Cuando la Fe Viaja Descalza - Co'Report

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Cuando la Fe Viaja Descalza Un incalculable número de peregrinos parte desde distintos pueblos y aldeas de la India para hacer su ruta por las ciudades santas. Su propósito, aparte de ofrecer sus oraciones a los dioses, es limpiar sus almas de todo pecado con un baño purificador en el río Ganges. Una de estas ciudades es la mística Varanasi, la más antigua de La India, con parajes que un día, hace cientos de años, decidieron detener el tiempo para que hoy se sigan celebrando rituales inmemoriales. Decenas de albergues acogen a estos viajeros que deambulan de una ciudad a la siguiente cargando su aparejo sobre la cabeza. Mujeres de coloridos saris, dorados adornos faciales y sonrisa tímida viajan con sus maridos o hermanos, muchos de ellos descalzos sin más pretensión que la de volver a casa con su recompensa espiritual.

Texto Sheila Torres

Fotografías Andrés Gutiérrez






unque los arqueólogos la datan del año 1.000 a.C., según la leyenda, Varanasi fue fundada por el mismísimo Lord Shiva, dios hinduista de la destrucción, hace unos 5.000 años. Por esta razón, obtuvo el título de ciudad oficial de culto a Shiva y se construyó un templo de oro en su honor que, junto con el sagrado río Ganges, identifica completamente este lugar sagrado. Entre los cientos de callejones laberínticos y su caótico ambiente, acechan los más insólitos aromas, desde el pestilente hedor a carne muerta hasta el intenso olor a azafrán. La zona que rodea los Ghats, escaleras que acaban a orillas del Ganges, conforma un entramado de callejuelas por las que transitan, sin cederse el paso, búfalos, vacas, monos, perros y personas, muchas de ellas sobre ruidosas motocicletas y otras andando con o sin calzado. El humo que emiten se mezcla hábilmente con el del incienso que atesta los pequeños templos por toda la ciudad.

Desgastadas baldosas, que pisan incontables peregrinos a diario, cubren el suelo de la que un día fue la capital del reino, el centro de la cultura y las artes, la ciudad sagrada de los templos. Con infinidad de milenarias historias que contar, las orillas del Ganges sirven de paseo a la espiritualidad y al misticismo. Cualquier creyente hindú ha de pasar por Varanasi al menos una vez en la vida. La muerte en cualquier lugar cercano y la cremación de su cadáver es un privilegio para su alma, un pasaje directo al Nirvana que lo libera del ciclo de las reencarnaciones. Varanasi es una de las siete ciudades sagradas para el hinduismo, el jainismo y el budismo, según las sagradas escrituras o puranas, y es la más antigua urbe de La India. En su ruta, miles de peregrinos hacen una parada en esta ciudad que suele durar uno o dos días para rendir culto a Shiva en el templo dorado, darse un baño en su venerado río Ganges y recorrer las mágicas calles de la ciudad.







Desde cada rincón del país, en tren, autobús o andando, oradores ambulantes con sus enseres envueltos sobre la cabeza llegan a la ciudad y se alojan en albergues como el Seth Lachi Ram Dharamsala, cuyas prestaciones son bastante básicas. Las habitaciones no tienen camas, ni armarios, ni atisbo de comodidades para el inquilino, más que un techo que le cubre mientras duerme. Aún conservan las lámparas de la época en que se construyó este edificio, hace unos 110 años, cuando, sin corriente eléctrica en la zona, había que recurrir a las velas. Entre cincuenta y cien personas pernoctan durante su estancia en la misma habitación. Pandey Gannat, que ha sido el mánager del Lachi Ram durante más de quince años, afirma que este tipo de albergues ayudan mucho a los peregrinos, pues necesitan un lugar donde comer y dormir a un precio asequible. Los visitantes suelen pasar una sola noche en el lugar y, para permitirles la entrada, Pandey pide a las mujeres demostrar que son casadas. Según dice, esto se hace en todos los albergues y ayuda a evitar problemas. Cada tarde, un grupo de peregrinos parte hacia su siguiente punto en la ruta y al despedirse, todos hacen una

reverencia y tocan los pies al mánager en señal de agradecimiento por su hospitalidad. Inmediatamente después de despedir a sus huéspedes, Pandey da la bienvenida a un nuevo grupo de peregrinos que pasarán la noche en el albergue para amanecer en la ciudad sagrada. Al despertar, lo primero que hace un penitente para purificar su alma es llegar hasta la orilla del Ganges y zambullirse en sus aguas que le liberan del pecado. Desde allí se dispone a entrar al templo dorado, donde la interminable cola que espera para acceder y su oración le ocupan toda la mañana. A unos cinco minutos a pie se encuentran otros templos de interés, como el Durga Mandir, en honor a la diosa Durga, protectora de la ciudad, y el Manas Mandir, dedicado al dios Rama. Al terminar sus quehaceres religiosos, cada peregrino regresa al hostal para preparar la comida junto con sus compañeros. La cocina no es más que un patio de paredes negras debido al humo de las fogatas, con una zona cubierta y pequeños montones de piedra distribuidos al azar. Algunos sacan sus







utensilios mientras otros lavan la verdura, otros amasan la harina para el pan o van a por agua para los guisos. En la planta baja hay un pozo que abastece de agua potable el lugar, justo al lado de unas piedras que sirven para la molienda de la masala, una mezcla de especias de intenso sabor y olor penetrante que es ingrediente indispensable en la cocina india. Cada uno actúa como si llevara las instrucciones grabadas en su memoria y el resultado es un almuerzo vegetariano, basado en verdura, arroz y pan. Después de la comida se reparte el chai, un tipo de té que se toma con leche. Al final, las mujeres, con sus coloridos saris, están atentas para recoger y lavarlo todo. Sorteando ropajes que cuelgan de un lado al otro del patio en improvisadas tendederas hechas con cuerdas, hombres y mujeres pasean, descansan y preparan el aparejo para partir hacia su siguiente destino, que suele ser Allahabad o Gaya, otras ciudades santas en las que rezan una oración por sus difuntos familiares. En su viaje suelen hacer tres paradas de uno a tres días en cada una de las ciudades santas. Consumen sólo lo que se pueden permitir y hacen frente a cada jornada con lo mínimo pero les llena la ilusión de estar enriqueciendo su alma. Para cubrir estancia y alimentación bastan apenas 50 rupias indias (Rs) al día (menos de 1 euro) y sus desplazamientos en tren les cuestan entre 70 y 100 Rs por trayecto (menos de 2 euros). Una semana de peregrinaje supone, por tanto, un consumo menor de 900 Rs (unos 13 euros). Sin embargo, el


gasto medio de cada devoto es de unas 5.000 (más de 70 euros). La diferencia se destina a donaciones en los templos que van encontrando a su paso que oscilan entre 1.000 y 1.500 Rs. Muchos de ellos han ahorrado durante años para poder emprender este viaje, ya que el salario medio de cada aldeano ronda las 1.500 Rs al mes (unos 22 euros).

parada en su ruta es Gaya, cerca de la capital de Bihar, donde espera pasar tres días ofreciendo sus oraciones por sus familiares difuntos. Al terminar su visita en Gaya, su peregrinación habrá concluído. Cuando Ratha y su hermano lleguen a su hogar, habrán recorrido más de 1.700 km en una semana llena de espiritualidad.

El brillo de sus ojos muestra una felicidad totalmente desligada del mundo material, una sonrisa que viene y va con lo puesto. Su mayor fortuna: su devoción. Es, sin duda, una fe centenaria lo que les inspira y les da fuerza para mantener su constancia y entereza a pesar de las desavenencias.

A su regreso al pueblo les espera un ambiente festivo. Familiares y amigos acompañan a los recién llegados para recorrer las calles bailando al ritmo de tambores hasta llegar a su pequeño templo, al que entran ya purificados por Ganga, la diosa que da nombre al sagrado río, y bendecidos por su visita y su oración a los dioses en tan sacros lugares.

Ratha es una mujer de treinta años que viaja con uno de sus hermanos por las ciudades sagradas. Partieron juntos desde un pequeño pueblo de Chhattisgarh, en el estado de Madhya Pradesh. Un largo viaje en tren les llevó hasta Allahabad y tres días después llegaron a Varanasi. En la ancestral ciudad, tras su baño en el Ganges y sus oraciones a Shiva, Ratha aprovecha el tiempo que le sobra para pasear por las calles y los ghats. La siguiente

Esta tradición parece haber detenido el tiempo en otro momento de la historia, muy alejado del calendario que apunta el siglo XXI y, como otras muchas tradiciones, sus cimientos están totalmente enraizados en lo más profundo de cada uno, transmitiéndose sin perder fuerza, de una generación a la siguiente.






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