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Guillermo Montes Ramos, un corralero desconocido

Por Marcos Fidel Vega Seña

Guillermo Antonio Montes Ramos es un hombre tranquilo. Su voz es pausada, incluso, cuando expresa preocupación. Su vida implica varias páginas de la historia musical del Caribe colombiano. Es un sahagunense más reconocido por fuera que en su propio terruño. Allí libra su batalla sólo con el acompañamiento de sus amigos entrañables; de los artistas, que lo aprecian y lo respetan y de su familia, de la que ha recibido todo el apoyo del alma.

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En su infancia Guillermo fue un niño feliz. La felicidad de la infancia se la debe a la música. Con la bondad del tono que lo caracteriza, evoca esos recuerdos.

“La vida musical de todo músico empieza en el barrio, en la casa, enamorándose de lo que hacen los vecinos, los hermanos. Yo tengo unos hermanos que cuando estaban pequeños armaban su grupo de “recocha” de noche. Eso me fue enamorando de la música; uno tocaba “violinas” (dulzainas), no sonaban bien, pero lo enamoraban a uno con eso nuevo que estaban haciendo, que para mí era nuevo, entonces, así se fueron creando grupos en la época de violinas, más que todo lo que se generaba en esa época”.

Guillermo vive en Sahagún, pueblo al norte de departamento de Córdoba. Ha sido cuna de artistas, educadores, gestores culturales, pero también de personajes que empañaron la tradición de pueblo tranquilo, acogedor, seguro y, especialmente, honrado y transparente. Ayer como hoy, Sahagún ha sufrido el rigor de administraciones desastrosas. Ayer como hoy, Sahagún vive a oscuras. Y eso lo recuerda Guillermo.

“Como era más normal que ahora que no hubiese luz por largo día, por una noche, lo que hacíamos era reunirnos con la gallada del barrio. Nosotros lo que hacíamos era tocar música del momento y así se fue afianzando mi amor por la música. Mi hermano, José Manuel, fue el primero que en la casa dio esas luces de ser músico”. Pero fue otro hermano quien lo inició en el “vicio” de lo musical. Se llama Medardo. “Como somos casi contemporáneos, andaba mucho con él y a los grupos que él asistía iba por pasar el rato. Me fui enamorando de la percusión, más que todo, y he ido evolucionando”, relata sentado en el comedor de su acogedora casa.

Efectivamente, existen registros en los cuales aparece Guillermo interpretándole la guacharaca a agrupaciones famosas, en sus primeras incursiones musicales en público.

La guacharaca de don Perfecto

El artista reconoce que la música, como actividad cultural y social, evoluciona.

“La música ha ido evolucionando, los grupos han ido evolucionando y yo me enamoré mucho cuando tuve mi primera guacharaca. Fue cuando mi papá, Perfecto Montes, se dio cuenta de que yo tenía amor por la música. Me hizo una guacharaca de tubos de PVC. Con una segueta, cogía un machete, lo picaban por el lado del filo quedaban ranuritas y con eso me hizo guacharaca. Allí fue cuando yo empecé a enamorarme de la guacharaca, tanto así que era autodidacta”.

En consonancia con la tradición de la mayoría de los músicos, que en Colombia se considera, y aun quedan vestigios de eso, como un oficio marginal, Guillermo aprendió solo. Para afinar su oído, se hacía acompañar de la radio.

“Como siempre en la casa no faltaba el radio y como había muchos programas de música de acordeón de esa época yo seguía esos grupos que sonaban”, afirma con evocación.

Vienen la percusión y el Festival Vallenato

Desde afuera, en el barrio El Carmen, se escuchaban los ruidos de motos, carros, notas lejanas de música. El flujo de la conversación con Guillermo sigue.

“Te decía que me fui enamorando porque en esa época en los barrios había siempre picó, equipos y grupos. Aunque yo de mi casa nunca salí como ahora que sale el pelado y no saben para dónde sale, yo era de mi casa, porque esa era la ley que tenías que respetar, pero el oído estaba escuchando a la distancia”

La guacharaca hace parte de la versatilidad armónica que Guillermo tiene como un don. La otra bendición de la naturaleza le llega con el manejo de los instrumentos de percusión, especialmente la tumbadora. Su ejecución le permitió integrar una de las primeras agrupaciones que recuerda con cariño: Son Kalamary. La forma en que le llega la revelación de la tumbadora y otros instrumentos, Guillermo lo cuenta así:

“Yo tuve una particularidad. Identificaba mucho lo que hacían quienes estaban tocando los golpes que daba la tumbadora, quienes hacían la guacharaca, quienes hacían la caja… Entonces yo, de lejos, me fue gustando eso y me fui enamorando de esa música, tanto que fui autónomo… “ En el cuadro de participación con otras agrupaciones, narra que fue guacharaquero de “los grupos de ese momento. Mi primer grupo fue con Plinio Coronado (acordeonero de profesión y docente de Sahagún); después fue con Fredy Sierra” (sahagunense, Rey Vallenato en 1995). O sea, los grupos de acá que ya estaban a otro nivel se fijaron en mí. Yo en esa época, me acuerdo que en la casa yo conocía la Trejimun… ¿qué es la Trejimun? Una radio que era casete, emisora y LP. Entonces, yo apenas llegaba montaba mi casete y me ponía a practicar guacharaca. Aprendí autónomamente la guacharaca, tanto así que fui como a cuatro festivales vallenatos. El festival del 94 fue el último al que fui con Fredy Sierra; me invitó para el 95 y yo dije no porque yo estaba ya cansado de ese cuento. Él insistió en que lo acompañará porque yo tocaba guacharaca y cantaba; le dije que no. Yo estaba cansado, pero ni idea que iba a ganar, pero sí tuve la oportunidad de estar en la tarima de Francisco El Hombre”.

Vienen las voces Como se afirmaba, Guillermo es un músico versátil. Esa cualidad le ha dado para codearse con artistas destacados de la música vallenata. Afirma que ese logro se lo debe a su insistencia de interpretar la guacharaca.

“Además, me enamoré de las voces, primera, segunda, las identificaba. Nadie me las enseñó, sino que yo las identificaba, de pronto porque Dios me dio el don de tener buen oído, entonces, yo qué hacía, imitaba las voces que escuchaba, las identificaba y las separaba en mi mente y las hacía independientes. Eso me fue enamorando de esas voces. Cuando hago eso, yo soy un guacharaquero diferente de los demás, porque, además de tocar guacharaca con Pello Elías, hacía primeras con Eliezer, segundas…, bueno con todos los de por acá, hasta con los Naranjo…”

El día que llegó a Los Corraleros de Majagual. Guillermo fue un corralero, es decir, integró la histórica agrupación Los Corraleros de Majagual, conformada por una constelación de figuras musicales de la talla de Calixto Ochoa, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, Chico Cervantes, César Castro, Eliseo Herrera, Nacho Paredes, entre otras figuras. Al retomar el hilo de sus recuerdos, rememora en qué momento se le da esa oportunidad.

“Yo había avanzado mucho y a mí me conocía Lucho Ojeda, que estaba con Calixto por allá en San Rafael, en El Prado, en Las Mercedes; vieron esa evolución que yo tenía y es en el momento en que se fue el guacharaquero de Calixto, que se llamaba Aníbal. Ellos le dijeron a Calixto que había un muchacho tal que toca la guacharaca y que también hacía voces, porque ellos querían a alguien polifuncional y yo hacía voces y tocaba la guacharaca, entonces, los artistas querían esa clase de músicos, que hicieran más de una cosa…” Como es una evocación inolvidable para la carrera artística de Guillermo, no omite detalles y los recuerda con mucha claridad.

“Voy y hago el ensayo con Calixto. Yo no soñé nunca con tocar con él porque yo solamente lo conocía en las carátulas de los discos y por la radio. Entonces, es como tú vivir un momento mágico, o sea, encontrarme con ese personaje… Me sentí como en un sueño, diría yo, pero a la vez con responsabilidad. Yo debía demostrar que sí merecía estar ahí; que sí podía dar la talla… Yo siempre he tenido la habilidad de que con cada persona que conozco trato de como si nos hubiéramos conocido de mucho tiempo, armar una amistad, un vínculo que armonice la relación. Eso fue lo que hice con todos los músicos de Calixto. Eran músicos ya muy veteranos. Me encontré con un joven que en ese momento estaba con Calixto; se llama Rodrigo Mercado; éramos casi contemporáneos. Con él fue con quien más simpaticé….

El momento de la verdad e Los Papaupas

La dimensión de llegar a una agrupación de estrellas no amilanó el espíritu de lucha y de paciencia que caracterizan la personalidad de Guillermo. Presentía que allí empezaba una vuelta de no retorno. Así iniciaba la consumación de los sueños de un hombre que le ha entregado su vida a la música. Y por eso, lo narra, lo comparte con esa sencillez, nobleza y gallardía.

“Demostré mis dotes de guacharaquero y que hacía voces, e innové… A Calixto le llamó mucho la atención eso, entonces, hice algo nuevo en ese grupo. Se llamaba Los Papaupas, Calixto Ochoa y Los Papaupas. Allí cantaba Betty, estaban Lucho Ojeda, Rodri Mercado, Olimpo Beltrán, o sea, una cantidad de músicos que ya tenían su posición, su trayectoria, pero nunca me sentí inferior, porque ensamblé bien con ellos; empaticé bien con ellos; en lo único que no pude compaginar era que yo no tomaba, ni fumaba ni nada. Yo mismo me cree esa disciplina desde que estaba tocando con los grupos. A mí me decían evangélico, mira el músico que no toma y era la excepción, diría yo, porque nunca tomaba en parrandas, ni cuando ya pasé a Los Corraleros”

En compañía de La Dimensión Latina, del Joe Arroyo Como decíamos, a partir de ese momento, un mundo nuevo en la escena musical se le abría a Guillermo. Movimientos que se daban al interior de agrupaciones, algunos por conveniencias comerciales, otros por dineros y pagos, y unos más por egos y diferencias en el tratamiento interno entre los artistas. Así llega otro momento para Guillermo.

“Cuando se sonó que se iban a rearmar Los Corraleros ya Calisto estaba dejando a Los Papaupas, entonces nos llevó a Betty a Lucho Ojeda y a mí para Los Corraleros. Esa experiencia con Los Corraleros fue muy buena… Estuve un año con ellos; hubo una gira que también fue inolvidable para mí y fue un momento también mágico en mi vida. Fue con La Dimensión Latina, Joe Arroyo y Los Corraleros de gira por Cartagena, La Guajira, Santa Marta; el último toque lo hicimos en un centro comercial, con zipote agrupación de ese momento, La Dimensión Latina fue una orquesta que caminó mucho también; fue un momento para mí satisfactorio como persona, como músico; compartir tarima con esos personajes le marca a uno su momento”,explica emocionado.

Calixto Ochoa y Eliseo Herrera

Fueron dos figuras descollantes en Los Corraleros de Majagual. Ochoa Campo fue un músico versátil, que se paseó por todo el pentagrama musical del Caribe y de eso da cuenta el voluminoso legado rítmico y fiestero, que suena y seguirá sonando por siempre. Por su parte, Eliseo Herrera es el padre del humor y de los trabalenguas en la música. Caso único de la época, se labró la fama a punta de subvertir el uso de la palabra y de la lengua en las letras de las canciones. ¿Cuál fue la experiencia de Guillermo con estos dos artistas?

“La experiencia con Calixto fue muy gratificante. Él logro quererme, sin que me lo dijera. Yo era una persona muy responsable y cuando uno es responsable es puntual en los ensayos, puntuales a la hora de salir… He tenido esa disciplina y por eso tengo una experiencia muy chévere con Calixto. Sentir que él dijera está persona vale la pena porque los toques eran 23, 24, 31 de diciembre. Los cuatro, cinco años en que duré con Calixto, los diciembres se perdían, ni 24 ni 31… Yo llegaba a mi casa el 2 o el 3 enero”.

Para las familias colombianas es de mucha nostalgia que los familiares no se reencuentren en esas fechas especiales. Y ese sacrificio valió la pena. Guillermo recuerda que, “para un año de esos Calixto nos dijo, tocamos el 24 en el día y el 25 los quiero aquí a las siete de la mañana; te estoy hablando del año 94, donde las cuestiones de transporte no eran como ahora”. La gente respetaba mucho los festivos, las fechas claves…” Para esas fechas, el transporte se paraliza. Guillermo recuerda que debía estar en Sincelejo el 25 a la siete de la mañana. No pasaban vehículos, entonces para cumplir debió pagar un transporte expreso para llegar puntual. Guillermo rememoa con alegría el gesto de Calixto:

“Ese día le dijo a Carranza, que era quien manejaba el dinero de los músicos, pregúntale cuánto se gastó en el taxi. Me sentí grande, porque una persona como él, que tiene su temperamento, que te dé ese valor… Pienso que él era muy disciplinado. No le gustaba que en el ensayo se recochara mucho. Bueno, vinimos a trabajar, vamos a ponernos pilas, decía. Pero también tenía su parte jocosa, su parte de chiste su doble sentido… Esa fue una de las experiencias más cercanas y yo creo que eso fue lo que me hizo enamorar de la música corralera, de la música sabanera, que es la que manejaba él”.

Las bromas pesadas

Así como el cuento del gallo capón, revivido por García Márquez, las bromas pesadas y la mamadera de gallo, son comunes en la costa Caribe. Esa fue la experiencia que Guillermo vivió con Eliseo Herrera, Calixto Ochoa y Lisandro Meza.

“La experiencia con Elíseo fue de años que compartimos juntos. Fueron años de giras y de toques. Él era muy dicharachero muy jocoso; se hacía bromas con Calixto; estuvimos en Cali y empezaban a revivirse anécdotas cuando estaban con Lisandro; se hacían charlas pesaditas, porque se hacían juegos muy pesados, fue una experiencia muy chévere”.

La fuerza de la tradición

Esa larga trayectoria y experiencia en la música del Caribe se decanta hoy en el proyecto de Fuerza Uno Orquesta, al que Guillermo le ha dedicado más de 25 años de su vida. Es el fundador, director, manager… el hombre orquesta. Con ese proyecto viene el pero… De acuerdo con sus declaraciones, en estos momentos Fuerza Uno Orquesta, después de cumplir sus 25 años, Bodas de Plata, existe un poco de frustración, debido al pírrico apoyo de la gente con el proyecto. Fuerza Uno es una agrupación de 15 profesionales de la música. A pesar de que el trabajo se ha hecho en el estudio de grabación de Guillermo, producto de sus desvelos por la música, y se ha contado con la colaboración de artistas de talla nacional e internacional, la respuesta no ha sido la esperada. Es el caso del Maestro Juan Piña, quien interpreta una canción en ese trabajo, que no ha salido a la luz pública. Han colaborado otros músicos, amigos de Roberto Martínez, que han dado su apoyo para que sea un producto excelso. Trompetistas, bajistas, como el hijo de Eliseo García, compositor del porro Mi Sahagún, han intervenido en ese producto.

Guillermo aspira a que salga al mercado, a pesar de que no fue en la fecha de las Bodas de Plata.

“Aspiramos a que a finales de agosto o a principio de septiembre tengamos la oportunidad de sacarlo, pues económicamente no hemos podido conseguir un “padrino”, que nos dé la mano en ese producto, que es muy costoso, por lo macro que es. Son 12 canciones. Hemos ido sacando una a una y por estos días vamos a sacar un video con mujeres de Sahagún, para lo cual se estuvieron haciendo las tomas. Vamos a ver imágenes con todo tipo de actividades que tienen las mujeres de Sahagún: las que venden verduras, las que venden pescado, la estilista, las profesoras… Es un video que creo que va ser muy aceptado…”

La canción donde aparecen ellas se llama Mujeres de Sahagún y la canta Juan Piña.

Fuerza Uno Orquesta está integrada por Héctor Jiménez, 1ª trompeta; Héctor Andrés Jiménex Jr., 2ª trompeta; Roberto Martínez, 1º trombón y director artístico; Álvaro Montes, 2º trombón; Pedro Arroyo Montes, saxofón alto; Daniel Álvarez, 2º saxo o tenor; Óscar Paternina, en el bajo; Eider Bolaños y Sebastián Jiménez, en el piano; Diego Noriega, en la batería; Fred Montes, en las congas; Álvaro Ayala, percusión menor; Beto Martínez, Yeimy Betín y María Laura Montes (hija mayor de Guillermo), en las voces; Pedro Acosta, es el utilero. El director general es Guillermo Antonio Montes Ramos.

Pero no para allí el legado de Guillermo a la música. Tiene, desde el proyecto de Fuerza Uno, una escuela de jóvenes que se forman en el fogueo de la música y a la vez, es la preparación al relevo generacional. Así participan Sebastián Narváez, voz fresca y joven para la agrupación y Santiago Andrés Jiménez Morales, en el piano.

A pesar de este tropiezo, Guillo, como le llaman sus allegados, es optimista y mira hacia el futuro. Está consciente del legado que construye y que se consolida para la historia musical de Sahagún, del Caribe y de Colombia. Fuerza Uno es la actualidad de este corralero desconocido, pero que no será olvidado por su gran aporte a la cultura del país.

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