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Música, encanto y
Música, encanto y salvación: La Bruja de Texcoco
Catalina María Johnson
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“Suite Aquelarre” - La Bruja de Texcoco
En el momento en que su vocación le fue revelada —esa coyuntura mágica en la que Octavio Mendoza Anario, quien había llegado a Texcoco a tocar su violín en una celebración, a petición de un curandero sanó a una mujer que se convulsionaba— La Bruja de Texcoco encontró su voz. Y no solo como cantante, sino como compositora de su música y de su propia vida.
Desde la Ciudad de México, mientras se aplica con sumo cuidado el delineador y una sombra color rosa mexicano cual aurora borealis casi fucsia que ilumina sus párpados, La Bruja comenta en entrevista por video que sus creaciones se manifiestan justo donde convergen lo irreal, la indumentaria tradicional del país y destilados néctares de la música mexicana.
Explica que la música ya corría por sus venas desde la niñez, al compás del grupo tropical de su papá, a quien acompañaba en el escenario con un pandero. Ese amor por la música la llevó a una formación musical formal y también a estudios con el reconocido artista jarocho Mario Barradas en la Casa de Música Mexicana de la Ciudad de México.
Mas dice que todo eso se transformó en el bosque de Texcoco: “Me acuerdo mucho del curandero cuando él se me refirió a mí, me dijo que yo era una de sus brujas. Me lo dijo de una manera respetuosa, con mucha magia, y fue la primera vez en mi vida que sentí que se referían a mi feminidad sin ninguna forma de insulto, porque antes siempre me habían insultado al referirse a mi feminidad”.
Añade que en la magia que se genera en ciertos lugares de México se encuentran espacios de libertad, donde se puede “atravesar esa línea tan delgada de lo real y de lo mágico; tú puedes ser lo que quieras ser. Entonces yo dije, ‘Claro, sí, yo soy una bruja’. A partir de allí fuí libre”.
Canto, comunión, transformación
El canto de sanación que entonó esa noche del bosque de Texcoco fue “El pescador”, tema que conocía bien por haber trabajado con compañeros en cuartetos de cuerda a quienes contrataban para tocar en misas. Comenta por qué escogió la canción: “Esa parte era mi momento favorito de una misa, la comunión, el estar
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en comunión. También porque es una canción que está muy presente en la muerte aquí en México y es algo que se toca cuando alguien muere. Cuando en Texcoco pasó todo eso, y el brujo me dijo, ‘haz algo’, pues decidí hacer la música que siempre hago, ‘El pescador’ y todo el mundo se la sabe. Y todos la cantaron y resultó como la magia”.
Y allí también se transformó la vida de un músico que había llegado a tocar el violín: “Todo mi proceso creativo lo empecé a experimentar a partir de la experiencia en Texcoco” dice. “Antes de esto yo no componía. Yo era intérprete de música mexicana. Pero a partir de que empieza este proceso creativo de la transición —yo considero que la transición es un proceso creativo— y tiene uno que darse la tarea de experimentar a partir de crear su espacio, ver qué te puedes poner, qué flores, cómo te vas a vestir. Eso es un proceso creativo que yo antes no tenía. Eso me abrió las puertas para el proceso creativo de componer”.
La Bruja de Texcoco comenzó a plasmar sus vivencias en composiciones de texturas delicadas, cuyas ideas le nacían de manera narrativa. Siempre comienza con la historia que hay que contar. Por ejemplo, en Suite Aquelarre, explica, “lo primero que hice fue como bajar la historia de la bruja, y la escribí en décimas”. Y toda composición la comienza con el arpa. Luego, va añadiendo instrumentos y modulando la tonalidad, melodía y armonía del conjunto.
Como es de esperarse, al componer, La Bruja de Texcoco se olvida de las etiquetas y los géneros. Hacerlo sin etiquetas, dice, “me libera mucho”. Comienza con el arpa, pero su instrumento principal es el violín. Además, toca el cello, la viola, jaranas y quintas huapangueras y algunos instrumentos de viento como el clarinete, por lo que sus composiciones suelen ser complejas, folclóricas y orquestales a la vez.
Hoy día, ella compone piezas que integran desde los huapangos de la huasteca potosina hasta los sones jarochos veracruzanos, dulces cuerdas matizadas con toques de mariachi, con lo cual crea una cautivante atmósfera casi mística en la que flota su voz aterciopelada, ambigua, plena de dolor, encanto y vulnerabilidad.
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El miedo es parte del camino
El cambio no es ni ha sido siempre fácil. Su canción “Chéní”, palabra purépecha (el idioma indígena de su estado natal, Michoacán) que significa “miedo” fue grabada durante el confinamiento por COVID-19. Cuenta que la canción está permeada del sentido de vulnerabilidad que ha provocado la pandemia en el mundo entero. Además, dice que compuso “Chéní” para enfrentarse a su proceso de transición: “El miedo de mostrarme como soy, el miedo que eso me genera, porque es algo muy real. Vivo en un país muy, muy violento. Y también, el miedo de no poder seguir con esto, porque a lo mejor no voy a tener la energía, ya una vez perdí la voz. Y el miedo a la vejez, el miedo a la muerte. Y eso que los mexicanos estamos muy metidos en estos sentires, le tenemos miedo a la muerte, pero nos reímos de ella. Le tenemos respeto y miedo, pero es como amiga”.
Y de esa manera, con una extraordinaria lucidez musical, la Bruja de Texcoco crea un espacio artístico que nos llama a liberar en nuestro ser la valentía para poder enfrentarnos a toda transición que pudiera ser parte de la condición humana: de la niñez a la vejez, del cruce de fronteras, el entrenar a nuestra lengua para deslizarse en vez de tropezar contra vocablos extraños, y hasta la osadía de ir descubriendo nuestras verdades. Pues, como canta en “Chéní”:
“Miedo/Chéní” - La Bruja De Texcoco
Catalina María Johnson, Ph.D., locutora y periodista cultural de Chicago, conduce y produce Beat Latino, programa de las redes de radio pública y miembro del consejo editorial de contratiempo.