#democraciarealya La Puerta del Sol de Madrid se ha convertido en el verdadero faro de un movimiento que ha conseguido reunir a miles y miles de personas de todo el Estado español alrededor de una polifonía de consignas de donde sobresale una petición: democracia real. Gritos, pancartas, acampadas en espacios públicos y consignas entrecruzándose y multiplicándose exponencialmente al ritmo vertiginoso que ha adoptado la comunicación en tiempos de diálogos cibernéticos y redes sociales. Esta es la apariencia de un movimiento de respuesta y protesta que, después de meses y años de incomprensible desmayo por parte de todos, pero, sobre todo, los jóvenes, ha sacudido inesperadamente la sociedad española. La indignación que invocaba Stéphane Hessel, finalmente, ha acabado adoptando la forma de protesta multitudinaria, por ahora escasamente articulada, pero, aun así, con capacidad para hacer evidente que un sector cada vez más amplio de nuestra sociedad ha dejado de sentirse representado por un sistema democrático donde las prerrogativas de la ciudadanía han quedado reducidas a ser actores necesarios en la mecánica de la alternancia entre partidos políticos en el ejercicio del poder. La naturaleza parlamentaria de nuestro sistema democrático implica la cesión por parte de los ciudadanos y las ciudadanas del derecho de representación a los políticos profesionales. Siendo así, la actuación de esta clase política debería mantenerse incuestionablemente supeditada a la voluntad de los electores, pues la potestad de representación no implica la delegación de los derechos políticos de los cuales, por el mero hecho de ser hombres y mujeres libres, somos depositarios y titulares. Sin embargo, la inmensa mayoría de nuestros políticos confunden desde hace mucho tiempo los términos 'representación' y delegación ', forjando un andamio institucional opaco e inasible que nos separa como ciudadanos del derecho a la praxis política. El poder es un coto vedado al común de la ciudadanía con la pátina de legitimidad que le otorgamos con nuestra participación a intervalos de cuatro años en los procesos electivos. Somos integrantes de un sistema electivo, pero no el objetivo prioritario de la acción política de unos partidos que, como hemos tenido ocasión de comprobar a raíz de la crisis, a menudo actúan en exclusiva como elementos de refuerzo y perpetuación del dominio ejercido por el capital, disfrazado ahora bajo el epíteto neutro de 'mercado'. La democracia es, con toda probabilidad, una de las creaciones más elevadas del ser humano, pues para ser fiel a su propia naturaleza, debe aspirar forzosamente al igualitarismo radical. Un ideal imposible de alcanzar si no es siguiendo el camino que lleva a la justicia social, pues hablar de igualdad de derechos políticos es una falacia si no hablamos también de igualdad económica como condición previa e inalienable de realización. Sólo es democrático el sistema que realiza el esfuerzo consciente de acercar la toma de decisiones al conjunto de la ciudadanía creando y fortaleciendo los mecanismos que posibiliten esta participación. Sólo es democrático el sistema que preserva el derecho de los ciudadanos y las ciudadanas a actuar como agentes activos de la política y no como sujetos pasivos de las políticas concebidas en los estratos más altos de un sistema de castas. Esta es la verdadera democracia, la que aún responde al sentido etimológico del término. Harían bien los partidos políticos en escuchar el clamor contra esta democracia desnaturalizada que entre todos han ido construyendo a espaldas de una ciudadanía que, definitivamente, amenaza con decir basta. La gente ha ocupado la calle parapetada en el deseo de satisfacer unas expectativas que ahora, y desde hace mucho tiempo, considera traicionadas. Reacción loable que merece la comprensión y el apoyo de la ciudadanía en su conjunto, llamada a ser partícipe -y no sólo espectadora- de una revuelta pacífica en defensa de su derecho a comandar las riendas de la actividad política que incide sobre sus vidas . En Plaza Cataluña, en la Puerta del Sol y otros espacios de la geografía urbana de España comienza a arder una chispa que, alimentada por el fuego de la lógica indignación, acabará siendo una hoguera incontrolada si las clases dirigentes se empeñan en seguir haciendo oídos sordos al mensaje que entre las pancartas, las consignas, los telegráficos mensajes de Twitter y los escritos en los muros de Facebook emerge con claridad:
democracia real, ya!