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Editorial
Cincuenta años cuidando nuestras tradiciones
Gabriel López Curiel Director de COPE Córdoba
En la mirada retrospectiva que el cincuentenario de COPE Córdoba nos invita a hacer en este año 2016, se nos revela la certeza de que la vida de Córdoba está ligada a la de sus hermandades. El sentir cofrade de un pueblo que se organiza y vive en torno a una expresión única de fe y devoción: la Semana Santa. En la historia reciente de Córdoba, recogida paso a paso por nuestra emisora, no son pocos los hitos cofrades que han jalonado las horas de información, la incansable labor de nuestros expertos colaboradores y la reciprocidad de una audiencia que entiende y vive la actividad de sus hermandades con sabiduría y espera. Córdoba Penitente 2016 SineLabe Revista sobre la Cuaresma y la Semana Santa de COPE Córdoba
Nº 1 Año 2016 Ejemplar gratuito
Índice Editorial
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Gabriel López Curiel / Director de COPE Córdoba
Obispo
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Demetrio Fernández González / Obispo de Córdoba
Sine Labe Concepta
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El poder de las miradas
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Transfer Calicem Istum
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Catedral
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Capataz de capataces
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Música
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Diseño y maquetación Imprenta Luque Portada Rafael de Rueda Textos COPE Córdoba Fotografías Jesús Caparrós Imprime Imprenta Luque Depósito Legal CO 150-2016
Desde la Cuaresma al Domingo de Ramos, nuestros archivos sonoros están cuajados de pasos valientes de costaleros, de estremecedores silencios, sólo acompañados por el tañer lejano de una campana y sones musicales de grandes agrupaciones que estuvieron y están en la memoria de todos. Son momentos de radio, donde la Semana Santa de Córdoba adquiere una dimensión social, económica y, también política. Revisamos ahora cincuenta años en los que nuestra Semana de Pasión se ha convertido en información primordial para recordarnos que la identidad de un pueblo es poliédrica; imposible de acogerse a una única observación. La tradición cofrade de Córdoba ha encontrado desde siempre un lugar natural de difusión en COPE. Desde hace cincuenta años, nuestros micrófonos han estado en la calle para llevar la emoción de la salida de Nuestra Señora de los Dolores a todos los rincones de España, a través de nuestra red de emisoras. En la Plaza de Capuchinos hemos comprobado los afanes de los hermanos de la Paz y Esperanza y, desde la plaza de Cardenal y Toledo, sede de COPE Córdoba, hemos sabido convivir con los avatares de La Sangre, que en el mes de mayo cobija en nuestra plaza su Cruz de Mayo. Una convivencia feliz, que está llamada a seguir creciendo, ahora que las nuevas tecnologías multiplican nuestra capacidad comunicativa y que, acontecimientos como el Vía Crucis Magno o el Regina Mater, han dejado constancia de la capacidad de organización y armonía entre las hermandades y el Obispado de nuestra ciudad. En COPE Córdoba vivimos este 2016 como una cita con el ayer, que nos impulsa a un presente prometedor y a un futuro de grandes proyectos cofrades. El anhelado paso de la Carrera Oficial por la Catedral, con una segunda puerta en nuestro principal Templo, es la ambición serena de trescientos mil cofrades que pueblan esta provincia. Por ellos, por nuestra grandeza histórico-artística, seguiremos trabajando desde COPE, para que durante este año de celebración de nuestro cincuentenario sea también un revulsivo en la relación de las cofradías con la radio, ese lugar donde la Semana Santa cordobesa será siempre la tradición más querida, defendida y protegida.
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Tiempo de misericordia
Demetrio Fernández González Obispo de Córdoba
Además del programa “Córdoba penitente”, que se emite cada jueves, además de la Guía de Semana Santa y su aplicación para móviles, COPE Córdoba edita este año su primera Revista de Cuaresma para ayudar a todos sus oyentes, cada día más abundantes, y especialmente al mundo cofrade tan numeroso y ferviente en nuestra ciudad y provincia de Córdoba. La misión de la radio es la de servir de altavoz a lo que sucede en la sociedad y al mismo tiempo informar y formar a sus oyentes. COPE en su ideario cristiano tiene muy presente al mundo cofrade, que en estos días se prepara para la celebración de la Pascua, de la Semana Santa, a lo largo del camino de la Cuaresma. La Cuaresma es un tiempo privilegiado en la vida de la Iglesia. Son cuarenta días de preparación a la Pascua, como Jesús en el desierto, una cuarentena de más oración, ayuno y limosna para preparar el alma, al tiempo que preparamos todo lo material para las estaciones de penitencia: tronos y costaleros, capas y capataces, bandas y ensayos, capirotes y varales, incienso y flores, mantillas y túnicas, etc. La Cuaresma no tendría sentido si no desembocara en el Pascua, en la celebración anual solemne de la muerte y la resurrección del Señor. El centro del cristianismo es una persona viva, que se llama Jesucristo. El, siendo Dios, se ha humillado haciéndose hombre, viviendo la existencia humana en una progresiva humillación hasta la muerte de Cruz. Por eso, ha sido exaltado, ha resucitado a una vida nueva y ha sido colocado a la derecha del Padre. Él es el centro del cosmos y de la historia, y esperamos su venida gloriosa al final de los tiempos para llevarnos consigo a la gloria. Aquí está la clave de bóveda de todo el edificio cristiano, de toda la vida cristiana: morir con él para resucitar con él a una vida transformada por la gracia que recibimos en el Bautismo. Ir con Jesús a Jerusalén, por el camino del Viacrucis que conduce hasta el Calvario y hasta el sepulcro, donde se producirá el gran milagro de la resurrección. El beato Álvaro de Córdoba, dominico del siglo XV en Escalaceli, trajo a Córdoba a su vuelta de Jerusalén en 1419 el ejercicio piadoso del Viacrucis, y de aquí se ha extendido por el mundo entero, como se ha extendido el rosario que inventara santo Domingo de Guzmán, su fundador. El beato Álvaro, patrono de las Cofradías de la ciudad, en ese intento de identificarse con Jesucristo, recibió del Señor el regalo de hacerse él mismo presente disfrazado en aquel pobre con el que cargó para llevarlo en sus brazos hasta su convento. Participar de los sentimientos de Cristo, no como un espectador, sino identificándonos de verdad con él. Pidiéndole humildemente perdón de nuestros errores y pecados, acogiendo su misericordia especialmente en este Año de la Misericordia. Participar de
los sentimientos de Cristo saliendo al encuentro de nuestros hermanos necesitados y cargando con ellos para aliviarles la vida, mostrándoles la misericordia de Dios. Identificarse con Cristo para participar de su muerte y su resurrección, para eso entramos en la Cuaresma. Las Cofradías y Hermandades constituyen una riqueza preciosa en la vida cristiana de nuestro pueblo, y especialmente del pueblo andaluz. Son el cauce por el cual se vive y se transmite a muchas personas el sentido de Dios, el valor de la redención de Cristo, la protección maternal de su bendita Madre María, al tiempo que se aprende la fraternidad, la solidaridad con los más necesitados, la satisfacción de compartir gozos y penas con los hermanos en el camino de la vida. Si no existieran las Cofradías, tendríamos que inventarlas. Pero, gracias a Dios y en medio de tantas dificultades, muchas vienen de lejos, trayéndonos las más puras tradiciones de fe y de caridad de nuestros antepasados. Otras son más recientes. En la diócesis de Córdoba puede haber más de mil Hermandades, contando las de penitencia y las de gloria. Y se estima que hay unos trescientos mil cofrades de cuota. Todo un caudal riquísimo de fe y de caridad al servicio de la fe y la evangelización de nuestro pueblo. En muchas ocasiones he tenido oportunidad de decirles a los cofrades: “Sois necesarios en la Iglesia, sois necesarios en la sociedad de nuestro tiempo más que nunca. Seguid adelante en vuestra tarea, a pesar de las dificultades”. En todas las parroquias de la diócesis, que acabo de visitar por completo en mi primera vuelta de la Visita pastoral, me he encontrado con las Cofradías, con las Juntas de gobierno de tales Hermandades. Constituyen un colectivo precioso de la vida de la Iglesia. Y les he recordado tres puntos:
1. Identidad eclesial Las Cofradías han nacido en la Iglesia, han brotado del seno fecundo de la Iglesia madre, pertenecen a la Iglesia. No han nacido ni en la Junta, ni en el Ayuntamiento, ni en la Diputación, ni de la iniciativa privada. Han nacido en la Iglesia, son por su propia naturaleza un fruto fecundo de la Iglesia. Agradecemos todas las colaboraciones que nos vienen de los organismos civiles, de la administración pública. Ciudadanos de pleno derecho, porque cumplimos con todas nuestras obligaciones tributarias, los cristianos son agradecidos con quienes favorecen su existencia y respetan su libertad, en un clima de libertad religiosa. Las Cofradías piden ayuda a las instituciones para el desarrollo de sus actividades, porque el dinero es de todos y a todos pertenece. El montaje y despliegue de los cortejos procesionales
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Una Cofradía, si tiene clara su identidad eclesial, es un factor de comunión, de entendimiento, de convivencia.
3. Caridad fraterna En doble sentido: hacia dentro de la Iglesia y hacia los pobres y necesitados, sean o no de la Iglesia. Empezando por esto último, es impresionante la labor caritativo-social que desempeñan las Cofradías en nuestra diócesis de Córdoba. En la crisis que ya estamos superando, las Cofradías han estado a la altura de lo que la sociedad les pedía. Han aunado sus esfuerzos en cada parroquia para salir al paso de tantas necesidades que quedaban al descubierto desde otras instancias. A cuántos pobres he oído decir en estos años: “Cuando ya no me atiende nadie, me atiende Cáritas, me atiende la Iglesia”. Y en Cáritas y en la parroquia están las Cofradías, que han asumido como voluntariado atender a tantas familias necesitadas. Qué hubiera sido de nuestra sociedad sin la ayuda de Cáritas y de las Cofradías en estos años pasados, y todavía. Durante el año pasado, Cáritas ha atendido en torno a doscientas mil personas en atención primaria por toda la diócesis, una diócesis de ochocientas mil personas. Y en casi todas las parroquias me he encontrado con la preciosa colaboración de las Cofradías en este campo. Aprovecho desde aquí para agradecerles este servicio desinteresado. Las Cofradías han estado a la altura de las circunstancias y se han estirado en sus presupuestos y gastos para atender a tantos pobres de su entorno. Gracias, queridos cofrades.
tiene unos costos y las Cofradías hacen bien en pedir allí donde está el dinero público para atender las actividades de los ciudadanos. No hay institución que tanto bien redunde en la entera sociedad como la actividad de las Cofradías en todos sus ámbitos, y por eso merecen el apoyo de todos. Recibir ayudas de las administraciones públicas, sí. Depender de ellas, no. Las Cofradías y Hermandades han de mantener su libertad, su propia identidad eclesial. Son de la Iglesia católica y éste es el rasgo esencial que las define.
2. Formación permanente En todos los estamentos, en todas las empresas, en todos los lugares donde viven personas, hay programas de actualización, de formación permanente, de reciclaje continuo. También en las Cofradías. Lo que antes recibíamos por ósmosis, por contagio positivo, hoy tenemos que reforzarlo con la formación apropiada. Cuando una persona vive en el mundo se enfrenta a muchos interrogantes, que su propia fe y el mundo le plantean. Por qué las cosas son así, y no de otra manera. Cuál es el sentido de esta devoción o de aquella. En qué consiste la vida cristiana con todas sus consecuencias morales. Cuáles son mis deberes para con Dios y para con el prójimo. No basta para responder a ello con la preparación que todos recibimos para la primera comunión por muy esmerada que haya sido. Toda persona, según va creciendo, tiene que saber dar razón de su esperanza y de su fe; tiene que saber explicar a otro por qué actúa así y por qué su comportamiento es muchas veces distinto al del común de los mortales. Ser cristiano compromete la propia vida. Hay iniciativas frecuentes para los cofrades en este sentido. Como la preparación de jóvenes y adultos para la confirmación, cursos de actualización cofrade, charlas programadas en cada Hermandad, además de los cultos propios que son siempre una fuente de formación permanente para todos los cofrades que participan. Es notable la capacidad de iniciativa de los jóvenes cofrades para montar un encuentro, una convivencia, una actividad propia. Ninguna institución mueve hoy tantos jóvenes como la Iglesia, y dentro de ella las Cofradías, que cuentan con abundantes grupos de jóvenes. Solera y juventud dan a cada Cofradía ese equilibrio entre la experiencia y la innovación. Cuidemos a los jóvenes para bien encauzarlos, aprovechando sus energías y nuevas iniciativas; cuidemos a los adultos para aprender de su experiencia, desterrando toda rutina.
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Y esa caridad se refiere también a la relación con los demás grupos de Iglesia, con los pastores, con los consiliarios y párrocos, con el Obispo, etc. Es una caridad que se expresa en la comunión eclesial. Una Cofradía, si tiene clara su identidad eclesial, es un factor de comunión, de entendimiento, de convivencia. Y si en cada Cofradía cada uno ejerce su papel en actitud de servicio, sin buscar protagonismos personales, da gusto con ellos. Así me he encontrado con la inmensa mayoría de Cofradías por toda la diócesis. Son creativos, trabajadores, buscan la armonía entre todos, se afanan porque este año salga mejor que el año pasado, buscan la colaboración con sus consiliarios y párrocos, encuentran sintonía en ellos para trabajar conjuntamente. El mundo cofrade, con las limitaciones propias de la condición humana, es un mundo sano, cuando todos buscan el bien de la Cofradía y de sus Titulares, el bien de la Iglesia. Al vivir en este año la Santa Cuaresma que nos prepara para la Pascua, queridos todos, preparemos nuestra alma con una buena y completa confesión de nuestros pecados, con propósito firme de la enmienda. Dios es misericordioso y quiere derrochar con nosotros su misericordia. Dejémonos querer por Dios, que siempre nos hace el bien, nos ablanda el corazón y nos hace misericordiosos para con los demás. Acerquémonos con el corazón limpio a recibir la Santa Comunión. Es una obligación de todo cristiano por estas fechas. Durante todo el tiempo de Cuaresma (40 días) y de Pascua (50 días) todas las parroquias se convierten en templos jubilares para alcanzar la Indulgencia Plenaria del Año de la Misericordia. Todos los sacerdotes pueden absolver de todos los pecados, incluso de aquellos que están reservados al Obispo. El corazón de Dios se abre de par en par para todos. Nadie se sienta excluido. La misericordia de Dios es más grande que todos nuestros pecados juntos, disfrutemos de ella alcanzando su perdón con un sincero arrepentimiento por nuestra parte. Así viviremos el gozo de la Pascua con un corazón nuevo y renovado, pues la vida cristiana consiste en vivir el gozo del Evangelio, porque nos hemos encontrado con Cristo nuestro Señor, que nos ama sin medida y que ha vencido todas las dificultades, incluida la muerte. A todos mi felicitación de Pascua: “Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado. Aleluya!” Tiene sentido vivir la Cuaresma cuando el horizonte es la vida nueva en el Resucitado. Y en Pascua vendrán las fiestas de gloria, particularmente las dedicadas a María Santísima. Que ella nos haga experimentar el gozo de tener madre, nuestra Madre del cielo. A todos os encomiendo a nuestra Madre María Santísima y a todos os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
La chispa en defensa del Voto Inmaculista que saltara en Córdoba, cuando el Barroco se hallaba en su plenitud, nació de los altares.
El pecado, la existencia y superación del mismo, aparece como denominador común en la simbología que presentan las hermandades y cofradías cordobesas como una seña de su propia génesis. El triunfo sobre el mismo demuestra el poder de Dios y es Dios, encarnado en el Arca sin Mancha de la Mujer, a quien las cofradías alaban y se postran ante su Gloria. Naciendo algunas de esta premisa, como la Hermandad del Perdón emanó de la máxima del Arcángel San Miguel en su lucha contra el Diablo: “¿Quién como Dios?” Un carácter letífico que se representa en la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, a la que también se representa pisando a la serpiente, al igual que San Miguel con la espada, como símbolo de su limpieza ante el Pecado Original del que Ella está desprovista. La Nueva Eva a la que Pacheco supo dar carta de naturaleza para ser venerada y cuyo voto brotó, primero sobre el lienzo, para tomar después las formas de la madera, el terciopelo y el bordado. La chispa en defensa del Voto Inmaculista que saltara en Córdoba, cuando el Barroco se hallaba en su plenitud, nació de los altares, de la Palabra que en el ambón se cobró la naturalidad con que el espíritu recoge la verdad sencilla de la fe. Y la Inmaculada Concepción se adueñó del fervor del pueblo que siempre la entendió, SINE LABE CONCEPTA.
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CON
Inmaculada Concepción Parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos (La Compañía)
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NCEPTA SineLabe 2016
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La hermandad de los Escribanos Sine Labe se encuentra entre los muros del Salvador y Santo Domingo de Silos, donde cada comienzo del mes de diciembre, los cofrades de la Hermandad que Ella titula, le rinden culto en la fecha que conmemora la proclamación del Dogma. La Fiesta de Regla de la Hermandad de la Inmaculada Concepción se convierte en un altar de azul fastuoso cada 8 de diciembre. Si bien, ese altar efímero ha tomado más aun ese carácter sobre las andas de un paso, como cuando en 2004 caminaba hacia la Catedral para celebrar el CL Aniversario de la proclamación del precepto de su fe. Sin embargo, no es el único momento en que pueden observarse vestigios de los orígenes Inmaculistas de la Hermandad del Santo Sepulcro. De tal manera que, cada Viernes Santo, la corporación de la compañía nos muestra un magnífico Sine Labe que mezcla bordados antiguos con el lienzo de López de Pereda, en una conjunción perfecta. De nuevo, retrotrayéndonos a Pacheco, la imagen devocional, centra su atención en las técnicas pictóricas como sustrato último de lo perdurable.
Vara de la Hermandad de la Cena
Simpecado de la Hermandad de la Estrella
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Concebida en cada barrio El pueblo siempre entiende con naturalidad lo que hay de genuino en cada aspecto de la vida y las cofradías, muestra inequívoca de la piedad popular macerada durante siglos, se erigen en exponente de esta absorción vernácula de los elementos que le son intrínsecos. En los barrios se percibe este hecho con la tranquilidad cotidiana con que una hermandad, como la de la Estrella supo comprender el rico valor mariano que atesoraba. A esta simbología que, de por sí, contiene su titular mariana, la corporación de la Huerta de la Reina quiso incorporar un elemento a su guión procesional que enriqueciese todo el espectro que es inherente a la Virgen. El Simpecado que diseñara Antonio Garduño y elaborara Francisco Pérez Artés supone no solo un magnífico exponente, sino que se trata de una de las piezas de referencia del tesoro patrimonial que Córdoba posee. Sinuosos bordados que le otorgan un volumen y movimiento que, pese a ser realizado en 1996, nos transporta a la etapa más fulgurante del Barroco y sus retablos más exuberantes. A ese dramatismo floral que busca las formas sobre el teciopelo, se une la Inmaculada que realizara Emilio López Olmedo y que parece sobresalir a la mirada del espectador para interpelarle y así comprenda que no se halla ante una pieza más, sino ante una profesión que se sustenta en el símbolo de cada voluta, de cada curva, de cada movimiento que se une al del nazareno que porta algo más que un estandarte, portador de un voto que se sostiene en siglos de historia. Y en los barrios, la Virgen es tan Inmaculada que se encarna en Santiago en el rostro de María Santísima de la Concepción. Tres décadas después de que Juan Ventura realizara la hermosa talla de candelero que Manuel Jiménez donara a la cofradía un año más tarde de su realización, la venerada imagen se erige en la tarde del Domingo de Ramos, tras el Simpecado de terciopelo con aplicaciones de plata que realizaran a finales del siglo XX los Hermanos Delgado. Con un óleo en la parte central de Rafael Medina. En el Campo de la Verdad, la tarde del Lunes Santo admira el paso de la Archicofradía de la Vera Cruz. En su guión procesional, una nueva referencia a la Inmaculada Concepción de María atestigua la vocación inéquivoca que Córdoba deposita en el Dogma. En su Libro de Reglas, obra de Ramón García Romero, puede apreciarse en su cara posterior la representación de la Inmaculada Concepción, realizada en Guadamecí. Simpecado de la Hermandad del Calvario
Simpecado de la Hermandad de la Sentencia
Camino de la Catedral Tanto el Guión Concepcionista, realizado en el año 1994 con bordados de Antonio Villar y asta de Ramón León como el Simpecado de terciopelo azul, con la Purísima de oro, plata y marfil, bordado por Piedad Muñoz y con marfiles de Kiernan, elaborado diez años antes y ambos bajo diseño de Ricardo Olmo, Fray Ricardo de Córdoba, dan perfecta cuenta de la simbología -sin pecado concebida- de la Hermandad del Císter. Una cofradía que cuenta con piezas que marcaron un antes y un después en la pujanza de la Semana Santa cordobesa del último cuarto del siglo pasado y que se posicionó como uno de los referentes imprescindibles para el renacer de otras instituciones penitenciales. Unos atributos que, más allá de la iconografía que les es intrínseca, suponen trabajos que se deslizan de la línea estandarizada de algunas de estas piezas para aportar una personalidad propia que viene a enriquecer un acervo que ya es parte de la conciencia colectiva. Y la hermandad camina el Martes Santo en pos de la Catedral de Santa María de la Asunción que alberga, en una de sus capillas, una portentosa imagen de la Inmaculada Concepción de María, junto a San José y Santa Anta.La Capilla de la Concepción de Salizanes o del Santísimo Sacramento se construyó en el último cuarto del siglo de XVII y contiene el retablo de Melchor de Aguirre en cuya parte central se halla la Inmaculada que realizara el prestigioso imaginero Pedro de Mena. De la historia del Dogma a su plasmación estética; de su proyección tangible a su incorporación al guión de las hermandades… Todo renace y se actualiza en una imagen o un símbolo que recuerdan, evocan e imploran a la Intercesora. El pecado, la existencia y superación del mismo, aparece como denominador común en la simbología que presentan las hermandades como una seña de su propia génesis. El triunfo sobre el mismo demuestra el poder de Dios y es Dios, encarnado en el Arca sin Mancha de la Mujer, a quien las cofradías alaban y se postran ante su Gloria. Naciendo algunas de esta premisa, como la Hermandad del Perdón emanó de la máxima del Arcángel San Miguel en su lucha contra el Diablo: “¿Quién como Dios?”
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María Santísima de la Concepción
El pecado, la existencia y superación del mismo, aparece como denominador común en la simbología que presentan las hermandades como seña de su propia génesis.
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EL PODER DE
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las
Nuestra Señora de los Dolores
miradas UN GOLPE CERTERO EN EL ALMA QUE LA IMAGEN SAGRADA TRANSMITE CON EL PODER DE SU MIRADA La capacidad de conmover se cuenta, entre las personas, de maneras muy diversas. La emoción aparece en una frase oportuna, en el momento preciso; a través de una sola palabra, capaz de definir por sí misma una situación; por medio de una caricia tibia en el instante más necesario; o, en algunos casos, un simple gesto o una mirada que cuenta más que millones de palabras. La imagen que recibimos del otro nos puede confortar, inquietar o llevarnos a un territorio donde la seguridad y la confianza se torna como una patria propia y perseguida. Puede ser una mirada cómplice, intensa, perturbadora, una mirada que se descubre en mitad de la noche, bajo el farol de cualquier calleja, donde la primavera incipiente deja caer un rocío imperceptible y te descubres en la soledad de tu propio escalofrío. Un golpe certero en el alma que la Imagen Sagrada transmite con el poder de su mirada, sin otra necesidad de consolar al que busca su refugio, de mostrar la asimilación que llega a través del dolor compartido. Un camino que se cruza en cualquier punto, desde la acera al cielo. Y que busca desde las alturas al transeúnte, al pie de la Cruz, donde el lamento es el mismo que el del Discípulo Amado que atestigua el momento definitivo de la Fe, ante la Muerte, ante la certeza de la Resurrección que vibra en un estallido de luz y se refleja en las pupilas de Cristo, en un postrero momento vertical.
La mirada interior Las retinas ahondan en la bruma nebulosa del recuerdo, de la petición hecha ruego, de la piel que deja de ser la propia para transformarse por medio de la túnica. La misma que hace anónimo al penitente, enlutado o con capa, que ves caminar con su mirada retrotraída, proyectada en la luz del cirio, reflejada en los lutos de una noche de Viernes Santo o en el azul iridiscente de una tarde de Lunes. Una mirada interior de la que nadie puede ser partícipe y que, sin embargo, admira y arrebata. Se comparte en el paso del cortejo la carga pesada de la vida, a través de las ventanas a la misma que permite el cubrerrostro. El nazareno camina en la soledad más absoluta, entre el gentío que aplaude o contempla consternado en el más reverente de los silencios.
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Santísimo Cristo de la Expiración Nuestra Señora del Mayor Dolor Santísimo Cristo de la Buena Muerte María Santísima en su Soledad
Los ojos se vuelven al recuerdo y se llenan de esperanza, alzando la vista al frente, en busca del templo. O se aíslan en un Duelo que recuerda al de San Juan y la Magdalena en la noche que en que se detuvo el tiempo, antes de la Pascua. Sus pupilas albergan la luna de Nisán que cada hombre, cada mujer, enfrentan su destino encomendándose a su anonimato para sublimar los sentidos que se aferran a la trascendencia. Para comparar su mirada con la del Cristo al que preceden.
La mirada vertical Un Cristo que avanza por las columnas que sirven de pórtico a San Pablo y tuerce su último aliento de vida en contraposición a la piedra que declara su escenario final. Expiración que busca en el horizonte celeste, la respuesta a su última mirada terrena. La misma que lo ha contemplado durante cien años en el templo conventual. La misma que recorrió los siglos de una ciudad, cuando el Viernes Santo se cubría de paños oscuros y las muestras de dolor se fraguaban en el patrimonio, inmaterial y colectivo, del lamento de la fe que perseguía en el vacío definitivo del Cristo de la Expiración, la forma exacta de comprender la muerte que mira al cielo. Desde el Portillo de los Calceteros donde obró el milagro con aquella niña hasta su capilla mudéjar de la conventual, la Cruz se alza tras su corona, en la inclinación exacta del escorzo de su cuello que se mimetiza en el de sus devotos. Los que le rezan mirándolo, buscándolo, y elevan su mirada por igual a la de su Cristo de orientación celeste que, desde el suelo en que se clava la madera, lo agrieta y lo eleva al universo. Un universo que recae con todo su poder en la efigie del Cristo de la Buena Muerte. Las manos de Castillo Lastrucci fueron el instrumento, el hilo conductor de una serenidad que se hizo madera; una madera que se tornó en la piel tersa de la Madrugá por el enjambre de calles que no se pierden, camino de la Catedral. Al igual que la Expiración, el Crucificado de San Hipólito camina en silencio, mientras -a pie de acera- el devoto apenas eleva su mirada. Yace aun clavado al madero. Su serenidad impacta. Su mirada se ha perdido contra la tierra donde ha derramado su río de agua viva. Pero apenas lo miramos, con la vergüenza de sabernos culpables. Su sombra, su gesto supuestamente vencido, se proyectan contra la piedra que escribe la historia de la ciudad en sus fachadas. Los párpados han caído y nosotros nos hemos encerrado en ellos. Es una mirada vertical la que dejan el Cristo de la Expiración y el de la Buena Muerte. La que va desde el orbe celeste hasta las entrañas mismas
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No hay apelativo para la madre que pierde a la carne de su propia entraña. Es un hecho contra natura y su daño es irrecuperable.
que, en San Agustín, mira a la muerte el la cara de la Madre que observa al Hijo con lágrimas inacabadas. Donde el corazón se encoge Hay dos estampas que representan a la ciudad más allá del tiempo. Dos miradas que se entrecruzan al trasluz del cáliz que las define; que aguarda a la una, mientras lo vive la otra. La Oración que posa la mirada en el Ángel de Navarro Arteaga y que llega más allá del horizonte sinuoso de la calle de la Feria. La mirada de Jesús orante ruega que le aparten ese cáliz, a la vez que asume la voluntad del Padre. La antítesis plasmada en una mirada que abre miles de horizontes y que, por humana, consigue descender hasta nosotros para hacernos partícipes de la inquietud, tan
de la tierra para demostrar que nada queda fuera de ella y que la muerte parte de un camino ascendente que nos eleva a la salvación en el transitar análogo de cada Viernes Santo.
La lividez del Dolor Vertical es la punzada hiriente, mortal, que duele en el corazón mismo de la pérdida. El dolor inconsolable de mantener al Hijo Muerto en tu regazo, sin contemplar un solo motivo que atenúe el llanto, el vacío. La mujer que pierde al marido es viuda, el hijo que pierde a la madre es huérfano. Sin embargo, no hay apelativo para la madre que pierde a la carne de su propia entraña. Es un hecho contra natura y su daño es irrecuperable. Puedes morir mil veces y nada será comparable a perder al fruto de tu vientre, a la vida que nació de ti. La misma que te arrebatan y, durante el lapso de una postrimería, te dejan contemplar entre la Angustia más absoluta. Nuestra Señora no mira al suelo. Mira al Hijo. Contempla su propia pérdida porque esos ojos están observando su propio final. Un epílogo dramático en los últimos días del hombre que esculpió su propia Piedad. La del Juan de Mesa que no dejó descendencia, mientras en su último aliento esculpía la descendencia sacra que marcó el destino pasionista de una ciudad, la mirada definitiva de un lienzo hecho carne, muerta del Hijo, yacente en su Madre. Una mirada lívida que parte del patetismo luctuoso, de la incomprensión que busca respuestas -o tal vez un consuelo inesperado- en los ojos que se pierden el cielo, con la tenue esperanza de encontrar al Hijo en alguna estrella o ver su mirada proyectada en la bóveda celeste, con aquella inconfundible sonrisa de la infancia. Tan pura, que no halló jamás parangón posible. Esa mirada total, irreprochable, es la que deja a su paso la Virgen Nazarena. Nazarena que es Soledad y paso extenuado por los adoquines que fluyen a través de las generaciones que se guardaron en el cofre de la cavidad perpetua de su mirada. Nazarena que guarda el claroscuro de las letanías clavadas en el aire por las volutas que ciñe el incienso en una danza ritual de silencios predichos, de oraciones musitadas. Nazarena que se eleva en el aire tenso de otras calles, de un Jueves Santo que la eleva hacia el infinito de su propia pena; el mismo Jueves
Nuestra Señora de las Angustias
mortal, que alcanzamos un temor que late en el pecho y que provoca un tímido temblor en la punta de los dedos de la multitud que se asombra. Mientras la otra mirada parece girarse en nuestra búsqueda. Con una leve necesidad de auxilio, buscando entre la muchedumbre a miles de cirineos. Jesús Caído, pero no arrodillado. Jesús lacerado con un brillo en la retina que explica la ilusión de otro tiempo, que domina la expectativa del mundo futuro. Un porvenir que se detiene en los tres tiempos verbales para hacerlos uno. Desde San Francisco a Santa Marina, desde San Cayetano hasta la Catedral, los días, las cuentas de centurias abstraídas, se tornan en los ojos que trascienden a la exitencia y escudriñan al hombre que redimen cuando sale a ese encuentro que encoge los corazones.
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Nuestro Padre Jesús del Perdón
Las mil aristas La contemplación es un diálogo recíproco, una voz y un oído presto, una caricia y una piel para recibirla, una mirada con otra que se cruza. Las pupilas alegres de la Palma y la Alegría, el ocaso del Mayor Dolor en San Lorenzo, mientras, en su Soledad, lo sufre en San Cayetano. La Esperanza en las retinas que vibran sobre la tez morena y en el Valle que se cierne cuando la noche cae en Poniente. En Domingo de Ramos o de Resurrección; o en un mismo Viernes Santo que cae de bruces en la palidez de San Jacinto para posarse en la Soledad que reina en Santiago. De Prieto a Cerrillo, de González Jurado a Álvarez Duarte, las manos que les dieron forma desaparecen en los párpados de la Virgen de la Caridad, en la niña de los ojos del Rosario. Tras las rejas de una capilla, el cuerpo de María Santísima se torna gigante. Bajo su palio efímero de Martes Santo, en cada tramo de varal, la contemplación es distinta. La caída de los párpados de la Caridad se hace inexplicable de un instante a otro. Misticismo, contención, dulzura, llanto, tibieza, frío, mujer, madre, amiga, consuelo, marfil… y, de improviso, el ensueño que te lleva al infinito cuando descubres que te mira y, en ese instante, todo queda atrás. Ya no Virgen ni Madre, ni pecado ni infierno. Todo es promesa. La niña envejece cada anochecer de Viernes, cuando la capilla mudejar de San Pablo queda huérfana de ella. La marcha fúnebre marca el son de los varales, el vaivén de las gualdrapas. El cortejo luctuoso toca a su fin. Las miradas de los días que nos echaron a la calle están cerrando el ciclo y quedan en el desván improvisado de los recuerdos. Todo comienza a parecer muy lejano, mientras el palio se acerca cada vez más. Viene como las reinas, hermosa y triste, una belleza truncada en el mejor momento de la vida. La Virgen del Rosario te devuelve una mirada cómplice, intensa, perturbadora, una mirada que se descubre en mitad de la noche, bajo el farol de cualquier calleja, donde la primavera incipiente deja caer un rocío imperceptible y te descubres en la soledad de tu propio escalofrío.
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Nuestra Señora del Rosario
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María Santísima de la Caridad
La contemplación es un diálogo recíproco, una voz y un oido presto, una caricia y una piel para recibirla, una mirada con otra que se cruza.
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Nuestro Padre Jes煤s de la Oraci贸n en el Huerto
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No es la duda, sino el dolor asumido en nombre de miles de hombres y mujeres que solo pueden redimirse a través de Él. Un cáliz amargo que traspasa la piel para rasgar el alma misma.
La Semana Santa, en la representación de cada uno de sus pasajes, se puede alzar ante nuestra mirada como la analogía perfecta de un acontecimiento vivido en primera persona. Se trata del misterio mismo de Dios encarnado que, tras el Barroco, nos dejó “misterios” que, al caer la cuenta de la Luna de Nisán, tomaron las calles para apercibirnos de la naturaleza divina de Dios, pero también de la humana, por medio de la cual la Salvación se perfecciona completa.
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Representaciones cargadas de misticismo, dolor, sufrimiento físico o patestismo en las figuras secundarias que los componen, los misterios encierran una escenografía en sí mismo que, en ocasiones, llegan a “afear” conscientemente a las imágenes secundarias y así acentuar la carga dramática que implican. Los ejemplos en la Semana Santa cordobesa son excepcionales, a través de tallas que ejemplifican la maldad o la locura humanas. Pero también, la expresividad mortal del momento vivido o la serenidad ante la tortura doliente del martirio inmerecido.
ISTUM
Sensaciones y sentimientos que, a lo largo de los siglos, los imagineros han sabido captar para plasmarlo tanto en las imágenes titulares como en las secundarias que completan y actualizan los pasajes de la Pasión. Escenas que transportan al caminante hacia la Jerusalén, mística y eterna, que se construye en la geografía
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distinta de la ciudad cuando la Semana Santa cobra forma en la mirada intensa del Señor arrodillado ante el Ángel heráldico que porta el Cáliz. Un anuncio que se pierde en el origen cristocéntrico del universo. Desde el principio, el Verbo que abre la realidad vívida del Corpus Joánico y que da comienzo a la historia de la salvación. Una línea recta que, en el Huerto de los Olivos, alcanza el espíritu dramático que prologa a la Pasión. No es la duda, sino el dolor asumido en nombre de miles de hombres que solo pueden redimirse a través de Él. Un cáliz amargo que traspasa la piel para rasgar el alma misma. No es temor ni tan siquiera miedo. Es la asunción libre de la voluntad del Padre hasta su extremo más radical. Todo ello se concentra en la mirada del Señor del Huerto. Más allá de sus cejas, párpados o su frente, las pupilas escudriñan más allá del Ángel la Verdad a que se entrega en un acto radical de libertad. La condición humana tan libre como generosa en un acto que camina a una distancia superior a lo que conocemos como heroico.
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El amargo sabor de la muerte El cáliz que porta el Ángel frente a Jesús del Huerto se contrapone, luctuoso, al del sanedrita que lo muestra a la diestra del Señor de la Humildad y Paciencia. No es el aroma del incienso que inunda Capuchinos. Se trata de un sabor agrio que deja su perfume en la más profunda incomprensión del momento, que se muestra como un instante repetido en la historia de la humanidad. La voluntad asumida de no rebelarse contra la voluntad del Padre, por más que la arrogancia humana lo inste a desafiarle, a mostrar su poder con una cohorte de ángeles que no vendrán porque Él sabe que en su asunción se halla el germen necesario de la liberación de los hombres, aunque estos parezcan desoírla. En los rostros que conforman la escena pueden apreciarse dolor y miedo, crueldad y desdén, en un tormento barroco que no parece poder librarse de las garras de su destino. Mientras, el cáliz reluce en la tarde del Miércoles Santo para recordar a la ciudad que su Oropesa encierra el castigo de tantos que, ahora, por la decisión libremente asumida, liberará de sus pecados a los que por los mismos habrá de morir.
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Nuestro Padre Jes煤s del Perd贸n
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Entre tanto, el gesto ante el oprobio engrandece a quien lo soporta. A quien asume la Bofetá como un apartado del camino que lo llevará a alcanzar la salvación de los mismos que, más allá del desprecio físico, se arrojan del menosprecio a sus iguales. En el rostro de quienes se aferran a mancillar al Señor del Perdón se muestran miles de cristianos anónimos, a los que aludía Rahner para explicar cómo la salvación es posible aunque no se conozca la fe cristiana. El amor que proyecta el rostro de Cristo mancillado asume la condición de los hombres de buena voluntad que buscaron la Verdad, sin la posibilidad del conocimiento pleno. El mismo rostro que se contrapone al del resto de integrantes de la escena que, en su tensión, ofrecen la cara descarnada del dolor humano proyectado en la fuerza que persigue el ansia de poder desmedida. En unas imágenes que son antítesis de la hermosura clásica del protagonista que desciende hacia el último escalón de la miseria humana para alzarse en protagonista único e indiscutible de un amor que afronta la carga inmensa del universo.
La locura La locura, según la nos dice la tradición hebraica, se vincula al color blanco. El blanco convertido en una túnica que viste la dialéctica entre la razón y el amor, finitud e infinitud que señalaba Hans Urs Von Balthasar “el hecho de que el entendimiento (Verstand) finito, al abrírsele el ser total en su carencia de límites, se vea obligado a afirmar la existencia del ser absoluto y de la verdad absoluta; y de que, por la fuerza de esta afirmación trascendente que rebasa infinitamente a la imagen singular y al concepto finito, prueba que la razón finita misma solo puede realizar su obra porque en él la alienta una orientación hacia la infinitud. En camino hacia esta eterna verdad y desde siempre a través de la señal de todos los objetos finitos, la razón se sabe oscuramente contemplada y llamada por ella. Así, pues, la razón humana no está encerrada en la finitud; inclusive en cuanto razón puede realizar su obra finita de conocimiento de las cosas finitas solo por tener ya desde siempre contacto con lo infinito1”. “Quizás en ningún otro ejemplo como en las parábolas de Jesús, orientadas a la praxis (o sus exigencias y consecuencias), resulta tan claro que la lógica divina se puede y se quiere expresar en lógica humana, sobre la base de una analogia linguae, y en última instancia -pese a todos los reparos- también entis, que se consuma en Cristo, Dios y hombre en una sola persona2”. Una sola persona que se transforma en pasaje recreado, en la forma exacta de Jesús del Silencio, caminando bajo su aura blanca que recoge la vejez, el cansancio, la consumación de los días en la lógica trinitaria que transporta al Hijo, frente a nuestras miradas perplejas en el misterio que rodea su martirio y que se torna en grotesco para alzar su divinidad sobre los hombres, entre los mismos hombres (como hombre), entre los que padece. Grotesca locura que se proyecta en la inquietante figura de los soldados que se juegan al azar las vestiduras del hombre que ya se haya crucificado, en el Calvario de la Agonía y cuya mirada provoca un sentimiento de rechazo innato que, seguidamente, alza la mirada al Varón de Dolores que ya es cordero pascual sobre la madera rugosa de la Cruz que late en en corazón mismo de un barrio que toma a la ciudad por eterna en su perpetua mirada de espanto ante lo incomprensible, de sublime admiración ante el sacrificio. 1. MEIS A., La persona, en cuanto singularidad concreta, según Hans Urs von Balthasar, Teología y Vida. 2. Luciani Rivero R. F.
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Santísimo Cristo de la Agonía
Sentencia y sangre de la Nueva Alianza Como bien señala Olegario González de Cardedal en su manual de Cristología “el destino de Israel y la misión de Jesús van unidos y en este instante las autoridades se encuentran inexorablemente puestas ante una decisión de vida o muerte: «Buscaban apoderarse de él, pero temían a la muchedumbre, pues conocieron que de ellos había sido dicha esta parábola» (Me 12,12). Aquí por un lado queda manifiesta la autoconciencia de Jesús y por otro aparece el fundamento para una decisión de darle muerte. El dilema era patente: el reconocimiento de Jesús, refiriendo toda la historia anterior y aceptando su pretensión, o el rechazo de esa pretensión”. Una repulsa sobrevenida que se declama en la Sentencia que, por injusta, no deja tras de sí más que el fruto de la hipocresía y el miedo de la aceptación de una renovación de la teología veterotestamentaria que traerá consigo una revolución de los antiguos axiomas que, ahora, no dejan de ser sino la perfección de su pretérito. Una Sentencia injusta que se representa en la ilegalidad misma del proceso que, de San Nicolás a la Catedral, no deja indiferente a nadie a su paso. El misterio de Lunes Santo trae consigo verdades conocidas y, no por ello, dejan de ser actualizadas cuando la tarde y las sombras de la mentira consentida, de la injusticia del dictamen se reflejan en el rostro sereno del Hijo del Hombre y deja caer su peso de piel rugosa, de mirada horizontal, en algo tan transversal como la falta, anudada al músculo de las figuras que coartan la escena perfecta del proceso judicial consentido. Sin embargo, el cáliz recobra su sabor en la tarde del Jueves santo, cuando el banquete místico instaura la actualización eucarística una vez más. Bajo las dos especies, el Señor de la Fe nos invita a recorrer de oeste a este la ciudad como un camino iniciático, donde el objeto final pasa, primero, por haberlo recorrido. “La última cena, en cambio, es el gesto simbólico, también en la línea de los profetas del Antiguo Testamento, mediante el cual instituye una realidad nueva que, surgiendo de su vida entregada en libertad, determinará el futuro. A la forma anterior de la alianza de Dios con el pueblo de Israel, realizada en el templo por los sacrificios de animales muertos, sucederá una «alianza nueva» realizada en la sangre de Cristo como don de su vida para el perdón de los pecados de todos los hombres. Ambos signos constituyen la conclusión de la actividad pública y de la manifestación verbal de Jesús. A partir de ahora el silencio y la pasión suceden a la palabra y a la acción. En adelante, los gestos son más elocuentes que las declaraciones formales. Ellos arrastraban consigo unas connotaciones profundas, que remitían a los espectadores y actores de unos y otros a las experiencias, tradiciones y realidades fundamentales de la historia de la salvación. Jesús se confronta con ellas, heredándolas en un sentido y reemplazándolas en otro. Donde antes estaba la autoridad de esa historia e instituciones, ahora están su palabra y su persona. Tales signos se convierten en la clave de interpretación de la autoconciencia de Jesús, porque son reveladores de una cristología en realización. Jesús no enuncia una cristología teórica; ejerce una cristología en acto. No proclama con palabras un programa de salvación sino que la realiza con su vida”. De nuevo, la Cristología de González de Cardedal nos ayuda a comprender que la Fe implica un acto de libertad como el que Cristo asume en cada momento de la Pasión. Un acto tan humano como el libre albedrío que nos llevará a seguir sus pasos o a ser parte del engranaje securdario de esos misterios en que sanedritas, soldados o sayones dictan su sentencia de dolor, locura o tormento físico. Una libertad que nos llevará a apartar o a tomar el ese cáliz.
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La Fe implica un acto de libertad como el que Cristo asume en cada momento de la Pasión. Un acto tan humano como el libre albedrío que nos llevará a seguir sus pasos.
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Nuestro Padre JesĂşs de la Sentencia
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Nuestra Se単ora de los Dolores
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Sillería del Coro de la Catedral de Córdoba
Cuando el Domingo de Ramos de 2016 dé inicio, Córdoba verá como todas sus hermandades y cofradías conducirán sus caminos hasta el templo catedralicio. Una estampa inédita en la historia más reciente de la Semana Santa cordobesa que, para llegar a dicho objetivo, ha transitado por un largo periplo. Diversos son los datos y los ejemplos de cofradías en el interior de la Catedral de Santa María de la Asunción, desde hace siglos. Toda vez que, adentrados en el siglo XX, el comienzo de la década de los sesenta marcó un breve periplo de la Semana Mayor, en el entorno del Patio de los Naranjos. Sin embargo, aquella etapa fue breve y, con la revitalización de las hermandades en los años setenta, se produciría el inicio de un camino de vuelta al templo que iniciaría la cofradía del Santo Sepulcro. Una historia reciente que, paulatinamente, ha ido incorporando el paso de las diversas estaciones de penitencia a la sede de Osio de una forma natural. De tal manera que, en las siguientes líneas, seguiremos ese discurrir que nos ha traído hasta el presente y que no estuvo exento de dificultades. Transitaremos por hermandades variadas, pero no desde un punto de vista histórico o analítico, sino que caminaremos por aquellos detalles que las unieron para siempre al templo.
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Domingo de Ramos La tarde del Domingo se alza azul, desde el Triunfo, donde por el muro sur de la Catedral avanzan los tres pasos de la Hermandad del Amor. Una cofradía alegre, de barrio, que trae en la figura del Señor del Silencio una de las imágenes más impactantes de la Semana Santa cordobesa. Entre la arquería del recinto catedralicio, la talla que gubiara, en su etapa final, Luis Ortega Bru se ha convertido en una de las estampas imprescindibles que revisten al templo de su carácter mayestático. El cartel de la Semana Santa de Córdoba 2015 nos dejaba una imagen conocida. Una instantánea, fraguada en decenas de estaciones de penitencia que surcan los muros visigodos, Omeyas y católicos de un recinto que la cristiandad quiso sostener más allá del tiempo y las contingencias. El Cristo de las Penas, custodiado por las Cruces de Santiago, deja el sabor acentuado de sus cientos de años de devoción, entremezclados con el sedimento vivo de la fe vivida en la Catedral que es morada pretérita de sus nazarenos. Un cartel que regresaba a la fotografía y, para dar testimonio de esta disciplina artística encontraba su eje vertebrador en, probablemente, la talla más antigua de la ciudad, inserta en el templo primigenio de la urbe. Durante varias etapas de su extensa trayectoria, la Hermandad del Huerto ha acudido a este enclave sin parangón. Si bien, durante los últimos años que no atravesó la Puerta de las Palmas, la corporación de San Francisco transitó por los alrededores del templo, dejando estampas de singular belleza ante, por ejemplo, la Virgen de los Faroles. Escena que, normalmente, solo se produce cuando los cortejos no discurren por la Puerta del Perdón. Sin embargo, con sus tres pasos, la cofradía volvía a encaminarse, una vez más, por los vanos majestuosos que dan acceso al centro de la Iglesia diocesana, por medio de una puesta en escena brillante, clásica, renovado el pasaje del Huerto de los Olivos por las cornetas castellanas; engalanada la Candelaria por marchas del poso de Margot; con el Señor Amarrado a la Columna como el reflejo más evidente de una Córdoba recuperada.
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Nuestro Padre JesĂşs del Silencio en el Desprecio de Herodes
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Lunes Santo El paso por la Santa Iglesia Catedral ha supuesto mucho más que un mero punto de interés en el recorrido de las hermandades que fueron apostando por ella, cuando aun era fruto de la utopía ver a todas las cofradías en su interior. Así, cuando la década de los noventa miraba sus albores, la Archicofradía de la Vera Cruz decidía que su estación de penitencia orbitase en torno al primer templo de la diócesis. Una apuesta firme que vio en la figura de Francisco Javier Romero Castaño (Javier Romero), al primero de los capataces que guiase a la cuadrilla del Señor de los Reyes hasta la antigua basílica de San Vicente. Un cuarto de siglo más tarde, la corporación festejaba este aniversario de forma muy especial, cuidando cada detalle, como cada Lunes Santo hace su medido cortejo. Entre los mismos, la Archicofradía llamaba de nuevo a Romero para que arribase, junto al actual equipo de capataces, a los costaleros desde el Campo de la Verdad hasta el muro norte, festejando aquella ópera prima de liturgias inaprendidas. Un homenaje al templo, a su significado y a su comunión eclesial que, también en Lunes Santo, realiza escrupulosamente la Hermandad de la Sentencia. Una cofradía, caracterizada por su compromiso ineludible y por su clacisismo limpio de oropeles, atenuado por la luz barroca que engalana el palio de Gracia y Amparo. Una institución nazarena que se afirma en los muros del antiguo monumento para hacer de su cortejo un tributo al oratorio y demostrar que no es moda lo que pesa bajo cada túnica que, cada año, acrecienta más y más una de las nóminas de nazarenos más importantes (cuantitativa y cualitativamente) de la Semana Santa de Córdoba. Córdoba de callejas y claroscuros al trasluz del incienso que transforma y dinamiza el paso sobrio del Señor de la Salud. Rincones que guardan letanías y que sirven de soporte a algunas de las mejores instantáneas de la Pasión y que, sin embargo, junto a los muros almenados (que tanto recuerdan a aquel Damasco que capitalizó el mundo antiguo) adquieren una dimensión diferente que da cuenta del verdadero objetivo que ha de presidir las cofradías.
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Nuestro Se単or de los Reyes
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Martes Santo Desde el Jueves de Pasión al Martes Santo; desde San Pedro de Alcántara a la Basílica del Juramento de San Rafael; el compromiso de la Hermandad Universitaria siempre se adentró hacia las Palmas por el Patio de los Naranjos. Una alianza inequívoca que encuentra en la Catedral su origen y destino, al igual que el resto de las cofradías del Martes Santo que, hasta 2015 componían una de las dos jornadas cuyas hermandades incluían de forma íntegra el paso por el templo. Paso que se afianza en la salida del mismo de la Hermandad de la Agonía y que salvaguarda la extensión de un recorrido que busca, desde el Patio de los Naranjos, su barrio. Una cofradía con dos sedes, la canonica y la catedralicia para dar cuenta de la apuesta firme de la corporación por formar parte de un empeño que, poco a poco, va trascendiendo a los mismos cofrades. Empeño que reluce en la Hermandad de la Santa Faz y en los esfuerzos que debió asumir, en su momento, para que los horarios se fijaran en el instante preciso que configura la arquitectura milimetrada de esta jornada de la Semana Santa cordobesa. Parte de las cofradías más jóvenes se concitan el Martes Santo para atestiguar el poso pretérito de la ciudad y sus costumbres, tan recientes como asumidas, y que ven en los muros adamascados la verdadera fortaleza que sublime a la estética para servir a la fe. Estética que vibra bajo el músculo alegre de las marchas que rasgan el cielo al paso de la Piedad y el Prendimiento. Que traen la alegría y la constancia de los Salesianos para, poco después, al caer la noche, confundirse entre el temblor de los cirios tiniebla del Buen Suceso. Cera que crepitaba aquella noche de Martes, cuando la corporación de San Andrés hubo de acogerse a sagrado, al Sacro cobijo que le ofrecía el templo una vez la lluvia fina calaba por la Judería. Judería que se torna en la esencia misma del Misterio que la atraviesa desde que sale del Cister y culmina una jornada que ya no se entiende sin sus seis hermandades caminando por una carrera tan oficial como el esfuerzo y la ilusión derramado.
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Santa Faz de Nuestro Se単or Jesucristo
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Miércoles Santo Hasta llegar a la histórica asamblea de hermanos mayores que decidía de forma unánime acudir a la Catedral, la del Miércoles Santo se ha ido configurando como una de las jornadas pujantes en este aspecto. Baste con observar como en 2015, la popular cofradía de la Paz dejaba inscrito en sus anales su estreno en la sede de Osio. Dejando a su paso momentos vibrantes por las calles que dan acceso al recinto. Conde y Luque o Deanes se erigían en espacios ignotos para la corporación de Capuchinos que miraba de frente a su historia con un paso tan crucial como esperanzador. Toda vez que la Hermandad del Perdón regresaba al mismo desde su recién restaurada iglesia de san Roque para ofrendar una de esas imágenes que no tienen precio porque surgen de la espontaneidad, del don con que obsequia la fe y permite ver a los costaleros y capataces de sus dos cuadrillas arrodillados ante el Santísimo, en una reverencia ancestral, atávica, que solo brota ante lo verdadero. La Hermandad del Calvario incorporaba en época relativamente reciente el paso de su Vía Sacra por el templo catedralicio. Un caminar sereno que dota a esta jornada de un matiz diferente y que, durante estos últimos años, nos ha brindado el contrapunto perfecto con el paso de la Hermandad de Pasión, exponiendo dos modelos de poner una cofradía en la calle que complementan al espectador las sensaciones en un marco tan monumental como el de la Santa Iglesia Catedral.
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María Santísima de la Paz y Esperanza
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Jueves y Viernes Santo El recorrido emocional por el oratorio consagrado a Santa María de la Asunción se iniciaba con el paso retomado por una cofradía del Jueves Santo, la de Nuestra Señora de las Angustias, por el recinto Sacro. Tras muchos años de carestía durante esta jornada, el caminar del grupo escultórico de Juan de Mesa por el templo que la vio coronarse marcaba una sucesión de acontecimientos que encontraría su desenlace en la noche del Viernes Santo. Antes bien, en la Madrugada solitaria de la Buena Muerte, la corporación de San Hipólito dejaba a su paso la crónica de silencios y susurros que convierten a la Catedral en un arca inconmensurable de letanías que se erigen al cielo como un Te Deum insalvable. Así, la tarde del Viernes, su estancia completa entre los muros que se iniciara en 2007 con la incorporación de la Hermandad servita de los Dolores y que tuviera a sus pioneros décadas atrás en los cofrades del Sepulcro, cerraba un círculo místico que solo se produce una vez al año. O, tal vez, dos, si tenemos presente el momento de luz que dejó el Regina Mater con el encuentro de dos de sus Dolorosas, frente por frente. Rosario y Dolores, ambas coronadas, ambas legado de devociones pretéritas y contemporáneas, ambas entre la arquería mística de las naves que parecen tender al infinito. Entre tanto, Descendimiento y Soledad guardan matices diferentes. Desde la sobriedad franciscana a una cofradía de barrio que se eleva a la noche con más tradición de las cofradías cordobesas. La misma que se engalana de lutos y que encuentra en la Puerta de las Palmas, las mismas bendiciones que el tiempo, lejos de borrar, incrusta en el imaginario colectivo.
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María Santísima en su Soledad
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La Catedral es el objetivo. Tal vez, cumplido. Y, sin embargo, durante las últimas cuatro décadas, el camino sinuoso que ha conducido hasta ella se ha escrito con el tesón, empeño y esmero de cofrades y cofradías que apostaron sin ambages cuando lo “cómodo” hubiera sido dejarse ir. Ellos tomaron su camino, el que conducía a un solo destino. Los años, la providencia, ha querido premiarlo con un momento brillante de luz que, pronto, será el objeto de las crónicas.
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Bajo esta denominación se conoció en vida a Rafael Muñoz Serrano, quien, gracias a las cuadrillas que llegó a dirigir, está considerado como uno de los precursores y referentes del actual modelo de las forma de trabajar que ha llegado a nuestros días. Antes de abordar su figura, se hace imprescindible abordar otras que lo antecedieron, cuyos apellidos, forman parte del patrimonio histórico y sentimental de una época bien delimitada de la Semana Santa de Córdoba. Sáez, Gallegos, Gálvez, Torronteras o Morillo conforman una génesis que trajo hasta nuestros días una forma personal, un sello propio, de entender las labores de carga. Los faeneros de los Sáez, la personalidad y la importación del estilo sevillano de Gálvez Galocha, la magia de Torronteras, el carisma de Muñoz o la implantación de la técnica de Fernando Morillo; dejaron tras de sí un poso que perduraría y haría evolucionar el estilo de las generaciones posteriores. Profesionales, las primeras cuadrillas de hermanos costaleros, la apertura de este mundo al gran público… cada uno de estos capataces aportó su personal atribución a una Córdoba que despertaba a sus cofradías. A lo largo de las siguientes líneas recorreremos sus perfiles, su aportación, su forma de entender el oficio del costalero, así como los puntos álgidos de cada uno de ellos. Un itinerario por el pasado,
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Cap
Capataz de
pataces SineLabe SineLabe 2016 2016 49 49
vez que yo ejercí de contraguía con tan sólo diez años (Santa Cruz de la Hermandad del Huerto) mi abuelo estaba por allí; la primera vez que me metí debajo de un paso, lo mandaba mi abuelo y aunque no lo he contado muchas veces, la última vez que mi abuelo y yo nos vimos yo estaba vestido con el chaqué que utilizamos los capataces durante la salida extraordinaria de San Rafael en octubre de 2012 (ingresó en el hospital durante la procesión y no volví a verlo con vida). Hasta donde he podido investigar por ahora, los primeros con relación con el mundo de las labores de carga. La designación de mi bisabuelo Antonio Sáez Pozuelo como primer capataz de la Hermandad del Descendimiento por parte de don Manuel Salinas (su primer hermano mayor), es muestra del trabajo firme que siempre destacó a estas personas. Hasta entonces ocupaba el puesto de costalero de confianza de la cuadrilla del Caído, como ya he indicado, aunque sin experiencia por fuera hasta ese momento. Rafael Sáez ante el paso del Cristo del Amor Tres generaciones de los Sáez delante del paso de “la Borriquita”
no tan distante, que consiguió elevar, a partes iguales, dignidad y labor del costalero a extremos que, hasta el instante de su aparición, se podrían considerar desconocidos en la Córdoba cofrade.
La saga de los Sáez
Desde Rafael Sáez Sánchez y Manuel Gallegos Pérez hasta David Simón Pinto Sáez, esta saga familiar de capataces se ha convertido, por mérito propio, en la más duradera de la ciudad. Marcando su punto de partida en los comienzos del pasado siglo, para perpetuarse durante una centuria para llegar a David S. Pinto Sáez, actual máximo responsable del paso de la Custodia. A ello hay que sumar el hecho de que, en la figura de Rafael Sáez Gallegos, se produjo el extraordinario caso de haberse convertido en el capataz que más pasos ha dirigido, hasta la fecha, en Córdoba. Recorremos la historia de esta saga familiar en las propias palabras de David Simón Pinto Sáez, tataranieto de Rafael Sáez Sánchez. Rafael Sáez Sánchez y Manuel Gallegos Pérez, los dos abuelos de mi abuelo Rafael, sabemos que eran costaleros de Los Dolores y Esparraguero, el primero, y del Caído el segundo, desde al menos mediados de la década de 1910. Manuel Gallegos Pérez llegó a ejercer de capataz del paso del Caído con la mítica cuadrilla de los piconeros de la Piedra Escrita siendo precisamente su yerno, Antonio Sáez Pozuelo quien formará la primera cuadrilla de la familia en 1938 para la recién fundada hermandad del Descendimiento. A partir de entonces se irán incorporando a la cuadrilla sus hijos Rafael, Manuel y Antonio Sáez Gallegos quienes a su vez se irán haciendo cargo de los diferentes pasos que se les encomendaban. Junto a ellos, tal vez los más conocidos, trabajaron siempre como faeneros Miguel y Juan, hermanos de mi bisabuelo Antonio Sáez Pozuelo, los hermanos de su mujer, primos, sobrinos… De hecho en el año en el que yo entré en la “cuadrilla del Corpus”, la mayoría de sus componentes eran Sáez; aunque solía haber algún faenero de los antiguos como Lorenzo Castro, que hasta hace varios años participaba en dicha procesión portando la pértiga. Por tanto, y como es fácil imaginar, el ambiente cofrade y más en concreto el ambiente ligado a los capataces y costaleros es algo que ha permanecido vivo en nuestro día a día desde siempre. La primera
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A partir de entonces su trabajo y el de su cuadrilla (compuesta por más de 90 hombres que trabajaban sin relevos) es reconocido por las cofradías cordobesas que lo reclaman, en un porcentaje muy alto, por aquellas que se fundan durante la guerra civil o en los años siguientes: Borriquita, Amor, Penas de Santiago, Sentencia, Prendimiento, Misericordia, Caridad, Buena Muerte, Descendimiento o Huerto durante su refundación en los 70, entre otras, sin olvidar a hermandades como Calvario o el Santo Sepulcro. Otras hermandades requirieron de su trabajo a sabiendas de que debía ser por un tiempo limitado por los compromisos ya adquiridos ese día (como fue la Hermandad del Rescatado, para la que trabajaron dos años a principios de los 70). A estas hermandades habría que añadir las de Gloria de La Cabeza, el Socorro o el Corazón de Jesús de San Hipólito. Llegada la época de los hermanos costaleros, y prácticamente ya retirados Manuel y Antonio, mi abuelo continuará vinculado a las cuadrillas de costaleros sobre todo en la Hermandad el Huerto (siendo nombrado Capataz Titular de la cofradía), si bien también participó en la formación de otras cuadrillas como las de las hermandades del Cristo de Gracia y del Buen Suceso. Por los nombres de hermandades anteriores podemos comprobar cómo entre mi abuelo, sus hermanos y sobre todo su padre debían distribuirse el trabajo en el caso de coincidir más de una hermandad el mismo día. Coincidencia que era muy improbable con anterioridad a la guerra civil por el reducido número de cortejos existentes en Córdoba, pero que comenzó a suceder a partir de las fundaciones de hermandades de las décadas de 1940 y 1950. Y será precisamente debido a este crecimiento en la nómina de hermandades cuando en Córdoba se nombre a un capataz como titular de dos cofradías con salida el mismo día: concretamente del misterio del Descendimiento, por entonces aún con salida en la tarde noche del Jueves Santo, y del Crucificado de la Buena Muerte, cuyo estreno se produjo en la “Madrugá” del Jueves Santo de 1946. El capataz fue Antonio Sáez Pozuelo, quien se vio obligado a ampliar la cuadrilla así como a dejar a mi abuelo Rafael Sáez al frente del Descendimiento durante las horas en las que ambas coincidieron en la calle. En resumen, y siendo tal vez el aspecto en lo que mi abuelo incidía más, respeto por el trabajo y por los hombres con los que se trabaja, así como amor por la fe y las imágenes. Es fuera del ámbito familiar, concretamente a través del capataz Lorenzo de Juan, por donde me entero de que en la década de 1960 una hermandad sevillana se puso en contacto con mi bisabuelo para hacerse cargo de uno de sus pasos. Dado que mi abuelo se ruborizaba al hablar de este asunto no seré yo quien dé más detalles de la hermandad de la que se trata, aunque sí puedo decir que fue la exigencia de dicha hermandad de trabajar con costaleros sevillanos (hecho totalmente entendible por lo regulado que se encontraban estas labores en aquellos años) en lugar de con su propia cuadrilla, lo que hizo que finalmente no se llegara a un acuerdo. Los contactos se llevaron a cabo a través de un miembro de la junta de gobierno de la hermandad hispalense, comercial para una empresa de chocolates, que aprovechando varias visitas de corte profesional a Córdoba se acercó al negocio familiar que por entonces teníamos en la calle Santa Victoria.
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Rafael Sáez ante el paso de “la Borriquita”
José Gálvez y la evolución de la Paz Para entender la complejidad e importancia de la figura de José Gálvez Galocha (Don José y Doña Carmen –su esposa- para cofrades y amigos) hay que elevarse más allá de su faceta como capataz de María Santísima de la Paz y Esperanza (faceta en la que, más adelante, nos centraremos) y observarlo desde la perspectiva del gran dinamizador que fue, de la corporación de Capuchinos, de la que fuera hermano mayor y máximo exponente. Hasta el punto de que, en la década de los setenta del pasado siglo, Don José va a atraer a la cofradía a figuras como las de Juan Rodríguez, Manuel V. Quirós, el inolvidable Diego Luque y a un nutrido ramillete de cofrades que van a guiar los designios de la hermandad hasta la primera década del siglo XXI. En consecuencia, los apellidos Gálvez Galocha (al igual que el antedicho Sáez), van a suponer una transformación integral en sus respectivas parcelas. Se cumple una década de la tarde en que tuve la oportunidad de conocer a Don José. En la sala de estar de un piso situado en Ciudad Jardín, junto a él se hallaba su hijo y un amigo común. Durante unas horas pudimos compartir una agradable conversación que rememoraba la Córdoba de otro tiempo. Su mirada, siempre escudriñando, no podía desmentir la que había sido su profesión, policía. Pese a su avanzada edad, sus pupilas parecían desafiar, retar el paso del tiempo en una última victoria efímera.
El tono de su voz no dejaba espacio a la especulación, a la duda. Categórico, incluso dogmático, cada palabra, sin embargo, acerca de la que siempre fue su hermandad parecían desmentir esa inevitable pose del policía curtido que, desde el retiro, sigue portando los mecanismos propios del oficio. Había una historia que me rondaba desde los días previos al encuentro. Uno de esos relatos recién descubiertos que enamoran al cofrade que se siente preso y ávido de la intrahistoria de las hermandades. Tenía que ver con su placa identificativa de agente y sobre cómo la había usado a modo de llamador. Quizá, por inconcebible en nuestro tiempo, tal vez, por pintoresca, de ser cierta era una de esas cosas que siempre se guardan con una sonrisa cómplice en el placard de la memoria. Con la voz entrecortada, me atreví a inquirirle. ¡Claro que sí! –soltó-. Y, con una gran carcajada comenzó a narrarme los hechos. Don José era sevillano y, como tal, se había educado en una forma de entender la Semana Santa que iba de la mano del concepto sobre el arte de portar pasos que le es intrínseco. Una vez en Córdoba, cierto Miércoles Santo observaba el caminar de la Paloma de Capuchinos, entendiendo que no era la forma en que él concebía que debía llevarse. En un momento de la procesión, Gálvez Galocha decide apartar al capataz y dirigir él mismo el paso, ejerciendo su autoridad civil. Al no haber llamador, echa mano de su placa de policía y con ella provoca un sonido similar al del martillo. Manda el paso al estilo hispalense y, desde ese momento, va a quedar como responsable de la cuadrilla de la Virgen de la Paz y Esperanza. José Gálvez Galocha
Ignacio
Torronteras
A las espaldas de Escañuela, más allá de los muros de los Salesianos, la ciudad, reconstruida en el tiempo mira a su pasado más inmediato. Es una plaza rejuvenecida con jardines y elementos destinados al divertimento de los más pequeños. Una especie de oasis escondido de la amplia y bulliciosa avenida que se halla a apenas unos metros. Su nombre es el de un antiguo capataz, reconocimiento de una de las partes esenciales de la urbe, como lo son sus cofradías. Ignacio Torronteras Paz nació el 18 de enero de 1932 en Córdoba. Conocido como El Cabezón, estuvo siempre relacionado al mundo de las cofradías, desde que su padre lo introdujo en la Hermandad de la Esperanza, llegando a ser capataz de costaleros del paso de Nuestro Padre Jesús de Las Penas. Debido a su profesión de carpintero, se encargó de la rehabilitación la imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas en su Desamparo de la Hermandad de la Misericordia en 1987, realizando un nuevo candelero y adelantando su torso. Falleció el 24 de junio de 2006. ¿Qué le hizo merecer una placa? La mañana es azul y tibia y, envuelto en mis pensamientos, contacto con uno de sus antiguos costaleros. Recuerda los tiempos de la Esperanza, de Expiración, de aquellos primeros hermanos costaleros que aferraron con sus propias manos el sueño de su capataz. “Era mágico” –me confiesa-. Era como un sueño del que crees que nunca vas a despertar. Tanta emoción, tanta intensidad. Nos esforzábamos mucho. Aquello dolía, pero a la vez tenías ganas de más, la alegría no te cabía en el pecho y teníamos la certeza de que esa sensación iba a durar para siempre –relata emocionado. -Cuando descubrieron la placa con su nombre, en la plaza donde estás ahora sentado, no pude evitar llorar. No solo por su recuerdo, sino porque con él se iba parte de aquella Semana Santa que, seguro, tenía mil cosas por mejorar, pero era tan auténtica, tan de verdad, que nadie que no la viviera puede comprenderlo. Daría lo que fuera por volver atrás y meterme dejado de la Virgen de la Esperanza o del Rosario con la voz de Ignacio mandando el paso. Ignacio Torronteras, junto con Rafael Muñoz, fue pionero en la formación de cuadrillas de hermanos costaleros. En su haber destaca el hecho de haber dirigido a la cuadrilla del Cristo de la Expiración a hombros de hermanos, así como ser el artífice de la primera cuadrilla de hermanos bajo un palio de la cuadrilla de Nuestra Señora del Rosario, allá por el año de 1977.
Rafael “el niño” Muñoz Estábamos en el castizo Barrio de Cañero, aquel año en que la providencia me dio la oportunidad de conocer, al menos un poco, las figuras de Rafael Sáez, José Galvez y Rafael Muñoz. La conversación con “El Niño” (no me atreví a llamarlo por su apelativo) fluía entre miles de recuerdos sobre los años en que gobernó algunas de las cuadrillas más importantes de la ciudad. Desde las Angustias al Santo Sepulcro (desde la Compañía a la Taberna El Pisto en los ensayos), la revolución que comenzó con él la narraba con la naturalidad de quien hizo sencillo lo más complejo.
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El soplo renovador que trajo Muñoz, pronto se convertiría en viento. Así lo atestigua parte del auge que adquirió la Hermandad de la Expiración que pasó a convertirse en uno de los referentes incontestables de esa etapa histórica. A todo ello, hay que sumar el hecho de que su apellido comenzó a adquirir la naturaleza de otra de las grandes dinastías de capataces de la ciudad (vuelve la analogía con los Sáez). Primero su hijo (Rafael Muñoz Cruz) y después su nieto (Rafael Muñoz Serrano) van a seguir los pasos iniciados por el patriarca. De aquella jornada siempre quedarán en mi memoria las palabras emocionadas acerca de su nieto (similares a las de Rafael Sáez Gallegos sobre el suyo), cuando me contaba como guardó uno de los primeros costales que vinieron a Córdoba para sacar al Cristo de la Expiración. Años más tarde, ese costal salió de algún rincón del hogar familiar para que, de Rafael a Rafael, el abuelo se lo entregara al nieto, dando cuenta del avance generacional de una Córdoba que ya no se entiende de otra manera, como el día en que José Gálvez Galocha entregaba el testigo de guiar a la Paloma de Capuchinos a Rafael Muñoz Serrano, cerrando así un círculo perfecto.
Fernando Morillo: la totalidad del capataz Alguien lo definía hace poco tiempo como un maestro, alguien de quien sabes que siempre vas a aprender. Y es que Fernando Morillo, en cualquiera de sus facetas, se erige como la figura del cofrade total, capaz de dominar la práctica perfección de cuantas empresas afronta. Miles de aristas o prismas y, entre ellos, el de capataz. Inolvidable y en los anales por merecimiento propio con la mítica cuadrilla del Císter que asombró a propios y extraños y de la que surgieron algunos de los nombres que hoy son referencia en el mundo del martillo y el costal.
Rafael Muñoz Serrano
Las cuadrillas de hermanos costaleros que importó de Sevilla, junto con Rafael Zafra, a la Hermandad de la Expiración marcaron el punto de inflexión en el oficio de costalero. Muñoz Serrano reflejaba alegría en cada recuerdo y un carisma personal atrayente. Capataz perpetuo de la Paz, su trabajo viene a culminar la labor de Gálvez y a implantar una forma de trabajar que es, en cierto modo, el epílogo al proceso evolutivo de las labores de carga que los Sáez fueron capaces de implantar para dar comienzo al desarrollo histórico del costalero (primeramente, faenero) cordobés. Fue actor principal de los años de la Revolución de las cofradías. Las hermandades se abrían a un nuevo tiempo, de tal forma que el nacimiento, de unas, y el resurgimiento, de otras, iban a marcar el paso de las siguientes décadas de una manera decisiva. Tras el paso de Muñoz, la concepción remunerada del costalero quedaría atrás, si bien, en su avance natural, las cuadrillas contemporáneas comienzan a despuntar por un nuevo concepto que recuerda -“retro”- al primigenio: hermanos con afición.
Su preocupación por las amplias facetas que ofrece el mundo de las cofradías lo ha llevado por caminos, en principio, alejados de la faceta de capataz que, años más tarde y tras un retiro voluntario prolongado, le llevaría a sacar por primera vez a la calle a la cuadrilla de Nuestra Señora de la Estrella. De su mano, llegaron conceptos novedosos que, en parte, había asimilado del afamado capataz hispalense Salvador Dorado “El Penitente”. Al igual que su preocupación por alcanzar la perfección en los aspectos técnicos que conciernen al costalero en todas sus facetas, dio inicio a un camino que ha redundado en un avance más que considerable de dicha faceta en nuestros días. En Fernando Morillo no solo encontramos, como ya se ha dicho, a un capataz, sino, además, a un cofrade capaz de conocer todos los entresijos y mecanismos necesarios para que el caminar, por ejemplo, de un paso de palio alcance cotas sublimes; así como la técnica necesaria para que una candelería se convierta en el mejor de los tributos a la Santísima Virgen; sin olvidar su dominio del exorno floral que ha demostrado en aquellas hermandades que lo han requerido. Un compendio que, en su momento, se inició bajo las trabajaderas para permitir que el efervescente mundo del costal pudiera avanzar hasta llegar a su actual configuración.
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Estamos en una noche cualquiera cuando el verano toca su crepúsculo de soles. La brisa es cálida y las noches en que el cielo se rasgaba por el escalofrío incesante de la primavera parecen muy lejanos. La “recogía” de un paso, la música que envolvía esa penúltima “chicotá”, viene a la mente. Todo regresa con una melodía que nos transporta, que nos posibilita el flashback, que nos ayuda a percibir los aromas como si se materializaran desde un lugar remoto, cercano y distante. El tiempo regresa a la sombra de un local de ensayo, donde la banda retoma su actividad disciplinada para los meses que aun restan. Durante la práctica totalidad del año, las formaciones musicales afinan, montan y repasan en una liturgia poco vistosa que lucirá en su esplendor en el espacio de un reducido número de días. Mas son tan intensos, brillantes y áureos que, por sí mismos, definen el esfuerzo para derramarlo en arte reconocido a través del pentagrama. El ritmo frenético de la Cuaresma y la Semana Santa parecen desentir tantas noches de verano y, sin embargo, es en esas noches desagradecidas de local de ensayo donde se forja el prestigio que, meses más tarde, realzará el esfuerzo ganado a las horas y al cansancio. Córdoba se ha nutrido de grandes formaciones musicales, de otras emergentes y de las que restan por venir. Córdoba suena a Coronación, Salud, Caído y Fuensanta, Redención, Cristo de Gracia, Sagrada Cena, Esperanza, Merced, Estrella o Cristo del Amor. Bandas y agrupaciones musicales que hacen las delicias de sus gentes y muestran la pujanza de un sentimiento que alza la lectura del pentagrama a la atmósfera distinta de las calles que se visten de cortejos celestes, anónimos, que culminan en los sones medidos que acompañan a Cristo y a su Santísima Madre para ofrecerles una nota pura de amor.
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C
C贸rdoba Suena a
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Suenan las cornetas Tres grandes formaciones dan lustre al metal de la corneta. Las tres se han ido consolidando, por mérito propio, en el panorama musical de la ciudad. La corneta que suena a Escámez o que indaga en la tendencia contemporánea encuentra su sitio en las tres formaciones que caminan con paso firme hacia su futuro. La Banda de Cornetas y Tambores de la Coronación de Espinas es una de las dos formaciones con más participación en la Semana Santa de la capital. Rescatado, Merced, Perdón y Angustias disfrutarán en la capital de los cuidados sones de la formación de San Antonio de Padua. Dos de los mismos (Rescatado y Angustias), se concretaban de cara a la Semana Santa de 2016 y suponen un salto cuantitativo para una banda que en estos años ha ido ganando un espacio propio y reconocible. Por su parte, la Banda de Cornetas y Tambores Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora de la Fuensanta también ocupa un lugar de privilegio, en cuanto a actuaciones en la Semana Santa Cordobesa se refiere. Esta formación acompaña también a cuatro corporaciones: Domingo de Ramos a la Entrada Triunfal, Miércoles Santo al Cristo de la Misericordia, Jueves Santo a Jesús Caído y Viernes Santo al Misterio del Descendimiento. Finalmente, la Banda de la Salud, si bien solamente acompaña al Cristo de la Agonía el Martes Santo, gracias a su continua proyección, todo apunta a que pronto llamarán a su puerta hermandades de la capital cordobesa, como ya lo han hecho de un buen número de localidades no solo de la provincia, toda vez que ha recibido el aplauso unánime de la crítica gracias a su férrea apuesta por la defensa de la música como un canal abierto, cada vez más, al gran público.
Suenan las agrupaciones Otras tres formaciones se hallan en la cúspide de un género musical que, más allá de los vaivenes que dictan las modas, han conseguido, o bien ganarse un sitio en la historia contemporánea de la música cordobesa, o bien consolidarse o experimentar un crecimiento más que digno de mención. La más joven de las tres es la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Fe en su Sagrada Cena. Formación que ha ido creciendo a paso firme, sin prisas, para posicionarse en un espacio que da pie a pensar que, en uno años, ocupará un puesto de privilegio. Por su parte, la Agrupación Musical Cristo de Gracia ha experimentado una fase de consolidacón que la ha llevado a asentarse tanto en la capital
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como en la provincia y que ha hecho de sus sones clásicos una bandera que la hace más que reconocible, dotándola de una personalidad bien definida. Las jornadas de Martes o Jueves Santo dan prueba de ello con los acompañamientos musicales que realiza tanto con su Titular como con la Hermandad del Prendimiento. Finalmente, los sones de la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Redención son por sí mismos un referente dentro del género y de la música procesional cordobesa. Camino de las tres década de existencia, para la formación de la Huerta de la Reina han compuesto parte de los mejores compositores del género, tales como Moreno Pozo o Barbero Ribas con marchas tan exquisitas como Desconsuelo o Señor de San Basilio.
Suena la música Las bandas de música se subliman tras un paso de palio. Dos de las mismas nacieron en el seno de una sección musical, como es el caso se la Banda de Música Santa María de la Merced y la de Nuestra Señora de la Estrella. Al calor de Coronación y Redención, ambas formaciones caminan a paso seguro en un avance sin pausa que habla de un futuro mas que prometedor, escuelas musicales incluidas. Por su parte, la Banda de Música María Santísima de la Esperanza se ha tornado en el eje fundamental para comprender la revisión histórica de la música procesional cordobesa. Marchas de Gámez o De la Vega han servido a esta banda para recuperar parte del mejor patrimonio histórico de la ciudad, contribuyendo a una labor que, de haberse omitido, a buen seguro, nos habría dejado huérfanos de una parte esencial de nuestra música. Que suena a Córdoba porque Córdoba las vio nacer y, ahora, su futuro está por delante.
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Noche que no tuvo día ni el cielo estrellas; el relámpago esperó para salir llorando. Noche que no tuvo día, y toda la luz ocultada para llevarse su Cuerpo envuelto en la aurora. Noche que no tuvo día, y sí un Jueves Santo, cuando la Virgen callada llora mirando a su Hijo crucificado.
Noche sin día José de Rueda Molinas
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