Invierno | Capítulo 10 | Romper el hielo. Dejar atrás el pasado

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CAPÍTULO 10

Romper el hielo Dejar atrás el pasado

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De tanto en tanto, cuando la presión del agua rompe la conexión entre el hielo y la tierra, se rajan las paredes de los eternos hielos del glaciar Perito Moreno y, con un ruido ensordecedor, ocurre el derrumbe. Toneladas de hielo añoso caen a las aguas del lago en un espectáculo dantesco. Al verlo, solamente un pensamiento invade mi alma: No existe hielo que no podamos romper. Siguiendo los majanos altos, llegamos al refugio y, tras cerrarse la puerta a nuestras espaldas, queda afuera toda la tempestad externa. Luego de atravesar el umbral, la calma nos invade, entonces quedamos ante la presencia de nuestro ser interior. Impúdica y desfachatada, ella, nuestra alma, se muestra tal cual es, quitándose el maquillaje del deber ser con que la cubrimos permanentemente. Se requiere de valentía para enfrentar la soledad que nos conduce hacia el espejo que refleja nuestra verdadera identidad y entonces poder conocernos. “Aconteció luego, que al volver él la espalda para apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón”1. Dios mudó el corazón de Saúl permitiéndole experimentar todas las vivencias del camino de la unción. Dones extraordinarios le dieron a su alma un alcance inusitado. Por proceder de la divinidad, esos dones ajenos a su ser lo proyectaban haciéndole alcanzar –por medio de logros conquistados, jamás soñados– un grado de felicidad desconocido. Sin embargo, la intención divina era mucho más profunda, procuraba forjar el carácter del futuro rey. Al terminar el peregrinaje y llegar a Gilgal, Saúl debía guardar siete días de meditación a fin de comprender y reafirmar lo experimentado en el camino; entonces, confrontando su realidad con lo vivido, debía 1

1ª Samuel 10:9.

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decidir si aceptaba o no ese nuevo rumbo de vida… Conocerse íntimamente, saber de sus limitaciones y tomar las decisiones que le permitieran crecer en su interior, eran la clave para poder asumir la responsabilidad de guiar y cuidar a su pueblo, radical cambio en su historia. Desgraciadamente, Saúl no atendió ninguna de las enseñanzas expuestas ante él y así le fue imposible consagrarse. El futuro monarca no se conocía a sí mismo, simplemente, creía que todo venía desde el mundo externo: “Aquello que Dios me otorgará… o quizás Samuel pondrá en mis manos… o seguramente el pueblo me dará”. Tal vez, esta fue la preocupación de Cis, su padre, expresada cuando lo despidió con la misión de encontrar aquellas asnas. Saúl era inmaduro, superficial, y vivía con base en lo externo. Sus acciones delatan su identidad. Cuando llegó el peor momento de su reinado, producto de sus fatales decisiones, pretendió recuperar la confianza del pueblo haciendo una estatua de sí mismo… Sabiéndose de gran envergadura y apuesto, creyó que eso era suficiente, incluso procuró resaltarlo haciendo desfilar a la tropa dos veces delante del monumento a su arrogancia: intento fallido para disimular su incapacidad. Conocernos implica saber de nuestras virtudes y defectos, nuestras fortalezas y debilidades. Mirarnos por dentro nos permite descubrir cómo nos afectan las diferentes vivencias experimentadas en el camino de la vida, cuánto nos modifican positiva y negativamente. Establecer quiénes y qué somos, distinguir hacia dónde vamos y contemplar nuestra evolución nos ayuda a entender en qué nos hemos transformado.

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Lanzas extrañas Una vez que la tormenta queda atrás, ya saciados del calor y la paz del refugio, llega el tiempo de meditar, asomarnos a nuestra alma y descubrirnos en plenitud. Dejar brotar todo lo acumulado en nuestro ser… llantos, rabias, amarguras, desesperación, dolores, ansiedades, temores, terrores y soledades, que deben emerger para generar un vacío en nuestro interior. Viejas cargas nos impiden avanzar; debemos eliminarlas de nuestra alma y así deshacernos de todo pesado lastre. Liberados de aquello que nos tortura, podemos enfocarnos en las nuevas vivencias que nos aguardan: experiencias, emociones y aprendizajes que el camino nos depara, nuevas realidades plenas de amor y esperanza afirmadas en la confianza que nos dan los fuertes y seguros brazos que nos contienen. Caricias de manos horadadas, siempre comprensivas, que nos ayudan a salir del valle de la muerte. Sin embargo, existe en nosotros temor al vacío, los gritos del silencio nos aterran, nos hacen huir desesperadamente. ¿Quién no deseó salir en forma veloz de un problema que sacudió su vida como un vendaval? La crisis profunda llega cuando, logrando huir, entramos en el refugio donde imperan el silencio y la paz. Ella, la soledad, que nos aguarda paciente, nos abruma de una manera impensada y nos confronta con un ser a quien creemos conocer, pero que muchas veces ignoramos completamente. Apurados en nuestra huida, entramos en el refugio sin reparar en su nombre: “Cabaña La Soledad”. Esa inseparable compañera de temporadas invernales nos suele asustar más que cualquier tempestad. Tememos enfrentarnos con el espejo, vernos por dentro y descubrir lo bueno y lo malo que portamos, analizar las heridas de nuestra alma, algunas cicatrizadas y otras en pleno proceso de infección. CAPÍTULO 10

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¿Cómo sanarnos si no sacamos fuera nuestro dolor? Heridas que supuran veneno, propio y ajeno, mezclado con pus de rencores y miedos. Infecciones que producen crueles dolores, tanto que ni mirarlas puedes, pero que requieren ser curadas y para ello debes echarles mano aunque duela. Pasajeros oscuros que acampan en el alma, inquilinos no deseados, que en el peregrinar del camino de la vida, se instalaron en nuestros sentimientos y recuerdos, apropiándose de nuestro ser, tiñendo de oscuridad el alma. Los no queridos, que por negados se transformaron en nuestros compañeros de ruta. Detestados y aborrecidos con intensidad única pero inevitablemente nuestros, a los que como a un perro rabioso no nos atrevemos siquiera a acercarnos. Intrincada, nuestra alma, retorcida por recuerdos, siempre nos depara sorpresas al guardar en su seno cosas que ni siquiera nosotros sabemos que habitan en nuestro ser. Debajo de cada uno de sus pliegues, generados en cada giro brusco de la vida, yacen ellos, pasajeros de la oscuridad, que eluden siniestros la verdad. Lidiar con lo ajeno es mucho más sencillo, aun con aquello que proviene como una herencia de generación en generación. Encender la luz sobre lo externo es mucho más fácil, menos comprometido; la responsabilidad no es nuestra y, aunque duela, todo es ajeno, somos víctimas. Renunciar a ser prisionero del dolor, desear el cambio y trazar la hoja de ruta para alejarnos de aquello no deseado, es lo que todos, consciente o inconscientemente, hacemos en nuestra vida. Se crece emulando lo deseado y huyendo de lo detestado. Definitivamente, puede ser que no sepamos lo que anhelamos, pero CAPÍTULO 10

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estamos seguros de aquello que no queremos para nuestras vidas. Cada cual con lo suyo a cuestas, sabemos en qué no deseamos convertirnos y dirigimos nuestros pasos hacia el rumbo opuesto. Así se lo hizo saber el rey David a Mical, su esposa e hija de Saúl, cuando ella entristeció el día más feliz de su vida. El pueblo entero disfrutaba en sus casas por el retorno del Arca del Pacto a la ciudad de Jerusalén; sin embargo, ella juzgó a David de acuerdo con el único parámetro que tenía para hacerlo, su padre Saúl, el primer rey de Israel: “Volvió luego David para bendecir su casa; y saliendo Mical a recibir a David, dijo: ‘¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel, descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre sin decoro un cualquiera!’. Entonces David respondió a Mical: ‘Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre su pueblo Israel. Por tanto, danzaré delante de Jehová. Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado’”2. Aunque doloroso, es relativamente sencillo lidiar contra los ataques y menosprecios foráneos. El sufrimiento se intensifica cuando la agresión proviene de alguien amado, pero una vez asumida la realidad, al descubrir quién es verdaderamente esa persona, podemos neutralizarlo. Mical estaba ligada al corazón de su padre, aquel que expresó todas sus dudas ante Samuel al ser elegido para ser rey, por considerarse tan del vulgo. Creía no estar capacitado para tamaña responsabilidad, pero luego, adaptado a los privilegios del trono, imponía diferencias de castas como si su sangre no fuese roja, igual que el resto del pueblo del cual él había sido tomado. 2

2ª Samuel 6:20-22.

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Por el contrario, David tenía en claro que su lugar en el mundo era el mejor; lejos de sentirse menospreciado, se regocijó de su procedencia, la cual, aun siendo rey, jamás abandonó: David era pueblo y en medio de él se encontraba feliz. Esta fue la causa por la cual Dios lo amó y lo eligió para ser rey siendo un adolescente. El Dios que ama al pueblo buscaba un hombre con un corazón enamorado del pueblo. Tener en claro nuestra identidad nos hace fuertes ante cualquier ataque, tenemos seguridad en medio de toda tormenta, nuestro rumbo es firme y nuestro destino está asegurado. Podremos contra todo lo que intente dañarnos. Siendo un joven perseguido, David demostró cuál era su identidad al perdonarle la vida a Saúl, a quien sorpresivamente encontró dormido en una cueva; el monarca descansaba de la brutal cacería que dirigía, de la cual él, David, era la presa. Sigilosamente, cortó el borde del vestido real para tener una evidencia de su misericordiosa actitud, opuesta a la del rechazado por Dios. “Cuando Saúl salió de la cueva, siguió su camino. También David se levantó después, y saliendo de la cueva dio voces detrás de Saúl, diciendo: ‘¡Mi señor el rey!’. Y cuando Saúl miró hacia atrás, David inclinó su rostro a tierra, e hizo reverencia. Y dijo: ‘¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David procura tu mal?’. He aquí que han visto hoy tus ojos cómo Dios te ha puesto en mis manos en la cueva, y me dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: ‘No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Jehová’. Y mira, padre mío, mira la orilla de tu manto en mi mano; porque yo corté la orilla de tu manto, y no te maté. Conoce, pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano, ni he pecado contra ti; sin embargo, tú CAPÍTULO 10

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andas a la caza de mi vida para quitármela. Juzgue Dios entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová, pero mi mano no será contra ti. Como dice el proverbio de los antiguos: ‘De los impíos saldrá la impiedad’; así que mi mano no será contra ti. ¿Tras quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigues? ¿A un perro muerto? ¿A una pulga? Jehová, pues, será juez, y él juzgará entre tú y yo. Él vea y sustente mi causa, y me defienda de tu mano. Cuando David acabó de decir estas palabras, Saúl dijo: ‘¿No es esta la voz tuya, hijo mío David?’. Y alzó su voz y lloró, y dijo a David: ‘Más justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal. Tú has mostrado hoy que has hecho conmigo bien; pues no me has dado muerte, habiéndome entregado Jehová en tu mano. Porque ¿quién hallará a su enemigo y lo dejará ir sano y salvo? Jehová te pague con bien por lo que en este día has hecho conmigo. Ahora, como yo entiendo que tú reinarás, y que el reino de Israel será firme y estable en tu mano, júrame, pues, por Jehová, que no destruirás mi descendencia después de mí ni borrarás mi nombre de la casa de mi padre’. Entonces David juró a Saúl. Y se fue Saúl a su casa, y David y sus hombres subieron al lugar fuerte”3. Esquivar los ataques de los que somos objeto, no respondiendo mal por mal, afirma con claridad nuestra identidad ciñéndonos a ella por sobre toda tentación. Un aprendizaje duro pero tolerable, porque la raíz del mal es ajena, no depende de nosotros, está fuera del alcance de nuestras decisiones. Se trata de esquivar lanzas extrañas y no responder a los ataques con agresión alguna, cuidarnos de arrojar nuestras saetas por incitados que seamos a hacerlo. Renunciar a cualquier excusa, por valedera que esta sea, que nos lleve a ser agresores y nos iguale a quienes nos atacan. Ser libres, desplegar nuestras alas, volar cortando todo lazo, toda atadura de sentimientos: odio, venganza, dolor, furia, sufrimiento, rencor o tormento. 3 1ª

Samuel 24:7b-22.

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Ser verdaderamente libres, sin nada que nos ligue a herida alguna, ni a quienes nos lastimaron, es la clave que nos emancipa para así salir de ese refugio. Cuanto mayores son los ataques y la agresividad empleada en la persecución de nuestras vidas, mayores son el desarrollo de nuestro carácter y nuestra fortaleza interior. Inversamente proporcional, cuanto mayor es la intensidad con la que nos acechan procurando destruirnos, más crece y se fortalece nuestra alma volviéndose poderosa. Tal como lo dice el final del relato del episodio entre Saúl y David, se trata de elegir entre las cadenas y la libertad, entonces volvemos al refugio o subimos al lugar fuerte… Pasajeros oscuros Cuando la lanza está en manos ajenas es más sencillo lidiar con el peligro. Problemático es cuando cambia la situación y quien porta la lanza en las manos eres tú. Algunas veces, pretendiendo escapar, caemos en una tenebrosa emboscada. ¿Es lo mejor para nuestra vida lo opuesto a aquello que nos dañó o daña? Cuando la salida nos conduce al callejón del horror, nos transformamos en monstruos… El éxito de esos pasajeros oscuros e inquilinos indeseados es llevarnos a ser lo que aborrecemos. Al percibir la trampa en la que hemos caído, pretendiendo huir, tratamos de escapar nuevamente. Sin embargo, descubrimos que es imposible. Lejano de aquel veneno ajeno, por ser propio, este no nos abandona, nos sigue permanentemente como nuestra sombra, que, CAPÍTULO 10

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a pesar de ser conocida, nos asusta por su oscuridad, su velocidad, su constancia… siempre está allí, no la podemos burlar. Hielos intensamente profundos que alejan nuestra alma del amor, la paz y la seguridad. Otro día sofocante, David se levantó de su lecho al atardecer y caminaba por el terrado de la casa real buscando brisas suaves y placenteras. De repente, sus ojos se centraron en una imagen: la belleza de una mujer que se bañaba en la intimidad de su casa; lo impactó de tal manera que de inmediato indagó para saber quién era. “Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías heteo”, le contestaron sus hombres. Sin dudarlo, la hizo traer al palacio… y… sin resistencia alguna por parte de ella, se unieron desenfrenadamente. Luego de haberse purificado conforme al rito judío, Betsabé marchó a su casa, pero el correr de los días reveló una noticia: estaba embarazada. Por estar ella casada, la aventura amorosa se transformó en una dura pesadilla. Cuando el rey supo la novedad, sin dudar, tomó una decisión: “Joab, envíame a un tal Urías”, le ordenó a su general que se hallaba en el frente de batalla. Al llegar el esposo de Betsabé, compareció ante el rey. David lo interrogó por el estado de la guerra y la salud de su superior y, una vez terminado el reporte, hizo que le dieran una vianda de comida real y le ordenó ir a su casa. Pero David no contaba con la fidelidad y nobleza del soldado Urías. Tan leal resultó ser, que declinó la orden real y se quedó en las escalinatas del palacio junto a todos los siervos reales, donde pasó la noche.

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Por la mañana, cuando David fue informado acerca de la actitud de Urías lo llamó para pedirle explicaciones acerca de su desobediencia. “El arca de Israel y Judá están bajo tiendas y mi señor Joab y los siervos de mi señor, en el campo; ¿había yo de entrar en mi casa para comer y beber y dormir con mi mujer? Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal cosa”, fue la respuesta del fiel soldado. El plan había fracasado… Urías no había visto ni tocado a Betsabé; por lo tanto, era imposible ligarlo a la paternidad del niño que venía en camino. Perturbado, David no tenía tiempo para pensar qué hacer. Su reino y su reputación estaban en juego. “Quédate hoy y mañana te despacharé”, le indicó en tanto que redoblaba su apuesta invitándolo a comer y a beber hasta embriagarlo. Sin embargo, para su sorpresa, ni borracho aquel hombre bueno descendió a su casa, sino que, como la noche anterior, durmió entre los siervos del rey en las escalinatas del palacio. Urías ignoraba cuán decisivos serían aquellos momentos para su vida. En el silencio y la soledad de su alma, al ver malogrados sus intentos, aquella mañana David escribió la sentencia que despiadadamente el mismo condenado llevó a su general. Con total inocencia, Urías entregó aquella carta en la que el rey ordenaba al general: “Joab, pon a Urías al frente, en lo más recio de la batalla y luego retira la tropa tras él para que sea herido y muera…”. Aquel pasajero oscuro estaba ingresando en el corazón de David, quien hasta ese momento había sido aquel tierno muchacho que solo contaba las proezas de sus buenos sentimientos y que tenía “un corazón conforme a Dios”, motivo por el cual había sido elegido para reinar. Sabiéndose tan íntegro, en su juventud había invocado a Dios por juez entre él y Saúl; sin embargo, ahora abría las puertas CAPÍTULO 10

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de su alma a los pensamientos y sentimientos más tenebrosos que lo condujeron a la peor decisión de toda su vida y lo convirtieron en hermano de crueldades con quien tanto lo había perseguido… en un instante, se transformó en un asesino. Días más tarde, el profeta Natán fue el encargado de confrontar a David con el horror que anidaba en su alma y lo llevó de regreso al camino. Los majanos altos, que en medio de la profundidad tenebrosa de la historia sobresalen para decirnos qué hacer. Urías murió; el niño engendrado también. David, junto a Betsabé, afligido volvió al camino. El arrepentimiento llevó su corazón a ser suave y dócil nuevamente. Una vez más, brilló en él el amor por su gente. La cicatriz quedó en su alma… pero sana. El dolor del recuerdo de Urías lo acompañaría siempre y sus manos manchadas de sangre inocente no pudieron construir el templo que tanto anhelaba. Después de ayunar afligiendo su alma, el día en que el niño murió, David fue donde Betsabé, ahora su mujer, para consolarla y concibieron otro bebé, cuyo nombre, indicado por el mismo profeta Natán, fue Salomón, al cual Dios amó tanto, que a pesar de no ser el primogénito ni el reemplazante directo en la estirpe real, fue elegido sucesor del trono. Bajo su reinado, Israel alcanzaría el mayor esplendor de su historia. Las peores heridas, los tajos más profundos del alma, son las que nosotros mismos nos provocamos con nuestros actos. En mi experiencia personal y mi labor pastoral he visto que nada daña al ser humano como sus propias acciones. Ellas nos hieren mortalmente. Ocultas e ignoradas por todos nos atormentan noche y día. CAPÍTULO 10

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Nosotros tomamos la decisión trascendental de enfrentar nuestra historia o ser prófugos perpetuos de nuestro pasado… Las sombras solo huyen cuando llega la luz. Alumbrar las tinieblas, único antídoto que las destruye; iluminar el alma, nuestra historia, nuestro ser, resolver el pasado y llegar a la paz, la verdadera paz, no la prestada por vanas justificaciones, es el único sendero posible para liberar nuestras vidas. La paz interior, íntima, propia, inviolable, al estar a solas, nos arropa, cobija y sustenta. Todo tiene solución a partir de la redención. Cambiar de sentido el ataque externo usándolo para forjar nuestro carácter o iluminar nuestras más profundas pesadillas para despertar a la vida emergiendo de la maldad para siempre. Enfrentándolos, venceremos a los pasajeros oscuros que nos invaden, solo así lograremos desalojarlos. Esto determinará tu futuro, tu vida, tu ser. El arrepentimiento liberador que redime el pasado, pero se expresa siempre en el futuro. Arrepentidos, cambiamos nuestra forma de ser y por ende nuestro hacer. Somos diferentes y por eso actuamos en forma diferente. Muy distinto es el remordimiento, que se suele confundir con el arrepentimiento, cuando la persona, sufriendo por las consecuencias de sus acciones, pide perdón, pero pasado un tiempo vuelve con las mismas actitudes o peores, porque trata de ocultarlas con mayor destreza, provocando mayor daño y dolor. Sabio, Juan el Bautista decía: “Arrepentíos y haced frutos dignos de arrepentimiento…”. Esos frutos son las evidencias y se ven en la vida. CAPÍTULO 10

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Las promesas no bastan, deben ser hechas realidad. La vida fue creada para ser vivida, no para enunciarla nada más. Me asfixio Soledad y vacío, experiencias aterradoras e indispensables… sin ellas, no podemos mirar hacia dentro y así expulsar aquello que fuimos acumulando a lo largo del camino. Desterrar lo que no es propio nos permite reencontrarnos con nosotros mismos en estado puro. Quitar de nuestra alma todo aquello que fue producto de nuestras acciones o reacciones y nos contamina desfigurando nuestra forma y apariencia, nuestra semejanza con quien nos creó. Producir espacio en nuestro interior nos permite llenarnos de aquello que anhelamos ser. Cambios que dan paso al crecimiento y solo son factibles cuando nos examinamos. Muchas personas afectadas por problemas respiratorios llegan a crisis asmáticas por no saber respirar. Asistidos por profesionales, deben aprender a vaciar sus pulmones, ya que su problema reside en querer inhalar cuando estos están llenos de aire. Saturados, no pueden recibir una nueva bocanada; entonces, la persona se desespera porque cree y siente que no puede respirar. Además, ese aire comprimido en los pulmones se encuentra viciado, carente del oxígeno que ya fue absorbido. La sensación de asfixia provoca pánico y la desesperación por no poder inhalar conduce a la agitación lógica por haberse cortado el ritmo respiratorio. Psicosomáticas o mecánicas, esas crisis pueden llevar a la muerte a quien las sufre. CAPÍTULO 10

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Aprender a exhalar, produciendo el vacío, permite llenar de aire fresco los pulmones sin agitación ni crisis. Nuestra alma funciona igual. Debemos vaciarla de lo viciado que se ha ido acumulando, lógica o incomprensiblemente, a lo largo de nuestra vida. La autojustificación no te ayuda en lo más mínimo. Lo que está en tu ser debe responder a dos simples preguntas: ¿esto es mío, me pertenece, es parte de mí? y, en segundo lugar, ¿me ayuda tener esto en mi alma, es bueno para mí? De no superar estos elementales cuestionamientos, debemos quitar aquello por ser intruso. El pasado, que oprime y aplasta, te impide respirar. Condicionados, no podemos oxigenarnos, nos asfixiamos… Muchos viven bloqueados por la presión interna que los limita y los va matando. Sangrantes dolores, viejos rencores, laceran la vida de víctimas desamparadas, tanto como las heridas infectadas producidas por el daño cometido hacia prójimos cercanos o lejanos, que enferman y destruyen a victimarios. El pasado que siempre regresa, violentando el presente y evaporando el futuro. Viciados y vívidos recuerdos, permanentemente vigentes como recién acontecidos, llenan de angustias asesinas el alma, de la misma manera que el aire encerrado en los pulmones asfixia letal y constantemente. Enfrentar nuestros dolores por las heridas sufridas y reparar el daño cometido es la forma de exhalar el pasado. Meditar determinando lo saludable y lo nocivo nos permite acomodar CAPÍTULO 10

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nuestro ser interior y purificarnos desalojando todo lo que nos ha dañado o simplemente no nos pertenece, ajenas e iracundas lanzas extrañas. Eliminar inquilinos forasteros permite que tu ser, tu identidad, fluya, emerja con fuerza y ocupe su lugar. Los tiempos de tormentas son claves para recurrir a los refugios del alma, pues en ellos tendrás tremendos encuentros con Dios, quien te llevará a reencontrarte contigo mismo para depurarte y nutrirte. Días maravillosos, en los que meditas en quietud extrayendo toda la riqueza del invierno. Rompiendo el hielo, dejando atrás el pasado, te proyectas a un nuevo tiempo en el cual tu vida florecerá y fructificará. Purificarnos en invierno… Perdón y restitución No hay vida feliz posible como individuos o sociedad si no resolvemos los motivos de aquellos dolores perennes conservados en los hielos de nuestro pasado. Muchos consideran el olvido como condición esencial para el perdón, como si bebiendo una pócima mágica pudieran borrar lo vivido. He visto gente sufrir por creer que su liberación depende de poder quitar del alma los recuerdos… luchan contra ellos… se esfuerzan, pero no logran desarraigarlos de sí. Incluso, muchas personas quedan destruidas pues, intentando perdonar, se impusieron el olvido obediente. Para certificar haber alcanzado ese estado de piedad, restituyeron su confianza sobre personas solo arrepentidas de labios. Luego, heridas nuevamente sobre sus cicatrices, descubren la triste realidad de que su postrer estado es CAPÍTULO 10

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peor que el primero. Tajos del alma que tardan en curar y, en la mayoría de los casos, dejan a las personas en un estado de debilidad peligroso, historias apenas cicatrizadas que se abren al menor roce de una situación que convoque a los fantasmas del recuerdo. Personas susceptibles y desguarnecidas que ven compleja toda relación futura al estar condicionadas por remembrar crueles dolores de heridas que se reiteran por obrar “piadosamente”. El perdón es liberador, una medida de salud para nuestra alma, pero eso no implica olvido y muchísimo menos restitución. Las relaciones interpersonales no se decretan, dependen de una experiencia maravillosa llamada vida. Restituir a alguien, dándole nuevamente un lugar en nuestro corazón, no es una obligación, sino una alegría provocada por las vivencias que evidencian cambios, “frutos dignos de arrepentimiento”, como los llamaba Juan el Bautista. Al reconocer en la persona los cambios por medio de sus frutos, sola ocupará esos espacios antiguos o, incluso, alcanzará mayor confianza y cariño en nuestro corazón. Sin fórmulas, “solo se trata de vivir, esa es la historia”, como canta un poeta rosarino. Remordimiento no es sinónimo de arrepentimiento; en todo caso, es casi su antónimo. Llegado el momento y ante las mismas circunstancias, los remordidos victimarios expondrán una nube de excusas que darán lógicas razones, para volver a herir repitiendo sus crueldades para obtener sus objetivos. Tal fue la historia de Saúl, quien atormentado perseguía a David CAPÍTULO 10

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procurando darle muerte y, toda vez que era liberado de esos demonios, lleno de remordimiento reconocía su maldad. Sin embargo, tan rápido como lograba recuperarse, volvía a atacar con mayor violencia. David, por el contrario, cuando quebraba su corazón arrepentido, genuino y noble, no volvía sobre sus pasos, se encaminaba hacia el destino opuesto a la maldad cometida. Jesús enseña que solo por sus frutos se reconoce a las personas, no por sus palabras… por lo tanto, es necesario dejar que el tiempo avance y observar cada decisión tomada, cada actitud y cada acción. Así conoceremos el fruto, si es naranja dulce o apepú4.

La confianza o la precaución se impondrán por sí solas.

No podemos decretar nuestros pensamientos y sentimientos dogmáticamente. Estar vivo entraña un peligro que es necesario atreverse a enfrentar con alegría y fe. “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien al mal”, propone Pablo en Romanos 12:21. Ni olvido ni perdón “No insistas, Guillermo, nuestra postura es clara: NI OLVIDO NI PERDÓN”, me dijo en medio de un almuerzo una querida amiga, a quien trataba de explicarle estas enseñanzas. Continuando la tradición familiar, desde hace décadas, es una empresaria exitosa, pero en los años setenta sufrió cárcel, torturas – motivo por el cual perdió un embarazo– y finalmente marchó al exilio. Desde que fue recuperada la democracia en la Argentina en 1983, lucha junto a muchas personas e instituciones no gubernamentales 4

Apepú significa “naranja amarga” en idioma guaraní.

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para lograr justicia y recuperar la memoria. Su éxito personal no le produce amnesia para olvidar la historia; por el contrario, es cada día más solidaria. Al igual que con mi amiga, al charlar con gente que integra los diferentes organismos de derechos humanos, encontré la misma resistencia. “Perdonar no es aceptar el mal sufrido, ni mucho menos exonerar al agresor, sino simplemente cortar los lazos que nos unen a él, dado que, como cuerdas, los sentimientos nos ligan. Amor, odio o rencor, todos ellos generan ligaduras que conducen a la felicidad o a la amargura dependiendo del caso. No por odiar a alguien te separas de él; por el contrario, te ligas a su vida. El odio y el rencor son torturas terribles que te acercan intensamente a quienes desprecias, dándoles cabida en tu alma, robándote de esa manera tu tiempo, tus emociones, tu vida”, expliqué con pasión y vehemencia, una y otra vez, intentando por todas las formas por mí conocidas virar el rumbo. Pero la respuesta a tales principios siempre fue lacónica: NI OLVIDO NI PERDÓN. Mis explicaciones espirituales sobre la importancia del perdón y la liberación que produce en nuestras vidas siempre chocaron con esa respuesta negativa que produjo desazón en mi alma. Apesadumbrado, fui delante de Dios buscando que me ayudara en mi desesperada tarea pastoral, esa que no reconoce límites en el deseo de evitar que las personas sufran, integren o no la grey. En el silencio de mi tiempo de oración, una pregunta surcó mi mente: ¿Dios perdona a quienes no se arrepienten? Con mi teología al borde del infarto respondí casi automáticamente: “¡Sí!”. Pero mi convicción irracional se fue deshaciendo ante el silencio que imponía profundizar el análisis. Llegar a la conclusión y aceptar la verdad bíblica fue todo CAPÍTULO 10

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un impacto: “No… Dios no perdona a quienes no se arrepienten”. La contundente realidad abrió paso a una verdad inexplorada. Al establecer la diferencia entre perdón y restitución, creí tener todo claro en esta materia, pero delante de mí apareció un nuevo escalón que debía subir. De Judas a Pedro… Siempre me impactó la diferencia de actitud que Jesús mantuvo frente a dos personajes claves en el momento de la crucifixión: Judas y Pedro. Ambos eran apóstoles de su máxima confianza. Uno fue el depositario del dinero y el otro lo acompañó a los lugares más íntimos. Llegada la hora de la cruz, Judas entregó al Señor, en tanto que Pedro lo negó. “Lo que vas a hacer, hazlo pronto…”, fueron las últimas palabras que Judas Iscariote escuchó de labios de Jesús; el traicionero salió raudo a vender al Maestro por treinta piezas de plata. Había sido consciente del descontento que se había originado en la gente el día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Aquel día, todos lo aclamaban como rey de Israel, pero al bajarse del burro que lo llevaba, entre los arcos de palmas con que la gente lo vitoreaba, dijo: “Mi reino no es de este mundo”. Tal renunciamiento no estaba en los cálculos de un pueblo que añoraba la liberación de la esclavitud romana. “Esta disputa la ganan los religiosos”, pensó Judas y se pasó de bando. No obstante, al enterarse de la sentencia de muerte basada en su falso testimonio, el remordimiento lo llevó de vuelta frente a los sacerdotes, donde arrojó las monedas para luego ahorcarse. Su nefasto salario fue usado para comprar un terreno donde lo CAPÍTULO 10

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sepultaron. “Antes que el gallo cante por segunda vez, tú me negarás tres veces”, recordaba Pedro que Jesús le había dicho, mientras lloraba amargamente su cobardía en el patio de la casa del sumo sacerdote. ¿Por qué Jesús guardó silencio al ver salir a Judas rumbo a su traición? Sabía por las profecías cuál sería su final; sin embargo, no dijo nada. No hubo palabra de perdón ni instrucción alguna para su rescate… solo silencio. En cambio, el ángel, al anunciarles desde la tumba que Jesús ya resucitado los esperaba en Galilea, enfatizó: “Díganles a los discípulos y a Pedro…”. A pesar de su negación, Jesús quería tenerlo a su lado. Cuando se encontraron, tras la comida, le preguntó tres veces: “Pedro, ¿me amas?”. La primera vez, le generó una maravillosa sensación porque ante su respuesta afirmativa fue restituido al pastorado; la segunda, fue muy preocupante; llegada la tercera, la congoja inundó su alma. “Señor, tú lo sabes todo”, fue la respuesta lánguida del pescador… pero al terminar de pronunciar la última sílaba, un universo se abrió en su mente: “¡Lo sabe todo! Cuando me buscó en la barca a orillas del mar, lo sabía; al nombrarme apóstol también… me anticipó los detalles de mi negación con el canto del gallo…”. Esta era la intención del Maestro, hacerle saber a Pedro que siempre lo había amado teniendo pleno conocimiento. Amor consciente, fiel, eterno y maravilloso. Si Jesús lo sabía todo, ¿por qué obró de manera tan diferente? La enorme distancia entre “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” y “Pedro, CAPÍTULO 10

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¿me amas?” quedó clara para mí en el momento de inspiración que dio a luz la canción “De Judas a Pedro”5. “De lejos la vista distorsiona, lo malo hace bueno, lo bueno deforma; quien sabe moverse ilusiona, te tima, te engaña, te extorsiona. Conoce de sobra las formas correctas, míralos por dentro, busca el contenido, sus frutos delatan sus objetivos, mentiras, ardides que no son genuinos. De Judas a Pedro hay diferencia, cambia el olor su sola presencia, horror de intereses que todo lo venden, dolor de aquel que negó su simiente. Ojos que guiñan siempre cómplices, buscan huecos por donde filtrarse, por lograr objetivos, llegar a sus metas, se olvidan de todo y a nadie respetan. No tienen principios, no tienen pudores, dicen y desdicen por mero interés, no importa quién viva, no importa quién muera, ambición de un corazón que aleja. De Judas a Pedro hay diferencia, son dos actitudes tan opuestas, del dinero y el favor de los que ganan, a la angustia de un corazón que ama. Maleza que arde solo hace humo, por frutos te enteras la clase de algunos, tú sigue ardiendo de buena madera, la de la cruz del monte calavera. De Judas a Pedro hay mucha distancia, uno en su ambición hacia la muerte avanza, el otro en perdón encuentra salida, una vida que merece ser vivida. 5

De Judas a Pedro” (2011). Guillermo Prein, Surcos Profundos.

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No importa cómo te vean de lejos, si los cercanos te quieren, mi viejo. No renuncies nunca a tus principios, que desde el madero Él te ha dicho”… No es lo mismo sentir remordimiento que estar arrepentido. En la intimidad de los corazones, en ese mundo invisible pero real, se encuentra la respuesta que determina la reacción de Jesús. Descubrí que el perdón, intangible e íntimo, no actúa sobre el perdonado, sino sobre el perdonador, pues al otorgarlo con magnanimidad liberamos nuestro ser a la hora de ser juzgados, tal como declaramos en el Padre Nuestro: “Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Su ausencia provoca un estado de juicio mayor, así nos enseñó Jesús en el Sermón del Monte: “No juzguen para que no sean juzgados. Porque con el juicio con que juzgues serás juzgado, y con la medida con que midas serás medido”6. Al perdonar, soltamos las amarras que ligan nuestras vidas al dolor del pasado, pero esto no implica la ausencia de la justicia que, como un bálsamo curativo, cierra toda herida. Cuidado con lo que deseas No se trata de entrar en un estado místico, etéreo, en el cual todo da igual, y aceptar sumisos lo que sucede en nuestro entorno soportando impávidamente la crueldad o la injusticia. Atraído por su presencia, Jesús se acercó para probar sus frutos. Sorprendido, solo encontró hojas, verdes hojas, pero ni un solo higo. De apariencia esplendorosa, aquella higuera era absolutamente estéril. Como esas vidas que rinden culto a lo externo cuidando todas las 6

Mateo 7:1-2.

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formas, que portan un envase impactante, hermoso continente, pero vacío de contenido. Sin dudar y ante el asombro de todos, la maldijo. En silencio, siguieron su camino y llegaron a Jerusalén. Sus pasos se dirigieron hacia el templo. Caminaba firme, casi apresurado, con su rostro endurecido, determinado. Al llegar observó todo, pero no hizo comentario alguno. Sin que nadie lo notara, comenzó a trenzar unas lonjas de cuero con las que confeccionó un látigo. Lo empuñó con fiereza y arremetió contra los puestos de los mercaderes que vendían animales mustios para el sacrificio, a precios exorbitantes. Las viejas y defectuosas bestias huían agradecidas, pues con su furia les había salvado la vida. El estupor aumentó cuando, tomando las mesas de los cambistas, hizo volar las monedas por los aires… Los banqueros debían comprarlos allí, pero en la moneda aceptada por el templo –tal la disposición del sumo sacerdote–; nadie podía llevar sus propios animales. El negocio redondo, pues siempre el cambio era a precio vil. Aquellos “respetables comerciantes”, avalados por el más rancio sacerdocio, fueron expuestos por un rabí, un revolucionario a quien las autoridades no podían poner coto por las verdades que esgrimía y el amor que le profesaba el pueblo. El látigo imponía distancia… y solo su voz se le oía al gritar: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, ustedes la hicieron cueva de ladrones”. Pasó el resto del día látigo en mano en la puerta del templo… no dejaba que nadie lo atravesase con utensilio alguno, pues nada necesitaban llevar para orar.

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La gente disfrutó aquello… por fin podían acercarse a Dios sin tener que pagar los peajes cobrados por embusteros estafadores que lucraban en nombre de lo divino. Lo admiraron tanto… lo amaron. Sin embargo, había un grupo que no opinaba lo mismo. Los ojos de los principales sacerdotes destellaban ira: ellos eran quienes autorizaban para su provecho ese espurio comercio. Querían asesinarlo pero no se atrevían a tocarlo por la pasión con que el pueblo hablaba de él. La noche llegó, y Jesús, sabedor de haberse ganado el odio de todos los “respetables” religiosos –humanas higueras estériles–, decidió salir de la ciudad, pues, claro, no es seguro pernoctar donde sicarios y encumbrados clérigos desean matarte. No existen derechos humanos ni justicia que los detenga, son expertos fabricantes de excusas santificadoras que absuelven e indultan a cualquier verdugo a la hora de ejecutar sus malvados planes. Los discípulos se miraron entre sí: “…la higuera… el episodio en el templo… parece que no tuvo un buen día”. Por la mañana, llegaron donde estaba la higuera maldecida y la encontraron seca absolutamente. Maravillados, no paraban de hablar; Jesús detuvo sus comentarios al decir: “Tened fe en Dios. Les digo que cualquiera que mande a este monte: ‘Quítate y échate en el mar’, sin dudar en su corazón, sino creyendo que será hecho lo que dice, se realizará. Lo que pidan orando, crean, lo recibirán, aquello vendrá. Cuando oren, perdonen, si tienen algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos les perdone a ustedes vuestras ofensas. Porque si ustedes no perdonan, tampoco vuestro Padre que CAPÍTULO 10

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está en los cielos los perdonará”7. Ante sus sorprendidos discípulos, usando el ejemplo de lo acontecido, dio una maravillosa enseñanza en cuanto a la fe y la oración, a través de las cuales todo es posible, incluso secar higueras estériles y expulsar a ladrones impíos que todo lo corrompen dejándolos en pública evidencia. Sin embargo, sorprende que, después de haber usado violencia en forma contundente, recomiende perdonar en oración para poder ser perdonados. Con sus actitudes, Jesús demostró el sano equilibrio que debe existir en nuestras vidas: se permitió el enojo reaccionando con base en la fe. Impuso justicia –aun en forma enérgica y airada– pero sin guardar rencores. En la Palabra nos muestra la importancia de perdonar siempre en nuestra oración que cierra el día… “no dejando que se ponga el sol sobre nuestro enojo”. 7 Marcos 11.13-26. “Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en

ella algo; pero cuando llegó a ella nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: ‘Nunca jamás coma nadie fruto de ti’. Y lo oyeron sus discípulos. Vinieron, pues, a Jerusalén, y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: ‘¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones?’. Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarlo, porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina. Pero al llegar la noche, Jesús salió de la ciudad. Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dijo: ‘Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado’. Respondiendo, Jesús les dijo: ‘Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas’”. CAPÍTULO 10

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Ello sin necesidad de modificar ni un ápice su actitud. Seguramente, de acercarse de nuevo a una higuera estéril o andar por el templo viendo el comercio religioso, las escenas vividas se volverían a repetir. El perdón, ese paso tan importante como incomprobable, se da en lo secreto de nuestra alma. Quien va una milla más allá, abre su vida a mejores estadios; quien perdona, aun a quien no se arrepiente, eleva su corazón a un nivel maravilloso y llega a conocer a Jesús en una profundidad única por hacer como Él hizo, cuando desde la cruz, al ver la turba enfurecida por los demonios que los azuzaban en su contra, clamó por su perdón anteponiendo la realidad de su ignorancia: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…”8. Cuando uno perdona, libera la forma en la que será juzgado, haciendo mejor su camino. La medida patrón de nuestro juicio se determina por nuestros juicios hacia otros, es decir que nuestro perdón depende de cuánto nosotros hemos perdonado. Si fuimos severos, seremos juzgados severamente, en tanto que si fuimos misericordiosos, seremos juzgados con misericordia. Equidad divina. Sin embargo, la liberación de la cual depende nuestro futuro se encuentra un escalón más adelante. Mi anonadada teología descubrió el paso clave en este proceso: la REDENCIÓN. Muy mentada y poco entendida, es la llave para comprender la salida del dolor. ¿Qué hacemos con nuestras heridas? De la respuesta a esta pregunta nacen la libertad, el crecimiento, el gozo, la esperanza o la amargura, el dolor, el rencor, la venganza. Liberación o dependencia de la situación o persona para siempre. La ecuación se resume en LIBERTAD o ESCLAVITUD. 8 Lucas

23:34.

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Surcos del alma, heridas recibidas, dejan nuestro ser abierto como la tierra arada. La semilla que sembremos determinará el futuro de nuestra vida. Esta es la razón por la cual ciertas personas, ante el dolor y la injusticia, desarrollan sensibilidad, amor y pasión y se entregan a una vida de lucha para que nadie sufra lo que ellos padecieron. Lejos de atarse a odios, procuran la justicia necesaria para cerrar las etapas de la vida y se abocan a construir un mundo mejor, una sociedad equitativa, una comunidad sana y feliz. No vuelcan rencores sobre las generaciones futuras, pero les enseñan a conservar la memoria para que los horrores no vuelvan a repetirse. Confían, aman, pero sobre la base de conocer a las personas discerniendo el espíritu que las impulsa, dejando claro quién es quién, como Jesús con la higuera, los mercaderes y Judas. Cambiar el rumbo del destino basados en la justicia. Revertir tanto odio, maldad, avaricia y muerte, transformándolos en amor, bondad, solidaridad y vida. De esto se trata la redención que marca un quiebre transformador en los momentos más aciagos de la vida. Volver la maldición en bendición, siendo edificados por aquello que nos intentó destruir. La semilla que alberguemos en nuestra herida determinará si nuestra alma se llenará de maleza o si, por el contrario, nos transformaremos en un huerto de riego plagado de frutos de vida. No tiene nombre ¿Cuánto puede cambiar la vida en un segundo? La calurosa noche del 3 de diciembre de 2006 transcurría plácida como todas las noches de Lanús, popular barriada de la periferia de Buenos Aires poblada por gente común y trabajadora, esos que edifican con CAPÍTULO 10

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sudor sin moverse de su terruño aun cuando la prosperidad premie el esfuerzo. Entre ellos, los Castellucci, vívido ejemplo de tantas historias de inmigrantes, quienes instalados en cientos de barrios porteños pagaron con sus laboriosos callos los estudios de sus hijos. Bendecidos por el esfuerzo de amor de sus padres, Oscar, profesor de Historia y escritor respetado en el ámbito intelectual, y Ana María Herrera, abogada, se unieron conformando una hermosa familia en cuyo seno nacieron Mariana, Pablo, Laura y Martín. Con todos sus hijos estudiando en la universidad, los Castellucci son un emblema sobreviviente de la clase media, el proyecto de movilidad social ascendente atacado y herido por nefastos planes económicos impuestos a fuerza de violencia en la Argentina y América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Aquella madrugada apacible, la violencia trajo consigo el dolor más grande que una persona puede sufrir. Los padres no estamos preparados para la muerte de nuestros hijos. Es un desgarramiento tal que preferimos no pensar en ello; tanto es así, que no le atribuimos una palabra en nuestro idioma que pueda describirlo. Denominamos huérfanos a quienes no tienen padres, viudos a quienes pierden a sus cónyuges, pero ¿cómo llamar a quien pierde un hijo…? Es tal nuestra negación que, pudiendo crear una palabra, nos resistimos a hacerlo. Los corazones de Ana y Oscar fueron lacerados por una espada que traspasó sus almas… Martín había sido golpeado letalmente y se debatía entre la vida y la muerte en la cama de un hospital. Aturdimiento, dolor, desesperación, se agolparon en el alma de estos padres en un instante. El deseo de que esa cruel tormenta fuese solo una pesadilla no pudo evitar que la tristeza más alevosa invadiera la CAPÍTULO 10

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casa de los Castellucci. Aquel muchacho sano, lleno de vida y de sueños, había salido a divertirse con un amigo, Nahuel. Con sus jóvenes veinte años, llegaron a un boliche muy popular por aquellos días, La Casona. Martín fue bien recibido por ser “blanco”, prototipo del cliente deseado en el lugar, pero su amigo fue rechazado por ser moreno, un “cabecita negra”… un representante del “aluvión zoológico”, como hace muchas décadas se denominó a ese pueblo parte de la barbarie que se oponía a la civilización, según Sarmiento. “Si mi amigo no entra, yo no entro”, decidió Martín, y juntos dejaron el lugar. Con la esperanza de poder pasar una noche agradable, después de un rato, volvieron a hacer la fila para ver si encontraban una mejor predisposición en aquellos que seleccionaban a la clientela. Al llegar al ingreso, uno de los controladores, el boxeador amateur José Segundo Lienqueo, de veintiocho años, se enfureció al verlos nuevamente y golpeó a Martín por el “delito” de ser solidario y amar a la gente. Dos golpes bastaron para asesinarlo. La familia, cruzada por el mayor sufrimiento imaginado, se unió como un puño. De forma repentina, sus vidas habían cambiado drástica y absolutamente. Se movilizaron buscando justicia, pero a la par, y sin quererlo, se transformaron en celosos guardas de la juventud. Solo veintidós días después del macabro asesinato, el diario Página 12 recogía sus declaraciones y en sus epígrafes revelaban la esencia de esta familia: “‘Los chicos no deben dejarse discriminar. La violencia mata y, para hacerlo, no discrimina’. A Oscar Castellucci se le pusieron vidriosos los ojos cuando pronunció esa frase. Todo le hacía recordar a su hijo CAPÍTULO 10

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Martín, asesinado a principios de mes en una discoteca de Lanús. Sus palabras se dieron ayer durante el lanzamiento de la campaña del Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) contra la discriminación de los jóvenes en boliches bailables, que él respaldó”. Cuando el horror abre un surco en el alma, el dolor sin nombre, puede paralizar y matar a quien imprevistamente sufre su latigazo. Cuando la brecha se llena de rencores y odios, que aunque justificables son letales, la amargura asesina en vida. En la herida abierta que mana sangre podemos sembrar muerte o vida. Las palabras de Oscar muestran la clase de semilla que en el momento del mayor dolor de sus vidas decidieron dejar germinar en sus corazones. Redimir es vencer. Lograr que la maldad ejecutada contra nosotros sea absorbida y transformada produciendo una reacción opuesta e inversamente proporcional al daño recibido. Tanto odio se combate con mucho más amor, tamaña impunidad es quebrada por la búsqueda intensa de justicia. La primera decisión de amor compartida por todos fue donar los órganos de Martín, así él podía seguir dando vida; luego la familia comenzó a socorrer a víctimas de violencia y sus familiares, y entonces se gestó la Asociación Martín Castellucci, que ha alcanzado logros significativos para que toda nuestra sociedad viva mejor. Solo Ana, Oscar y sus hijos saben si perdonaron a los agresores – materiales e intelectuales–, pero estamos seguros, porque los vemos diariamente en sus acciones: ellos han redimido con vida la muerte, con amor el odio. Con su dolor a cuestas continúan sembrando paz, CAPÍTULO 10

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cambiando el mundo para que nadie sufra lo que ellos sufrieron. Trigo entre cizaña “En el local bailable La Casona se implementó un deplorable sistema de admisión de ingreso, inspirado en evidentes prejuicios de índole racista y clasista”, expresó el juez Guillermo Puime al fundamentar su voto condenando, el 14 de abril de 2009, a José Segundo Lienqueo, el asesino material de Martín, a once años de prisión. Racismos y odios incomprensibles que llevan a la violencia más sádica. Seguramente, ese agresor insensato debe haber sido víctima también del sistema implementado por Atilio Amado, dueño del boliche La Casona, botón de muestra de un sector de la sociedad que en su anacronismo tipifica y segrega, tal como lo describió el juez Puime: “En el local no solo era válido impedir el ingreso de aquellas personas que no se adecuaban al estereotipo admitido, sino que además, de resultar necesario, habilitaba el uso de la violencia extrema”. Sin embargo, a pesar de tener todas las excusas imaginables para reclamar venganza, los Castellucci jamás levantaron su voz para pedir mano dura, pena de muerte ni modificaciones retrógradas al Código Penal. Lejos del “ojo por ojo y diente por diente”, buscando la justicia, se encontraron edificando una nueva realidad para la sociedad que de alguna manera los había malherido. Por la intensa labor desplegada por su Asociación, el 7 de mayo de 2008 se sancionó la Ley 26.370, que regula la actividad de los controladores de admisión y permanencia en lugares de esparcimiento. La norma ordena que quienes cumplen esta función deben aprobar cursos de capacitación en no violencia. Con tal fin y junto con el Sindicato Único de Trabajadores de Control de Admisión y Permanencia de la República Argentina (Sutcapra), Oscar, Ana, sus hijos y los CAPÍTULO 10

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maravillosos colaboradores que se fueron sumando contagiados por su pasión inauguraron el Centro de Formación Profesional 420 (CFP), donde se capacitan verdaderos profesionales en la prevención de disturbios. Allí, quienes podrían haberse transformado en sus enemigos se gradúan para poder ser habilitados en su trabajo. Educación y formación para erradicar el horror evitando que vuelva a asaltar a otro hogar. Todos los involucrados propusieron el nombre de la nueva entidad educativa que como un faro convoca a la memoria: “Martín Castellucci”, para honrar la vida y a la vez llamar a la reflexión a todo aquel que en ella ingrese. Lejos de colocarse enfrente para expresar odio, la familia eligió pararse en la misma vereda de los victimarios que ejecutaron violencia contra su hijo. Así, junto a ellos lograron dar pasos fundamentales en el largo camino que conduce al cambio de la cruel realidad. En lugar de alejarse y ahondar la división, se acercaron, se unieron y vencieron el odio con la fuerza del amor. Honrado por sus invitaciones cada vez que realizan sus actividades para reflexionar y trabajar con el fin de terminar con la violencia y la discriminación, me emociono al ver desaparecer a Oscar entre los brazos de muchachos musculosos de porte atemorizante, miembros del sindicato. Lo abrazan con el cariño y respeto que se le profesa a un padre. He llorado conmovido al ver el amor de esta gente increíble, vidas capaces de redimir el peor dolor y la maldad más perversa. Devolviendo bien por mal, edifican día a día una nueva sociedad sin abandonar el anhelo de justicia que ponga a buen resguardo CAPÍTULO 10

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a quienes delinquieron asesinando. Esa también es una forma de cuidar a las ovejas del rebaño que son amenazadas por brutales lobos depredadores. Justificadamente, la cátedra de Derechos Humanos de la Escuela Normal Superior Bernardino Rivadavia, en la ciudad de Buenos Aires, fue bautizada “Martín Castellucci”, resumiendo en su nombre el de los forjadores de vida, respeto y libertad: Ana, Mariana, Pablo, Laura y Oscar. Creadores de una nueva realidad, ellos, con autoridad, pueden hablar de derechos y de humanidad. “Cuando uno sufre una injusticia tan grande no modifica sus valores, construye con base en los que ya tenía. Ahora comprendemos claramente que una sociedad violenta requiere, para ser modificada, otra cosa que violencia; si no, se repite el efecto. Frente a ella, debemos sostener la tolerancia… Para la pérdida de un hijo no hay reparación judicial posible, pero por su memoria queremos que quienes son los responsables de su muerte estén presos”, afirmaba Oscar con la claridad y la sabiduría que solo posee quien en medio del dolor ha sembrado verdadero amor. Cuando cumplieron cinco años forjando vida desde la muerte, decidieron homenajear a quienes en la ruta de su labor caminaron edificando junto a ellos. Al enterarme de que querían honrarnos con un reconocimiento, pensé que era una locura, pues somos nosotros quienes deberíamos estar premiándolos a ellos permanentemente, verdaderos héroes que bregan incansablemente por la paz, la no discriminación y la libertad. Honrado, recibí de sus manos ese memorial, en el que se leía bajo la imagen de Martín: “NO ES LO MISMO SIN VOS”, expresión de amor maravillosa: el recuerdo permanente de quien ama y a la vez nos CAPÍTULO 10

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convoca para que todos podamos colaborar en la construcción de un mundo mejor. Aquí estoy, mamá… Ana llegó al viernes 2 de diciembre de 2011, víspera de la fecha en que Martín fue golpeado, con la urgencia interior de preparar una carta de lectores para publicarla en el periódico de mayor circulación del país el miércoles 7, día en el que cinco años antes habían sido trasplantados los órganos donados de su hijo. Aquel viernes, casi al alba, Ana escribió de un solo trazo la carta que horas después enviaría a la redacción del periódico: “¡Aquí estoy, mamá! Tranquila, mamá, estoy bien, tratando de acostumbrarme a vivir sin ustedes. No hubiera querido irme tan pronto de tu lado, de papá y de mis hermanos. Sin embargo, me he ido con fuerzas para seguir este otro camino, cargado del amor incondicional de ustedes. Me estuve preguntando qué regalo podía hacerte en este quinto aniversario en que no estamos juntos, y vos me diste la respuesta. Por eso les pido a quienes recibieron mis dos riñones (una mujer de 48 años y un hombre de 59, en Capital Federal); mi hígado (un hombre de 53 en la provincia de Tucumán); mis válvulas aórticas (un nene de 11 meses, en Capital, y una nena de 13 años, en La Plata); mi válvula pulmonar (un nene de 3 días), que le escriban a mi mamá (Ana) para decirle que están bien. Mi mamá va a estar muy feliz de recuperarme a través de la salud y las palabras de ustedes. Un beso, ma”. Sin embargo, antes del mediodía de aquel 2 de diciembre, CAPÍTULO 10

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anticipándose a toda publicación, como si el mensaje hubiese sido enviado por un medio más certero y poderoso que el terrenal elegido por Ana, se comunicó al Facebook de la Asociación el receptor del hígado, cuyo sexo, edad y lugar de residencia conocían por haber sido informados en su oportunidad por Buenos Aires Trasplante, pero no su identidad, ya que está prohibido dar esa información. La siguiente es la transcripción textual de la comunicación que aquel día mantuvieron por medio de la red social: Julio César Rodríguez: “Hola, soy la persona que recibió el órgano (hígado) del chico Martín Castellucci. Son pocas las palabras para expresar mi agradecimiento y las condolencias por su ángel Martín Castellucci. Les cuento que todos los días pido en plegaria a Dios por Martín y sus seres queridos y les digo con total convicción que amo a ese órgano y lo cuido mas que a mis propios órganos. Les cuento que al devolverme esta nueva vida Dios me dio una nueva HIJA. AGRADECIDO HASTA LAS FIBRAS MAS ÍNTIMAS DE MI ALMA, CORAZÓN, CUERPO y MENTE... Si no es muy fuerte me gustaría conocerlos personalmente. Gracias atte.: RODRÍGUEZ JULIO CÉSAR Cualquier cosa estoy a su disposición”. 2 de diciembre de 2011 a las 11.10 Oscar Castellucci: “Gracias por el mensaje (que nos llega cuando se están por cumplir cinco años del asesinato de Martín). Claro que nos gustaría conocerte personalmente. Como no puedo enviarte un mensaje privado, te pido que te contactes CAPÍTULO 10

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a mi Facebook personal (Oscar Castellucci) y por esa vía me dejes un mensaje de cómo comunicarnos con vos (un teléfono). Supongo que vivís en el interior del país, porque ese es el único dato que pudimos obtener cuando se produjo el trasplante. No tenés idea de la emoción/conmoción que sentimos en este momento. Un fuerte abrazo”. 2 de diciembre de 2011 a las 12.10 Julio César Rodríguez: “Sí, Oscar, soy una persona del interior. Nunca jamás nadie me informó. Solo por vía del razonamiento, pues mi tío me trajo un diario de Buenos Aires con la noticia de lo que había ocurrido y coincidían plenamente los horarios del hecho y de mi trasplante. Tuve la total seguridad de que era Martín y de esa forma aunque no sabía quién era. Estamos muy conmocionados, tengo una congoja y un llanto de emoción, de alegría, una mezcla indescifrable de haberme comunicado con seres maravillosos escogidos por Dios por tal acto de nobleza que engrandece a su persona y a su familia. Semejante acto de solidaridad a pesar del dolor que solo ustedes saben.. (03865)15… ese es mi celular!!!”. 2 de diciembre de 2011 a las 12.18 Oscar Castellucci: “Cuando se nos pase un poquito la conmoción, quizás esta tarde mismo, nos comunicaremos por teléfono. Para nosotros es una noticia inmensa que recibimos en una fecha que además nos tiene muy sensibilizados. Gracias por su decisión de comunicarse con nosotros”. 2 de diciembre de 2011 a las 12.29 En realidad, Martín no está muerto, “duerme”, diría Jesús. CAPÍTULO 10

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Esta es solo una instancia momentánea de separación. Culminará como dice la canción “No me olvides”: “Un día te fuiste lejos, que no es lejos para mí, volveremos a encontrarnos y allí sin prisas vivir...”. Entre tanto que llega aquel día, Martín sigue vivo en las vidas que ayudó a salvar con sus órganos… late con cada latido de sus corazones, ejemplo eternal de redención. Sembrando vida Cuando la presión del agua rompe la conexión entre el hielo y la tierra, se rajan las paredes del glaciar… no hay hielo que no se rompa… no hay angustia, ni dolor, ni muerte que no pueda derrumbarse. La nieve caía maravillosa tapizando La Angostura con un blanco frío y precioso. Copos caían danzando, viajaban hacia todos lados y ascendían burlándose de la ley de la gravedad. Ese espectáculo extraordinario me indujo al silencio; entonces, escuché el casi imperceptible sonido del encastre sutil y perfecto de un copo con otro cuando finalmente se depositan en la tierra para sumarse hasta cubrir todo con un espeso manto que fusiona el paisaje. Sin embargo, cuando cesa la nevada, el frío arrecia, y junto a la humedad cómplice transforman aquella esponjosa alfombra en una dura capa de hielo. Los caminos se vuelven peligrosos. Vehículos ingobernables parecen cobrar vida propia desobedeciendo a los más experimentados conductores. Frenos inútiles para detener interminables patinadas sin control ni gobierno alguno, porque la dirección no responde y entonces altera sus destinos e inevitablemente estos terminan fuera del camino, en la banquina o estrellados contra algún árbol frondoso, CAPÍTULO 10

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dañados, rotos y heridos. Baqueanos solidarios con sus palas y herramientas punzantes se abocan laboriosamente a romper y quitar el hielo en las empinadas cuestas. Tropillas de trabajadores viales arrojan toneladas de sal para derretir el hielo en los caminos. De la mano y el esfuerzo del hombre, la ruta vuelve a ser una segura vía de comunicación. Asimismo, las nevadas de la vida dejan huellas heladas en tu corazón, que con el correr del tiempo y de muchas lágrimas se transforman en densas y frías cubiertas que pretenden aislarnos del dolor. Para transitar seguro en la vida y llegar al destino anhelado, es necesario romperlas. Esos hielos generados para ocultar las heridas del pasado no se quiebran solos, sino con la decisión íntima, personal, de superar lo que nos puede desviar del futuro. Con arrepentimiento verdadero y el cambio en nuestra conducta, restituimos el daño causado en otros por las lanzas que arrojamos, desalojando así a intrusos pasajeros del horror que anidan en nuestras tinieblas, dejando que desde nuestro interior nazca la luz que pone fin a toda oscuridad del alma. Por sobre todo dolor sufrido, tajos que otros nos hicieron, la redención nos libera rescatando nuestras vidas. Ella depende de nosotros y se activa por nuestra decisión. Los enemigos de nuestra alma pueden triunfar ligándonos a su odio, o emancipados de ellos, podemos echar raíces en la redención y así construir una nueva realidad basada en la justicia, el amor y la libertad. Nosotros determinamos con qué llenaremos nuestra alma. Toda experiencia, por terrible que sea, puede ser superada, redimida y transformada, sin ser esto sinónimo de negación o de perdón superfluamente impuestos. CAPÍTULO 10

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Oponiéndose a la violencia, al odio y a la sinrazón, la redención logra que cuanto más profundo haya calado la herida en nosotros, tanto más importante y fructífera sea la dimensión que alcance nuestro ser. Raíces profundas que nos hacen fuertes y fructíferos. Quien salió de la tumba nos entiende, por eso es poderoso para socorrernos. Salomón, hijo de David y Betsabé, siendo rey dijo: “Aquello que fue ya es, y lo que ha de ser fue ya, y Dios restaura lo que pasó”9. No es un trabalenguas: aquello que fue en el pasado, las historias de proezas y milagros, grandes mujeres y hombres logrando hazañas, YA ES en el hoy, en nuestro presente; por lo tanto, veremos iguales victorias si podemos creer y pasar nuestro invierno. Nuestro futuro, lo que ha de ser, FUE YA, pues en la antigüedad alguien vivió lo vivido por nosotros y, aferrado a la mano de Dios, superó toda adversidad; debemos confiar pues venceremos. En definitiva, si algo hicimos mal, si en algo hemos fallado, si fuimos dañados, heridos o simplemente hicimos lo indebido, Dios restaura lo que pasó, es decir, hay redención. Salomón sabía lo que escribía, él mismo fue la redención para Betsabé y David: el hijo amado por Dios. Pase por caja Dos de los mejores maestros que dio la Iglesia Evangélica hispanoamericana dialogaban sobre este punto central de la doctrina cristiana: la redención. Uno de ellos, quien me relató la charla –amigo, hermano del alma–, es un pensador brillante, de aquellos que con cada palabra que dice deja abierto un universo para explorar. El análisis se basaba en el hecho de que el Evangelio toma esa figura 9

Eclesiastés 3:15.

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para hablar del acto salvífico. La redención, aunque nos suene a vocablo religioso, se refiere a una acción comercial: el pago o la liberación de una deuda. La RAE define con exactitud el concepto de “redención”10 como el acto del pago de una hipoteca, la liberación de una esclavitud por un precio, poner fin a un vejamen. Muchas veces, no les atribuimos a ciertos conceptos la importancia que tienen, pensando que son temas lejanos que no merecen que perdamos en ellos nuestro tiempo, porque no nos rozan ni tangencialmente. Sin embargo, este es uno de los grandes dilemas de la fe que dirime una cuestión esencial: salvación por obras o por gracia. Cuando hablamos de la salvación por obras, en el oscuro lado de su implementación, debemos notar que a lo largo de la historia de la humanidad, este argumento ha servido para la explotación del hombre por el hombre, el desarrollo de cruentas e interminables guerras donde las “obras realizadas”, por macabras que sean, garantizan salvación eterna. Sin duda, esta doctrina ha sido el instrumento que posibilitó y posibilita el establecimiento de tiranías e injusticias: políticas, militares, culturales y económicas. Lo notes o no, este tópico teológico, en apariencia inofensivo, maneja los hilos conductores de muchas de las circunstancias que sufres en la actualidad. Vivencias cotidianas regidas por este patrón de fe, se incline ante el dios que se invoque, desde el ídolo más veterano hasta la raíz de todos los males, el dios de papel que tiene una feligresía incalculable: el dinero. 10 Redimir:

del latín redimĕre// 1. Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio.// 2. Comprar de nuevo algo que se había vendido, poseído o tenido por alguna razón o título.// 3. Dicho de quien cancela su derecho o de quien consigue la liberación: dejar libre algo hipotecado, empeñado o sujeto a otro gravamen.// 4. Librar de una obligación o extinguirla.// 5. Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia. (Fuente: diccionario de la Real Academia Española).

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Ahora, cuando nos basamos en la salvación por gracia, como Martín Lutero y los reformadores sentaron en su prédica, caemos nuevamente en la discusión de estos santos pensadores. ¿Por qué utilizar un término comercial que indica el pago de una deuda? ¿Si alguien pagó por mí, a quién le debo ahora? Escuchamos muchas veces una teología simplista que nos habla de la gratuidad de la salvación, pero esto no es así, precisamente porque hablamos de redención. Si Jesús se dio por amor y voluntariamente pagó nuestros pecados, no pidiéndonos nada a cambio… ¿quién es nuestro acreedor? La deuda Corría el año 1987, días de mucho trabajo en la etapa fundacional del Centro Cristiano Nueva Vida. Estaba tan atrapado por la apasionante labor pastoral, que no había tiempo para otra cosa… (bueno, en realidad, mi mundo mucho no ha cambiado). En aquel tiempo vivía en el templo y eso hacía que las jornadas fueran interminables. La última persona se marchaba a las cuatro de la madrugada y el primero llegaba a las seis de la mañana. Recuerdo, como una imagen que ilustra aquellas vivencias, el día en que pudimos colocar un sistema telefónico confiable, ya que hasta ese momento estábamos con aparatos muy viejos, que debíamos ir toqueteando para mantenerlos armados mientras los usábamos, de otro modo se cortaba la comunicación. Pasé aquella noche trabajando en publicidad y por la mañana ayudé a los técnicos –amigos que hacían todo por cariño– a instalar el sistema, que era de aquellos que tenían miles de cablecitos de colores. Pensé en tomar una breve siesta después de concluir la labor, pero el primer llamado telefónico llegó… Sonaba tan bien ese aparato nuevo color verde… al punto que disfruté atender (quienes me conocen saben lo poco que me gusta hablar por teléfono).

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Era la voz de una hermana de la iglesia. Ella, por amor, había empleado a un muchacho que pocos días antes había arribado a nuestra comunidad, preso de una fuerte adicción a la cocaína. Llena de cariño, lo llevó a su casa para que pintara las aberturas. En medio del trabajo, munido de espátulas y lijas, como no podía quitar la pintura vieja de un sector de una ventana, pidió un cuchillo. Pasada una hora de habérselo dado, aquel chico comenzó a violentarse y tras amenazarla – en pleno síndrome de abstinencia– salió con lo que ahora era un arma rumbo a la iglesia, que distaba a cuatro cuadras, declarando que me asesinaría. Aquella fue la primera llamada en el nuevo sistema. La vida pastoral tiene sus riesgos… Pasados unos días, en medio del vértigo mañanero, el verde aparato volvió a sonar y yo lo miré de reojo, con la desconfianza propia de quien está acostumbrado a que lo llamen cuando existe algún problema. Mi sorpresa fue grande, porque era la voz de mi hermano mayor, Víctor, quien sin mucho preámbulo me preguntó: “¿Querés comprarme el departamento de Avellaneda?”. Me quedé perplejo, no solo por la pregunta, sino porque la propiedad era muy hermosa, pero, en mis cálculos, inalcanzable. Sabiendo que yo había vendido un coche y que tenía algunos ahorros, me sugirió tomar mi dinero y que el resto se lo pagase en cuotas. Víctor había comprado ese departamento a un precio muy por debajo del valor del mercado y, como tenía otra oportunidad de adquirir un piso mejor, quería beneficiarme dejándome la propiedad al costo que él había invertido. La emoción fue tal que no supe qué contestar. Algunas veces, cuando se vive pensando en los demás, socorriendo urgencias todo el día, suena muy extraño que alguien se preocupe por uno y, ante una demostración de amor, uno suele quedarse estúpidamente mudo.

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Obviamente acepté. Sin embargo, para que mi hermano pudiera cerrar la operación de su nueva vivienda, faltaban cinco mil dólares americanos por sobre lo que yo tenía ahorrado. La única solución fue ir a ver a don Alberto. Mi papá no me dejó hablar, respondió con rapidez: “Sí”. Todo se realizó velozmente y con felicidad… pero yo quedé con dos compromisos… Pasados unos meses, fui a hablar con mi papá, descontando que él me perdonaría la deuda, pero, para mi sorpresa, su respuesta me dejó impactado: “Guille, el dinero que te di no es mío, es tuyo y de tu hermano, quienes lo heredarán cuando llegue el tiempo; si te regalo ese dinero, se lo quito a tu hermano y eso no es justo…”. No sabía si llorar, gritar o abrazarlo. Una mezcla de emociones terribles luchaban dentro de mí. Aquella noticia significó muchas noches sin dormir, realizando trabajos free lance para agencias de publicidad para reunir el dinero. Con el paso del tiempo, lo logré. Recuerdo cuando le llevé el pago de la última cuota, sin mucha alharaca –pues mi papá era sensible pero no efusivo–; me miró con los ojos tan vidriosos como los míos en este momento, y me dijo: “Te felicito, sos responsable”. Sentí que había rendido un examen de los finales en la universidad de la vida y que el mejor maestro me había aprobado. Con el tiempo, aquella enseñanza de don Alberto comenzó a profundizar el concepto de redención en mi vida. Claro, la deuda Dios se la transfirió a la gente, a la humanidad, a la sociedad, al mundo… Aquella mañana, interrumpí el relato de mi amigo sobre el tema del acreedor de la redención. “¡Las almas!”, exclamé ante su sorpresa e CAPÍTULO 10

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insistí: “La comunidad… ellos son nuestros acreedores”. Por eso Pablo nos dice: “Soy deudor, a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”11. Cada persona que camina por la calle, cada joven, cada anciano, aquella ama de casa y el oficinista, el desempleado, quien está preso y quien lo vigila, el enfermo, los médicos, los jueces, los mandatarios y legisladores, militares, estudiantes, niños, comerciantes, banqueros e industriales… los obreros, las maestras, todos… TODOS son nuestros acreedores. Tenemos una deuda con nuestra comunidad; por ende, nada de lo que ocurra en ella nos puede pasar desapercibido. Nada nos es ajeno. Si a alguien le pasa, nos pasa a nosotros. Entonces se abre la mente para entender a Jesús: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?’. Y respondiendo el Rey, les dirá: ‘De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis’”12. El paco y otras drogas, la violencia, el hambre, la desnutrición, el desempleo, las injusticias, la falta de salud y educación, el analfabetismo, ese chico y los adultos que viven en la calle, los desalojos, los asentamientos, las villas miseria, el consumismo, la destrucción del medio ambiente, la polución, la prostitución, la trata de 11 12

Romanos 1:14. Mateo 25:35-40.

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personas… a cada ser atrapado en ellos, soy deudor… todos ellos son mis acreedores. La velocidad con la que las sociedades modernas marginan y descartan a la gente nos abruma. Hasta el día de hoy encontramos en las calles de la Argentina vidas quebradas por la crisis del 2001. Profesionales, empresarios, gente que tenía una vida organizada, pero ante el quebranto repentino, ante el robo de todo lo que te pueden robar: dinero, propiedades, ahorros, futuro, seguridad, familia, esperanza… quedaron en estado de shock, abandonándose a sí mismos. Literales muertos en vida, zombies que deambulan sin importarse ni importarles a nadie. Muchos los perciben como un peligro, la basura que nadie quiere ver y que este “sistema” genera por toneladas. La impotencia se agolpa en la garganta y te estrangula, porque la carga por ellos es tan grande como la imposibilidad de ayudarlos a todos. La horrible sensación de ser invisible ante la sociedad que ríe indiferente, esquivando a los que sufren y a quienes queremos ayudarlos en su alocada marcha. Recuerdo el relato de un arquitecto que saliendo de un restaurante con sus amigos y familia, vio harapiento mendigando a un compañero de estudios que se graduó con honores en su camada. “Ambos nos avergonzamos y fingimos no conocernos…”, me dijo con el estupor de quien desde su seguridad percibe que su castillo no es tan seguro. La frustración desemboca en una verdad contundente: “SOLOS NO PODEMOS HACER NADA”. Es el momento en que descubrimos cuánto necesitamos a los otros… Aprender a conjugar la primera persona del plural se vuelve CAPÍTULO 10

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imprescindible. Entender que un médano se hace grano a grano, que somos una gota, pero cuando me uno a otra llegamos a conformar un mar. Eso no es otra cosa que la comunidad organizada, como se denominaba en el mundo helenístico a las asambleas de ciudadanos congregados por razón de lo público: ekklesía, la Iglesia soñada e implantada por Jesús. Un pueblo unido compuesto por todas las razas y todas las culturas, que no respeta límites geográficos, legales ni políticos… solo reconoce a la gente, a los iguales, a los otros para poder fusionarnos en un nosotros amplio y generoso, que no pregunta quién eres, pues solo le importa que eres. La revolucionaria La Iglesia revolucionaria de un Cristo revolucionario. Esa que revuelve toda sociedad para que los de abajo no sucumban y los eleva. Movilizadora potente, levanta al caído y conduce a quien no padece ninguna necesidad al estado de misericordia, es decir, llevar la cordia, el corazón, al nivel de miseria que viven los otros para transformarlos en ayudadores. Una Iglesia revolucionaria que destruye la pobreza, el dolor, la enfermedad, la ignorancia, el fracaso, la ruina, la aflicción, la violencia, la depresión, la tristeza… que sabe que de la mano de JESÚS todo es posible, porque ENTRE TODOS PODEMOS. La redención hace fuertes a las personas y a los pueblos que alcanza, proyectándolos sin límites. Todo lo podemos lograr, pues nada ni nadie nos puede vencer, ya que sabemos redimir toda circunstancia. Somos más que vencedores por medio del Redentor y no dejamos a ninguno a la vera del camino… CAPÍTULO 10

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sostenemos a los débiles, recogemos a los olvidados, buscamos a los extraviados y alimentamos a los desnutridos, recuperamos a los desechados… no damos a nadie por perdido. No negamos la realidad autoconvenciéndonos de verdades ficticias; muy por el contrario, conociendo con diáfana claridad la verdad, somos capaces de transformarla. Tenemos los genes del Redentor y por el poder de su amor hacemos nuevas todas las cosas. Por esta causa somos más que vencedores. Momento importante en nuestras temporadas es cuando el surco está abierto. De la semilla sembrada dependerá nuestro fruto… es decir, nuestro futuro. Romper el hielo que aísla la semilla pretendiendo dejarla estéril, sin contacto con la vida, el amor, la paz y la felicidad. Dejar atrás el pasado, habiéndolo confrontado, resuelto y saneado, nos prepara para continuar y avanzar aferrados a la vida con pasión.

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