Communitas zine no. 1

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Narrativas desde la Anticiudad


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Idea original y diseño Alejandro Sandoval · Fernanda Macedo · Víctor Villanueva Ilustradora Ferchuu Copyleft© 2018 Se permite difundir, reproducir y hacer propio el contenido total o parcial siempre que se cite o considere a lxs autores.


Anticiudad

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Anticiudad porque el mounstro es insaciable, porque ha devorado los árboles y sepultado la tierra bajo una gruesa capa de concreto. Porque cada vez que muta se vuelve más imperdonable. Porque desde que la crearon solo se ha dedicado a separarnos. Porque no nos vamos a entregar a admirar sus entrañas revestidas de espectáculo. Porque ya nos hemos detenido demasiado tiempo intentando cruzar una sola calle y le hemos dedicado aún más a salir de sus agujeros. Porque no somos buenos actores de kabuki, no nos sale bien la coreografía exagerada de idiota (¿o era ciudadano?) en vilo, ni mucho menos practicarla en público. Porque no somos nihilistas de internet (ni de la vida ¿real?). Una cosa primero: la urbanización ya nos ha deprimido lo suficiente, otra enseguida: no por eso nos vamos a dejar noquear por sus dispositivos sofisticados. Porque también han planeado mutilar los espacios comunes y nosotros, en respuesta, planeado mutilar sus paredes con bombas y tags. Porque históricamente la ciudad ha sido una mierda. Porque todo barrio puede convertirse en una zona comercial. Porque no nos entretenemos con sus luces artificiales, sus shows modernos ni sus carnavales. Vomitada: la urbe te orilla a la soledad, la autosatisfacción y la excitación inmediata. Porque no nos da placer la anestesia visual (¿virtual?) de la estetización del espacio, entiéndase que es un escenario y los olores artificiales nos molestan. Porque la vida en ella está distorsionada por fallas de origen y tienes que ser veloz si quieres ver las imágenes que te suministran. Empero, preferimos la inmovilidad de a ratos, nos ha hecho salir del papel de máquina y ponernos a escribir, imaginar, dibujar, pensar… porque simplemente estamos hartos de la ciudad y esperamos que tú también.


Narrativas desde la Anticiudad

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En este número presentamos una serie de reflexiones y críticas a la guerra que se vive en las ciudades actuales, guerra contra las pocas organizaciones de barrio o colectivos que habitan el espacio de manera real, es decir, donde las relaciones con vecinos, compañeros, amigos, echan raíz en el espacio donde despliegan su día a día, convirtiéndolo así en su territorio, pues las experiencias en común, las memorias y recuerdos que se viven en conjunto, propician la preocupación y el apoyo por lxs otrxs al poner de manifiesto una visión de la vida a partir de un nosotros, para apoyarnos, para defendernos y para tratar de romper las dependencias con las que la vida capitalista nos mantiene encadenados. En la ciudad de la globalización vivimos lobotomizados en el espectáculo de la mercancía, de la exhibición y la egolatría, estamos encapsulados en un presente sin fin donde solo importan el placer efímero individual e inmediato. Todo esto funciona como una niebla que nos mantiene ciegos, separados, apáticos, anestesiados, incapacitados para crear relaciones con los otrxs donde no medien la mercancía y la jerarquía. Las masas de zombies hiper-individualizadas, dependientes de las redes sociales y el prestigio del consumo, son parte, producto y condición de la guerra, del despojo y la segregación de las urbes para su posterior organización en mercancía. La ciudad capitalista es la antítesis de lo que significaron las ciudades medievales o las polis griegas, donde la plaza y el ágora representaban espacios para el encuentro, así como la proliferación de relaciones sociales, donde la autonomía y la autogestión de la vida a través de las relaciones en colectivo no tenían mayores obstáculos. En cambio, en las ciudades modernas el objetivo es la aniquilación de las relaciones en colectivo; esto porque el espacio donde ocurren estas situaciones de encuentro, apoyo y diálogo entre los sujetos articula relaciones que cuestionan la hegemonía de la forma de vida vacía que nos inocula el capitalismo. Por eso es que nos enun-


ciamos desde la anti-ciudad, para que dejen de exterminar el espacio público, para que las comunidades que sí tienen territorio no sean despojadas ya que en sus entrañas se encuentra latente la semilla de la desobediencia, la rebelión y la resistencia, cuyas potencias ponen en peligro la dominación del mercado, para recuperar los lazos entre las personas y romper las jerarquías que nos fragmentan, para que la ciudad deje de ser en lo que se ha convertido. Es la anti-ciudad una especie de ficción que hemos creado para cuestionar esta forma de vida, por lo que las narrativas en el presente número tratan ilustrarnos la intricada red de procesos socio-culturales, políticos, mercantiles, de guerra y despojo que caracterizan la organización del espacio por el capital; la anti-ciudad es una invitación a pensar que otras formas de vida pueden ser posibles, pues aunque parezca lo contrario, es posible a través de la organización y los lazos de afecto entre las personas que compartimos los mismos espacios y queremos cambiar radicalmente su actual configuración.

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Que acceda quien pueda. La definición de la ciudad actual

Misael Acosta El capitalismo ha encontrado en las ciudades nuevos mercados y se ha renovado para su continua existencia. Muestra de ello es la complejidad de acceso a la totalidad de la ciudad puesto que ésta no es para todos; y si así lo aparenta habría que preguntarnos por qué y para quién.

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La ciudad se ha mercantilizado. Mediante la accesibilidad e inaccesibilidad en la ciudad es como nos podemos dar cuenta de cómo ha proliferado la mercantilización en sus diversas formas que devienen en necesidades: desde servicios como el transporte y las comunicaciones, hasta los centros comerciales y lugares de moda para las nuevas generaciones de las y los jóvenes. Quizá sea la mercantilización la que de manera temporal invisibilice la posición socioeconómica de las personas en la ciudad pues si todo se puede comprar basta con tener un poco más de dinero para poder acceder a lugares y servicios que nos permitan estar dentro de las dinámicas que nos exige estar en la ciudad y ser parte de ésta; pero, si en lugar de esto ocurre lo contrario, el modelo de vida de las personas se vuelve más complejo e inmediatamente la frustración se hace presente: el modo ideal de vida que nos vende el capitalismo, dibujado en las clases medias altas y altas, no es posible para todos. Todo se compra, todo se vende. En este contexto del capitalismo si la ciudad se transforma es para colocarla en la lógica de la globalización, del primer mundo. Prueba de ello es la homologación de la ciudad, es decir, que más o menos en los principales centros históricos de las ciudades no es su historia en sí lo que atrae a las personas sino más bien las plazas de la tecnología, los restaurantes transnacionales de comida rápida, las tiendas departamentales, etc. Algo similar sucede con los cotos privados, las torres de departamentos y los centros co-


merciales. Todo lo anterior aparte de minimizar la historia de las ciudades se crea a partir de un doble discurso donde se forja la compra-venta pero también apelando a las necesidades y sentimientos para que las personas se ajusten al “nuevo status quo”. Hoy en la ciudad compramos y vendemos palabras a través de este doble discurso pero ni siquiera nos preguntamos su (re) significado: rapidez, comodidad, plusvalía, seguridad, vigilancia, son solo algunas de ellas. Precisamente cuando estas palabras se materializan se construyen los lugares inaccesibles pero bien planificados para que denoten quiénes pueden acceder a éstos y quiénes no. Dispersión urbana. La movilidad de las clases sociales en las metrópolis está atravesada principalmente por factores económicos. Es imposible ignorar actualmente en qué parte de la ciudad vamos a trabajar, en donde vamos a vivir o en donde se encuentran los lugares de recreación y convivencia social. Y no es por gusto sino porque la ciudad se transforma estratégicamente para generar costos y beneficios que impacten de forma positiva en la circulación del dinero pero haciendo cada vez más costosa la vida de quienes ahí habitan. Visto de esta forma, los desplazamientos internos de las personas que viven en la ciudad están determinados tanto por su posición económica como por las modificaciones con fines consumistas del espacio urbano. Por ejemplo, pensemos en los altos costos y beneficios que se generan cuando una gran parte de la población se desplaza por cuestiones de vivienda a zonas periféricas y, el trabajo, la escuela o los lugares de convivencia social están demasiado retirados.

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Nuestro rol como habitantes de la ciudad actual moldeada por el capitalismo necesita ser pensado constantemente en este panorama de incertidumbre. Explicarnos cómo vivimos o por qué vivimos de esa forma es salir de la espontaneidad y ser más atentos al momento de andar por la urbe; tarea difícil que solamente personas privilegiadas y con el tiempo de pensar pueden hacer. Sin embargo, es tarea de todas y todos hablarle y explicarle al otro, no siendo ajenos a sus vidas, demostrando en ese momento lo que de verdad se sabe. Es momento de crear y seguir creando desde nuestros espacios una conciencia colectiva que en la medida de lo posible sea expresada políticamente y en diferentes formas de resistencia pues únicamente así evitaremos

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que los discursos oficiales y los poderes hegemónicos se apropien de la definición de la ciudad. Desde los grupos de las feministas que han denunciado constantemente la vulnerabilidad a la que se exponen las mujeres en distintos puntos de la ciudad; los colonos que se organizan por alguna carencia en común de su colonia; las personas que viven en la periferia y carecen de innumerables servicios públicos; las investigadoras y los investigadores que de acuerdo a su área abordan las problemáticas urbanas; los grupos de ecologistas, las y los ciclistas, entre otros grupos, se ha demostrado y se demuestra la contraparte de una ciudad “bella”, “accesible”, “ordenada”, “justa”, “segura” y factible para los negocios. Hoy y mañana en la ciudad la lucha y resistencia contra el capitalismo aún es posible.

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Las intermitencias de la urbe

Enrique Ortega Los edificios no paran de crecer. Cada vez más altos y llenos de gente. Las construcciones por toda la ciudad hacen una tormenta de tierra imposible de evitar. Toda la contaminación abunda en la ciudad siendo parte de nuestra cotidianeidad. La gentrificación va consumiendo los barrios, desplazando a toda la gente originaria. Los centros comerciales, bares y “super-mercados” comienzan a invadir todos los lugares. La gente reclama por sus lugares, quieren que siga siendo suyo sus parques y jardines. Su reclamo es ignorado y la respuesta oficial responde a intereses monetarios. Todos saben la mentira del discurso, por lo que es ignorado y se siguen organizando.

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Los fraccionamientos y cotos se instalan en todas las partes de la ciudad, evitando a toda costa enfrentarse al otro. El parque en donde los niños juegan futbol, en un futuro instalarán varios restaurantes y cafés. El puesto de tortas ahogadas, terminara siendo desplazado por un subway. El mercado donde se podía encontrar todo tipo de frutas, verduras, carne, pollo, hasta incluso reparación de zapatos y bicicletas tiene como objetivo convertirse en un mercado con crosffit y comida orgánica a precios excesivos. Todo será instalado para el disfrute de gente externa al barrio. Nada por la necesidad o apoyo a la gente que vive por esa zona. Pronto todos esos olores y ruidos característicos del lugar serán modificados completamente y la mayoría de habitantes se alejara por el costo de vivir en una zona de esa magnitud. Las problemáticas de prostitución y drogadicción que se encuentren en el lugar serán desplazados del lugar, sin importar las problemáticas de los sujetos. Incluso los jóvenes que consumen droga en las esquinas, siendo estigmatizados socialmente serán cambiados por otros jóvenes de clase alta, que probablemente de igual manera sean consumidores.


Mientras tanto los jóvenes nos refugiamos en drogas y nos aislamos de la sociedad y sus problemáticas lo mayor posible. Los adultos ignoran el problema, con el pretexto de que no es su responsabilidad. Todos tratan de esconderse detrás de algo, detrás de una computadora, un libro o un escritorio, no tiene gran relevancia el objeto sino la negación del problema y el voltear hacia otro lado. Sin embargo, no todo está perdido. Las asambleas y protestas en los barrios nos hacen dar cuenta de que nos seguimos reconociendo como personas que luchan por sus lugares. Los grafitis en la ciudad en contra de los nuevos proyectos, nos van diciendo que algo va mal y que debemos cambiar el rumbo del camino, obligándonos a salir de nuestro escondite para ver la realidad.

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Espejismos de la ciudad-mercancía

En el capitalismo globalizado la lógica de mercado se impone como la forma principal de gestionar cualquier actividad humana. En todos niveles la mercancía toma preponderancia en la organización de la vida cotidiana. Todo se puede vender y comprar. Con la apertura de los mercados internacionales, cada país, y cada ciudad dentro de estos, son orillados a competir por los flujos de personas e inversiones de capital de las grandes corporaciones transnacionales; por este motivo es necesario el desarrollo de una compleja campaña de publicidad para la atracción de estos flujos. Mediante los artilugios mercadotécnicos se constituyen nuevas formas de representación de la ciudad (creativas, inteligentes, de marca) produciendo a escala urbana complejos procesos de reorganización socio-espacial. Las ‘marcas-ciudad’ son elaboradas campañas de marketing cuyo objetivo es la proyección de la ciudad a nivel internacional para la atracción de turismo e inversiones. Estas campañas publicitarias toman ciertos elementos típicos de la ciudad, como el patrimonio arquitectónico o ciertas costumbres, tradiciones y hasta variaciones en el lenguaje para construir una imagen condensada de la “identidad” de una ciudad, pueblo o nación. A través de la publicidad se venden experiencias e imaginarios de ciudades artificiales e idealizadas.

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Los procesos sociales que se despliegan en la urbe con toda su heterogeneidad, alteridad y contradicción son reducidos a un cúmulo de características que pretenden dar cuenta de la identidad citadina. Estas características son prostituidas en una mezcla de nacionalismo edulcorado por el mercado que ofrecen (en un signo marcario) una ilusión sintetizada que supone contiene las características, el pasado, los proyectos, el futuro de una ciudad o país. Con este objetivo los think tanks (mercado-estatales) estudian los imaginarios, las narraciones, los relatos o las metáforas que ponen en valor al territorio y transforman los símbolos locales desde la lógica de la sociedad de consumo.

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El marketing de las ciudades pretende una homogeneización del espacio urbano y de lxs que habitan en él, detrás de este velo espectacular de festivales, eventos culturales y publicidad a gran escala se trata de esconder la desigualdad, la segregación y la guerra. A través de los discursos que hablan de higiene y recuperación de la identidad urbana, en realidad se producen entornos de vulnerabilidad y exclusión. Se fragmenta el tejido social, se acentúan los patrones de inequidad y se forman espacios de segregación (la gentrificación es uno de los fenómenos más característicos).

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Los centros históricos de las ciudades son los protagonistas en la transformación dirigida a la “tematización”, a la puesta en escena de un simulacro de ciudad. Esta apuesta de simulacro supone emprender un macroproceso de revisión urbanística y arquitectónica que reemplazará, con la excusa de su actualización, ciertas piezas del patrimonio urbano o barrios enteros por nuevas fachadas y estructuras que parchan el pasado cultural a costa de ocultarlo o reemplazarlo de manera irrecuperable. Esto tiene consecuencias en la percepción de los territorios y los espacios, pues los habitantes del lugar ya no pueden reconocerse en una ciudad que ha transformado su pasado visual, destruyendo el pasado que formaba parte del imaginario “identitario” colectivo (el mercado corona, la peatonalización de av. Alcalde y el parque Morelos son los principales indicadores de estos procesos en la ciudad de Guadalajara). Esta “gentrificación simbólica” es la declaratoria de guerra contra los barrios o colectividades populares que sobreviven en las zonas céntricas que, mediante la especulación inmobiliaria, la intimidación, o la abierta violencia de parte del estado, trataran de despojarlos de sus territorios. En fin, que no es lo mismo planear y administrar una ciudad enfocada a las necesidades y desarrollo de sus habitantes, que hacerlo para complacer al visitante. Parte de la cuestión es que el turismo masivo no vota y no protesta, no pide servicios, accesibilidad, vivienda. Sus posibles exigencias se reducen a la comodidad de disfrutar de una simulación de experiencia histórica, basta con que parezca que se introduce o se toma contacto con elementos históricos, sin que importe la veracidad de estos, ni los “daños colaterales” que las intervenciones urbanas (gentrificadoras, excluyentes, de despojo) requieren al modificar irreversiblemente las dinámicas de vida del lugar.


Los discursos del marketing de las ciudades nos niegan como sujetos, niegan la diversidad, las contradicciones, nuestro agenciamiento. Se produce una construcción despolitizada y despolitizante de los habitantes de la ciudad. Las marcas ciudad se conciben como un nuevo concepto de gestión de lo urbano, de la creación de ciudadanía, partiendo del presupuesto de que todo el mundo, desde que nace, se desenvuelve en la vida pública en condiciones igualitarias, que los derechos están dados y no se construyen y se conquistan. ¿Cuáles son las bases tomadas en cuenta para decidir que se califica como identitario o no de una ciudad o un país? ¿Quién decide que postal de la ciudad es la aceptable? ¿Desde dónde se gesta el abandono de la realidad histórica en favor de una ilusión económica y cultural que promete mucho más de lo que ofrece? Está claro que la configuración de los imaginarios que pretenden dar identidad a un colectivo social como una ciudad estan atravesados por relaciones de poder y dominio, principalmente dirigidos al beneficio de los grandes capitales y el estado. Todo esto es parte de una estrategia, a escala global, que parte de unos modelos de ciudad claramente definidos para promover políticas públicas que permitan el asentamiento del capital en cualquier zona que le interese y por encima de cualquier otro interés.

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La ciudad como mercancía implica la especulación de todo cuanto hay en ella, generando expectativas de los sectores financieros, los funcionarios públicos, los empresarios y emprendedores principalmente. En consecuencia, se justifican una gran variedad de intervenciones que podemos nombrar como arquitectónicas, artísticas, de infraestructura y de imagen urbana, múltiples proyectos que derivan en formas de despojo y exclusión del espacio social a partir de discursos que abogan por el saneamiento, recuperación, aprovechamiento o puesta en valor del patrimonio local. La ciudad muta en una mezcla de arquitectura espectáculo, eventos absurdos de costos inasequibles y enormes dosis de promoción y publicidad que están totalmente desvinculados con el tejido social y sus necesidades. La ciudad se ha convertido en un espacio segregado, precario y plagado de desigualdades, hechos que pasan a un segundo plano ante la importancia que, en la política pública urbana y del marketing, toman la creación de ilusiones, fantasmas, historias e identidades para la constitución de marca y la concentración de beneficios.

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Las raíces del territorio Una sociedad libre es una fraternal, horizontal y equilibrada, y por consiguiente, desestatizada, desindustrializada, desurbanizada y antipatriarcal. En ella el territorio recobrará su importancia perdida, pues contrariamente a la actual, en la que reina el desarraigo, será una sociedad llena de raíces. Miguel Amorós

El territorio es un espacio habitado y significado por el ser humano. Desde esta primera línea partimos para intentar argumentar porqué en la ciudad es difícil concebir un territorio, y menos un territorio que rompa con las relaciones y formas de vida capitalistas.

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Pensar en el territorio de las ciudades, es también pensar la ciudad. Si bien, el antecedente de las ciudades actuales se dio con los albores del capitalismo en la edad media, ésta se ha ido transformando drásticamente ya que surgió como refugio y forma de sustento para los desposeídos, es decir, para los ‘sin tierra’1 que se empleaban de distintas maneras en estas primitivas ciudades. No obstante, se convirtió poco a poco hasta llegar a las condiciones actuales de las ciudades globales, en las que los lazos afectivos y comunales ya no significan nada para la vida diaria. Si el territorio es un espacio significado, en esta sociedad de control ¿quién propone esos significados? ¿Quién los inocula en el imaginario social? Vivimos bombardeados por un entramado de significados, pero estos emanan casi únicamente desde los estamentos del poder coercitivo, hegemónico. Entonces, ¿cómo se puede echar raíces en un espacio en el que la libertad es coartada por los intereses de unos cuantos sobre el resto? La constante convivencia en un espacio, nos otorga la posibilidad de irlo reconociendo, reapropiando; pero si no rompemos con las formas de hacer que nos proponen des1. Ver Federici (2010) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria.


de el poder hegemónico será muy difícil que podamos generar significados nuevos, antijerárquicos, antipatriarcales, y sólo terminaremos reproduciendo los significados territoriales que a la ciudad le conviene, que al capitalismo favorece. La ciudad es fragmentación. ¿Cómo podemos vivir entre tanta gente y seguir sintiéndonos solos? Rompamos la ficción del individualismo, que sólo nos encierra en una identidad incapaz de resquebrajarse para fundirse con la manada, con la colectividad. Cuando hablamos de significar el territorio, Gilberto Giménez reconoce bien dos componentes de éste, el que está supeditado a conveniencias económicas, jurídicas, logísticas, políticas, entre otras; y el territorio que está reconocido porque la cultura determina que lo caminaron los ancestros desde tiempos inmemoriales, porque en tal lugar ocurrió un suceso importante para el inicio de la vida como se conoce o porque se reconoce a cada ser (montaña, río, planta, animal, humano) que lo habita como parte del mismo organismo indivisible. Así que me pregunto: ¿qué territorio queremos caminar? Uno en el que las construcciones signifiquen el proceso de enriquecimiento de unos cuántos sobre el esfuerzo de los demás o uno en el que reconozcamos cada rincón como algo que nos conforma, que nos permite la libertad de nuestros haceres y sentires.

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Hay que extender nuestras raíces para crear un nuevo territorio, y que sean estas mismas raíces las que al ir creciendo fragmenten la ciudad que nos fragmentó, y agrieten sus formas de vida, en las que sólo importa la transacción; fragmentemos el asfalto bajo el cual yace la muerte para echar raíces y proliferar la vida. Esto sólo se logrará generando otras ficciones, es decir, otros significados de vida, otras formas de relación con lo que nos rodea, cambiando así las formas de sentir(nos) y pensar(nos), pero que sean ficciones que nos alejen de toda jerarquía, de todo patriarcado y de toda opresión.

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Breve historia de un parque

I. Está historia es la de un parque que bien podría ser cualquier otro parque en un barrio que es, a su vez, muchos barrios. II. El parque es punto de encuentro, es un camino al trabajo, un lugar de trabajo, una pista de baile, un salón de juegos. IV. La gente asiste con regularidad, el parque es parte fundamental de su vida cotidiana. V. Hay que decir que tampoco quedan muchos parques por la zona, ni por la ciudad.

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VI. Jaime camina todos los días el parque para llegar a su escuela. Se detiene de vez en vez en un puesto callejero a comprar. En otro puesto come, en otras ocasiones se sienta a pasar el rato en una banca y, si coincide en los tiempos, mirar las sesiones de danzón mientras escucha la música. VII. En un barrio lejano, en una conversación ajena, se platica del parque. Se menciona que últimamente lo han visto muy abandonado. Hubo unos que coincidieron en que su apariencia necesitaba un cambio. Otros se atrevieron incluso a resaltar el parque como punto de encuentro de gente pobre. IX. Un edificio abandonado cercano al parque de pronto es demolido. X. En un periódico que se leía durante un trayecto de tren, un individuo retenía las primeras impresiones que hablaban de la rehabilitación de cierto parque. Recordó leer las palabras, abandonado, intervención, ciudadanía. Luego esa noche le vino de golpe el recuerdo de una más severa: rehabilitación. XI. En frente del parque otros edificios son derrumbados. XII. A lo mejor por eso mismo, de los escombros, el parque se ha cubierto de una delgada capa de arena que nadie barre. Esto le venía contando Doña Luisa a su vecina, ambas se quejaban de que nadie iba a limpiar lo que quedo de tierra.


XIII. Otro vecino que andaba en bici birló con maestría un bache, que, pensó, fue creado con las máquinas excavadoras, los tráileres y las torton cargadas de escombro que entraban y salían de los terrenos para quitar lo que quedó regado de los viejos edificios. XIV. La basura se comenzaba a acumular en los depósitos, hasta llegar al punto de desbordarlos. XV. Comenzaron a llegar unos trabajadores al parque, picaron el pavimento y lo dejaron así nomás levantado, como para que la gente no pudiera caminar, decía Jaime. XVI. Un maestro terminaba de dar clases cuando se comenzó a cuestionar sobre la excesiva cantidad de tiempo que les estaba tomando a los trabajadores arreglar el parque. XVII. Y ahora, ¿A dónde vamos a ensayar? No se preocupen, les decía el viejo Matías (gran bailarín de danzón) a los demás, dicen que ya les falta poco, por mientras vámonos a otro lugar a bailar. XVIII. De pronto, ha pasado ya más de un año en la historia. XIX. De pronto, han comenzado a construir unos edificios en los terrenos de los que demolieron hace tiempo.

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XX. El gobernador en turno habla de la revitalización que obtendrá el parque a través de estos nuevos edificios que albergaran industrias, que proyectaran tecnologías. XXI. El parque sigue derrumbado, ya casi no va nadie, los arboles como que tienen cemento, relata Jaume. XXII. La gloria del proyecto es su ambición, los complejos serán modernos y el parque será mediático, crearemos una red con otros distritos urbanos para que haya un intercambio de cultura, tecnología y vitalidad en la zona, comentaba uno de los directores del proyecto.

XXIV. Las obras se aceleran a medida que el parque comienza a vaciarse.

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XXV. Un día el parque amaneció cerrado, enjaulado por unos muros.

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XXIII. Jaime ya no pudo comprar nunca más en el parque pues los puestos habían sido retirados, incluso pensaba en si sería buena idea cambiar su ruta.


XXVI. El cierre causa desolación, la desolación promueve el cierre de los negocios. XXVII. El tiempo pasa y parece como si fuera a propósito todo lo ocurrido, pareciera, quizás, que muy en lo oculto querían acabar con la vida en la zona, querían que los negocios cerraran, que la gente se fuera, que los vecinos mejor se mudaran. XXVIII. La gente ya nunca regresó a su baile, ni a pasear, ni a sentarse en las bancas. Ya no había nada que hacer allí para ellos. El parque cambió. XXIX. Los puestos ambulantes cedieron su lugar a crepas, comidas fusión y otras fruslerías con las que se divertía Alberto y su novia, ambos arquitectos.

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XXX. Un café abrió donde antes vivía Doña Luisa, luego se detonaron un sinfín de inauguraciones más. En uno de esos lugares, una cafetería, Alejandra comenzó una rutina de desayuno que inició a partir de obtener la vacante en relaciones públicas de una empresa del nuevo complejo que abrieron frente al parque. Veía a través del vidrio que la separaba de la calle y se le mostraba el parque, pensaba, que le gustaba, creía entender que así tenían que ser todos los demás parques. XXXI. Pero no decía en la misma conferencia que el parque había muerto, tampoco decía que los sabores y los colores del nuevo eran artificiales, incluso los olores eran postizos y que ni Jaime ni ninguno de los que antes disfrutaban el parque podían entrar dentro de las dinámicas del nuevo y mejorado parque al que se dirigían ahora los zombis de la modernidad, bien vestidos y en bici pública, atraídos por el espectáculo de la renovación, que no era otro que el espectáculo del abismo.


Contra la ciudad capitalista, la autogestión de nuestra vida Marcelo Sandoval Es inútil complicar las cosas, porque la solución es simple. Es preciso que las grandes ciudades cultiven la tierra, como lo hacen los pueblos rurales

El cultivo del suelo hecho en común será el lazo de unión entre la ciudad y la aldea: las fusionará un solo jardín, cultivado por una sola familia Piotr Kropotkin

Para crear una vida en libertad, para aspirar a la autogestión de la existencia, es decir, para asumir de manera integral la responsabilidad en torno a nuestro mundo, de acuerdo a nuestros intereses y necesidades, tenemos que destruir la ciudad, la ciudad capitalista. El capitalismo es guerra, se reproduce y existe a través de la guerra, y la ciudad es una forma de hacer hacernos la guerra, al crear un territorio donde nos volvemos dependientes del Estado, es decir, de los dirigentes, los burócratas, los especialistas y los expertos.

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El urbanismo capitalista, desde el cual está organizado el espacio, es la ideología burguesa a través de la que se opera la guerra contra el territorio. Los ejes mediante los que opera son la desterritorialización/despoblamiento y la reterritorialización/ reordenamiento de los pueblos, producto de las pretensiones de los dominadores de conquistar y colonizar nuevos espacios, sujetos y bienes comunes.

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El capitalismo se vale de la fragmentación de lo colectivo para imponer otra temporalidad y otra espacialidad: el tiempo-espacio vacío y homogéneo, que contribuye a la reproducción de un trabajo que es explotación y de una política que es dominación. El control, el disciplinamiento y la coerción se dan gracias a que estamos desterritorializados y sin capacidad de sobrevivir por nuestros propios medios, sin posibilidades de autogestionarnos la vida.


La desterritorialización y el despoblamiento son un factor relevante dentro del proceso de alienación —separación— que está implicado en la sociabilidad capitalista. El espacio se recrea, está ocupado por nuevas relaciones sociales y nuevas culturas, por un nuevo tiempo de vida, donde se escinde, para empezar, a los sujetos de la naturaleza. Esto nos permite ver la complejidad con respecto a la guerra, donde incluso el propio urbanismo es una de las armas del capital, “por un lado, la ordenación territorial, gracias al urbanismo, se convirtió en un medio de acumulación de capital; por el otro, la posesión del territorio por el capital, es decir, su transformación de mercancía, acarreó su arrase” (Amorós, 2005: 124).

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Frente a esto, es decir, frente a la ciudad del capital y su arma de guerra el urbanismo, es decir, frente a la producción social de espacio bajo relaciones sociales de dominio, tenemos que entender el territorio como un espacio-tiempo de antagonismo. Y justo un horizonte como el que expresa Piotr Korpotkin en el epígrafe del artículo, es un horizonte desde el cual podemos construir un proyecto revolucionario y emancipatorio. Me refiero al programa de lucha por Tierra y Libertad, donde nos damos cuenta de un antagonismo que no se reduce a una batalla por ver quién ocupa un lugar dentro del aparato burocrático del dominación, sino que el problema está en crear y potenciar una praxis revolucionaria-rebelde para disolver las relaciones de dominación. Los seres humanos estamos viviendo actualmente un instante de peligro. El colapso y destrucción de la naturaleza, el racismo, la explotación, el sexismo parecen ser el denominador común en la existencia de la mayoría de las personas. No se visualizan posibilidades concretas para salir de la catástrofe, parece que la guerra social avasalla de tal manera que somos impotentes ante la fuerza del capital y el Estado. Predomina la apariencia de que no tenemos control sobre nuestras vidas, que cualquiera que tenga más poder que nosotros puede desaparecernos, asesinarnos, encarcelarnos, despojarnos, disponer nuestros cuerpos para hacerse de nuestros órganos, para la explotación sexual, laboral o como carne de cañón en las múltiples disputas militares dichas y silenciadas que se dispersan por todo el planeta. Aunado a esto, nos encontramos ante la aspiración, desde buena parte de los saberes que se encuentran-y-producen


en las universidades, de la “supresión radical de la razón y de la memoria” (Amorós, 2016: 11). Es una guerra contra todo y contra todas-todos. Sin embargo, la dominación no es una totalidad, no ha logrado hacerse del control del hacer y la imaginación humana de manera completa. Por eso, ayer y hoy es la guerra social, la misma que se expresa contra aquello y aquellos que todavía pueden convertirse en mercancía, en fuerza de trabajo para ser explotada, contra aquello que todavía puede ser despojado, que se puede poner al servicio de la acumulación del capital, contra aquello y aquellos que se resisten, que se rebelan, que luchan y que al mismo tiempo crean un mundo sin jerarquías, sin patriarcado, sin coerción, sin racismo. En el aquí y ahora, sólo existir ya es resistir, mantener relaciones basadas en el apoyo mutuo y la confianza es un desafío a la opresión, negarse a perder toda práctica comunitaria significa que se mantiene el germen de una vida unitaria —no-alienada, no-separada, no-mercantilizada—. Sin embargo, no es suficiente, tenemos que destruir el capital —junto con su ciudad, su técnica y su trabajo—, el Estado —con su jerarquía, su ciudadanismo y su legalidad—, el patriarcado —con su sexismo, su violencia y su acoso— y el colonialismo —con su racismo, su desprecio y despojo—. Necesitamos proponernos destruir todo lo que nos destruye, y para eso sólo tenemos una opción: organizarnos. Auto-organizarnos de manera autónomas, sin jefes ni partidos, de manera descentralizada y confederativa, de acuerdo a vínculos de apoyo mutuo y afinidad. Como dijo Walter Benjamin (2008), cada instante contiene sus posibilidades revolucionarias, su despliegue depende de la acción que seamos capaces de construir, de nuestra fuerza colectiva, y esa sólo puede crearse en el aquí y el ahora.

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Bibliografía

Amorós, Miguel (2016). Genealogía del pensamiento débil. En Verbo Libertario, 8-9, 5-11.

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Benjamin, Walter (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México: Ítaca-UACM.

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Amorós, Miguel (2005). Golpes y contragolpes. La acción subversiva en la más hostil de las condiciones. Logroño: Pepitas de Calabaza.


Autopsia de una ciudad en descomposición Cecilio Pensaba: es imposible que esta mujer, que se encuentra aquí delante de mí, en medio de toda esta Nada, de todo este abismo prontamente adornado como un simulacro de panadería, es imposible que ella crea en este decorado de cartón, en esta penosa pantomima - ¡esta escena! ¿así que estamos obligados a actuarla? No...Le diré...Le diré que hay que detener todo esto...Señorita, sabemos perfectamente, ¿no es así?, que todo esto no es más que un absurdo chantaje, que usted no es una panadera, que esto no es una panadería, y que sería absurdo que yo haga el papel del cliente. Tiqqun

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Desde hace ya algunas décadas la ciudad se ha transformado, la industrialización urbana cedió bastante lugar a espacios del consumo, el sistema mutó a un ingreso variable, especulativo, medido por subes y bajas, índices de mercado. El dinero ahora se crea en los bancos, bancos regulados por un banco central autónomo, liberado ya del Estado, haciéndonos creer como si el dinero fuera real, dinero resguardado, el dinero que no existe, que al final no vale nada. Una nueva época donde los bienes inmuebles, los seguros y las finanzas han cobrado un valor cada vez más importante, donde los servicios básicos quedaron cancelados, después privatizados. Donde la movilidad terminó dirigida al uso preferencial y a veces casi exclusivo del automóvil; donde las casas de repente redujeron su tamaño, se reprodujeron retorcidas, similares, conjuntamente en hileras que luego conforman cotos, departamentos, cerrados, con un guardia en la entrada, altos muros rematados con defensas eléctricas, nombres monárquicos, minerales, naturales, puerta de plata, el secreto, puerta del bosque, los pinares, los virreyes. Lo anterior si posees los medios económicos suficientes, los que no, la clase trabajadora, confórmense con 4x4 metros, es decir, hacínense, mejor dicho, enloquezcan. Comprar casa nueva en un lejano rincón, a orillas de la ciudad, tomar para llegar varias


rutas de transporte público, ineficiente, tiempo medido en función de arterias colapsadas de automotores, por lo mismo que mucha gente se fue allá, a vivir en las periferias. Los que se quedan dentro del cadáver, ay que decirlo, el interior no dista mucho del exterior, habitan en la misma locura. Las entrañas de la ciudad se aglutinan de gente, las vías de comunicación, que son vías del Poder, ordenan las cuadras, crean las cuadriculas de los barrios que poco a poco ceden espacios a la urbanización desmedida, voraz mounstro inmobiliario. Ordenamiento territorial, eufemismo de la instrumentalización del espacio. Se planea ir aún más lejos, se planea una ciudad cercana pero que mutila la identidad barrial, una ciudad conectada, pero a través de los hilos del Poder, una ciudad compacta, pero con un espacio público ya privatizado, es decir, pronto estaremos asistiendo al funeral del territorio. Tras su muerte, se convocará a un evento masivo donde se elogiará la nueva ciudad y su reciente inclusión en la red de ciudad creativas, mejor aún, lista de cadáveres creativos.

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Gracias a ello, nuestra geografía se modifica a la par del flujo del capital. Se elevan elegantes e imponentes los rascacielos de múltiples espejos, que reflejan su dominio sobre el suelo de la ciudad derrotada. Edificios extravagantes que albergan oficinas de grandes corporativos y bancos mundiales, monumentos pensados para ser venerados, ya admirados. Las enormes siglas de su Poder quedan inscritas en lo alto de sus muros, insignias que te invitan a reconocer quienes son los verdaderos dueños de la ciudad. Los arquitectos subordinados los diseñan para mitigar el ambiente de caos, la esquizofrenia del ambiente es pasar de un paisaje desolado y destruido por la urbanización extrema, a los susodichos distritos urbanos nutridos económicamente por la acumulación de capital. La riqueza se refleja en el uso del espacio, como en la antigüedad los palacios vastos de sus jardines, hoy los edificios muy altos orgullosos de sus centros comerciales. Ésta geografía se torna delirante, un barrio rico puede estar a la vuelta de la esquina de uno trabajador, así como un lujoso complejo departamental puede estar contiguo a casas modestas roídas por el tiempo, que lucen inferiores, dispuestas a ceder ante la verticalización de la vivienda burguesa. Las fronteras simbólicas de barrio a barrio y entre mismos barrios son importantes llegados a este punto, ya que la divergencia de clases en la (actual) so-


ciedad en descomposición es cada vez más evidente (y violenta). La invasión de bienes inmuebles, catapultada a través de una inversión fraguada por peces gordos de la obesa corporación inmobiliaria en coalición con los vigentes ayuntamientos totalitarios. Los cambios en el paisaje los llaman ‘’rehabilitación’’, dicen que son para ‘’mejorar la vida en los barrios’’, ‘’reactivar su economía’’, ‘’solidificar los lazos sociales de la comunidad’’ y otros logros entrecomillados. Ejemplo: Vamos a abrir un mercado postizo (sugerencia de nombre: mercado México, Roma, Hidalgo) que reivindique las raíces culinarias mexicanas, fusionando el mercado tradicional con el arte gourmet, para así lograr unir la comunidad barrial a través del consumo de tapas españolas que cuestan más que el salario mínimo por día, por ejemplo. ¡Atención! Eso sería un claro indicio de que tu colonia está en peligro de ser GENTRIFICADA.

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La gentrificación se usa como una herramienta para especular en barrios claves para el Capital, que una vez intervenidos, y ya sea a la fuerza o paulatinamente, expulsan a sus habitantes originales hacia distintas bifurcaciones de la urbe. En donde antes había viviendas ahora abren a su derredor laboratorios de diseño, cuarteles creativos, despachos variopintos, cervecerías, bistrós, cafés, restaurantes, barberías, la pattisiere, los mercados postizos, corredores culturales, gastronómicos, centrales de consumo. En donde antes había vida, ahora hay vida artificial. El panorama se modifica casi sin darnos cuenta, porque estamos ocupados en el espectáculo del consumo que nos han montado. Con el consumo redirigido a estas novedades, la multiplicación de subordinados que asisten como zombis a la experiencia última del espectáculo, el show dos punto cero de la enajenación, que da lo mismo si participas como idiota del antro de moda o como punk borracho deambulando en la madrugada del existencialismo, nihilista gacho practicante del no hay futuro. El embrutecimiento es masivo, llegando a ser, pues, satisfactorio para el que lo absorbe sin plañir, gustoso de ser violado por el entretenimiento. Las nuevas generaciones son esto, seres vacíos, despolitizados, y los pocos que se asumen políticos los son para con tendencias clase medieras de candidaturas independientes, de creencias en una ridícula ciudad sostenible, abierta e incluyente; un gobierno ciudadano, nuevos alumnos de la falacia de la democracia. Ignoran que el centro histórico se está ven-


diendo, que la ciudad se ha convertido en una marca, que la zonificación por barrios es cada vez más violenta, que la cultura y el arte que se promueve es para aleccionar y tranquilizar, que para ello la policía vigila el menor movimiento del que no es culpable, que la nueva Fuerza de Trabajo es la clase media, universitaria, egresada, ganando lo suficiente como para acceder a los gustos que provee el consumo extremo, y los que no pueden ser partícipes, hambrientos de roer lo que queda de show, se mantienen al margen, siempre deseando la mercancía de sus sueños, que no es otro que el dispositivo que pronto les dará muerte en vida. Hablemos pues, del futuro. El territorio no está del todo cooptado, ni el cadáver ha entrado en su total estado de descomposición. Aún en las vísceras puede nacer la Insurrección, o, mejor dicho, es en las vísceras en donde mejor funciona la Insurrección. Golpear desde dentro las dinámicas de la ciudad miserable, vivir en un espacio y tiempo distintos al que se dicta, crear compañerismo, toda amistad es política, la comunidad que contrarresta los embates de la no sociabilidad. En un momento quizás, de noche tal vez, graffitear los muros de la metrópoli del espectáculo con literatura rebelde, vomitadas de tal forma que impulsarían un devenir más bien insurrecto, empezar desde ahí y continuar, correr, crecer, planear, sabotear. Abrirse paso entre los espacios teatralizados y desmontar la escena urbana de patética falsedad, de aparente calma y sosiego; y conseguir lugares, pues es en ellos donde surgirán las tácticas, se repartirán los saberes y surgirá la cooperación necesaria para rebatir la ciudad autoritaria que nos ocupa, la guerra civil que nos persigue. Al final, todo intento de urbanismo será una oportunidad también para destruirlo.

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