2 minute read

La relación bilateral de las mil caras

Que un senador republicano haya “exhibido” al presidente AMLO, respecto a que no reconoce la crisis de seguridad hasta que se apagan las cámaras de televisión, realmente le hace un favor a la imagen del presidente. Un gobernante popular creador de identidades, tiene a su base bien definida, y no cambia de opinión por algo tan frívolo como un hecho. Pero además los moderados e indecisos (que son millones), se quedan con la impresión de que el presidente es un político racional y razonable, que tiene una retórica agresiva en público pero una actitud mucho más realista en privado, con los actores políticos con los que se debe mostrar una cara que nada tiene que ver con la electoral o la populista.

Lo que esto dice es que, como lo hemos sostenido, y no es crítica sino alivio, las acciones del gobierno mexicano están basadas en una apreciación de la realidad mucho más matizada y ponderada que la que se deriva de mítines e informes triunfalistas. Es algo bueno. La relación bilateral entre México y Estados Unidos quedó sobre simplificada si nos quedamos en la época de Donald Trump, quien, a su propio dicho, “amenazó con aranceles a los autos si no enviábamos soldados a la frontera con Guatemala”. Si esto ocurrió así, fue la extorsión de un cretino empoderado, acostumbrado a negociar bajo sus condiciones y sin importarle las posibles consecuencias de sus arrebatos.

Lo usual, empero, es que la relación esté segmentada y, salvo casos límite, los acuerdos sean también segmentados y tengan su propia evolución y evaluación. La relación comercial tiene como principales aristas la energética y la del maíz transgénico, por lo pronto. Se están dando los pasos previos a la instalación de un panel que, si falla a favor de un país, permite la imposición de aranceles millonarios en contra del país perdedor.

La relación de seguridad tiene como los tres frentes más visibles el discurso anti mexicano de los republicanos que insisten en considerar terroristas a los narcotraficantes, el aluvión de migrantes en la frontera sur (desde la reciente tragedia, más delicado que nunca) y la violencia específica generada por el fentanilo de un lado y las armas del otro. De acuerdo con las acciones, que no los dichos, de ambas partes, hay elementos para conjeturar lo siguiente: en el tema comercial, parece que el gobierno federal no cederá ante cualquier cosa que no sea una amenaza inminente de aranceles, y administrará el conflicto todo el tiempo que pueda, porque no quiere ser esta administración la que “ceda” en cualquiera de las cosas que ya colocó como símbolos de la soberanía nacional. Pero México, como país, terminará cediendo. Sólo que tal vez eso le toque al siguiente. En el tema de seguridad, la efervescencia electoral hará que la retórica se separe todavía más de las acciones concretas, pero lo que se acuerde entre los gobiernos, en privado, es lo que se terminará haciendo. Si México accede a seguir presionando específicamente contra el fentanilo y asumiendo los costos humanitarios de los migrantes que se quedan aquí, voluntariamente o no, es probable que la Casa Blanca, mientras siga Biden, le dé manga ancha al gobierno mexicano para seguir siendo bravo y envalentonado en sus declaraciones, que están a quien las ve como una fantasía de poder estilo criollo: “les dijimos sus verdades a los gringos, no nos dejamos de nadie, etc.”.

Y si faltaba alguna prueba de la segmentación racional de la agenda, ahí están 20 estados norteamericanos presentando un amicus curiae en favor de una demanda del gobierno mexicano contra empresas de armas norteamericanas. Si volvemos a leer el último enunciado, veremos lo inusitado del asunto.

•Autor y consultor especialista en políticas públicas. Abogado de la Escuela Libre de Derecho y catedrático universitario.

@IsraelGnDelgado

This article is from: