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En el patio de Enriqueta

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Entrevista

Entrevista

Por: Liseth Andrea Zúñiga Batista

En Colombia lo escrito le ha pertenecido al hombre que gobierna y lo oral al hombre oprimido (Zapata, 1962). Con esta afirmación se hace importante explorar la tradición oral de los pueblos, y de manera muy puntual, aquellos que se asumen como afrocolombianos, sus dinámicas, la trascendencia y el papel que cumple en el fortalecimiento de la identidad cultural de sus comunidades.

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Diferentes factores influyen en los cambios y preservación de la tradición oral afrocolombiana en el municipio de Turbo, a través de manifestaciones musicales como alabaos, bullerengues y sextetos.

El patio de Enriqueta

Los lugares representan y cumplen un papel fundamental en la conservación y difusión de las tradiciones, entre ellas la oral. En el barrio San Martín, en Turbo, está ubicada la casa de Enriqueta Valdez, actual cantadora del grupo Patrimonio Afrocultural Bananeras de Urabá, Turbo, (Pabut). Ella es nieta de Martina Balseiro Blanco, matrona del bullerengue, e hija de Miguel Mariano Robledo Canoles, quien en su tiempo de juventud y hasta hace ocho años fue cantador e intérprete de todos los instrumentos que componen el sexteto Aventureros del Mar.

En el patio de la casa de Enriqueta, el grupo Pabut se reúne todos los domingos por la tarde para ensayar y compartir vivencias. Es un encuentro de experiencias entorno a composiciones, canto y bailes de bullerengue que conserva aún su esencia tradicional y de antaño. El grupo está constituido alrededor de 20 personas; está registrado en notaría como grupo patrimonial del municipio, porque es el único que existe desde que Turbo era un palenque. “Tratamos de venir siempre, yo por lo menos vengo porque acá me relajo”, dice Julia Martínez Sánchez, integrante del grupo.

Asistencia y compromiso

La asistencia nunca es completa. En tiempos de ensayo y reuniones las personas están distantes y se excusan por inconvenientes familiares, por falta de información o porque tenían planes programados; las reuniones, sin embargo, siempre se llevan a cabo. En la parte final del patio, se sienta en su taburete Mariano Robledo, el papá de Enriqueta; escucha todas las conversaciones y tratos que se hacen entorno al bullerengue y al grupo. Es ciego hace seis años. “Siempre cuando no faltan seis, faltan cinco”, dice Robledo. Los incumplimientos en los diferentes grupos como bullerengue y sexteto, según los testimonios, hacen parte de sus componentes, como si fueran un instrumento más.

Pabut es insistente en conservar la tradición. Por eso está dispuesto a ensayar no solo para los festivales nacionales sino, para los distintos eventos locales, que aunque la remuneración es poca o nula asisten para mostrar que la tradición continúa. “La gente casi no viene, pero ahí estamos; por participar nos dan que el uniforme, el transporte o los accesorios, a veces nos pagan, eso antes no se veía, cuando mi mamá Martina se iba por varios días, era solo trago”, apunta Enriqueta.

Cuando faltan integrantes indispensables como los tamboreros o alguna de los coros, Ameth, hijo de Enriqueta y actual director del grupo, asume el rol. Él ha vivido con el bullerengue; se defiende en el toque del alegre y el llamador. Lleva la vocería; coordina aquello que involucre a Pabut: fiestas, eventos y muestras culturales. Ameth es persistente en seguir con el legado de Martina, su abuela, gracias a su constancia, disciplina y ejemplo ha sido merecedor de varios premios en festivales como mejor director.

La aparición de Martina

Son tres festivales de bullerengue importantes: Puerto Escondido (Córdoba), María La Baja (Bolívar) y Necoclí (Antioquia). El primero, a finales del mes de junio; el segundo, en octubre y el tercero en diciembre. Para esas fechas los ensayos se intensifican y aunque saben que están fuera de concurso en algunas categorías de premiación, siempre quieren mostrar la forma tradicional de su baile cantao, que a pesar de ser un grupo con la mayoría de sus integrantes pertenecientes a la tercera edad, está motivado para intercambiar conocimientos y experiencias, porque ven en los espacios dispuestos en los festivales, una forma de fortalecer la tradición, de mostrar el aprendizaje y costumbres de sus ancestros.

Enriqueta Valdez ha estado rodeada de música tradicional toda su vida. Vio a su mamá Martina componer, cantar y lerear1 en el bullerengue; la acompañó en sus últimos años de vida a todos los eventos y festivales, mientras aprendía de forma silenciosa los cantos. No quería ser bullerenguera; en su vida estaban otras opciones como trabajar vendiendo comidas, lavando y planchando ropa; las parrandas bullerengueras eran solo diversión y entretenimiento.

1 Lereo: Entonación melancólica prolongada de frases en el bullerengue sentao, transmite el desespero que sienten los bullerengueros cuando alguien está muerto o ausente.

Martina murió en marzo de 2009 y Enriqueta le guardó luto dos años. Después del fallecimiento de la matrona pasó a ser la voz principal del grupo. “A mí nunca me gustó el bullerengue; cuando mi mamá estaba enferma, la acompañaba y veía como cantaba. Pasaron los dos años, después del fallecimiento de mi mamá y ‘La Sabo’, (Sabina Escudero, su amiga y cantadora de bullerengue), me decía: ‘Enriqueta vamos para que cantes, tú puedes, te sabes los bullerengues’. Al principio me asustaba porque nunca había estado en una tarima y no quería. Pero un día en sueño allá en Puerto Escondido, mi mamá Martina me salió así sentadita con su bastón y me decía: ‘ves mija, ves, ves’ y de ahí yo me motivé, entonces ‘La Sabo’ cantaba dos canciones y yo otras dos”.

Los festivales se han convertido en un suceso trascendental en la preservación y difusión de la tradición oral afrocolombiana, no solo los de bullerengue, sino el de tambores en San Basilio de Palenque, donde se presentan los grupos de sextetos y el encuentro de alabaos que se hace en Andagoya, Chocó. Los alabaos llegan a Turbo por los diferentes migraciones de personas desde el departamento del Chocó, específicamente de los pueblos que están en las orillas del río Atrato. Hubo quienes llegaron con la tradición; sin embargo, la presencia en velorios o eventos representativos de la comunidad afrodescendiente es muy escasa: “en Turbo y en Urabá son como diez cantadoras y cantadores de alabaos, siempre están ocupados en sus quehaceres y no les alcanza el tiempo, imagínese con tanto muerto que hay”, explica Neil Quejada Mena, también integrante del grupo.

Los cantos de alabaos y gualíes2 fueron declarados patrimonio nacional el 28 de julio de 2014 por el Ministerio de Cultura. El primer lugar donde se escuchó el alabao, fue en el Chocó, tierra con gran presencia de esclavos por la explotación minera y presencia de evangelizadores de la corona española. Los esclavos aprovecharon su vena artística en el canto para adaptar las coplas y romances gregorianos a su situación social en las haciendas y en el servicio doméstico. Razón por la cual han permanecido en el tiempo. Muy poco se ha permeado de otras músicas y cada familia o persona poseedora de la tradición oral, viven sus contextos y componen desde su realidad (Córdoba y Rovira, 1998).

2 Cantos fúnebres que se entonan cuando un niño muere, principalmente en la región del pacífico colombiano.

El orden público, la difusión y el comercio

La realidad es expresada a través de versos y sones. En Turbo hay barrios como el Obrero, donde la presencia de chocoanos poseedores de la tradición oral desde los alabaos y los rezos fúnebres es más grande. Acceder a ellos se hace complicado por factores como la violencia en el territorio e incluso las nuevas formas de evangelización de las iglesias distintas a la católica, frenan el contacto directo con quienes conservaban el saber. “Yo he dejado de visitar a mis compañeros del sexteto y maderas del Darién porque no hay seguridad. Los jóvenes están muy caprichosos; ven a uno que va en su bicicleta y se la quieren quitar; forman sus macheteras y termina pagando gente que no tiene nada que ver. Por eso uno mejor evita una mala hora o el dejar de vivir tranquilo porque le quiten alguna de sus cosa”, afirma, Nicolás Torres de Arco, representante de la comunidad.

La violencia, la llegada de nuevos ritmos, el poco apoyo de las administraciones municipales, la no remuneración digna a cultores y la apatía de las nuevas generaciones son factores que ayudan a la desaparición progresiva de la tradición o a la modificación hasta convertirlas en folclore y no en tradición oral a preservarse.

“En Turbo hay grupos de bullerengue que conservan y tratan de persistir en el tiempo con las mismas costumbres. Su saber va de generación en generación, de familia en familia; pero los otros grupos que surgieron, fue a través de alguien que aprendió, le enseñó a otros y crearon los grupos que están dentro de folclóricos porque agregan otros instrumentos, tonadas y modifican los sones para hacerlos más comercial y competitivos en el mercado musical” Luis Vélez Arias, explica el historiador, natural de Turbo.

Una tradición que resiste

El bullerengue es la manifestación musical que más predomina en Turbo. Cuenta además de Pabut con dos grupos: Brisas de Urabá, en el que canta la matrona Eustiquia ‘La Justa’ Amaranto, y Cumbellé, donde actualmente canta e interpreta el tambor alegre Yarley Escudero ‘Japy’, heredero de la tradicional familia Escudero de Chucunate, el primer barrio de Turbo. ‘Japy’ también coordina el semillero Sabina Escudero Bello, que antes se llamaba Martina Balseiro Blanco

“Esa es la razón por la que el bullerengue persiste en el municipio, porque las familias de tradición se han preocupado por enseñarle a sus generaciones, además que llevan en las venas el amor por conservar el saber de sus ancestros, tú vas por Chucunate y ya los niños saben bailar o tocar el tambor, en cambio con el sexteto pasó todo lo contrario, los señores se fueron muriendo y ya es muy difícil encontrar a quien interprete los instrumentos” Elías Cuesta Córdoba (Coordinador de música Casa de la cultura Turbo).

El sexteto, nace de cantos campesinos que llegan a Colombia – originario de Cuba- a través de los diferentes ingenios azucareros distribuidos en lugares estratégicos de la costa Caribe. A Turbo llega por el Ingenio de Sautatá, en el Chocó. Desplazados de allá, traen su saber y su canto, sus sones e instrumentos, para entretenerse en el tiempo libre y amenizar bailes. (Minsky, S. 2006). Los sexteteros tienen su espacio para el encuentro e intercambio de conocimientos, en el Festival de Tambores de San Basilio de Palenque. Turbo contó con el grupo Los Aventureros del Mar, que se proyectaba cada vez que en algún lugar de Colombia se hablara de sextetos en Urabá.

El sexteto de Titi

En la actualidad, el sexteto en Turbo está disperso. Hace más de cinco años que no asisten a Palenque para mostrarse, compartir e intercambiar conocimientos. De ello quedan solo los comentarios de que representaban al municipio; no hubo producción discográfica y quienes llegaron con la tradición ya murieron como Ceferino Argumedo, “Tití”.

“Cuando ese ‘Tití’ cantaba, era un goce. Ese señor sí sabía de sexteto y le gustaba. Yo traté, cuando estuve de directora de la casa de la cultura, que estuvieran organizados y se les pagara por enseñar y representarnos. Muchos de ellos trabajaban muy duro y aun así estaban dispuestos a ensayar para ir en representación del municipio de Turbo”, argumenta Mónica Caicedo, exdirectora Casa de la Cultura de Turbo.

Los medios de comunicación juegan el papel de mediar y fortalecer la memoria colectiva de los pueblos y sus tradiciones, en la difusión no para que sean objeto de solo comercio y competencia, sino de facilitar conexiones e intercambio de saberes con otras comunidades que comparten y viven los saberes ancestrales como la tradición oral. Los medios están en el compromiso de dinamizar las relaciones y defender la identidad cultural de los pueblos.

A la tradición oral le ha tocado para sobrevivir en la cultura de consumo, una lucha entre preservarse o adoptar cambios y fusiones que son como todo lo popular, planteado por García, (1987): “ni exclusivamente folclóricos ni únicamente masivo; lo popular es hoy un espacio fértil para repensar la estructura compleja de los procesos culturales y para que los científicos sociales liberemos a nuestras disciplinas de los reductivismos que las disgregan” (p.5).

Mientras se liberan esos reduccionismos sociales, en Turbo seguiremos luchando por lo que somos y amamos.

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