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CREATIVIDAD | ARTE | CULTURA
ANTOLOGíA de CUENTOS CORTOS
cuentos participantes del 1º concurso literario CRAC! MAGAZINE | enero 20131
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CRAC! MAGAZINE presenta su primera publiación en formato de libro digital:
Antología de Cuentos Cortos, una edición que publica a todos los participantes del primer concurso Cuentos Cortos de CRAC! Creatividad, Arte y Cultura, difundiendo sus letras, su talento. El ganador del Concurso es Daniel Luis, con su cuento La Sala. Nuestra misión, patente en cada uno de nuestros actos, nuevamente nos encuentra difundiendo la Creatividad, el Arte y la Cultura, de manera gratuita, para colaborar con la evolución de la sociedad, esta vez a través de la Literatura. El presente libro digital se difunde y entrega de manera totalmente gratuita, y estará online indefinidamente en el tiempo, como todas nuestras revistas, generando un acceso libre a la creación y al gozo literario de cada artista.
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Antología de cuentos cortos índice Alejandra Parejo | Cada uno con su infierno....................................................... pág. 5 Alejandro Barrios | Rendy el renacuajo................................................................ pág. 7 Ana Cirigliano | Desde mi actualidad................................................................... pág. 11 Cesar Morales| Taxi driver....................................................................................... pág. 16 Daniel Luis | La sala. ................................................................................................pág. 19 Elena Selva | La vieja casa de los abuelos...........................................................pág. 24 Elisa Rosetti | La casa..............................................................................................pág. 26 Griselda Bosi | El vuelo del pez.............................................................................. pág. 29 Hugo López Penelas | El puente........................................................................... pág. 30 Ida De Vincenzo | Recuerdos de la infancia........................................................ pág. 33 María Soledad Terán Pineda | El mejor viaje.......................................................pág. 35 Marisa Andrea Rossi | El Desaliento......................................................................pág. 39 Marux Peralta | Fa en si bemol.............................................................................. pág. 40 Miguel Herrera | El exilio de los Santos................................................................ pág. 42 Sergio C. Spinelli | Bubú se salvó............................................................................pág. 47 Silvina Maiuli | La astilla..........................................................................................pág. 51 Sol Lua | El capitán de irregularidades.................................................................pág. 57
Cada uno con su infierno
Alejandra Parejo Seudónimo: Lady Smirnoff parejo.nucete@gmail.com www.foto-historias.blogspot.com
Muchas veces la vi, desde el 5to piso. Cabellera gris, aunque era una mujer aún joven, estatura promedio, ojos castaños y esa voz...esa voz gastada por todos esos años de gritos e imprecaciones. Mi escaso tiempo ahí estuvo signado por esa señora y es quizás la única a la que recuerdo. Ella incluso opacó con sus repetidas apariciones, el recuerdo de mi propia muerte. A veces, yo mismo no aguantaba y quería irme a gritar con ella. La oía: “¡Malditos! ¡Hijos de puta!’’ Y esa ‘p’ salía despedida con toda la fuerza de su insana humanidad y yo quería gritar también, pero siempre me contuve. Siempre. Yo estaba en el quinto piso, ya lo dije. Me asomaba a la ventana cuando ella iba in crescendo. Me desconcentraba. “No entren ahí. ¡Está el demonio!’’, decía y con su dedo huesudo apuntaba con fiereza al Banco Hipotecario. Empezaba su discurso con frases coherentes, como si se tratara de una suerte de profeta o evangelizadora que intenta convencer a una audiencia variopinta. Pero a medida que iba subiendo el tono de voz, iba perdiendo coherencia. Era en esos momentos en que sus gritos se abrían paso desde toda Reconquista hasta mi quinto piso. Me taladraban el cerebro. “¡De ahí te sacan porque estás loca!’’ “¡Pero es mentira! Yo no estoy loca. Ellos me hicieron loca. ¿Saben qué dijeron de mí? Que no podía, que no sabía. ¡Pero es mentira!’’. No sé a quiénes se dirigía. Nunca supe, tampoco, su verdadera historia. En eso nos llegamos a parecer. Nadie sabe a ciencia cierta qué produjo su locura. Nadie supo qué produjo la mía. Un día, uno de mis últimos, bajé a fumar, aunque yo no era fumador. Si llegué a fumar una cajetilla entera en mis 33 años fue mucho; sin embargo, aquel día ella estaba ahí: enfrente del Hipotecario. Se paseaba como león enjaulado. “Tienen que tener cuidado. Esa gente es mala. Les encanta hacer daño. ¿Pero saben qué? Yo no me dejé vencer y aquí estoy. Voy a comprarme un yogur’’. Iba, venía, venía, iba. Toda Reconquista llena de sus gritos. Esa vez que la vi, corría como burlándose de varias personas de su mente y haciendo como una gallina: “¡No te dejan en paz! ¡No saben lo que hacen porque yo tengo la razón!’’. Me entretuve mis 15 minutos de permiso con su danza inquieta y con la gente inmisericorde que se burlaba y con la gente que también le huía. Ese día me pregunté si yo tendría el coraje de permitir que mis propios demonios me dominaran de esa forma y salir corriendo a perseguir lo imperseguible, a la nada, a mí mismo, pero siempre me contuve. Siempre. Dos días antes de mi muerte, me quedé parado en la puerta del trabajo a verla. Llevaba la misma vestimenta de siempre: pantalones vino tinto de corte recto, un suéter negro atado sobre los hombros, una camisa de mangas largas blancas, a pesar del calor del verano. El pelo atado. La mirada fija en un mundo que tal vez solo existía para ella y que estaba poblado de gente realmente mala, que la había desestabilizado, como a mí. Me fui acercando lentamente. Ella me vio y me clavó mil cuchillos con la mirada. Me fui acercando cada vez más y más. El corazón me latía de prisa. Corría el riesgo de que me atacara, como había hecho con otros transeúntes. La fui rodeando, con sigilo. Saqué un cigarrillo e hice el ademán de encenderlo. “Fumar es tan dañino como tener plata. Mucha”, me espetó. La miré y le dije: “Solo fumo cuando estoy nervioso” le dije. “Yo como yogur. De vainilla”, continuó. “El día está lindo”, seguí yo. “Nunca estoy aquí de noche porque esta gente duerme y yo a veces también. Escúchame: duermen y quién sabe si duermen bien. Con todo el daño
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que hacen, no creo que duerman felices. No tengo calor”. Nuestro corto e incoherente diálogo, se extendió por espacio de 10 minutos más. Parecía una escena de un sueño, aunque yo estuviera despierto, alerta. ¿Lo estaría ella dentro de su locura? Encendí el cigarrillo y le di una única pitada. Aspiré con fuerza. Exhalé con más fuerza aún. “¿Sabe que haré mañana?”. Fijó la vista en mí, como si supiera de antemano la respuesta que no iba a darme. Sacudió la cabeza. “¿Ve esa ventana de ahí, del 5to piso?...Bueno, mañana pienso lanzarme desde ella, abrir los brazos, caer, volar como un pájaro”. Ella respiró hondo. “Es preferible volar desde un 6to, pero no desde un 5to. Yo, sin embargo, no lo intentaría”, arrastró estas últimas palabras y bajó la voz, como si estuviera contándome un secreto. “¿Por qué no desde un 5to?” pregunté con el mismo tono de secreto. “Porque la felicidad está en Jumbo”. Se dio la vuelta y empezó a marchar, como un soldadito que repetía con cada paso: “La felicidad está en Jumbo”. Al día siguiente de esta conversación, llegué a trabajar como siempre, puntual, como el buen alemán correcto y contenido que fui en vida. A las 10am, cuando oí su primer grito, me levanté de mi silla y me fui a la ventana. La abrí despacio. La vi. La oí. Alaridos. Aspavientos. Los mismos de siempre. Me quité los zapatos. Mis compañeros no notaron lo que estaba haciendo. La pierna derecha la apoyé sobre el alféizar. Después la izquierda. Flexioné un poco las rodillas, me incliné como si fuera a lanzarme en una piscina. Cerré los ojos, respiré hondo y me impulsé. La oí gritar. Fue la única que gritó y su grito acompañó el recorrido de mi cuerpo desde el 5to piso hasta el pavimento de Reconquista. Sin ruidos innecesarios porque siempre me contuve. Siempre.
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Rendy el renacuajo
Alejandro Barrios Cd. Juárez, Chihuahua, México alejandro.barriosg@gmail.com En una tarde cálida, hubo lluvias como nunca en el lago y cerca de ahí, debajo de un enorme sauce habitaba una comunidad de ranas, decenas de ellas brincaban y croaban felices de que con las lluvias había subido el nivel de agua del lago y con ello habría más comida. Cerca del tronco de aquel frondoso sauce vivían los Foskies, una enorme familia de ranas que eran consideradas las más alegres de toda la comunidad, estaba formada por Siri y Reso quienes eran los padres de veinticuatro ranas muy distinguidas ya que todas hacían algo de provecho, eran educadas, ayudaban a los demás y siempre eran muy traviesas. A pesar de que Siri y Reso tenían una numerosa familia, sentían el deseo de tener una larva más, un hijo que además de ser reconocido por los demás vieran por ellos, ya que sus hijos realmente no convivían con ellos, sólo querían estar siempre fuera de casa por lo que se sentían un poco olvidados. Fue días después cuando Siri contenta puso más huevos, y brincó y brincó hasta llegar a casa y darle la sorpresa a Reso, pero al llegar a casa la sorprendida fue ella al enterarse de que había tenido un accidente. Reso había ido a visitar a dos de sus hijos, Pisdo y Serfis, que jugaban cerca de una zona donde había muchas piedras, y cuando pasaba su papá cerca de esas piedras su hijo Pisdo brincó a lo más alto y no contaba de que estaban flojas y al caer sobre ellas una piedra cayó encima de Reso. Inmediatamente Pisdo y Serfis llevaron a su padre al hospital. Cuando Siris llegó al hospital le dieron la desagradable noticia de que la piedra le había lastimado una pata y no podría brincar más, porque se la tendrían que amputar, además de que la piedra le dañaría su organismo para fertilizar huevos, esto entristeció aún más a Siris ya que no podría fertilizar Reso los huevos que había puesto, y por esta razón no dio la noticia a nadie de que había puesto los huevos. La comunidad estaba triste al saber la noticia y los veinticuatro hijos también, y más Pisdo y Serfis, que se sentían culpables de lo acontecido. Cuatro días después Serfis iba brincando con sus amigos cuando a lo lejos, vio que algo brillaba debajo de una enorme hoja de una espadaña, se acercó y había varios huevos, les habló a sus amigos y vieron todos esos huevos e ignoraban de quienes eran, fue cuando a lo lejos Zurin, una de las ranas más viejas de la comunidad, les dijo que ella sabía de quién eran esos huevos. Serfis se acercó a Zurin para enterarse del misterio de esos huevos perdidos y le dijo que se lo diría pero con una condición, que debía decirle a su hermano Pisdo le ayudara a limpiar su casa por una semana. Trili, amigo de Serfis, les dijo que no hicieran caso, que no sabía de quién eran esos huevos y que sólo lo hacía para que le ayudaran a limpiar su casa, que siempre se aprovechaba de la gente y se fueron de ahí. Serfis no se podía quedar con la duda, era demasiada curiosa pero sabía que su hermano Pisdo no iría a ayudarle a la vieja Zurin sin algo a cambio, así que lo buscó con un plan entre manos. Al llegar con Pisdo le ofreció un trato, que le ayudaba a conquistar a su amiga Ariany a cambio de un favor, ya que sabía que estaba enamorado de ella, y al mismo tiempo Ariany estaba enamorado de él, pero ninguno de los dos decía nada ni sabían que se gustaban mutuamente, los dos eran demasiado tímidos para acercarse uno al otro y toda la comunidad sabía que se gustaban, menos ellos. Cuando Serfis le dijo lo que quería a cambio, se negaba a hacerlo, ya que se rumoraba que la vieja Zurin tenía poderes de hechicería, y ella misma se adjudicaba la gran lluvia que cayó sobre el lago diciendo que con unos conjuros logró hacer llover, ya que el lago se estaba secando y la lluvia fue perfecta puesto que la comida escaseaba y las plantas se secaban, pero todos negaban que haya sido por su supuesta magia. Pero el amor fue más fuerte que su miedo y aceptó. A la mañana siguiente, Pisdo fue a la casa de la vieja Zurin, a quien le dio mucho gusto verlo y se puso a limpiar la casa que estaba demasiado sucia y había además que ir a cazar insectos como moscas y libélulas,
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y lo peor de todo es que como no tenía dientes tenía que mascarlos y dárselos molidos en su enorme legua para sólo tragar la comida, lo cual era repugnante para Pisdo, pero era delicioso para Zurin, quien le decía que tenía buen sazón su saliva. Los primeros dos días fueron demasiado aburridos para Pisdo, que como era inquieto y travieso, quería salir a jugar con sus amigos, pero el tan sólo pensar en Ariany se le olvidaba lo pesado y ayudaba a Zurin. Al tercer día Pisdo veía que no era tan aburrido estar con ella, porque siempre le contaba anécdotas de cómo se formó la comunidad, de los primeros fundadores y las siguientes generaciones, de cómo la comunidad había soportado grandes sequías y hasta le contó de sus amores, de cuando era joven y del fallecimiento de su esposo Mirk y que ella quedó sola y que sus hijos tuvieron desgracias, fueron presas de depredadores y otros al crecer se fueron y jamás regresaron y nunca supo de ellos. La parte de las anécdotas de la vieja Zurin acerca de sus padres fue la parte que más le gustaba a él, de cómo se conocieron sus papás, de cómo su abuelo Forlo, padre de su madre Siris, la trataba mal y no quería que se casara con Reso, pero que el amor al final fue más fuerte y lograron casarse, pero su abuelo jamás la volvió a ver y hasta negaba que Siris era su hija, la desconocía, fue una etapa muy triste para ella. En el sexto día, la vieja Zurin vio que realmente la educación y buen corazón de los Foskies era inmensa, y comprobó que era verdad que esa familia era lo que decía la gente, ya que ella los odiaba. Su envidia fue porque cuando era joven antes de casarse con su difunto esposo Mirk, conoció a Forlo, padre de la distinguida familia de Siris, ella estaba perdidamente enamorada de él, pero Forlo estaba enamorado de Suly con quién tiempo después se casaría. Zurin era mucho más hermosa que Suly pero su buen corazón y ayuda por los demás fue lo que conquistó el corazón de Forlo. Fue entonces cuando Zurin empezó a practicar hechicería e intentó separarlos, pero nunca lo logró hasta que murió su esposa por vejez. Forlo fue buen padre y sólo tuvieron a una hija, Siris, su hermosa hija que siempre consentía hasta que conoció a Reso cambió todo. Reso era hijo de padres muy pobres y vivían a las afueras de la comunidad, pero se enamoraron y se casaron sin el consentimiento de su padre, ya que él no aceptaba la relación. Al séptimo y último día del trato de ayudar a la vieja Zurin, los dos aprendieron mucho uno del otro, y le dijo que le hablara a su hermana Serfis. Rápidamente buscó a su hermana para el trato, ella había hecho una cita a ciegas, le mandó una carta a Ariany a nombre de su hermano diciéndole que estaba completamente enamorado de ella y que si quería ser su novia, y de ser un sí la esperaba a las afueras de la comunidad, en la hoja acuática más grande, y que cuando se vieran tendría que decir “si acepto ser tu novia”, y como Serfis sabía que estaban completamente enamorados, sabía que funcionaría. Le dijo a su hermano que fuera a ese lugar y que su amada lo estaba esperando, y que le diría que sí, aceptaba ser su novia, y ya todo dependía de él. Pisdo así lo hizo y fue, y se cumplió todo, llegó a la hoja acuática más grande y Ariany le dijo que “sí quería ser su novio” y Pisdo la tomó y la besó, y empezaría un nuevo romance. La curiosa de Serfis nadó hasta llegar a la casa de la vieja Zurin y ella le dijo la verdad de los huevos, que éstos eran de su madre Siris, pero que su padre no los podrá fertilizar, y le dijo que como había pasado tiempo se apresurara antes que sean devorados por los depredadores, tomara los huevos y los metiera en una bolsa hecha con algas y les vertiera una pócima hecha con especias y saliva de Reso que le estaba dando la vieja Zurin, y así podían ser fertilizados. Rápidamente Siris fue pero cuando llegó ya no estaban los huevos y lloró en ese lugar, pero vio que en el fondo del lago algo brillaba, nado al fondo y vio que era un huevo, lo tomó e hizo lo que le dijo la vieja Zurin y se llevó el huevo. A la mañana siguiente increíblemente el huevo se estaba haciendo larva, había funcionado. Brincó y brincó al hospital y su buena suerte fue que estaban dando de alta a su papá que traía unas muletas y les dijo que les tenía preparada una sorpresa. Los vendó y al llegar a casa vieron una enorme caja de regalo, les dijo a sus padres que la abrieran, y al abrirla vieron una pecera y dentro de ella vieron un huevo haciéndose larva y vieron cómo se formaba, a lo cual Siris le dijo que de quién era, y sonriendo le dijo Serfis que era su hijo, que ya sabía lo que había pasado y que un huevo había sobrevivido. Les contó todo lo sucedido con la vieja Zurin y Reso quedó sorprendido, había sido doble sorpresa para él, el haber
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tenido huevos y no haberlos fertilizado. Tanto Siris como Reso creyeron la historia y aceptaron a su nuevo hijo, al cual llamarían Rendy. Tiempo después Rendy creció y se hizo renacuajo, y era muy feliz nadando con sus amigos y siempre muy apegado a sus padres. Rendy casi no convivía con sus hermanos ya que como eran adultos, eran ranas y no podía jugar con ellos porque no podía salir del agua. Rendy hizo muchos amigos y cada día se iba a jugar con ellos y visitaba de vez en cuando a la vieja Zurin, a la cual le decía abuela porque cada vez que la visitaba le daba deliciosas algas que inmediatamente se las comía. La vieja Zurin había hecho las paces con Siris, y Siris la visitaba muy seguido para hacerle compañía en agradecimiento de haber fertilizado el huevo. Rendy veía a sus hermanos mayores brincar y jugar por todos lados, y él añoraba hacer lo mismo pero sabía que le faltaban patas para salir del agua, y como sabía que la vieja Zurin era hechicera, le pidió adelantar su desarrollo y ser rana, para salir del agua y jugar con sus hermanos, a lo cual Zurin le dijo que no, que esperara, ya que si lo hacía perdería su niñez y ya no podría jugar con sus amigos renacuajos, y Rendy le respondió que no importaba que él quería ser grande, pero la vieja Zurin se negó a ayudarle. Rendy molesto ya no quería jugar con sus amigos, les decía que eran juegos de niños, que él quería brincar y conocer el mundo exterior, a lo que sus amigos le respondían que son niños y que por eso juegan, y que si no quería no le insistirían. Esa tarde Rendy se aventuró y fue a las orillas de la comunidad y veía cómo las ranas jugaban y se divertían, en eso se acercó Gebin, el renacuajo más rebelde de todos y veía como añoraba Rendy brincar y le dijo que si quería brincar como ellas él tenía la solución. Rendy contento le dijo que sí, y le preguntó qué debía hacer, Gebin sólo le dijo que juntarse con sus amigos y que lo esperaba al día siguiente en los túneles herbales. Los túneles herbales era una zona a las afueras de la comunidad muy peligrosa, ya que había muchos depredadores y había tubos que succionaban agua a una casa que estaba cerca de ahí, pero aún espantado de los peligros aceptó. Al día siguiente Rendy fue y conoció a los amigos de Gebin que eran Niso, Bolto y Payei. Rendy les preguntó que cómo podía brincar como las ranas y Gebin le dijo que era sencillo, que le ayudarían a brincar fuera del agua, tomando impulso y salir al aire, a lo cual Rendy accedió con la condición de que lo hicieran ellos primero. Niso, quien era el mejor amigo de Gebin, le dijo que haría la prueba para que lo viera, se acercó al tubo de succión de la casa y en cuanto succionó agua también lo hizo con Niso, estaban atónitos los demás esperando pero ya no veían a Niso, y de pronto gritó: “jerónimo!” estaba en el aire y cayó al agua como si fuera un clavado, todos se alegraron y Rendy preguntó que cómo lo hizo, y le dijo Niso que en cuanto el tubo lo succione tiene que nadar hacia arriba, ahí hay una fuga del tubo y lo avienta a gran presión al aire y ya sale volando por los aires, a lo cual le dijeron que lo intentara, les dijo que no, que lo haría al día siguiente. Todos le dijeron cobarde y todos hicieron el juego y todos lograron hacer el clavado. Como todos lo hicieron Rendy accedió a jugar, lo hizo y milagrosamente lo logró, estuvo a punto de ser succionado al interior del tubo, pero logró llegar al orificio, y ya todos estaban felices jugando peligrosamente. Al día siguiente se despidió de sus papás y ellos le preguntaban que a dónde iba, él les dijo que con sus amigos renacuajos, no les podía decir la verdad que iba con Gebin y su peligrosa pandilla. Cuando llegaba con sus amigos renacuajos les decía que se tenía que ir y que no quería jugar con ellos, por lo cual sus amigos renacuajos se enojaban y le advertían que era peligroso, que dos de los amigos de Gebin habían muerto por culpa de sus peligrosas aventuras. Escuchando eso Rendy no les creyó y se fue. Cuando llegó con Gebin y su pandilla, la hermosa Payei, la cual estaba en proceso de metamorfosis, ya que le estaban saliendo patas, les dijo que ella tenía un reto mayor, brincar tomando impulso sin usar el tubo succionador, algo que estaba prohibido en la comunidad ya que había depredadores que se los podían comer en el aire al dar el brinco. Rendy les dijo que estaba prohibido que era peligroso, pero ellos lo convencieron diciéndole que lo harían a las afueras de la comunidad. Fueron y ahí Payei les puso el ejemplo, dio un enorme salto y lo logró, ya que tomaba más impulso con sus patas, a lo cual Gebin lo hizo también
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y lo logró, Niso siguió y también lo hizo, pero Bolto no era muy delgado, era un poco gordito y al brincar no lo lograba, a lo cual todos se reían. Era el turno de Rendy, el cual lo intentó y no podía, hasta que al quinto intento lo logró, a lo cual todos se alegraron de su triunfo. Rendy después les puso un reto mayor, hacer eso mismo pero tres veces seguidas para con el mismo impulso lograr un brinco mayor y alcanzar una de las hojas del gran sauce, lo cual accedieron al reto, sin percatarse de que había un águila merodeando. Hicieron el reto y lo lograron hacer todos, menos Bolto. El águila no actuaría ese día, esperaría días después para que tomaran más impulso. Así pasaron días y Rendy seguía mintiendo a sus padres. Ese día al llegar con sus amigos les puso un reto mayor, lograr arrancar con su boca un trozo de la punta de un alto junco, para eso tendría que hacer no tres saltos seguidos, sino cinco para tomar más impulso, y el águila estaba acechándolos. Gabin fue el primero pero no lo logró, después Rendy pero tampoco pudo, después Bolto pero ni siquiera pudo salir del agua como de costumbre, y al final les dijo Payei ‘novatos’, tomó gran impulso y ayudándose con sus cortas patas en su quinto impulso logró llegar a la punta de la planta, y cuando iba cayendo al agua llegó el águila y la tragó. Espantados intentaron pedir ayuda pero Gabin los amenazó en no decir nada. Rendy llegó a casa espantado y llorando, los papás intentaron hablar con él pero no quiso. Al día siguiente Payei estaba desaparecida, la policía interrogó a la pandilla ya que los habían visto y todos negaron el paradero de Payei pero Bolto no pudo con la presión y dijo la verdad, los papás de Rendy se decepcionaron y lo intentaron castigar, a lo cual Rendy salió de su casa enojado y se fue a visitar a la vieja Zurin. Cuando llegó con la vieja Zurin le pidió que le diera una poción para crecer, ya no quería ser renacuajo, la vieja Zurin le advirtió que dejaría de ser niño a lo cual Rendy le dijo que no le importaba, y le advirtió que si se la tomaba podía fallar la poción y tener algún mal, así que le dijo que no se la daría. Molesto fue con Gabin y le dijo que quería la poción de la vieja Zurin, a lo que Gabin le dijo que podían conseguir algo similar, fueron con unos sapos y les dieron la poción, la tomó y se hizo la metamorfosis, se hizo rana, pero algo salió mal, sus patas traseras no se desarrollaron bien, quedó a la mitad y no podía brincar, Gabin al ver lo sucedido se fue sin decir nada ya que no le importaba su amistad ni lo que le sucediera, así que como era egoísta se alejó de él. Arrepentido Rendy fue a su casa, les dijo a sus padres lo sucedido y les pidió disculpas, sus papás le dijeron que quiso crecer rápido, que toda etapa de la vida tiene su tiempo y ahora no podrá jugar con los renacuajos porque ya es adulto y no podrá brincar con sus hermanos porque sus patas no se desarrollaron correctamente. Rendy fue con la vieja Zurin pero le dijo que no había pócimas para ser joven de nuevo o revertir el daño, ahora Rendy no disfrutará ni su niñez ni su juventud.
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Desde mi actualidad Ana Cirigliano Seudónimo: HannaCir hannacir2012@gmail.com SE VA EL TREN Otro día productivo con qué continuar. Los de sangre están vivos y hay que disfrutar. Todos esos colectivos, que dan vuelta sin parar, simplemente dar sentido, detenerse y contemplar. Son factores que en esta vida, de velocidad, se van gastando con el tiempo y sólo les resta fantasear. Sin embargo, son los recuerdos los que al paraíso vas a llevar, si a éstos, les falta el centro, considero imposible el ingreso al reino celestial. La vida está hecha de experiencias que todos los días deberás juntar. Si encuentras un sano equilibrio, crecerás de forma sideral. Voy tranquila con mis jueces, que dictaminan mi necesidad. Doy mi alma a quien lo desee, reforzando mi integridad. Amada luz, adorada asignatura. Te entrego este amor, como nunca a ninguna. AIRES DE TÍA Se han hecho eco mis plegarias y la lluvia protagoniza la escena. Dos días de bendición, en este sórdido rincón del planeta. Llamada, tras llamada, reclaman mi presencia. Se desvanecen antiguas preocupaciones. Crecen las esperanzas de continuar por el sendero que hoy, yo eligiera. Pérdidas irreparables. Su esencia, fortalece. Estimula, enérgicamente, a emprender la nueva meta. Sonidos con intervalos abiertos, describen su fantasía. Vivirá en mí, la línea conecta que expresa su experiencia vivida. Vienen y van, viajantes sin tiempo. Deleite de los espacios verdes, que ajustan la cintura del remanso. Un cielo gris, maquilla su contorno. Resplandece la bella natura, tras las delicadas lloviznas anheladas, cual simulo retorno. Aire fresco que ingresa, tímidamente, por mi ventana. Trae impregnado consigo, aromas de una tía apasionada. Se alinean los planetas. Renace la ilusión. Pondré música a sus letras que un día me obsequió. MEDICINA PROPIA Si todo esto no fue cierto, que me encierren con cadenas. Este mundo de desconciertos, no se merece mi conciencia. Yo revelo los misterios que mi corazón acecha. Coordinando los criterios almacenados de experiencia. Cruzo límites, expandiendo los ideales de la tierra. Pongo firmes los presentimientos, medicina inocua de la ciencia. Y seremos invencibles a enfermedades insertas, iluminando con las mentes nuestras zonas muertas. Será factible si revierten las sanidades pretendas. Lograremos, felizmente, sanar el cuerpo, si lo desean. Creo, plenamente, en lo concreto. Está en nosotros la potencia. Focalizando por completo, el lugar preciso que nos afecta. Ya no habrá medicamentos. La ciencia, así, se desespera. Al no depender de sus esfuerzos, deberán cambiar de carrera. Rugirán por descontento, aquellos que con dignidad, nos aconsejan. Pero lo cierto es, que a lo lejos, ya no hará falta su destreza. Es por el bien de los nuestros, de la galaxia entera. Recibir el don con acierto, sanará nuestra conciencia. La luz la llevaremos dentro y los milagros, lo reflejan. A algunos, que ya consideraban muertos, se han levantado con proeza. No debes tener miedo, es el peor veneno del planeta. Debes confiar en tu centro, que es la pócima curandera. La energía de la luz, penetra por la cabeza. Se
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desliza por tu cruz, eliminando impurezas. Si no encuentras ese sol, con tus manos te conectas. Acaricias el ataúd de las desgracias internas. Abrirás tus sentidos, espacios dormidos por la pereza. Sentirás el fluido, corriente fresca que penetra. Deja libre tu mente y concéntrate en lo que te aqueja. Aliviana tu vientre para incorporar fortaleza. Es así, que el inconsciente, libera daños y crea, una protección permanente a las durezas externas. Si otros han podido, debemos ponernos en vereda. Aplicar lo aprendido y sanar con la materia. EL DISEÑO Toma lo que viene a ti. Todo está conectado. Hay un diseño exacto para cada uno de nosotros. Lo que la vida habilite hoy y ahora. Crea tu destino, tu ser individual. Incorpórate a las leyes naturales. Las oirás. Prepárate para recibir. Prepárate para dar. Comienza desde tu interior. Es época de reciclar. Todo lo que te hace infeliz, expúlsalo. Lo que te hace feliz, acéptalo. Desfilará sangre fresca por tus venas. Oirás la voz de tu centro cósmico. Se revelarán tus inquietudes. Sentirás. Gira en el universo, la energía perfecta que se dirigirá hacia ti. Compruébalo. Renacerás, semilla prehistórica. Dedicarás tus días a regarla, cuidarla y harás crecer esa esencia grandiosa. Fluirá naturalmente. Ahora obtendrás, lo que es, sólamente, para ti. PARTE DEL TODO Durante mucho tiempo, imaginé mi inserción en el mundo mediante sonidos. Liberar las almas hacia lo entendido. Pero, me di cuenta en el camino, que sin un cambio de conciencia, no es posible la evolución. Pues, el alcance de hoy, está puesto en mis escritos. Mis pensamientos, encarnados en la difusión, sujetos a influencias internas y externas, recolectados de las experiencias que mi vida me entregó. Principalmente, aquellos sucesos cruciales que modificaron mi elección. Quiero marcar una era. La ambición por significar en la esencia. Erradicar la pobreza espiritual del planeta. El amor, es la estrategia. El conocimiento, la meta. Revelar aquellas tretas, que nos mantuvieron tipo secta y descubrir simuladores que ofrecen falsas promesas. Incredulidad, inocencia, son víctimas muy preciadas del poder animal, sin raciocinio de un final perjudicial. Si fuera Papisa, haría una gran comunidad mundial, donde todos, tuvieran las mismas posibilidades de avanzar. Progreso, crecimiento, evolución. La tierra es de todos. Pero algunos seres, opacan nuestra misión. Cada espacio, cada lugar, quieren hacerse dueños. Pero lo que nunca podrán asaltar, son nuestros sueños. Cada uno, en su reino, puede decidir sobre su espacio interno. Permanecer, o pertenecer, ese es el misterio. RECICLAJE Vivía de forma sencilla, sin muchas comodidades, sin muchos lujos. Un lugar pequeño cerca del mar, cerca del revelado misterio. Pasaba mis días y noches escribiendo, imaginando, quizás algún día, publicar mis sentimientos. Insomnio. Atardeceres complejos. Todo suma a la mágica aventura del encuentro. Sorteo mis días entre escritos y labores de sustento. Me provoca una profunda alegría que mis movimientos, libere a los queridos del encierro, del estancamiento. Contagio energía e iniciativa, para evolucionar, corrigiendo. Subsanando errores, cual vengativa, alguna vez hirieron. Se respira aires de cambio. Genero nuevas técnicas de crianza. Anulo malos recuerdos, en favor a las nuevas generaciones sanguíneas, merecedoras de un sano criterio. Desde temprana edad, percibía lo que sucedía alrededor. A veces, lo trasladaba a poemas y varios se convirtieron en canción. Es posible ser esclava de tu propia historia y virar cuando es intenso el dolor. No basta con el pensamiento del deseo. Hay que poner el intento en acción. Decido darle fin a la dependencia en todos los aspectos. Brindo paz a las ideas, para ponerlas en efecto. Estudio, investigo, nuevas fórmulas que expresen pensamientos. Sin vueltas, sin rodeos. Precisas palabras que dibujen el momento. Todo lo aprendido hasta hoy, lo describiré reciclando sentimientos. De una forma objetiva, evitando así, la depresión de lo pretérito.
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VAIO LET Amo a esa chiquilla loca, llena de energía. Revolucionó mi percepción aquel día, que anunciaron su venida. Se inundaron mis ojos de lágrimas. Lo que fue mi lugar, dejó de serlo. Viajé a su encuentro. Me emocionó. Sacudió mi vida virtual, me encaminó. Dulce, ser divino e individual. Inocencia mística, espiritual. Tierna niña a adorar, con sus manías en espiral. Atrae mi alma, la acaricia y la salva. Personita mágica, que con tu mirada, hablas. Sangre de mi sangre. Tu respiración, oxigena. Sólo con tu voz, alientas. Y yo, sin darme cuenta, me convertiste en tu guía, tras la tormenta...Viré a conocerla. Su amor hizo moverme. Hallar un lugar para establecerme. Aquí, estás y perteneces. Desde tu corazón, llenas los espacios donde te encuentres. Vuelvo a mirar, con mis dedos de frente. Gracias a ti, princesita, puedo sentir lo que es tener una hija, nacida de otro vientre. Y soy feliz con tu presencia y hasta tus dibujos, son evidentes. Demuestras tus emociones, en cada detalle de tus actos corrientes. Has superado mis expectativas de quererte. Te acompañaré. Y así, será siempre. Este es el camino, que dirigiste desde el inconsciente. Y te amo por eso, ángel viviente. Tú eres la mariposa que evoluciona y obtendrás lo que desees. Tu bondad, sin dientes, acciona. Te siento así, tu amor lo implora. El camino se abrirá a todo aquello que ambicionas. Migro al mar. Sé que las hadas te acompañan. Contigo hoy, mi pequita. Contigo, también, mañana. HOGAR POR OPCIÓN Soy feliz donde resido. He regresado a casa. A pesar de haber nacido, a miles de kilómetros de distancia. Loco amor, loca vida. Mundo incierto de fantasías. Completo mi alma de alegría, apostando a la cercanía. Aguardo sensible, para trasmitir. Quiero, alivianar el tránsito de lo imprevisible. Acobijar a la madre, aunque cueste los hábitos conseguidos. Contribuir a sanar los vínculos partidos. No te debes preocupar por los que vienen con vileza. Sí, te debes ocupar de limar tus asperezas. No existe acto sin intención. Todo tiene un trasfondo, inconsciente, o consciente. Las consecuencias del mañana, son obras del presente. Si un acto, no intencional, genera perturbación en tu conciencia, es porque algo has de enmendar al regresar a la esencia. Sacándote de encima el infierno, podrás elevar. Si permaneces en el silencio, te agobiarás de pensar. Ahórrate los malos recuerdos y canaliza con la verdad. Verás que todo fue un sueño, despertarás en tu hogar. ÉXTASIS SUBLIME
Sol, Luna. Aparecen, desaparecen. Disfrutan de su metamorfosis. Cuerpos etéreos, izados en el tiempo. Tropiezan las almas, se funden. Rozan sus labios, entrelazan sus dedos. Se arrodillan al compás de los besos. Contemplan con la mirada, se abrazan. Sienten sus latidos, agitados. Imantan armoniosamente sus pieles. Una caricia delineada entre cabellos. La intimidad se revela, las siluetas, los recuerdos. Y un suspiro anhelado, el sabor de lo eterno. Coordinan el aire y el menear de sus cuerpos. Alcanzan su centro y allí, se quedan. Poseyendo. Agradeciendo. Cueros ardientes. Sus extremidades se elevan al cielo. Entregan sus almas conectas, al Universo. Besos suaves y sigilosos. Rodeando el sensible contorno. Se deslizan sobre el fluido de emociones, bucean hasta la calma. Silencio. Corazones en lo inmenso. RAYO DESTRUCTOR Y CONSTRUCTOR Las inacabadas discusiones, que conllevan a la brutalidad y el egoísmo. Rotará el viento, retornarán las ilusiones, presas hoy, del dolor y la traición. Comenzará a resurgir desde las cenizas, todo el amor que llevaba dentro. Cruzaré los mares, cambiaré el rumbo. Volaré alto, sin destino seguro. Pero encontraré, al
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fin, la libertad soñada. Llevo una fiera por dentro, producto de injusticias cargadas de desconcierto. Revertiré el daño producido, con amor y comprensión hacia mis seres queridos. Destruiré barreras que provocaron temor e inseguridad. Seguiré el instinto que impulsa mi creatividad. Contagiada, anteriormente, por el éxito meramente material, me llevó a la ruina meramente espiritual: incapacidad de adaptación en los momentos cruciales; falta de responsabilidad a los quehaceres terrenales. Caída abrupta de la confiabilidad, bajo efectos sombríos de un pasado perjudicial. Instruiré a mis acciones para construir. Rehusaré ofertas simuladamente ventajosas. Defenderé mis derechos por sobre todas las cosas. Fundaré bases sólidas, para acobijar el futuro bien avenido. -¿Cómo salir? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo reconstruir? ¿Cómo volver a amar? Un proceso solitario y lleno de tensiones. Es como estar en el infierno corrigiendo los errores. Enemistades ocultas. Embaucamientos. Energías turbias detectadas por la intuición y presentimientos. Caerán lluvias de granizo, que impiden el crecimiento. Saldrán los rencores guardados desde hace tiempo. Reciclaje perfecto, rayo divisor de los trechos. Contiendas, litigios. Errores de acusación. Síntomas del pasado pendiente de evolución. Alcanzar la meta, parece una ilusión. Pero intentarlo, promete solución. Es la fase intermedia: el ascenso, o el estancamiento de una situación. Fin de un ciclo demasiado agotador. Recomienzo de otro, que se prevé alentador. DEJAR VOLAR …Y pasó la obsesión, aunque vuelva a consultar las cartas. Más lo hago por diversión y para extraer una enseñanza. Una libre elección es dueña de ser admirada. Siempre estar a disposición, no se compara con nada. Esa es la decisión que acaba de ser tomada. Siente estrías mi corazón, que se prepara a olvidarla. Pero soy consciente, es mi interior el que concibe la calma. Permite una cautivadora conexión, entre la razón y el alma. Ahora no es la pasión, melodía improvisada, quien modela la ocasión pretendiendo atraparla. Ésta es la solución para una encrucijada. Equilibrar la emoción, evitando las trampas. Por un ímpetu de amor, se desvanece la esperanza. Siempre hablando de un amor, condicionado hasta las astas. Cruz bendita, que a mi son, has acompañado esta danza. Nunca exenta de dolor, los mandamientos lo cantan. Defino así, mi posición, como la de una mujer encantada. Atrapada por la seducción, de una bella y distinguida dama. La nostalgia me inundó. Mi cofre eterno la guarda. Fin secreto de un amor, idealizado por la falta. …Y vuelvo a ser yo. Regresaron las palabras. Mi desgastada lapicera, esboza líneas apresuradas. Retomo el tiempo de la espera, con una estrella dibujada. Agradecida experiencia, perfecta insignia soslayada. RECORRIDO CERTERO De pronto, me invade una inexplicable sensación de desilusión, al no poder concretar con mi varita, la más anhelada unión. Camino por la ciudad dormida, buscando mi horizonte. Serena, por la orilla del mar. Creo en el milagro del amor. Estoy pendiente de alguna señal del destino, que sincere mi realidad. Cuatro décadas de camino, suman mi verdad. Las experiencias que he adquirido, rebalsan de humanidad. Mis instintos asesinos, alteraron mi integridad. Varias vidas, en una vida, que creía no poder cambiar. Cada una me dio su energía, para poder evolucionar. Siento el pecado del placer de mis propios actos que generaron este remanso. Pido amor con ritos sagrados. Bienestar, confort, no es lo que estoy esperando. Solo es el amor, el que llenará el vacío de mi espacio. Reinventarse y sanar. Esas fueron las metas, que con sudor y lágrimas, pude conquistar. Congraciados aquellos, que me quisieron ayudar, a mejorar la estima y así, pudiera continuar. Es preciso el certero ritmo del andar. Sin pausa, pero sin prisa, alguna vez oí cantar. Blindo mis ansias que agonizan por llegar. Pronto sucumbirá en la esfera, un amor irracional. Dotado de místicas pruebas, que sabrán a eternidad. Más allá de mis sueños, mis esperanzas, se cumplirán. Sólo, cuando el mundo entero, se digne a concretar. Las cartas están echadas y el destino se compromete a jugar. No es el momento de ser juzgados. Es tiempo de la verdad. Pido a todos los santos que aceleren el madurar, considerando en
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mí, los propósitos de felicidad. Escritos y más escritos, equilibran mi vida actual. Escogiendo las fugaces musas, que relatan mi intimidad. Paso el tiempo con las rimas, que no paran de saltar. Si no es con una, es con otra, pero las intento conjugar. Todo tiene un principio y un fin, lo demuestran las frases al concordar. Piensa que todo lo vivido, la llevará hacia un manantial. A FLOR DE PIEL Ansiosa, inquieta, creativa, predispuesta. Objetiva, esquelética. Pensativa, receptiva, alerta. Días espléndidos, de calor y claridad. Al menos el intento, no me va a matar. Recibo noticias desagradables, en perjuicio a conocidos. Una situación alienante, que no da lugar a respiro. Una decisión, la hace grande, a contralor de lo sufrido. Pero la alegría es envidiable y un corazón partido, la hace inmovilizar a la hora del despido. No faltan las promesas de destrucción a la vida nueva. Incorporándole temor, para retenerla. Es a causa de un montón de particularidades ajenas, que influyen en la razón de las almas en pena. Si no hay una evolución de conciencia, en la materia, seguiremos aceptando que nos arrojen tantas piedras. Se trata de denunciar a quienes anuncian guerra. Más aún, considerar, cuando la línea nunca fue recta. Es muy ruin lastimar, creyéndose un cometa. Ignorando que al castigar, recibirá su condena. -¿Por qué tanto hay que pasar, suplicando por la simpleza? Se separan tiempo atrás, para descubrir la respuesta. Él, quiere bajar su dignidad para demostrar fortaleza. Muta en una figura bestial, vociferando incongruencias. Sabe cuánto le ha de faltar, en su camino de vuelta, por eso, trata de arrastrar a las personas anexas. Cruda reacción a las heridas, provocan pavor a la deriva. Vano estío de un amor, que han rechazado sin condición. El coraje y la ambición, acompañados de una sorda procesión, se dirige al fracaso. Una pizca de intuición, es lo recomendado. Es práctico saber, que cada ser tiene su recetario. Abarca entero el amor, cuando uno se siente solitario. Desde tu rincón, te fortaleces. Reviste actos sin amor, inmunizando a los fieles. Cubre y luce tu pasión, en tus momentos apáticos. Cambiarás el viento a tu favor, con los ascensos luchados. Muchos desean tu dicha entera. Izan burbujas de protección a las maldades ajenas. Hay que empezar por dentro a calmar a las fieras, contiene el andar intenso dulcificando tus fuerzas. Me afecta su dolor, me afectan sus temores. Sensible situación merecedora de favores.
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Taxi Driver
Cesar Morales Seudónimo: Don Cesarino Morales www.facebook.com/cesarinomorales Poetasmalditoslibres@gmail.com Cuentosdelcesar.blogspot.com
Alguien vive y muere, se derrite y renace todo el tiempo dentro de mi retrovisor, acomoda su cuerpo, su corbata, su vestido, cuando ve que lo ven, o cuando ve que la ven, deja todo movimiento, actitud y gestos de lado y se congela al verse al descubierto. Este espejo en forma de rectángulo es como una caja cristalina, translúcida, con una pequeña persona dentro, yo religiosamente pienso que su destino no es otro que el desnudo, aunque a veces a la gente le cueste muchas farolas decidirlo, muchas lunas verdes, azules, rojas, muchos eclipses entre nuestras miradas, luego, su incomodidad va pidiéndome parar en las esquinas, arrojando pedazos de algo, que quedan fumando bajo algún inmenso cartel luminoso. Aunque creo que ésta es mi parte de la historia, aunque crea que éste es mi film, acaso mi serie, sospecho que actúo de director y, en realidad no me importa demasiado, hasta parece gustarme, y aunque se repitan las escenas una y otra vez, aunque los capítulos parecieran ser una interminable superposición de diapositivas, confío o alguien confía en que nunca perderán el gusto, porque los actores si bien saben dónde están, no saben lo que dejan al irse, y mucho menos tienen idea hacia dónde van, eso guarda el secreto de cierta sorpresa. Yo también creo que puse a alguien a cantar fuerte y claro en la colina de los enamorados, cantando y tocando para la dama de las lentejuelas, frente a sus brazos, que tratan de aferrarse a la cintura de la tierra, y a otros brazos que se la llevan hacia alguna irresponsable aventura, y que yo y otros sin preocuparnos en nada, acariciamos con una sonrisa cómplice, hormigueando entre el fino bello rubio. Luego se generan ecos, todo se acerca y se aleja y de una manera extrañamente oportuna, se aleja la imagen de nuestro anónimo recorrido, se alejan las voces, le ceden el paso a otra cosa, tal vez a una trompeta. Veo reflejos de luz en el techo de mi taxi, son como estrellas que asoman repentinamente tras algún planeta nuevo, repleto de arena y metales, los veo en un par de celosos lentes oscuros, último vestigio colorido en una imagen que se ha tornado sofocantemente oscura, en alguna bijouterie barata, y no tanto, y a veces hasta en un par de labios que los nadies imaginarían inalcanzables, labios que mienten, labios que un día han de ser callados. A través de la ventana, allá, a la izquierda de mi brazo izquierdo, un millón de luces amarillas se reflejan en el agua, y junto a ese otro tanto millón, se suelen fundir todas en alguna que otra lágrima. Son testigos silenciosos, trepados a gigantescas sombras que guardan a sus pies, hechos que van y vienen sin demasiada relevancia, asesinatos, nacimientos, desamores, enamoramientos, traiciones y lealtades, un loco revisando latas vacías es atropellado por alguien que huye, una fina sirena bebiendo algo que apenas sumerge a una codiciada y pequeña fruta roja, sus voces fueron robadas por el viento que viene asiduamente del desierto, sus rutinas, son los placeres y los dolores de una ebria, haciendo de las suyas en la oscuridad, cuando se desliza la sábana roja por el borde de su cama. Cuando miro el horizonte, siento promesas de felicidad fugaz que llegan desde lejos, en forma de burbujas de champagne, o de jabón, como sea huelen a alcohol o pegotean, explotan en los rostros causando
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alguna sonrisa avergonzada, que se esconde tras un pañuelo. Jugadores ciegos, jugadores sordos y muy habladores, los espera un juego a todo o nada, en el que el premio mayor muy de seguido se escurre por las alcantarillas y tras los vapores, dejando a éstos sueños tan humanos a merced de las ratas, que ríen mientras los devoran como si fueran carroña. La noche y la ciudad siempre ganan, sus crupieres, son hologramas sin sentimientos puestos ahí para hacer girar la rueda, en ésta irresistible máquina de picar carne sólo las personas pierden, noctámbulos, ilusos, inocentes, matones, valientes impostores, siempre pierden como pierde la mañana que jamás verán, como pierde la niebla anaranjada de la tarde, que no es más que un mero nido transitorio de las más puras ansias de locura, desesperadas por volar, monstruos encerrados en jaulas de papel o de tiempo, monstruos de papel con una chispa se consumen, monstruos sin tiempo, que no ven la hora de consumirse. En esa habitación con un ventilador lento, ruidoso, enorme, hay un calor que te despierta a medias, es esa mano invisible cuyos dedos, perturbados por un par de hélices de sombra, te acarician el pelo, y te dejan finalmente en la insoportable medianera entre el ensueño y la soledad, reflexionando, levitando, vegetando, no hay nada en esa pared blanca que no sean formas de luz que la mente desconoce, hay un zapping híper
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veloz en la puerta de un ropero que hace las veces de pantalla, de alguna manera, estás obligado a salir, y ella, te acompaña desapercibida sobre tu hombro y te empuja hacia cualquier callejón, para ser tragado por el eterno murmullo nocturno, entonces algo invisible te ha comprado la vida, has vendido el alma sin siquiera darte cuenta, barato, para ser generoso. Suelo decaer y preguntarme si estoy programado, si me mintieron acerca de mis recuerdos y me los inyectaron a propósito, si formo parte de un asiento que me introduce dos cables en la nuca, y que a su vez forma parte de un montón de chatarra, circuitos y en el corazón, sangre de países de tercer mundo, si soy el hombre químico que cayó en un barril con líquido fosforescente y que se arrima a la vida para enamorar a mujeres ciegas, si soy el disimulado perdedor de traje brillante y frutas de fantasía sobre el hombro que cayó cerca del cordón, en un negro charco, sentado solo a la salida de una discoteca, pero, yo no estoy preso, ni soy rechazado ni estoy deprimido, no, estoy volando en un mar de edificios rojos guiado por mi GPS, estoy jugando a ser una escultura verde, una atracción de circo, estoy engañando a todos para reírme de sus equívocas palabras, y desayunarlas, almorzarlas, merendarlas, cenarlas... Necesito ser algo que tal vez nunca sea, necesito que todo sea de acuerdo a lo que dicta mi deseo, desear y tener, imaginar y hacer, hay una barrera invisible que divide a la gente entre generales y soldados mutilados en la guerra, entre doctores perfumados y enfermos con olor a remedios… alguien se puso a soñar y la atraviesa una y otra vez, ya es mago, ya es héroe, estrella, cielo que la contiene, oscuridad, muerte, muerte ignorada, porqué, porqué tengo que tener tanto sueño…
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La sala Autor: Daniel Luis fcpuri@msn.com http://tusrelatos.com/autor.asp?ID=18201 I Y me piden que haga como si no los hubiese visto. Me piden que lo olvide todo, que borre, al menos, las partes más terribles, las que revuelven el estómago de las gentes de buena conciencia, las que confunden y dejan mal parados a los explicadores de turno, aquellas inoportunas y entrometidas manchas que ensucian, acaso, la prolijidad y buena presencia de alguna que otra fachada majestuosa. Me piden que no diga nada, que aprenda de los diarios y de los libros, que elija una historia bonita y esperanzadora, una historia, como ellos dicen, a la medida del público, una historia para el señor y para la señora. A veces se enojan. Me dicen, con el rostro transformado, como para conmoverme, que entierre de una vez los viejos fantasmas, que me adapte, que hable del tema si así lo quiero, pero sin desubicarme, que entienda que la seriedad es cosa de otros tiempos. Me explican que las cosas han cambiado, que ya a nadie le importa, que lo mejor es hacerlo sencillo, en dos o tres palabras, para que la gente lo entienda. “Hay que aprender de la televisión”, advierten, que allí nadie se pone con argumentos, que saben que la gente se aburre rápido y cambia de canal. Sospecho que tienen miedo. Actúan como si los asustara, al menos un poco, todo el asunto. No digo la historia en sí misma, sino el gesto, pues ellos siempre se asustan de los gestos. Yo los observo, los veo mover la boca, mover las manos. Los escucho hablar, soporto, todo lo que puedo, esa manera insoportable que tienen de volver una y otra vez al mismo punto, de repetir las mismas palabras, esperando convencerme con un cambio de tono. Porque si no digo nada está bien, pero si me convenzo mucho mejor, así no vuelvo a insistir, así dejo de esperar un mejor destino para lo que vieron mis ojos, para lo que sintieron mi piel y mis huesos, para lo que recuerda mi alma. Yo los observo, los escucho, y sospecho que en el fondo ellos viven de hacer lo que hacen, que lo suyo nunca fue la seriedad, que para ellos siempre se trató de olvidar, de mirar para otro lado. Un poco de terquedad, a veces, es síntoma de buena salud, de fortaleza de espíritu. Lo contrario es dejar que te atropellen las circunstancias, es dejar que se te pudra la cabeza entre ideas gastadas. Así lo veo yo. Para ellos es distinto, para ellos no tiene sentido nadar. Cuando les preguntan, no se cansan de responder que la corriente es sagrada. Por eso me piden que haga como si no los hubiese visto, como si nada hubiese pasado entre aquellas cuatro paredes, como si allí la vida no hubiese sido lo bastante difícil y dolorosa. Pero tengo un compromiso con aquellos hombres. Estoy, de alguna manera, ligado para siempre con ciertas cosas. Tengo un compromiso con lo vivido. Ellos no lo entienden, ellos lo llaman “ser ingenuo”, “tener ideales”. Yo creo que es mucho más que eso, se trata de mi propia vida, de si tiene o no tiene sentido, de si vale la pena seguir respirando, seguir yendo a trabajar, seguir rellenando las alacenas.
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II Insisten. No pueden, al parecer, hacer otra cosa. Como si yo no hubiese visto cuando se llevaban a aquellos hombres, cuando los encerraban en una sala enorme, sin ventanas, con una sola puerta custodiada por unos señores de aspecto aterrador. Estuve ahí. Los he visto. No puedo hacerme el tonto, el distraído, el que no entiende la pregunta. La pregunta, quiero decir, de la conciencia, de lo que queda de ella entre tanta confusión, entre tanto ir y venir. La historia no deja de perseguirme, de atormentarme con sus recuerdos y sus tristezas. La sala, los techos altos, las paredes vacías. Los hombres agotados, bajo las luces tenues, vestidos todos iguales como los presos, como los policías. Los minutos, insoportables, pasando lentos y dolorosos, como si fueran martillazos en la conciencia. La vida se hace difícil, el alma se agota, se pierden las diferencias. El día y la noche, el bien y el mal, ya todo parece lo mismo. Se siente miedo todo el tiempo. El miedo se convierte en la manera habitual de entender las cosas. Dicen que exagero, pero los he visto. Las camas en un rincón y el trabajo en otro. Todo en la misma sala. Y los guardias desquiciados, fuera de sí, arrastrando a los pobres hombres de aquí para allá, argumentando a los tiros y a las patadas. De haber sido perros o ratas, los hubiesen tratado mejor. Los ponían a fabricar vaya a saber uno qué cosa, horas y horas, al calor sofocante de unas máquinas infernales, tan absurdas como ruidosas. Y después a dormir un poco, lo mínimo, como para no caer desmayados. Con la comida era igual, lo indispensable, a veces ni siquiera eso. Estaban todos flaquísimos, irreconocibles. Lo que llamaban las “camas” eran unas planchas delgadas de tela roñosa, sin almohadas ni cobertores, como para no dormir directamente en el suelo. ¿Qué es este lugar en que vivimos, mientras nadie se acuerde de aquellas cosas? Es complicado a veces, porque parece que nadie quiere cargar el peso de los muebles viejos, parece que hoy todo tiene que ser ligero como una pluma. Así es fácil ser buena gente, sonreír a la cámara, rezar por lo pobres. Así la dignidad cuesta muy poco, así el honor no vale nada, porque se lo ha conservado desde un principio bajo mil llaves, porque nunca se lo ha puesto en juego, porque nunca se apostaron las propias medallas a un compromiso. Lo mío es distinto. A mí ciertas cosas me han cambiado para siempre, a mí ya no me importa lo que me digan. ¿Cómo olvidar aquellos hombres, aquella sala? El jefe que, desde un rincón, miraba sin ser visto, que controlaba los movimientos, que vigilaba las actitudes. Era imposible saber cuándo dormía, cuándo atendía, cuándo se despistaba. De vez en cuando mandaba llamar a alguien. Los guardias lo llevaban a los empujones, lo metían en esa oficina maldita, en ese pequeño infierno tras los vidrios polarizados. Jamás volvían. Y si volvían era tal vez peor para ellos, al menos eso daban a entender sus rostros demacrados, sus miradas totalmente vacías, muertas quizás. Daba miedo verlos. Salían de la oficina arrastrando los pies, babeando sin darse cuenta, completamente insensibles a todo. Eso es lo que los guardias llamaban “aprender el mensaje”.
III Hay que tener una paciencia infinita. Hay que estar preparado para aguantar los vaivenes, para ver hasta qué punto las cosas apuntan cada vez más para otro lado. Hay que escuchar decir, por ejemplo, que no
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fue tan terrible, que lo mejor es poner las cosas en su sitio. ¿Pero cuál es el sitio para el horror, para los sufrimientos injustos? Según ellos, la oscuridad, el olvido, el último subsuelo. Para ellos curar las heridas es dejarlas de mirar. Pasa un tiempo y de pronto, a nadie le importa. Es como si uno les hablara de otra vida, de otro planeta, de cosas que sucedieron en un tiempo mitológico, en un mundo de pesadillas. De vez en cuando alguno reacciona, porque en cierta manera todos hemos sido testigos. Todos hemos visto los padecimientos de aquellos hombres, todos hemos sabido –o al menos sospechado- lo que sucedía en el interior de aquella sala escondida. Pudimos verlo en los rostros que circulaban, en las cosas que no se decían, en los llantos que se escondían entre paredes y cerraduras. De alguna manera todos nos percatamos de que el interior de aquella sala tenía que convertirse en un infierno para que afuera pudiese reinar una calma ficticia. Nos resignamos a todo eso. Tuvimos que aceptarlo con una tristeza enorme, porque en el fondo sabíamos que nosotros también éramos aquellos hombres y ellos eran nosotros. Todos estábamos encerrados en una sala oscura, vigilados y atormentados por hombres de una violencia sin límites, sometidos a una maquinaria absurda. Así de crueles, ni más ni menos, eran las cosas. El sistema funcionaba a base de un sometimiento absoluto. Las prohibiciones llegaban al sinsentido. El objetivo constante era confundir, desorientar, desmoralizar, y al mismo tiempo, dejar en claro quién disponía las cosas, quién tenía la fuerza para maltratar los cuerpos, para corromper las almas. En la sala las actividades estaban fijadas de antemano por el jefe, cada jornada era simplemente la efectivización de lo que éste había dispuesto para cada uno de los hombres que vivían bajo su mando. Sus decretos se ocupaban hasta de los detalles más insignificantes. Las únicas excepciones al plan eran las que él mismo determinaba, a veces para entretenerse, a veces para mostrar su poder, para que todos notaran que era su voluntad y no otra cosa lo que marcaba las reglas. Los guardias lo obedecían sin vacilar, se adecuaban a sus caprichos con gran esmero, lo observaban y atendían con una curiosa mezcla de temor y de respeto. Muchos de ellos estaban, incluso, convencidos de lo que hacían. Cada vez que tenían que hacer uso de sus funciones los envolvía una especie de fervor desquiciado, como si estuvieran a un paso de volverse locos, y sentían que descargaban su furia sobre el mundo entero cada vez que asestaban un golpe a alguno de los hombres de la sala, cada vez que torturaban y que mataban. Cada abuso tenía el sabor de una pequeña venganza. Cualquier descripción se queda a mitad de camino. Cualquier denuncia resulta tibia al lado de aquel infierno. Pero no obstante, no puedo dejar de intentar traer a la memoria aquellos sucesos, no puedo dejar que se extingan para siempre las llamas de aquel incendio en que se nos quiso hacer desaparecer a todos. Porque yo también estoy en deuda con lo que sufrieron esos hombres, con los días que pasaron bajo las luces tenues, entre cuatro paredes invencibles, sin poder hablar ni llorar, sin poder siquiera mirarse las caras entre ellos para desnudar sus ojos abatidos y compartir de ese modo un tanto sus miserias. IV Hay ciertas cosas que, sencillamente, no pueden ser toleradas así sin más. Hay hechos que nos llegan de una manera tan profunda que nos obligan a sacudir los cimientos de lo real, a poner el universo entero cabeza abajo. Así sucedió con la imagen de aquellas tres mujeres saliendo de la oficina del jefe. Habían sido llevadas allí hacía más o menos tres jornadas, a causa de un delito tan insignificante como imposible de recordar. Quizás hablaron entre ellas, quizás alguna de las tres lloró o rió y las otras dos tuvieron la mala suerte de estar demasiado cerca. De cualquier manera no tuvo sentido. El jefe y los guardias no se cansaban nunca de repetir que su tarea era perseguir el mal, pero lo cierto es que ocupaban la mayor parte de su tiempo persiguiendo idioteces, persiguiendo actos comunes y naturales como la risa y el llanto, el canto y el baile, la conversación y la ayuda mutua.
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Los abusos más terribles fueron tolerados. Un sentimiento hondísimo de temor, un miedo profundo que se apoderaba de cada uno de los órganos del cuerpo, mantenía a los hombres paralizados, inmóviles frente a la autoridad del jefe y frente a la crueldad de los guardias. Pero toda la rigidez y el acatamiento comenzaron a desmoronarse desde el preciso instante en que asomaron nuevamente a la sala aquellas tres mujeres. Sus rostros estaban desfigurados, irreconocibles. Las tres caminaban pálidas, con la mirada perdida en cualquier lugar, con el cuerpo cubierto de cortes y de hematomas. Apenas podían mantenerse erguidas. Avanzaban lentamente, llevando un paso excesivamente torpe y confuso a causa de los dolores. La imagen era terrible, de una violencia inimaginable, de una cobardía infinita. Los mismos guardias, el mismísimo jefe, se dieron cuenta de que ya nada podía seguir igual después de semejante espectáculo. Sus rostros se fueron poniendo cada vez más serios a medida que las mujeres se acercaban a los demás hombres, sus miradas se fueron cargando de un incómodo sentimiento de expectativa. Más de uno reprimió en sus miembros una necesidad urgente de escapar, de salir corriendo inmediatamente de la sala. Se hizo un silencio absoluto. Las mujeres se acercaron al centro de la sala, se sentaron en el suelo junto a los demás. Era el momento de la comida. Todos comían con sus manos, se servían desde unos pequeños recipientes que contenían una masa heterogénea en la que no se llegaba a reconocer ningún alimento específico. Cuando aparecieron las mujeres nadie tragó más nada, todos quedaron, por un momento, inmóviles. Comenzaron a mirarse entre ellos, a intercambiar gestos. Los guardias llegaron a oír algún que otro murmullo suave, pero en un principio no se animaron a tomar represalias. Ellos también miraban atentamente a las mujeres, ellos también estaban poseídos por esa imagen aterradora.
V De un momento a otro se disuelven todos los temores. La prudencia, las precauciones, se vuelven inútiles frente a tanta violencia descarrilada y sin sentido. Toda la estructura de emociones y de símbolos que sostenía el funcionamiento de la sala se vino abajo en cuestión de dos o tres gestos. Los relatos y las jerarquías, hechos carne después de tanto tiempo y de tantos golpes, fueron repentinamente expectorados por cada uno de los hombres, fueron nuevamente enviados al exterior, a las lejanías. Los mismos guardias, el mismísimo jefe, fueron quizás los primeros en darse cuenta. La maquinaria comenzaba a derrumbarse pieza por pieza, ya no era posible sostenerla después de que aquellas tres mujeres ingresaran a la sala con sus rostros inflamados y cubiertos de lágrimas. ¿Cómo seguir diciendo las mismas cosas? ¿Cómo seguir sosteniendo las mismas mentiras? La tranquilidad, en esos momentos, era ficticia. Se basaba en horrores enterrados en subsuelos a la vista de todos, subsuelos que eran tales gracias a la voluntad de no mirar. De pronto el discurso de siempre ya no tuvo sentido, porque habían dicho más de mil veces que su tarea era combatir la barbarie, y parecían, más bien, estarla provocando. La barbarie de ese momento, la de las tres mujeres golpeadas hasta el hartazgo, y la barbarie venidera, la de años y años, la silenciosa. Por eso cuando hoy, después de tantas cosas, me dicen que haga como si no hubiese visto a aquellos hombres, siento que me piden demasiado. Es como si me obligaran, una vez más, a crear subsuelos, a encarar los problemas con la espalda, a inventar excusas y rodeos. Los hechos se fueron desencadenando rápidamente uno tras otro. Aunque, tal vez, la memoria me falla en esto y acabo amontonando en un solo día lo que tardó años y años. No importa. Lo importante es que los guardias, y hasta el propio jefe, tuvieron que irse, tuvieron que tirar abajo la enorme puerta que aislaba la sala del resto de las cosas, para salir luego corriendo despavoridos, tratando de esconderse, o mejor aún, de hacerse invisibles. Por un momento trataron de contener la situación, de volver de alguna manera al instante previo a la aparición de las mujeres. No hubo caso. Formularon cierto intento de represión pero nadie
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les respondía, nadie hacía caso de sus armas ni de sus uniformes. Podrían haber continuado hasta matarlos a todos, pero una maquinaria como la suya no podía funcionar así, no podía ser empujada solamente por cadáveres. Tuvieron que irse de la manera más silenciosa posible, tan cobardemente como habían llegado. Los demás hombres miraron primero a las tres mujeres. Las vieron acercarse, las vieron arrastrando sus cuerpos doloridos. En ese instante, bajo el influjo de semejante imagen, se olvidaron de todo lo demás, se olvidaron de los guardias y de las máquinas, se olvidaron del jefe y de su oficina. Todo lo referente a las estructuras bajo las cuales habían vivido tanto tiempo pasaba por sus mentes con cierta lejanía, como si se tratara de viejos cuentos de la niñez. Lo demás se siguió de ahí. Comenzaron a verse, a descubrirse nuevamente entre ellos, mientras las máquinas de siempre y el edificio se volvían despojos. Los guardias y el jefe tuvieron que irse, pero las cosas no iban a ser fáciles después de tanta miseria. Había que construir un mundo nuevo a partir de piezas rotas, había que invocar una libertad que no se conocía sino en sueños. Casi no hubo tiempo para demorarse en aquellas tres mujeres. No hubo tiempo, siquiera, para el fervor. Las cosas cambiaron tal vez con demasiado vértigo. El primer gesto fue juntar pedazos de escombros, lo único que abundaba en semejante situación, y arrojarlos. Arrojarlos, de más está decir, a alguna otra persona. Con timidez algunos, con gran soltura los otros, todos fueron ingresando de a poco en ese juego macabro. Pedazos de máquinas y de vidrios rotos, escombros de viejas vigas y paredes, volaban mansamente por los aires y caían sobre los cuerpos de aquellos hombres liberados.
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La vieja casa de los abuelos
Elena Selva Seudónimo: Chery selenab2@yahoo.com.ar Cuanto odiaba María Inés esa casa, su madre le repetía, es la casa de tus abuelos, la han hecho con mucho sacrificio, acá has nacido… Siempre escuchó lo mismo de chica, pero ella veía a las mujeres ahí dentro viejas, sin vida, era triste, solo recuerda que quería irse. Por fin se puso de novia y pudo volar, se fue de esa casa, ahora sentía que pertenecía a un mundo mejor, de mujeres lindas, que eran jóvenes, eso es lo que quería para ella, Maria Inés casada con Alberto alquilaba un pequeño departamento, no importaba era moderno, sobre una avenida. Luego murió su abuela, y su madre quedó sola en la “casa”, llegaron los hijos, Clara y Eduardo, seguían viviendo en el pequeño departamento, su madre le ofrecía que vengan a la casa que era muy cómoda y los chicos podían disfrutar…-Jamás-, decía Maria Inés, su matrimonio no iba cuesta arriba, todo lo contrario, la situación económica no ayudaba, hasta que se enteró que Alberto le era infiel y le pidió la separación. Maria Inés tenía mucha culpa de haber llegado a esta situación. Su carácter no era lo mejor de ella, siempre había sido muy malhumorada, y de fuertes contestaciones. Intentó trabajar, la mensualidad que le pasaba su ex marido no alcanzaba. Su madre le vuelve a tirar lo soga y le dice que se venga con los chicos. No podía creer que la vida le hacia esta jugarreta, volver, se sentía como la letra del tango… Ya instalada con sus hijos y su mamá, su actitud empeoraba cada día mas, sentía que iba a morir en esa bendita casa, que el destino la había hecho para que ella fuese desdichada. Pasan los años, su madre muere, Clara se casa, y Eduardo vive unos cuantos años con ella hasta que formó pareja. Ya se sentía vieja, como había visto a su abuela y a su madre, hacía cursos. Trabajaba… Era difícil entablar una relación con algún hombre. Estaba negada, y eso hacía que nadie se acercara. Los domingos regaba las plantas…ese domingo estaba con el peor de sus humores… tocaron el timbre… No estaba dispuesta a contestar a nadie, insistieron pero se mantuvo firme, y no abrió, pero no dejó de tener curiosidad de saber quién podía haber sido. Al domingo siguiente, ocurrió lo mismo, su humor algo mejor, miró el reloj y se dio cuenta que era a la misma hora de la semana anterior. Se acomodó su cabello, era una bella mujer, pero su rictus la hacía parecer mayor. Preguntó quién era y sintió la voz de un hombre que le decía... me llamo José María, traigo unas fotos de sus abuelos junto a los míos, y si usted es Maria Inés, quizás se encuentre en ellas cuando éramos chicos. Dudó, pero le inspiraba confianza esa voz, abrió, se presentaron, era de su edad o quizás mayor, bien parecido…. se arrepintió de no estar más arreglada. Se sentaron en los antiguos sillones del patio y él le pidió si le permitía ver el fondo, -sí, pase -, volvió con una sonrisa, que a ella le gustó, bueno quiero ver las fotos, y ahí estaba ella… con su vestidito almidonado, sus zapatitos impecables, parecía ser una fiesta, -y usted ¿dónde está?-; -¡Acá cerca del macetero!- Ella no lo recordaba, pero parecía que él si a ella. Sintió que algo le pasaba, le ofreció algo para tomar, necesitaba pensar. Cuando volvió con la jarra y los vasos le pidió ver la fotos nuevamente, estaba su abuela, su pelo blanco, y con su dulce sonrisa, y más allá su mamá, qué joven era, no la recordaba tan linda, cuánto dolor sintió al darse cuenta que para ella las mujeres de esa casa eran viejas, ¿así se vería ella ahora? Le dijo, José Maria “y vos... ¿qué hacías en esta fiesta?”, él le responde “nuestros abuelos eran amigos
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y festejaban la llegada a la Argentina, pues se habían conocido en el barco, y me encantaba escuchar los relatos de tu abuelo, con qué amor había levantado con sus manos esta casa”. ¿Mi abuelo? pensó, yo nunca escuché esa historia, dónde estaba… y él seguía hablando, y le comentaba que siempre quiso volver a esta casa, y se preguntaba si alguien la habitaba, si la habían remodelado, o ya no estaba. Por eso volví este domingo, el pasado vine pero nadie contestó… Como la iban a tirar si acá se siente el amor de tus abuelos y de tus padres. Cuando se fue Maria Inés, quedó como quien despierta de un sueño, vinieron a su cabeza escenas, lindas mesas con toda la familia y esas viejas, como decía ella, eran jóvenes y bellas mujeres que mantuvieron en pie esta casa, por primera vez las miró, si nunca las había mirado así. Lloró, lloró mucho…se dio cuenta que no había sabido vivir, que ya no volvería, y también notó que hasta sus hijos ya no la visitaban, sintió pánico, miró el sobre de las fotos, pensó cómo no le dije que vuelva que quería saber más de su infancia que estuve dormida…pero no, no supo ni ofrecerle que vuelva. El domingo siguiente sin que ella se diera cuenta, se arregló, se decía quizás venga Clara… Eduardo….pero no vinieron, cuando ya desilusionada siente el timbre, tembló como no recordaba haber pasado por esta situación nunca Maria Inés ¿estás? ¡Soy José María! José María era medico, hacía dos años había enviudado, tenía al igual que ella dos hijos, casados. No sabe como fue, pero la casa ya no era tan fea, que iba a ser fea, ahora los domingos había hijos, yernos y nueras, Los pequeños nietos de ella y José Maria. Todos venían a la vieja casa de los abuelos…
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La casa Elisa Rosetti Seudónimo: HELIX enrosetti@hotmail.com Bajamos del auto con el poco equipaje que era necesario para estar sólo un día. La perspectiva de la calle que se me presentó al mirar a la distancia, me dio la sensación de estar justo en la mitad de un túnel fresco y silencioso debido a la hilera de árboles de gran copa, frondosa, que la bordeaban por ambos lados. Ya era la siesta y la siesta en el pueblo habla de silencios y suspensión, hasta del aire. Todo estaba callado y atento. La casa cerrada. Lo decían las ventanas y las dos puertas del zaguán. Un cartel importante estampado como a presión sobre la pared del frente, tenía escrito con grandes letras blancas sobre fondo rojo: SE VENDE. Esto es lo que precisamente justificaba haber emprendido el viaje hasta el pueblo natal a Eliana a Vito y a mí. Y estábamos parados en la vereda como si hubiese sido la primera vez que la pisábamos. Sentíamos algo de emoción contenida, quizás. Introduje en la cerradura de la puerta la llave de bronce un poco gastada. Al abrir la puerta, de madera pesada y antigua, la luz intensa llegó desde el fondo de la sala. Venía cargada del verde desordenado de las plantas y los árboles del patio que se divisaba a través del inmenso ventanal. El hall de entrada, me pareció más grande al estar iluminado y casi vacío. Siempre me había gustado esa amplitud generosa que se abría a la vista, al ingresar desde la calle. Tal vez era lo más lindo de la casa. Y el patio. El patio. Lugar sagrado que mamá había diseñado y en el que había cultivado un jardín y al que le había dado horas de su tiempo, robándole muchas al descanso. Recuerdo, que cuando por cualquier circunstancia alguien llegaba a la casa, el orgullo que sentía por su jardín, el “vergel” según decía ella aunque en realidad no lo fuera, se convertía en entretenida charla y el recorrido por el verde y el color de las flores, era una fiesta para los ojos y el olfato. Ahora, ese patio, es sólo una pobre imagen que la soledad y la falta de presencia humana en la casa, lo ha ido convirtiendo en una maraña verde y marrón que puja por avanzar hacia la galería. Mientras observaba ese panorama tan conocido y querido, me llamó la atención una pequeña mancha sobre uno de los cristales del ventanal. Al acercarme vi como lentamente un caracol, impulsado por sus movimientos de elongación y contracción, ascendía dejando su estela brillante sobre el vidrio. Al verlo recordé las duras batallas que mamá les había dado en las noches de verano para exterminarlos. Para que ellos no acabaran con sus plantas. Nunca logró vencerlos. La lucha fue desigual. Siempre volvieron. Abrí la puerta ventana que da paso a la galería e instantáneamente el dulce de las azucenas florecidas perforó mi olfato. Tanta dulzura daba la sensación que el aire caliente de la siesta estaba prisionero del perfume suspendido en cada partícula invisible de la atmósfera. Caminé extasiada hasta el matorral desprolijo de flores para admirarlas . Con asombro y con cierta repulsión, vi que varias de esas hermosas tulipas nacaradas, habían sido invadidas por pequeños caracoles rosados , tiernos e inmóviles.. Retrocedí de inmediato porque frente a ellos, sentí que esos diminutos moluscos no estaban allí porque sí, sino que esperaban pacientes, en su inmovilidad expectante, un momento propicio. Volví a la galería. Me senté en el sillón en el que mamá descansaba casi todos los días para contemplar su obra de abnegada jardinera y me puse a pensar que habíamos viajado mi hermano, mi hija y yo , para terminar de desocupar la casa. Hacía ya varios meses que se había puesto en venta pero, si bien muchos posibles compradores se
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habían interesado y consultado el precio de venta, ninguna operación se había llevado a cabo. Nos había comentado un vecino de esos que siempre están atentos a lo que sucede a su alrededor, que mientras hubiese en la casa algún objeto u elemento que hubiera pertenecido al “difunto”, textuales palabras, dichos objetos funcionarían como impedimento. La casa no se vendería porque en cada uno de ellos estaría la presencia, la energía de aquel que había vivido en ella y por lo tanto pondría resistencia a dejar la casa. Recordé entonces, lo que había leído en una novela, y particularmente lo que uno de sus personajes decía: “las cosas empezaron a hablarme en el lenguaje simbólico y peculiar de la vida…nos hablan de mil maneras y todo sucede para llamar la atención…lo único que hace falta es comprenderlas”. Las cosas, pensé yo, encierran recuerdos y muchos de éstos se adueñan de las paredes, de las plantas, de los objetos y no permiten que las historias se cierren. Mirando ese verde conmovedor, que por momentos amenazaba, llegué a la conclusión que debía sugerir al resto de la familia que era necesario desmantelar la casa. Dejarla absolutamente vacía, sacar todo aquello que de alguna manera hablaba de la presencia de quien durante 66 años había vivido, amado y dominado aquella casa. Si es que queríamos de verdad, venderla. Lo propuse y fue aceptado .Comenzamos entonces, una recorrida por las distintas habitaciones. Esta toalla rallada, que daba vida con sus colores al baño, esta crema de manos, el cepillo de dientes… Fuera. La Alfombrita verde que debía estar siempre en su lugar, frente a la puerta que llevaba a la galería… fuera. La lámpara, el gran espejo y la mesita” ratona “de mármol… Fuera. El centro de mesa con el arreglo de flores impecables… Fuera. Todo. Todo. Absolutamente todo tiene que desaparecer hasta que la casa sea un páramo de recuerdos. En esa recorrida llegué a la cocina lugar de la casa casi simbólico o tal vez, sagrado. Estaba en su centro, como siempre, la mesa redonda que tanto había congregado, en los últimos años, a los cuatro hermanos: mamá, las dos tías y el tío Beto cuando jugaban a la lotería en las largas noches octogenarias. Lo hacían para entretener y acompañar a la que siempre había logrado reunir con amor, con autoridad y muchas veces hasta con prepotencia a quienes quería. Y lo había seguido haciendo, el último tiempo, desde su silla de ruedas para marcar severa y firme el camino. El poco que le quedaba hasta su final. En aquellas noches de loterías había profundos silencios para poder atender y escuchar la voz del que cantaba el número de la bolilla, que con manos lentas sacaban, cada uno a su turno, de la bolsita de tela siempre apoyada sobre la falda. Risas tintineantes frente a los olvidos. Satisfacción cuando lograba cantar “¡lotería!” alguno de ellos y entonces cobrar las moneditas. Cálculos, errores y risas, se agolpan como fantasmas en mi memoria. Ya en el comedor, ambiente que estaba prácticamente vacío, el cortinado se vuelve el único testigo, callado, de las reuniones realizadas allí. Reuniones que debían tener una importancia digna, para celebrarse en ese lugar. Entonces, las copas se disponían sobre el mantel casi centenario, bordado a mano en las noches de ajuares y sueños compartidos. El juego de porcelana graciosamente pintado con flores rojas y contornos dorados, se iba acomodando frente a cada comensal. Las luces se encendían en abundancia y aparecía una mesa bien servida. Bruscamente mis recuerdos se detuvieron ante la llegada de un extraño ruido, más bien un susurro áspero y constante, que venía desde afuera. Al prestar atención me pareció que el cielo se había oscurecido y la luz había disminuido como en los presagios de tormenta. Sólo, en ese momento, advertí la ausencia de la voz de mamá, que en los días de lluvia, nos hacía recoger los almohadones de los sillones del juego de jardín porque:- “se mojan y se arruinan”_ nos decía. Siguiendo esa voz volví otra vez al patio. Efectivamente el cielo se había encapotado y el ruido era cada vez más ronco. Al poner mis pies en las baldosas del jardín, sentí que debajo de ellos crujían gruesos caracoles y que muchos, como alfombra movediza, avanzaban marcando un camino brilloso en dirección hacia el interior de la casa. Eran tantos que trepaban sobre las plantas y a su paso éstas, agobiadas por el peso, quedaban postradas sobre la tierra. Impresionaba esa invasión. Los moluscos arrogantes aparecían interminables, ostentando su natural geometría, dibujada en sus duros caparazones, como símbolo de triunfo y venganza. Sin tener intención de hacerlo, como una descarga inconsciente, un grito se me escapó de la garganta lo
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que hizo que tanto Vito como Eliana acudieran a donde me encontraba para ver qué sucedía. _ ¿Qué pasa?_ _ ¿Qué es esto? ¡Por Dios! _ Dijeron asombrados al ver tal cantidad de caracoles. Como pude, tratando de no aplastar más ni uno de esas fatídicas durezas movedizas, llegué hasta ellos y les respondí, primero con una pregunta: _ ¿Qué es?_ Luego, totalmente convencida les dije: _ Es la perfecta unión de dos enemigos que han hecho un pacto para destruir a un tercero. Ellos, los invasores, guiados por la fuerza y la energía de mamá, ese espíritu triste, errante y combativo que se resiste a dejar su lugar, su casa, vienen por nosotros. ELLA, negoció y pactó con sus antiguos enemigos, y ahora, nos enfrentan para que dejemos la casa. Más allá de su muerte carnal, vive y aparece, aún cuando no la veamos._ Los dos me miraron como sin entender nada y siguieron mudos. Yo proseguí. _Debemos irnos. Dejemos que la historia se cierre por sí misma y en su tiempo. ¿Sabemos acaso nosotros cuánta fuerza tiene el sentido de pertenencia a un lugar? ¿Cuál es el tiempo que se necesita para abandonar lo terrenal, si es que hay un tiempo? ¿Cuánta fuerza tiene el amor por cada cosa que se ha construido, cuidado, atesorado? La fuerza de ese amor, tal vez, trasciende los límites humanos y va más allá de nuestra comprensión. Rindámonos ante ello. Demos tiempo al tiempo. Ya aparecerán los signos que nos indiquen que el momento que esperamos ha llegado. …. Al darnos vuelta para cruzar el hall y salir de la casa, sentimos cierto murmullo de secretos y de ancianas risas cómplices mezcladas con un suave y dulce perfume de azucenas. Cerramos con doble llave la puerta del zaguán que va a la calle y subimos al auto. Había un silencio oscuro y profundo de siesta, en el pueblo.
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El vuelo del pez Griselda gnmbosi@gmail.com tiki.toc.9@facebook.com
-Soy un cansado pez, que en curioso vuelo, surca lagos, ríos y mares, hasta llegar al océano. ¿He oído bien, o mis oídos ya no escuchan ni letras, ni palabras? Que yo sepa un pez no vuela, no tiene alas. No. Un pez nada, se desliza, se desplaza dentro del agua como las burbujas en el vaso con soda. ¡Pero…qué clase de pez es ese! -Soy un pez, respondió pausadamente, que tiene dos aletas, una a cada lado de mi fino cuerpo, que son como dos alas que muevo para arriba y para abajo; un cola que es otra aleta y es mi timón de “cola”; así vuelo buscando mi alimento, o sólo juego. Les pregunto una cosa: ¡qué diferencia hay entre el vuelo en el aire y el nado en el agua? Quieren saber: ¡ninguna! Por eso, señores, yo soy un pez que vuela en el agua y desafío a todas las aves a que naden en el aire. Y si, había oído bien, y ese pez tiene razón. Desde hoy, señores (como dice el pez), les comunico la siguiente resolución: los peces volaran en el agua y las aves nadaran por el aire, ¡nada de volar por los cielos y nadar por las aguas!, si es lo mismo hacerlo al revés. ¿O no? ¿Les parece bien mi resolución? Si no busquemos otra entre todos, si al fin y al cabo los finales los podemos cambiar.
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El Puente Hugo López Penelas Seudónimo: Erasmo. lopezpenelas@gmail.com www.facebook.com/hugolopezpenelas www.penelasplus.com.ar
Hoy ha amanecido, tempranamente, la aurora se anuncia con su fuego escarlata. Tú miras por la ventana, pero no puedes ver más realidad que lo que la mente te indica... Tu alma ha despertado pero no escuchas su voz… estás aturdido, lleno de ruidos, contrariado, frustrado, ¡¡VACIO!!... Te has mirado al espejo, pero no te has visto… ¿Cómo eres en realidad? ¿te lo preguntaste alguna vez?... Todavía crees que la felicidad se compra, NO AMIGO, no te confundas, se compra la comodidad y a veces el placer de la lujuria… La felicidad no se compra, ni se negocia… No importa la edad que tengas, la felicidad no es una meta, es un camino, y ese camino es la vida… Juan, que seguía frente a la ventana, giró bruscamente, y se puso frente al espejo… - ¿Quién soy? –se preguntó, nadie le respondió. - Oye te hablo a ti el de la ventana – como respuesta recibió el mismo silencio. - Escucha amigo, no imaginé, tu monólogo, y aquí estoy frente al espejo, haciendo la pregunta que me recomendaste. ¡¡Loco no estoy!! Te escuché, me interrumpiste y ahora me vienes con tu silencio. Eres patético, lamentable y además no te animas a responderme. ¿Por qué no te animas? ¡¡Tienes miedo!!, te percibo como te has bloqueado… El departamento de Juan, era medianamente cómodo, y bonito… Hasta estaba ordenado o casi, pero habitable. - Mira, quien quieras que seas, mira que buen nivel de confort, tiene mi apartamento, y además es luminoso, tengo una cochera, qué más. ¡Ah! Buena compañía, ¡¡Si!! Siempre hay mujeres decididas a pasar una buena noche, si te fijas bien, te darás cuenta, que esta noche, no la he pasado mal… Una puerta se abrió bruscamente y una joven de unos 30 o 35 años salió apresurada. - Juan me voy, tengo que llegar antes de las ocho a casa, mi marido llega de su guardia nocturna a las ocho y media o más tardar a las nueve. -Bueno, bueno, yo no te detengo, nos hablamos en la semana.. Clara una cosa - Si, ¿qué? - Estuviste fantástica anoche… Clara no contestó… giró la llave y desapareció tras la puerta. - ¿Y qué me dices amigo, tú que lo sabes todo? ¿Tengo el alma dormida?, puro chamuyo el tuyo… Mira hagamos las paces, me dices como te metiste en mi cabeza y… ¡¡Amigo!! Bueno basta de perder mi tiempo, me afeito, un buen baño y al laburo... - Qué pasa, ¡¡qué pasa!! Me quitaron el espejo… No, si mi mano lo toca, por qué no me veo... Tomó el celular y...¡¡Clara!! - Si Juan, que querés, te dije que no me llames, estoy llegando a casa. - ¿Vos usaste el espejo del baño? - Sí - ¿Te veías? - Juan que pavada estás diciendo… ¡Te tengo que cortar!
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- ¡¡Oye amigo esta es obra tuya!!... No me importa ya pasará, al igual que un mal resfrío. El verano estaba próximo, pero ya en Noviembre los calores se asomaban, sin anunciarse... - Si me descuido voy a llegar tarde, todo por este misterioso hombre sin rostro… Pero y el espejo, ¿Qué ha pasado?, ¿Por qué no puedo verme? Había sido una jornada, ni fácil, ni difícil… Había sido una jornada diferente… Juan había estado callado, cosa poco común para su personalidad extrovertida… - ¿Qué pasa Juan?, no hubo filín anoche... Juan no respondió. - ¿Che pero te sentís mal? - No Darío, no me siento mal, solo estoy cansado y embolado. No lo tomes a mal... Juan metió la llave en la puerta de su departamento, intentó girarla, la puerta no se abrió. - ¿Y ahora qué pasa ?…- Los minutos pasaban y nada -... - ¿Qué pasa Juan? - Hola Héctor, no puedo abrir la puerta. - ¿Pero es la llave correcta?, me dejas ver Juan Héctor se para frente a la puerta, mira la llave, la coloca y gira… La puerta se abre. - ¿Cómo lo lograste Héctor?... - Como lo hago siempre, la coloco y giro... - Gracias Héctor. No entiendo... - No hay nada que entender Juan, no colocaste la llave hasta el fondo, muchas veces tenemos actos repetitivos, como autómatas y un día por algo o por alguien nos equivocamos. -Héctor yo no me puedo equivocar con una estupidez como esta… - Amigo los actos más sencillos, se convierten en los más difíciles, en algún momento... Juan miró a Héctor… ¿Estábamos hablando de una llave o qué?, se preguntó… - Chau Juancito a veces los hombres, nos sentimos pequeños, o dicho de otra manera, nos suceden cosas que nos hacen sentir pequeños… -Vos te pusiste mal y seguro no es por la llave, sino por lo que el tema en cuestión te hizo sentir. Algo tan pequeño y te dejaba afuera…Todo parece tan virtual, pero te deja afuera. - ¿Por ejemplo qué Héctor? - La obstinación, la necedad, el no comprometerse, en el día a día...No despertar... - ¿Y qué es despertar?... - Hacer conscientes los actos cotidianos y animánrnos a VIVIR. - Eso me suena a retórica… - No Juan, no es retórica. ¿Te has enamorado alguna vez? - ¡Sí muchas veces!! - Entonces no te has enamorado nunca, sólo has deseado. - ¿Deseado? - Si el deseo tiene principio y fin, una vez que has logrado cumplir el deseo este desaparece. - ¿Y el amor qué es? - El amor es un sentimiento, pero “AMAR ES UNA DECISIÓN”. - Por qué decisión… - Porque se asume un hermoso compromiso, con uno, con la persona amada y con la vida. Bueno Juan, qué te parece si continuamos cada uno con lo suyo… La puerta se cerró detrás de Juan y éste se tiró en un sillón confundido y aturdido… Era sábado, uno siente que ha llegado al puerto de lo posible. Ya eran casi las doce, Sonó el celular de Juan, varias veces, Juan dormía… La luz que entraba por el ventanal se estrellaba primero contra los arabescos de un cortinado, sonó nuevamente el celular... - Hola, hola, si quién habla - Buen día, tengo el celular de Gaia, su número está en el, usted es el último que habló… - ¿Gaia, quién es Gaia? - Bueno tal vez usted la conozca como Clara, fíjese el número que aparece en su celular, luego llámeme al
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teléfono que usted tiene de Clara… - Espere, ¿qué es todo esto?, ¿Dónde está Clara? ¡Cortó, cortó!... ¿Pero qué hora es? No, no puede ser más de las doce, ¿Qué día es hoy?… Hoy es sábado y yo delirando... Juan bebió un vaso de agua, se sentó, tomó su celular, y anotó el número desde el que lo habían llamado y lo corroboró con el de Clara... ¡El mismo número de Clara!, voy a llamar - Hola, si hable Juan, lo escucho. - ¿Cómo sabe mi nombre, quién se lo dijo? - Bueno Gaia, ó como usted la llama, Clara, me contó de su relación y que a usted le debía cinco mil pesos. - Si pero ese tema es un pacto entre los dos… - No es tan así Juan, Gaia llegó a usted para ayudarlo. - Yo la conocí en una fiesta - No Juan, ella fue a su encuentro, en una fiesta. Usted se tenía que encontrar con una mujer, una mujer muy oscura, pero usted no podía darse cuenta de esto, ella lo iba a raptar. - Escuche, escuche, ¿cuál es su nombre? - Mateo, Juan, Mateo, y tengo su dinero y una carta para usted… - ¿Pero Mateo qué es todo esto? - Juan usted es un elegido… - ¿¡Elegido!? ¿Por qué, por quién? - Eso no importa ahora porque con el tiempo usted solo se lo podrá responder. - ¿Y por qué fui elegido? - Juan usted reúne en sí mismo “El espejo de la vida”, tiene un lado de luz y otro de oscuridad, según con el lado que mire, así será su proceder. - ¿Mateo y Clara ó Gaia, como se llame, - Juan, ella desvió su violencia y oscuridad hacia ella misma y si no está con usted, es porque ha tomado su lugar, como rescate por usted. - ¿Estoy soñando o esto tiene que ver con el espejo? - Bueno, cuando usted no se vio, es que lo que veía era su lado oscuro… - Esta noche encontrará en el buzón de su edificio un sobre a su nombre, con el dinero y una nota… Suerte amigo ahora usted, será el portador de la luz… - Bueno… Pero hola, hola Mateo, Mateo... Bendito Dios qué es todo esto… Juan buscó el número de Clara para llamar nuevamente y no encontró nada. Nada que la conecte con ella. Cuando miró su reloj, ya eran casi las tres de la tarde, se sentó frente a la ventana, un pájaro blanco se había instalado en ella… Una voz resonó, pronunciando su nombre. - Juan, Juan, no temas, no estás loco, solo escucha: - ¡Quién me habla, dónde está usted! - Eso no importa, lo que importa es que escuches: Juan intenta escuchar la voz que te acompaña, te fue concedida, antes de nacer, como tributo a la vida… Eres quien eres, no quien intentas ser, ¿acaso puedes agregarle hojas a un árbol? ¿O un canto diferente al pájaro? ¡¡Tú eres el árbol y el pájaro!!... Renueva la fe en ti, para encontrar al Dios que te habita… No te desanimes, el imposible de hoy, no es otra cosa que el milagro de mañana… Sonríe y te sonreirán, Abraza y serás abrazado... ¡¡AMA, EL AMOR SANA!!... Mientras abría el sobre, Juan encontró una cadena en la cual colgaba una medalla de la “Cruz Orlada”… El dinero y en la nota una leyenda, “Somos poseídos por lo que poseemos”… Juan se colocó la cadena, miro la medalla y dijo… ¡Gracias Clara!
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Recuerdos de infancia Ida De Vincenzo idadevincenzo@gmail.com Siento alegría cada vez que un relato mío sale a la luz. Contar mi historia, puede ser en muchos aspectos reparador. Durante un período largo de tiempo los inmigrantes no hablaban del tema. ¿Sería porque no era grato recordarlo? Hasta dónde puedo llegar a evocar con exactitud momentos vividos, para rememorar, redimir, aproximar el pasado, resurgen en mí nostalgias, desarraigos, recuerdos, pasajes algunas veces complicados de aquellos tiempos de post-guerra que nos llevaron a emigrar, abandonar nuestra tierra, partir, sentir, sentirnos solos a pesar de estar acompañados y compartir días de mucho esfuerzo. Tenía que ayudar a cuidar del almacén, y con solo seis añitos muchas veces no podía ir a jugar a la esquina, donde las chicas saltaban y reían mientras yo me sentía sola. Algunas veces se apiadaban de mí y venían a jugar a mi puerta, pero a cada rato debíamos cortar el juego y llamar a mi mamá, para que atendiera el negocio. Yo tenía que gritar fuerte:”Gente”, “Gente” y ella que estaba lavando ropa en la pileta del fondo a veces no escuchaba. Después de un rato con algún pretexto las chicas se iban, tengo que reconocer que no era nada fácil jugar en esas circunstancias, me quedaba triste, pero se imaginan que los juegos del fosforito, las escondidas, el patrón de la vereda, las estatuas- y ese sí que era un problema estar parada en una pata y tener que cortar el juego-perdían toda la gracia, ¡Hoy como las entiendo! Hay períodos de mi vida que pasaron como si nada, parecería el tiempo se escurrió, se escapó de nuestras manos y de nuestra memoria, pero sólo es un olvido transitorio, siempre dejó a su paso huellas imborrables, algunas veces difícil de transitar, y aún así perseguimos lo imperceptible, lo microscópico, hasta acercarnos a poder ver lo esencial, lo que realmente importa. Hoy hay vidas que extraño, éramos una sola piel, los otros en nosotros, y muchas veces esa circunstancia nos sirvió de protección mutua. Ahora con mucho esfuerzo trato de conseguir algunas cualidades, paciencia y serenidad, que son las principales. Últimamente vienen a mi memoria pasajes vividos con mi abuela. Cuando estábamos medianamente instalados, vino a la Argentina, ella quería y valoraba mucho sus costumbres, le costaba adaptarse, a decir verdad a mi manera de ver las cosas, nunca terminó de adaptarse, el día que le cortaron las trenzas, fue una tragedia para ella, lloró silenciosamente, sentía que estaba perdiendo sus mitos, leyendas, costumbres ancestrales .Recuerdo que decía:”Sin mis trenzas me siento desnuda”, y así empezó a andar todo el día con un pañuelo en la cabeza. Como no se atrevía a caminar sola por la calle, los domingos cuando no podían traerla, íbamos con mi hermana a buscarla. Un domingo estábamos charlando con ella, éramos apenas adolescentes. La Nonna sonreía, no entendía por qué era tan importante para nosotras SABER. Después de mucho insistir comenzó a hablar con mucha calma, su voz adquirió un tono especial, triste, y con mucha seriedad dijo que se había casado dos veces, pero que en algún lugar de Estados Unidos, todavía vivía un hombre que había sido su pretendiente; a ella le interesaba él, pero sus padres no aceptaban esa relación, y en esa época las mujeres muchas veces
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no contradecían las decisiones tomadas por ellos. En ese instante había podido entrar en su mundo, el cual me inquietaba, las cosas no eran tan simples como me parecían, tenía en mi mente todos esos amores de las fotonovelas, de los libros de Corin Tellado, los cuales me costaba conseguir y tenía que esconder, porque en la casa no entendían que esas publicaciones me dejaban soñar y me mostraban un futuro esperanzador. La historia de la Nonna me había conmovido; la imaginaba hermosa, segura, una mujer con decisión, enterarme que tenía un pasado de amores me intrigaba: “HABIA AMADO”. Ella había tenido un cariño especial por su segundo marido; a cada paso del relato crecía mi afán de saber cuáles eran los motivos de ese afecto. Sorprendida, poco a poco fue contestando mis preguntas, el segundo matrimonio había durado muy poco, porque él se enfermo y al poco tiempo murió. En un momento del relato en sus ojos se pudo vislumbrar una chispa de alegría, dijo “Fue un buen hombre, me llevó a elegir un vestido”. Yo la entendía porque para mí no era una cosa tan simple “ elegir un vestido”, sabía lo que eso significaba. Y con esa simple frase resumió lo considerado que él había sido, y que a pesar del tiempo transcurrido, cuánto ella había apreciado ese gesto.
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El mejor viaje SolRadiante mariasoledadteran@yahoo.com www.facebook.com/mariasoledad.teranpineda
La locura siempre había sido parte de su vida, desde muy chico sintió atracción por las ideas delirantes y alucinaciones que presentaban las personas que no estaban cuerdas, le parecía un mundo fascinante y por ende direccionó su vida hacia un espacio en el que pudiera tener de cerca esta realidad. “HOSPITAL PSIQUIÁTRICO SAN MARINO”, versaban las letras del gran letrero. Joel estaba tan próximo a recibirse de psicoanalista, y qué mejor que realizar su tesis metiéndose de lleno en el hospital. El patio central era amplio y con luz tenue, debido al crepúsculo de la tarde. Observó a Olga, una mujer de avanzada edad con un bebé imaginario en sus brazos, más allá se encontraba Matías quien observaba un punto fijo con mucha concentración y de pronto sonreía como si todo un teatro se deslumbrara frente a sus ojos. Y así observaba como cada paciente interactuaba con su maravilloso mundo interno. De pronto, su vista se detuvo en una enfermera, quien intentaba dialogar con una anciana de blonda cabellera. De un momento a otro la viejecita comenzó a zarandearse sin ningún motivo aparente, como si estuviera al borde de un ataque. La enfermera procuró calmarla, agarrándole los brazos y diciéndole algo al oído, fue increíble que la tranquilizara tan solo con eso. Joel quedó algo atrapado por la escena, no tenía idea de lo que le había dicho pero logró calmarla así nada más, sin necesidad de doparla. Debía tener mucho amor por su profesión, además de una vasta experiencia. Sintió necesidad de aproximarse. En ese momento la anciana había comenzado a agitarse nuevamente y la chica intentó sosegarla una vez más, así es que Joel se aproximó para brindarle su ayuda y entre los dos lograron aquietarla. Joel observó a la enfermera sin más miramientos y ella intrigada inquirió el por qué la observaba de esa manera... - No te había visto antes. ¿Cómo te llamas? - Tamia - Que lindo nombre La anciana comenzó a sacudirse nuevamente - Parece que es indomable – profirió Joel, mientras intentaban detenerla - No creo que “domable” sea la palabra correcta, no es un animal como para ser domada. Es un ser humano, seguramente más inteligente y con más capacidad creativa que los demás, por que tuvo la valentía de renunciar a este mundo que le causaba conflictos para hacer el suyo propio. Joel guardó silencio. Una sensación agradable se había apoderado de su pecho. Qué forma tan atinada de
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observar la situación. Era agradable conocer personas que no solo se conforman con lo que los libros dicen, sino esos conceptos los mezclan con su propia esencia. Buscó la forma de quedarse conversando con ella el resto de la tarde, había algo tan exquisitamente agradable en su compañía, sus palabras y su mirada, por no mencionar lo inteligente que era. Sentía que había encontrado la gnosis vestida de mujer, - Bueno ya es tarde, me tengo que ir, pero… si gustas puedo llevarte a tu casa – comentó Joel mientras movía los dedos dentro de los zapatos esperando una respuesta. - No hace falta Joel yo vivo aquí – respondió con una sonrisa de agradecimiento Joel frunció ligeramente el entrecejo - ¿Cómo? no entiendo ¿estás cuidando a algún paciente en particular? - No, no lo entiendes. Estoy internada aquí. No supo qué responder. Por un par de segundos pensó que había escuchado mal. - ¿Lo… Lo dices enserio? pero… pero… estás vestida de enfermera - Si. ¿Y qué con ello? Esa noche Joel no pudo dormir ¿era posible? que esa muchacha tan hermosa, tan inteligente, tan cuerda, ¿no lo estuviera? Joel acariciaba la cabeza de “Emperador”, su pequeño perro, mientras procuraba conciliar el sueño y pensar en otra cosa, pero era en vano. Emperador, como si comprendiera la situación, lamía con cariño la mano de su amo, éste le devolvía las caricias con ligeras palmadas. Ese can había sido su mejor amigo desde que tenía 15 años, a él le contaba todo, era su único y verdadero amigo. Lo más sensato hubiera sido no volver más por ese lugar, tomando en cuenta que sentía una atracción muy fuerte por ella, pero se trataba de Joel, la locura era su criptonita. Las veces subsiguientes habló con ella empleando una doble dosis de suspicacia y sus conocimientos acerca del psiquismo. Necesitaba imperiosamente descubrir qué había de malo en ella, pero lo cierto es que no encontraba ni un pequeño rasgo que justifique su internación. Así fueron pasando varios días. Cada día convivía con ella y cada vez la quería más, y por si eso fuera poco estaba totalmente convencido de que no había justificación para que esté internada. Decidido a sacarla de ahí, fue a conversar con el director del hospital sobre el caso de Tamia. El doctor manifestó que desde que ella conoció a Joel nunca más volvió a tener recaídas, que mostraba una exorbitante mejoría, pero que de todas formas ella no podía ser sacada de ahí aún. El saberse un factor para su mejoría, provocó en Joel una emoción ingente. Pretendía no confundir su objetivo profesional en ese lugar, con situaciones personales, pero, “a quién quería engañar”, ya las tenía demasiado entreveradas, tanto, que se sorprendía de si mismo cuando cada tarde le llevaba un obsequio diferente a Tamia. En una ocasión cuando un compañero lo sorprendió con un girasol en mano, rumbo al hospital, Joel decidió compartirle toda la historia, todo lo que estaba viviendo y sintiendo; el muchacho se escandalizó magnánimamente, se desató con toda una perorata de falsa ética, procurando mermar su felicidad. En ese momento Joel comprendió que los que dicen llamarse cuerdos, suelen tener muchas más máscaras e hipocresía que los que no lo están, pues estos últimos son tan abiertos y sencillos y no temen mostrarle al mundo el vasto océano de su bagaje mental, sin tanto camuflaje. Sin que Joel lo notara habían pasado ya un par meses, él había trabado estrecha amistad con casi todo el personal del hospital, tanto que incluso le permitían que ingrese con Emperador, el cual se había encariñado grandemente con Tamia, pasaban largas horas jugando en el patio del sanatorio y Joel, al verlos a ambos tan alegres, decidió confesarse a si mismo que desde hace mucho tiempo no era tan feliz como lo era ahora, así fuera rodeado por los altos muros de un lúgubre hospital psiquiátrico. Pero de pronto algo empezó a desencajar en sus vidas perfectas. Había algo extraño en el comportamiento de Tamia, empezó con ataques de furia para luego proseguir con algunas alucinaciones, además permanecía en estado catatónico por largas horas, Joel hacían infructuosos intentos para que nadie lo note, si demostraba abiertamente su recaída no podría sacarla de ahí, en lo más profundo de su corazón albergaba
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una pequeña esperanza de que su cambio fuese algo temporal, todo pasaría pronto, pero se equivocó en esto último. Fue un día soleado cuando Joel, luego de haber dejado resueltos algunos asuntos pendientes en la universidad, se dirigió con apremio al hospital para ver a Tamia, sentía intensos deseos de verla, pero lo que vio distó mucho de lo ansiado por sus expectativas. En cuanto ingresó al patio principal se quedó pasmado ante la escena que acaecía frente a sus ojos, Tamia gritaba desesperadamente en el centro del patio, se jalaba los cabellos, había tirado unas cuantas macetas que se hicieron trizas. Joel se sintió muy anonadado pero empezó a caminar hacía ella. - No te acerques Joel - gritó una de las enfermeras- tiene un ladrillo en la mano, ahora viene el doctor con el tranquilizante. Joel haciendo caso omiso, y apretando los dientes con fuerza para evitar que se le escapara un par de lágrimas, continúo caminando hacía ella. Tamia estaba apunto de lazar el ladrillo contra una ventana, pero en cuanto vio a Joel la facción de su rostro cambió, sus ojos se atiborraron de lágrimas y bajó el ladrillo despacio, su mundo entero se derrumbó y cayó de rodillas, lloró desconsoladamente y Joel se arrodilló junto a ella, la abrazó con mucha fuerza. - ¿Qué me pasa Joel? – gimoteó sobre su pecho sin para llorar – perdóname. Permanecieron así por largo tiempo, mientras el sosiego sobrevenía poco a poco, pero lo cierto es que a raíz de ese día la lucha fue cada vez más constante y sus episodios eran cada vez más seguidos. Cuando entraba en una especie de trance podía hacer daño a quien la rodeara, tenía alucinaciones bastante terroríficas que la instaban a actuar con violencia pero lo curioso es que solo cuando Joel estaba cerca se tranquilizaba, ante su presencia se reventaba su burbuja de imágenes siniestras y terminaba quebrantada en prolongados llantos. Joel se impuso la titánica tarea de cuidarla día y noche, así evitaba que la mediquen tanto. Pasaba en el hospital junto a ella, más tiempo del que debía, sabía que ella en sus brazos sentía paz y estaba 100% seguro de que a él nunca le haría daño. Se auto impuso la tarea de velar sus sueños mientras dormía en sus brazos, la ayudaba a comer, a vestirse, a caminar. Tarea, en honor a la verdad, extremadamente fatigante y agotadora, pero lo cierto es que no podía dejar de hacerla, aún cuando un par de veces se había encontrado así mismo considerando la idea. En una ocasión tuvo que salir. Hacía ya varios días que no había puesto un pie en su departamento. Finalmente pudo tomar un baño de burbujas bastante des estresante, se puso ropa limpia, ordenó un poco el lugar y salió de nuevo para regresar junto a Tamia. Cuando ingresó al hospital un desorden descomunal lo recibió en la habitación de Tamia. Su corazón se aceleró notablemente, tenía un mal presentimiento, ella lloraba en un rincón. Se aproximó para preguntarle qué sucedía, ella no tenía valor de decirlo, se tapaba el rostro con desesperación, pero sabía que tenía que hacerlo. Comenzó diciéndole que estaba muy arrepentida, pero… ¿arrepentida?... ¿de qué? Le contó que no soportó escuchar ladrar a Emperador y que sintió fuertes deseos de golpearlo, pero que había podido controlarse, lo que hizo en su lugar, fue llevarlo a la puerta de salida y lo mandó a la calle, solo observó cómo se alejaba y luego ya no volvió. ¡No! Eso si no era posible. Joel no sabía ni cómo actuar, es cierto que ella estaba enferma, pero no podía haberle hecho eso a su perro, su único amigo, su mejor amigo y a pesar de que intentó fingir fortaleza no pudo y se soltó a llorar sin saber qué hacer, sentía desesperación e impotencia. Ella pretendió aproximársele con un temor supremo, pretendió tocarle un hombro pero él se esquivó. Ella también lloraba sintiéndose la peor escoria del mundo, en ese instante un punzante dolor de cabeza, como los que le sobrevenía últimamente, parecía querer entrar en escena, pero ella lo ignoró con poderío. ¿Qué importaba lo que podía pasarle a ella? ¿Qué importaba si todo su cerebro estallaba en mil miserables pedazos? Lo único que importaba en ese instante era lo que Joel sintiera, lo que quería o no quería, qué decisión tomaría. Joel salió de la habitación ignorando por completo a Tamia y se dirigió a la puerta del hospital a grandes zancadas, necesitaba ir a las calles a buscar a Emperador, su pobre can podía estar pasando hambre y frío.
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Nunca había visto llorar así a Joel, se sentía la asquerosidad más grande del mundo, la regurgitación de lo abominable, se sentía despreciable y detestable. Escabulléndose de los guardias logró salir del hospital y fue en busca de Joel, buscó incansablemente en cada calle, en cada recoveco del sector, sin importarle el intenso frío, la espesa neblina o el dolor de cabeza que le sobrevenía cada vez con más fuerza. Sus pies se cansaron mucho, había cubierto algunos kilómetros, pero no dejó de buscar con insistencia, hasta que finalmente lo encontró sentado en una banqueta con la cabeza agachada y bajo la luz parpadeante de un poste en deplorables condiciones. Se aproximó con cautela. Él elevó la mirada poco a poco y la encontró con todo su cuerpo sumido en un ligero temblor. Ella se arrodilló con suavidad frente a él y lo miró con temor, temía tanto su rechazo. El dolor de cabeza que la aquejaba era tan exorbitante y tan taladrante que amenazaba con obnubilar su parte conciente, pero hizo un esfuerzo sobrehumano por ignorarlo una vez más. Observó a Joel a los ojos pero estos no cargaban consigo odio ni rechazo, solo mucho dolor. Tamia, con una mano temblorosa, le secó las lágrimas de las mejillas y él cerró los ojos. Tuvo el deseo de abrazarlo, pero se contuvo. Joel por su parte lo notó, y sonriendo casi imperceptiblemente, sintiendo como la tristeza se diluía poco a poco, la abrazó con fuerza, ella acurrucándose en su pecho, sintió como de una forma extremadamente increíble, el punzante dolor de cabeza cedía un poco. Sintió deseos de llorar de agradecimiento. En ese instante se juró así misma que no habría día que no salga a las calles a buscar a Emperador y lo iba a encontrar a como diera lugar. Joel se dio cuenta que si ni siquiera lo que le hizo a su perro que tanto amaba hizo que terminase su amor por ella, nada lo haría. Descubrió también que el amar involucraba muchos momentos duros de prueba, no se consideraba un ingenuo como para creer en: “y vivieron felices por siempre”. Había aprendido también que en el mundo de la locura había más sinceridad que en el habitual. Después de todo había terminado de asumir que la locura no es más que la incapacidad de comunicar las ideas, como si se estuviera en un país extranjero, viendo todo, entendiendo lo que pasa alrededor, pero incapaz de explicarse y de pedir ayuda, por no entender la lengua que hablan allí. Concibiéndolo de esa forma todos los seres humanos sentimos eso, todos estamos locos en menor o mayor grado. La luz del sol extremadamente luminosa se filtraba por la ventana, Joel abrió los ojos y recordó el extravío de Emperador, intentó no pensar en eso. Buscó a Tamia junto a él pero no la encontró, la irrealidad volvía a hacerlo preso de sí y sintió un escalofriante miedo de que otra vez hubiera vuelto a suceder Ingresó el psiquiatra acompañado de dos hombres de blanco. - Buenos días Doc, ¿dónde está Tamia? Se levantó muy temprano hoy. El sabio hombre de canas y bata blanca sonrió y dijo con voz suave - Ahora es Tamia ¿eh? , tranquilo hijo estoy seguro que volverá, solo que talvez con otro nombre no te desesperes, vamos ¿si? No comprendió del todo las palabras del doctor. Los hombres de bata blanca sujetaron a Joel por los brazos y lo llevaron. - Es tan joven – susurró el psiquiatra. En ese momento se le cayó un bolígrafo y al agacharse a recogerlo, encontró un peluche mugriento, descocido y sin un ojo debajo de la cama, lo extrajo de su escondite y lo sacudió - Mira nada mas Emperador donde has ido a parar, con razón que lloraba toda la noche diciendo que te has perdido – colocó el muñeco en cima de la cama y acotó - menos mal que tu lo acompañas en cada viaje ¿no? Salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí.
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El desaliento
Marisa Andrea Rossi Seudónimo: Génova. Email: marisaeduardo@yahoo.com.ar Facebook: http://www.facebook.com/marisa andrea.rossi
Los ojos le pesaban tanto que el único modo de abrirlos era usando grandes rondanas. Al abrirlos pensaba: - ¿Para que los abrí? No tengo ganas de mirar. Al mirar pensaba: - ¿Para qué miré? Ahora voy a tener que descifrar qué vi. Al descifrar pensaba: - ¿Para qué descifré? Ahora voy a saber lo que hay fuera de mi. Sin ánimo de saber, sin ánimo de descifrar, sin ánimo de mirar, se dio cuenta de que lo que le quitaba el ánimo era tanto pensar. Un elefante en cada pie le quitaba el ánimo de caminar, ni siquiera arrojando maní se bajaban de allí. Estiraba sin ganas el dedo gordo intentando avanzar, pero el desánimo era tanto que lo volvía a poner en su lugar. Las piernas como deshuesadas solo podían arrastrarse, la cadera destornillada del tronco, el tronco escapando de los hombros, la cabeza llena con cerebro, la más desanimada, decidió no pensar por un tiempo para ver si cobraba fuerzas para poner todo en funcionamiento otra vez, sin rondanas, sin elefantes, con huesos, tornillos, quietud, sensatez. El desánimo llegó a tal punto que su sombra comenzó a correr hacia el lado contrario. La boca se tragó las palabras como caramelos de piedra pómez, la garganta quedó tan rasgada que ya no servía para gritar. Sin sombra, sin palabras, sin gritos. Con el último aliento cerró los pesados ojos, un sueño asomaba entre sus pestañas.
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Fa en Sí Bemol María Ximena Peralta Seudónimo: Fama Grimm marixi2007@hotmail.com Facebook: Marux Peralta Serra Blog: www.famagrimm.blogspot.com Años separados, años que no nos hablamos, que no nos cruzamos siquiera… y sin embargo, siempre te tengo en mí. Como el mejor recuerdo de antaño, como el mejor olor, la mejor luz, como simplemente: el mejor primer amor. Quisiera tantas cosas decirte, y sin embargo dan vergüenza y pruritos. Los “qué dirán” y etc., me agobian al escribirte… pero hoy no me importan. Lo hago, me expreso, y quiero que llegue: de mí hacia vos. Hoy día, ambos ya padres y estabilizados en nuestras relaciones, forjamos nuestros caminos por niveles y senderos tan disímiles que ni las palomas que vuelan sobre nosotros se mezclan… irónica vida la que atravesamos vivir. Recuerdo tantos momentos hermosos, divertidos, peligrosamente audaces, qué mi alma se infla de ternura y hasta con brillos en mis ojos; es justo y sentido que haga este descargo a lo que fuimos, ya que nunca antes reparé en ello. La importancia que tuvieron esos años de amistad y de amor entre ambos, para el resto de mi vida, es incalculable. Lamento eso sí, no haberme quedado con ninguna foto nuestra, aunque muchas no había… y las pocas que tenía, en mis broncas y llantos, las rompí sin medir que a futuro iba a quererlas. ¡Adolescentes, jajaja! Tan ingenuos y pasionales a la vez, que creíamos tener la razón en todo y el dominio del mundo inmortal para nosotros solos. ¡Qué tontos éramos! Hace un tiempo ya que en mi vida creo que algo está por suceder, algo groso, revelador; y quizás parte tenga que ver con hacer estos escritos (en poemas o en epístolas sin lector directo) y poder quitarme pensamientos (buenos o malos), para ir caminando más liviana hasta descubrir el hito que espera por mí. Y transmitir esto, es parte de ese viaje… Recuerdo hace 10 años, cuando emprendiste una travesía solo, dirigido a tierras lejanas, sin equipajes ni prejuicios, en ese entonces pensé: “pucha, ¡¡¡qué ganas de ir con él, para redescubrirnos y vivenciar experiencias maravillosas!!!” Me arrepentí de no habértelo dicho, y hoy es tarde ya. Fue tarde durante mucho tiempo para ambos, en idas y regresos, de toques y me voy, en palabras y conexiones fortuitas. Tarde es la palabra que nos define, creo yo. Contrarrestando lo tarde, nuestro amor fue tempranero sin embargo. La conquista y enamoramiento fue viviendo los plenos años 90, allá lejos lejos lejos. Y en ese baile de seducción, la música que nos rodeaba era muy significativa y voraz: punk rock. Nadie comprende mejor el amor que un buen tema de Nirvana o de Hole. Sonando Smashing Pumpkins a todo volumen, a través de las ventanas de Teodoro, abrazando las copas de los árboles de nuestra placita en un rincón con violinista incluido, y llenándonos de ímpetus valientes para vivir un amor sin igual. De los atardeceres en Del Parque, de las mañanas en Gesell, de las noches en BAires: allí éramos. Ser, estar, y amar era una sola acción para nosotros, porque así fuimos entonces. Los abrazos eternos, y los besos de fuego nos identificaban en cada esquina y cada umbral de cualquier barrio de capital. Nos habíamos creído el compromiso perdurar juntos para toda la vida, desde nuestros
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lugares tan chiquitos e incapaces de sostenerlo. Hasta lo digo con un dejo de sorna y de sonrisas pícaras. Hay palabras que nunca olvidaré, y de todas las que siempre vuelven son las siguientes: “lo que me encanta de vos es tu inocencia”. ¡Ay amigo! ¡Si supieras que de inocente lo único que me quedó es el recuerdo de tus palabras! La inocencia se fue el día que nos separamos, con el primer dolor profundo que sentí, con el rechazo y el desamor. Esa fue la partida final de mi inocencia juvenil y andariega. Y todo esto lo digo desde un buen espacio interno, ya sin duelos ni ausencia, con añoranza y querencia… lo digo bien, con ambos. Hay tanto por decir que prefiero callarlo para que quede en el inconsciente colectivo de los dos, sin que nadie externo interfiera; y tanto por recopilar de alegrías y encuentros, qué mi alma goza sólo con eso. Te tengo en mi corazón, pegado a él, siempre. Y con tu imagen, las emociones. Y de los sentimientos surgen las pasiones. Y luego están los recuerdos. Y con ellos, están los duelos y distancias. Y a su lado, la música y guitarras. Y allí, vos. Y de vos, salgo yo. Y de mí, mi corazón. Siempre con amor, lejos. A él. A mí. A lo que no es.
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El exilio de los santos
Miguel Herrera México Seudónimo: Nutria www.contrarromantico.blogspot.mx twitter: @mrmikiro Fue como cuando decides aumentar el lapso de tiempo entre cada respiro, escuchar las dolientes voces que susurran las madrugadas, sentir el trayecto marcado por una lágrima al correr sobre tu mejilla o simplemente en las que prefieres olvidar que existe el sol. Así fue cuando los santos fueron testigos de cómo ese letargo se apoderó de mí, mientras yacía hincado ante la cruz de aquel viejo templo. No sabía qué fue; un olvido, una traición, o si el pacto que hice había resultado ser un pecado… Era una fría madrugada de octubre, parecía como si mil agujas congeladas se abrieran paso entre mi piel. La luna comenzaba a menguar y el viento susurraba al bosque mientras me dirigía a recoger espuma del mar con un frasco entre las manos. Soy Rafael, y Angélica es mi esposa; días antes, ella había sido presa de un mal particularmente extraño que me privaba de ver el horizonte a través de sus ojos y escuchar su melodiosa voz cada vez que la tristeza tocaba mis puertas. La asistieron muchos y todos estaban de acuerdo, mientras yo me negaba a aceptar su veredicto, porque aunque así lo pareciera, Angélica no estaba muerta. “Sigo aquí… tal vez mi voz esté ausente, pero no te he abandonado. Perdóname, Rafael, perdóname…” En ocasiones, me parecía escuchar los pensamientos de Angélica externados al viento. Tal vez fue el calor de nuestras manos siempre unidas lo que estableció una conexión entre nosotros, por todas las horas que gasté junto a su cama, contándole mis pesares. Pero la gente del pueblo pensaba distinto: me había vuelto loco. Según ellos, era inmoral conservar un cadáver dentro de una vivienda después de cierto tiempo, y por eso me vi involucrado en una serie de problemas al aferrarme tan celosamente a mi mujer. El día que el médico estudió la situación, regresó acompañado por sus asistentes y el alcalde, con el fin de tomar el cuerpo y darle una sepultura digna. Entre mi rotunda desaprobación y desesperanza, traté de convencerles con la veracidad que yo afirmaba sobre la enfermedad por la que ella estaba poseída, y aunque en realidad no existía una prueba tangible a dicho aspecto, al final cedieron a mi súplica, porque mi convencimiento se había convertido en un enfermizo ruego cuando vi la templanza y el duro semblante de reprobación en aquellas personas. “Mira al pobre que ha perdido el juicio”. “¿Cómo puede alguien negarse a aceptar la muerte hasta el punto de la sinrazón?”. “Aunque en tiempos de rabia sea tan común el ver sucumbir a nuestro alrededor, nunca faltarán aquellos que teman lo inevitable”. “Por eso deben comprenderlo. Tal vez sí haya perdido la razón, pero ellos dos compartían una misma alma”. Las miradas curiosas, poco disimuladas y juzgantes, al igual que las cuchicheantes voces, no dejaban de
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seguirme cada vez que atravesaba el umbral de mi melancólica morada. Tenía la esperanza de algún día tener en mis brazos al fruto de nuestro amor, cantarle canciones de cuna, ver como el sueño va dominando la miel de sus ojos cada tarde, cada noche con su llanto diminuto marcando el preámbulo del rocío por la mañana, tal como Angélica me había prometido la vez del primer beso. Es por eso que me dediqué a una incansable búsqueda por rescatarla de ese enigmático sueño. Fue una tarde, en la que después de darle un beso en la frente y cerrado las puertas de mi hogar tras cavilar todo el día, emprendí un viaje para lograr mi propósito… aún recuerdo las palabras que escuché mientras derramaba lágrimas sobre su pecho aquel día. “No me dejes. Tengo miedo, tengo frío. No soportaré escuchar el silencio de tu partida resonar en los muros de esta habitación… no me dejes, por favor, que yo nunca te he dejado…” Ahora creo que sí es posible hablar con el corazón mientras la voz está ausente. Fracasé en todos mis intentos por encontrar un amanecer en el cual hacerla despertar, y resultó inevitable que mis esperanzas se consumieran cuando la ilusión de continuar la vida como acostumbrábamos empezaba a parecer una utopía... para mí el viento ya no soplaba igual, el agua había dejado de mojar, el fuego era helado y las estrellas ya no refulgían sobre mis hombros por las noches. Además, la luna se negaba a contarme sus leyendas y los atardeceres ya no me inspiraban aquella nostalgia cosquilleante que solían. Todo fue así hasta que conocí a los santos, una vez que el día despuntaba por el alba. Angélica siempre me habló sobre ellos porque sus milagros le eran, como lo es para el cachorro de un león, ver la sangre brotar del cadáver de su primera presa. Lo cierto es que yo nunca escuché con atención aquellos testimonios que con fervor me contaba eufórica, porque mi pensamiento siempre me tuvo el cráneo muy cerrado de tales disparates; en ella sólo cabía que Tú, energía infinita, indestructible y omnipresente, eras lo único capaz de engendrar verdaderos milagros tan ajenos a la razón. Era el cuarto día posterior a mi regreso; había madrugado y me disponía a dar una caminata a orillas de la playa, con el fin de imaginar a la tristeza ahogarse hasta morir. De pronto, como si el sueño que durante mi infancia culminó la mayoría de mis noches con fantasía hubiese resultado ser una mera premonición, las nubes comenzaron a inundar el ardiente cielo del amanecer, materializando un vasto nimbo encima de mí, un reino de vapores conteniéndose infinitos en las llamas de un océano que habría de morir por la noche; ni siquiera intentaré describir la serie de emociones que experimenté cuando vi a los santos descender uno a uno de aquella nebulosa, hasta que las plantas de sus pies descalzos acariciaban suavemente la arena a mi alrededor, porque ninguna palabra existente sería suficiente para hacerlo. Cuando el océano se hubo sosegado, mi espasmo ya poco a poco decrecía por haber visto la serenidad en los ojos de aquella multitud, mientras sus blanquecinas ropas revoloteaban con el primer viento danzante de ese día. Y San Lucas dijo: “Nos ha desterrado del cielo; se asomó al mañana y vio que nuestra función de intermediar ya no era útil”. Y San Martín dijo: “La eternidad no es un producto humano, existimos por la subjetividad de algunos, y el privilegio de morir es tan envidiable que nos regresó la identidad con la que nacimos por primera vez”. Y Santa Teresa dijo: “Ahora nuestra existencia será inevitable en este mundo, y los deseos de nuestros fieles nunca más podrán
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ser cumplidos”. Y San Pedro dijo: “Pero sólo tu decisión podrá evitar que la realidad de vernos caminar entre sus multitudes no deje de ser falsa… Angélica te estará eternamente agradecida, y tu hijo aún más, si le ayudas a probar un poco de esta vida”. La incertidumbre se apoderó del ambiente, el viento aulló y las efímeras suposiciones contrajeron con rudeza mi estómago vacío. “Rafael… los santos ya me lo habían dicho, pero escucha primero a tu alma antes de cualquier decisión”. La voz de Angélica rompió en ese instante al silencio de madrugada. ¿Qué era todo eso? ¿Por qué tenía que haber sido yo quien merodeara por la playa al momento en que las nubes exiliaban a los santos, cuyo destino parecía depender de una decisión mía? Y como si la oportunidad de redimir esa tarea me hubiese sido arrebatada por las palabras de San Pedro, el proceso ya había entrado en vigor; fue como un desmayo lo que me hizo perder la conexión con la realidad tras ese repentino destello emanado de la nada, que paulatinamente y a una velocidad exorbitante, se convirtió en un níveo vacío cuyo incoherente centro fui yo, con los santos aun juzgándome, desvaneciendo poco a poco sus miradas y los rostros de sus miradas y los cuerpos de sus rostros y las ropas de sus cuerpos y las telas de sus ropas y los hilos de sus telas y las fibras de sus hilos y las células de sus fibras y la vida diminuta e invisible, pero existente y deliciosa a la que nos aferramos, de sus células, hasta que quedé completamente solo, invadido por una luz que me cegaba impertinente, que me extasiaba intermitente. Recuerdo que intenté despertar para huir de esa irrealidad, pero nada de aquello era un sueño, era tan verdadero como la enfermedad que opacaba la vida de Angélica. Y el pacto fue formado. Ignoré la hora cuando abrí los ojos. Las raídas vigas que atravesaban el techo de madera me dijeron que estaba recostado sobre la cama de mi habitación. Mi boca tenía un sabor terrible, como si hubiese tragado agua del mar. Me dolía el cuerpo y parecía que había gente en mi cabeza que no paraba de hablar con una voz que retumbaba como tambores. Un agonizante rayo de la luna se coló por la ventana entreabierta y con su tenue luz plateada susurró a mis oídos que el manto de la madrugada ya había cobijado a la ciudad. Entonces reaccioné. Fui a la cocina y cogí el frasco que me esperaba sobre la mesa. Mientras corría a la playa, los recuerdos comenzaban a galopar en mi cabeza; fue la voz de San Lucas lo que hizo presente las palabras del pacto en mi memoria: “La espuma del mar, que con tus lágrimas se hará agua bajo la menguante luna de esta noche, despertará a tu amada del letargo al que le hemos sometido. Entonces, Él se dará cuenta que nuestra pasión jamás enflaquecerá y tu decisión hará que las nubes se abran para ver como ascendemos a ellas, haciendo de nuestra existencia en este mundo una realidad que jamás será… pero debes saber, el letargo siempre busca un cuerpo donde morar, y siempre busca el cuerpo más ferviente, el más devoto, el más crédulo. Ella va a volver, pero tú te irás en sacrificio”. Era esa la voz que durante tantos sueños intentó prevenirme de lo que sucedería, pero que siempre ignoré. Ahora lo comprendía; los santos eran los responsables del estado en que moraba Angélica… porque mi mente no estuvo presente al momento, mi alma fue prácticamente forzada a realizar aquel voto. Y entonces comencé a creer.
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De inmediato aborté la idea de negarme a aceptar la propuesta, cuando recordé mi deseo por tener un hijo. No pensé claramente en el pacto, porque la pasión te obliga a hacer cosas que nunca imaginaste. El mar me regaló tantita espuma y la luna me recordó que debía llorar. Tapé el frasco y regresé a casa de inmediato. Y ahí estaba ella; las ropas blancas que vestían su delicado cuerpo brillante de albor, sus pies descalzos, sus manos unidas sobre el pecho y ese angelical rostro, con la nariz afilada, finas cejas y simétricos labios escarlata deshicieron mis ojos en un mar de lágrimas cuyo destino fue el frasco que había destapado mientras observaba tan afrodisíaco avatar. Entonces la espuma se hizo agua. Desnudé a Angélica con el sentimiento más conflictivo que jamás hubiese experimentado; los pensamientos mórbidos que se iban arremolinando luchaban con la alegría brotando de mis lágrimas y el deseo de no cometer algún pecado. Comencé a rociar el elíxir con la esperanza de haber dado al fin con la solución a mi desquiciante soledad; humedecí su cabello, lavé su rostro y mis manos empapadas rodearon sus senos hasta llegar a su vientre… sus pies fue lo último en quedar humedecido por el placebo de los santos, porque previamente utilicé un poco para eliminar los residuos de aquello que sólo esperaba no hubiese sido un pecado, en ese camino entre su cintura y el filo de nuestra cama. No me pude permitir la espera; vestí a Angélica y comencé a correr hacia el templo que se encontraba sobre la colina, cruzando el bosque. De nuevo. La mañana me recibió ante las puertas de la santa morada. Si bien dicen que la fe mueve montañas, la mía fue capaz de mover unas puertas que no habían permitido el paso de ningún alma durante décadas. El interior era hermoso; un estilo renacentista salpicado por tendencias góticas con un enorme arco central y ornamentos de caoba, acabados de oro y gemas incrustadas en la bóveda que la hacían lucir como la celeste misma. Y llamándome en silencio desde el muro que se alzaba frente a mí, estaba la cruz envuelta en telarañas ante la que debía hincarme para elevar mis oraciones más allá de las nubes por última vez… Un día, escuché llamar mi nombre en una melodramática sinfonía que hizo rechinar las viejas puertas. Eso fue lo que me hizo despertar del letargo; tal vez los santos si me habían usado, pero mi alma descansó por meses, mientras mi cuerpo yacía inerte bajo la cruz. “¡Rafael!”. Y como en todo melodrama, Angélica culminó en lágrimas cuando se hincó y apoyó mi cabeza en su regazo. “Los santos… los he conocido”. Le dije entre lágrimas y titubeos… entonces me di cuenta que el vientre de mi amada al fin desenlazaría en la bendición del sueño que nunca me hizo desistir… y sus ojos me recordaron que existía el sol. Meses después, nació Daniel. Estoy seguro que las palabras expedidas con mi último aliento le ayudaron a sobrellevar mi muerte con fortaleza… “Cuando sientas que te he abandonado, escucha a la luna, alégrate al observar tu último atardecer, vuelve a sentir como sopla el viento y cierra los ojos. Entonces, los santos estarán ahí, y yo estaré con ellos, y nosotros estaremos contigo”. Fue la sonrisa de Angélica bañada en lágrimas lo último que besé. Nunca dejó de apretarme la mano, luego
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la sentí cada vez más lejos, hasta que nos vi desde el techo. -¿Crees que los santos lo hicieron para ayudarte a cumplir tu sueño? -Si, y han demostrado que su función de intermediar no dejará de serte útil. Pero, ¿en realidad pensabas desterrarlos para siempre? -¿Y quién eres tú para cuestionar a Dios? -Solamente el alma de un mortal que pudo darse cuenta que la fe permite vivir más allá de la muerte. Sólo mira dónde estoy ahora y recuerda lo último que le dije a Angélica. -Lo recordaré por siempre. Ahora descansa, Rafael.
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Bubú se salvó Sergio C. Spinelli www.sergiospinelli.com.ar Conocí la historia de causalidad (sí, de causa), viajando en un tren atestado de gente, con olores de todo tipo invadiendo los sentidos y el aire enrarecido que parecía no alcanzar a satisfacer la demanda de oxígeno. La señora, de una belleza algo marchita pero conservando aún un atractivo interesante, parecía culta y vestía ropas que en otro momento habían sido elegantes y caras. Las sucesivas crisis que hemos vivido han generado estas personas que en su momento fueron brillantes en lo suyo y hoy son apenas sombras viviendo de lo que en otro momento parecían u ostentaban ser. El caballero que la escuchaba parecía mucho más joven que ella y la sonrisa sarcástica colgando de la comisura de sus labios hablaba de una relación antigua, gastada y casi marchita. Ella estaba muy asombrada de la historia y quería contársela con lujos de detalles. Después de un empujón de un hombre que quiso bajar a último momento, ella le decía con los labios rozando el saco sport pasado de moda: - ¿Me escuchás, Roberto? - Sí, te dije que si. ¿Cómo puede ser que te creas semejante pavada? - Siempre pensaste que era medio estúpida, pero no hace falta que lo comentes en alta voz para que todos lo sepan. Te digo que después que Gladys me lo contó, Jorge me dijo que lo había leído en un sitio de noticias, en internet. - ¡Dejate de joder! ¿Cómo era? La gallina de Facundito? La mujer se pasó los dedos sobre el labio superior, en la base de la nariz. Unas gotitas diminutas de sudor se le estaban juntando en el vello incipiente que podía ver gracias a que el sol estaba detrás de ella, casi incrustada contra la puerta automática. De frente al hombre, ambos estaban de perfil desde mi posición privilegiada. Mis anteojos de sol no dejaban ver que seguía interesadísimo la conversación. El viaje es largo y no podía sacar mis apuntes para leer por la cantidad de gente en el vagón, así que no perdía detalle de ambos. - La puta, ¡no aguanto más el olor! ¿Por qué no se bañan? - Qué boquita, Susana… ¿no podrás ser un poco mas cuidadosa en las palabras? - ¡Dejate de joder vos! ¿No sentís el olor a chivo? Son las ocho y media de la mañana, este olor es viejo! - A ver, concentrate. La gallina de Facundito se llamaba Bubu, ¿no? - Se llama Bubu, todavía vive. Facundito le puso así porque era muy miedosa desde chiquita. ¿Te acordás que se la regaló el abuelo Juan Carlos? - Sí, me acuerdo. Y bueno, contame qué le pasó, cómo fue la historia. Susana (así la había llamado Roberto, el señor del saco sport gastado) sonrió. Pareció como si hubiese pensado “sabía que estabas por caer, no aguantás la intriga, ¿eh?”. Me miró a los ojos pero seguro se vio reflejada en mis lentes de sol. Por las dudas miré para otro lado sin mover la cabeza. Apoyó sobre el pecho de Roberto una mano de uñas largas y cuidadas, que sacó desde la maraña humana apretada y siguió contando. - Marisa, la hermana de Facundito, estaba barriendo el patiecito que tienen antes de llegar al césped que bordea el estanque que llaman piscina, cuando vio a la gallina flotando boca abajo. Empezó a gritar desesperada y llamó a su abuelo Juan Carlos. Con los gritos apareció Facundo que enseguida se puso a llorar.
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Sergio C. Spinelli
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Vos sabés cómo grita cuando el marranito ese llora, ¿no? La vecina de al lado se asomó por la ligustrina y también empezó a los gritos. ¡Imaginate el desastre! - Sí, me hago una idea, pero creo que todo lo que pueda imaginar es poco comparado con el despelote que deben haber armado - ¿Sabías que Marisa se recibió de enfermera y trabaja en un hospital? - ¿Marisa, que era más tarada que esa gallina de mierda? - ¡Roberto! ¡No hables así de Marisa! Susana estaba muy ofendida, con la mano que tenía apoyada sobre el pecho del hombre lo empujó un poco y la mujer que estaba detrás de él giró la cabeza con mucha vehemencia y miró la nuca de Roberto. Como el hombre ni cuenta se dio de la mirada de odio, la mujer me miró como para tener un descargo. Giré levemente la cabeza hacia el lado contrario, como siguiendo con la mirada algo muy interesante fuera del tren. No quería que me interrumpiera la historia, quería saber qué había pasado con la gallina Marisa. No, Marisa era la tarada, la gallina era Bubu. - ¿Por qué no puedo decir eso de Marisa, si es la verdad? ¿No te acordás que no sabía leer un termómetro y me decís que ahora es enfermera? ¿Es que de pronto le surgió la inteligencia? Lo único que quería era revolcarse con el primo, el grandote ese que lo único que sabe es patear una pelota. - ¿Será posible que todos mis parientes son idiotas para vos? Claro, si en tu familia abundan los genios, como Fernanda, ¿no? - ¡Mi hermana será puta, pero no es tarada! Tragué saliva. En la televisión no podía encontrar escenas así, ¡y mirá lo que tengo en el viajecito hasta Retiro! El tema era si alguno se ponía violento. El espacio se estaba poniendo cada vez mas sofocante y si empezaban a repartir algún golpecito, muchos tendríamos una dosis por el solo hecho de estar compartiendo casi el mismo espacio. Roberto, cuando le gritó eso a Susana, había dejado que unas cuantas gotas de saliva salieran disparadas de su boca y un hilo sutil y plateado caía desde su mentón al saco. Susana, con cara de asco, se limpió parte de las gotas con la mano que había empujado a Roberto. Pestañeó repetidas veces y esbozó una sonrisa falsa que demostraba miedo. “Parece que Roberto es agresivo” pensé mientras movía un pie entre los que tenía alrededor para preparar una posible huida si el grandote decidía ponerla en vereda. “Pero qué estoy pensando” me dije enseguida. “¿Voy a permitir que un hombre le pegue a una mujer? No, no debería permitirlo. Pero es tan grandote! Si me mete una mano me saca los dientes, y todavía le debo al odontólogo...” La voz de Roberto interrumpió mis pensamientos. - Mirá, de eso vamos a hablar mas tarde. Pero con o sin gallina de mierda, Marisa es, fue y será una flor de pelotuda, ¿estamos? - Sí, tenés razón, Rober Susana lo miraba con miedo, estaba consciente que había pasado un límite y no quería que la cosa empeorase. Suspiró casi junto conmigo. - Dejáme que te termine de contar, ¿si? - Si, pero no hables de mi familia o la cosa termina mal - ¡Si sabes cuanto los quiero a todos! - No te hagas la boluda vos ahora. Y si querés contar esa mierda, hacélo ahora y sin hablar mal de nadie o me bajo y espero el tren de atrás - Bueno, el abuelo Juan Carlos no podía meterse por la artrosis, la artritis o no sé qué es todo lo que tiene el viejo. Marisa se estiró y la agarró. La sacó y vio que no respiraba, estaba muerta. Gladys me dijo que Marisa se puso el pico de la gallina en la boca y empezó a soplar. Se me escapó una pequeña risita que enseguida disimulé con un ataque de tos. Como no podía tapar
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mi boca por tener las manos aprisionadas por la gente a mi alrededor, corrí el rostro hacia la izquierda y la mujer que había sido aplastada por la espalda de Roberto cuando él fue empujado por Susana, recibió toda mi falsa tos en pleno rostro. No tengo caries y me cepillo seguido, así que no podía alegar mal aliento, pero como ya venía un poco enojada por el hermoso viaje, el empujón de Roberto, el olor espantoso, el calor sofocante y el traqueteo ruidoso, hizo que me puteara de arriba abajo. Mi madre fue muy nombrada y mi inteligencia también, fue algo que destacó la señora. Intenté disculparme pero parece que fue peor. Opté por correrme levemente aprovechando que llegamos a una estación y que la gente estaba moviéndose, pero no quería perder a la pareja y a la historia. No sé cómo pasó, pero quedé detrás de Susana, haciendo un sandwich con Roberto. Ella pareció de pronto notar mi presencia detrás suyo y logró que su cuerpo se adaptara al mío perfectamente. Asombrado y con mi nariz en su rodete, intentaba pensar en cualquier estupidez para que las cosas quedaran así y no se despertara algo allá abajo. Al menos el perfume que tenía en el pelo tapaba muchos de los olores que disfrutábamos. Quise seguir escuchando y ella, mientras hablaba, aumentaba la presión de sus nalgas sobre mí. Empecé a transpirar. - …y volvió a soplar en el pico y Bubu abrió grandes los ojos! Entonces le sopló muchas veces hasta que la gallinita se levantó. ¿Entendés Rober que se levantó la gallinita? Yo no sabía si hablaba de la historia o de mi. Tragué saliva. Ella no sólo seguía aumentando la presión, sino que se movía intencionalmente, la muy atrevida. Él le dijo algo cerca del oído y ella se rió y se frotó con mayor ganas y allá abajo ya nadie dormía. De pronto me doy cuenta que estamos ingresando en la terminal, estamos llegando a Retiro. Y como siempre, se abre la puerta del otro lado, nunca la que estoy cerca. Comienza la descompresión y con tristeza y alivio siento como Susana despega su cuerpo del mío. Como tengo mis apuntes en una mano puedo disimular tranquilamente, aunque nadie se va a fijar en mi en la monstruosa multitud. No puedo seguirlos, la gente es demasiada y se interponen en mi camino. Y me es un poco difícil caminar. Salgo caminando lentamente y me dirijo al subterráneo, ya sin ninguna presión pero pensando más en Susana que en la gallina. ¡Es increíble que una mujer estando en presencia de su marido, pareja, concubino o quien sea, haya hecho semejante acto de desparpajo! ¡La sociedad está verdaderamente fuera de cauce, cómo pretender que las cosas mejoren si nos comportamos como esa apetitosa y apetecible mujer! Apenas llegué a la oficina me puse a investigar sobre la historia. Dijo que alguien lo había corroborado en Internet, así que eso es un juego para mí. Después de unos minutos de búsqueda y de resolver dos o tres pavadas laborales, lo encontré. En un sitio nacional de noticias y periodismo en internet estaba la nota, era muy pequeña y decía esto: “Una mujer llamada Marisa debió aplicar técnicas de resucitación para salvar a la gallina de su pequeño hermano que había caído en un estanque y estaba aparentemente ahogada. Boo Boo, tal era el nombre del ave, fue encontrada por la señora Marisa, una enfermera retirada, flotando boca abajo en el estanque familiar. Instantáneamente la extrajo y observó que no respiraba ni se movía. Desesperada, le practicó respiración boca a boca y el animal respondió favorablemente. “Soplé dentro de su pico y abrió muy grandes los ojos. Volví a soplar y los abrió nuevamente”, relató la mujer. La gallina Boo Boo, que lleva ese nombre por lo asustadiza que es, está a salvo y la familia cree que habría caído al agua tras espantarse por la presencia de algún otro animal.” Y bueno, siempre hacemos lo mismo. No podía llamarse “Bubu”, tenía que ser bien al estilo yanqui “Boo Boo”. Y Marisa era una enfermera retirada… ¿o habrán querido poner “retardada” y fue un error? Poco importa. Lo interesante de todo esto es que Susana me siguió cuando salí de la oficina y luego en el subte, cuando salimos me pidió fuego y después de tres semanas, estamos viviendo juntos en su departamento. Roberto sigue llamando de vez en cuando, muy desconsolado. Y Bubu corre lejos del estanque.
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La astilla Silvina Maiuli Seudonimo: Aules silvinamaiuli@gmail.com www.facebook.com/silvina.maiuli.aules
Hubo una vez un hombre en un pequeño pueblo, que recorría los bares noche tras noche pues no podía dormir e iba siempre quejándose de un dolor punzante en su pecho que lo desvelaba cada vez que intentaba conciliar el sueño. Los médicos del pueblo, lo habían examinado repetidas veces durante varios años y le habían realizado todo tipo de estudios y análisis pero no habían encontrado nada malo en él. Era por eso que la gente lo creía ebrio o loco o, en el mejor de los casos, simplemente quejoso, solitario y con ganas de llamar la atención. Otros decían que era una excusa para ir a embriagarse todas las noches y no ser mal visto, pero la realidad es que el hombre rara vez se embriagaba. No tenía familia y su mejor amigo era su perro, siempre fiel, que lo seguía a todos lados y lo esperaba echado cada noche en la puerta del bar de turno. El pueblo era pequeño y sólo había cuatro bares, los cuales se turnaban las noches en que abría cada cual, sólo dos bares estaban abiertos cada noche, porque de lo contrario, si abrían todos a la vez no alcanzaban los clientes del pueblo para colmarlos. El hombre insistía cada noche en recostarse en su cama y tratar de dormir, pero era inútil, siempre, más temprano o más tarde, se levantaba con esa extraña puntada dentro del pecho, sin haber podido dormir y, fastidioso y cansado, se dirigía al bar abierto más cercano, aunque todos se encontraban entre las diez cuadras a la redonda desde su casa. Si iba al bar más antiguo, pasaba por la plaza y por la iglesia. Si iba al bar del puerto pasaba por el malecón. Si iba al bar de los bohemios, pasaba por la calle de las artesanías. Si iba al último bar junto a la ruta pasaba por el hospitalito, la intendencia y finalmente por un gran terreno baldío. Y eso era todo, sus noches rotaban por los bares y sus días rotaban en trabajos poco redituables, los que conseguía porque siempre alguien del pueblo se apiadaba y, aunque la mayoría de las veces se quedaba dormido trabajando, le daban alguna tarea y le pagaban lo suficiente como para que no le falte el plato de comida diario. Un buen día alguien bastante ebrio dijo: -deberían cerrar los bares para ver qué es lo que hace…-. Y así el cantinero que lo oyó, se reunió con los dueños de los otros bares y decidieron fijar una noche en la cual ninguno abriría al público. La intención era ver si podían curarlo, pero también, aunque ninguno lo dijo, querían burlarse un poco de él. Esa noche los cantineros descansaron en sus casas. Y el hombre ignorando todo, se recostó en su cama, intentó encontrar posición para no sentir la puntada y dormirse, pero como todas las noches, luego de un rato, se levantó, se vistió y salió de su casa rumbo al bar de turno junto a su perro. Caminó hasta la plaza y dobló en la cuadra siguiente, pero al llegar al bar antiguo estaba cerrado. Creyó que se había equivocado de día y se dirigió al bar del puerto bordeando todo el malecón, pero ya desde lejos notó que todas las luces estaban apagadas. Extrañado, miró a su perro como si éste pudiera darle alguna respuesta, y luego dio la vuelta y apretó el paso hacia la calle de las artesanías. Las calles estaban más desiertas que de costumbre. Al llegar al bar de los bohemios, encontró la puerta con candado y eso ya era muy extraño. Sin entender, se dirigió aún con esperanzas hacia la ruta, pasó por el hospitalito y recordó que al día siguiente debía ver a su doctor para su chequeo de control. Siguió caminando, pasó por la intendencia y luego atravesó a oscuras el terreno baldío guiado por su fiel amigo. Al llegar al último bar comprobó que también estaba cerrado. Sin
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saber qué hacer, siguió caminando, esta vez sin rumbo, hasta que se topó con la antigua estación de tren abandonada. Se sentó sobre un montón de viejos durmientes apilados y se recostó hacia atrás a contemplar las estrellas, como le sucedía habitualmente a los pocos instantes comenzó a sentir el dolor punzante en el pecho y debió reincorporarse, pero al hacerlo sintió un pinchazo en el dedo. Miró de cerca y aunque no había mucha luz notó que se había clavado una astilla que seguramente estaba sobresalida de la roída madera del durmiente. En la oscuridad, no podía quitársela y le estaba causando un dolor muy punzante. Así que decidió volver a su casa. En el camino, no podía evitar quejarse del dolor que sentía y de hecho comenzó a pensar que ese dolor era muy parecido al dolor que sentía cada noche en el pecho y que no lo había dejado descansar en años. Cuando se hizo de día, concurrió a su chequeo médico, ya sin la astilla en el dedo y sin haber podido dormir ni tampoco despabilarse quejándose en ningún bar. Su médico lo recibió como de costumbre esperando oírlo quejarse una vez más y sobre todo sabiendo que no había tenido oportunidad de quejarse con nadie la noche anterior. El buen doctor de cabecera de todo el pueblo, le recetó los análisis de rutina y se sentó a escucharlo, pero el hombre estaba callado. El médico, asombrado de su silencio, ya estaba por despedirlo, cuando el hombre comenzó a contarle lo que le había sucedido la noche anterior y concluyó diciéndole que se había clavado una astilla en el dedo y que sólo había cesado su dolor punzante al quitársela. Lo que el hombre trataba de explicarle era que estaba muy cansado de no poder dormir y más que otra cosa de no saber cuál era su mal. Le dijo que quería que le abra el pecho y le saque lo que le estaba causando dolor cada noche. También dijo que él había escuchado a la gente decir que él era una astilla molesta en ese pueblo, pero que ahora él creía que la astilla la tenía clavada en su corazón y que no se aliviaría hasta que se la quitasen. Su médico, aunque no salía de su asombro, lo escuchó con paciencia como siempre lo hacía. Luego el hombre se despidió y se fue a su casa. A los pocos días su doctor fue a verlo y le dijo que había reunido a varios médicos de pueblos cercanos y que un cirujano había aceptado abrirle el pecho y realizar una cirugía exploratoria, después de todo, luego de años de no encontrar ningún mal que pudiera causarle esas puntadas, los propios profesionales estaban intrigados. El hombre fue al bar esa noche una vez más, pero esta vez no habló con nadie. Y observó de reojo como todos murmuraban alrededor de él. Cuando el sol empezaba tímidamente a asomar sobre el horizonte, el hombre salió del bar de los bohemios, le chistó a su perro y empezó a caminar hacia su casa. Al pasar por la calle de las artesanías, se tropezó con algo y enseguida se agachó quejándose a recogerlo. Era una cajita muy pequeña de vidrio labrado transparente, creyó que era la caja de alguna artesanía de plata que vendían en la feria e iba a arrojarla, pero luego pensó que era bonita y aunque no sabía de qué le serviría, la puso en su bolsillo y se la llevó. Pocas horas después, ya estaba en el hospitalito listo para entrar a quirófano. En el pueblo se comentaban toda clase de cosas y hasta decían que se iba a experimentar con él. Pero finalmente, el hombre se persignó, aunque nunca había sido devoto de ninguna fe, y mientras su perro lo esperaba afuera, aceptó tranquilo la anestesia convencido de que iban a quitarle su dolor de una vez por todas. Para sorpresa de los médicos, en medio de la operación descubrieron algo muy pequeñito que asomaba de su músculo cardíaco, parecía haber algo enterrado en su corazón. Con mucha cautela y acertadas maniobras de las manos del cirujano, lograron quitarle aquello que llevaba clavado y que desde hacía muchos años lograba que el hombre sufriera de tal dolor punzante que no lo dejaba dormir por las noches. Cuando se despertó, su médico y el cirujano del otro pueblo, se acercaron a la cama y le dijeron que de-
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bían mostrarle algo. El doctor sacó de su bolsillo aquella cajita diminuta que el hombre había recogido en la calle, la abrieron y se la acercaron para que viera qué había dentro. Allí estaba, sobre el fino vidrio labrado había una pequeña astilla de madera. A los pocos días ya estaba recuperado de la cirugía y los médicos lo enviaron a su casa. El hombre tomó la cajita, la guardó en su bolsillo y regresó a su casa llevando la astilla pero ya no en su corazón. En el pueblo, algunos optaron por pedirle disculpas por no haberle creído nunca, otros ni siquiera lo creyeron de las palabras del doctor. Lo cierto es que todos murmuraban al verlo pasar y se decían cosas como: -yo sabía que algo escondía-, o –ahora qué hará con la astilla- o –seguirá siendo una astilla para este pueblo aunque no la lleve consigo- o hasta se contaban historias sobre su madre, decían los más ancianos que durante su embarazo la madre había tenido que buscar trabajo para sustentarse porque su padre se había marchado del pueblo y la había abandonado. Ella había trabajado en el aserradero durante algunas semanas hasta que accidentalmente una maquina cortadora de grandes troncos de árboles habría despedido una lluvia de astillas que se clavaron en su vientre y así habría pasado al niño que llevaba dentro, una de las pequeñas astillas de madera. Pero las versiones eran muy dudosas y nadie podía asegurar que eso hubiese ocurrido realmente o ni siquiera que tal cosa fuera posible. Por supuesto, el hombre ya estaba bastante entrado en años y su madre ya no estaba para corroborarlo. El hombre había dormido muy plácidamente las noches que pasó en el hospital, como nunca lo había podido hacer en toda su vida. Ya no sentía dolor alguno al recostarse y por eso agradeció a sus doctores por haberlo aliviado. Cuando llegó a su casa nuevamente, abrió la cajita y observó durante un largo rato a la causante de todos sus males pero no se animó a sacarla de la pequeña caja ni a tocarla, así que la dejó sobre una mesita. Transcurrieron algunos días y el hombre dormía sin problemas todas las noches, pero no sabía qué hacer con los días, estaba descansado y lúcido como jamás había estado y aunque intentó buscar un trabajo verdadero nadie en el pueblo le dio la oportunidad. Entonces el hombre empezó a ir a los bares nuevamente, pero ya no se sentía cómodo con la gente y al no tener de qué quejarse no encontraba de qué hablar. Así que volvía a su casa todos los días desilusionado y empezó a observar la cajita cada día durante más tiempo hasta que un día se animó a tomar la astilla entre sus manos y rozó con sus dedos su puntiagudo filo que le hizo recordar aquel dolor punzante. Luego de ese día el hombre ya no pudo volver a dormir tan plácidamente, la astilla ya no estaba clavada en su pecho pero él no podía dejar de pensar en ella. Sentía que en el lugar donde había estado la astilla tantos años había quedado un hueco. Y ahora entonces iba a los bares a quejarse del aquel agujero que decía tener en su corazón y que no lo dejaba dormir. Pero la gente ya no le llevaba el apunte, de vez en cuando alguien le preguntaba si podía ir a su casa a ver de cerca la astilla, a lo que él se negaba y entonces seguían hablando de sus cosas y lo dejaban fuera de la conversación. Ya cansado de intentarlo todo, el hombre se presentó en la intendencia ofreciéndose a mantener limpia y arreglada la plaza del pueblo y algunos otros espacios públicos que por cierto estaban bastante descuidados, a cambio de una paga que le permitiera tener lo indispensable para vivir. Su ofrecimiento fue aceptado y logró mantener contento al intendente durante algún tiempo, pero él seguía sin poder dejar de pensar en la astilla, que observaba todos los días en su cajita y sin poder dormir, sintiendo aquel agujero que le había quedado en su corazón. Una madrugada saliendo del bar que estaba junto a la ruta, encontró a su perro, que ya tenía muchos años, muerto esperándolo junto a la puerta. Lo enterró allí al lado, en el terreno baldío y mientras lo hacía, pensaba que se había quedado aún más solo y que él también estaba ya bastante viejo y necesitaba hacer algo para al menos ser aceptado en el pueblo y paliar sus días solitarios en la vejez.
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Se quedó hasta el amanecer junto a la tumba improvisada de su perro y a pesar de la soledad inmensurable que sentía, no pudo sentir dolor por la pérdida de su fiel compañero. No había sentido dolor alguno desde que le habían quitado la astilla. Al día siguiente, fue al aserradero y consiguió un gran tronco de árbol de cinco metros de altura, lo remolcaron hasta su casa y aunque no tenían idea de qué podría llegar a hacer aquel viejo con semejante cosa, le desearon suerte. El hombre no había trabajado nunca la madera, ni sabía nada de esculturas, pero luego de conseguir algunas herramientas simples, comenzó con su labor y logró volver a dormir un poco mejor por las noches y a olvidar un poco a la astilla. También logró relacionarse mejor con la gente y muchos se acercaron aunque sea por curiosidad. Incluso algunos niños, que no conocían su historia, iban a ayudarle a la salida de la escuela. Tardó tres años en concluir su obra y cuando estuvo terminada, mucha gente debió ayudar a mover semejante escultura, una especie de tótem de cinco metros de altura tallado minuciosamente, para erguirlo en la plaza del pueblo. En él estaban representados los rostros de todas las personas del pueblo, los que lo habían ayudado alguna vez y los que le habían hecho sentir dolor y aún los que lo habían ignorado. Toda la gente estaba reunida en la plaza, que él arreglaba cada día, para verlo. Sólo faltaba una cosa. Debajo de todos los rostros había tallado a su perro y un pequeño corazón. El hombre, que ya estaba bastante anciano, sacó de su bolsillo la diminuta cajita de vidrio, la abrió y tomó la astilla que habían quitado de su corazón, puso un poco de pegamento y la unió al corazón de madera. Todos aplaudieron. Esa noche el hombre fue al bar del puerto, luego de tres años que no rondaba ninguno de los bares del pueblo, caminó por el malecón, como lo había hecho durante tantos años cada noche, pero esta vez sin su fiel compañero, al que saludó con un ademán hacia el cielo antes de entrar al bar. Junto a la barra encontró a su doctor ya retirado y se acercó a saludarlo, le dijo que durante mucho tiempo había vivido con ese dolor clavado en el pecho y sólo quería quitárselo, pero al quitar la astilla, sólo había quedado un hueco y muchas veces había pensado en ir a pedirle que vuelvan a poner la astilla en su corazón, pero nunca había tenido coraje de hacerlo. Le dijo que sin embargo ya no se quejaba, que ese día al fin había logrado quitarse el dolor punzante de la astilla y había podido también llenar el hueco que le había dejado en su pecho. Dijo que al fin podía descansar en paz. Y esas fueron las últimas palabras que alguien le escuchó decir.
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El capitán de irregularidades Sol Lua Seudónimo: Agente Lua www.toiaca.blogspot.com
El sonido de la alarma había llegado a los rincones del área restringida, y todos estaban siendo avisados de que lo imposible estaba ocurriendo. Telum miró su reloj de platino y observó su cuarto por última vez. Sabía que era hora de correr. Sobre la mesa de mandos estaba desplegado el mapa de Bolivia junto a un handie que lanzaba gritos de alerta. Reconocía muy bien esa voz, era la del Escorpión informando a todos que las langostas estaban en el sembrado. Telum metió el mapa en el bolso y salió uniformado de capitán con el propósito de huir lo más rápido posible de la villa. Efectivamente, las langostas de la DEA estaban por todos lados. Había tiroteos y compañeros que caían heridos, pero no había tiempo para detenerse. Lo importante era salir de ahí cuanto antes. El cielo se iba cubriendo de helicópteros y cada vez mas jeeps entraban al área. Telum supo enseguida que las puertas de acceso a la villa ya habían sido bloqueadas. Tenía que pensar rápido si no quería ser detenido por el sanguinario operativo de la DEA. Conocía todo el perímetro de memoria y enseguida se acordó de la salida por los túneles de la mina. Se movía con mucha agilidad y como un felino invisible, pasaba entre las langostas que disparaban y capturaban gente. Vendetta, pensó. Llegó a la entrada y afiló su oído solo para asegurarse de que el túnel estuviera limpio. Afirmativo. Corrió como si lo hubiese atravesado cientos de veces sin perderse ni una vez, aunque sentía las piernas exhaustas y a punto de romperse. De todas formas su ritmo poderoso continuó a lo largo del túnel hasta salir a 2 Km de la villa. Sus ojos se encontraron con la luz del exterior y la selva húmeda. Experimentó un alivio considerable, el suficiente como para darse el lujo de suspender la acción dos segundos, recuperarse y pensar en sus siguientes pasos hacia la libertad. Sabía que todavía no estaba a salvo. Su plan lo llevaría hasta El Alto, el aeropuerto internacional de La Paz, para tomar el primer vuelo a Francia. Bajó del autobús que lo llevó hasta el aeropuerto, con todas las miradas de adentro y de afuera, colgando de su metro 87 y su cara de actor de cine endurecida por los callejones de la violencia. Sabía que estaba llamando demasiado la atención pero la urgencia del enroque geográfico lo desvió de cualquier cambio de vestuario. Apretó las manijas de su bolso y se dirigió hacia la entrada del aeropuerto traspasando las puertas automáticas con la decisión de conseguir su pasaje a Europa. El sudor le bajaba por la nuca y las piernas le temblaban mientras se acercaba al mostrador de Air France. La señorita lo miró un poco de más pero enseguida le preguntó a donde quería viajar. Él dijo lo más calmo que pudo: Marsella. La señorita se fijó en la computadora, mientras tecleaba como una ametralladora y los inconfundibles borceguíes de los gendarmes le vigilaban los nervios por detrás. Lo siento señor, solo hay un vuelo a Francia y con destino a París. La partida del vuelo TG202, será en 60 minutos por la puerta 3, señor. Telum pagó en dólares y le dio las gracias, la señorita le sonrió. Lleva prisa ¿no? Él tragó saliva e hizo un gesto desentendido para desaparecer rumbo a Migraciones donde el funcionario detrás del vidrio lo miró como si ya supiera de quién se tratara, hasta que por fin tomó el sello y en un movimiento de lentitud desesperante, llegó la tinta como un martillazo a su pasaporte francés, devolviéndolo a su presente. Enfocado y sin perder la postura, volvió a apretar las manijas de su bolso y encaró con paso firme la fila
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del control de equipajes. Hizo un paneo veloz por todos los elementos de su nuevo obstáculo. La fila estaba compuesta de 6 pasajeros, todos hombres. Los bolsos pasaban por la cinta y eran revisados por dos gendarmes coyas de rasgos metálicos. El primer pasajero pasó su bolso de mano sin problemas y continuó su camino hacia la puerta de embarque. Tic tac. La axila derecha de Telum empezó a formar una aureola de nervios húmedos que se iban multiplicando a medida que los operarios revisaban como autómatas, valijas bolsos y objetos personales. Tic tac. Otro pasajero pasaba con normalidad sus bártulos y la cola se redujo a 4. Sus ojos a la velocidad del rayo, buscaban desesperadamente algún indicio, un hueco, alguna falla, mientras el pasajero número 3 pasaba sonriente. Podía escuchar las agujas de su reloj ahora como esposas en su muñeca, mientras las gotas de sudor le bajaban como lava por la nunca. El anuncio de su vuelo salía con voz aguda por el parlante y el pasajero número 2 acababa de dejar a Telum ante la cinta de control, sin posibilidades de trucos. Soltó su bolso casi sin respirar y las manos del gendarme tomaron las manijas del bolso. Tic tac. El gendarme palpó su bolso en un acto automático sin siquiera mirarlo y le preguntó qué llevaba. Regalos para mis hijos, contestó serio. El operario con una duda en la punta de sus dedos, volvió a palpar el bolso y mientras tomaba la punta del cierre a segundos de abrirlo, Telum sacó su última carta. -Tenga usted cuidado suboficial, no vaya a ser que rompa el regalo de cumpleaños que le llevo a mi hija, ¿verdad?- El gendarme levantó la mirada quedando un instante pegado en los ojos negros de Telum, como perdido en el fondo de océano violento, reparando enseguida en su uniforme de alto rango. Bajó su mirada. Silencio. Actitud hipnótica ineludible. Sonrisa servil. -Perdone usted capitán, no fue mi intención, que tenga un buen viaje-. -Así será suboficial-, mientras el gendarme incómodo le entregaba en mano su bolso con 150 mil dólares. Rumbo al avión los tensores de acero de su cuello se volvían carne otra vez y con boleto en mano, ingresó como un turista a la seguridad de la nave. -¿Me permite su boleto señor? Su asiento es el 54 ventana-. Telum miró rápidamente el contingente ubicado en sus asientos y todas las caras le parecían sospechosas o aún peor, que lo estaban reconociendo por alguna foto exhibida en el aeropuerto para facilitar su captura. Sabía que no iba a tener paz hasta que el avión estuviera sobrevolando el atlántico rumbo al viejo mundo. Llegó a su lugar y en el asiento contiguo, había un niño rubio que lo miraba con la impunidad que ejercen los infantes. Telum se sintió intimidado. Que ridículo pensó, mientras trataba de distraer su tensión con una revista llena de rubias entre palmeras y mares turquesas. El avión empezó a mostrar los primeros síntomas de despegue y las azafatas empezaron con las explicaciones de rutina para una eventual complicación aérea. El tiempo se estaba volviendo un empaste de minutos que no pasaban hasta que por fin habló el comandante de a bordo y los carteles de seguridad se encendieron. Oyó el sonido de las turbinas mientras cientos de escenas atravesaban su campo de memoria como flechas cansadas donde vio al Escorpión apresado en un cuarto de interrogación o tortura, al Leopardo y al Camaleón, desparramados entre su sangre sobre la tierra que los había reunidos enteros, después de tantas irregularidades a lo largo de la última década. La mayoría de sus maniobras habían traído aciertos millonarios, aunque esporádicamente también, silencios largos en lugares sin sol. Sintió los tiros en su pecho mientras las piezas del rompecabezas de los 5 años en la Villa Mercedes empezaban a encajar. Las azafatas pasaron por los asientos chequeando los cinturones. El presidente nos bajó el pulgar. A Juárez ya le quedaba poco tiempo en el trono. El avión empezó a desplazarse. Después del último embarque los números no cerraron y a Juárez rara vez se lo veía en la villa. Estaba planeando algo y Molina quedó a cargo. El DC30 retomó la pista de despegue. ¡Molina! Ese cuerpo de judas. ¡Pero qué ingenuo, como no lo vi antes! El avión hizo su última parada de control y en unos minutos empezó su carrera hacia el viejo mundo, lejos de sus hijos pero a salvo de un horrible encierro. Pensó en su hija y en el tiempo que llevaba sin verla, evocó su bello rostro y a sus cachorros. Los vio entrando en la casa de Buenos Aires fuertes, despiertos, hermosos. El avión ya había cobrado la velocidad del rayo y miró por su ventana como quedaba atrás todo aquello. La bala que venía para enterrarse en sus pulmones y no llegó. Se relajó sobre el asiento 54 cerró los ojos y logró una inmensa calma, imaginando un encuentro con sus hijos en Europa. El avión empezaba a despegarse del suelo Boliviano, tal vez no volvería a ese costado del mundo mientras viviera. Pero la nave volvía a tocar la pista y la velocidad parecía disminuir. No obstante Telum no pensaba alarmarse. Por la ventana veía las montañas a lo lejos pero estaba claro
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que el avión seguía desacelerando y ya cuando vio a los pasajeros murmurando o señalando algo del otro lado, se convenció que la cosa andaba mal. La madre del niño le preguntó qué pasaba y Telum solo la miró, encontrándose un segundo con sus ojos. El resto de los pasajeros empezaba a preguntar y un murmullo incómodo empezó a flotar entre los pasillos. Nadie parecía entender. Sin embargo, el avión ya estaba casi detenido. Telum se llenó de nervios otra vez pero no perdió la calma: podía ser un desperfecto. Las puertas del DC30 se abrieron y el piloto salió de la cabina, dando la bienvenida con total solemnidad a dos hombres de traje negro y dos militares armados. Entonces preguntaron algo y enseguida el comandante confirmó señalando tímidamente la ubicación. Se acercaron como robots por ambos pasillos y llegaron hasta la fila de Telum pidiéndole que los acompañara, por favor. La mujer agarró a su hijo mientras Telum salía, pero no pudo evitar que le preguntara por qué se lo llevaban. Él le contestó con una sonrisa y guiñándole el ojo. Mientras caminaba por el pasillo hacia los crueles de su destino, sintió el escalofrió de la tabla pirata al mar de la opresión, el olor a encierro, la negrura de lo impensable y el tiempo que no transcurre. No le importó que todos lo miraran con horror, él solo pensaba en sus hijos y en que tardaría 5 o 6 años, centurias y eones, en encontrarse con sus pupilas otra vez.
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El Yeti Agente Lua. 60
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