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Paola Ruano
Sueña a lo grande
La gimnasta que vive en Canadá nos cuenta su historia de lágrimas y sonrisas, además de sus ambiciosas aspiraciones.
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Tiene 19 años y una vida marcada por el fuego. Es gimnasta desde los 3 años básicamente porque su madre, Jessica Barahona, también lo era. Y evidentemente le apasiona este deporte con el que en estos días hará su debut panamericano en Lima.
Desde hace cuatro años vive en Brandon, Winnipeg, Canadá, pero nada ha sido fácil para ella. Muchas lágrimas han recorrido por sus mejillas, aunque ella prefiere ocultarlas. “Soy de llorar, pero no quiero que me vean, me voy al baño y solo salgo cuando ya pasó todo”, confesó Paola Ruano, quien el año pasado nos representó en los Juegos Panamericanos Lima 2019.
Y vaya si tuvo para llorar. “A los 6 años ya estaba en el Polideportivo, integré el equipo juvenil, estuve en varios campamentos juveniles y gané en esa categoría el Campeonato Centroamericanos en viga, mi especialidad”, explica. Sin embargo, todo pareció derrumbarse cuando su madre decidió irse a vivir a Canadá.
“A ella le salió un trabajo y se tuvo que ir. Pasé cuatro años sin verla, fueron momentos muy duros. Me fui a vivir a la casa de mi abuelo, Francisco Barahona, quien me cuidó muy bien, pero ya no estaba ella, que era quien me llevaba todos los días a los entrenamientos”, relató Paola.
Tal fue el impacto psicológico que dejó por un año la gimnasia. “Primero no tenía quién me llevara. Para no perder forma física intenté con la natación, ya que tenía una piscina cerca, pero no me gustó”, contó.
Al final se dieron las condiciones para volver a la gimnasia, ya de la mano de la entrenadora
Wendy Menesses, quien la acompañó en los Panamericanos. “Wendy estuvo en mis peores momentos, me ayudó mucho anímicamente. Me ponía a mi mamá en videollamada con el teléfono para que me sienta bien”.
Al final, un día del año 2016 llegó la gran noticia: su mamá le había conseguido los papales para que pudiera viajar e instalarse legalmente en Canadá. “Recuerdo que llegué un 11 de julio y al día siguiente ya estaba en el gimnasio”, admite con emoción.
Nada, ni siquiera el intenso frío invernal canadiense, pudo frenar ese sentimiento: “Al principio pasaba enferma todo el tiempo por el frío, hasta que me fui adaptando, pero nada es tan importante como estar cerca de los seres queridos, y en Canadá está mi madre y varios familiares que me apoyan”.
Ahora ya no hay llantos ni momentos para ocultarse, simplemente para disfrutar de la gimnasia, un deporte que le demanda casi siete horas de entrenamiento diario. “Es así, es muy duro, entreno por la mañana y también por la tarde, pero me queda tiempo para estudiar. Acabo de terminar el colegio”, explica. Su única duda es qué carrera seguirá ahora que se graduó. O será fisioterapeuta o será entrenadora de gimnasia. Esa es la duda. Pero sí o sí seguirá vinculada al deporte. De niña hizo fútbol, natación, baile, voleibol y otros deportes, pero nada la cautivó tanto como la gimnasia.
La pandemia condicionó sus entrenamientos, pero no se vio tan afectada como otros atletas: “Es un privilegio entrenar en un gimnasio, estamos cumpliendo el protocolo, guardar distancia entre atletas, ya que en otros países no entrenan, es duro estar sin entrenar. Cuando regresamos sentimos el cambio, todavía nos duele, ya que en gimnasia ocupas todo tu cuerpo, pierdes la flexibilidad, es decir topar al piso”.
Ha finalizado sus estudios de bachillerato y su meta es obtener una beca en Estados Unidos y seguir haciendo gimnasia. “Estoy en contacto con la Universidad de Alaska, y varias universidades, quiero estudiar psicología deportiva y estar en contacto con la gimnasia y espero un día ir a El Salvador para motivar a las niñas y decirles que todo es posible”.