Un siglo de quito el chantre antonio fernández de quirós

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Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 21

El deán Antonio Fernández de Quirós

Juan Corbalán de Celis y Durán

El licenciado Fernández de Quirós, presbítero, había sido nombrado relator de la real Audiencia de Quito en el año 1621, ocupando la vacante que había dejado, a causa de su avanzada edad, el licenciado don Juan Guerrero, que había sido cesado a petición del presidente don Antonio de Morga1. El nuevo relator que le enviaban, decía el presidente, no cubría sus necesidades, pues era muy nuevo en la profesión de derechos y mucho más en el oficio de relator. Era clérigo presbítero, y era un inconveniente verle como tal sacerdote realizar su trabajo en este tribunal secular en las causas de muerte, y en otras obligaciones de cortesías y ceremonias que como tal relator debía hacer y hacía, en las salas y en los acuerdos, con los jueces, lo que

no era consecuente con su estado sacerdotal. Ya había escrito varias veces comentando estos inconvenientes, indicando que se le podía hacer merced de alguna prebenda de consideración, y mientras tanto que se le diese alguna de las canonjías que habían quedado vacantes en esa catedral por muerte de los canónigos Pedro de San Miguel y Francisco Ortiz de Porras, y así se podría proveer esa relatoría en persona secular y de suficiencia2. En diciembre de 1623 se le hacía caso al presidente y le concedían a Quirós una de las canonjías vacantes en la catedral, enviando en su lugar a la Audiencia, para que ocupase el cargo de relator, al licenciado Bartolomé de Salazar3. Morga 2

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acusaba recibo del nombramiento y decía que Quirós había hecho presentación de su canonjía, y que él le había instado a que la ocupase ya, lo cual presumía haría de mala gana, “pues estaba cebado más de lo que era justo”. Se refería a los 3.000 pesos anuales de salario que tenía el cargo de relator. En la carta que enviaba en abril del año siguiente comentaba que muchas personas de Quito, tanto religiosas como seglares, estaban interviniendo ante la Audiencia para que se informase al rey en favor de dicho Quirós y se le concediese la merced de alguna dignidad mayor, pero que él iba excusándose cuanto podía de hacerlo, porque no lo consideraba a propósito para lo que pretendían. Entre los clérigos, el presidente consideraba idóneo para obispo al deán Juan de Villa, y para ser promovidos a mayores prebendas, proponía al chantre don García Fernández de Velasco, al canónigo Francisco de Quirós, y al canónigo Juan de la Plaza, todos personas de letras, religión y prudencia4.

inquieto, y no era conveniente que ascendiese en el cabildo, como ya se había comunicado anteriormente, pero que ahora siguiendo lo mandado le había dado posesión de dicho cargo. El cese como relator que en su día se le había hecho, habría amargado el carácter de don Antonio, lo que dejamos entrever en las palabras del obispo, que acababa diciendo en el escrito anterior, que convenía más premiarle en otra iglesia, y que realmente era un hombre con conocimientos, pero” aquí por los accidentes que en tantos años han pasado, no es tan bien recibido, y en otra iglesia como no haya causas, será más a propósito”5 Tres años después, y según comentaba el obispo, con su buen hacer en el cargo se había ganado la aprobación de sus antiguos detractores, siendo una de las primeras personas en acudir a los asuntos concernientes a la iglesia y cabildo, por lo cual y por sus prendas, que eran dignas de muchos premios, lo recomendaba al rey.

Una década después, en 1634, obtenía la merced real de ser promovido a la dignidad de tesorero de la catedral. En la carta que en abril de 1635 enviaba al rey el obispo Pedro de Oviedo dándole cuenta de los asuntos de su diócesis, decía que cuando se leyó dicho nombramiento en el cabildo, había habido muchas contradicciones y se habían puesto muchas pegas al mismo porque se quejaban de su proceder y trato, alegando que era hombre de poca paz y de carácter

El Santo Oficio de la Inquisición lo había nombrado Comisario Subdelegado de esa provincia, y como tal, en 1639, en una causa que el oidor don Francisco de Prada había interpuesto en su contra ante el obispo, en la que se quejaba de algunos agravios que había recibido, quería eximirse de su autoridad alegando que por una cedula que tenía del tribunal de la Inquisición de Lima, no se podía proceder contra su persona, sino

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era a través de dicho tribunal. El obispo se quejaba al rey de ello, pues según la costumbre, solo debían ser juzgados por dicho tribunal en asuntos que le concernían como tal subdelegado, pero de las costumbres o excesos de su persona y deudas civiles, habría de ser juzgado por el obispo, y como no quería tener enfrentamientos con el tribunal de la Inquisición, y creía que con dicho Comisario era necesario llevar adelante esta costumbre porque, aunque era hombre cuerdo y grave, tenía un fuerte carácter, como era público, y era conveniente que tuviese cerca de él quien tuviese mano para enmendarle y corregirle6.

vacante, y a don Antonio, del que decía que tiempos atrás había sido muy cuestionado por su carácter, pero que en la actualidad procedía con mucha compostura y modestia y que no solamente ya no era ruidoso, sino que era ejemplo de los demás que asistían en dicha iglesia.

Por las noticias que el obispo daba en abril de 1640, sabemos que en ese año ya había ascendido a la dignidad de chantre de la catedral. Decía que don Antonio precedía en su nuevo cargo con la aprobación de todos, y que era una de las primeras personas de esa catedral merecedora de promocionarse y obtener mayores dignidades, como era la de deán, que estaba vacante. En 1647 cuando el obispo Pedro de Oviedo abandonaba la sede y dejaba al cabildo gobernándola, daba cuenta de los méritos de sus componentes, alabando entre otros al deán Miguel Sánchez Solmirón, que había ocupado la 6

AGI. Quito 77, N.62. Quizá en las palabras injuriosas entre el oidor y don Antonio habría tenido que ver el revuelo, que según el obispo, se había producido en la ciudad a causa del casamiento de una hija de dicho oidor, que como estaba prohibido por el rey, éste negaba que se hubiese realizado, aunque era notorio lo contrario.

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