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Fotos de António Cruz Rodrigues, dibujos de Eduardo Côrte-Real y textos de Manuela Sola Castro

Vibran las cuerdas en días de vendaval. Vivo a cielo abierto y mi reino es lo que la mirada alcanza. Jamás aprendi a caminar y mirar, es el modo como percibo el espacio que me envuelve. Con mi quietud, desarrollé el sentido de contemplación: me gusta mirar y escondo, en los nudos de las cuerdas, mi MIRARIO.

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Las noches son largas y me habita entonces un escalofrío de soledad. // Todo cambia cuando la luna se enciende, dejando el lugar amplio y alegre. / Me hechizan las historias de sirenas y caballos marinos que ella me cuenta.

Ya los días, sí, los días son explosivos. Bien pronto, me visitan bandadas de pájaros que se desbandan cuando llegan las mujeres en bandadas. Algarabía de sonidos: trozos de canciones, confesiones a media voz, noticias de última hora, balbuceos de niños, algunos suspiros también.

Hay una melodía en la piel / que impele los cuerpos / a una danza / de ir y volver / en constante construcción de tiempo. // Es breve el desencuentro de las órbitas / el universo llama a la confluencia de ritmos / en un organismo gigante / que asciende sutilmente. // Tal vez esa imperceptible ascensión / sirva para / apaciguar.

Tender / y quedarse observando / la tela / donde se abren ventanas / de la vida allí / inscrita.

Hacer tiempo / hasta que la ropa se seque / como la piel. / Regresar al tiempo / en el que la piel se erizaba / por todo y por nada. // Tener la belleza / en la tela encalada por manos / arrugadas / que siguen cumpliendo / la tarea de siempre. // En lo alto / la gaviota se prepara / para picotear / el río.

Hay una elocuencia / en su caminar: / palabras crudas / brotan / de sus pies / desnudos.

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