© Ismael Augusto Sulca Velásquez ‘El Último Brujo’ Junio, 2015 Ediciones ‘LUCERO’ Domicilio legal: Calle Ayacucho 618 La Perla, Callao Teléfono: Celular 994870875 - 989178250 Correo-e: tribunal_cuarta_sala@hotmail.com
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Para mi querido padre don Leopoldo ‘El Jefe’
EL ÚLTIMO BRUJO Aún recordaba aquellos momentos en que mi padre ponía sus enorme manos sobre mi cabeza como parte de un ritual sagrado y único instante en el que había algún contacto corporal con él, que me ponían en trance no sé si presa de mis miedos o los efectos de los cantos y conjuros entre los olores de la ruda, la coca y los cigarros. Pues si bien estaba poseído como por algún maligno, a mis cortos seis años, me encontraba demacrado ‘ojerizo’ y falto de peso, por lo que mi padre recurrió a lo que decía “esto era propio de los espíritus” que –según él y sus creencias- sólo se podían combatir con ‘llamados’ propios de conocedores con la ayuda de los mismos Apus.
Es por eso que me tenían sentado sobre una sillita de madera y paja, ataviado y casi envuelto con una sábana blanca como mi conciencia –como las que usaban los peluqueros antiguos- en un ambiente preparado como para que nadie osara en molestarnos. Recuerdo que mi padre llevaba puesto un pantalón oscuro con impecable camisa blanca con una especie de chullo o gorro andino sobrepuesto con un sombrero típico ayacuchano –fue la única vez que lo vi usar estas indumentarias- y empezó rociando resoplidos sorbos de agua por todos los lados como para que mi cuerpo quedara aislado de su propio entorno y ordenó para que nadie transitara ni osara en interferir en aquel proceso. Y a la vez con un canto gutural, que sólo producen los machos de su especie, iba dominando el ambiente. Lo que al principio me pareció agua pura había sido el conocido aguardiente de caña de Ayrabamba.
Prendió un cigarro de una cajetilla del ‘Inca’ con el que se había abastecido –alguna vez le oí decir que los de otra marca con filtro, como ‘Ducal’ y el ‘Salem’, no le daban los mismos resultados- y empezó a bocanadas a lanzar los humos por los aires, tal como lo había hecho con el agua, pero esta vez más lentos. Algunas bocanadas de humo eran lanzadas especialmente para mí empezando por el frente, los costados y luego la espalda, que me producían una pequeña reacción de asfixia, que luego llegaba a controlar. Luego de aquellos momentos de sopor, mi padre se arrodilló frente a una ‘mantita’ serrana al que llamaba ‘atado’, que entre pepas secas abiertas de nogal, ‘huayruros machos’ y ‘suyrukus’(pepas negras conocidas después como ‘boliches’) y ranas disecadas -de seguro extraídos del manantial del ‘Pontor Ccocha’ traídos especialmente de su querido Concepción- de la que
extrajo una rama de ruda macho unida a otra de hembra así como a escoger entre las hojas esparcidas, las hojas de coca que, colocadas entre sus dedos índice y pulgar, eran conocidos como el ‘Quintu’ (de ahí proviene el ‘Coca Quintucha’), al cual entre rezos, ofrecimientos a lo alto bajando la cabeza con una unción de dignidad, procedía a llevárselos a la boca, para luego masticarlos y tenerlos en forma de una bola en la mejilla. Antes de continuar con el ritual, mi padre me enseñaba sus dientes que estaban tan verdes y negros, que le habían cambiado sus facciones de ser un hombre tranquilo, manso a un aguerrido ‘chamán’. Posteriormente le oí decir que eso era para protegerse él mismo contra deidades ‘superiores’ que después de ese trance no lo pudieran reconocer.
Le tocaba el turno a las rudas que al ser agitadas por los aires iban acompañadas por una especie de canto gutural –no sé si era en quechua o en algún idioma extraño, se oían como suenan las cornetas de los ‘Wuaq’ra Chucos’ de los andes- y al dar tres vueltas a mi rededor, como para ingresar a mi interior, procedía a darme unos golpecitos con las ramas, empezando por la cabeza, por todas las parte de mi cuerpo, anteponiendo el dorso de su mano, de tal manera que la ruda sólo golpeara la palma de su enorme mano. Eso era hasta que el nuevo cigarro ‘Inca’ prendido se acabara en la comisura de sus labios, que posteriormente lo vería ‘chamuscado’(quemado). Al cabo de casi una hora de sesión de una día viernes de la semana, ya cerca de la media noche, y bajos los estragos del sueño y la modorra en el que me encontraba, mi padre procedió a colocarse detrás de mí sentado en una silla grande y como teniéndome entre sus piernas procedió a tomar mi cabeza entre sus enormes manos y empezó a darle ligeros apretones, con sacudimiento incluido casi medido, con las manos opuestas contornadamente exhalando o mejor dicho resoplando, el humo de un nuevo cigarro prendido, sobre mi cabeza, pero en esta vez tomando el cigarrillo entre la unión de el índice y el dedo medio que al inhalar el humo hacía como un brindis al aire, tal como lo hacen los matadores en una faena taurina, o tal vez trataba de alejar de aquello del que seguro yo estaba poseído.
En breves minutos terminaría con este rito ancestral del cual tengo yo el recuerdo en el que mi padre quedaba casi como extasiado, laxado y entre las bocanadas de humo, de tantos cigarrillos ‘Inca’ que había prendido, entre la bruma del humo y la modorra pude reconocer que se encontraban presentes ahí mis tíos Filomeno y Pedrito Alarcón –los ‘Mandarines’ del barrio de Frigorífico, Gregorio Zea, sus ‘cumpas’ –compadres(como él les decía) Pedrito Ochoa Gutiérrez, Clímaco Quintanilla y Feliciano Cárdenas, sus paisanos y amigos Doroteo Fernández ‘Carita’, Mauricio Ochoa Gutiérrez, Cecilio Ramos Fernández, sus primos Epifanio Gallegos Sulca ‘Cabo’ y Bonifacio Gutiérrez, su sobrino Ignacio Martínez ‘Niño Pepe’, su vecino Eusebio Fernández a quien le llamaba ‘Paloma’, y en un rinconcito del ambiente estaba la carita de mi hermano mayor José Antonio junto a la de Alfredo(hijo de Doroteo) y su primo Gerardo Ramos(hijo de Cecilio), tal vez más asustados que yo al presenciar estos ritos desconocidos, quienes ungían como cófrades de un rito casi desaparecido pero jamás olvidado, que aún se practicaba en una de las viviendas del Callejón de ‘Los Ángeles’ de la segunda cuadra de la avenida Contralmirante Mora allá en el Callao del año cristiano de 1957.
Leopoldo Sulca
Pedrito Alarcón
Hermanos Fernández
Como se podrá observar parece que la reunión en la que yo participaba, como ‘paciente’ obligado, estaba reservado sólo para varones de toda edad, ya que las mujeres, para estos casos estaban consideradas como unas ‘chiki jaras’ (saladas, de poca fortuna) y más bien ellas eran unas formidables mensajeras para llevar los ‘encargos’ o ‘amarres’. Para mi consuelo podría decir que mi padre fue ‘el último brujo’ que había aprendido de estas artes de una profesora que lo había seducido e iniciado cuando era muy joven, de seguro bajo las influencias de otro ‘brujo’ o ‘hechicero’ de Concepción, de su propio tío conocido como ‘Teocucha’(*) -quien según versión de mi tío Gregorio Zea ‘Goyo’- se trataba de Teodosio Zea(hijo de Mario Zea) en su famoso levante y aventón a Joaquín Chávez en 1951 (justo el año en que yo había nacido) durante una corrida de toros –él tenía la fama de ‘hipnotizar’ a los toros que se rendía a sus pies-, pero mi
padre siempre sentenciaba que a esto se debe acudir sólo en las últimas instancias en el que no haya otro remedio mas no tomarlo como un oficio burlador para las creencias de los más pobres, de los que no tienen recursos, donde los reinos de los ‘conjuros’, las ‘fumadas’, ‘mal de ojos’, ‘japiruzqa’, ‘almas llevadas’, ‘niños enclenques’ son una especie de dominios con el que a veces tenemos que luchar.
De algunas características que me unía a mi padre eran los nombres cambiados que teníamos ambos, me contó que cuando fueron a bautizarme ‘el cura’ le dijo que por la fecha de mi nacimiento me correspondería llamarme Pascual – Baylón (en homenaje del santo de los caminantes o peregrinos) o algún otro nombre bíblico, decía mi padre que de cordero Pascual no tenía nada y de Baylón menos y sería el hazmereír de todos los que pudieran llamarlo, así que él mismo escogió el de Ismael y Augusto en honor de mi gran Abuelo paterno. Asimismo me contó un secreto suyo que, en cuanto a él, según el calendario católico le correspondía llamarse Luperio, que por un azar del destino y la intervención de su padrino escogieron llamarlo como el Gran Leopoldo. Es por eso que ya en su avanzada edad, a manera de granjearme su confianza y cariño, yo solía llamarlo ‘Don Lupe’ como muestra de mi respeto y conocedor de uno de sus secretos más íntimos. Otra de las características comunes que compartíamos era el de ser mansos, tan apacibles que confundían a nuestras compañeras de la vida, en su caso mi madre que quería que las cosas se realizaran a la velocidad de la luz, por momentos irascible, tormentosa y en el mío, muy tanto parecido, pero dominadas por nuestra paciencia, terquedad positiva, nuestro enigmático silencio, y por el don vaticinador de los futuros eventos. Y precisamente la característica más notoria era el don de la visión, premonición, adivinación o como quieran llamarlo, en cuanto a situaciones que después ocurrirían, pero de una manera casual sin intención alguna.
Recuerdo muy clarito que en cierta oportunidad que pasábamos con mi familia por una esquina vi estacionado un auto, que más por deducción policial, vaticiné y dije “a este vehículo lo van a chocar”, y no tanto que llegamos a la esquina opuesta se oyó un estruendoso ruido en que un microbús llegó a impactarlo levantando una gran polvareda y reafirmando lo que había pronunciado.
Dicen los entendidos en la materia que una de las formas de reconocer a una persona con fuertes auras en su entorno, al que algunos denominarían como brujos, es su enigmática personalidad, su poder de concentración en sus ratos de silencio, su desapego en no mirarlo a los ojos al acercarse a los infantes para no enfermarlos el ‘mal de ojo’, y una característica especial es que en la mano izquierda tienen el dedo anular casi del mismo tamaño que el del medio, y hasta pueden llegar a ser ambidiestros e ingeniosos.
Recuerdo muy bien que una de las aprendices más notorias de ‘las artes negras’ era nuestra hermana putativa mayor Sebastiana Gamboa Velásquez, quien vivía en nuestro hogar, que ante la mofa y la burla de algunos primos mayores como Rodrigo Galindo, Moisés Velásquez, y entre ellos Ignacio Martínez, respecto a su tamaño corporal –le decían ‘Pucsucha’ (por su enanismo), en cierta oportunidad que éste último nos visitaba en la casa se sorprendió al ver que Sebastiana estaba practicando con un muñeco hecho de un pañuelo enrollado al que se le daba la forma de un sapo o una rana y teniéndolo entre las manos al que ocultamente se le hacía saltar hacia adelante con el dedo mayor de la mano de abajo y que así parecía tener vida. Pues en eso, la recordada Sebastiana, al notar la presencia sigilosa del ‘Niño Pepe’ Ignacio hizo como si no se hubiera dado cuenta de ello y hacía bailar al muñeco de pañuelo recién hecho cantando el famoso
‘Piskina Piskin’ con el tono de “Piski, Piskin, Piskina Piskin”(Bis) y como pretendiendo hablar con el ‘sapo’, con voz de falsete femenino, le preguntaba “Imanachata jampi munashcanqui”(a quien estás deseando) y con una voz fingida –como si el sapo le contestara- pronunciaba en voz alta “Ignaciochata ñojata munashcani”(al Ignacio estoy deseando). Esto le cayó como un balde de agua a mi primo ‘Niño Pepe’ por cuanto se creyó la historia que la buena Sebastiana le estaba haciendo algún tipo de conjuro, ‘mesada’ o ‘trabajito’, cuando en el fondo no era más que una broma de haber aprendido recientemente en hacer saltar a un supuesto sapo confeccionado de un pañuelo enrollado al que se le cruzaban las puntas extremas. Y como porte de magia se tuvo por terminado la manera de burlarse de ella.
En los últimos años de su vida mi padre supo pronosticar las dos veces en que el doctor Pedro López fuera Alcalde del Distrito de La Perla en el Callao, del cual fue su acérrimo seguidor, del cual se refería como su íntimo amigo, aunque nunca lo vi por la casa. De igual manera, me supo predecir anteladamente que el ‘Cholo’ Alejandro Toledo sería el próximo Presidente del Perú. De la herencia espiritual que pude recibir de mi amado padre, algunas veces creo que pudiera estar el don de ‘adivinar’ o ‘predecir’ (premonición) algunos hechos que circunstancialmente nos ocurren con frecuencia, y no como un ‘ayayero’ o un ‘boca salada’ sino como un ‘vigilante’ que alerta de posibles consecuencias en las que comúnmente la mayoría de la gente ni se da por enterado. Claro que yo no entro en esas ‘vainas’ o andadas de las ‘almas llevadas’ por ser muy peligrosas, y ya nadie cree en estos sortilegios –además que me disgusta el olor a tabaco- pero me considero muy honrado por ser uno de los descendientes de don
Leopoldo Sulca Zea, quienes sus primos Jorge y Donato Velapatiño Oré, en sus tiempos mozos solían llamarlo como ‘Macora’ porque usaba un sombrero grande de paja, precisamente como el que usan los grandes chamanes, y del que alguna vez merecidamente pudiera ser llamado ‘El último Brujo de su Pueblo’.
Y aunque pareciera mentira se puede conjeturar que cada uno es ‘brujo’ en la medida de los resultados que le ha brindado la vida. Y para no ser muy directo ni peyorativo mejor diría que cada quien es ‘hechicero’ de su propio destino. Pues a todos nos gusta, de algún modo, agradar a nuestros circundantes y hemos perennizado en nuestro verbo diario: ‘el embrujo de tus ojos’, ‘el encanto de tu sonrisa’, ‘la magia de tu cuerpo’, ‘el hechizo de tus versos’, ‘el magnetismo de tu aura’ como sinónimos de producir en otras personas lo que a menudo deseamos y librarnos también de lo que interiormente tememos, con o sin la ayuda de alguien que lleve consigo las nociones de ser un gran encantador.
(*)LA HISTORIA DE ‘TEOCUCHA’
El día 08 de Junio de 2014, en circunstancias que asistí al Velatorio del SERFUN PNP de la Av. Brasil, para presentar mis saludos y mi sensible pésame a la familia de quien en vida fue mi tío Pedro Ochoa Martínez de 81 años, esposo de Rosa Zea Padilla (77), y padre de Rosa Ochoa Zea, (PNP), Leoncio Ochoa Zea, y William Ochoa Zea, tuve una conversación con mi tío Gregorio Zea Coronado(1939, quien entre otras referencias me reiteró sobre los pormenores del Tayta Orcco, que, para él, era una deidad de los cerros, y que ‘capaba’(castraba) a la gente que encontraba en su camino. Y para contrarrestar esto, había que cortar los ‘huevos’(testículos) de un carnero o de un cabrito y ofrecerlo en un ‘entierro’ en señal del ‘pago a la tierra’ o como lo llamaban en esas épocas ‘pampapu’, para que los testículos vuelvan a los niños o a las personas que esta deidad les había extraído (capado). Y otro de los temas que me confió fue un acontecimiento muy singular ocurrido en Concepción allá por el año de 1951, cuando supuestamente él tenía doce años, en donde existía un señor llamado Teodosio Zea (hijo de Mario Zea) que era muy famoso y conocido por ser ‘Brujo’ o ‘Hechicero’ y del que muchos se burlaban por sus ocurrencias y vaticinios, ya que era muy locuaz y aventado por haber sido licenciado del Ejército peruano, y se había ganado la fama de ‘hacer dormir a los toros’ en plena corrida de la ‘octava’ que se llevaba en a Plaza principal, lo que los conocedores podrían llamar como ‘hipnotismo’. De Teodosio Zea, quien vendría a ser mi tío por línea paterna, se dice que era menudo y chiquito (casi como un ‘petiso’), pero que había desarrollado ciertas conductas propias del Ejército, en pleno desarrollo de las corridas de la ‘octava’ tuvo un encuentro poco amigable con don Joaquín Chávez, un hombre corpulento y trejo, quien en forma despectiva lo había tildado como ‘Teocucha’, casi con el sentido de mofa. En el quechua todo depende del sentido como se dicen las cosas. En este caso es el desprecio de ser
Teodosio. En otros cuando uno mismo se dice su propio nombre y con ese diminutivo lo es como para infundirse valor interiormente. Pues delante de los asistentes mi tío Teodosio Zea había sido ofendido, y siguió contándome mi tío Gregorio que vio como, entre empujones y arrebatos, el menudo Teodosio había tomado de los ‘huevos’ con una mano y con la otra del pecho y lo levantó por los aires (como lo hacen los levantadores de pesas y los grandes cachascanistas) diciéndole a voz en cuello –como para que todo el mundo le oyera: “Este es Teocucha, Carajo”. “Este es Teocucha…” para después aventarlo pesadamente en el suelo, demostrando de esta manera que le había ganado la pelea.
Ismael Augusto Sulca Velásquez Poeta, escritor, representante honorable de la Gloriosa Benemérita Guardia Civil del Perú, posterior unión en las Fuerzas Policiales del Perú (FFPP) y luego en la Policía Nacional del Perú (PNP). Autor de Para Cuando Hablen de Amor‟ (Lima 1987) con el que ganara del Premio Internacional de poesía Alfonsina Storni‟ 1986 en la República de Argentina. Ha publicado en Poesía: Amor en Soledad‟ (Lima 1988) y Transfigurando‟ (Lima 1991) siendo catalogado como el „Jack London‟ dela Policía Nacional, o simplemente El Poeta Policía‟ Tiene inéditos en poesía: A Tiempo Completo‟ (Reflexiones del Minotauro) (Chimbote 1997); Entre Tanta Espera‟ (El amor y las estrellas) (Lima 2006) Ha culminado cuentos: Los Dominios del Tayta Orcco‟ (Lima, 2010) participante en la XVI Bienal de Cuento Premio Copé Internacional 2010; La Bruja ofendida‟ (Lima 2010); y Poemas de vida‟ (Entre la rima y el olvido) (Lima 2010).
Ganador del premio la Anecdoiga de la Semana‟ promovido por la Revista Oiga‟ del Perú, con la anécdota “Justicia Divina” en 1988. En el 2009 ganó el Segundo Premio en el certamen promovido por la International Police Association IPA (filial Perú), con la anécdota titulada
¡Que tal mecánico!‟. Actualmente tiene para su publicación: Cuatro Tomos de Historias y Anécdotas de Humor Policial‟, con un recuento de sus vivencias en su largo trajinar en la vida policial.
Primer libro publicado en 1987
Segundo libro publicado en 1988
Tercer libro publicado en 1991
En sus cotidianas labores propias de la funci贸n policial