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Curar desde lo micro | Dagmara Wyskiel
CURAR DESDE LO MICRO
| Dagmara Wyskiel
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Autoproclamación
Desde la periferia geodemográfica observamos cómo durante las últimas décadas curadores, artistas visuales y otros agentes batallan por eliminar las gigantescas brechas entre las urbes latinoamericanas que concentran los circuitos artísticos, y los territorios que agonizan y renacen en la falta de oportunidades. En menos de una quinta parte de la longitud de Chile están acumuladas todas las escuelas universitarias de artes visuales, además de archivos, espacios especializados de circulación e investigación. La desigualdad de acceso a la educación superior artística y, como resultado, el vacío profesional extendido ya por tres generaciones (el cierre de la única escuela universitaria de Arte en el norte de Chile tuvo lugar al inicio de la dictadura militar), profundiza la brecha de conocimiento, dejando a la mayoría fuera del potencial creativo por falta de recursos y distancia. En este panorama de ausencia, compartido por el resto de los países vecinos, quien asume el rol del curador debe autoproclamarse y convertirse en un hombre orquesta (gestión de espacios y fondos, curaduría, museografía, montaje, difusión, registro, gráfica, redes, entre otros). Si no es así, el proyecto acaba en frustración por no llegar a ser materializado, compartido y digerido por la comunidad local.
Según la investigación realizada por el equipo organizador, este proyecto no contaría con antecedentes, hecho que resulta curioso tomando en cuenta que, acorde a las tradicionales dinámicas incluso orales, la educación informal artístico cultural normalmente suele expandirse de manera horizontal en muchos campos de conocimiento y oficios. Surge la interrogante entonces, ¿por qué en el campo curatorial no aparecen talleres en las casas de la cultura, ni ciclos en los centros de extensión de las universidades en provincias? ¿Cuál es la razón por la cual las municipalidades o consejos regionales de cultura raramente extienden este tipo de oferta hacia su comunidad?
Apostando a que hay consenso al decir que sin un curador una microescena resulta coja, y que su trabajo es indispensable para establecer un mapa diverso y multidireccional del arte, estamos frente a una paradoja. De un lado sabemos que los necesitamos, pero del otro, no hacemos nada para que aparezcan y se autoproclamen. ¿Qué tiene el oficio del curador, que pareciera incompatible con el no-centro? Hay, sin duda, un aura de sofisticación, extendida entre el lenguaje, los viajes por las rutas mundiales del arte, las redes y los principales espacios de circulación, lo que convierte su mundo en una burbuja sublime e intelectual, cada vez más impermeable a las realidades que quisiera abordar en su ejercicio profesional. En América Latina hay mundos que no se cruzan, de cuyas existencias puedes no saber aunque estén en tu propia ciudad; ni hablar a escala país. Hoy más que nunca, el curador debe tener calle y conexión con ella. Aquellos
mundos herméticos no solamente son incompatibles con la sociedad despierta y consciente, sino que frenan, como cualquier otra fuerza conservadora, los cambios indispensables que sí o sí sucederán.
En este contexto surge el programa Microcuradurías, que a través de un ciclo de ejercicios prácticos y espacios de diálogo se propuso comenzar un proceso simbiótico de traspaso de conocimientos y habilidades relacionados con la curaduría de campo, para potenciar a líderes de pensamiento crítico y creativo en y desde territorios carentes de alternativas de educación formal.
La mencionada ausencia de la academia podría eventualmente aparecer como una ventaja en la búsqueda de cambios de paradigma. Ya se ha dicho que lo más probable es que lo trascendental y lo que forjará el futuro del arte empiece a surgir en el desborde territorial y social, en la marginalidad, en lo periférico, tanto geopolítica como estructuralmente.
Proyección
Microcuradurías fue pensado como un ensayo y un proceso que busca asegurar su continuidad el 2022 con la posibilidad de desarrollar un diplomado velando por estándares metodológicos y pedagógicos, con un contenido contextualizado y diseñado para ser aplicable en condiciones particulares de trabajo de campo, respondiendo a la demanda desde por lo menos cuatro países de la macrozona de los Andes del sur.
Uno de los desafíos fijos de los programas paralelos a la academia es la diversificación de base de los participantes, tanto en la praxis como en el ejercicio conceptual, situación que ya se ha evidenciado en programas anteriores, como Desiertos intervenidos (2016 y 2018) o Entre la forma y el molde (2015). Este diagnóstico indica probablemente la necesidad de establecer en el futuro requisitos mínimos de ingreso, y desarrollar una metodología con un fuerte componente de trabajo individualizado. A su vez, el factor de diversidad etaria y cultural permite ofrecer relaciones simbióticas, donde los participantes con más experiencia comparten sus conocimientos con el resto, como fue el caso de Sandra Ruiz Díaz, curadora y gestora de Ushuaia, quien ha sido alumna y charlista a la vez. Estas instancias de flujos reflexivos multidireccionales constituyen hoy un nuevo (o recuperado) sistema de aprender-educar y el mismo proceso de diseñarlas y ejecutarlas, es para todos los que formamos parte de este, un constante camino de aprendizaje.