Eskupitajo

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eskupitajo

ningun ser esta a salvo



eskupitajo Idea original y diseño Alejandro Sandoval · Fernanda Macedo · Víctor Villanueva Copyleft © 2017 Se permite difundir, reproducir y hacer propio el contenido total o parcial siempre que se cite o considere a lxs autores.


LA CIUDAD NOS FRAGMENTA Pensemos la ciudad como dispositivo1. Los dispositivos normalizan discursos y conductas que rara vez las personas cuestionan o critican. i. En la ciudad se piensa que los ĂĄrboles y los espacios naturales (como parques o bosques cercanos) son adhesiones al paisaje urbano, siendo que este paisaje geomĂŠtrico es el que se expande como virus letal invadiendo el espacio natural. 1. Consultar las revistas TIQQUN en las que se habla sobre los dispositivos.

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ii. Estoy segura que no soy la primera en preguntarse por qué habiendo miles de edificios y millones de personas nos sentimos tan solos. iii. Aquí no hay estrellas. Las únicas luciérnagas que brillan son las luces de los colosos de hierro y concreto. Los poetas tienen que hallar inspiración en la bóveda terrestre que se extiende a manera de alfombra reticulada que destella en las horas nocturnas. iv. Parece que está prohibido mirarse a los ojos, saludarse 4


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y querer romper con los hábitos de la rutina. El terreno es cada vez más hostil, amargo, gris, cansado. Y me pregunto qué estamos haciendo para hacer florecer algo nuevo; algo que al germinar comience por agrietar las barreras de asfalto y concreto que nos separan, que nos alejan, que nos fragmenta. Seamos en la ciudad como la pequeña noctiluca en el mar oscuro, ilumiando un espacio tan frío e imponente como el océano nocturno.

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Salitre Salitre

Experimenten, pero no dejen de tener en cuenta que para experimentar hace falta mucha prudencia. Vivimos en un mundo más bien desagradable, en el que no sólo las personas, sino también los poderes establecidos, tienen interés en comunicarnos afectos tristes. La tristeza, los afectos tristes son todos aquellos que disminuyen nuestra potencia de obrar y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en esclavos

Gilles Deleuze

Obsérvese: El personaje ha estado intentando salir del desierto de sus pensamientos. El color es el naranja del sol ya quemado. Puede ver un vasto terregal ocre del que aparece de pronto una figura que serpentea entre piedras y cactos con un lento caminar, un ir y venir hacia quién sabe dónde, los hombros levantados, las manos en los bolsillos como si allí dentro residiera la razón misma de su andar ¿será que sus pasos lo arrastrasen a algún lugar o andará como quien ya perdió el cuidado? La noche avanza… En el autobús. El personaje es siempre invisible. Se hace invisible para que no lo sientan. Todos los días la misma rutina, el aceite que la máquina necesita para seguir funcionando. En la multitud. Un trabajador cualquiera que se pierde entre el hervidero de gente, engullido por la marea, no agitado, sino completamente tragado. El personaje los mira de cerca, como si al no hacerlo perdiera la capacidad de sentirse parte de aquella escena, una realidad que se le escapa ¿alguna vez perteneció a la realidad más que como el intruso que creía ser?

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Camina entonces decidido a no tener rumbo. Alcantarillas que exhalan vapores pútridos y calientes, se combinan con luces vagas. Pequeños círculos blancos y rojos se reflejan en vidrios de locales. Filas de automotores circulan como líneas por el asfalto. En la calle, gente se aglomera a comer algo en los puestos, a comprar en los establecimientos o por el simple gusto de aglomerarse a hacer algo. Cuerpos invasores danzan sin otra música que la del olvido. Varios locales te invitan a adquirir electrónicos dispositivos. Haz tú vida más sencilla. Ojos poseídos anhelan vidas artificiales en los anaqueles de esa modernidad. Su mente como jardín electrónico de sueños inducidos. Ensimismado en el contexto, el personaje se sintió, al fin, vacío. Al alzar la vista, altos edificios anunciaban lo que algún día fue el pasado. La gloria de su elevación consiste en siempre mirarlos desde abajo. Absurdas geometrías invaden el paisaje urbano, palos muchos más menores que los de Taiwán, es cierto ¿Quién que pueda ver en los ojos del futuro le podría decir a el personaje cuando un enorme réptil mutante destruiría aquellos armatostes? Entonces, salida de quién sabe dónde, el personaje fue invadido por una nostalgia que pensaba traída desde una nave color azul. Imaginó insectos más pequeños dándole en su madre a la gente que salía de beber de aquellos bares de luces artificiales. Los letreros neón de las cervecerías daban ambiente eléctrico a la putiza. Un chorreadero de sangre mientras les separaban las extremidades de sus cuerpos, tal vez dejándose sentir por primera vez vivos ahora que iban a morir irremediablemente. Un final patético para la humanidad. El personaje se imaginó, entonces, ya para el colmo, en el fondo de una poza, desnudo, sin otra sensación más que la del frío pegándosele a los huesos, acostado y mirando la superficie. Una luz intensa lo cegaba desde el círculo exterior, pero poco, lo suficiente para divisar a la perfección un perro desnutrido color canela que le decía en un idioma extranjero algo que él descifró como un contundente chinga tu madre.

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El personaje se pensó ya al final, como de los que invaden, el salitre que carcome de a poco las paredes, el godzilla que repta el rascacielos más mediocre de la ciudad. Ojalá, continuó el personaje, le hubiera pateado los huevos al chamán falso de aquella brigada en la sierra, así quizás nunca hubiera escuchado en la fogata tan desmejorada versión de la vie en rose. Eso era esa noche: una versión chafa de todo lo que imaginó que podía ser él mismo. Cecilio

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