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Revelando sonidos y silencios | Iván Ávila
REVELANDO SONIDOS Y SILENCIOS
| Iván Ávila
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Atardece en San Pedro de Atacama. En el terreno abierto de la residencia La Tintorera, ya están ubicados los quince asistentes al taller que el artista sonoro Pablo Saavedra Arévalo ha preparado durante tres semanas viviendo en el oasis.
Pablo trató de evitar preconcepciones y prejuicios sobre el territorio que vino a explorar. Eso le permitió un acercamiento más directo y libre a los sampedrinos (originarios y radicados) que contribuyeron a su proceso de investigación en terreno y colaboraron con las entrevistas informales que realizó. Varias de las personas que conoció en ese recorrido están en La Tintorera, listas para participar de esta experiencia que tiene su primera parada en un domo abierto, hecho de barro y madera.
Pablo explica a los asistentes, cuyas edades fluctúan entre los ocho y los setenta años, que este es un ejercicio de descubrimiento de los sonidos del ambiente, artificiales y naturales, y de aquellos que nosotros mismos generamos. Es por eso que, al interior del domo, en círculo, los participantes guardan silencio por un par de minutos, revelando que la aparente quietud del espacio no es tal: está llena de sonidos que proceden del movimiento de plantas, árboles, animales, insectos y de vehículos que se desplazan por el entorno.
En seguida, Pablo “corona” a cada uno con un aparato hecho de cartón y huinchas plásticas instaladas a modo de antenas. Todos se dispersan en diversas direcciones por el espacio campestre, tocando con estas extensiones muros, troncos, tierra, mobiliario. Mediante vibraciones descubren el sonido que cada elemento emite al ser estimulado. La conclusión es que casi todo lo que nos rodea es capaz de provocar respuestas sonoras y nosotros, de procesarlas.
El siguiente ejercicio consiste en la utilización de micrófonos de contacto para escuchar sonidos imposibles de percibir de otra manera. Estos son amplificados por un parlante que el artista encontró en un basural clandestino, dándole un nuevo uso para este laboratorio. De este modo, los asistentes perciben cómo cada material reacciona y emite efectos acústicos totalmente diferentes, dependiendo del estímulo al que son sometidos botellas, ollas, embudos y madera, entre otros.
Pablo ha trabajado en estas semanas con los que llamó “vestigios del futuro”, elementos de uso común desechados por los habitantes de San Pedro, que en algún momento pasarán a formar parte de las capas geológicas del desierto y quizás, en cientos o miles de años más, serán analizados por los arqueólogos. Con calaminas, teteras, una estufa y platos, construyó una instalación de unos tres metros de longitud y metro y medio de alto. La última parte del laboratorio consiste en provocar resonancias en esta estructura, al arrojarle el fruto de los
chañares que pueblan La Tintorera. En una acción casi catártica, los participantes “atacan” con los chañares, cuya forma y textura es similar a la de los dátiles que dan las palmeras en la costa, convirtiendo poco a poco el ejercicio en una sinfonía de percusiones de escalas atonales.
“Lo que hizo él encaja perfectamente en este espacio de encuentro intercultural”, dice Verónica Moreno, anfitriona de La Tintorera y participante del laboratorio. “Aquí buscamos comprender al otro en su manera de ver la vida, de sentir, de percibir la naturaleza y el espacio donde vive”.
“Me decían que el desierto y su silencio te obligaban a escucharte a ti mismo. Cuando no hay ruido, efectivamente te escuchas a ti mismo, físicamente: se hace consciente la respiración, es posible escuchar los latidos del corazón. Entonces, esa afirmación era cierta desde el punto de vista místico y sanatorio, pero también desde el punto de vista físico, como fenómeno de propagación del sonido. Esa sensación de vacío te ayuda a escucharte a ti mismo, y a escuchar pequeñas cosas, como granos de arena chocando contra la madera. Lo que pasa es que en la ciudad nunca hay silencio, siempre hay un sonido más lejano que oculta ese silencio que viene del desierto”, concluye Pablo.