LECTIO DIVINA DOMINGO 3º ADVIENTO C

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Entremos en la Alianza de Dios por la conversión Ambientación Este Domingo tercero de adviento lo designa la liturgia como el «Domingo de la alegría mesiánica», de gozo y esperanza. Todo el ambiente que vivimos en la ciudad nos está hablando de la Navidad. La preparación de Navidad que se hace en la ciudad, incluso en nuestras familias no ayuda a preparar la «Navidad cristiana» que nosotros hemos de vivir. En el Adviento, camino de preparación, se nos van ofreciendo unas metas a nuestra esperanza navideña: - el primer Domingo se nos afirmaba: «¡el Señor vendrá!». - el segundo Domingo nos invitaba: «¡preparemos el camino para recibirlo!». - el tercer Domingo, hoy, se nos dice: «¡estén alegres porque el Señor está cerca!». La proximidad del Señor trae alegría porque es portador de la paz. Nos preparamos a la celebración pidiendo perdón por todos nuestros pecados:

1. PREPARACION: INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO Ven, Espíritu Santo, llena y mueve nuestros corazones. Ayúdanos a acoger a Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne. Que Jesucristo, luz del mundo, ilumine nuestra mente y nos haga testigos de la Verdad y defensores de la Vida, para que nuestra comunidad eclesial sea la morada de Dios entre nosotros, «Casa y escuela de comunión», por la escucha y puesta en práctica de la Palabra Que nosotros no rechacemos la invitación de Dios a acercarnos y escuchar su Palabra, y trabajar por el Reino, sino que con nuestras obras y palabras demos testimonio de nuestra fe y ejemplo de nuestra esperanza. Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad, para que podamos comprender, aceptar y vivir la Palabra de Dios. Amén.

2. LECTURA: ¿QUE DICE el texto? Sof. 3,14-18ª: «El Señor se alegrará en ti» En la 1ª lectura resuena la invitación que el profeta Sofonías le hace al Pueblo de Israel a una explosión de alegría: «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel... El Señor será el rey de Israel en medio de tí...» (vv.14s). El profeta nos


proclama el contraste entre Dios que llama a su pueblo al gozo y al entusiasmo, y el pueblo abatido y derrotado, lleno de temor y desfallecimiento Cada año, la profecía mesiánica de este tercer domingo de adviento habla del gozo de la proximidad del Señor. Pero en este ciclo C, la lectura de Sofonías está íntegramente dedicada al gozo y al entusiasmo. Es que el evangelista Lucas -que nos acompaña este año- habla con frecuencia de la alegría evangélica. Más aún: el anuncio del ángel a María está calcado sobre las palabras del profeta Sofonías. Ella es la "hija de Sión", la nueva Jerusalén, ciudad santa donde habita Dios. Y no nos alegramos solamente nosotros; puede decirse que el mismo Señor experimenta la alegría de su obra. «¡Alegría, alegría, lágrimas de alegría!», decía Pascal, para expresar su emoción religiosa.Para un pueblo oprimido por poderes extranjeros ¿qué noticia podía ser mejor y más gozosa que la llegada del Dios liberador?: «Regocíjate, hija de Sion, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén». Esta palabra está dirigida a todo el pueblo, designado.con nombre de mujer: «Hija de Sion»; Detrás está la relación de afecto nupcial que vincula a Dios con su Pueblo, y el pacto de fidelidad que conlleva, mantenido siempre por Dios pero quebrantado tantas veces por el Pueblo. . Dios está cierto de su victoria. Ella hace parte de su alianza. Él está de parte del oprimido. Se compara, según la cultura de su tiempo, con un guerrero que salva. Aun más, no auxilia desde fuera sino que entra en medio del pueblo: El Señor, tu Dios, está en medio de ti. No es un Dios lejano sino presente en las angustias diarias de su pueblo. Su gozo es la libertad y el bienestar de los que protege: Se goza, se complace en ti, te ama, se alegra como en día de fiesta. Es una palabra del Antiguo Testamento, en uno de los tantos momentos aciagos sufridos por el Pueblo de Dios. Es una palabra no solo para el pasado sino que manifiesta lo que en todo momento Dios quiere de su pueblo: tiene un designio de libertad y el pueblo debe confiar en el. Es una palabra que interroga frente a la realidad Es el Pueblo todo, llamado de formas diversas, el que debe expresar y compartir la felicidad. Y la razón viene de inmediato: «El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado los enemigos». Pero no es un Dios lejano sino un salvador comprometido «que está en medio de ti»...

Sal.: Is. 12: «Griten jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel» Como un eco de la profecía de Sofonías, el cántico de Isaías que ocupa hoy el lugar del salmo, insiste en las mismas ideas. Con este himno concluye la sección de Isaías titulada «Libro del Enmanuel» (capítulos 7-12). Su contexto es el de la guerra siroefraimita. Colocado en este punto del texto sagrado, el canto, que en su origen tal vez fuera una acción de gracias personal, sirve de epílogo a dos siglos de historia: un epílogo de alabanza. Israel y Judá han pagado, en efecto, duramente las consecuencias de la rebelión a la Palabra del Señor, de la confianza depositada en peligrosas alianzas


extranjeras, de la relajación moral y religiosa. Pero ha llegado el tiempo de la consolación: los supervivientes se apoyarán en el Santo de Israel con lealtad La presencia del Señor en nuestra ciudad -en la Iglesia de Dios- es la que motiva nuestro canto de alegría. Ojalá esta fe se mantuviese siempre viva en nosotros, para no caer nunca en el miedo o en el desánimo, antes al contrario: para vivir siempre dando testimonio de la alegría que nadie podrá quitarnos.

Flp. 4, 4-7: «El Señor está cerca» La segunda lectura permite continuar escuchando el canto de alegría. Cuando san Pablo escribe a los fieles de Filipos les pide vivir en alegría: «Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres» (Flp 4, 4). El apóstol Pablo esclarece la frase del profeta Sofonías del Viejo Testamento, pues Dios se ha hecho visible en Cristo Jesús, de tal manera que no quede ya ningún fundamento para angustias o preocupaciones. Quien ha hallado a Cristo, ha hallado la paz. Para el cristiano que vive la fe no hay cabida para la tristeza. Aun en medio de las pesadumbres propias de la vida guarda en el corazón una serena alegría que le brinda la presencia del Espíritu de Dios en él. Este es el texto más clásico de este tercer Domingo de Adviento, al que la tradición cristiana ha denominado «Gaudete» (Alégrense). La exhortación del Apóstol es una invitación a encontrarse, personal y comunitariamente con el Dios de la alegría, el que nos dijo que nos dejaba su felicidad y que nadie nos la podría arrebatar. No es solamente un gozo íntimo y escondido, sino una alegría testimonial, que distingue a los cristianos. Esa alegría hay que buscarla y experimentarla. El tiempo de Adviento es la invitación constante a hacerlo. «Oración, súplica con acción de gracias»... dice el apóstol. Es el recurso de entrar en el misterio de Dios y descansar en él. Su ejemplo más perfecto es la Virgen María; ella es la que tuvo siempre más cerca al Señor.

Lc. 3, 10-18: «¿Qué debemos de hacer?» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGUN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. En aquel tiempo, 10 la gente preguntaba a Juan el Bautista: «Pues ¿qué debemos hacer?» 11 Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo» 12 Vinieron también publicanos a bautizarse, que le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» 13 Él les dijo: «No exijan más de lo que les está fijado». 14 Le preguntaron también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» Él les dijo: «No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con su salario».


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Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16 declaró Juan a todos: «Yo los bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 En su mano tiene el bieldo para bieldar su parva: recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga». 18

Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. RE-LEAMOS EL TEXTO PARA INTERIORIZARLO:

a) Contexto: Lc. 3, 1-18: Predicación de Juan Bautista .En Lc- 3,1-18 del evangelio de Lucas, tenemos todo cuanto se refiere al ministerio y la misión de Juan Bautista. Él ha sido enviado para bautizar en señal de arrepentimiento y de predicar la conversión que lleva la salvación: «hagan pues obras dignas de conversión» (Lc. 3,7); «Yo los bautizo con agua» (Lc. 3,16). Con su predicación, Juan «anunciaba la Buena Nueva» (Lc 3,18):que la salvación no estaba reservada para algunos elegidos, sino que se ofrece a todos, incluso a los publicanos y soldados (Lc 3, 10-14) y a todos los que obran con justicia y caridad. Por tanto, el pasaje de Lc. 3, 10-18, es parte de la exposición lucana de la predicación del Bautista como preparación al ministerio de Jesús. Juan Bautista anuncia la venida inminente del día del Señor: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?» (Lc. 3,7). Lucas nos ha contado que Juan estaba «proclamando un bautismo de perdón para perdón de pecados» (Lc. 3:3). Ahora encontramos tres ejemplos de su predicación: • El primer ejemplo (vv. 7-9) tiene énfasis escatológico, advirtiendo del posible juicio y clamando a la gente que haga «frutos dignos de arrepentimiento» (3, 8). • El segundo ejemplo (vv. 10-14) tiene un énfasis ético que incluye instrucciones éticas muy específicas para las multitudes (vv. 10-11), los recaudadores (vv. 1213), y los soldados (v. 14). • El tercer ejemplo (vv. 15-18) tiene un énfasis cristológico, con Juan señalando hacia el que bautizará «en Espíritu Santo y fuego» (v. 16).


b) Comentario: vv. 10-14: Lucas señala tres categorías de personas que van a pedir a Juan: «¿Qué debemos hacer?»: la Gente (Lc 3,10), los publicanos (Lc. 3,12) y los soldados (Lc 3,14. 10-11: La gente pregunta «¿Qué debemos hacer?»…Ésta es la misma pregunta que la multitud hará en Pentecostés (cfr. Hch. 2, 37), a la cual Pedro contestará, « Pedro les contestó: «Conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo» (Hch. 2, 38). Nuestra lección del Evangelio, sin embargo, toma lugar antes de que Jesús comience su ministerio – no después de la resurrección – por eso, Juan no menciona el bautizo en el nombre de Jesús o el don del Espíritu Santo. Pero sí especifica las normas éticas que constituyen frutos genuinos y sirven de evidencia del arrepentimiento genuino. La repuesta para el pueblo es sencilla, clara. Todos, los que abundan en bienes, y también los que tienen poco, deben responder con la solidaridad y compartir con los necesitados de vestido y alimento: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no

tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo». Al principio, esto parece una respuesta pequeña para un problema más grande. Juan podría requerir cualquier otra respuesta más difícil (compartir comida y ropa parece demasiado fácil). Sin embargo, es muy parecido a lo que Jesús pedirá del hombre rico que quiere ganarse la Vida Eterna: «Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres» (Lc. 18:22). Compartir los bienes es la condición para recibir la visita de Dios y pasar del Antiguo al Nuevo Testamento. Lo que encontramos en este versículo tiene obvias raíces en el Antiguo Testamento (cfr. Jb. 31,:16-20; Is. 58, 7; Ez. 18, 7) y tiene un énfasis teológico que se encuentra por toda la tradición judeo-cristiana. Cualquier fe apropiada debe incluir una preocupación social por los pobres y los menospreciados y todos los evangelistas, Lucas en particular, buscan enfatizar este punto (cfr. Lc. 6, 30; 12, 33; 14, 12-14; 16, 9; 18, 22). Mientras que pocos de nosotros nos consideramos ricos, sucede que enormes armarios en casas nuevas rápidamente se llenan de ropa innecesaria, nos damos gustos exagerados con cosas innecesarias, mientras muy cerca de nosotros (incluso en nuestra propia familia) mucha gente carece de lo indispensable… Juan clama que examinemos nuestras necesidades verdaderas y que compartamos con los que tienen menos. Esto no es pequeña cosa. Juan avisa que nuestro destino eterno está balanceándose.


12-13: También se presentaron publicanos («telonai») para preguntar lo mismo: «¿Qué debemos hacer?». Lo más probable es que sean judíos que han ganado el puesto de coleccionar peajes, tarifas e impuestos para Roma. Los publicanos, A esos recaudadores de impuestos conocidos por su dureza, Juan contesta simplemente llamándolos a la honradez: «No exijan más de lo que les está fijado». En la respuesta para los publicanos (v. 13) y, más adelante, a los soldados (v. 14) Juan pide la misma cosa pero aplicada a su categoría. Los publicanos no pueden exigir más de lo permitido. El abuso por parte de los publicanos era la plaga de la sociedad de aquella época. Para los pecadores también hay palabra de consuelo y esperanza. Los recaudadores de impuestos eran entonces el ejemplo patente del pecador. A ellos les pide simplemente verdad y justicia: No exijan más de lo establecido. La honradez absoluta en el manejo de lo que es de todos va unido íntimamente al evangelio y a lo que Dios quiere.

14: Finalmente, se presentaron unos soldados para hacer la misma pregunta: «Y nosotros, ¿Qué debemos hacer?»… Seguramente ellos también son judíos (quizá al servicio de Herodes, o quizá asignados a proteger publícanos y a apoyar las recolecciones). Juan contesta, «No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con su salario». La misión de los militares puede ser fuente también de uso indebido del poder y de las armas. Dios pensó un mundo sin armas. Pidió que se fundieran y se hicieran arados e instrumentos de labranza. De lo que puede causar la muerte se hacen fuentes de vida y bienestar. Es un mundo de ensueño, pero ése es el mundo de Dios. ¡La respuesta de Juan es asombrosa por su simpleza! La gente odia a los publícanos y a los soldados porque abusan de los demás. Uno hasta podría preguntarse si es posible que una persona de Dios sea publicano o soldado. Puede ser paradójico que precisamente esa palabra exigente del Bautista venga como remate de toda esa invitación a la alegría mesiánica. Pero es que ésta pasa por esas actitudes para que sea verdadera y no postiza. El corazón que se despoja y hace felices a los otros se llena de felicidad. De seguro lo hemos vivido y lo hemos sentido. La búsqueda de la paz, la superación de todo conflicto lleva consigo un anhelo profundo de felicidad compartida. San Pablo lo vivió cuando recordó una palabra perdida del Señor: Hay más gozo en dar que en recibir. Y cuando lo que se da, como lo hizo el Señor, es la propia vida se encuentra la felicidad colmada. La persona que gana el contrato para recaudar impuestos no tiene otra opción que mandar a uno de sus subordinados con cuotas que cumplir. Los subordinados deben coleccionar una cantidad extra para mantenerse a si mismos, y están gravemente


tentados a estafar a la gente. Los soldados proveen el músculo para asegurar que la gente paga lo que se le cobra. Es un sistema malo que atrae a gente mala. Juan, sin embargo, no les dice a los publícanos y a los soldados que se busquen una nueva ocupación, sino que traten a la gente justa y honestamente. Si la presión desde arriba hace imposible ser justo y honesto, quizá sí tendrán que buscar otro empleo. Sin embargo, primero deben tratar de traerle integridad a su ocupación. Una persona de Dios a menudo puede traer un cambio positivo desde dentro del sistema. ¡Quién sabe lo que una persona de Dios puede cumplir! En Lc. 3,8, Juan Bautista había dicho: «Den, pues, frutos dignos de conversión». Su llamada subsiguiente para compartir y para hacer tratos honestos nos proporcionan ejemplos concretos de frutos dignos de conversión. Para Juan, la conversión debe radicalizar el mandamiento de amar al prójimo como a síi mismo (cfr. la parábola del Buen Samaritano, Lc. 10, 25-37). El Precursor cumple maravillosamente su misión de heraldo del Mesías: Ante todo, el Mesías exige corazones bien dispuestos. De ahí que el Bautista predique a todos penitencia y conversión: A los Publícanos o recaudadores fiscales, que no cometan extorsiones ni injusticias. A los soldados, que eviten toda opresión y abuso de su fuerza. A todos, que se ejerciten en ser generosos. Desgraciadamente, faltan entre sus oyentes los escribas y fariseos. Estos no valorizan a Juan como «Profeta». Tampoco aceptarán a Jesús como Mesías.

v. 15: «Como el pueblo estaba expectante»: Ha pasado mucho tiempo desde que el pueblo judío ha visto un profeta de la estatura de Juan. Es natural que ellos se pregunten si él puede ser el que han estado esperando. Cada uno de los escritores del Evangelio, por lo tanto, hace un esfuerzo para aclarar que Juan es un subordinado de Jesús.

vv. 16-18: Juan, fiel a su misión, no atrae hacia sí mismo la mirada y expectación de las turbas, sino que las orienta a Jesús-Mesías. Este le sobrepasa infinitamente. Juan ni siquiera es digno de desatarle las sandalias. Con esto el Precursor da un ejemplo que deben imitar cuantos tienen la misión que él tuvo. No detener las personas en sí mismos, sino orientarlas a Cristo. v. 16a: «Yo los bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es

más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». A pesar de su dura evaluación de la multitud, Juan no les niega el bautizo. Su propósito, como aquél de los profetas del Antiguo Testamento, no es condenar, sino


salvar. Ha comunicado malas noticias a la multitud (vv. 7-9), pero sólo para prepararlos para las buenas noticias (v. 18). v. 16b: «Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego». Juan rápidamente se diferencia del que viene. (1) El bautizo del que viene será más poderoso. (2) Juan no es digno de desatar la correa de su calzado. (3) El que viene vendrá a juzgar. Esto también se puede traducir como «viento y fuego»,” que son sugestivas de la experiencia de Pentecostés (Hch. 2:1-4, libro que también se atribuye a Lucas). “Claramente, Lucas vio la plena actualización de la promesa de Juan al verterse el Espíritu Santo en Pentecostés y, subsecuentemente, en la misión cristiana” (Green, 181). La cuestión es si el bautizo con fuego es diseñado para redimir o para destruir. Algunos eruditos unen el «bautismo de fuego» (de v. 16) con el «fuego que no se apaga» (de v. 17), y, así, le dan un sentido de juicio… Sin embargo, Dios también utiliza fuego para refinar y purificar, y para que un remanente de Dios pueda ser salvado (Is.1:25; 4:4-5; Zc.13:9; Mlq. 3:2)… Por consiguiente, sobresale que ese «bautizo del Espíritu Santo y fuego» pretende salvar en vez de destruir. v. 17: «En su mano tiene el rastrojo para limpiar su cosecha: recogerá el trigo

en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga». El rastrojo es una herramienta parecida a una pala con la que el granjero tira el grano al aire. El viento se lleva la paja, y deja el grano más pesado. El granjero después quema la paja. La metáfora está clara. Ellos que practican una conversión genuina se recogerán en el granero, mientras que aquéllos que no lo hacen serán quemados con un fuego insaciable. Sin embargo, el primer propósito es salvar el trigo, no quemar los desperdicios. v.18: «Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la

Buena Nueva » Juan anunciaba al Pueblo el «Evangelio». Esta palabra, que significa: «Buena Nueva», se aplica ya por siempre más a Cristo. El es la «Buena Nueva» por antonomasia. Y esta Buena Nueva debemos hoy anunciarla también a iodos los hombres. Y aun nosotros mismos debemos ser Evangelio.

3. MEDITACION: ¿QUE NOS DICE el texto? El camino de Dios Dios se propone llevar más lejos su mensaje salvador. Su palabra se enriquece al determinar la encarnación. La promesa de estar en medio de su pueblo se va a realizar


portentosamente. El proyecto de Dios no se queda en victorias temporales, ante enemigos transitorios de los pueblos. Dios abre al hombre una perspectiva que sobrepasa sus inquietudes inmediatas: le ofrece entrar desde ahora en el misterio de su vida divina. “Como quiere sacarnos de nosotros mismos, ha querido salir de si mismo y entrar en nuestras pequeñeces y en nuestra humanidad, para hacernos entrar un día en las grandezas eternas de su divinidad” (Bérulle). Ha determinado seguir para ello un camino muy a la manera humana. Primero hacerse anunciar por un profeta lejano, Sofonías, que pronuncia una palabra de gozo y esperanza, y luego por un profeta del tiempo del Jesús, Juan el Bautista. Aparece éste agitando la bandera que convoca a prepararse de inmediato para la entrada de Dios en el mundo. La gente de su tiempo lo escucha, lo sigue, y él interroga a cada uno, lo enfrenta con su situación y su necesidad.

«¿Qué debemos hacer?» La figura de Juan Bautista inaugura esos tiempos de la dicha mesiánica que no han pasado y durarán hasta el final. Es el hombre que marca la diferencia en medio del pueblo. Su voz profética conmueve y sacude la conciencia. Su austeridad y su vida en el desierto lo han capacitado para el encuentro con Dios y con el pueblo. Su palabra es para hoy tan fuerte y actual como entonces. Abre el camino que Cristo más tarde dirá que es angosto pero que lleva a la vida. Subrayemos que el texto evangélico repite varias veces la pregunta: «¿Qué debemos e hacer?». Y Juan Bautista da respuestas adecuadas a cada situación. No contesta invitando a abandonar las tareas propias, sino indicando el modo de llevarlas a cabo como corresponde a personas realmente convertidas. La respuesta de Juan es dura, inaceptable de seguro para muchos: Compartir. Llevamos en el corazón una necesaria solidaridad que no se basa en razones puramente humanas de filantropía. Somos hermanos, hijos todos del mismo Padre. Llevamos todos la imagen de Dios en el mundo. Tenemos esa realidad que nos pasa desapercibida pero que es la verdadera, la que el tiempo no deteriora ni destruye. Los ejemplos de Juan deben traducirse a nuestra cultura y nuestro medio pero siguen siendo urgentes y obligantes. «El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene... El que tenga comida que haga lo mismo»... Los bienes terrenos son relativos y funcionales. El proyecto de Dios es que todos gocen de cuanto él generosamente regó por todo el universo. Un día, con fuerza profética nos dirá que hace salir el sol sobre buenos y malos, llover sobre justos e injustos... No hace mucho leímos de un rico que compartió la mayor parte de su inmensa fortuna. Dios toca el corazón. La pregunta «qué debemos de hacer» indica que la conversión cristiana no implica únicamente una forma de pensar, sino también una forma de vivir. La respuesta de Juan n o es, en ningún momento, una invitación a dejar la situación en que cada uno se encuentra, sino a vivirla sin pecado. Ninguna invitación, pues, a quedarse


en el desierto, sino a continuar en plena historia con un espíritu de espera para cuando el Señor vuelva. En la misma línea, el mensaje de San Pablo a los Filipenses es una respuesta a esta misma pregunta: se trata de una exhortación a vivir en la alegría, por la presencia del Señor, a vivir en la paz y en la seguridad de Dios, a dar testimonio de ello en la vida y a orar con confianza.

«Ven, Señor Jesús» «El pueblo estaba expectante» (Lc. 3,15) Los primeros cristianos esperaban con ansia la segunda venida del Señor: El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven! Y aquel que escuche repita: ¡Ven!» (Ap. 22,17). ¿Atiendo yo a la venida del Señor o estoy del todo inmerso en la vida material, y por tanto, atraído desordenadamente por todo lo que pasa? En la tradición cristiana Juan Bautista es el mensajero que prepara al pueblo a la primera venida del Señor Jesús, el Mesías. La Iglesia ha recibido la misma misión de preparar el camino del Señor que viene: «¡Sí, vendré pronto!». Parte integrante del mensaje evangélico de Lucas es la necesidad de la conversión; «metanoia», o sea, el cambiar la propia mentalidad por el modo de pensar y obrar de Dios. Muchas veces encontramos en el Evangelio de Lucas escenas en la que la misericordia de Dios se manifiesta en Jesucristo para los pobres y los humildes de corazón (Lc. 1, 46-5; 2, 1-20; 5, 12-31; 6, 17-38). Estas escenas contrastan con el tratamiento severo reservado a los ricos y orgullosos que tienen el corazón duro y cerrado para Dios y para el prójimo necesitado (Lc. 16, 19-31; 17, 1-3).

4. ORACION: ¿QUE LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Oh Verbo, esplendor del Padre, en la plenitud de los tiempos, Tú has bajado del cielo, para redimir al mundo. Tu evangelio de paz nos libre de toda culpa, infunda luz a la mentes, esperanza a nuestros corazones. Concédenos la gracia de vivir y obrar, como Tú, según la Voluntad del Padre, para que, guiados e instruidos por tu Palabra, sepamos cómo proceder en nuestra vida diaria.


Cuando vengas como Juez, entre los esplendores del cielo, acógenos a tu derecha en la asamblea de los bienaventurados. Alabanza al Cristo el Señor, al Padre y al Santo Espíritu, como era en el principio ahora y por siglos eternos. Amén. 5. CONTEMPLACION - ACCION: ¿A QUÉ NOS COMPROMET6E la PALABRA? En la tercera semana [de Adviento] contemplemos a Jesús en el tiempo de su residencia y de su vida durante los nueve meses de su permanencia en las entrañas sagradas de su madre María. Y también la vida del todo celestial de María en Jesús durante todo ese tiempo. Ella, del todo entregada a él, vivía más en él que en ella misma. Tenía una sola

alma, un espíritu, un corazón y una vida con él (San Juan Eudes, OC 3.452-454)

¿Nuestro compromiso hoy? Este es el texto del adviento de las preguntas concretas y de las respuestas ajustadas. Cada cual eche una ojeada a su situación, a su trabajo, a su entorno personal, a sus prójimos… Ojalá pudiéramos remediar una o más necesidades, de esas que conocemos a diario y al lado de las cuales pasamos. Sería la verdadera Navidad. Llenaríamos de gozo el corazón de otros, como lo anunciaba Sofonías. No dejemos de escuchar la palabra del evangelio de san Lucas que nos llama a actitudes conformes a nuestra fe. Es cierto que debemos mantener claro en nuestra vida la totalidad de la experiencia cristiana. Navidad es tiempo de acogida de Jesús, Hijo de Dios, en medio de nosotros, y buena manera de hacerlo es acogerlo en el rostro dolido de nuestros hermanos. Así podremos celebrar con verdadero gozo y provecho espiritual esta Navidad que se avecina.

Algunas preguntas para meditar durante la semana: 1. ¿Qué capacidad tenemos de compartir? 2. ¿Acudimos frecuentemente al Evangelio para que sepamos qué debemos hacer? 3. ¿Qué puedo yo hacer para promover la justicia en un mundo que parece que gusta de caminar con estructuras de injusticia social? P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O también:


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