LECTIO DE LA SAGRADA FAMILIA C

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Entrar en la «Escuela de Nazaret» Ambientación En unos tiempos en que la familia humana y cristiana es puesta en peligro incluso en su misma institución, es bueno que escuchemos lo que la Palabra bíblica nos dice acerca de ella. Navidad, fiestas hogareñas por antonomasia. Y dentro de ellas, celebramos el día de la Sagrada Familia de Nazaret. La liturgia nos invita hoy a entrar en la intimidad de la Sagrada Familia de Jesús, José y Maria. No nos mueve la curiosidad ni solo un sentimiento piadoso de creyentes. Queremos saber cual es el ideal de experiencia familiar que Dios nos ofrece en dimensión muy humana pero al tiempo muy divina, dentro de su plan de salvación. Dios nos invita no solo a contemplar ese misterio de la Sagrada Familia sino a darle, dentro de nuestras limitaciones, una presencia en nuestro tiempo. Tratemos de entrar, respetuosos y orantes, en la vida cotidiana de esta Familia excepcional. Hoy queremos poner nuestra atención en aquella familia pobre y humilde en la que nació el Salvador del mundo. Una familia en la que faltaban muchas cosas, pero sobraba amor y esperanza. Nuestra Celebración Eucarística es una reunión de la Familia Cristiana para dar gracias a Dios, escuchar su palabra orientadora y pedir perdón por nuestras incomprensiones y pecados dentro de la familia del mundo.

PREPARACIÓN: Invocación al Espíritu Santo Espíritu Santo, que procedes del Padre y del Hijo, ilumínanos para que nos dispongamos a acercarnos y escuchar la Palabra que nos visita y nos anima. Tú que bajaste sobre María y los Apóstoles, ven ahora sobre nosotros y enséñanos a descubrir la misión de la familia como «Iglesia doméstica» Amén. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto?

Sir. 3, 3-7.14.17a: «El que teme al Señor honra a sus padres» En la primera lectura, tomada del libro del «Sirácida», o Eclesiástico, con aquella sabiduría que es experiencia de Dios en la realidad humana, un sabio del Antiguo Testamento nos revela la intimidad de su hogar. En esa visión Dios es la fuente de la vida familiar. El establece la


autoridad de los padres y los hace honorables para sus hijos. Son palabras llenas de experiencia humana y de sabiduría divina. Son palabras que invitan a todas las generaciones presentes en la asamblea -los niños, los jóvenes, los adultos- a plantearse los deberes familiares. Allí encontramos los valores de la vida familiar: el respeto, el ejercicio de la autoridad, la comprensión y la solidaridad, la atención de unos para con otros, en especial a los mayores, y la paciencia. El texto adquiere un relieve especial si tenemos en cuenta que en el prólogo de la traducción griega de este libro, el que lo presenta es el nieto del autor, hablando afectuosamente de su «abuelo Jesús» (Pról. v.7). Esta lectura del libro del Eclesiástico es una especie de comentario del cuarto mandamiento: «Honrar a padre y madre». La esencia de este comentario es que este mandamiento es una alta forma de caridad. La caridad es para todo el mundo, pero sigue un orden de proximidad: debe comenzar por nuestros padres. Toda práctica de la caridad es un medio para el perdón de nuestros pecados; esto es particularmente verdadero con respecto a nuestros padres. El cuidado de los mayores es fuente de bendición divina. Y baja a detalles hermosos como la paciencia y comprensión con los ancianos cuando la mente se debilita. Ese respeto y veneración por los mayores, del que nos dan ejemplo los pueblos africanos, pide no abandonarlos mientras se está en la vida. La ley antigua hizo de esta relación un mandamiento de Dios: Honrar a padre y madre. Bien pudiera decirse que la familia de Nazaret no aprendió a vivir según ese texto, sino que ese texto encontró en esa familia su plena realización.

Sal. 128(127): «¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos!» El salmo también habla del ambiente familiar: con la mujer al frente de la casa, como «vid fecunda», y los hijos en torno a la mesa, gozando todos de la bendición de Dios. El esposo, la esposa, ¡os hijos, la mesa del hogar... he aquí la imagen de la familia. Y, dando sentido a todo ello, la fidelidad al Señor y su bendición, que todo lo une y perfecciona. Más allá de las imágenes culturales, las palabras de este salmo son revelación de lo que Dios quiere para la familia, y su realización es la mejor garantía para la felicidad de cualquier hogar. Una familia que se construya únicamente sobre la base de las relaciones humanas y que no pide la bendición de Dios, encontrará a faltar una motivación decisiva en el momento en que estas relaciones humanas entren en conflicto.

Col. 3, 12-21: La vida de familia vivida en el Señor San Pablo recuerda cómo debe ser la vida de familia en el marco de la cultura de su época pero con valores que perduran hoy. La carta a los Colosenses, texto de la segunda mitad del siglo I, describe el ideal de una familia cristiana en la que los valores humanos propios de la familia, como misericordia entrañable, bondad, dulzura, humildad, comprensión, paciencia incansable


y capacidad de perdón, y por encima de todo el amor que es el ceñidor de la unidad consumada. están integrados a la experiencia propiamente cristiana. Teniendo el amor de Dios como fuente se pide La vida del hogar se debe alimentar en la fuente divina: La paz de Cristo sea el árbitro en las dificultades, la Acción de Gracias, la Eucaristía diríamos hoy, celebrada como presencia del Señor. La Palabra de Cristo habite en los corazones con toda su riqueza. Enseñanza mutua, exhortación de unos a los otros... Todo lo que de palabra o de obra se haga, mantenga viva la presencia del Señor en todo el quehacer diario. Y luego la armonía entre los padres que saben sacrificar pareceres e intereses. Que en los hijos haya obediencia libre y consciente, y a los padres se les pide no exasperar a sus hijos llevándolos a la pérdida de sus entusiasmos. Marco maravilloso para una vida de familia bajo la mirada de Dios y dentro de la convivencia humana. Cuando se escribe esta carta la experiencia familiar, única e irrepetible, de Nazaret ha pasado, pero seguramente en el corazón de los cristianos seguía siendo una evocación obligada. Textos parecidos podían leerse en el mundo profano, incluso pagano, en que esta carta apareció. Esa imagen de una familia en concordia, en enriquecimiento mutuo, hace parte del patrimonio de la humanidad. Esos textos fueron leídos desde la experiencia cristiana del amor de Dios presente en la familia.

Lc. 2,41-52: «Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los doctores» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor Jesús 41

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. 42 Cuando cumplió los doce años, subieron como de costumbre a la fiesta. 43 Al volverse ellos pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44 Creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y lo buscaban entre los parientes y conocidos; 45 pero, al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 46 Al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas; 47 todos los que le oían, estaban desconcertados por su inteligencia y sus respuestas.


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Cuando lo vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» 49

Él les dijo: «Y ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?» 50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. 51 Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. 52 Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

Re-leamos la palabra para interiorizarla a) Contexto: Lc. 1 - 2: Relatos de la Infancia Momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida. Aunque el contexto de este fragmento evangélico son los dos primeros capítulos de Lucas (que constituyen los «relatos de l inrfancia»), el relato de «la pérdida y el hllazgo del Niño Jesús en e Templo» no pertenece a la serie de textos que se refieren al nacimiento de Jesús, podemos considerarlo como un apéndice o añadido a estos textos. Nos encontramos en los versículos finales de los así llamados «relatos de la infancia» según Lucas (cap. 1-2). Un prólogo teológico y cristológico más que histórico, en el que vienen presentados los motivos que se harán después frecuentes en la catequesis de Lucas: el Templo, el viaje a Jerusalén, la filiación divina, los pobres, el Padre misericordioso, etc.

b) Comentario: vv. 41: Con una lectura retrospectiva, en la infancia de Jesús ya aparecen los signos de su vida futura. María y José conducen a Jesús a Jerusalén para participar en una de las


tres peregrinaciones (en la Pascua, en Pentecostés, y para la fiesta de las Tiendas) prescriptos por la ley (Dt 16,16). Durante los siete días legales de fiesta la gente participaba en el culto y escuchaba a los Rabinos que discutían bajo el pórtico del Templo. v. 42: El evangelio de san Lucas nos lleva a ser testigos comprometidos de una experiencia propia de la familia de Jesús, Maria y José. El relato evangélico de hoy nos trae lo que en apariencia sería sólo un incidente de la vida familiar: el hijo pequeño que se extravía con el consiguiente dolor y preocupación de los padres. Pero en ese acontecimiento hay una fecunda enseñanza. Este hecho de Jesús cuando tenía doce años es narrado de tal forma que anticipa el misterio de la Pasión de Jesús. Son los doce años de Jesús. Deja la infancia y entra en una etapa de la vida que lo judíos celebraban gozosamente y que las actuales familias judías, fieles a sus tradiciones, siguen celebrando hoy. En cierto modo es empezar a entrar en una «mayoría de edad», desde el punto de vista de la religión judía El niño se constituía en «hijo de la ley». En adelante estará obligado a cumplir la ley de Moisés, en particular las tres peregrinaciones anuales al templo de Jerusalén. Pero el caso de Jesús es diferente al de los demás niños. Su persona encierra un misterio: es Hijo de hombre y también y sobre todo, Hijo de Dios. Tiene una misión propia recibida de su Padre Dios. Tiene destinatarios que se salen del círculo estrictamente familiar. v. 43: «El niño Jesús se quedó en Jerusalén», l El lugar propio para iniciar su misión es la ciudad de Jerusalén, lugar privilegiado de la historia religiosa del mundo, y dentro de ella el templo, la casa de Dios y, en el sentir del creyente judío de entonces, el lugar de su residencia. Es la a ciudad que el Dios ha escogido para su sede (2Re 21,4-7; Jer 3,17; Zc 3,2), donde está el Templo (Sal. 68,30; 76,3; 135,21), único lugar de culto para el judaísmo (Jn 4,2). Jerusalén es el lugar en el que «todo lo que fue escrito por los profetas se cumplirá» (Lc. 18,21), el lugar de su «despedida» (Lc. 9, 31.51; 24,18) y de las apariciones del resucitado (Lc. 24,33.36-49). En el contexto de una fiesta de Pascua (cfr. vv. 41-42), Jesús desaparece duirante «tres días» (v.46): es una referencia a la Pascua judía en la que a Jesús lo matan y a los «tres días» resucita (cfr. Lc. 24, 46; Mc. 8, 31). Es un acontecimiento fugaz pero iluminador. Estar en el templo es entrar en su presencia terrena y hablar allí es hacer oír la palabra de Dios. Ese niño es desde ya el vocero del Señor entre los hombres. Ya su Palabra causa admiración y extrañeza. Hay una «desobediencia» que implica una obediencia mayor, el desprenderse de la tutela paterna y materna para disponerse a cumplir la misión del Padre.


vv. 44-45. Los padres «se pusieron a buscarlo» con ansia y angustia (vv. 44.45.48.49). ¿Cómo es posible perder un hijo, no caer en la cuenta que Jesús no va en la caravana? ¿Es Cristo el que debe seguir a los demás o al contrario? vv. 46-47: En el tercer día de búsqueda se da el hallazgo. Ese lapso en la Biblia es repetido y significativo: el momento de los grandes encuentros con Dios. Tu padre y yo te buscábamos angustiados. Será siempre la búsqueda del hombre por aquel que más tarde se llamará asimismo el tesoro escondido y la perla preciosa. «Después de tres días» termina la «pasión» y encuentran a Jesús en el Templo, entre doctores, enseñando, entre el estupor general. El evangelista Lucas es el único que nos narra esta escena de la infancia de Jesús, repleta de significación profética de lo que será el misterio pascual. También en su pasión Jesús desaparecerá en el sepulcro, para manifestarse, al tercer día, como Hijo de Dios, dador del Espíritu Santo. También entonces habrá una celebración de la Pascua. La atención a este texto se pone hoy, sobre todo, en esta relación entrañable y ejemplar entre Jesús, María y José, llena de misterio de Jesús, pero humilde y sencilla como la de cualquier familia de Nazaret. v. 48: Pero este hijo está en la experiencia humana del vínculo familiar. De allí que José y María se desvivan en su búsqueda, angustiosamente. No faltan en este relato las angustias normales de la vida, el asombro y también el sentido y tierno reproche de la madre. El «reproche» de María entraña una inmensa ternura. Esa palabra Hijo, para dirigirse a él, es conmovedora. Sale de los labios de una madre que ha asumido con delicadeza maternal la realidad de la maternidad divina. Nos revela que en Nazaret el trato era de hijo y mamá, como en toda familia. Es el Hijo de Dios que se hace hijo de una mujer y se complace en ser llamado hijo por ella.

v. 49: Mientras los padres de la tierra lo buscan con angustia, Jesùs revela que ha estado ocupándose de las cosas de su Padre celestial (v. 49). Son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Lucas. Es interesante notar que sus últimas palabras antes de morir son una oración confiada al Padre, y las últimas dirigidas a los apóstoles antes de la Ascensión son también un anuncio del cumplimiento del don del Padre. Igualmente el tema de la presencia de Jesús en el Templo, «en la casa de mi Padre», llega a ser paralelo con la conclusión de Lucas: los apóstoles vuelven al Templo dando gracias a Dios (cfr. Lc. 24, 53)


Comienzan a desvelarse las características de su misión, que encuentran su compendio en las primeras palabras pronunciadas por Jesús en el evangelio de Lucas: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» Pero ¿quién es su Padre? ¿Por qué buscarlo? Es el mismo «Padre» de las últimas palabras de Jesús, según Lucas, en la cruz «Padre, en tus manos entrego mi espíritu» (Lc. 23,46) y en la ascensión al cielo: «Y yo les mandaré lo que mi Padre ha prometido» (Lc. 24,49). Ocurre, ante todo, que se debe obedecer a Dios, como bien lo había entendido Pedro, después de Pentecostés (Hch. 5,29), buscar primero el Reino de Dios y su justicia (Mt. 6,33), buscar al Padre en la oración (Mt. 7,7-8), buscar a Jesús (Jn. 1,38) para seguirlo. Cuando se refiere al Padre celestial, Jesús declara su independencia de su familia terrena: «¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc. 2, 49). Crea, Con todo, crea una distancia, una «ruptura», con respecto a los suyos. Antes de los lazos afectivos, de la realización personal, de los negocios... está el proyecto de Dios: «¡Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz! Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Lc. 22,42). Para la madre María empieza a realizarse la profecía de Simeón (Lc. 2,34), «pero ellos no comprendieron» (Lc. 2,50). La incomprensión de los suyos es también la de los discípulos cuando el anuncio de la Pasión (Lc. 18,34) ¿Rebelarse? ¿Someterse? ¿Irse? Jesús revela que la obediencia a Dios es la condición esencial para realizarse en la vida, por un camino de participación en la familia y en la comunidad. La obediencia al Padre es lo que nos hace hermanos y hermanas, nos enseña a obedecer el uno al otro, a escucharnos, a reconocer el uno en el otro el proyecto de Dios. En este clima se crean las condiciones para crecer «en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc. 2,52) y caminar juntos.

v. 50: Cómo leer la vida desde la primacía de Dios es la lección que tenemos que aprender. María y José deben entrar en ese designio en el que ambos encuentran el pleno sentido de su vocación al servicio del plan salvador. Ellos, María y José, también tienen que descubrir el misterio que encierra la vida de ese niño. También ellos deben buscarlo y encontrarlo en el templo, es decir, en la habitación del Padre, donde está el Dios que les ha confiado a su Hijo. Estar en la casa del Padre es asumir su voluntad y ocuparse del proyecto de salvación que él le ha confiado. Es decirle al Padre en ese momento importante de la vida de hombre: Aquí estoy para hacer tu voluntad.


Hay un hijo en el hogar al que llaman Jesús. Pero ese hijo encierra el misterio de Dios presente en el mundo. Los caminos de Dios y los sentimientos humanos se encuentran en el corazón de José y María. Es en la casa del Padre donde quiere ser encontrado. La casa no son solo las cuatro paredes que la sustentan sino el significado profundo de la casa como familia que vive al servicio de Dios y de los demás.

vv. 51-52: Lo demás es sencillo dentro de lo divino: el regreso a casa y el volver a la vida escondida y laboriosa de Nazaret, en el trabajo y la obediencia de cada día, y en el desarrollo de aquel que es verdadero hombre, en espera del día señalado por el Padre Dios. En la actitud de sumisión de Jesús a sus padres de la tierra (v. 51), se anticipa la actitud del Hijo, que «se humilló a sí mismo hasta la muerte por obediencia y una muerte de cruz» (Flp. 2,8) y que, por ser Hijo, «aprendió sufriendo obedecer» (Hbr. 5,8). Jesús «vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos» (Lc. 2, 51a), dice Lucas, y María «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc. 2, 51b). La conducta de María expresa el desarrollo de la fe de una persona que crece y progresa en la inteligencia del misterio. Todo se encamina a lo normal hasta que llegue el momento previsto por el Padre para que Jesús aparezca como su enviado y su Hijo y realice su misión. Pero Jesús ha marcado su terreno. Se ha puesto desde ya a disposición total del Padre para la misión. Desde el punto de vista de la fiesta, lo que destaca es la inserción de Jesús en su familia y en las prácticas de la fe de Israel -incluido el sentido del Templo- y al mismo tiempo la trascendencia de Jesús, que es el verdadero Maestro, que «asombra» a todos quienes lo escuchan. Y Maestro, también, con su vida oculta en Nazaret.

MEDITACION: ¿QUÉ NOS DICE el texto? La Familia en el proyecto de Dios La familia no es solo una experiencia de socialización en la que aprendemos a vivir en común. Ella tiene un intrínseco sentido religioso. Al crear Dios al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, con la misión de poblar la tierra (Gn 1, 26-28) hizo de la familia elemento esencial de su proyecto integral sobre la humanidad. Y al encarnarse el Hijo de Dios, pasando por la convivencia filial dentro de una familia, llevó esa experiencia a su máxima significación. Nos es fácil pensar que Dios hubiera podido escoger otro camino para que su Hijo entrara al mundo de los hombres. Pero quiso que su experiencia de ser hombre asumiera la íntegra condición humana: pasar por el nacimiento, la infancia y la adolescencia, depender y aprender un oficio, ganarse el pan (familiar) con el sudor de la frente (Gn 3, 19). Por la encarnación Dios ha hecho la experiencia de ser hijo de familia. No ha querido entrar al mundo de manera misteriosa sino a través de una real vivencia de la condición humana. El Hijo


de Dios que vive en el seno de la Trinidad, en relación filial respecto del Padre Dios y en unidad total con él y con el Espíritu Santo, ha querido asimismo amar y ser amado en el seno de una familia humana. Familia excepcional ciertamente pero inmersa en la cotidianidad de las relaciones entre esposos, entre padres e hijos, sometida a las necesidades de cada día como el trabajo, el alimento, el descanso; en relación con el Padre Dios según la ley judía de Antiguo Testamento, y con el entorno familiar y la vecindad; en obediencia a las convocaciones comunitarias de la sinagoga y a las fiestas en Jerusalén. Hasta tal punto esa experiencia fue sencilla y normal que sus paisanos no se dieron cuenta del misterio que se vivía en la intimidad de aquel hogar en verdad humilde. Cuando un día regrese Jesús a su pueblo, ya renombrado por su enseñanza y sus obras extraordinarias, los habitantes de Nazaret no tendrán explicación y se preguntarán extrañados de donde saca éste esa sabiduría y esas obras... La familia hace parte del plan de Dios. Es él quien ha dispuesto que haya hombres y mujeres, que funden hogares y procreen hijos. Una vez creado el mundo como escenario maravilloso para el plan de Dios y para la vida del hombre, viene la narración de esa primera pareja que conocemos como Adán y Eva, y esos hijos iniciales que aprendimos a llamar Caín, Abel, Set y demás. Allí empieza la historia del hombre, en la que se va tejiendo la historia de la familia humana, con toda su belleza pero también todo su dramatismo. Pruebas dolorosas como la muerte trágica de Abel, la esterilidad que parece cerrar el futuro, las envidias y malos manejos, pero también las alegrías, la primera de ellas el nacimiento de los hijos. Violencia y amor, pobreza y riqueza, esclavitud y libertad, poder y debilidad, angustias y alegrías, todo eso y mucho más se va dando en el acontecer de todos los hogares.

La Familia hoy La Iglesia, e incluso la misma sociedad laica, está preocupada por la crisis que vive la familia hoy. Se sugieren remedios basados en las ciencias humanas de la convivencia: respeto, tolerancia, paciencia como forma de amar. Pero el remedio fundamental estará siempre en volver a la voluntad inicial de Dios. Jesús dirá un día para responder al cuestionamiento sobre el divorcio: Al principio no fue así. La sagrada familia de Jesús, María y José será siempre el modelo que hay que contemplar. Volver a la humilde casa de Nazaret como a una escuela donde se aprende a ser familia. Donde el hijo, a pesar de ser Dios encarnado, es hijo que se comporta como tal. Mayor amor filial hacia María y José imposible encontrar. Y María será siempre el modelo de mujer, esposa y madre, en una dimensión casera y profundamente humana. Acostumbramos a ver a María desde sus grandes prerrogativas: Maternidad divina, Virginidad perpetua, Inmaculada Concepción, Asunción gloriosa. Pero no la contemplamos como mujer humilde en su grandeza, en el servicio de la casa, en amor y unidad con José, su esposo, y con el hijo, Jesús, el Señor. Y José que lleva en sí, como varón justo que cumple la voluntad divina, la carga del hogar que le corresponde. Hay en la familia una dimensión que no podemos dejar de lado: su carácter sagrado y religioso. Dios Padre confía al hombre y la mujer el don incomparable de la vida en el don de los hijos. No es una mercancía más sino la misión fundamental de la unión matrimonial, Implica por tanto una responsabilidad que va más allá de pactos y plazos limitados. Comprometerse en el


matrimonio para fundar una familia es comprometerse para la vida y por toda la vida. Jesús es para siempre, más allá del tiempo y por toda la eternidad, el hijo de ese hogar. María es la madre de Jesús, incansable y sin límite en su misión. José es para siempre el esposo de María y el hombre a quien Dios confió su hijo como a un padre. Ellos hacen parte de toda familia cristiana y aun humana. No son intrusos en el hogar sino que están allí, con una presencia que el mismo Dios les concede. Qué bueno contemplarlos en el seno del hogar y aprender de ellos a ser padre, madre e hijo, con una dimensión que descubre el plan de Dios que se va realizando a lo largo del tiempo en toda familia que asume el compromiso del proyecto salvador de Dios.

ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Te damos gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque nos has revelado tu bondad y tu amor. Eres verdaderamente el Único que puedes dar pleno sentido a nuestrai vida. Amamos a nuestros padres, pero Tú eres el Padre; amamos a nuestras madres, pero Tú eres la Madre. Aunque no hubiesemos conocido el amor de nuestros padres, sabemos que tú eres el Amor, estás con nosotros y nos esperas en la morada eterna, preparada para nosotros desde la creación del mundo. Haz que, junto conmigo puedan cumplir tu voluntad también nuestros familiares, hermanas y hermanos, todos los que hacen un camino comunitario con nosotros para, así, anticipar en esta tierra y después gozar en el cielo las maravillas de tu amor. Padre de bondad y misericordia, te damos gracias porque nos haces nacer en una familia. Nos diste, en la Familia de Nazaret, un maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo. En ella aprendemos, para nuestras familias, las virtudes domésticas y su unión en el amor. Guarda a nuestras familias en tu gracia y en tu paz verdadera Permítenos vivir en nuestras familias según tu voluntad para que lleguemos a gozar de los premios eternos en la alegría de tu casa. Amén.


5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA? Entrar en la «Escuela de Nzaret» El llamado fundamental de esta fiesta de la Sagrada Familia a las familias todas de la Iglesia, e incluso a toda familia en el mundo, es descubrir y vivir la doble dimensión que la familia tiene. No solo la experiencia humana con todo lo que ella conlleva de gozos y sufrimientos, de responsabilidades y esperanzas, de lucha diaria y perseverante, sino también y sobre todo la experiencia de tener una vocación divina. Dios ha depositado en ella su amor y su confianza, para, que unidos y con plena fe, den realidad al proyecto salvador de Dios en el mundo. La familia es una Iglesia doméstica (Filemón 2). Haberlo olvidado, e incluso querer desconocerlo, ha sumido a muchas familias actuales en la precariedad del sentido del porqué de su experiencia. Ha perdido la solidez que solo puede darle el saberse cimentadas no en la inseguridad de una convivencia humana marcada por intereses pasajeros, económicos, vividos en pareja transitoria, sino en el querer estable del amor de Dios que no conoce fatigas ni cansancios. Entrar en la «Escuela de Nazaret» para aprender a vivir el sentido de la familia, pedía Pablo VI en su memorable visita a la casa de la familia sagrada de Jesús, José y María. P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

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