Mayo paz

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VALOR DEL MES DE MAYO

PAZ

PAZ. (Del lat. pax, pacis). 1. f. Situación y relación mutua de quienes no están en guerra. 2. f. Pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición a la guerra o a la turbulencia. 4. f. Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos. 5. f. Reconciliación, vuelta a la amistad o a la concordia. 6. f. Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones. —Diccionario de la Real Academia Española.

LA PAZ DE LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS Las relaciones entre las personas no siempre son fáciles. Con mucha frecuencia nuestro trato con los demás da lugar a disgustos, rivalidad, enfrentamientos y pleitos. Ello ocurre no sólo entre extraños, sino también entre padres e hijos, hermanos, esposos, novios y amigos. Dicho fenómeno es normal. Es imposible que siempre estemos de acuerdo en todo. Un mundo en el que sólo hubiera armonía, fraternidad y amor puede parecer atractivo, pero solamente existe en la fantasía. La realidad está hecha de luces y de sombras, de tranquilidad y de conflicto, de acuerdos y desacuerdos, de entendimiento e incomprensión. No obstante, si nos dan a elegir,


todos preferimos vivir en armonía y todos tratamos de llevarnos bien con los demás, pese a que, en ocasiones, esto resulte complicado. La paz es uno de los valores más importantes con los que contamos. No sólo permite que podamos vivir con los otros, sino también ayuda a que nuestra existencia sea más agradable y plena. Es cierto que este valor no impide que haya enojos y enfrentamientos, pero si cultivamos, difundimos y defendemos la paz lograremos que el mundo sea un mejor lugar para vivir. Es importante aclarar que cuando hablamos de paz no nos referimos sólo a las buenas relaciones entre los países, sino también entre las personas. Incluso existe la paz interior, es decir, la serenidad que podemos lograr dentro de nosotros y que contribuye a volvernos amables, generosos y alegres. La historia está llena de defensores de la paz. Uno de ellos es Alfred Nobel, nacido en Estocolmo en 1833 y a quien se recuerda por ser el creador de los premios que llevan su nombre, y entre los que destaca el Premio Nobel de la Paz. Dicho galardón se entrega cada año en Oslo, capital de Noruega, “a quien haya laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de Congresos de la Paz”. Lo que poca gente sabe es que Alfred Nobel es también el inventor de la dinamita, potente explosivo que fue creado con fines civiles, pero que pronto se utilizó como arma de guerra. Horrorizado, Alfred decidió entonces crear el mencionado premio como una forma de recordarnos el valor de la paz. ¿Y TÚ QUÉ PIENSAS…? • ¿Consideras que vives en un país pacífico? • ¿Piensas que tu escuela es un lugar violento? • ¿Por qué crees que es importante promover la paz? • ¿Qué harías si tu país entrara en guerra?


CRECIENDO EN LA PAZ ¿Cómo vives la paz? ¿Qué identificas con ella? Puede ser tan sencilla como una tarde tranquila cuando hay silencio en casa y estudias para el día siguiente, en calma, o tan complicada como cuando dos países deciden resolver algún conflicto mediante un acuerdo amable y amistoso que renuncia a la violencia. La paz es el valor que se opone a las riñas, los pleitos y las discusiones, y se vale de la reflexión y el diálogo para resolver conflictos, construir relaciones afectuosas y creativas. Quizá el entorno en el que vives no es muy pacífico, tal vez haya dificultades en casa o problemas en la escuela. Sin embargo, tú puedes y debes hacer la diferencia rechazando las provocaciones, evitando la agresión y buscando conciliar a quienes tienen problemas entre sí. La paz interna termina por proyectarse al mundo exterior y abre caminos por los que es más sencillo andar. Si creces en la paz tu potencial alcanzará su máximo desarrollo. Si promueves la paz estarás contribuyendo a un mundo más seguro y amable donde se desarrollen las demás personas. LA PAZ ES MI VALOR Una persona pacífica es una persona serena que no se deja afectar por las circunstancias desfavorables que pueda hallar en su camino y jamás reacciona con violencia. No es fría ni insensible, tiene sentimientos fuertes y adecuados que la hacen sentirse como una persona independiente capaz de enfrentar las dificultades, sin dejar que la arrastren las circunstancias que no pueden controlarse. Nunca pierde el dominio de sí misma ni se siente afligida por los problemas. Sus principales recursos para tratar los conflictos con los demás son la reflexión, el diálogo y la búsqueda de acuerdos. La paz y la serenidad superan el temor y el nerviosismo; han sido los grandes objetivos de los sabios y las naciones. EL NACIMIENTO DE LAS OLIMPÍADAS MODERNAS Cuando vemos por televisión las transmisiones de los Juegos Olímpicos pensamos que su esencia está en la destreza de los atletas que buscan recibir una medalla de oro o


romper algún récord. Eso es sólo la parte más espectacular de una intención profunda, ligada a los valores de convivencia, especialmente a la paz entre los hombres y países. Esa fue la idea que animó a su promotor, el Barón Pierre de Coubertin, quien propuso “reunir a las asociaciones deportivas de todas los países en un vínculo consagrado por la celebración de competencias periódicas”. Su modelo fue el festival deportivo realizado en la antigua Grecia a partir del siglo VI a.C. A Coubertin le interesaba promover los Juegos pues a fines del siglo XIX las naciones europeas vivían tensiones políticas que amenazaban con provocar una guerra. Su proyecto cobró forma y en abril de 1896 se inauguraron en Atenas los primeros Juegos con 14 países y 241 deportistas. La cifra aumentó en las siguientes ediciones y se había duplicado en los Juegos de Estocolmo, celebrados en 1912. Este exitoso inicio sufrió un tropiezo: la Primera Guerra Mundial, ocurrida entre 1914 y 1918, en la que se enfrentaron las naciones que tiempo atrás convivían pacíficamente y murieron unos diez millones de personas.

Frases de paz Nunca ha habido una buena guerra ni una mala paz. Benjamin Franklin Solamente puedes tener paz si tú la proporcionas. Marie Von Ebner Eschenbach Si quieres la paz, no hables con tus amigos, sino con tus enemigos. Moshé Dayán La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa. Erasmo De Rotterdam Todos quieren la paz, y para asegurarla, fabrican más armas que nunca. Antonio Mingote


Existirá cultura de la paz cuando las figuras públicas favorables a la cultura de la violencia se den cuenta de que las guerras engendran sociedades belicistas. Cora Weiss

La paz no se vende. Bono Es preferible una paz injusta a una guerra justa. Samuel Butler Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día. La paz sin la cual el pan es amargo. Amado Nervo Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor. Antoine De Saint Exupery Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera. François De La Rochefoucauld Quien tiene paz en su conciencia, lo tiene todo. Don Bosco





Cuentos de Paz

El Jardín de los Mirlos Hace muchos años, en una lejana ciudad, existió un hermoso parque. En él había árboles de todos los tipos, una gran variedad de flores y vereditas sombreadas por las que paseaba la gente. Los habitantes de la ciudad llamaban a ese lugar el Jardín de los Mirlos, pues en las copas de los árboles habían construido sus nidos las aves de dicha especie. Las personas las admiraban y solían pasar horas deleitándose con su canto. Todos quedaban encantados con las alegres notas que flotaban en el aire tibio, creando una música que contagiaba de felicidad a todos. Los mirlos se sentían orgullosos de la admiración que despertaban entre los visitantes y todos los días afinaban sus pequeñas gargantas y vocalizaban para que su interpretación resultara siempre perfecta. Una tarde arribaron al Jardín de los Mirlos varios ruiseñores que se vieron obligados a abandonar el bosque donde vivían, el cual había sido devastado por los humanos. Se instalaron en una zona poco transitada del parque y construyeron sus nidos en la fronda de un viejo roble. Muy pronto los mirlos comenzaron a sentirse molestos con


los extranjeros, pues el trino de los ruiseñores sonaba distinto del suyo. Muchos llegaron a decir que eso no era un canto verdadero, sino sólo una serie de ruidos discordantes. Algunos temieron que el horrible sonido que producían los recién llegados opacara su hermoso canto. Enojados, los mirlos fueron hasta el roble que albergaba a los ruiseñores. Les dijeron que aquel sitio se llamaba el Jardín de los Mirlos y, por lo tanto, sólo ellos podían vivir allí. No había lugar para otros pájaros. Los ruiseñores respondieron que no tenían casa y suplicaron que les permitieran quedarse. Los mirlos no estuvieron de acuerdo y con sus picos comenzaron a destruir los nidos de los ruiseñores, quienes se vieron obligados a defenderse. Entonces se desató una guerra. En medio del alboroto y el batir de alas se escuchó de pronto una potente voz. Era el viejo roble: “¡Basta! ¿Acaso no pueden convivir en paz?”. Los mirlos explicaron que no podían permitir la presencia de esos extranjeros en el jardín. Su canto era tan molesto que alejaría a los visitantes. “Pues a mí me parece que su trino es hermoso”, opinó el roble. “¿Estás diciendo que cantan mejor que nosotros?”, preguntaron los mirlos muy ofendidos. “Sólo dije que su trino me parecía hermoso”, dijo el árbol. “Nosotros cantamos mejor — argumentaron ellos— y nadie tiene derecho a opacar nuestra voz.” Entonces el roble les dijo que ninguno de los dos tipos de pájaros cantaba mejor que el otro. Cada canto era distinto y, por lo tanto, no podían compararse. También explicó que en aquel jardín había lugar para todos. “Pero si esos intrusos se quedan —replicaron los mirlos— , la pureza de nuestra voz se confundirá con la de ellos.” “¿Y qué tendría eso de malo? ¿Por qué no hacen la prueba? Interpreten su música al unísono y escuchen cómo suena.” Así lo hicieron. La melodía de los mirlos armonizó de manera sorprendente con la de los ruiseñores, produciendo una combinación nueva y hermosa. Ello fue


advertido de inmediato por las personas que se encontraban en el parque, quienes se detuvieron para escuchar encantadas aquella música. Desde entonces, los mirlos y los ruiseñores cantan juntos en ese parque. Sus interpretaciones hacen las delicias de los visitantes, los cuales pasan muchas horas escuchándolos. ¿Y tú qué piensas…? • ¿Estás de acuerdo con las razones de los mirlos para rechazar a los ruiseñores? • ¿Consideras que los ruiseñores tenían derecho a instalarse en el Jardín de los Mirlos? • ¿Crees que la situación planteada en el cuento puede ocurrir entre seres humanos?

El cielo fue más sabio Georgina y Silvia vivían en la misma calle pero no eran amigas. Al contrario, enfrentaban una constante competencia por ver quién era la más bonita, la más aplicada, la más inteligente, quién tenía los juguetes más divertidos, los vestidos mejor cortados y la mascota más simpática. Cada una contaba con su grupo de seguidoras que veía con enojo a las de la otra. Ninguna tenía nada de excepcional: eran niñas como otras tantas que hay en Mérida, aunque algo desagradables por sus caprichos. Una tarde, por casualidad, coincidieron en el salón donde les cortaban el cabello. Georgina deseaba que le afinaran su pelo rizado y rubio. Silvia quería que le despuntaran su melena negra. Llegaron al mismo tiempo, se miraron con desprecio y cada una exigió que la


atendieran antes. “Arrégleme primero a mí porque tengo el cabello más hermoso”, le dijo Silvia a doña Queta. “¡No!”, gritó Georgina que, sin más, se le echó encima. No se dieron golpes, simplemente se jalaron del cabello. Volaron diademas, peinetas, broches y pasadores con mechones de las dos cabezas. Las madres de cada una se lanzaron a defenderlas y ahora eran ellas quienes reñían a mordidas y pellizcos en la acera, rodeadas por los curiosos, entre quienes había amistades y parientes. Como el pleito continuaba y la victoria no se definía, éstos metieron las manos en una riña colectiva. Llegó más gente del barrio. Había chicos y grandes, hombres y mujeres. Cada quien llevaba consigo cualquier cosa que había hallado para combatir: palos, botellas, ganchos, cuerdas y cadenas. Algunos, nada más para animar el ambiente, lanzaban cohetes: las palomas estallaban en el aire y los buscapiés corrían por los suelos. Aprovechando la confusión, otros entraron a los comercios, dispusieron de la mercancía y destrozaron los aparadores. Muchos ignoraban el motivo de aquella trifulca. Lo mismo pasaba con los perros. “Manchas” ladró al ver pelear a las dos chicas, pero los cientos de canes que ahora formaban un coro infernal, nada más lo imitaban, sin saber qué los tenía enojados. La ciudad estaría pronto en una guerra civil, pero el cielo fue más sabio… una poderosa tormenta empapó a aquellos peleoneros que tuvieron que regresar a su casa. Al amanecer del día siguiente el barrio estaba destruido, y aunque nadie había resultado herido de gravedad, todos cojeaban, traían la cabeza vendada y los brazos con cabestrillos. Georgina y Silvia se encontraron en la calle con los vestidos rotos y algo calvas. “Luces fatal, querida”, dijo Silvia. “No, tú luces peor”, respondió Georgina. Ya iban a empezar a discutir, pero la primera dijo: “Ya ni le sigas, comadre. ¿Qué te parece si mejor buscamos juntas un remedio para


restaurar nuestro cabello?”, “…y nuestro barrio”, completó la otra. Se fueron caminando abrazadas hacia la tienda de pelucas. Ningún vecino creía lo que miraban sus ojos.

El soldado herido Jacinto y Rosendo eran dos niños que vivían en una hacienda de Puebla por 1840. Sus padres estaban empleados en los trabajos de labranza y ellos se hicieron grandes amigos. Iban juntos a nadar, salían a montar a caballo cuando los dejaban y compartían todo, incluyendo sus sencillos juguetes, como una resortera y unas canicas de brillante vidrio traídas de la capital. Los habitantes del lugar les decían “los hermanos”, pues siempre andaban juntos, como si fueran de la misma familia, como si llevaran la misma sangre. Un día pasó por la hacienda un vendedor de objetos usados que ofrecía su mercancía de pueblo en pueblo. A los niños les fascinó un viejo soldado de tela. Cuando preguntaron cuánto costaba descubrieron que juntando las monedas que cada uno tenía ahorradas podrían comprarlo y así lo hicieron. De día pasaban horas jugando con el soldado, de noche éste los cuidaba. Así corrían los meses hasta que, en una ocasión, los niños discutieron por un chisme sin importancia. Llegaron a las manos y comenzaron a disputarse el soldado de tela. Uno lo jaló de los brazos y otro de las piernas hasta que el juguete se desgarró en dos. Rosendo se alejó furioso; Jacinto recogió al soldado y se lo llevó a su madre para que lo cosiera. No volvieron a hablarse y el destino los llevó por diferentes rutas. Entre 1858 y 1861 México se hallaba sumido en una terrible guerra entre dos bandos contrarios, los liberales y los conservadores,


episodio conocido como Guerra de Reforma. Aunque los combatientes eran todos mexicanos, se peleaban por ideas contrarias. Las batallas se sucedían, el centro del país estaba en llamas y morían centenares. Los dos niños de Puebla eran ahora mayores de edad. Jacinto encabezaba una tropa liberal, Rosendo una tropa conservadora. Quiso el azar que ambas se encontraran en un paraje del Estado de México y se preparan para combatir. La batalla estaba a punto de estallar y los soldados, jóvenes como ellos, se alistaban. Poco antes de iniciar el fuego, Jacinto envió a uno de sus hombres al campamento de Rosendo para solicitarle una entrevista. Cuando llegó a verlo, Rosendo lo reconoció de inmediato y no supo qué decirle después de tantos años. Jacinto metió la mano en la bolsa de su abrigo y sacó al viejo soldado de tela, con las gruesas puntadas que eran como la cicatriz de una grave herida: “Amigo —le dijo a Rosendo— hace años herimos de muerte al mejor soldado de tela. ¿Es justo que hoy hagamos que se enfrenten soldados de carne y hueso?” Con lágrimas en los ojos Jacinto abrazó al juguete de su infancia e indicó a su tropa bajar las armas.


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