Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 12
El notario apostólico Jácome Freile de Andrade Juan Corbalán de Celis y Durán
El 8 de abril de 1565 se notificaba a la Audiencia de Quito que, como era conveniente que hubiese en esa ciudad escribano público ante quien se despachasen los negocios y causas civiles, que hasta entonces se tramitaban en la Audiencia, se había acordado nombrar un par de escribanos que ejerciesen dicho oficio, en la ciudad y dentro de las cinco leguas de demarcación. Uno de los escribanos de la Audiencia, llamado Jácome Freile, que había llegado a Quito como fiscal al tiempo que se fundó la real Audiencia en aquella ciudad, en tiempos del presidente Santillana, y que había acompañado al oidor Pedro de Hinojosa cuando éste realizó la Visita de los naturales de esa provincia, compró una de las dos escribanías, pagando por ella 520 pesos de oro1. En 1566, y como notario, presentaba los descargos que el chantre Salas, arrendador de los diezmos del obispado, hacía sobre las cantidades recogidas, entre los que figuraba el pago de 23 pesos de oro que se le habían pagado a dicho Freile, 1
Cuando tuvo que dejar su plaza, salió de nuevo a licitación pública y esta vez se pagaron por ella 3.200 pesos, “que se metieron en la caxa real”
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procurador de la real Audiencia, por sus trabajos como procurador de esa iglesia catedral2. Pasados cuatro o cinco años trabajando en dicho oficio3, los señores del tribunal de la Inquisición, que se había establecido entonces en la ciudad de los Reyes, teniendo noticias de la fidelidad y legalidad con que desempañaba su trabajo, lo nombraron secretario y notario del Santo Oficio, y “lo tuvieron tan ocupado durante seis años en ello que no pudo ejercer su oficio de escribano de provincia”, así que en noviembre de 1577, y habiéndose ordenado “de orden sacra”, solicitaba al rey si podía pasar dicho oficio a uno de sus hijos o a la persona en la que él renunciase, pues “por ser la tierra cara” no tenía facultades para sustentarlos en su estado actual4. 2
AGI. Quito, 80, N.6. Se anotaban también 80 pesos por el trabajo de hacer las cuentas del tiempo de la sede vacante y las escrituras correspondientes. 3 En los primeros meses de 1573 lo vemos, como notario apostólico del juzgado eclesiástico, levantar acta del proceso contra el deán Bartolomé Hernández de Soto. 4 AGI. Quito. 21,N.51. Con los años debió cambiar su fortuna, pues en abril de 1592 se daba una provisión real dándole facultad para que pudiese fundar un mayorazgo en cabeza de
En una carta de fecha 30 de enero de 1577 en que el presidente de la Audiencia daba diversas noticias al rey, entre las que mencionaba que había quedado vacante la plaza de escribano de provincia que ocupaba Jácome Freile, se encuentra esta otra noticia del supuesto milagro acontecido en el entonces recién erigido convento de la Concepción de Quito.
mirándola muchas gentes que estavan presentes, y passado este tiempo quedó en su color. Entre los quales huvo religiosos y clérigos vezinos, y otras gentes. Lo que está dicho que vieron las monjas, unas vieron más y otras menos, las dos viejas abadesa y portera vieron la claridad de la yglesia y estrellas y oyeron el canto, de las demás monjas, unas la vieron y otras no, y ninguna quedó que no viesse muchas cosas. El arco que dentro vieron ay quien lo viese encima del tejado de la yglesia o en aquel compas estando casi fuera del pueblo. La noche que esto aconteçió y cinco o seis días antes, el obispo de este obispado, a quien yncumbe el averiguar y declarar y reconocer conforme al concilio tridentino avía salido de esta cibdad con el arçediano de esta sancta yglesia, que buelve a España, y así se halló quinze o veynte leguas de aquí, al qual se está aguardando para que hecha ynformación de todo, convocados los theólogos y perlados de esta cibdad declaren lo que conforme a Dios, verdad y piedad se deba hazer, aunque lo que está refferido consta por ynformación que el perlado de este monasterio ha hecho de este aconteçimiento con las monjas, y de la que se ha tomado por esta Audiencia con el mismo perlado de las personas que estuvieron en la calle y entraron en la yglesia al tiempo que está dicho. Viniendo el obispo y hecho lo que deve en este caso, de lo que del resultare se dará aviso a VM y se embiarán ynfformaçiones y todo lo que en ello más oviere y se hiziere, solo çertifficamos a VM que las dos viejas que entraron, la una por abadesa, que es doña María de Taboada, sobrina de el obispo passado, mujer biuda, que lo es más ha de veynte y çinco años, es muger principal de mucha calidad y que en esta cibdad la conocen por muger entera, christiana y de muchas partes, y la portera lo es assí mismo, muger buena y christiana, las onze donzellas son de la
“En las que serán con ésta, avisamos a vuestra majestad de la fundaçión de un monasterio de monjas de Nuestra Señora de la Conçeptión, subjeta a la orden de Sant Francisco, y cómo acabado ya el monasterio en toda perffectión se pobló de monjas, y entraron domingo 12 deste, y lunes, nueve días después, a veynte y uno del mismo, estando las monjas en su coro entre las siete y ocho de la noche, ora y media después de anocheçido, rezando con sus cuentas y sin vela ninguna, ni en la iglesia avía lámpara, porque aún no se avía puesto, vieron visiones celestiales y con ellas fue Dios servido de visitllas, que fueron unas estrellas sobre el altar, aparecieron sobre la ymagen de NªSª y muchas por el cuerpo de la yglesia, vieron una ymagen con un arco encima de muchos colores y lleno de estrellas, la quual no era la que estava en el altar sino que la abaxaron y subieron, y canto como de pajaritos, y como las monjas, en especial las onze que son todas de poca hedad, de treze hasta diez y seis años la mayor, no tuvieron çufrimiento, hablaron con la ymagen y dieron bozes. En la calle se oyó, y allegaron muchas gentes, los quales vieron claridad por entre los quiçios de la puerta, y por una ventana que está en la yglesia que sale a la calle. Abierta la puerta los que entraron vieron la ymagen del altar encendida y muy colorada, tanto como una rosa muy colorada, por más espacio de la mitad de media ora, teniendo vela en la mano y uno de sus hijos. AGI. Quito 8, L.3, Fol. 34r38v
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hedad que están dichas, hijas de buenos padres, y algunas dellas, aun de tan pequeña hedad, hazían vida áspera de ciliçios, ayunos y oraçiones”5.
sería de los últimos que llevó a cabo siendo secretario de la Inquisición. A petición del obispo de la Peña, en el año 1579, los inquisidores lo nombraron Comisario del Santo Oficio de la ciudad de Quito, desempeño que ejerció, sin salario ni remuneración alguna, durante más de 24 años, “a pesar de ser el cargo de mucho trabajo y ocupación, por estar esta ciudad trescientas leguas de la ciudad de los Reyes, donde residen los inquisidores, y otras trescientas del Nuevo Reino de Granada donde llega su jurisdicción”. Según testificaban sus coetáneos, era un hombre honrado, de buena vida, fama y costumbres, cuerdo y prudente, y de toda confianza para cualquier asunto importante, hábil y suficiente en el oficio de escribano y notario. Nos extraña la noticia que la Audiencia daba de este nombramiento. El 13 de marzo de 1579 en carta al rey decía de él que era “hombre que para tal oficio no conviene porque, aunque es limpio, es omnimo y idiota y se pierde mucho con él”. Suplicaban al rey, que puesto que allí había religiosos con méritos, que se proveyese a uno de ellos para ocupar dicho oficio, de lo cual habían dado también aviso a los inquisidores de Lima.7 El tesorero Valderrama, según vimos, tan poco lo había dejado en buen lugar unos años antes, quejándose de que el obispo, sin saber latín, le había nombrado Epistolar.
El escribano Jácome Freile de Andrade, “noble, hidalgo bien nacido y de limpia generación”, había nacido en Galicia, en la ciudad de Santiago, en el año 1538. Sabemos que en 1574 había quedado viudo dejando seis hijos de su matrimonio, cuatro varones, tres de los cuales llamados Melchor, Gaspar y Baltasar, y dos hijas, una de ellas contraería matrimonio con don José de la Puente, y la otra, llamada Mariana, lo haría con el capitán Cristóbal de Troya6. Al enviudar, entró en religión en 1576, siendo ordenado sacerdote en la catedral de Quito por el obispo fray Pedro de la Peña, quien le puso a cargo de una doctrina de indios dentro del término de la ciudad, ocupándose de la doctrina y conversión de ellos. Fue nombrado cura rector de la iglesia catedral, actuando también desde entonces como notario apostólico. Según él mismo refería “salieron de mi mano los negocios de fray Francisco de la Cruz y otros graves”. Este caso de aquel famoso Auto de Fe celebrado en Lima en 1576 bajo la presidencia del obispo Pedro de la Peña, al haber fallecido hacía poco el arzobispo Loaysa, seguramente 5
AGI. Quito 21, N.51. Este relato, con algunos ligeros añadidos de su mano para adaptarlo a la sintaxis actual o suavizarlo, como solía hacer, lo publicaba González Suárez en su todavía no superada Historia General. Cuando entras en casi cualquier documento del Archivo de Indias, de la sección de Quito, percibes que él ya ha pasado por allí. 6 En el artículo “El capitán Cristóbal de Troya, la fundación de Ibarra y la apertura de un camino al Mar del Sur”, que tenemos pendiente de publicar, señalamos que la mujer de Troya tal vez fuese nieta de Freire, pero aquí seguimos el parecer de ORTIZ DE LA TABLA DUCHASE, Javier. Los encomenderos de Quito. 1534-1660: origen y evolución de una elite colonial. Escuela de Estudios HispanoAmericanos, CSIC, Sevilla 1993
Ocupó en diversas ocasiones los cargos de provisor y vicario general del obispado, primero con el obispo Peña, quien nada más llegar al obispado le encargó le ayudase en la Visita que realizó a los prebendados de la sede vacante, revisando sus actuaciones y las cuentas que habían llevado de los bienes de la iglesia. Después ocupo este cargo con el obispo fray Antonio de San Miguel quien, en octubre de 1590, le 7
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AGI. Quito 8,R.13,N.16
daba poderes para que en su nombre tomase posesión de dicho obispado. Fray Antonio dejaba reseñado en su testamento que se le entregasen ciertas cantidades a dicho Freile “para cosas de nuestro servicio y sustento de nuestro cabildo”.
Galicia, y era tenido por hijodalgo notorio y de limpia generación9. A finales de mayo de 1594, unas semanas antes de que entrase en la ciudad el nuevo obispo fray Luís López de Solís, enviaba una carta al rey, como comisario de la Inquisición, dándole algunas noticias del obispado10. Daba cuenta de lo poco provechoso que había sido el poner corregidores a los indios, porque éstos solo procuraban su aprovechamiento personal, teniendo todos los tratos comerciales posibles con los productos que plantaban y criaban los indios, y allí donde estos se dedicaban a hilar mantas para su consumo casero, dichos corregidores los tenían ocupados en producir para ellos, de manera que andaban desnudos y con la ropa toda rota. También se quejaba de lo mucho que cobraban a los indios los jueces y secretarios que venían con los corregidores, y de que había que controlar los tratos y contratos que los sacerdotes de las doctrinas tenían con los indios.
En enero de 1583 solicitaba al licenciado Lope de Atienza, maestrescuela, provisor y vicario general del obispado que le certificase una relación de sus méritos y servicios, que pensaba presentar ante el rey y consejo de Indias, solicitando que se le hiciese la merced de concederle la dignidad de tesorero de la catedral de los Reyes, o de una canonjía en esa iglesia de Quito, u otra beneficio en ese obispado8. El provisor le decía que se encargaba de su petición “pero que no dejase sus buenas ocupaciones, que su merced hará lo que es obligado y convenga, conforme a lo que Su Magestad manda”. Anteriormente había pedido al rey licencia para ir a Castilla a presentar personalmente sus méritos, pero el Consejo de Indias no se la había concedido, diciéndole que se atuviese a la cedula que se había dado en la que se mandaba que primero había que acudir al Consejo por escrito.
Avisaba que los indios estaban vendiendo sus tierras a los españoles y que él entendía que esto no era conveniente. Relataba que el maestro fray Luís López se había consagrado en Trujillo, pueblo del arzobispado de Lima, donde estaba el arzobispo, y que ya venía hacia esta ciudad, la cual estaba muy contenta porque se remediarían algunas cosas después de tan larga sede vacante, y que el nuevo obispo le había mandado poderes para que tomase posesión del obispado. Del doctor Barros, presidente que había sido de esa Audiencia, decía que ya había dado cuenta de su gestión, “la cual se tomó con peine encordado”, era juez limpio y sin codicia, celoso del servicio de su
Unos años después, en abril de 1586, y quizá a petición también del Consejo, enviaba nuevamente su memorial con la información de méritos hecha esta vez, de oficio, por la Audiencia. El fiscal llamó a testificar, entre otros, a don Francisco Álvarez de Cuellar, chantre de la catedral, que tenía entonces 63 años de edad, el cual ratificaba todos los servicios que incluía el memorial, añadiendo que lo conocía desde hacía 16 años de cuando él había llegado a la iglesia de Quito, y que sabía que era natural de la ciudad de Santiago, de
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AGI. Quito 82, N.53. El encabezamiento del memorial publicado en ALBUJA MATEUS (1996) 10 AGI. Quito 24, N.23
AGI. Quito 80, N.21
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majestad, que miraba por el bien de los indios y su acristianamiento. Se había ido a Lima a sus asuntos, y se echaba en falta su ausencia en esa Audiencia. Notificaba que faltaban prebendados en la catedral, pues se encontraban vacantes las plazas de deán, chantre, tesorero, y dos canonjías, además de no haber racioneros. Había clérigos beneméritos, hijos de descubridores y pobladores, que tenían deudos y padres pobres, y que esperaban se les concediesen mercedes. Al final de su carta y una vez escrita ésta, a pie de página, añadía “creo que sería en servicio de vuestra magestad encabezarse las alcavalas en este rreino por algún tiempo”.
ciertos familiares del Santo Oficio, hacia la ciudad de Latacunga, donde estaba acampado Pedro de Arana, capitán general que había venido con gente de guerra a reprimir y castigar a los sublevados. Pedía a la sede vacante, a la Audiencia, al presidente Barros y al mismo general Pedro de Arana que hiciesen información de todo ello, a lo que accedieron, viniendo a decir entre todos ellos lo siguiente: Al tiempo en que se pregonaba la imposición del impuesto de las alcabalas, el cabildo de la ciudad se opuso a ello llevando su petición, acompañado de mucha gente, ante la real Audiencia, por lo cual Freile y su hijo Melchor, al que había avisado para que le acompañase, presentaron un escrito a la Audiencia, que se leyó en el Acuerdo, en el que decía que en este reino, toda junta de gente era dañosa y peligrosa, pues de ello podía resultar algún motín o conjura, de lo cual dicha Audiencia tomó nota y proveyó al efecto. Posteriormente, encontrándose reunido en el juzgado eclesiástico, donde se estaba tratando el asunto de las alcabalas, junto con el provisor, que era el arcediano Francisco Galavis; el licenciado Francisco de Sotomayor, abogado de la Audiencia; Francisco García Durán, notario apostólico; el beneficiado García de Valencia, y muchas otras personas, les dijo que él era partidario de que se pagasen las alcabalas, y que ellos deberían hacer lo que mandaba su majestad, sin poner trabas ninguna.
El año anterior, el 5 de mayo de 1593 había iniciado la redacción de un memorial en el que recogía sus servicios, con el fin de pedir nuevamente que se le concediese la maestrescolía, la tesorería, o una canonjía de aquella catedral que estaban vacantes. El 8 de mayo de 1600, siete años después de haberlo escrito, era revisado por el Consejo, que mandaba que se archivase junto a los otros que había enviado anteriormente, sin que al parecer se tuviesen en cuenta sus peticiones, a pesar que esta vez, como veremos, alegaba numerosos servicios hechos durante el alzamiento de las alcabalas11. Relataba que cuando los revuelos ocurridos en la ciudad de Quito con motivo de la implantación del nuevo impuesto de las alcabalas, siempre se había mostrado a favor del rey en la rebelión que sobre ello hubo contra el presidente y oidores de la Audiencia, donde asistió día y noche a su defensa y amparo, con sus hijos y otras personas, que fueron parte para que los rebelados no ejecutasen sus malos intentos. Para efecto de ello había salido de la ciudad, con ciertos encargos la Audiencia, de noche y a deshora, acompañado de
Estando así de alteradas las cosas, sucedió que habiéndose aprobado las reglas de la cofradía de Nuestra Señora de Guapulo, quisieron hacer una mascarada para celebrarlo, y sacar un Joan Peroleño12, y el presidente Barros,
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Figura cómica que representaba a un hombrecillo perniquebrado, pequeño y redondo,
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que temía que lo matasen por que insistía en el pago de las alcabalas, no queriendo que la gente se juntase y saliese de noche con el pretexto de la mascarada, prohibió que se celebrase, pero como insistían en salir y no le obedecían, mandó llamar a Freile y le contó lo que sucedía, y éste le dijo que él lo remediaría, y como comisario de la Inquisición ordenó que no se hiciese la mascarada por la noche, y aunque tuvo mucha contradicción evitó que se saliese, todo lo cual constaba en los autos que levantó Luís Remón, notario del Santo Oficio.
parecería bien al rey ni al señor virrey, y que llamasen a los del cabildo para que acudiesen allí junto al presidente. Y éste les dijo que bajo pena de ser declarados traidores, no saliesen de las casas reales, con lo cual se apaciguaron y se evitó que se hiciese daño al presidente y a los oidores. Y por esto, aquella noche, fue ultrajado y afrentado por los revoltosos y estuvo con riesgo de su vida, hechos que podían atestiguar, además de los anteriores, el secretario Gaspar Suárez, que levantó acta de los sucedido aquella noche; el doctor Mendoza, relator; y el capitán Galarza, alguacil mayor.
Después que se amotinaron, la Audiencia mandó prender al regidor Alonso Moreno Bellido, depositario, y procurador general, que había intervenido en aquella conspiración y motín. El Cabildo secular les dijo a los revoltosos que se le había prendido por el asunto de las alcabalas, y entonces éstos fueron armados a quebrantar la cárcel y a sacarlo de ella, y el doctor Barros envió llamar a Jácome Freile, como comisario de la Inquisición, el cual al llegar donde se encontraba aquél, lo encontró afligido por el temor que tenía a que lo matasen, y se esforzó en tranquilizarlo, y lo acompañó todo el tiempo.
Constaba en la información, que el comisario Freile se afanó en desengañar a muchas personas del pueblo que opinaban que la prisión del depositario se debía al asunto de las alcabalas, y de que el general Arana viniese a imponerlas, y ha implantar tributos a los mestizos, y de otras cosas que contaban los que se habían sublevado para alterarlos e incitarlos. En esos días procuró reducir al servio del rey a algunos capitanes y a sus seguidores, así como al licenciado Arias Pacheco, a quien la real Audiencia había encargado que fuese a notificar una provisión al general, y él lo persuadió de que no le fuese a dar pesadumbre, ni le fuese con tales cosas.
Y a petición del Cabildo se juntaron de noche todos los oidores con los regidores Martín Jimeno y Joan de la Vega, que eran los alcaldes, a los que comunicaron que Bellido no estaba preso por lo de las alcabalas, sino por otro delito, pero el licenciado Jimeno, faltándoles al respeto, les dio a entender que lo habían de soltar aunque no quisiesen. Freile los reprendió por ello diciéndoles que no estaba bien lo que hacían y que el atrevimiento que habían tenido de juntar a tal hora de la noche al presidente y a los oidores, no le
La víspera de Santa Bárbara llegó la noticia de que el general Pedro de Arana venía sobre la ciudad con gente y municiones de guerra, por lo cual los del cabildo y la plebe se alborotaron, y sacaron el pendón real que tenía la ciudad, y las banderas, y hubo una gran revolución, y en vista de ello la Audiencia envió a por noticias al oidor Cabezas y al fiscal Orozco, y con estas noticias, acompañados del capitán Rodrigo Núñez de Bonilla, regresaron desde Latacunga, que está a 12 leguas de esta ciudad, haciendo la jornada en un solo día, y dieron la noticia que Arana quería entrar en la ciudad, con lo que la
de nariz remangada y negro mostacho, que se colocaba sobre unas andas a manera de trono.
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secretario Diego Suárez, el comisario Freile y otras personas, y le dijeron al general que venían por orden de la real Audiencia para avisarle de la dicho, dándole las razones por las que no debía salir de dicho pueblo y hacer alto en él, a las que se avino enseguida don Pedro, celoso del servicio de su majestad.
alteración fue mayor, y los revoltosos dijeron que matarían al presidente y a los oidores, y se enfrentarían al general. Faltándoles pólvora a estos delincuentes, el capitán Diego de Arcos, regidor, fue a Latacunga para fabricarla llevando consigo gente, y se dijo en la ciudad que se había descomedido con el general Arana y que venía a por doscientos hombres para hacer más pólvora y fortificarse en aquel paso. Para que no pudiese hacerse dicha pólvora Freile compró a Martín de Ayala la caldera en la que se hacía, pagando por ella, y algunas más, mil pesos cuando, según decía, no valían ni trescientos. Y envió a sus hijos a por dicha caldera y la trajo a la ciudad, con lo que persuadió al capitán de que ya no podía volver para hacer más pues no tenía donde hacerla, con lo cual cesó en su pretensión.
Durante su estancia en Latacunga estuvo conversando con el general sobre la guardia y artillería que tenía el virrey en su casa, y la que había puesto en los caminos, que se habían tomado, y Arana le comentó que fortificado el Callao, la artillería que sobró se llevó a casa del virrey y allí se había montado y puesto en guarda, y que ello no había sido para otro efecto que el de la seguridad del virrey. Le comentó también el general que cuando él ya había salido camino de Quito, el virrey mandó que no pasase nadie sin su licencia por el camino que venía a esta ciudad, para que no viniesen a ella algunos de los hombres que andaban inquietos y desasosegados. Estando todavía en Latacunga, se le imputó a Freile y al mariscal Pedro Ortega, que en público hablaban con el general de una cosa, pero que en privado trataban y le aconsejaban otras, sospechando del contenido de la carta que habían traído, por lo cual fue necesario que el general les mostrase la carta, y con ello quedaron satisfechos. Y comenta Freile que por eso, y para reducir el odio que les tenían y no los matasen por esa sospecha, trajo la carta el prior de Santo Domingo, fray Domingo de los Reyes.
Considerando lo furioso que estaban los sublevados y los graves daños que podría causar a la ciudad, para evitarlo y tratar de apaciguar al pueblo, la Audiencia llamó al mariscal Pedro Ortega Valencia y al comisario Freile, y dándoles cartas para ello, los mandó que fuesen a avisar al general para darle noticia de lo que pasaba y le informasen que no era conveniente que en esos momentos entrase en la ciudad, y que por ello debería hacer alto en Latacunga. Y aquella noche se aprestó Freile y pidió a los Familiares y al notario del Santo Oficio que fuesen en su compañía, para dar mayor crédito a su embajada. Y así, a la media noche, con gran oscuridad y sin llevar camas ni ropa, más que la que tenía vestida, por alcanzar a la mañana siguiente al general y darle el aviso que traían, partieron de la ciudad y llegaron al pueblo de Latacunga, yendo a besarle las manos y a ofrecerse a su servicio. Se juntaron todos los llegados, entre los que se encontraban el licenciado de las Cabezas, el capitán Rodrigo Núñez de Bonilla, el capitán Juan de Londoño, Luís Cabrera, el
Al tiempo que Pedro de Arana se encontraba en Latacunga, salieron desde Quito mucha gente con sus armas, marchando contra ese lugar, y cuando llegaron a Panzaleo, a cuatro leguas de la ciudad, se toparon con un indio yanacona, sirviente del notario Luís Remón, al cual habían enviado su amo y Freile a por camisas y ropa limpia, y habiéndolo registrado encontraron una 8
guardas para que no lo matasen, y temiendo que le ocurriese mayor daño, él acudió a dicha casa con todos sus hijos para hacerle compañía, y estando allí, se acercaron a la casa para verle el oidor Zorrilla y el fiscal Orozco, y estando tratando como remediar la situación del presidente y protegerlo, se echaron sobre ellos con gran furia un montón de gente, de manera que creyeron que los iban a matar y para evitarlo salieron a la calle el oidor y fiscal, y él se quedó con el presidente para protegerle, y los revoltosos que estaban fueran quisieron cortarle las orejas y la cola a la mula en la que había venido, pero al final solo le cortaron las acciones y se llevaron los estribos, después de haberlo amenazado de muerte, “la cual dicho día el presidente tuvo por cierta, y nunca le dejé, teniendo el mismo recelo e incertidumbre de que si lo mataban, le habían de hacer a él lo mismo”. El presidente Barros decía en su información que después, cuando se puso cerco a las casas reales para batirlas y matar a los servidores del rey y sus ministros, dicho Freile acudió siempre a ellas, y al monasterio de San Francisco, donde se encontraba dicho Barros, acudiendo a una parte y a otra, y una de las personas que tenía más riesgo era dicho comisario ”porque le tenían todos sobre los ojos”, sabiendo el empeño que tenía en que se diese asiento a las alcabalas.
nota, dirigida a la persona que había de entregarles dicha ropa, en la que se decía que el general quería hacer alto en Latacunga y que por ahora no pensaba marchar hacia Quito, por lo que la gente se volvió y no pasaron adelante, ni prosiguieron su mal intento, con lo cual se calmaron las cosas. La Audiencia, mediante el secretario Suárez, envió un mensaje al general comunicándole que todo andaba en calma, con lo cual acordó dirigirse a Riobamba. De regreso a Quito, Freile contó lo que el general Arana le había dicho sobre la artillería y sobre los caminos que tenía tomados el virrey, y que el general había dicho que los alcaldes y regidores, y todos los que quisiesen, podían ir a verle, de uno en uno o todos juntos, que no los prendería ni los tocaría en sus honras ni haciendas, y los trataría benévolamente, que él deseaba el bien del pueblo, pero que a los delincuentes era justo que se castigasen, y que a los demás del pueblo que simplemente habían salido a los alardes, no les haría mal. Y esto mismo contaron Baltasar de Alarcón, Alonso de Moreta, Gonzalo Hernández Cortés, el dicho Luís Remón y los Familiares del Santo Oficio, que eran los que habían ido con Freile. Con todo esto la gente se tranquilizó, y se fueron percatando de que estaban amotinados y habían conjurado contra el rey, y que era justo que esto se castigase, así que fueron dejando sus armas y acudieron muchos a presentarse en la real Audiencia.
Continuaba exponiendo sus servicios, insistiendo en que en público y en secreto, había auxiliado a la real Audiencia y a los señores presidente y oidores, y había acudido a servir a su majestad con obras y palabras y consejos buenos, sin haberle deservido nunca, y había sido instrumento y parte, en lo que le fue posible, para que el general Pedro de Arana entrase en esa ciudad sin oposición e hiciese justicia, como la había hecho, de los culpados, y lo mismo habían hecho sus tres hijos Melchor, Gaspar y Baltasar Freile, y su yerno don
Alegaba Freile que antes y después de todo lo dicho, apoyó siempre a la real Audiencia y a su presidente el doctor Barros, acompañándolo a pie y a caballo, por lo que se entendió claramente que él era de su misma opinión y parecer, y así junto con el presidente resultaba odioso a la gente. Decía que cuando los sublevados prendieron al presidente Barros y lo sacaron de las casas reales, lo llevaron a una casa, poniéndole 9
vez ya no los mencionaba en su escrito, pues según decía el Consejo de Indias ya estaba informado de todos ellos13. Aprovechaba esa ocasión para hacer un relato del estado de la diócesis, informando sobre todo de la mala actuación del obispo. Pedía que se enviase desde España un arancel para ese obispado señalando lo que había que cobrar por los asuntos que se llevaban en el juzgado eclesiástico. El obispo actual había encarecido el arancel que se cobraba hasta entonces y lo había puesto en tres tomines por cada hoja de diecisiete renglones y medio y así, procesos que se hacían de cosas livianas, costaban setecientos, ochocientos y hasta mil pesos, y de los títulos de ordenes y licencias para decir misa se cobraba un precio excesivo.
José de la Puente, y los de su casa, los cuales, habiendo huido el maestre de campo Calderón y Arbitez, junto con sus consortes y compañeros, los descubrieron y anduvieron con ellos a arcabuzazos hasta que los prendieron y de ellos se hizo justicia. Después de haber detallado su leal participación en los sucesos ocurridos durante la revuelta se quejaba que, pasados unos días de la entrada del general Arana en la ciudad, el Inquisidor general doctor Prado le había enviado un escrito para que dejase su cargo de comisario del Santo Oficio, cargo que pasaría a desempeñar el deán Bartolomé Fernández de Soto. Alegaba que, aunque se podía entender lo hecho, por ser así su voluntad y convenir, lo que lamentaba era que hubiese sido en tal ocasión, porque ello podía dar lugar a que se sospechase que el cese había sido por haber hecho alguna cosa en contra del servicio de su majestad, y no le parecía justo que pudiese dar lugar a tal presunción e infamia contra él, y más cuando se había comportando tan lealmente y había acudido a su remedio.
El obispo hacía tantos sínodos que se juntaban con los de Lima, y además no estaban refrendados por el Consejo de Indias, como ordenaban las cedulas reales, y cuando proveía las doctrinas, hacía que los clérigos llevasen copiadas las disposiciones sinodales cobrándoles por ellas sesenta y setenta pesos, “cosa que si los vasallos de su majestad hubieren de tener cada uno las leyes del reino, no habría papel que bastase para ello”. Muchos clérigos que sabían la lengua dejaban de enseñar a los indios, por no pagar esas cantidades, y se les ponían clérigos recién ordenados, lo que era perjudicial para ellos.
El general Pedro de Arana relataba que, una vez había entrado en la ciudad de Quito, Freile había ido a ofrecerle sus servicios, y a sí le ayudó en todas las pesquisas e informaciones públicas y secretas que por escrito y de palabras se hicieron para averiguar con precisión las personas que habían sido leales al rey y las que se habían amotinado. Comentaba que él había escrito al virrey, marqués de Cañete, la conveniencia de que se diese orden para que al deán de esa iglesia se le encargase el oficio de comisario, como así se hizo, y que aquello fue por ciertos motivos justos que tuvo para ello, que ahora habían cesado, y por eso se le había repuesto en su cargo.
Había traído consigo el obispo siete visitadores, que con los cuatro jueces que tenía la ciudad eran ya once, y con tantos notarios y fiscales que cobraban esos aranceles andaban los españoles, tanto legos como clérigos, e incluso los indios, muy cargados y vejados. Con este arancel y los derechos excesivos que se pagaban, Melchor de Castro Mancedo había ganado en cuatro años que ejercía de notario del obispo más de 60.000
En marzo de 1598 seguía insistiendo en pedir se le hiciese alguna merced por sus muchos años de servicio, pero esta
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AGI. Quito 84, N.18
La ultima carta suya al Consejo dando noticias del obispado, y suplicando tímidamente y casi de pasada que se le hiciese alguna merced, es de finales de marzo de 1601. Esta vez, alaba al obispo, del que decía que hacía ya nueve meses que estaba en la ciudad de Lima, en el concilio provincial, al que había acudido con el fin de remediar algunas cosas que convenían, señalando que era “muy diligente en su oficio y de ejemplar vida y costumbres, que como no faltaban malévolos, algunos a los que el obispo había castigado habían escrito al Consejo cosas que eran ajenas a su cristiandad, y que merecía debería ser honrado por su letras y muchos años”14. Ponderaba los méritos del licenciado don Rodrigo de Aguiar y de Acuña, oidor de la Audiencia, diligente en su oficio, con buen ejemplo, juez recto y limpio, y que merecía ser premiado por su majestad.
pesos, y de esto era prueba el que había solicitado a su majestad que le diese licencia para fundar un mayorazgo, porque el obispo lo había casado con una sobrina suya, y los tenía viviendo en su casa, dentro de la iglesia, y este Melchor antes de que fuese notario no tenía cosa alguna. De esto se podía inferir que si ese notario ganó tanto dinero, qué podría haber juntado el obispo, “con prestamos que ha tomado y escarba del obispado”. Decía Freile que hacía muchos años que se había dado una cedula real fijando dicho arancel en dos tomines, semejante al de Toledo, pero no se había hecho así y se entendía que ahora tampoco lo impondría la Audiencia, pues el obispo y los de su casa corrían la voz que su majestad le había mandado tomar Visita a esta real Audiencia, “y con esto las fuerzas y lo demás ha cesado”, y debe venir la orden de su majestad para que se ponga remedio a ello.
Su hijo Gaspar Freile, que en junio de 1605 había comprado uno de los oficios de regidor del ayuntamiento de Quito, al quedar vacante por haber fallecido Francisco de Arcos, era otro de los que en 1608 se quejaba ante el rey de los problemas que tenían con el corregidor Sancho Zurbano, marido de una sobrina del obispo Salvador de Ribera, el cual, y según se quejaba el oidor Diego de Armenteros, era del mismo carácter que el obispo, “iracundo y terrible, y de las costumbres que no osaré decir hasta que Vuestra Magestad me lo mande”. Estaba casado con Mayor Vázquez Hurtado, hija de Lorenzo Hurtado, vecino que fue de la ciudad de Pasto, uno de los primeros pobladores y conquistadores del Nuevo Reino de Granada, Cartagena, Santa Marta y gobernación de Popayán, viuda de Pedro Gutiérrez, platero, fundidor y ensayador real de Quito, del cual había heredado una considerable fortuna.15
Volvía a insistir en el asunto de los corregidores de indios, de los que decía que no cobraban todos los tributos a los encomenderos, pues solo se preocupaban de cobrar lo que le correspondía a ellos, y lo demás se quedaba sin cobrar. Incidía también en que los frailes de las ordenes de Santo Domingo, San Agustín y los de la Compañía de Jesús se iban apoderando de muchas tierras, y se sospechaba que ya les pertenecía la mitad de las tierras de ese reino, y que las estaban cercado, cuando había orden de su majestad de que fuesen pastos comunales, y aún cedula de de que no tuviesen tierras. Avisaba del descontento que causaba el que, habiéndose hecho esa iglesia catedral con dinero de la hacienda real, y en parte con el de los vecinos e indios, ahora el obispo y prebendados vendían las sepulturas y asientos, y con lo que iba creciendo la ciudad llegaría el momento de que no tendrían donde poner los pies.
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AGI. Quito 84, N.42 El platero Pedro Gutiérrez de Medina, había llegado a Quito hacia 1563, estando
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Otro de sus hijos, Melchor, sabemos que sería en 1606 uno de los primeros pobladores de San Miguel de Ibarra, villa a la que también acudió a poblarla Juan Freile de Andrade, tal vez el pequeño de los hijos de Jácome, quien en 1614 compraba otro de los oficios de regidor de Quito, vacante por muerte de Juan Velazquez de Ávila16.
ejerciendo su oficio en esta ciudad hasta su fallecimiento en 1594. Era natural de la villa de Llerena, hijo de Francisco Gutiérrez de Medina y de Leonor González. Se había criado en Sevilla, en casa del platero Andrés Maldonado, desde donde pasó a Zafra al taller de Pedro Hernández, junto al que aprendió el oficio. Asentado en Quito, trajo consigo a su madre y a una hermana que casó en esa ciudad. Su hermano Francisco Gutiérrez, también platero, llegó a Quito en 1570 con el fin de traerse a Zafra a su madre, pero tras unos años trabajando junto a su hermano, en 1577 decide traerse a su mujer e hijos, “y dos mujeres de servicio” y fijar su residencia en Quito. Tenían su casa en la plaza mayor, lindante con la casa de doña María de Riaño, viuda y la del capitán Miguel Fernández de Sandoval. En su testamento pedía ser enterrado en la iglesia del convento de San Agustín, en la capilla de San Nicolás de Tolentino, que estaba al entrar por la puerta principal., y que luego sus restos fuesen trasladados a la iglesia nueva que se estaba haciendo, al lugar que tenía tratado con el padre prior, lo que nos señala una fecha posterior a 1594 para la finalización de la iglesia. AGI. Quito 211,L1, fol.228v-229v - Indiferente 2091, N.30 – Quito 46, N.34-Contratación 937, N.10 16 AGI. Quito 36,N.70
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