Un siglo de quito el padre alonso mexía mosquera

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Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 14

El padre Alonso Mexía Mosquera Juan Corbalán de Celis y Durán

Había nacido en la ciudad de Quito hacia 1550, hijo del capitán Juan Mosquera y de Beatriz Pacheco, nieto del maestre de campo Alonso Núñez de San Pedro, naturales de la ciudad de Badajoz, desde donde habían pasado con el marqués Francisco Pizarro a la conquista y población de estos reinos del Perú y de la ciudad de Quito1. Por una relación de servicios, que en febrero de 1549, su abuelo había solicitado al virrey Pedro de la Gasca, sabemos que 1

Según su propia declaración, era criollo y no mestizo. En una replica que Mosquera hacía al obispo Salvador de Ribera, el cual había dicho refiriéndose a él: “hártanse de chicha, y luego escriben al Rey”, le decía que él no era mestizo, ni sus padres le habían enseñado a beber bebidas de indios. En 1598 el obispo López de Solís daba cuenta al rey de los clérigos que habían secundado la revuelta de las alcabalas, y señalaba a Mosquera, nombrándolo como mestizo. AGI. Quito 76, N.52. Quizá, enfadado con él por sus graves acusaciones, el obispo Solís lo tachó de mestizo, y ello fuese recogido por su predecesor.

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estando dicho Alonso Núñez de San Pedro en la provincia de Guatemala, disfrutando de un repartimiento de indios, por servir a su majestad lo dejó todo y se vino al Perú, donde se habían alzado los naturales de aquel reino, y ayudó a pacificarlos hasta que volvieron bajo la obediencia del rey. Pasó después a la conquista de la provincia de Puerto Viejo llevando a su cargo gente de guerra, estando en el descubrimiento del Valle de Loa. En el tiempo en que el licenciado Vaca de Castro venía por gobernador de estos reinos, fue a Popayán para unírsele bajo el estandarte real que traía, y al llegar a la ciudad de Trujillo, don Alonso cayó enfermo y no pudo pasar adelante con el licenciado Vaca. Cuando el virrey Blasco Núñez Vela estuvo en la ciudad de Quito por segunda vez, fue a reunirse con él para servir a su majestad en lo que se ofreciere, y lo acompañó en su retirada hacia Popayán huyendo de Gonzalo


palabras de amenazas diciendo que porqué estaba en servicio del virrey”. Cuando fue apresado el rebelde, se le condenó por traidor y todos sus bienes pasaron al fisco real, y don Alonso trató de recuperar su dinero, viajando incluso a la Corte donde se encontraba en 1551, pero sin éxito2. En 1559, ya fallecido, Juan Mosquera, su único hijo y heredero, seguía reclamando al fisco dicha cantidad.

Pizarro y sus partidarios. A la llegada al Perú del licenciado Pedro de la Gasca, le ofreció sus servicios, enviándolo a la conquista de Laculata, donde fue como maestre de campo de la gente que entró allí, y después, cuando la Gasca vino hacia Quito, don Alonso salió de esta ciudad en su busca, junto con el capitán Rodrigo de Salazar y los que le acompañaba, y se puso bajo la bandera real, con sus armas y caballos. Estando en la ciudad de Jauja lo enviaron a la de los Reyes para que reuniese ropa y municiones para el aprovisionamiento del ejercito real. Desde la provincia de Andalayguas marchó con el ejercito hasta el Valle de Jaquija, en Jaguana, donde se halló en la derrota que sufrieron Gonzalo Pizarro y los suyos.

El capitán Juan Mosquera, encomendero de la ciudad de Quito, hijo único y heredero universal de dicho Alonso Núñez, Visitador general en el asiento que se hizo de los naturales de esa tierra en tiempos de Fernando de Santillán, primer presidente de la Audiencia. Tuvo el cargo de gobernador de la provincia de los Quijos, a cuya conquista y pacificación había ayudado con su hacienda, y fue muchas veces alcalde y corregidor de dicha ciudad de Quito.

En 1546, estando al servicio del virrey Núñez Vela, se encontraba en el puerto de Túmbez abordo del navío San Juan, del que era maestre Alonso Benegas, llevando consigo un cofre de su propiedad con 8.800 pesos de oro, fundidos y marcados, cuando arribó al mismo la flota armada del corsario Hernando Bachicao, que empezó a bombardearlos, y para no caer en sus manos salieron del puerto tratando de escapar. Les siguió Bachicao, y al otro día les alcanzaron “porque sus navíos venían a la ligera, solamente cargados con la artillería”. Rendido su navío subió a bordo el mismo Bachicao y cogió el cofre con el dinero, “y porque le rogué que no me robase ni despojase de mi hacienda, me quiso ahorcar, y me dijo muchas

En septiembre de 1580 el presidente y oidores de la Audiencia de Quito habían salido a realizar la Visita de los valles de ChilloPinta y Alangori, Tumbao y Yaroqui, para ver algunas diferencias que había entre los naturales y otras personas sobre tierras y otros asuntos, y observando que casi a diario se originaban muchos pleitos entre ellos, que no se resolvían a causa de tener que acudir a la real Audiencia, debiendo salir de sus casas y pueblos, lo que daba lugar a que los indios más pobres y miserables quedasen sin resolver 2

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AGI Justicia 430, N.2


sus agravios, vieron que para remediar estos males era necesario que hubiese una persona que anduviese entre los naturales, conociese sus causas, les pusiese orden y diese normas de policía, proveyendo otras cosas que conviniesen a su bien y a la buena gobernación de esas tierras. Eligieron para ello al capitán Joan Mosquera, al que nombraron Alcalde Mayor del término de la ciudad de Quito, cinco leguas a la redonda, que comprendía los pueblos de Puncaleo, Unbicho Chillogallo, Pintác, Alangasi, ChilloAmbaya, Tumbaco, Pingolqui, Pifo y Puembo, Yaruqui. Oyacachi, Guallibamba, Sambisa, Tinta, Nayon Cotocollao, Pomasque y Anaquito, Perucho y Perugacho, Neuli, Colacali y Malchingui, y todos los demás pueblos de indios incluidos dentro de dichas cinco leguas3.

licenciado García de Valverde, presidente de la Audiencia, para que en nombre de su majestad lo presentase a dicho beneficio. En mayo de 1579 el obispo Pedro de la Peña, estando de Visita en Lacumbaya, había suspendido de sus funciones al clérigo Diego de Cantos, beneficiado en la doctrina de Tumbaco, teniéndolo preso en la cárcel, y mientras durase su proceso, mandaba al padre Alonso Mejía que administrase los sacramentos en dicha doctrina, cobrando durante ese tiempo el salario y comida señalado a la misma. A primeros de noviembre de este mismo año el obispo, tras la Visita realizada por el obispado, había constatado que los indios de los pueblos de Perucho y Cochisqui, Ajangui, Lanchipichi, Puellaro, Tocachi, Malchingui y Taguacundos, que eran cerca de 500 indios tributarios, entre los cuales había unas mil criaturas, tenían falta de doctrinas y de persona que los adoctrinase e instruyese en las cosas de la fe, los bautizase, confesase y administrase los sacramentos, y estaban por tanto necesitados de un sacerdote, y en consideración a todo ello acordaba que se fundase una doctrina reducida, una en el pueblo de Puellaro y otra en el de Malchengui, que en ese tiempo se andaban reduciendo y poblando. Para proveer esta doctrina opositaron los clérigos Alonso Mejía y Marcos Ríos, que por ser ambos beneméritos y concurrir en ellos las calidades necesarias los aprobaban para que el presidente

Alonso Mejías Mosquera, habiendo hecho sus estudios en la ciudad de Quito, fue ordenado sacerdote en su catedral en 1577, ejerciendo siempre su magisterio, como veremos, en las doctrinas de indios de la provincia de Quito, dedicado a la conversión e instrucción de los naturales. En abril de 1578 fue el único opositor al beneficio y doctrina de Consanga y sus anejos, en la provincia de los Quijos, en el término de la ciudad de Baeza, por lo que el chantre Diego de Salas, Provisor y Vicario general del obispado, estimando que reunía las condiciones exigidas lo aprobaba, y lo comunicaba al 3

AGI. Quito 22, N.30

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y oidores de la Audiencia presentase a uno de ellos. Salió elegido el primero de ellos, “a titulo de encomienda y no a titulo perfecto, si no admobible adnutum”, es decir que podía ser cambiado en cualquier momento.

Popayán, para que lo proveyese al beneficio de Yasqua, y Ancuya y sus anejos, en el término de la ciudad de San Juan de Pasto. En febrero de 1588, tras pasar el examen, era nominado junto con Lorenzo Ibáñez para ocupar la vacante del beneficio de Yaroqui, Pifo y Pembo, eligiendo esta vez la Audiencia a su oponente, hijo del que había sido relator de la misma Francisco Álvarez, y de doña Damiana de Montenegro, personas tenidas por muy principales, hijosdalgos notorios4.

En julio de 1580, siendo el beneficiado del pueblo de Perucho y su partido, se dirigía por escrito a la Audiencia diciéndoles que en dicho pueblo no había formada ninguna comunidad entre los indios y que era conveniente que la hubiese para mejorar sus condiciones de vida. Les decía que él mismo se encargaría de formarla y trabajaría en ello, recibiendo a cambio el quinto de los que se recogiese. A la Audiencia le pareció bien la petición y mandó a los indios de dicho pueblo que hiciesen entre ellos una comunidad, eligiendo un mayordomo para que tomase razón de lo que entraba y salía de la misma, con lo cual tendrían para pagar sus tributos y necesidades, y para pagar al sacerdote, logrando con ello que no se les molestase a cada uno en particular.

En febrero de 1589 presentaba una petición al cabildo, en sede vacante, alegan-do que era natural de esa ciudad, hijo del capitán Mosquera y de Beatriz Pacheco, vecinos que fueron de esa ciudad, que hacía muchos años que era sacerdote, ordenado a título de los benéficos sujetos a esa catedral y obispado, y uno de los mejores lenguas de esa tierra, e hijo de conquistador, y que por ello opositaba al beneficio y doctrina de San Juan de Cotocallao, que estaba en poder de Martín de Oporto, fraile de San Francisco, y a la de Qyunviejo y Amaguaña, que la regentaba un fraile de santo Domingo, y ambas doctrinas estaban dentro de las cinco leguas de la ciudad de Quito, contraviniendo la cedula real que prohibía a los frailes ejercer dentro de ellas. También se oponía al beneficio y doctrina de San Joan de Saquisilli que estaba a nueve leguas de la ciudad y la tenían los frailes de San Francisco. Pedía que le nombrasen a cualquiera de ellos, para que el rey y su real Consejo lo presentasen al mismo, pues a los

Poco tiempo duró Mosquera en este beneficio, pues en febrero de 1583, Lope de Atienza, Administrador general del obispado lo presentaba ante la Audiencia, junto con el clérigo Antonio de Urbina para proveer el beneficio de Santiago de Mindoynambe, en la provincia de los Yumbos, ganando él la oposición. A penas transcurrido un año, en enero de 1584 el cabildo eclesiástico lo presentaba nuevamente, esta vez a Sancho García del Espinar, gobernador de

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AGI. Quito 83, N.32.


del cabildo les costaba que era hijo de esa iglesia, buen sacerdote, honrado, hábil y suficiente, y muy buen lengua, acreditando esto último con la certificación dada por fray Hilario Pacheco, catedrático de la lengua general del Inga, de haber sido examinado y aprobado en ella. Terminaba su petición diciendo a los del cabildo que aquellos frailes habían sido puestos en esas doctrinas por sus señorías, sin seguir lo que ordenaba el patronazgo real, y que además no sabían la lengua, ni la general ni la materna, de aquellas doctrina en donde estaban.

comportamiento de varios 6 clérigos de su diócesis , decía de Mosquera que en su estancia se había encontrado a Zamora, “un gran tirano”, que lo tenía allí escondido, y había sido desterrado. Añadía que era perjudicial con su lengua, y que había escrito un libelo al Consejo contra algunos prebendados de los que mejor sirvieron, como había sido el deán Soto, y que había estado preso por el pecado nefando, cuya causa estaba pendiente ante el metropolitano, “de donde vendrá libre”. En junio de ese mismo año 1600 escribía una carta al Príncipe que empezaba diciendo que él era el clérigo que había escrito en 1593 dando cuenta de los agravios, robos y extorsiones que el deán Bartolomé Hernández de Soto y el maestrescuela Lope de Atienza, hicieron durante la sede vacante que en aquellos años tuvieron a su cargo7. Ya habían muertos ambos, el deán súbitamente, antes que llegara a Quito el nuevo obispo fray Luís López, que fue por abril de 1594, y no lo pudo auditar su actuación durante dicho tiempo. Pudo hacer la visita de residencia al maestrescuela Atienza, de la que ya vimos había salido tan solo con la pena de 250 pesos, tal vez por los 1.000 pesos que decían había dado a Melchor de Castro, secretario y yerno del obispo.

El deán y cabildo vista la petición y considerando que era natural de esa tierra; hijo del capitán Joan Mosquera; que conocía muy bien la lengua general del Inga y sabía en particular la lengua materna de los indios de ese pueblo; era buen eclesiástico; con años de experiencia en las doctrinas, y que al presente no tenía ocupación de beneficio, lo nombraba y aprobaba para el servicio de la doctrina de indios de Cotocollao, a dos leguas de esa ciudad de Quito, que al presente servía dicho fraile de San Francisco, sin haber sido puesto en ella siguiendo lo ordenado por patronazgo real, debiendo acudir dicho Mosquera al Consejo de las Indias para que lo aprobase y lo presentase a dicho beneficio5.

Seguía su carta, relatando que el obispo había comenzado muy bien, pero que luego había cambiado mucho, de modo que

Fue uno de los clérigos que había secundado la revuelta de las alcabalas. Según el obispo Solís, en la carta que escribía en 1598 dando cuenta del

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AGI. Quito 76, N.52. AGI. Quito 84, N.36. Carta publicada en BURGOS GUEVARA (1995) 7

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AGI. Quito 83, N.31

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ahora tenía una tienda pública de ropa, que decía era de su yerno, y se sabía que no era cierto. Había casado a su sobrina, que envió a buscar a Sevilla, con un mozo llamado Melchor de Castro que trajo de Lima cuando bajó a consagrase y vino por obispo, y era de esta sobrina todo lo que adquiría el obispo. “Este mozo es su gobierno y de todo este obispado”, de modo que quitaba y ponía a los clérigos que quería, y el que mejor pagaba se llevaba la mejor doctrina o beneficio. Había traído el obispo siete visitadores que eran Juan de Sepúlveda clérigo, Diego Lobato, Cristóbal de Chávez, Hernán Martín de Cáceres, el capellán Paredes, Diego Pérez, y Benito Hernández Ortega que antes había sido su Provisor, y tenía siete notarios, de manera que los visitadores daban el tercio al obispo y los notarios a su yerno. Este era un mozo de poco entendimiento que traía inquieto y había robado a todo el clero, y gobernaba por el obispo, y se había apoderado de la jurisdicción real prendiendo a naturales y españoles sin el auxilio legal a que tenían derecho, y además cobraba derechos a los naturales por los autos judiciales. El obispo había hecho un sínodo, que con la mala sede vacante que había habido era necesario, pero su fin y blanco en este caso no había sido remediar lo que tenía necesidad de ello, si no coger dineros, porque a cada clérigo que ocupaba su doctrina y beneficio le cobraba 70 pesos, y teniendo en cuenta que el obispado preveía cien doctrinas y beneficios, los removió a todos y obtuvo un

monto de más de 7.000 pesos por dicho sínodo,.y cada año los cambiaba de doctrina para poder cobrarles. En octubre de 1601, ya debían haber llegado noticias al obispo de la actitud del padre Mosquera, y así, en una carta que esa fecha aquel dirigía al rey, en uno de sus párrafos, comentaba que a los clérigos que habían resultado inculpados en la pasada revuelta de las alcabalas, no les daba ninguno de los beneficios vacantes, y que por ello se reunían haciendo monipodios secretos para escribir contra él, siendo el cabecilla Alonso Mejía Mosquera “el mayor delincuente que hay en las Indias, a quien tengo castigado por sus excesos y de ellos constará por su sentencia y dos peticiones que envío al Consejo, donde está acostumbrado a escribir testimonios contra sus prelados”. Terminaba suplicando que se tuviera en cuenta este capítulo de su carta y se advirtiese que de aquí nacían los que querían obtener credibilidad con sus lenguas y plumas8. Los prelados de las ordenes de Santo Domingo, San Francisco y 8

AGI. Audiencia Quito 76. N.64. Aunque de este párrafo podría en principio suponerse que Mosquera había sido uno de esos sublevados durante las alcabalas, creo que esta suposición no sería correcta. En ninguno de los numerosos procesos abiertos contra el, se hace nunca mención a esa participación suya, y ya hemos comentado que esta felonía se les estuvo echando en cara y recordando a los amotinados durante años. No aparece tampoco en la relación de inculpados que envía el obispo fray Luís López, ni en ningún comentario suyo posterior.

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San Agustín, en carta dirigida al rey a finales de marzo de 1603 se quejan también del comportamiento del obispo, que quería mandar él solo y tener el gobierno espiritual y temporal de aquella tierra, y les enviaba visitadores y andaba procurando quitarles las doctrinas, e intentando que ellos también contribuyesen a los gastos del seminario, cuando estaban exentos de ello. Decían que en esos trabajos y pleitos no habían tenido otra defensa que el licenciado Blas de Torres Altamirano, fiscal de la Audiencia, y que por eso lo odiaba el obispo y pretendía infamar su buen nombre ante el rey, y para ello había enviado con cuentos a esa Corte a un criado suyo llamado Melchor de Castro. De éste decían los prelados que había cometido grandes delitos de cohecho, robos y simonías a los clérigos del obispado, en el tiempo que había sido notario apostólico Había obtenido con ello más de 60.000 pesos, según era fama, “contra el cual no ha habido justicia ni se puede encontrar ésta en la Audiencia por ser los oidores de ella íntimos amigos de dicho obispo”9

patria, pasaron e esos reinos del Perú, y que en el descubrimiento y conquista de ellos habían dado sus vidas y haciendas, pero no había sido así, pues el obispo con la aspereza de su proceder los había excluido de tal suerte, pues los que gozaban y tenían los beneficios de su obispado eran deudos suyos,” criados y familiares y otra gente de contemplación”. Y lo peor había sido que cuando llegó al obispado había traído en su compañía y por notario a un individuo llamado Melchor de Castro, que con el poco respeto y presunción de su persona, teniendo de su parte al obispo, había hecho tan buenos negocios por caminos poco rectos que había juntado 50.000 pesos en menos de ocho años que estaba en esa ciudad y provincia, y añadía irónicamente, “lo que se tiene por caso milagroso, por la pobreza y esterilidad de ella”, y se consideraba que alguien más que el había tenido mano en ello. Esta cantidad, el certificaba, que la había obtenido de las copias que había sacado de los sínodos y concilios provinciales10, de dinero que le habían prestado todos los clérigos, de los derechos que

Una queja similar a esta la enviaba, en abril de ese mismo año 1603, el clérigo Francisco Sancho de la Carrera. Escribía descorazonado al rey que todos los hijos y compatricios de esa ciudad y provincia habían esperado que, con la llegada del obispo don fray Luís, se les acrecentaría el bien que era justo consiguieran como hijos y nietos de aquellos que, dejando su 9

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El obispo en un largo memorial de solicitudes que hacía al rey en 1596, incluía entre ellas el que los religiosos que servían los beneficios y doctrinas tuviesen la obligación de tener en su poder una copia del concilio provincial de Lima del año 1583, y de las constituciones sinodales de ese obispado, y los que no las tuviesen perderían su prebenda que pasaría a los clérigos. AGI. Audiencia Quito 76, N.47 El obispo decía que la intención de ello era que se conociesen las leyes y preceptos que se habían de guardar.¿Estaba también pensando en su yerno?

AGI. Quito 84, N.64

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como notario llevaba a las partes, y sobre todo de los sobornos y cohechos que ciertas personas le dieron por tenerlo de su parte para las negociaciones y favores que hacían y pedían al obispo. De todo ello habían pensado dar aviso en el concilio que se celebró en el pasado año en la ciudad de los Reyes, pero no se atrevieron , porque no había en el otro que dicho obispo, y era evidente que respecto a ello no se habría de obtener justicia. Acababa suplicando que se mandase a dicho Melchor de Castro que volvieses a Quito, a dar cuenta de su actuación como tal notario, y para ello convendría mucho, si fuese posible, que el obispo se ausentase de la ciudad y se le diese uno de los obispados que estaban vacantes en esos reinos, pues si el estaba presente en esta ciudad, nadie se atrevería a declarar contra dicho Castro, por el daño que les podría resultar.

majestad, en el mar de Panamá, al remo y sin sueldo, además de pagar una multa de 1.000 pesos de plata corriente. No tenemos la fecha de esta sentencia pero debió darse entre 1604-1606, antes que el obispo fray Luís saliese hacia su nuevo obispado de las Charcas, pues como veremos, Mosquera, después de las dos cartas anteriores, aún mandaría otra, que sería la que colmaría la paciencia del rey y su Consejo de Indias, que solicitarían al presidente de la Audiencia que averiguasen secretamente el trato, costumbres y modo de proceder del tal Alonso Mejía. En esta carta, que Mosquera escribió cinco días después de la carta que hemos comentado de Sancho de la Carrera, el 15 abril de 1603, daba cuenta del mal estado político y religioso de la provincia y se quejaba del obispo, y de su yerno Melchor Castro, como ya hemos visto que otros lo hacían11. Pero “su mala lengua” hizo que en ella le dirigiese palabras ignominiosas y ofensivas y no lo tratase con el respeto que se debía a un príncipe de la iglesia y miembro del Consejo de su majestad, y lo mismo respecto a los oficiales reales, por lo que se quiso hacer un escarmiento en su persona para cortar, no solo este tipo de quejas que se siguieron dando, y que de otra parte eran propiciadas por la corona, sino las formas irrespetuosas con que se dirigían

La carta que en 1593 había escrito Mosquera al Consejo de Indias quejándose del obispo, a la que había seguido esa otra escrita en 1600, había provocado que éste le iniciase mediante su promotor fiscal, el padre Antonio Morán, un proceso criminal, que se celebró en su ausencia. Mosquera, ante la orden dada por el obispo para que lo prendiesen, salió de la ciudad de Quito, y no pudieron encontrarlo. Fue declarado culpable y se le condenó a perder sus ordenes sacramentales; a destierro perpetuo del obispado de Quito; y a diez años de destierro en todas las Indias, que tendría que cumplir en las galeras de su

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En el memorial que había enviado Francisco Sancho de la Carrera, que se veía por el Consejo el 27 de julio de 1604, se anotaba: “ júntese con los demás papeles que hay contra este Melchor de Castro”

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al representante de la iglesia y a los de la corona.

portugueses e idiotas, hijos de oficiales zapateros, herreros y arrieros, que eran más de cuatrocientos sacerdotes los que había ordenado en esos nueve años. Los malos clérigos que se había avenido a ellas, “como son hombres de poco saber y pocos méritos, a manos llenas le han henchido seis cofres de oro que se lleva, y éstos han robado a los indios en las doctrinas donde están”.

Relataba en su carta que en esa provincia de Quito, el obispo era don fray Luís López de Solís, de la orden de San Agustín12, y que había llegado al obispado proveído por orden del marqués de Cañete, que había escrito en su favor al difunto rey, “y le engañó porque en él no hay las raíces y requisitos que han de tener los obispos”. Decía que era sumamente codicioso, litigioso, cupido, y hombre que se había apoderado de la jurisdicción real con trazas diabólicas, y todo para poder adquirir dineros para un mozo llamado Melchor de Castro, que trajo por notario a esta pobre tierra por el mes de junio del año pasado de 1594, hace ahora nueve años, lo casó con una sobrina suya natural de Sevilla, y le dio en dote este obispado, donde en este tiempo ha robado 100.000 pesos de a nueve reales, que son 80.000 ducados de Castilla, y que ahora dicen lleva a España. Decía que este Melchor era hijo de un zapatero portugués, confeso conocido, natural de una de las islas Canarias. El dinero lo había obtenido vendiendo todos los beneficios y doctrinas que había en el obispado, haciendo un millón de simonías, cambiando a los clérigos cada año para tener mano en dichas ventas eclesiásticas y así, el que mejor pagaba, se llevaba el tal beneficio y doctrina, no dándosela a hijos y nietos de conquistadores, si no a clérigos advenedizos que no sabían la lengua del Inga. Con estas ventas el obispo daba las órdenes eclesiásticas a 12

Aprovechaba su memorial para suplicar al rey que se le concediese alguna prebenda, pues según repetía el obispo no daba los beneficios a los clérigos como él, hijo y nieto de conquistadores, que no estaban dispuestos a comprar las prebendas y que ellos, que eran unos quince a veinte, se morían de hambre, y eran hombres hábiles y viejos. Llevaba 26 años en el oficio de sacerdote dedicado a la conversión de los naturales en las provincias de los Yumbos, de los Quijos y de los Pastos, y en las doctrinas que había en las cinco leguas entorno a la ciudad, en Tumbaco, Aroqui, Pifo Puembo y Perucho. Entre los clérigos como él estaban Francisco Sancho de la Carrera, del que contaba que a su abuelo Sancho de la Carrera le cortó la cabeza Gonzalo Pizarro en la plaza de Quito por ser de los leales al rey; y Antonio Morán, a cuyo padre lo mataron los tiranos de Piura estando de alcalde. Para evitar todo esto que comentaba, decía que debería ser el presidente de la Audiencia el que mirase cuantos sacerdotes había que fuesen hijos y nietos de conquistadores, para gratificar los servicios de sus padres, y

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conforme a sus habilidades, los eligiese, porque el obispo solo atendía a los que acudían con las gratificaciones que ya había comentado, pues cuando se le relataban al obispo los méritos de los buenos clérigos respondía “que son reposteros viejos, y que todos los beneficios, doctrinas y curatos son suyos, y que los ha de dar a quien él quisiere”.

preocuparse de administrar justicia. Los acusaba de que ambos eran inútiles para el cargo que tenían y que vendían favores, amparándose uno de ellos en que su suegro era médico de su majestad, y el otro en que tenía un hermano en el real Consejo. No se olvidaba en sus improperios del presidente de la Audiencia, el bachiller Miguel de Ibarra, del que decía iba a la suya, y que pudiendo remediar lo dicho no lo hacía porque “era hombre de poco sabor y que no tiene talento para el cargo que tiene”.

Relataba al rey, que el remedio de todos los agravios que hacía el obispo estaba en su mano, sin más que pedir a su Santidad que se enviase a Visitarlo, “y al arzobispo de Lima que también suena mal por esta tierra”. Y no solo había que auditar a este obispo, sino a todos los de Indias, los cuales se vanagloriaban que a ellos no podía Visitarlos su majestad, y que eran obispos hasta que se muriesen, y como el Papa estaba muy lejos y no se acordaba de ellos, no se les controlaba. Se atrevía a decir que ofrecía su cabeza si no se encontraban más de 500.000 pesos de cohechos y simonías entre todos los obispos y arzobispos de Indias. Al yerno del obispo también había que enviarle una persona de fuera para que le auditase y tomase cuentas, llevando cuidado de que no interviniese el obispo, “porque lo taparía todo”, ni los oidores don Rodrigo de Aguiar y Acuña y Cristóbal Ferrer de Ayala, porque eran sus compadres “y los tenía vestidos y calzados” de manera que los tenía propicios a su voluntad, de tal manera que no evitaban las insolencias del obispo, y tan solo se preocupaban de cobrar su salario de 3.000 pesos y de enriquecerse, sin

Daba también noticias de los teatinos13 “que se poblaron y fundaron en esta ciudad un conbento abrá diez o doze años”. A su llegada, se había supuesto que eran religiosos inquietos, que tenían buena vida, pero era en el comer y en el beber, porque en lo demás no había gente más revoltosa, que traían al obispo metido en mil reencuentros con la Audiencia, llegando a tener sujetos a los oidores don Rodrigo de Aguiar y Cristóbal Ferrer, y no se hacía en la Audiencia más que lo que quieren dichos teatinos. Avisaba que los oidores se habían apoderado de muchas tierras de los indios del Valle de Chillo, a dos leguas de esta ciudad de Quito, para dárselas a ellos, y como eran tan gran negociadores y tenían un ministro que se 13

Según González Suárez no se trata de la Orden de los clérigos regulares, sino de la Compañía de Jesús. GONZÁLEZ SUÁREZ (1892). Los jesuitas tomaron posesión de sus casas en junio de 1595, lo que coincide con la fecha que nos da Mosquera de la fundación de su casa o convento. NAVARRO, José Gabriel. Contribuciones a la Historia del Arte en el Ecuador. Vol. IV. Quito 1952.

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llamaba Gonzalo Sucíes, cuñado de dicho oidor Cristóbal Ferrer de Ayala, los indios no habían obtenido justicia. Para los teatinos habían cogido una extensión de tierra que eran treinta caballerías, que en aquellas tierras equivalían a seis cuadras, para el relator Machado, que era gran amigo del presidente Ibarra, doce caballerías, y otras doce para el secretario Orozco, y doce más para el contador Francisco de Cáceres, y como eran todos ministros de esa Audiencia, tampoco se hacía justicia, y se habían marchado del pueblo, a las montañas, más de doscientos indios, porque no tenían tierras. Estos indios eran de la encomienda del marqués de Sea, y los administradores que tenía allí, aunque los defendía, tampoco lograban alcanzar justicia. Según decía estas tierras eran de siembra, de las mejores que había en el Perú.

reales, en un plazo de seis años no habría un real en esa provincia de Quito, pues los que vivían en ella cambiaban trigo por ganado, el que tenía maíz lo cambiaba por carneros, y el que tenía trigo por vacas, y hacían esto porque no había monedas desde que el licenciado Auncibay, con el mal gobierno que tuvo, hizo retirar el oro que corría por esta tierra porque decía que era bajo, y si no lo remediaban el presidente y los oidores, no habría oro ni plata. En esta tierra había mucho oro y plata, y tenía ricas minas a no más de treinta leguas de la ciudad, pero el presidente no quería hacer trabajar a los indios en dichas minas porque decía que éstos se morían, pero estaba equivocado porque en esta provincia había más de cien mil indios tributarios, y se podían sacar una décima parte de ellos y poblar las minas que había, mirando las de mejor tierra y más fértil. Y además de estos indios había más de quince mil haraganes, que no trabajaban en arar y sembrar, porque la tierra era muy abundante en alimentos, con los que se podría poblar las mejores minas, y no se descuidarían las labranzas de trigo y maíz ni la crianza de ganados, pues no se ocupaban en cosa alguna.

La ciudad encontraba a faltar al oidor Joan del Barrio, al que el rey había enviado a cierta comisión a la ciudad de los Reyes, pues era hombre que entendía del gobierno de esa tierra, de buenas letras y mucha prudencia, y por su falta no se habían reducido los indios y mulatos de las Esmeraldas, y los demás de esa provincia que estaban sujetos al cacique de los Litas, a treinta leguas de dicha ciudad, hacia el mar del Sur, y a causa de dicha ausencia no se habían descubierto más minas de oro, y no se había sometido al vasallaje del rey más de ocho mil indios.

Se debían poblar las mejores tierras, que las había y muchas, y con buen clima, “no caliente, si no tierra muy fría y abundosa de sus comidas”, como eran las de la provincia de Cudoçeta, en los Quijos, a 25 leguas de esta ciudad, y las de la provincia de los Yumbos, a 18 leguas, que eran también muy ricas en oro. En la

Decía que si no se conseguía aumentar las rentas y quintos

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no había freno para ellos14”. Uno de esto casos era el del padre Mosquera, del que nada más llegar el presidente le había notificado la cedula de su majestad en la que se mandaba se informasen de su vida y costumbres, y de si era hombre de mala lengua, y que si resultaba ser a así, fuese castigado conforme a los sagrados cánones. Hizo el obispo sus averiguaciones “y halle ser uno de los hombres de más mala lengua que ha tenido el mundo, y de tan perversas costumbres que no se si en muchos siglos ha habido hombre más indigno, no solo del sacerdocio, sino del hábito clerical”. Choca un tanto esta información tan negativa que había recogido el obispo sobre la persona de Mosquera, cuando vemos que tan sólo unos años antes, en abril de 1600, estando de beneficiado en la doctrina de Machangara, en el termino de la ciudad de Quito, al solicitar al Consejo que se le concediese la tesorería de su iglesia catedral, que estaba vacante, presentaba unos informes de sus méritos y servicios dados por la Audiencia, donde se decía, entre otras cosas meritorias, que era un sacerdote muy honrado y de buenas partes y calidades, hábil y de buen entendimiento15.

ciudad de Cuenca, que era también otra provincia con buena tierra y clima, estaban las minas de Çazuma, a 15 leguas de dicha ciudad, pero el presidente no las había querido poblar porque estaban a 70 leguas de Quito. Se podían poblar con indios de la villa de Riobamba, y de la ciudad de Cuenca. La ciudad de San Joan del Pasto tenía las minas de Caguaçara, que estaban a 15 leguas, tierra fría y de buen temple. Tras recibirse esta carta en el Consejo de Indias, vimos como se había solicitado al presidente Ibarra que realizase una información secreta sobre Alonso Mejía, a la vez que se le enviaba copia de la carta para que viese lo que escribía sobre el obispo y su secretario “porque se presume que lo hace con pasión y odio”. A finales de agosto de 1603 ya habían hecho las averiguaciones pertinentes, averiguando que era hombre inquieto, de lengua desenfrenada, y de malas costumbres, lo que se notificó al Consejo, que siguió acumulando datos en su expediente. El 14 de marzo de 1607, después de un largo y penoso viaje, entraba en Quito el obispo fray Salvador de Ribera, cuya llegada se celebró mucho en la ciudad “que decían fue elección del Cielo que hubiese llegado a esa tierra tan valeroso y despierto pastor, porque convenía tan gran sujeto, con quien esa Audiencia tendría buen abrigo para sujetar a ciertos clérigos y frailes que andaban muy libres y hablaban y vivían con tanta desenvoltura que

Decía el obispo que, entre otras cosas gravísimas, se le había probado que hacía más de veinte años, casi treinta, que vivía amancebado con una india llamada Inés, con la que había tenido seis o siete hijos16. A 14 15 16

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AGI. Quito 77, N.1 AGI. Quito 85, N.50 AGI. Quito 77, N.2


penas quince días después de su llegada, el día 30 lo mandaba prender e iniciaba contra el un proceso criminal por haber escrito contra la opinión, cristiandad y buena fama de don fray Luís López de Solís, su antecesor, del que decía, como vimos, que era lobo entre sus ovejas y no pastor de ellas, cupido, avaro, litigioso, perseguidor de ministros reales, poco cursado en el gobierno espiritual, profano y de humildad fingida, soberbio, y otras palabras ignominiosas y de mucho escándalo.

ministros, ni de otras cosas que eran importantes para el buen funcionamiento de aquellos reinos, y que él, con casi 60 años que tenía18, hijo y nieto de quienes tan noblemente habían servido al emperador y al padre del actual rey, sacerdote desinteresado, que vivía doliéndose de cuan acabada estaba esa tierra por estar tan lejos de su presencia, tenía que continuar en ella dando noticias de lo que hacían sus ministros. El obispo lo mandó llevar a su presencia y ante su notario le dio traslado de la carta que había enviado Mosquera al rey, para que la leyese y reconociese si era la misma, y dijo que, aunque la letra no era suya, por lo que se decía en ella reconocía que era copia de la que él había enviado, y añadía “pareciéndole al obispo que yo era hombre que había de negar lo que con tanto acuerdo y verdad y buen celo había escrito a mi rey y señor, airado contra mi me dijo “hártense de chicha y luego escriben al Rey” a lo cual le satisfice de que no era mestizo ni mis padres me habían enseñado a beber bebidas de indios, y que todo lo que yo había escrito a Vuestra Magestad era la verdad y lo probaría dándome juez competente, o sobre ello perdería la cabeza”.

En un memorial que al mes siguiente, el 20 de abril de 1607, escribía Mosquera desde la cárcel, relataba que la noche en que lo prendieron, estaba tranquilamente en su casa cuando llegó a ella el corregidor don Sancho Díaz Zurbano con más de treinta hombres, y lo apresó y se lo llevó a la cárcel episcopal,17 y le puso un par de grillos diciéndole que el obispo se lo había mandado, sin saber él que delito había cometido y la razón de tanto escándalo y prisión. A los dos días de tenerlo preso, le notificaron que el obispo había recibido una cedula real ordenándole que se le castigase rigurosamente por haber escrito dicha carta, y además le mandaba en la cedula que le diese aviso del severo castigo que hubiese impuesto a Mejía, así como a todos los clérigos que se atreviesen a escribir y dar aviso en esos términos a su real persona. Decía Mosquera que con esta cédula andaban todos tan atemorizados que a partir de ahora no tendría el rey noticias de los excesos que cometían sus 17

Mosquera presentó al obispo un escrito acompañado de una cedula del difunto rey por la cual mandaba que todos sus vasallos, eclesiásticos y seglares, podían escribirle libremente dándole cuenta de lo que conviniese a su real servicio, sin que lo pudiese 18

AGI. Quito 85, N.41

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En esa fecha tenía 56 años


impedir ninguna justicia, señalando penas a los obispos y ministros que lo incumpliesen. El obispo rompió su escrito e hizo que se lo devolviesen así. Se quejaba en el escrito que seguía preso, y que no podía alcanzar ninguna justicia de la Audiencia por que el presidente Ibarra y el obispo andaban con intereses mutuos, sobre todo con el asunto del licenciado Blas Torres de Altamirano, fiscal real, a quien hacía ya ocho meses que el presidente tenía preso porque había escrito en contra suya dando noticias de su incapacidad “que es tan grande que si no es viéndole y tratándole nadie se podrá apersuadir a que ocupe plaza de presidente un hombre que toda la tierra dice que no sabe latín ni romance, y no lo sabe”.

presencia del corregidor y de todo el cabildo le llamó perro judío quemado, y borracho, y con la vara de alguacil que llevaba en la mano le dio de palos, “diciendo a voces toma toma”, y echaron mano a las dagas, y el tesorero hirió en la mano al capitán Jerez, y fue tanto el alboroto que se originó que el corregidor, desde una de las ventanas que daban a la plaza, tuvo que pedir auxilio en nombre del rey. Y encerró en la cárcel pública al tesorero y al alguacil, con una par de grilletes a cada uno, y puso cuatro hombres de guarda. Pero el sábado siguiente el obispo salió de su casa a pie por medio de la plaza y fue a casa del corregidor e hizo soltar a los presos, que al día siguiente ya andaban paseándose por la ciudad, con gran admiración de toda ella al ver que se había quedado sin castigo un delito tan grave, y mientras tanto el fiscal Torres Altamirano seguía encarcelado.

Además el obispo era primo hermano del corregidor, que estaba casado con una sobrina suya, así que también todo era correspondencia entre uno y otro, como quedó demostrado el jueves antes de Ramos de ese año, día en el que había sucedido en el cabildo seglar el caso más grave que jamás se había visto, de haberse juntado y puesto de acuerdo Diego de Niebla, alguacil mayor de la ciudad, y Pedro de Vera, tesorero de la real Audiencia, con otros aliados suyos, para nombrar regidor a un tal don Francisco de Proaño en virtud de un título que en las alteraciones pasadas le había dado el virrey, marqués de Cañete, y porque no estuvo de acuerdo el capitán Joan Sancho de Jerez, regidor, protestó por ello el tesorero, y dicho Niebla, en

A pesar de encontrase, por su mala lengua, en la situación en la que estaba, acusaba también al nuevo obispo diciendo que las muestras de codicia que había dado eran muy grandes, porque había tomado a préstamo de los clérigos y particulares más de 30.000 pesos, que en esa ocasión enviaba a Panamá y Sevilla, donde decían que los había dejado debiendo, y con ello se quedaba tan empeñado, que ya era imposible que tuviese libertad para hacer justicia y gobernar su obispado. Según decía, el obispo le había enviado a decir con un clérigo honrado, que se retractase de lo que había escrito en su carta, diciéndole al rey que

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en todos los avisos y cartas que había enviado había mentido, y que luego lo soltarían, A lo que le respondió “mal intento de prelado y no servidor de su rey, ni su leal vasallo”, que el en defensa de su verdad perdería mil vidas, y que lo dicho era la verdad y en ello ponía su cabeza. Continuaba sus quejas contra el presidente y oidores de la Audiencia, y contra todos los obispos de ese reino del Perú, que por no podérseles auditar su actuación, hacían lo que querían, y le indicaba al rey que debería obtener del Papa un breve para poder hacerles cada seis año dicha residencia u auditoria, y así procurarían acertar en el servicio de Dios y de su majestad.

El 18 de enero de 1608 se daba la siguiente sentencia: “En el pleito y causa criminal que hemos fulminado por orden y mandato de SM y cedula particular de su real Consejo contra Alonso Mexía Mosquera, clérigo presbítero, sobre y en razón de haber escrito al rey nuestro señor una carta contra el señor obispo don fray Luís López de Solís, nuestro antecesor, de que ha resultado hacerse averiguación a cerca de la vida y costumbres de dicho Alonso, y por ella parece ser un hombre de lengua perniciosísima, maldiciente, infamador de sus superiores y de personas graves, y constituidas en dignidad y de todo genero de gente, y de depravadísimas costumbres y de mal ejemplo, como consta de las relaciones de los pleitos y causas de delitos graves y de gran abominación que le están acusados que son: dos causas sobre el pecado nefando; otros dos en materia de alteraciones contra el servicio de su majestad; uno de hurtos, a petición de unos indios; otro sobre haber herido a un español en el campo; otro sobre una pendencia que tuvo con un canónigo; tres de cosas que se le ha hecho cargo por vía de Visita; y tres de amancebamiento, con lo que últimamente se le averigua a cerca de haber estado desde hace 25 años amancebado con Inés, india, en quien ha tenido, después de ser sacerdote, seis o siete hijos, criándolos y alimentándolos en su casa, a quienes tiene hecha donación de sus bienes, o de la mayor parte de ellos; otras cuatro causas de malos tratamientos de

Y a pesar de estar preso, gravemente acusado, aún aprovechaba esta carta que escribía en abril de 1607 para solicitar que se le concediese alguna prebenda, por ser hijo y nieto de quien era, y por sus más de 30 años de servicio. Al estar en la cárcel y procesado, se le había pedido que diese fianzas para pagar lo que contra él fuese juzgado y sentenciado, pero no quiso darlas, así que se dio orden de embargo de todos sus bienes, pero poco antes los hijos de Mosquera, a los que aquel había hecho donación de todos ellos, viendo los delitos de que era acusado su padre, habían acudido al doctor Diego de Armenteros y Henao, oidor de la real Audiencia, para que les diese posesión de toda su hacienda, y aquel se la había dado indebidamente19.

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Mientras estuvo en la cárcel acudió a ella su manceba Inés, con su hijo Juan

Mosquera y los demás, que le traían de comer.

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indios, en la que entra la que últimamente se le ha hecho a cerca de la muerte de un indio, que había interpuesto el bachiller Lope de la Cruz, fiscal de nuestra curia episcopal”.

ordenase y mandase, y si luego o en algunas ocasiones que se ofrezcan le hiciere ponerse al remo, desde luego siendo necesario, le degradamos verbalmente, para que sin incurrir en censuras los comitres le puedan castigar y apremiar como a los demás forzados, y para ello sea llevado, a su costa, en la forma y manera y con las guardas y seguridad que nos pareciere, hasta ser entregado a dicho general, y declaramos nula la donación que tiene hecha a sus hijos de sus bienes”.

Y seguía la sentencia: “Visto lo actuado en esta causa a que nos referimos, y vista una sentencia que dicho obispo, nuestro antecesor, dio y pronunció contra dicho Alonso Mexía Mosquera, y teniendo atención a todo los susodicho y cuán importantes a la paz y quietud de este pueblo cristiano desinficionarlo y limpiarlo quitándole un ejemplar tan abominable, y que los demás nuestros súbditos, viendo el castigo que se hace en dicho Alonso Mexía Mosquera por sus malas costumbres, vivan bien y se abstengan de cometer otros delitos semejantes, y haciendo justicia en el presente caso, fallamos que debemos declarar y declaramos haber levantado falso testimonio al señor obispo, y haber escrito falsamente contra toda verdad a su majestad contra su prelado, por lo que lo damos y declaramos por hombre infame, para que de aquí en adelante no haga fe ni se le de crédito en juicio ni fuera de el. Y por las culpas que del proceso resultan habiéndonos apiadado de él y mitigado el rigor del derecho, le condenamos a destierro perpetuo de nuestro obispado, el cual salga a cumplir de la cárcel y prisión en que está, y que los seis años primeros los cumpla en las galeras que asisten en el puerto de Cartagena para guarda de estos reinos, y en ellas sirva a su majestad sin sueldo alguno en lo que el general de ellas le

A pesar de esta dura sentencia, en marzo de 1609, estando vacante la capellanía de la real Audiencia, vemos que Mosquera por medio de Antonio de Urosa, agente de negocios, su procurador en Madrid, solicitada dicha vacante20, quejándose que hacía más de siete años que suplicaba alguna dignidad o canonjía en una de las iglesias de aquella provincia y no se le había El hecho merced alguna21. procurador presentaba ante el Alcalde de Corte una petición para que se hiciese información testifical para demostrar que dicha capellanía había quedado vacante por muerte del licenciado Pedro de Paredes, que la servía por titulo y presentación de su majestad. Testificaban tres testigos, vecinos de Quito, que en esos momentos se encontraban en Madrid; don Juan Arias Altamirano de 20 años de edad; el capitán Juan Velázquez de Ávila22, 20

AGI. Quito 85, N.50 En el envés de esta petición anotaban: “No ha lugar lo que pide” 22 El capitán Juan Velazquez de Avila, nacido seguramente en la ciudad de los 21

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de 40 años; y Juan Bautista Arias, de 50 años, el cual residía en la calle de las veneras23.

Reyes, donde su padre Alonso Flores de Ávila, natural de la ciudad de Ávila, había contraído matrimonio con Magdalena de Pedraza, hija del hidalgo Martín González de Pedraza y de Teresa Núñez, naturales de Talavera de la Reina, los cuales habían pasado al Perú en 1534 en compañía del factor Suárez de Carbajal. Su padre Alonso, que había llegado al Perú en 1529, se halló en la conquista y pacificación del reino de Nueva Granada y Bogotá, participando bajo la bandera real en el sofocamiento de los alzamientos que se fueron produciendo en los años posteriores, siendo enviado a Quito ante el peligro que Francisco Hernández Girón se refugiase en esa provincia. Se le concedieron por sus servicios dos encomiendas de indios: la de Tiquisambe en el término de la ciudad de Cuenca, y la de indios Puruayes, junto al pueblo de San Andrés de Diuxi, a dos leguas de Riobamba, término de Quito, ciudad ésta donde trasladaría su residencia. Se pasó sus últimos años viajando y pleiteando con la Audiencia Lima, llegando a desplazarse, en 1565, a la Corte para que se le atendiese en sus peticiones. Murió en Quito hacia 1574, pobre y encarcelado por las cuantiosas deudas que había contraído con sus pleitos y viajes. Su hijo, el capitán Juan Velazquez de Ávila compraba en 1586 una de las regidurías de la ciudad de Quito. En 1588 viene a España con la intención de pedir gratificación por sus servicios, “y llegado a Lisboa y queriendo ir a la jornada contra Inglaterra no pudo al haber partido ya la flota”. Levantó entonces, a su costa, una compañía de 300 hombres en Andalucía para acudir al socorro de Chile, que no llegó a emplearse, pues a la llegada de todos los efectivos del refuerzo a Tierra Firme, se les ordenó que regresasen en resguardo de la flota. El 21 de enero de 1593, siendo corregidor de la provincia de Chimbo, el general Pedro de Arana, dado que era regidor de Quito y tenía allí a sus deudos, le mandaba que le acompañase para reducir a los alzados por el asunto de las alcabalas. Acampados en Latacunga, el general lo envió a la ciudad de Quito para que atrajese a su bando al capitán Francisco de Olmos Pizarro y urdiese la muerte del depositario Alonso

El 26 de febrero de 1611 Jerónimo de Castro, secretario y notario público de la Audiencia episcopal, certificaba que ante el obispo Ribera se había presentado una petición de parte del licenciado Sancho de Mújica, fiscal de su majestad, y con ella una cedula real para que se cumpliese lo dicho en ella. La carta del rey dirigida a su fiscal, escrita en Aranda el 17 de junio de 1610, le comunicaba que en el pasado año de 1608 el obispo le había escrito diciéndole que estaba procediendo en unos causas con motivo de unas donaciones de ciertos unos bienes que Alonso Mejía de Mosquera, presbítero, y el licenciado Bracamonte, beneficiado que fue de Pasto, habían hecho a sus hijos, los cuales los habían adquirido en tratos contrarios a lo dispuesto por el concilio de Lima. Y se había ordenado al obispo que continuase en ello, y a la Audiencia real que procediese Moreno Bellido, logrando su propósito, con lo que se pudo entrar en la ciudad sin resistencia. En marzo de 1609 se encontraba en Madrid, intentando obtener un aumento de los 4.000 pesos de renta que disfrutaba. Testaba en esa ciudad el 6 de agosto de 1610, falleciendo días después. AGI. Patronato 111, R.9; Patronato 153 N.13,R.3; Quito 46, N.16; Quito 48, N.20; Quito 28, N.27 23 Este último testigo Juan Bautista Arias sabemos que estaba casado con Juana Mosquera, quizá hermana de Alonso. En 1618, fallecía en Quito y dejaba cierto legado a Dionisia, monja del convento de San José, de carmelitas descalzas, de Sanlúcar la Mayor. AGI. Contratación 949, N.1, R.19

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ejecutó el embargo de los bienes de Mosquera, que pasarían íntegros al fisco, por decisión del obispo24.

también en ese caso. Y ahora le mandaba, por razón de su oficio de fiscal, que atendiese con solicitud estas causas, y que le avisase de lo que en ello se hiciese.

El obispo, vista la petición que le hacía el fiscal, mandó que se le entregasen los procesos y autos del padre Alonso Mexía Mosquera, el proceso contra el licenciado Diego de Bracamonte25, y los papeles y autos que se habían hecho contra el deán Francisco Galavis, todos ellos referentes a donaciones de dineros obtenidos con tratos y contratos no permitidos.

El notario apostólico daba cuenta que en ese tribunal se habían seguido ciertas causas criminales contra el clérigo Mosquera, así de oficio, como por una cedula que para el efecto se había recibido de su majestad, de las que habían resultado, a petición del fiscal, que se procediese al embargo de los bienes de dicho Mosquera. Se fueron a embargar estos bienes al pueblo de Zangolqui, y como estaban en poder de su hijo Juan Mosquera y de sus hermanos, el provisor del obispado pidió al corregidor el auxilio real, y envió a dicho pueblo al fiscal de la Audiencia junto con el alguacil Juan Zurbano y Francisco de Rojas, notario, pero los hijos de

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AGI. Quito 77, N.4

Diego de Bracamonte era natural de Medina del Campo, hijo de Jácome de Montalvo y de doña Catalina de Bracamonte, sobrino de don Juan de Medina, obispo de Segovia. En 1595, siendo cura y vicario de Pasto, lo vemos acudir al sínodo celebrado en Quito por el obispo Luís López de Solís. Tres años después, el obispo decía que hacía muchos años que ejercía de cura de esa ciudad de San Juan de Pasto, dando buena cuenta de ello, siendo merecedor de ser promovido a una prebenda. En 1600 el obispo lo había nombrado su vicario general, y decía de él que era hombre de buena vida y costumbres, volviéndolo a recomendar para que se le concediese alguna prebenda. Testó en Pasto el 4 de agosto de 1607, dejando la mayor parte de su herencia a su hermana Ana de Bracamonte, viuda en primeras nupcias de Garci Rodríguez de Montalvo y en segundas de Francisco Vello de Molina. Dejaba ciertas cantidades para la capellanías que su tío el obispo tenía en la villa de Medina del Campo, para que se repartiesen en la de Nuestra Señora de la Antigua, de la cual él era Patrono, y en otras dos que había en la iglesia mayor de San Antolín de dicha villa. Una casa que tenía en Pasto se la dejaba a su hija, de la que decía “aunque juro in verbo sacerdotis que no toqué a su madre más de una tan sola vez, pero por el decir que es mía hago esta buena obra”. Había nombrado su albacea al doctor Diego de Armenteros, dejando a su hija Beatriz como heredera universal en pago de sus trabajos. AGI Audiencia Quito 76,N.42

Mosquera se opusieron al embargo mostrándoles una escritura de donación que les había hecho su padre, y un acta de posesión que en virtud de dicha donación les había dado el doctor Diego Armenteros,

oidor y alcalde de corte de esa real Audiencia. A pesar de ello el

fiscal, asistido del alguacil real realizó el embargo y depósito de dichos bienes. Los hijos de Mosquera recurrieron al oidor Armenteros y se querellaron contra ellos, y visto por aquél envió a Alonso de Puga, otro de los alguaciles de la Audiencia, para que prendiese al notario y al otro alguacil, y los metió en la cárcel real. El fiscal recurrió ante el presidente y oidores alegando que la donación era “criminosa” y que el acta de posesión era nula y dada contra derecho. Fallaron a su favor y, el 2 de marzo de ese año 1611, se

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