camino. En la pelea se sigue las mismas reglas que en los casos ordinarios, con la única diferencia que se atraviesan mayores cantidades, y que el concurso es mucho mas numeroso. Hemos llegado al punto en que el lector aguarda que le diga mi modo de pensar acerca de la gallera: yo reconozco la oportunidad de su deseo; pero no puedo complacerle cual quisiera, porque es cuestion mas difícil de resolver de lo que al pronto parece. En efecto; ¿qué puede contestarse á la pregunta de si el juego de gallos es útil ó no? Dirémos, que como causa de la comunicacion de unos pueblos con otros, como medio de que circule el dinerQ, y como mero pasatiempo en los dias festivos, no hay duda que lo es; mas como ocupacion, como camino que puede conducir á otros vicios, y como ocasion de perder el dinero destinado al sustento de una familia, es altamente perjudicial. El tiempo resolverá el problema, y yo me atrevo á esperar que cuando haya otras diversiones públicas y á medida que adelanternos, se irá perdiendo esta costumbre hasta desaparecer completamente.
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Política, guerras y matrimonios de los Caribes en la «Histoire N aturelle et Morale des Iles de l'Amerique» de César de Rochefort Por
A.
CONTINUACIÓN PRESENTAMOS LA TRADUCCIÓN AL ES-
apañol de los capítulos XIX, XX, XXI Y XXII, tomo 11 de la Histoire Naturelle el Morale des /les de l'Amerique de César de Rochefort, aparecida en Rotterdam en 1658. Los títulos de dichos capítulos son: De lo que se puede llamar vida política entre los Caribes, De las guerras de los Caribes, Del tratamiento que los Caribes dan a sus prisioneros de Guerra, y De los matrimonios de los Caribes, respectivamente. Al igual que en los capítulos precedentes, queda manifiesto el cambio sufrido en la vida de los Caribes con la presencia europea en sus tierras; específicamente, ha variado el modo de elección de sus jefes, del cual Rochefort nos da una excelente descripción, y también se ha dulcificado relativamente el tratamiento que dan a los prisioneros Arawacos. Es de sumo interés la relación que se establece en el mundo Caribe entre la valentía masculina y el número de esposas e hijos, relación ésta que podría tener alguna significación todavía en nuestro presente. Pasemos al texto de Rochefort. [En cuanto a los Españoles, al comienzo del descubrimiento de la América, los Caribes, que poseían todas las Antillas, fueron rudamente tratados por ellos. Los atormentaron con el hierro y el fuego y los persiguieron incluso en los bosques como animales salvajes para llevarlos cautivos a trabajar en sus minas. Lo que obligó a este pueblo, que es valiente y generoso, a rechazar la violencia y preparnr también emboscadas a sus enemigos; e incluso hacerles guerra abierta a sus barcos cuando estaban en sus radas, los cuales ellos abordaban sin temor a sus armas de fuego, sus espadas y sus picas. Lo que les resultó en diversas ocasiones tan ventajoso que se hicieron los amos de varios Navíos ricamente cargados, apoderándose de todo y llevándose el botín y después quemando los barcos. Es verdad que 46
MANUEL CÁRDENAS
HI5TOIRE NATURELLE ET MORAL E o ES
ILES ANTILLES DEL' A M E R 1 QUE. Enr¡&it tl'I/IJ1/II-timmlnt tir klltt FiJ.-rtlt1l tllilk'~rt, ¡{tI ~/"tl (r litl ~mrttt /tI plru m{rirrJJltl.
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LX V.
ellos perdonaban a los esclavos Negros que encontraban allí, a los que conducían a tierra para hacerles trabajar en sus colonias, y es de aquí que proceden los Negros que hay en el presente en la Isla de San Vicente y en algunas otras.] Los Españoles resintieron estas pérdidas y vieron que tenían una fuerte oposición; y aunque podían derrotar a esta Nación, ello no les reportarfa ninguna ventaja; y considerando además que las Islas que ellos habitaban eran necesarias a sus barcos que venían de un largo viaje. Para allí reponer agua, madera e incluso víveres, y para dejar allí en la ne-
cesidad a los enfermos que hubiera en la Flota, resolvieron tratar más humanamente a los Caribes; y después de haber dado la libertad a algunos de éstos que tenían cautivos y haberlos ablandado con halagos y devuelto a sus tierras con regalos, se sirvieron de su mediación para hacer un tratado de paz con este Pueblo, el cual fue aceptado por algunas Islas; y allf dejaron los cerdos que habían traído de Europa; y después, dejaban allí al pasar los enfermos que tenían "!n sus Navíos para volverlos a tomar a la vuelta cuando estaban curados. Pero los Caribes de San Vicente y los que permanecieron en la Dominica no quisieron consentir en este acuerdo y han conservado hasta el presente su aversión contra los Españoles y el deseo de vengarse de ellos. Por último, por lo que respecta a sus guerras defensivas, han aprendido por el trato frecuente con los Cristianos y por las luchas que han tenido con ellos en diversas ocasiones, a tener sus rangos, a acamparse en lugares ventajosos, a hacer fortificaciones y a utilizar un tipo de trincheras imitando a aquéllos. Nuestros Franceses han conocido lo anterior en estos últimos años, en la toma de la Isla de la Granada. Se habían imaginado que los Caribes no harían ninguna resistencia, pero los encontraron a la defensiva para impedirles el desembarco y disputarles la posesión de 'esta tierra; además de que les hicieron sufrir la granizada de una infinidad de flechas, y habiendo puesto barricadas en las entradas se opusieron corajudamente a su desembarco y los emboscaron en diversas ocasiones; y cuando vieron que los nuestros, no obstante su resistencia, no hacían el gesto de volverse, sino que los empujaban vivamente ·hacia los bosques, ellos se reunieron en un lugar elevado que habían fortificado. Y como era escarpado por todos lados excepto por uno solo que tenía una espaciosa entrada, habían cortado troncos de árboles con los cuales habían hecho grandes rolas que estaban atados y sujetos muy ligeramente en lo alto de la montaña los cuales podían rodar a lo largo de la falda y empujar con fuerza y violencia a los nuestros si hubiesen intentado realizar el asalto. También hicieron varias salidas de su fuerte y cayeron sobre nuestras gentes que estaban ocupadas en levantar uno donde poder esperar con seguridad los socorros que les debían ser enviados desde la Martinica y los tuvieron cercados algunos días, durante los cuales habían hecho agujeros en tierra donde estaban a cubierto de los mosquetes de los Franceses, y desde allí mostrando únicamente la cabeza disparaban flechas contra éstos que salían de su reducto. Incluso lanzaron al favor de la noche un pote lleno de brasas en las que habían puesto un puñado de granos de Ají, contra la Cabaña que los Franceses habían levantado a su llegada a la Isla, con el fin de sofocarlos con el humo peligroso y el vapor aturdidor del Ají. Pero su treta fue descubierta. Y algún tiempo después llegaron los socorros a los nuestros, y los Caribes
trataron con ellos, y les dejaron la libre poseSlOn de esta tierra. Este acueroo no fUe aprobado universalmente por los Jefes de esta inconstante Nación. Los de la Isla de San Vicente fueron los primeros en protestar de tal acuerdo y para manifestar alta. mente su desacuerdo estallaron algún tiempo después en abierta ruptura, lo que dio comienzo a una nueva guerra, la cual ha durado desde el trece de julio del año mil seiscientos cincuenta y cuatro en que fue declarada, -hasta inicios del año mil seiscientos sesenta y uno, es decir unos siete años. Es verdad que los Caribes para dar algún color de justicia a sus masacres, a los incendios y a todas las otras violencias que cometieron a continuación en la Isla de Santa Alosia y en diversos distritos de la Martinica, alegaban entre otros pretextos que por el Tratado de Paz que habían hecho con Monsieur du Parquet antes de dejarle la pacífica posesión de la Granada, había la obligación de darles en compensación el valor de tres mil florines que les serían pagados en las mercanCÍas que les fueran más agradables, entre todas las que se trafican en el !país; y como esta obligación no había sido cumplida ellos tenían el derecho de buscar satisfacción con las armas en la mano, y vengarse por ellos mismos de tantas injurias como pretendian haber recibido de los Franceses de la Martinica. Esta larga guerra que fue acompañada por éxitos desiguales, -tan azarosa es la suerte de las armas-; se acabó al fin un poco después de la muerte de M. du Parquet gracias a la ·prudencia y el valor de M. de Goursolas al cual hahia hecho reconocer en vida como su Teniente General. M. de L'Aubiere, uno de los más valientes y renombrados Capitanes de la misma Isla de la Martinica adquirió también mucha gloria en las grandes y peligrosas empresas a que estuvo comprometido siguiendo las órdenes de M. de Goursolas, su digno hermano, para prevenir los malos designios de estos Bárbaros, reprimir sus correrías, apoderarse de sus refugios, y obligarles a dejar completamente esta bella tierra, los cuaJes han tenido que refugiarse en las Islas de San Vicente y de la Dominica que son los únicos lugares que les quedan en el presente de todas las Antillas que en otro tiempo ocupaban. Se dice que hay también algunas familias Cario bes en la Martinica pero que tienen sus viviendas entre los Franceses y no se les permite tener Aldeas particulares ni hacer Asambleas, y se Íes vigila tan de cerca que no pueden mantener ninguna inteligencia, ni fomentar partido con er.tos de su Nación que viven en otros lugares, sin ser descubiertos. Uno de los principales oficiales de la Martinica nos ha enviado una muy amplia y muy exacta relación de todo lo que ha pasado de memorable durante esta guerra, pero ya que este Capítulo es bastante extenso, y este relato aumentaría nuestra obra más allá de lo que nos habíamos propuesto, nosotros los reservaremos para otro Tratado en el
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cual le encontraremos su lugar, si es que el Señor nos continúa la vida; diremos solamente como adelanto, que los Habitantes de esta Isla célebre son merecedores de este dulce reposo y de esta profunda tranquilidad de la que disfrutan en el presente por la sabia conducta y al coraje de M. Goursolas y de M. de L'Aubiere su hermano, ya que Dios se ha servido de su celo y de su valentía para expulsar a los Salvajes y conservar para la Francia una de las más ilustres y más pobladas Colonias que ella .. tenga en todo este nuevo Mundo.
CAPITULO VIGESIMO PRIMERO
Del Tratamiento que los Caribes dan a sus prisio. neros de Guerra. Vamos a mojar nu~stra pluma en sangre y hacer un Cuadro que dará horror. No aparecerá en él más que inhumanidad, barbarie y rabia. Se verán criaturas razonables devorar cruelmente a sus semejantes y hartarse con su carne y con su sangre después de haberse despojado de la naturaleza humana y revestido con la de las más sanguinarias y furiosas bestias. Cosa que los Paganos, induso en medio de sus tinieblas encontraron en otros tiempos tan execrable que pensaban y que el Sol se retiraría para no iluminar tales comidas. Cuando los Caníbales o Antropófagos, es decir, Comedores de hombres (pues aquí propiamente es necesario llamarlos con este nombre que le es común con el de Caribes); digo, que cuando ellos traen algún prisionero de guerra de entre los Arnagues le pertenece por derecho a este que lo ha capturado en el combate, o que lo ha capturado en la correría. De suerte que una vez llega a su Isla lo guarda en su casa y con el fin de que no se escape durante la noche 10 ata en una Hamaca que él cuelga casi en el techo de su choza, y después de haberle hecho ayunar cuatro o cinco días él lo saca en un día de festín solemne para -que sirva de víctima pública al odio mortal de sus compatriotas contra esta Nación. Si hay algunos de sus enemigos muertos sobre el lugar los comen allí mismo. No destinan a la esclavitud más que a las muchachas y a las mujeres capturadas en guerra. No comen a los niños de sus prisioneros, menos aún a los hijos que tienen de ellas, sino que los crian con sus otros hijos. Ellos han probado a todas las Naciones que los tratan y dicen que los Franceses son los más delicados y los Españoles los más duros. Ahora no comen Cristianos. Se abstienen en el presente también de varias crueldades que tenían por costumbre hacerles a sus enemigos antes de matarlos; pues en su lugar, en el presente, se contentan con matarlos de un golpe de maza, y a continuación, los hacen pedazos, los asan y devoran; en otro tiempo les hacian sufrir muchos tormentos, antes de darles el golpe mortal. He aquí una parte de las inhumanidades que hacian 48
en estos funestos momentos tal como ellos mismos lo han contado a los que han tenido la curiosidad de informarse sobre el lugar y quienes lo han sabido de su propia boca. El prisionero de guerra que había sido tan desgraciado para caer entre sus manos y que no ignoraba que estaba destinado a recibir el más cruel tratamiento que la rabia les podría sugerir, se armaba de paciencia para manifestar la valentía del pueblo de los Aruagues, y caminaba alegremente al suplicio sin tener que ser atado ni arrastrado; y presentándose con una cara sonriente aseguraba en medio de la Asamblea que él no deseaba tanto otra cosa como su muerte. Apenas había visto a estas gentes que manifestaban tanta alegría viendo aproximarse a este que debía ser la carne de su abominable festín, que sin esperar sus discursos y sus sangrientas burlas, les prevenía en estos términos: "Yo sé muy bien la intención con que me habéis traído a este lugar. No dudo que estéis ansiosos por saciaros con mi sangre y ar<lais de impaciencia por comeros mi cuerpo. Pero no tenéis mucha razón de triunfo por verme en esta condición, ni tampoco yo para afligirme. Mis compatriotas han hecho sufrir a westros antecesores muchos más males de los que vosotros sabríais darme ahora a mí. Y yo mismo con ellos, he torturado, masacrado y comido de westras gentes, de westros padres, de vuestros amigos. Además tengo parientes que no faltarán de vengarse con ventaja sobre vosotros y sobre vuestros hijos del tratamiento que pensáis darme, con todo lo inhumano que éste puede ser. Todo lo que la crueldad más refinada os puede dictar como tormento para quitarme la vida, no es nada en comparación con los suplicios que mi Nación generosa os prepara a cambio. Emplead pues sin disimulo y sin más tardar todo lo que tenéis de más cruel y de más doloroso. y creed que ·10 desprecio y. de ello me burlo". Se parece mucho esta bravata sangrienta y alegre a la que se lee de un prisionero Brasileño presto a ser devo· rada por sus enemigos. "Vengan todos" decía él "y reúnanse para comerme. Pues os comeréis tantos de westros Padres y Abuelos que han servido de alimento y sustento y a mi cuerpo. Estos músculos, esta carne, estas venas, son las vuestras, pobres locos. ¿No reconocéis que la sustancia de los miembros de vuestros ancestros están ahí todavía? Saboreadla ·bien y encontraréis el gusto de vuesta propia carne". Pero volvamos a nuestros Aruagues. Su corazón no estaba solamente a flor de sus labios, sino que se mostraba también en los efectos que seguían a su bravata. Pues después que la compañía había soportado algún tiempo sus fieras amenazas y sus desafíos arrogantes sin tocarle, uno del grupo venia a quemarle los costados con un tizón ardiendo, hombros, y por todo el cuerpo. Y arrojaban en sus dolorosas heridas estas especia picante que los Antillanos llaman Ají. Otros se divertían
en llenar de flechas al pobre paciente. Y cada uno trabajaba con placer en atormentarlo. Pero él sufría todo eso con la misma cara y sin manifestar el menor sentimiento de dolor. Después que habían jugado así bastante tiempo con este miserable, al final, aburriéndose de estos insultos que no cesaban y de su constancia que parecía siempre igual, uno de ellos, aproximándose, le mataba con un furioso gol. pe de maza que le descargaba en la cabeza. He ahí el tratamiento que nuestros Caníbales hacían en otro tiempo a sus prisioneros de guerra; pero en el presente se contentan con golpearles, tal como ya lo hemos indicado. Tan pronto como este desgraciado está tirado muerto en el lugar, los jóvenes toman el cuerpo, y habiéndolo lavado, lo hacen pedazos; después hacen hervir una parte .del mismo, y asan la otra sobre una parrilla de madera destinada para este uso. Cuando esta detestable carne está cocida y sazonada, como el deseo les inflama la garganta, la dividen en tantas partes como personas hay; y saciando con avidez su barbarie, la devoran cruelmente y con ella se llenan de alegría; no creyendo que se pueda hacer en el mundo comida más deliciosa. Las mujeres incluso chupan los bastones donde ha cafdo la Grasa del Amague. Lo que se debe no tanto a la satisfacción que su paladar encuentra en el gusto de esta vianda y de esta grasa, como al exce·
sivo placer que tienen en vengarse así de sus capi. tales enemigos. Pero como se enojarían si el odio enrabiado que ellos tienen a los Aruagues finalizase, procuran fomentarlo. Y es por ella que cuecen este pobre cuerpo y recogen y reúnen muy cuidadosamente toda la grasa. Pues no la destinan para hacer un medica. mento como los Cirujanos hacen algunas veces ni tampoco para hacer fuego Griego para abrasar las casas de sus enemigos, como hacen los Tártaros; sino que recogen esta grasa para distribuirla entre los principales que la reciben y conservan con cuidada en unas pequeñas calabazas para de ella ver· ter algunas gotas en las salsas de sus festines solemnes, y perpetuar así tanto coma sea posible el alimento de su venganza. Confieso que el sol tendría razón en abandonar a estos Bárbaros antes que asistir a tan detestables solemnidades; pero sería necesario que al mismo tiempo se retirase de la mayor parte de los países de América e incluso de algunas Tierras de Afríea y de Asia, donde parecidas y peores crueldades se practican diariamente. Por ejemplo, los Tupinambus hacen a sus prisioneros de guerra casi el mismo tratamiento que los Caribes hacen a las suyas, pera añaden diversas rasgas bárbaras que na se ven en las Antillas. Ellos frotan el cuerpo de sus hijas con ]a sangre de estas miser:ables víctimas para animar·
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los a la carnicería. Este que ha hecho la ejecución del cautivo se hace desgarrar y tajar en diversos lugares del cuerpo como un trofeo de valentía y una marca de gloria. Y lo que es totalmente extraño, es que estos Bárbaros dan a sus hijas por esposas a sus enemigos tan pronto como los tienen en su poder, y cuando vienen a hacerlos pedazos, la mujer, si le es posible, es la primera en comer de la carne de su marido. Y si ocurre que ella tiene algún hijo de él no falta de ser matado, asado y comido, y algunas veces al momento mismo de venir al mundo. Una parecida Barbaridad se ha visto en otros tiem. pos ·en varias Provincias del Perú. Diversos otros Pueblos Bárbaros sobrepasan también a los Caribes en inhumanidad, pero sobre todo, los habitantes del país de Anti, que son más crueles que los Tigres. Si ocurre que por derecho de guerra u otro, ·hacen un ;prisionero y saben que éste es un hombre poco importante, ellos le descuartizan inmediatamente y dan sus miembros a sus amigos o a sus criados con el fin de que los coman si quieren, o los vendan en la Carnicería. Pero si es un hombre de condición, los principales se reúnen entre ellos, con sus mujeres y sus hijos, para asistir a su muerte. Entonces estos implacables, ha· biéndole desnudado, lo atan a un gran poste y le cortan por todo el cuerpo a navajazos y cuchillazos que le son hechos con una cierta piedra muy coro tante y que es una especie de piedra de fuego. En esta cruel ejecución, de primera intención no lo despedazan sino que le quitan solamente la carne de las partes en donde él tiene más, como en los muslos, las 'Pantorrillas, las nalgas, y los brazos. Después de eso, todos mezclados, hombres, mujeres y niños, se tiñen con la sangre de este desgraciado, y sin esperar a que la carne que de él se ha sacado esté hervida o asada la comen golosamente, o por mejor decir, la engullen sin masticarla. Así este miserable se ve comido en vida y engullido en el vientre de sus enemigos. Las mujeres añaden todavía alguna cosa a la crueldad de los hombres, la que es excesivamente bárbara e inhumana, ya que se frotan el extremo de los pechos con la sangre de este paciente a fin de hacérsela chupar a sus hijos con la leche que ellas les dan. Si estos inhumanos han notado que en los largos suplicios que le han hecho sufrir a este miserable difunto, él ha mani· festado el menor sentimiento de dolor, o en su cara, o en la menor parte de su cuerpo, o incluso que se le haya escapado algún gemido o algún suspiro, en· tonces le rompen los huesos después de haber comido la carne, y los arrojan al agua sucia, o al río, con un desprecio extremo. Es así que algunas otras Naciones insultan cruel· mente los miserables restos de sus enemigos muertos, y hacen aparecer su inhumana venganza y su animosidad bárbara sobre ]0 que ya no tiene sentimiento. Así algunos Pueblos de la Florida para saciar su brutalidfld, penden en .sus casas y llevan 50
con ellos la piel y la cabellera de sus enemigos. Los Virginianos se agarran al cuello una mano seca. Algunos salvajes de la Nueva España llevan al cuello en forma de medalla un pequeño trozo de la carne de estos que han masacrado. Los Señores de Bella Isla cerca de la China llevan una corona hecha de cabezas de muertos horriblemente distribuidas y entrelazadas con cuerdas de seda. Los Ohilenos hacen vasijas para beber con la cabeza de los Españoles que han matado, como lo hacían en otros tiempos los Escitas con respecto a sus enemigos, según lo informa Herodoto. Los Canadienses y los Mexicanos danzan en sus fiestas portando sobre ellos la piel de los que han descuartizado y comido. Los Huancas, antigua Nación del Perú, hacen tambores con tales pieles, diciendo que estos tambores. cuando los golpean tienen la secreta virtud de poner en fuga a los que ellos combaten. Todo eso hace ver hasta que grado de rabia y de furor lleva el odio y el apetito de venganza. Y en estos ejemplos se puede reconocer muchos trazos más sangrientos y marcas más detestables de cruel· dad y barbarie que en los tratamientos que nues· tras Caníbales hacen a sus prisioneros de guerra Aruagues. Sin embargo para encontrar este tratamiento todavía un poco menos horrible sería fácil mostrar aquí el conjunto de diversos pueblos que además de esta animosidad furiosa y este ardor desesperado por vengarse manifiestan también una gula bárbara e insaciable. y una pasión totalmente brutal y fe· roz de alimentarse con carne humana. y en primer lugar, a diferencia de los Caníbales que no comen por lo común más que a los Aruagues, sus enemigos irreconciliables, y conservan los prisioneros que tienen de toda otra Nación, algunos Floridianos vecinos del estrecho de Bahamas, devoran cruelmente a todos los Extranjeros que pue· den atr3lpar, de cualquier Nación que éstos sean. De suerte que si desembarcáis en sus tierras y se encuentran más fuertes que vosotros, es infalible que les serviréis de comida. La carne humana les parece extremadament~ delicada de cualquier parte del cuerpo que pueda ser. Sin embargo dicen que la planta del pie es el más exquisito trozo de todos. Así, se lo sirven ordinariamente a su CarHn que es su Señor; antiguamente los Tártaros cortaban los pechos a las muchachas y los reservaban para sus Jefes que se alimentaban con esta carne. Hay que añadir a estos bárbaros, los de la Provincia de Has· cala y de la región de la ciudad de Dariem en la Nueva España, que no solamente comían la carne de sus enemigos, sino también la de sus mismos compatriotas. Y los historiadores nos informan que los Incas, Reyes del Perú, conquistaron varias Provincias en las cuales los habitantes no encontraron ley tan odiosa e insoportable entre todas las que les impusieron estos príncipes vencedores, como la prohibición de comer carne humana, tan ham-
brientos estaban de esta execrable vianda. Pues sin esperar a que éste a quien ellos habían herido de muerte hubiese entregado el alma bebían la sangre que le salía de la herida. Yeso mismo hacían cuando lo cortaban en trozos, chupándola ávidamente, por temor a que se perdiese alguna gota. Tenían carnicerías ·públicas de carne humana de la que tomaban trozos que ellos cortaban en pedazos pe· queños y con las tripas hacían budines y salchichas. Particularmente los Cheriganes o Chirhuanes, Montañeses, tenían un apetito tan extraño y tan insaciable de carne humana que la comían glotonamente toda cruda, no escatimando incluso en su Bárbarie a sus parientes más cercanos cuando ellos morían. Lo que se ve todavía hoy día entre los Ta· puyes y entre alguna Nación del Oriente, lo que Herodoto nos asegura sucedía también en su siglo. Se dice incluso que los pueblos de Java son tan Bárbaros y tan golosos de este abominable alimento, que para satisfacer su condenable apetito frecuentemente quitan la vida a sus padres y juegan a la pelota con trozos de esta carne que la gana el más hábil. Los Aymures, pueblo del Brasil, son todavía más inhumanos y más detestables, y no hay máe; que acordarse de los Saturnos que devoraban a sus hijos. Pues si nosotros creemos en ello a los Historiadores, estos bárbaros comen en efecto a sus propios hijos, miembro a miembro y algunas veces incluso 'abren el vientre de sus mujeres en estado
y les sacan el fruto, que devoran inmediatamente; están hambrientos hasta tal punto de la carne de sus semejantes que van a la caza de hombres como si se tratasen de animales y habiéndolos capturado los descuartizan y los enguyen de una manera cruel e implacable. Por estos ejemplos se muestra suficientemente que nuestros Caníbales no son tan Caníbales, es decir, tan comedores de hombres, aun cuando ellos lleven más particularmente el nombre que muchas otras Naciones Salvajes. Y sería fácil encontrar todavía en otros lados pruebas de una barbarie parecida a la de nuestros Caníbales Caribes e incluso superior a ésta. Pero ya es demasiado. Ti· remos el velo sobre estos horrores y dejando a los Caníbales de todas las otras Naciones, volvamos hacia éstos de las Antillas y entretenidos en la consideración de sus Matrimonios, nuestros ojos descansarán del espectá'Culo de tantas inhumanidades y sangrientas tragedias.
CAPITULO VIGESIMO SEGUNDO
Del Matrimonio de los Caribes Se ven en la América unos salvajes tan salvajes y tan brutales que no saben Jo que es el matri· monio, sino que se mezclan indiferentemente como 51
los animales. Lo que se asegura, entre otros, de los Antiguos Peruano y de los habitantes de las Islas de los Ladrones. Pero los Caribes con toda su barbarie se someten a las leyes de esta estricta alianza. No tienen tiempo establecido para su matrimonio, como los Persas que se casan ordinariamente en primavera. Ni edad, como varios otros salvajes, de los cuales unos se casan ordinariamente a los nueve años, otros a los doce y algunos a los veinticuatro y otros sólo a los cuarenta. También entre los Caribes, como en casi todas las Naciones, no son los jóvenes quienes escogen ordinariamente a las muchachas de acuerdo a su voluntad, y según su inclinación; ni opuestamente, tampoco son las muchachas quienes escogen a sus maridos como hacen ellas en la Provincia de Nicaragua en los festines y las asambleas públicas, o como se hacía en otro tiempo en Candia, según el informe de los Histori adores. Sin embargo, cuando nuestros Salvajes desean casarse tienen derecho a tomar a todas sus primas hermanas, y no tienen más que decir que las toman por esposas y ellas le son naturalmente concedidas y las pueden llevar a sus casas sin otra .ceremonia y entonces son consideradas como sus legítimas esposas. Tienen tantas mujeres como les place; sobre todo, los Capitanes echan a gloria el tener varias. Ellos construyen a cada mujer un bohío particular. Ellos viven tanto tiempo como quieren con esta que les agrada más, sin que las otras se pongan celosas. Esta con la cual está, le sirve con cuidado y afecto sin paralelo. Le hace el Casabe, lo peina, lo embija y le acompaña en sus viajes. Sus maridos las aman mucho; pero este amor es como un fuego de pajas, a la luz de que, frecuentemente, las dejan tan fácilmente como las toman. Ellos dejan sin embargo muy raramente a sus primeras mujeres, sobre todo cuando de ellas han tenido hijos. Cuando tienen algunas prisioneras de guerra que les agradan las toman como esposas. Sin embargo aun cuando los hijos que de ellas nacen son libres, ellas son siempre tenidas por esclavas. Todas las mujeres hablan con quienes ellas quieren pero el marido no osa hablar con los parientes de su mujer más que en ocasiones extraordinarias. Cuando ocurre que alguno de entre ellos no tiene primas hermanas o que por haber tardado demasiado en tomarlas sus parientes se las han dado a otros, ellos pueden casarse con las muchachas que no son sus parientes, pero tienen que pedirlas a sus Padres ya sus Madres; y tan pronto como el Padre o la Madre están de acuerdo ellas son sus mujeres y se las llevan a su cas~. Antes de que hubiesen alterado una parte de sus antiguas costumbres, por el trato que han tenido con los Cristianos, ellos no tomaban por legítimas esposas más que a sus primas Hermanas que les eran reservadas por derecho natural como acaba-
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mas de decir, o a las muchachas que los padres y madres les ofrecían de buen grado cuando ellos estaban de vuelta de la guerra. Esta vieja práctica tiene muchas particularidades que son dignas de señalarse, y por ello nosotros las vamos a presentar aquí totalmente, tal como la hemos tomado de los más ancianos de esta Nación quienes la han contado como una prueba de los grandes cambios que han sufrido sus modos y sus maneras de hacer desde que han tenido conocimiento de los extranjeros. Cuando los Caribes habían vuelto felízmente de sus guerras y se les había hecho en sus Islas una recepción solemne y un gran festín en su carbet, despuées de esta celebración que se practica todavía entre ellos, el Capitán se ponía a contar el éxito de su viaje y a hacer elogios a la generosidad de éstos que se habían portado muy valientemente. Pero él se extendía en particular sobre el valor de los hombres jóvenes para animarles a manifestar siempre el mismo corazón en situaciones semejantes. Y era, por lo común, al final de este discurso que los Padres de Familia que tenían hijas en edad de casarse tomaban la ocasión de ofrecérselas como esposas a estos jóvenes de los que habían oído hablar lan bellas y loables cualidades, y exaltar su coraje y su astucia en los combates. Ellos se apresuraban a hacer adquisición de tales géneros. Y éste que había matado más enemigos pasaba mucho trabajo para no recibir en ese día más que una mujer, pues tantas había que lo deseaban. Pero los poltrones y los cobardes no encontraban a nadie que los quisiese, de manera que si ellos tenían ganas de casarse era necesario tener coraje. Pues una mujer en esta Nación era entonces un premio que se daba a la valentía. Así, entre los Brasileños los hombres jóvenes no se podían casar hasta que no hubiesen matado un enemigo. Y en una aldea de la gran Tartaria llamada Palimbrote aquéllos de la más alta condición no podían tener mujer si no daban prueba de haber matado a tre-s enemigos de su Príncipe. Se dice también que en otros tiempos en la Carmania, era necesario llevar al Rey la cabeza de un enemigo si se quería uno casar. Y esto era casi igual en un pueblo próximo al Mar Caspio. y ¿quién no sabe que el Rey Saul pidió la muerte de cien Filistinos a David como dote de su hija, antes de darla en Matrimonio? Por lo demás, feliz era el Padre entre nuestros Caribes que en el primer acercamiento agarraba a alguno de estos yernos valerosos que el Capitán había alabado. Pues no había que esperar nada, para lo que venía después; y el Matrimonio estaba hecho tan pronto como aquél le había dicho al hombre joven, te doy mi hija por mujer. Unas palabras parecidas de la Madre eran suficiente. Y el hombre joven no osaba rehusar la hija cuando le era asf ofrecida. Tenía que aceptarla por esposa fuese ella bonita o fea. Así que nuestros Caribes no se casaban por amores.
Si los jóvenes Caribes después de haberse casado continuaban portándose valientemente en las guerras siguientes se le daban otras mujeres a su vuelta. Esta Poligamia está todavía en uso entre nuestros Antillanos. Es también común entre otros pueblos Bárbaros. Lós Chilenos habitantes de la Isla de la Mocha hacen de otra manera, y así todas las veces que les viene en gana de tener una nueva mujer compran una por una vaca, por una oveja o por cualquiera otra mercancía. Y hay algunos lugares donde el número de mujeres que tiene un solo marido es prodigioso; como en el Reino de Benin, donde se ve a veces al Rey con setecientas entre mujeres y concubinas; y donde los simples súbditos, tal como en México tienen hasta cien y hasta ciento cincuenta cada uno. Y de otro lado, se encuentran en algunos lugares donde se permite a cada mujer tener varios maridos, como entre los Pehuares, Nación del Brasil, en el Reino de Calecut y en otro tiempo en alguna de las Canarias. Los jóvenes entre los Caribes no frecuentan todavía en el presente ni muchachas ni mujeres con las que no estén casados. En lo cual están bien alejados de los Peguans, que son unos amantes tan apasionados que para hacer ver que la violencia del fuego secreto que les devora, apagan en ellos el sentimiento de todos los otros ardores quemándose
ellos mismos los brazos en presencia de sus Aman· tes con una antorcha encendida; o bien dejan morir y consumir sobre su carne un trapo ardiendo mojado en aceite. Y para mostrar que estando heri· dos de muerte por amor toda herida no les puede ser más ligera, se cortan el cuerpo, y lo agujerean a golpes de puñal. Los Turcos les imitan en eso, según informa VilIamont. Pues en parecidas ocasiones se hacen varios tajos y grandes heridas con sus cuchillos sobre diversas partes del cuerpo. El número de mujeres de nuestros Caribes no está limitado como entre los Maldivios donde no se puede tener más que tres a la vez. Pero como este número en otro tiempo estaba proporcionado a su coraje ya su valor, ya que en cada ocasión que volvían de la guerra con un elogio por valentía y generosidad ellos podían pretender y esperar una nueva mujer, también todavía en el presente tienen tantas como desean y pueden obtener. De suerte que entre ellos como entre los Tupinambus el que tiene más mujeres es considerado el más valiente y el más considerable de la Isla. Y a diferencia que en la Isla de la Española donde todas las mujeres cohabitan en una misma habitación con su marido, los Caribes, como nosotros lo hemos ya indicado, para evitar toda suerte de querellas y de celos tienen a sus mujeres, al igual que hacen los TUrcos y los Tártaros, en viviendas separadas. Incluso algunas veces las ponen en Islas diversas; o bien hacen esta separación y alejan a sus mujeres, una de la otra, con el fin de que ellas se -puedan más cómodamente dedicar al cultivo de sus jardines que están es· parcidos en diversos lugares. Y es para esto también que se asegura que los Caribes del Continente hacen lo mismo, mereciendo sus mujeres la alabanza de no dejarse picar por celos. Nuestros Salvajes Insulares tienen cuidado, si no tienen más que una mujer, de no alejarse mucho de ella, y si tienen varias las visitan una después de la otra. Pero todos observan, como los Floridianos, d~ no tocarlas cuando están embarazadas. No -puede uno asombrarse lo suficiente de cómo Licurgo y Salan, estas luminarias de la Grecia, se han mostrado tan ciegas y tan poco honestas como para abrir la puerta al adulterio y encontrar bueno que ello entrase en la casa de sus Ciudadanos. Pues apenas hay una entre las Naciones más Bárbaras y más Salvajes que no tenga por sí misma bastante luces para leer esta ley trazada por la mano de la naturaleza: que el adulterio es un crimen y que se debe tener horror a él; ¿quién no lo detesta y no lo castiga severamente cuando se introduce en su casa? El castigo del adulterio no es divertido más que entre los Guineanos; si la mujer no quiere ser echada paga como multa a su marido algunas onzas de oro. Pero no hay que reírse entre los Orientales de Bengala y entre los Me~icanos que cortan la nariz y las orejas de sus mujeres en casos parecidos. Diversos otros Pueblos Bárbaros las castigan 53
incluso con la muerte. Y los Peguan son tan rigurosos en estas ocasiones y tienen tanto horror por este crimen entre ellos que los .adúlteros son enterrados vivos, hombres y mujeres. Los Caribes no son de los más indulgentes y de los menos celosos de su honor. No sabían en otros tiempos castigar este crimen ya que no reinaba entre ellos antes de su comunicación con los Cristianos. Pero hoy día, si el marido sorprende a su mujer abandonada con otro hombre, o que por otros haya tenido conocimiento seguro de ello, se hace él mismo la justicia y no la perdona, sino que la mata, a veces con un golpe de maza, a veces abriéndole el vientre de arriba abajo con una navaja o un diente de Aguty que no corta menos finamente.
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Hecha esta ejecución el marido va a enfrentarse a su Suegro y le dice con total frialdad: "He matado a su hija porque ella no me era fiel". El Padre encuentra la acción tan justa que muy lejos de estar enfadado con su yerno, él lo alaba por ello, y lo hace de buen grado. "Tú has hecho bien", "Ella lo merecía". E incluso si le quedan todavía hijas por casa le ofrece una entonces y se la promete dar en la primera ocasión. El padre no se casa con su hija, como algunos han afirmado. Tienen horror de este crimen y si ha habido entre ellos Padres incestuosos, han sido obligados a ausentarse, pues si hubiesen sido atrapados, por los otros los habrían quemado vivos o bien les habrían descuartizado en mil pedazos.
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