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Amigas del alma

Por Lorena Mejía Egresada ABI 1990 Colegio Alemán de Cali

Viendo a mi hija con sus amiguitas me he detenido una vez más a recordar a las mías. Siempre, en realidad, siempre lo hago. Es que las quiero tanto, que las analizo y las calculo, a cada una de ellas, que con sus más y sus menos, son para mí una gran alegría.

Uno nace con una familia. Cuando llega al mundo ya tiene los padres, los tíos y los abuelitos que le iban a tocar. Algunos también tienen hermanos. Esa familia ni se escoge, ni se compra, ni se vende. Es la que le tocó a uno. Pero apenas aprendemos a relacionarnos con otros seres humanos, empezamos a elegir los amigos, los compañeros y las compañeras de risas y lágrimas que nos llevarán de la mano por el resto de la vida: aquellos que serán nuestros hermanos elegidos.

A medida que pasan los años, uno continúa el camino con algunos de ellos, otros se van perdiendo por nuestro largo viaje, y otros más van llegando, así, de la manera menos esperada, como en paracaídas, en algún momento en el que el alma estaba necesitada de alguna característica específica que el nuevo amigo llega a aportar.

Mi primera amiguita llegó para jugar conmigo. Eran juegos de princesas y barbis, papá y mamá, escuelitas y cocinitas. Más adelante llegaron otras, cargadas de historias de miedo y fantasías, con las que montamos obras de teatro, espectáculos de magia y ventas de cacharros. A los doce años, más o menos, jugamos a los reinados y siempre ganábamos todas: eran certámenes en los que la belleza no era física; desde nuestra realidad, era más bien una competencia de gracia e ingenio que nos alegró la vida por ratos. En mi adolescencia me enamoré por primera vez, y mis amiguitas me ayudaron a escribir cartas de amor, a espiar por las rendijas de las ventanas y a escuchar atentas los sonidos de todo ese aletear de mariposas en mi estómago. Cerca de los veinte, esas mismas mariposas me metieron en

Sentadas: Soraya Fernández, ABI92, y Claudia Ortiz, exalumna del Colegio Alemán de Cali. De pie: Lorena Mejía, ABI90, y Ana Paola Calderón, ABI92.

problemas, pero siempre estuvieron allí mis Ángeles, mis amigas queridas, para apagar los fuegos de los primeros grandes desencantos y entender las más tempranas trampas de las hormonas. A medida que crecimos juntas, se agrandaron nuestros problemas y más lazos se tejieron.

Hoy en día, casada y divorciada, con dos hijos adultos, tengo más amigas que las que soñé. Cada una representa una historia, una época, un momento único, “personal e intransferible” y sin fecha de caducidad. Ya los problemas no son una materia perdida, ni la ganada del año. Ya no importa la llegada tarde ni la escapada en el carro del papá. En este momento tengo una amiga que sufre porque desea tener hijos, otra porque se le dañó el matrimonio y una tercera que reza todas las noches por la salud de su bebé. Ya el show de magia no sucede en el teatro casero, improvisando cuentos para los padres y amigos. Ahora la magia es para multiplicar esos panes que alimentan

el hogar. Ahora las cocinitas son de verdad y las barbis más bien son “cuchibarbis”, operadas o sin operar, pero siempre en la lucha contra el tiempo implacable. Pero entre sortilegios, trucos y atavíos, siempre las amigas encontramos el tiempo para hablar, analizar situaciones, compartir penas y luchas; siempre, con la misma naturalidad con que le tomamos la mano a esa chiquita el primer día de Kínder. Los hombres no lo entienden del todo. No comprenden y bromean el motivo por el cual nosotras vamos juntas al baño. Ellos no tienen ni idea de las propiedades curativas del abrazo de Soraya Fernández, ABI92; Lorena Mejía, ABI90; Claudia Ortiz, exalumna una amiga. del Colegio Alemán de Cali; Ana Paola Calderón, ABI92, y Pilar Mendoza, ABI 89. No importa cuánto trabajo haya por hacer ni cuántos hijos por alimentar. Nunca dejemos de ser las mejores amigas. Nunca dejemos de necesitarnos para respirar. Jamás permitamos que esa magia se acabe. Quien conserva amistades, guarda tesoros. Quien nos aprende a leer el alma, viajará siempre con nosotros. Amigas, las quiero, siempre las quiero. Soy la suma de todo lo que ustedes me han aportado durante todos estos años. Soy un pedacito de todas ustedes viajando por el mundo. Hoy, las abrazo con mi corazón y le pido a Dios que todo en sus vidas sea bueno, sano y agradable. ¡Pórtense bien, y como dicen por ahí: si se van a portar mal, avisan!

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