Un siglo de quito el chantre jorge ramírez de arellano

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Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 23

El chantre Jorge Ramírez de Arellano

Juan Corbalán de Celis y Durán

Desde el Nuevo Reino de Granda, llegó a Quito en los primeros meses del año 1579, siendo enviado como cura beneficiado a la doctrina de Amay. El obispo Pedro de la Peña atendiendo a sus cualidades y conocimientos lo nombraba su Visitador general de Guayaquil, Puerto Viejo y sus distritos, usando su oficio a satisfacción de los vecinos y habitantes de estos distritos, sin que se recibiese queja alguna de su trabajo. El 23 de mayo de ese año el vicario general, don Diego de Salas, le encargaba que hiciese las diligencias y averiguaciones necesarias sobre la queja que había presentado Rodrigo Gutiérrez Calderón, vecino de la ciudad de Puerto Viejo, alcalde ordinario de ella, sobre el comportamiento del padre Diego Pérez, cura y vicario de dicha ciudad, al que acusaba de que el 2

jueves santo pasado, no había querido confesar a su mujer, aunque lo había intentado varias veces, lo que parecía una burla a ella y a él mismo. Discutieron en la plaza y cuando se volvía para irse a su casa, el padre alevosamente le atacó con un bordón grueso con un recatón de hierro que traía en la mano. El 18 de noviembre de ese mismo año 1579, don Pedro de la Peña, por cuanto por un auto aprobado por la real Audiencia, se le había notificado que se encargase de remediar y castigar cierto exceso que, según decían, habían cometido en la ciudad de Jaén, el cura y vicario de ella Juan Herrera de Sarmiento, y el presbítero Benito de Villafaña, los cuales habían injuriado al juez de comisión de dicha Audiencia, hecho que había causado un gran escándalo en la ciudad, y como


deseaba saber cómo y en qué manera pasaron los hechos, y si eran culpables, le encargaba que fuese a dicha ciudad y realizase la información pertinente, tomando Visita al cura del tiempo en que estaba como tal cura y vicario, de como había administrado los sacramentos, y de su vida y costumbres. Respecto a Benito Villafaña, le mandaba que nada más llegase a la ciudad de Jaén lo desterrase y lo echase de esta tierra. Para que la ciudad no se quedase sin sacerdote, le ordenaba quedarse en ella, para lo cual lo nombraba administrador de los sacramentos y oficios divinos a los vecinos y habitantes de ella y sus términos. Una vez finalizada la inspección el obispo lo nombró cura y vicario de Jaén, cargo que ejerció durante ocho años, administrando justicia con rectitud, con el beneplácito de todos.

de la ciudad de Jaén el primero de febrero de 1580, presentando a los señores del cabildo, justicia y regimiento de esa ciudad, representados por el capitán Baltasar Pérez Tinoco y Cristóbal Sánchez, alcaldes ordinarios, y el capitán Antón de Bon-más, Joan de Robledillo, Alonso Loaysa de Alarcón y Juan Álvarez, regidores, la provisión del señor obispo en la que se le nombraba cura y vicario de dicha ciudad. “Y entraron todos juntos en la iglesia mayor y le dijeron lo tenían por tal, y luego, estando presente el padre Francisco Tenorio que en otro tiempo había sido su vicario, le hizo entrega de las llaves del sagrario y tomándoles, y en señal de posesión, abrió y cerró las puertas de dicho sagrario, y se paseó por la iglesia quieta y pacíficamente, sin contradicción alguna”. Para el beneficio curado de Jaén, que había quedado vacante, había sido proveído por el rey, haciendo uso de su patronazgo, el padre Rodrigo de Ortiz, pero el obispo, teniendo en cuenta los informes que le había llegado, consideraba que no era la persona conveniente para aquella ciudad por ser chapetón, es decir recién venido de España, y no saber la lengua para poder administrar los santos sacramentos. Y usando de la facultad que tenía por cédula real lo rechazaba, y señalaba para que fuese promovido de nuevo, al padre Jorge Ramírez de Arellano “por ser hábil y suficiente y concurrir las demás partes que se requieren”. A finales de ese mes de febrero le nombraba Vicario de dicha ciudad de Jaén y sus

Tres día después el obispo, deseando tener información de cómo Francisco de Bonilla, vicario y cura de la Ciudad de Guayaquil había usado su cargo, le encargaba también que en su nombre fuese a Visitarle. Le indicaba que no debería tardar más de veinte días en ello, tiempo durante el cual le suspendería de su cargo. Cobraría por ello los derechos y salarios correspondientes a dichos oficios de cura y vicario. La información sería secreta, y comprendería también la toma de cuenta de los bienes de dicha iglesia, visita de las cofradías y hospital, y así mismo de lo que le pertenecía al obispo de la cuarta decimal y derechos de funeral. Tomaba posesión del curato

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solicitaba en su nombre al cabildo, que se le diese la colación y canónica institución de dicho beneficio, y le diesen licencia para ir a servirlo. Por lo que le dieron licencia para que administrase los sacramentos a los caciques y naturales de dicha doctrina y a los españoles que residían en ella. Este beneficio de Jayanca se servía durante tres meses, al cabo de los cuales se debía cambiar con el de Pacora, y así sucesivamente, al igual que ocurría con los de Motripe y Çalas que también se alternaban. Esta alternancia la había instaurado el obispo Pedro de la Peña, con la aprobación del virrey don Francisco de Toledo, con el fin del buen funcionamiento y asiento de las doctrinas de los Valles, afectando a los beneficios de Catacaos y Sechura, Jayanca y Pacora, y Motripe y Çalas, que entonces se mudaban cada seis meses, y ello motivado porque en unas doctrinas había más indios que en otras, y se debían repartir entre sus beneficiados el trabajo y los ingresos.

términos, estando ejerciendo este cargo durante ocho años. El 13 de noviembre de 1587, el deán y cabildo de la iglesia catedral, en sede vacante, como encargado de nombrar vicario en las ciudades, villas y lugares de todo ese obispado que administrase la justicia eclesiástica, y por cuanto la provincia de los Valles estaba sin persona que la administrase, convenía que se proveyese tal cargo, y considerando los meritos y experiencia que tenía el padre Jorge Ramírez, y que era persona benemérita en ese obispado, le nombraban Vicario general de Jayanca y todos los Llanos. Ese mismo mes de noviembre, el deán y cabildo habían convocado una oposición para proveer la doctrina y curato de Jayanca y sus anejos los Valles de la ciudad de Trujillo. Se presentaron a ella para ocupar esa vacante el padre Francisco Suárez de Perea y el padre Jorge Ramírez de Arellano, los cuales fueron admitidos, y siendo examinados por dicho cabildo, fueron declarados idóneos y suficientes para poder servir dicha doctrina, y fueron por tanto nominados y presentados ante el virrey conde de Villar, para que la hiciese llegar al rey y éste presentase a quien quisiese para dicho beneficio. A la nominación se acompañaba el examen de lengua que fray Hilario Pacheco, catedrático de la lengua general del Inga, había hecho al padre Ramírez. El 5 de septiembre del siguiente año 1588 se daba dicha doctrina al padre Jorge Ramírez y así, el 24 de noviembre, Baltasar de Alarcón

El 5 de octubre de 1590, después de casi diez año de estar la sede vacante, el nuevo obispo fray Antonio de San Miguel, que todavía no había tomado posesión de su obispado, se hallaba en la ciudad de San Miguel de Piura, camino de Guayaquil, y considerando que por el concilio de Trento se mandaba a los obispos que visitasen personal-mente su obispado, y caso de no poder hacerlo por encontrarse justamente impedidos, lo hiciese en su nombre la persona idónea y con méritos suficiente que nombrasen para ello. Como el obispo se

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encontraba enfermo, y dado que su obispado era muy extenso y para visitarlo todo personalmente necesitaría varios años, con lo cual sus iglesias, clérigos y feligreses estarían necesitados de que se pusiese remedio a muchas cosas, confiando en la persona y méritos del padre Jorge Ramírez lo nombraba su Visitador de la ciudad de Loja y sus términos, y de todas las ciudades, villas y lugares de la gobernación de Juan de Salinas, que eran Zamora, Zaruma, Valladolid, Cumbinama, Santiago, Niebla, y los Jíbaros, con todos sus términos y distritos, dándole poder para nombrar notario, fiscal y ministros de justicia eclesiástica, con tal de que fuesen vecinos y habitantes de dicho obispado.

nombramiento de comisario para que lo pudiese ejercer también en la ciudad de Quito. Después del fallecimiento del obispo fray Antonio de San Miguel, ocurrido en la ciudad de Riobamba1, donde había hecho un alto en su camino hacia Quito para ocupar su silla, la sede quedó vacante otros tres años, no llegando a la ciudad de Quito su nuevo obispo, fray Luís López de Solís, hasta el 15 de junio de 1594. El día 5 de diciembre de ese año, se daba en Madrid una cedula real presentando al padre Jorge Ramírez para ocupar la dignidad de chantre que, como hemos visto anteriormente, había quedado vacante en 1592 tras la muerte de don Francisco Álvarez de Cuellar2.

En agosto de 1591, en la ciudad de los Reyes, los inquisidores Joan Ruiz de Prado y el licenciado Antonio Gutiérrez de Ulloa, conociendo que en el Puerto de Paita y ciudad de San Miguel de Piura, había necesidad de tener una persona de su confianza que fuese su Comisario y Subdelegado en los casos en que se hubiere de hacer información, recibir denuncias, y darles aviso de las asuntos relacionados con el Santo Oficio, teniendo en cuenta la buena información que tenían de la limpieza de su linaje, buenas costumbres, suficiencia y recta conciencia del clérigo Jorge Ramírez de Arellano, lo nombraban Comisario del Santo Oficio y Subdelegado en dicho distrito. A finales de 1597 y por ausencia del Comisario de Quito, que a la sazón lo era Jácome Freile de Andrade, notario apostólico, los inquisidores le ampliaban su

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No se sabía hasta ahora la fecha exacta de su muerte, aceptándose hasta hoy la conjetura de González Suárez que la databa en el mes de noviembre de 1590.Hemos localizado su testamento, hecho en la villa del villar de don Pedro o Guayaquil, el 4 de diciembre de 1590, y un acta de su defunción ocurrida cinco días después, el día 9 de dicho año 1590, a las dos de la tarde. 2 En el tiempo que estuvo la catedral sin chantre, el padre Francisco de Santiago Maldonado fue llamado por el obispo para que ejerciese de sochantre en la catedral. Era natural de Torrijos, hijo de Francisco García Villanueva y de María de Santiago Maldonado, cristianos viejos. En marzo de 1594 pedía al Vicario Benito Hernández Ortega que hiciese información sobre sus méritos para acudir al Consejo y solicitar algún beneficio. Testificaban a su favor el canónigo Talaverano y su paisano, el también canónigo, Andrés López de Albarrán. Decían de él que era muy hábil en el canto llano y en el de órgano, y muy buen contrabajo, y que se había ocupado durante mucho tiempo en Aniquipa enseñando, sin cobrar, a las

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El maestro Benito Hernández Ortega, que ocupaba el cargo de Provisor y Vicario general del obispado, había pedido repetidas veces al obispo que lo exonerase de dicho cargo, porque se encontraba enfermo y quería ir a servir un curato que su majestad había tenido la merced de concederle en la metrópoli. Así que, el 17 de junio de 1600, el obispo condescendiendo a sus peticiones, aceptaba la dejación que hacía de su cargo, y como tenía que ausentarse porque había sido llamado al concilio provincial que iba a celebrarse en la ciudad de los Reyes, tenía necesidad de nombrar otro vicario, y confiando en la suficiencia y experiencia que tenía el chantre de su iglesia don Jorge Ramírez de Arellano, porque ya había sido vicario muchos años, era Comisario del Santo Oficio, y había sido Visitador general del obispado, lo nombraba su Provisor y Vicario General.

oficio de comisario del Santo Oficio que VM lo honre y acreciente. El maestro Benito Hernández de Ortega hace muchos que sirve el oficio de Provisor y Vicario general y Visitador de este obispado. Es uno de los más virtuosos del sobrino del deán Soto, que tanto sirvió en las ocasiones pasadas. Es sujeto para servir una dignidad de deán, arcediano o maestrescuela en cualquiera de las iglesia del Perú. El doctor don Miguel León y Almonte, maestrescuela de la santa iglesia, hace poco tiempo que vino a ella. Es hombre docto y virtuoso, buen eclesiástico. Jácome Freile de Andrade, cura rector de esta catedral, hace muchos años que sirve este oficio y el de comisario del Santo Oficio en esta ciudad de Quito. Es muy antiguo. Merece que se le de una canonjía en esta iglesia catedral. El licenciado Diego de Bracamonte, beneficiado y vicario de la ciudad de Pasto por merced de SM. Es hombre de buena vida y costumbres. Al presente es Vicario general en este obispado. Desea mucho no tener cargos de almas. Es digno y merecedor de una prebenda4. El bachiller Antonio Morán, cura vicario de la ciudad de

En la relación de personas beneméritas que el obispo fray Luís López enviaba al Consejo en marzo de 1600, y que hemos comentado anteriormente al hablar del deán Solmirón, daba también cuenta de los siguientes3: Don Jorge Ramírez de Arellano, chantre de la santa iglesia es un prebendado honrado. Hace cinco años, poco más o menos, que sirve esta prebenda con mucha autoridad, es muy virtuoso, de buena vida y ejemplo, de más de 50 años, merece así por esto como porque hace muchos años que sirve el

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Años después, en 1608, era acusado por el obispo Ribera de haber realizado préstamos usureros y tratos comerciales prohibidos a los eclesiásticos. Había dejado más de 12.000 ducados por vía de tácito fidei comiso a Beatriz de Armenteros, hija del oidor Diego de Armenteros, a la que había nombrado su heredera, según el obispo ” para librar la herencia de mis manos”. Declaraba en su testamento tener una hija a la que le dejaba unas casas que tenía y cierta cantidad de dinero. AGI. Quito 77, N.2

mozas y otras personas. AGI. Quito 48, N.6 3 AGI. Quito 84, N.30

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Cuenca es hombre de buena vida y costumbres, buen predicador, merece ser proveído a una prebenda. El bachiller Cristóbal Valarias, cura y vicario de la ciudad de Jaén es predicador, hombre virtuoso y ha sido Visitador en este obispado, Es digno y merecedor de una prebenda. Diego Lobato de Sosa, presbítero, es el más antiguo clérigo de este obispado y hace 30 años que se ocupa en la predicación a los naturales con notable fruto, porque es el que más ha trabajado en este ministerio y el que ha enseñado a otros a predicarles, con lo cual se ha descargado la real conciencia. Merece premio en una canonjía en esta santa iglesia. Andrés de Sepúlveda, cura y vicario de Olmos, en los Llanos, Visitador que ha sido en este obispado. Es muy antiguo y de buena vida y costumbres. Desea no tener cargo de almas. Merece una prebenda. Juan Antonio de Rueda, beneficiado de la parroquia de San Blas de Quito, es hombre virtuoso, buen eclesiástico y predicador de naturales. Merece más premio5. Antonio Borja, coadjutor de cura rector de la catedral, es mayor, de buena vida y costumbres. Merece más premio. Pedro Ruiz Cabeza Pego, presbítero, ha sido capellán y

vicario de las monjas de la Concepción. Va a España a sus pretensiones, lleva probanzas y parecer, a que me remito. Francisco Vélez de Zúñiga, beneficiado de Juanambu, ha sido Visitador, es hombre virtuoso. Merece más de lo que tiene. Gaspar de Peralta y de la Cueva, beneficiado de Alausi, es hombre virtuoso, de buena vida y costumbres, buen eclesiástico, merece más de lo que tiene. El 24 de marzo de 1601, en ausencia del obispo, el chantre Jorge Ramírez de Arellano daba cuenta al rey del estado del obispado y de la real Audiencia6. Comentaba que ya hacía unos ocho meses que el obispo le había encargado del gobierno y administración del obispado, porque se había ido al concilio en cumplimiento de la convocatoria que le había hecho el arzobispo, para la celebración del cual se estaba aguardando el beneplácito de su majestad, y entendía que no empezaría dicho concilio hasta no tenerlo. Empezaba alabando a su obispo del que decía que era un prelado de los más esenciales que su majestad tenía en aquellas partes, hombre muy docto, de mucha cristiandad y experiencia, y continuaba quejándose de que al deán Francisco Galavis y al canónigo Diego de Agüero les había dado por discutir y renegar de tal manera de sus mandatos y reprensiones, que causaba espanto, dedicándose a escribir contra su autoridad y haciendo que otros también escribieran. Continuaba diciendo que ambos se amparaban en sus amigos los

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En 1598 siendo vicario de Cumbayá, el obispo Solis lo recomendaba para una prebenda y decía de él que hacía muchos años que servia en beneficios con mucha aprobación, que era hijo de esa tierra, buena lengua y predicador, y que merecía más premio. AGI. Quito 76, N.54

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AGI. Quito 84, N.44


oidores, el doctor Joan del Barrio de Sepúlveda y el licenciado Ferrer de Ayala, para mediante su favor evadirse de ser castigados en sus delitos, como ya lo había hecho el canónigo Agüero que hacía dos años que con recusaciones y marañas y amparándose en la real Audiencia se había librado de ser castigado de los excesos que cometía, y era un clérigo, que si no se ponía remedio en quitárselo de esa iglesia, los capellanes corrían el riesgo de perder su salvación por la inquietud que les causaba, además de ser un hombre sin provecho por ser totalmente idiota e incapaz. También se despachaba con el deán Francisco Galavis al que acusaba, como ya vimos, de procurar que el Santo Oficio le nombrase por Visitador de los libros e imágenes para evadirse de los procesos que había en contra suya.

día se cambiaban, pues ocurría que algún año ponían en una doctrina tres o cuatro religiosos. Las plazas estaban llenas de clérigos porque no había donde ocuparlos y los frailes, que debían estar en sus conventos, andaban entre los indios y mujeres, con peligro y riesgo de sus conciencias. Respecto a la cedula que el rey había dado para que las doctrinas y curatos se diesen a hijos de conquistadores y naturales, le parecía cosa cristianísima si ellos fuesen virtuosos, pero podía certificar que de cien no salía uno a quien se le pudiese encargar almas, al menos de los criollos de esa ciudad y obispado, porque eran muy viciosos y de mal ejemplo, y solo querían que les diesen beneficios alrededor de su pueblo, para poder así acudir a tratos no permitidos, y a sus vicios. De manera que si salía alguna vacante fuera de la comarca, no había quien la quisiese aceptar, por lo cual el obispo había desterrado a algunos que, mandándoles ir a beneficios a 30 o 40 leguas de esta ciudad, se habían negado.

En cuanto a la Audiencia se quejaba de que su afán era perseguir la jurisdicción eclesiástica, y que retrasaban y retenían mucho los asuntos para que estos se fuesen olvidando. Concluía sus comentarios sobre la Audiencia diciendo que hacía 23 años que él vivía en esa ciudad y que en ese tiempo no había quedado presidente ni oidor que no hubiese sido privado de su plaza, de lo que se deducía cual era la manera de proceder en esa provincia perdida.

En 1603, el 14 de enero, tras 24 años de servicios en el obispado, comparecía ante el señor obispo y presentaba una petición para que la audiencia episcopal hiciese una información testifical sobre sus calidades y servicios, con el fin de presentarla al rey y pedirle le hiciese merced de concederle algún obispado en esas partes de las Indias7.

De los religiosos se quejaba de que no hacían doctrina como estaban obligados, y que esto lo sabía bien porque había sido Visitador general del obispado tres o cuatro veces, y que cada

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AGI. Quito 48, N.38


Curiosamente presentaba por testigo al canónigo Diego Agüero Maldonado, de quien tan mal había opinado hacía tan solo un par de años antes8. Tenía este canónigo 42 años de edad y hacía ocho años que había llegado a la ciudad de Quito. Decía que don Jorge era hombre muy principal, hidalgo y cristiano viejo, y ningún clérigo de ese obispado se portaba con tanto lustre y autoridad, tiendo siempre muchos criados que le servían, y una casa muy principal, de buena hechura y representativa. Otro de los testigos el canónigo don Alonso de Aguilar, de 50 años9, que lo conocía desde hacía

unos 26 años en que aquel llegó a Quito, añadía que era persona tan calificada, que trataba su persona y casa con mucha gravedad y gasto, muy honradamente, con criados españoles, mayordomos y esclavos, y que gastaba al año en todo ello más de 4.000 ducados, dando lustre a todas sus cosas como hidalgo. Presentó también por testigos a Antonio Borja, cura rector de la catedral, de 60 años; a Diego Lobato de Sosa, presbítero, predicador general de los naturales, de 62 años, que decía lo conocía desde hacía 24 años, y que como persona que ordinaria-mente estaba en compañía del obispo vio como lo había nombrado su Visitador de Puerto Viejo y Guayaquil; a Bernardino de Cantos Guerrero, cura rector de la catedral, de 45 años; y a Andrés de Mansilla, presbítero, vecino de Quito de más de 60 años de edad10.

Diego Agüero Maldonado, nacido hacia 1553 en la villa de la Puente del Arzobispo, jurisdicción de Toledo, hijo de Juan de Agüero Maldonado y de Angelina Rodríguez de Solís. En julio de 1591 el Consejo le proponía para una de las dos canonjías vacantes en la catedral de Quito. Decían que hacía unos años que estaba en la Corte, que había venido desde el Perú, donde se había ocupado en doctrinas de indios y curatos de españoles. Le concedían la dignidad y embarcaba nuevamente para el Perú en mayo de 1592, llevándose consigo a su hermano Francisco. En junio de 1600 el obispo fray Luis lo tenía preso por desacato, pero lo tuvo que soltar por no enfrentarse al oidor Mazarrón, quejándose de “que aún ni para esto tiene poder el obispo”. Fallecía en Quito en octubre de 1612, dejando cierto legado a sus hermanas Ana, Francisca, Teresa y Catalina, viuda de Blas de Sosa y Guzmán. AGI. Pasajeros L.7, E. 1840 – Contratación 945, N.1, R.18 9 Alonso de Aguilar Maldonado, natural de Quito, nacido hacia 1548, hijo primogénito de Alonso de Aguilar, conquistador y encomendero de esa ciudad, a cuya herencia renunció para hacerse clérigo. Fue durante más de 20 años cura rector de la catedral. De los leales al rey cuando las alteraciones de las alcabalas. En 1596 el obispo fray Luís lo recomendaba para la plaza de chantre, “por ser muy diestro en toda música y otros requisitos”. En 1612 ya muy mayor e impedido, no podía acudir a sus obligaciones en la iglesia. AGI. 8

Quito 76, N.47- Indiferente 741, N.270. Quito 9, R.15,N.117 10 Después de la declaración de testigos recogida el 14 de enero, se hizo otra información testifical el día 21, esta vez ante la Audiencia real, en la que presentó por testigos a Pedro Núñez de los Reyes, de 50 años, presbítero, Visitador general; al licenciado Pedro de Paredes, capellán de la Real Audiencia, de 45 años; al general don Francisco de Mendoza, de 40 años, corregidor, a Pedro Ponsecas Trillejo, alguacil mayor, de 38 años; al capitán Gaspar Suárez de Figueroa, de 60 años y al capitán Diego López de Zúñiga, de 60 años. El 18 de febrero se repetía la información recogiendo las declaraciones de los testigos ante el fiscal de la Audiencia don Blas de Torres Altamirano. Testificaron don Diego Sánchez de la Carrera, de 26 años, Alférez real; el capitán don Miguel Fernández de Sandoval, de más de 60 años, corregidor; Martín de Ayzaga, de 60 años, regidor; Cristóbal de Troya, regidor, de 36 años; Francisco de Cáceres, contador, de 40 años y el capitán Juan Sánchez de Jerez Bohórquez, encomendero, de 45 años, regidor.

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Otro de los testigos, Joan Antonio Rueda, presbítero, vecino de Quito, beneficiado en el pueblo de Punampiro, de 49 años, que lo conocía desde hacía 28 años, y lo conoció en el Nuevo reino de Granada, decía que era persona muy grave y de mucha importancia y como tal trataba su persona con mucha autoridad y sabía, porque era cosa muy notoria, que era hidalgo conocido y como tal tenía parientes en la ciudad de su misma calidad , y las ejecutoria de sus ascendientes la había visto el testigo muchas veces, que estaban en poder de Joan de Taboada, vecino que fue de esa ciudad, primo hermano del chantre11.

quien en abril de 1622 ya ocupaba el cargo.

Juan de Villa a la maestrescolía de la misma, el monarca le hacía merced de dicha dignidad. Al año siguiente, 7 de octubre de 1615, los Inquisidores de Quito lo nombraban por una de las personas honestas cuya función era asistir a la ratificación de testigos ante el tribunal, ejerciendo en 1616 el cargo de secretario del cabildo eclesiástico. En 1625 había sido nombrado Comisario del Santo Oficio, cargo que ocupó hasta su muerte en noviembre de 1638. Durante estos años el cabildo se quejó reiteradamente al tribunal de Lima que no asistía a sus obligaciones de la iglesia, con el pretexto de su mucho trabajo en dicho cargo, habiéndole multado por ello. Elevaban su queja al rey, y obtuvieron una cedula real en la que se ordenaba que el presidente de la Audiencia, con asistencia del prelado, le reprendiese y le mandase que acudiese a las obligaciones de su prebenda.. En enero de 1629, estando todavía sin ocupar la plaza del deán Gaspar de Centurión fallecido dos años antes, se dirigía al Consejo solicitando se le concediese dicha vacante, pero cuando llegó su petición la plaza ya había sido dada en mayo de dicho año al arcediano Matías Rodríguez de la Vega. En 1636 el cabildo arrepentido, se excusaba de los apasionado que habían sido algunos de ellos en firmar las cartas de quejas contra el Comisario, pues reconocían que si bien había faltado a sus obligaciones, era disculpable por la mucha edad que tenía, y porque estaba enfermo, habiendo años que la mayor parte de el estaba en cama, razones que lo excusaban de sus asistencia continua al coro. Y además, decían, tenía ocupaciones que se lo impedían, pues era el colector de las rentas de la catedral, y no obstante todo ello acudía con puntualidad cuando podía y nunca dejaba de hacer la semana que le tocaba. AGI. Quito 80, N.63 y Quito 77, N.56.

A Jorge Ramírez de Arellano le sucedió en la dignidad de chantre don García Fernández de Velasco12, 11

Otro de los testigos que presentó para su información de servicios fue el clérigo Pedro de Paredes, que ocupaba la capellanía de la Real Audiencia por merced real, y en mayo de 1593 fue a España con una carta de la Audiencia en la que se avisaba al rey de los sucesos ocurridos en la ciudad con motivo de la implantación del impuesto de la alcabala, pero estos papeles no llegaron en este envío porque la nave en que iban fue asaltada por los ingleses y se tiraron al mar dicho papeles11. En 1606 seguía sirviendo dicha capellanía pero no teniendo casi para su sustento con la poca renta que le producía, la dejó y fue promovido por el obispo a una doctrina. Cuando salía de camino hacia ella se ahogo mientas cruzaba un río. Tres años más tarde, en 1609, su plaza que seguía vacante, la pedía el clérigo Alonso Mejias Mosquera. AGI. Quito 8,R.28,N.111 12

García

Fernández

de

Velasco.

Debió pasar a Nueva España hacia 1579 “como persona de capa y espada”, ordenandose más tarde de sacerdote. El 20 de noviembre de 1610, siendo ya clérigo presbítero, vecino de la Puebla de los Ángeles, los Inquisidores de México lo nombraban notario del Santo Oficio. Unos años después, el 3 de octubre de 1614, al haber quedado vacante la tesorería de la iglesia catedral de Quito, por promoción del maestro

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