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¿Se necesita un nuevo rumbo para las finanzas mundiales?

La reciente cumbre en París pone sobre la mesa el problema de la deuda de los países más pobres y subraya la necesidad de reformar el sistema financiero actual, hijo directo del orden mundial de la posguerra. Un asunto que concierne con fuerza a América Latina.

A juzgar por la presencia de 40 jefes de Estado, el presidente de Francia Emmanuel Macron se anotó un éxito la semana pasada con la “Cumbre para un nuevo pacto financiero mundial”, celebrada en París. Y no era para menos, pues uno de sus objetivos era comenzar una tarea largamente planteada en círculos económicos y políticos: revisar el funcionamiento del sistema financiero internacional, que ha quedado obsoleto frente a los nuevos retos del mundo. “Casi 80 años después, (de su creación) la arquitectura financiera mundial es anticuada, disfuncional e injusta”, reconoció en la Cumbre Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas.

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Frente a este reconocimiento, que tampoco es nuevo, y a las propuestas para un nuevo ordenamiento financiero mundial, con nuevos actores que se disputan el liderazgo global con

Estados Unidos, ¿cómo queda América Latina, una región desigual, endeudada, pobre y gravemente afectada por el impacto del cambio climático?

El Fondo Monetario Internacional nació en 1944, en los acuerdos de Bretton Woods, con la finalidad de organizar el sistema financiero mundial para la posguerra. Ese orden establecido por Occidente impuso al dólar estadounidense como la moneda de cambio en el comercio internacional por ser, en aquel momento, una moneda respaldada con las mayores reservas de oro del mundo. El FMI asumió el rol de vigilar las finanzas de los países miembros y de auxiliarlos, a través de préstamos, cuando estos tienen dificultades económicas.

En América Latina, el Fondo tiene protagonismo en el rescate financiero de países con problemas de liquidez. Pero sus préstamos están condicionados a que los gobiernos apliquen una política de control fiscal y han significado un gran costo social para la población más vulnerable. Es decir, en general, los empréstitos del FMI implican la obligación de reducir los gastos, aún los sociales (como eliminar subsidios y congelar salarios) y hacer crecer los ingresos (lo que implica por ejemplo aumentar los impuestos y las tarifas de servicios que presta el Estado) para corregir las distorsiones financieras.

Por ello, que el secretario de Naciones Unidas haya reconocido esos problemas es una buena noticia. Pero el análisis de los expertos deja ver que no es una situación fácil de resolver y que puede faltar mucho para acordar un nuevo sistema financiero internacional que sea útil pero a la vez justo.

Para Luis Ignacio Román Morales, economista e investigador mexicano, reformar el sistema financiero internacional es una tarea bastante compleja, porque requiere de la voluntad política de los actores financieros y de los gobiernos. Explica que en el FMI y el Banco Mundial (otro pilar del sistema) los votos dependen de la proporción de acciones que los países miembros (190) tengan en ellos. “Son cinco países los que controlan esencialmente las cuotas al Fondo Monetario y al Banco Mundial. Estados Unidos es de muy lejos, el primero”. Y agrega: “Las decisiones fundamentales del Fondo, del Banco o de la Organización Mundial del Comercio están en función del poder financiero porque son los que sostienen el modelo. Entonces la pregunta también es política, ¿cómo pasar de la plutocracia a la democracia?”.

Luis Zambrano Sequin, economista e individuo de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Venezuela, explica que el sistema financiero debe adaptarse a los nuevos problemas, pero que los acreedores no dejarán de poner condiciones, pues son entidades crediticias. “Cuando los bancos multilaterales, por ejemplo, el Fondo Monetario presta dinero a los gobiernos, estos no son embargables. O sea, no es como un banco privado que presta dinero y si tú no pagas se ejecuta la garantía. El Fondo Monetario le presta al gobierno y no puede embargarlo en caso de que no cumpla. Entonces, lo único que puedes hacer es llegar a un acuerdo: te presto si tú tomas estas políticas que garantizan que tú vas a poder retornar el dinero”.

De ahí se desprende el dilema del sistema financiero internacional actual: ¿Cómo prestar los recursos que desesperadamente necesitan los países en desarrollo garantizando su devolución, pero sin ahogar al país deudor con condiciones fiscales políticamente imposibles de cumplir o que afecten a los más vulnerables?

Los participantes de la Cumbre en París buscaron con una propuesta, aún gaseosa, avanzar el proceso de reformular el sistema financiero internacional priorizando, entre otras cosas, el financiamiento contra el calentamiento global. Y a ese escenario se suma una tercera arista que lo complejiza: la explosión de los préstamos chinos.

¿Y el nuevo actor global?

En forma tácita, la Cumbre de París reflejó la preocupación occidental por la creciente influencia económica —y por ende política— de China en países en desarrollo, incluida América Latina. En efecto, en la segunda década de este siglo varios países de este lado del mundo no pactaron acuerdos ni programas con el FMI, según un informe publicado en 2021 por Latindadd, Red Latinoamericana por Justicia Económica y Social. Mientras algunos países del sur del continente descubrían en China un nuevo acreedor. Todo esto cuando la ideología de izquierda predominaba en la región.

Pero según el mismo informe, la crisis generada por la pandemia obligó a la mayoría de los países del centro y sur de Latam a acudir nuevamente al FMI para solventar sus problemas en la balanza de pagos. Desde marzo de 2020 y hasta marzo de 2022 el FMI prestó 118.315 millones de dólares para aliviar el servicio de la deuda de 21 países miembros de América Latina y el Caribe, según el FMI.

En paralelo, otros Estados latinoamericanos acudieron a China para conseguir un respiro ante su asfixia económica. De acuerdo con un estudio publicado a finales de marzo por el AidData, un laboratorio de la universidad estadounidense William and Mary, Beijing también se ha convertido en un prestamista de “último recurso”: “China ha respondido a la creciente ola de sobreendeudamiento alejándose de los préstamos para proyectos de infraestructura y aumentando las operaciones de apoyo de liquidez”, explica el estudio.

Entre los 22 países rescatados por China cuatro son latinoamericanos: Argentina, Ecuador, Surinam y Venezuela. Frente a esta situación, ¿cuál opción conviene más a Latam?

Para Zambrano, al igual que el FMI, China tiene sus condiciones para asegurar el retorno del dinero y un negocio conveniente, pero depende en gran medida de las filiaciones políticas de los países deudores. “Se trata de una negociación que en muchos casos es más política que económica. Es mucho más expedita, pero eso no quiere decir que no tenga condicionantes importantes. Generalmente son créditos donde la participación de las empresas chinas es fundamental, donde incluso la gestión de los propios recursos que se otorgan se hacen con fondos chinos. Esto es un gran atractivo para muchos países latinoamericanos, porque de alguna u otra manera también significa relacionarse con el mercado que se está expandiendo con más rapidez en el mundo”.

Román coincide: “Yo creo que siempre hay una dosis fundamental de pragmatismo. Si estamos hablando de negociaciones de gobierno a gobierno, yo creo que a los gobiernos lo que más les importa es mantenerse en el poder y eso requiere de ciertos equilibrios. Por lo tanto deben estar cerca de los grupos de poder interno y externo que puedan proporcionar ese dinero”. Pero advierte que si los gobiernos solo se centran en obtener los recursos, las medidas generalmente derivan en malestar social por el costo que estas pueden significar para gran parte de la población. Es decir, los gobiernos deben lograr un equilibrio en la política económica que les permita estar bien con los acreedores y con sus ciudadanos. “Esa ha sido la gran disputa entre lo que hemos llamado las derechas y las izquierdas de los gobiernos de América Latina”.

Solo que, como se ha señalado en múltiples oportunidades, Beijing es mucho más accesible, pues no hace tantas exigencias, ni preguntas sobre indicadores de gestión ni controles anticorrupción. Una facilidad costosa: los autores del estudio de AidData concluyen que los préstamos chinos en situaciones de emergencia no son baratos, pues un préstamo típico del FMI tiene una tasa de interés del 2 %, mientras que la tasa promedio de un préstamo chino de este tipo es del 5 %. Lo cual ha conducido a que algunos países, sobre todo en África, hayan quedado a merced de los dictados políticos de Beijing. Un espejo en el que América Latina debería mirarse con cuidado.

Los hallazgos del estudio de AidData tienen implicaciones para el sistema financiero mundial. “Vemos que se vuelve más multipolar, menos institucionalizado y menos transparente”, reseña una nota de prensa de AidData las palabras de Christoph Trebesch, coautor del estudio. “Vemos claros paralelismos históricos con el momento en que Estados Unidos comenzó su ascenso como potencia financiera mundial, desde la década de 1930 en adelante y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial”.

El mundo se reorganiza, pero esto no parece implicar una mejora para los millones de latinoamericanos que viven en pobreza o, incluso, en pobreza extrema. Personas que son las principales afectadas de las medidas económicas tomadas por sus gobiernos y luego por los ajustes que exigen los acreedores rescatistas.

“Los planteamientos del Fondo lo que te dirían es que actúan sobre la realidad y sobre lo que es posible. El planteamiento alternativo es que tenemos que actuar sobre lo que sea justo, porque puede haber cosas posibles pero profundamente injustas y también puede haber cosas justas que sean imposibles. La cuestión básica es cómo hacer que lo justo sea posible”, concluye Román Morales.

Fuente: connectas.org

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