4 minute read

El precio que pagar

Next Article
Brusto

Brusto

Romero Huamán, Danisha IIA

Te veía de nuevo, paseando por el jardín del hogar con aquella risueña mirada; tu largo atuendo revoloteando con cada pisada, que más que eso parecían pequeños saltos, delicados pero apresurados por llegar a tu destino; tus rojos rizos moviéndose a tu paso,

Advertisement

y el sol reflejando en tu blanco rostro.

- ¿Está bien señorita? ¿Necesita algo? – dijiste con aquella dulce voz – La vi observándome desde la banca y pensé que tal vez necesitaba de mi servicio.

Y saliendo de mi trance, reaccioné de la peor manera existente. Mi rostro se tornó rojo tal pétalo de roja rosa, y con voz baja, casi tartamudeando invente algo que no me delatara.

-De hecho, me preguntaba si… quisiera… reunirse hoy, en el lugar y hora de siempre.

-Sería un placer – dijiste con voz entusiasmada -, he estado anhelando otro encuentro desde el último que tuvimos.

Y tan rápido como terminamos aquella pequeña charla, me despedí y fui directo a mi habitación, no quería seguir avergonzándome a mí misma.

El sol comenzaba a desvanecerse de la habitación, siendo ya las dieciocho horas, y los candeleros ya habiendo estado encendidos por acción de los criados.

Faltaba cada vez menos para mi encuentro; solo me dedicaba a ver la faltriquera en mi palma, escuchando su breve “tic, tac, tic, tac” por cada segundo pasado, mientras mi pierna se movía inconscientemente por lo ansiosa que me encontraba; hasta que

finalmente dio la hora que con tanto esmero esperaba. Me apresuré a ponerme los zapatos, abrir la puerta lo más rápido posible e ir a paso veloz hacia la biblioteca del hogar, en la que de seguro ya te encontrabas.

Efectivamente, ya estabas en el lugar, lleno de estanterías repletas de libros, algunos con siglos de antigüedad; los grandes ventanales que normalmente dejarían entrar luz por el día se encontraban tapados por grandes cortinas de un rojo intenso, y, apartado del resto, un pequeño estante en una esquina del salón, justo al lado de una mesa, dónde se encontraban todos los libros o novelas que se encontraban previamente seleccionadas

para encuentros como estos.

Ahí te veía en una silla acolchonada, dándole una ojeada a un libro, junto con los aperitivos colocados en bandejas sobre la mesa. Me acerqué un poco, arrimé el asiento de al lado y me senté junto a ti.

El tiempo pasaba sin siquiera sentirlo, entre casuales conversaciones sobre nuestra lectura y probadas a las delicias que habían sido recién horneadas, con pequeños cambios de tema, pero nada muy importante; tantas cosas reprimidas a diario que no se podían dejar a la luz.

Hasta que, de un momento a otro, tus ojos se juntaron con los míos, aquel rojo intenso de tu mirada observando cada movimiento que hacían mis pupilas; sentía tus palpitaciones acelerar cada vez más, tu respiración y la mía se hacían una, y tu rostro se acercaba cada vez más a mí, un momento tan hermoso y preciado que se acercaba a su clímax.

Hasta que paso lo que se preveía...

El portón se abrió.

- ¡Oh, padre! ¡Oh, dulce padre! Deshonra pura he traído a este hogar, tu cariño, tu amor han esfumado por la abertura; merezco castigo, destierro, que impura soy - decía con lágrimas en los ojos - ¡Oh, madre! ¡Oh, clemente madre! Ten piedad de mí, tu crianza ha sido la justa, la perfecta, pero mi comportamiento no lo demuestra; he sido egoísta, vanidosa, solo he pensado en mi propio bien, suplico perdón para mi corrompido ser, perdón por ofrecerte esta vida llena de errores. No he estado a la altura de esta familia, desdicha llevo a donde vaya; pero por favor tengan misericordia, prometo mejorar,

prometo traer bien a esta familia, prometo enmendar mi error.

Sus miradas, fijas en mí, demostraban el asco y repugnancia por mis acciones, hasta que presentaron una propuesta que cambio todo lo que pudo haber sucedido.

Y en medio de mis lamentos, concluí que esta vida, o la vives tú, o la vive otro.

Con la mirada estática en el piso, caminabas hacia tu final.

La áspera cuerda ya había sido colocada, y el verdugo esperaba a un lado de la madera que tu llegaras a tu destino.

Todos a los alrededores gritaban de lo que se te acusaba, brujería decían; palabras falsas y manipuladas en tu contra.

- Perdón - decías con lágrimas en los ojos - perdónenme por favor.

Comenzabas a subir a la gradilla, el objeto a tu muerte se encontraba colgado delante de tu rostro; te dieron una indicación, que no logré escuchar por la pesadez que me

atormentaba; pero deduje su significado al verte colocar tu cuello dentro del aro formado con la soga.

Diste tu último aliento, y ese fue el final de todo.

Tus piernas se movieron inconscientemente, mientras cada pizca de oxígeno dejaba tu cuerpo, inerte y maltratado.

Solo me dediqué a mirar al suelo, preguntándome que habría pasado... Si tan solo no hubieras sido mujer....

This article is from: