CAMINAR CON EL VIENTO EN CONTRA

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Lili Guita

CAMINAR

CON EL

VIENTO

EN CONTRA Escritos para tiempos de dificultad



Gracias, Padre José María, por tu escucha y ayuda en los tiempos difíciles y por animarme, en nuestro último encuentro, a publicar estas páginas. Aquí están… te las dedico. Lili


Si tuviera que expresar lo que creo que me sostuvo en pie en esos tiempos, no dudaría en decir que fueron la Eucaristía, el llamado a partirme y a ofrecerme junto con Jesús cada día; la Palabra de Dios, a pesar de que tantas veces la leí sin comprender o sin poder reconocer cómo obraba en mí; la oración y la cercanía de mis hermanos en la fe y el dolor de los más débiles, los pobres, los enfermos y los lastimados, que siempre me animaron a no hacer caso de mis penas, a salir de mí misma y me acercaron de tantas formas a Jesús. También, me ayudó durante ese período leer el testimonio de hombres y mujeres de Dios, varios ya canonizados por la Iglesia, santos, mártires y confesores de la fe… Leí muchas biografías y tengo la certeza de que en esas “páginas de oro”, como las llamo, el Señor me salió al encuentro, me rescató y me habló de amor en medio de mi desierto interior. Este pequeño libro es un entramado de algunas experiencias, reflexiones, oraciones y cuentos surgidos en ese tiempo en los que aparecen la vida, la muerte, las caídas, los robos, la alegría, la oscuridad, la esperanza, la búsqueda y la sed, entre otros temas. Además, incluí algunas de esas “páginas de oro” que guardé cuidadosamente; fue costoso seleccionar, ¡hay tantas! Aquí están algunas de ellas. Es mi esperanza que su lectura anime a otros a buscar, a creer y a esperar la aurora.

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Vengo, Señor Este Himno de la liturgia de las Horas acompañó de manera particular mi oración de ese tiempo, tal vez por prestarme las palabras que no encontraba para expresar mi sentir.

Vengo, Señor, cansado del trabajo, cansado de la lucha y de mí mismo. Dame, Señor, la fuerza de tu brazo, alivia la fatiga del camino. Eres Señor de todo lo que existe, creado por tu amor para bien nuestro, nada en el mundo a tu poder impide me lleves tú donde llegar no puedo. Mira, Señor, con ojos bondadosos la súplica ferviente de tus hijos, y donde nuestros logros fueron pocos tu gracia abunde en frutos infinitos. Gracias, Señor y Padre muy amado, por Cristo que a nosotros enviaste, por él, perdona nuestro pecado, y tu Espíritu de amor a todos, salve. Amén.

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El grandísimo favor de Dios Carta de San José Gabriel Brochero El cura Brochero fue un sacerdote argentino que se caracterizó por su corazón misionero, la preocupación por su pueblo en sus necesidades materiales pero, especialmente, por hacerles conocer a Dios y por su andar sin descanso para acercarles a todos la salvación. En sus últimos días, ya ciego y con la lepra avanzando sobre su cuerpo, escribió esta carta, muestra de su temple y su humildad a su amigo, el obispo de Santiago del Estero. Tránsito, 28 de octubre de 1913 Al Sr. obispo de Santiago del Estero Dr. Yañiz Martin Mi querido: Recordarás que yo sabía decir de mí mismo, que iba a ser tan enérgico siempre, como el caballo chesche que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios, Nuestro Señor, es y era quien vivifica y mortifica, y quien las quita: pues bien, yo estoy ciego casi al remate, apenas distingo la luz del día y no puedo verme ni mis manos. A más estoy sin tacto desde los codos hasta la punta de 16


los dedos y de las rodillas hasta los pies, y así que otra persona me tiene que vestir o prenderme la ropa; la misa la digo de memoria y es aquella de la Virgen (…); para partir la hostia consagrada y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la forma la he tomado bien, para que se parta por donde la he señalado y que la hijuela cuadrada está en el centro del corporal para poderlo doblar; me cuesta mucho hincarme y muchísimo más levantarme, a pesar de tomarme de la mesa del altar. Ya ves el estado a que ha quedado reducido el chesche, el enérgico, el brioso (…). Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios, Nuestro Señor, en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva; quiero decir que Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo (…). No ha hecho así contigo Dios, Nuestro Señor, que te ha cargado con el enorme peso de la mitra hasta que te saque de este mundo, porque te ha considerado más hombre que yo, por no decirte en tu cara que has sido y eres más virtuoso que yo. Me ha movido a escribirte porque tres veces he soñado que he estado en funciones religiosas contigo y también porque el 4 del entrante enteramos 47 años a quienes eligió Dios para príncipes de su corte, por lo cual le doy siempre gracias y no dejo ni dejaré aquellas cortitas oraciones que he hecho a Dios, a fin de que nos veamos juntos en el grupo de apóstoles en la metrópoli celestial (…). José Gabriel Brochero1

1. José Gabriel Brochero, 21 Cartas del Cura Brochero, Buenos Aires, Editora Patria Grande, 3ra edición, 1997. 17


¡Las Misas más hermosas de mi vida! Testimonio. Nguyen van Thuan Conocido por haber predicado los retiros del Jubileo para el Papa Juan Pablo II, el Cardenal van Thuan relató en el libro Testigos de la esperanza su testimonio en una prisión vietnamita en la que fue encerrado por predicar la fe católica. Así describe su experiencia: “Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mí una pregunta angustiosa: ¿podré seguir celebrando la Eucaristía? Fue la misma pregunta que más tarde me hicieron los fieles. En cuanto me vieron, me preguntaron: ‘¿Ha podido celebrar la santa misa?’. En el momento en que lo faltó todo, la Eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el pan de vida. ‘Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo les voy a dar es mi carne por la vida del mundo’ (Jn 6, 51)”. En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la esperanza. Eusebio de Cesarea, que vivió los primeros siglos del cristianismo, da testimonio de que los cristianos no dejaban de 22


celebrar la Eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: “Cada lugar donde se sufría era, para nosotros, un sitio para celebrar (…), ya fuese un campo, un desierto, un barco, una posada o una prisión”. El Martirologio del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la Eucaristía en campos de concentración, ¡porque sin ella no podemos vivir la vida de Dios!

En memoria mía2 En la última cena, Jesús vive el momento culminante de su experiencia terrena: la máxima entrega en el amor al Padre y a nosotros expresada en su sacrificio, que anticipa en el cuerpo entregado y en la sangre derramada. Vuelvo a mi experiencia. Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes… Les puse: “Por favor, les pido que me envíen un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago”. Los fieles comprendieron enseguida. Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta “Medicina contra el dolor de estómago” y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad. La policía me preguntó: –¿Le duele el estómago? –Sí. –Aquí tiene una medicina para usted. Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré

2. Nguyen van Thuan, Testigos de la esperanza, Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 2000. 23


qué enfermedad tenía. Pero no pude resistirme: le pedí fuerzas al Señor, me acerqué, toqué su frente con una caricia y besé su mejilla. Volvió a mirarme, mucho más serena, una lágrima corrió por su cara, me quedé cerca y se quedó dormida. Volví a la cama de la anciana que me había comprometido a cuidar. María siguió durmiendo tranquila. Al cabo de unas horas llegó la religiosa y me agradeció mucho que me hubiera quedado porque, gracias a eso, había podido descansar y comer. Entonces, volvió a tomar su lugar junto a la abuela. Me despedí diciéndoles: “¡Que tengan una Feliz Noche Buena!”. Esa noche, celebramos en comunidad. Oramos, cantamos y cenamos, en un hermoso clima. No podía dejar de pensar en esas tres mujeres: la abuela Emilia, la religiosa Johana y María… Pensé en cómo estarían y oré por ellas. Al día siguiente, el 25 de diciembre, ni bien me desperté, sentí la necesidad de volver a esa habitación. No había nadie en la calle, así que caminé rápido. Entré ya sin golpear y vi a Emilia, que estaba mucho mejor. La hermana ordenaba sus cosas porque en un rato se iban para el hogar. Las saludé con alegría: “¡Feliz Navidad!”. De pronto, miré hacia la cama de María… También quería saludarla, pero ya no estaba. La religiosa me dijo: “Falleció anoche. Estaba tranquila, desde que te fuiste estuvo dormida hasta que, cerca de medianoche, dejó de respirar. Seguro el Padre Dios la recibió en sus brazos. ¡Pobre mujer!”. Me fui caminando lentamente. Reviví cada momento del día anterior y oré: “¡Gracias, Padre, por haberme elegido para darle a María el último beso!”. 28


¡Aprender a celebrar! Testimonio de cómo Don Orione celebró sus Bodas de Plata Sacerdotales Todos conocemos el corazón generoso de Don Orione, pero esta carta refleja un momento de intimidad, un modo de celebrar, un gesto simple y a la vez pleno de amor verdadero. Tortona 1 de junio de 1920 Querido amigo: Recibí tu grata carta y te agradezco en el Señor. Todo lo que sirve para unir y alentar en la caridad siempre hace bien. No debemos fijarnos en nosotros, “siervos inútiles”, sino en la gloria de Dios y el bien de los hermanos. Aquí no se han realizado fiestas, no las permití para mis bodas de plata sacerdotales. Había decidido pasar ese día en silencio y oración, pero el día anterior advertí que nuestro hermano Vianno había empeorado y entonces pasé la noche junto a su lecho. Por la mañana, dije la misa a los pies de la Virgen de la Divina Providencia. Te contaré ahora lo que sucedió a la hora del almuerzo. Los hermanos habían preparado una comida especial por mi aniversario. 29


arbustos y plantas rastreras. Todas me gustaban por algo, pero las iba descartando una a una hasta que mi mirada llegó nuevamente a la planta del abrojo. Con amor, la miré y me miré… el Señor calló y yo le agradecí. Todos tenemos algo de “abrojo”, la mirada del amor nos permite detenernos en la virtud más que en el defecto de los demás y, también, de nosotros mismos. Para terminar mi oración, volví la mirada sobre el anuncio de la Palabra que había recibido esa mañana y leí: “Espiritualidad de la comunión es también la capacidad de ver, ante todo, lo que hay de positivo en el otro para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios. El otro, aunque sea distinto, es un don para mí” (Cf. San Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, nº 43, II).

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Un profeta de nuestro tiempo Testimonio de Carlos de Foucauld Carlos de Foucauld (1858-1916) es una de las figuras espirituales más significativas de la actualidad. Después de una juventud licenciosa, se convirtió y se fue al Sahara para imitar la vida retirada de Jesús de Nazaret. Allí vivió entre cristianos, judíos y musulmanes dando testimonio del amor de Dios. A los 58 años murió por un disparo en medio de una escaramuza entre bereberes. El informe sobre su vida y su muerte lo define como “confesor de la fe”, pues no murió estrictamente como mártir, aunque sí violentamente y víctima de la caridad por el prójimo. Dos meses después del decreto que le reconocía un milagro, se anunció su beatificación y Juan Pablo II mostró su deseo de proclamar la vida y el mensaje de Carlos de Foucauld como un signo para nuestro tiempo. No hay palabra del Evangelio, creo, que haya dejado en mí impresión más profunda y haya transformado mi vida más que esta: “Cuanto hacen a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacen”. Si pensamos que estas palabras son las de la Verdad increada, las de la boca que dijo: “Esto es mi cuerpo…, esto es mi sangre”, con qué fuerza nos sentimos empujados a buscar y amar a 35


Nosotros, los leprosos Testimonio de San Damián en la isla de Molokai7 Damián de Veuster nació en Tremelo (Bélgica) en 1840, en una familia numerosa de agricultores y comerciantes. Durante un retiro espiritual, decidió seguir la llamada de Dios a la vida religiosa y entró en la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, en la que ya le había precedido su hermano. A principios de 1859, comenzó el noviciado en Lovaina. En 1863, su hermano, que iba a partir para la misión de las islas Hawai, cayó enfermo. Ya estaban listos todos los preparativos para el viaje y Damián obtuvo del superior general el permiso para sustituir a su hermano. Desembarcó en Honolulú el 19 de marzo de 1864 y allí fue ordenado sacerdote. Sin esperar más, se entregó en cuerpo y alma a la áspera vida de misionero por los poblados de Hawai, la mayor de las islas del archipiélago. Por aquellos días, para frenar la propagación de la lepra, el Gobierno de Hawai decidió deportar a Molokai, una isla cercana, a cuantos estuviesen afectados por la enfermedad, entonces 7. Cf.http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/2009/ns_lit_doc_20091011_ de-veuster_sp.html 46


incurable. El obispo, monseñor Louis Maigret, habló de ello con sus sacerdotes. A nadie quería enviar allí por obediencia, sabía que una orden semejante era una condena a muerte. Se ofrecieron cuatro misioneros que irían por turno a visitar y asistir a los leprosos en su desamparo. Damián fue el primero en partir: era el 10 de mayo de 1873. Por petición propia y de los enfermos, se quedó definitivamente en Molokai. Impulsado por el deseo de aliviar el sufrimiento de los leprosos, se interesó por los progresos de la ciencia. Experimentó en sí mismo nuevos tratamientos, que compartió con sus enfermos. Día tras día, los cuidaba, vendaba sus terribles heridas, reconfortaba a los moribundos y enterraba a quienes habían terminado su calvario. “Hago lo imposible –decía– por mostrarme siempre alegre, para levantar el ánimo de mis enfermos”. Su fe, su optimismo, su disponibilidad conmovían los corazones. Todos se sentían invitados a compartir su alegría de vivir, a superar, con la fe, los límites de su miseria y angustia. “El infierno de Molokai”, impregnado de egoísmos, de desesperación y de inmoralidad, se transformó gracias a él en una comunidad que causaba admiración incluso al Gobierno. Orfanato, Iglesia, viviendas, equipamientos colectivos: todo se realizaba con la ayuda de los menos impedidos. Se amplió el hospital, se acondicionaron el desembarcadero y sus caminos de acceso, al mismo tiempo que se tendía una conducción de agua. Damián abrió un almacén en el que los enfermos podían aprovisionarse gratuitamente. Alentaba a su gente a cultivar la tierra y plantar flores: “Debemos transformar este infierno en un jardín” decía con frecuencia. Para entretenimiento de sus leprosos, organizó incluso una banda de música. Así, Damián hacía redescubrir a los leprosos que a los ojos de Dios todo hombre es algo precioso, porque los ama 47


Puedo morir, aquí estoy Testimonio de los Mártires Trapenses de Argelia Hace algunos años en Argelia fueron brutalmente asesinados siete monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine. Eran franceses, se dedicaban a la oración y al trabajo en los campos. Se habían rehusado a colaborar con los guerrilleros islamistas a los que llamaban “los hermanos de la montaña” y habían organizado en la zona un grupo de oración y diálogo entre cristianos y musulmanes que era apodado “Vínculo de paz”. Cuando los grupos extremistas de la guerrilla exigieron que todos los extranjeros salieran del país, ellos se negaron por fidelidad a la gente del lugar, que los apreciaba y los quería. Fueron un ejemplo frente a lo que hoy es el dramático choque entre opuestos fundamentalismos sea del Islam como de occidente. En su testamento espiritual, el prior Christian-Marie Chergé ya dos años antes había previsto el martirio y dejaba constancia de su respeto a la fe islámica, de su amor al pueblo argelino, de su perdón “al amigo del último momento que no habrá sabido lo que hacía” augurándose poder reencontrarlo un día cerca de Dios, “padre de ambos”. Son entrañables los últimos versos del padre Christophe: “Soy suyo y sobre sus pasos sigo mi camino hacia la Pascua. La llama parpadea, la luz se debilita… Puedo morir, aquí estoy”. 52


Testamento espiritual Si un día me aconteciera –y podría ser hoy– ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no podría permanecer ajeno a esta muerte brutal. Que rezaran por mí: ¿cómo ser digno de semejante ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato. Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que ¡desgraciadamente! parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas. Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad, perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. No podría desear una

muerte semejante. Me parece importante declararlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado indiscriminadamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, quizá, sería llamada la gracia del martirio, que se debiera a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice que actúa por fidelidad a lo que supone que es el Islam. Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los argelinos en su conjunto y conozco también qué caricaturas del Islam promueve cierto islamismo. Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía religiosa con los integralismos de sus extremismos. Argelia y el Islam, para mí, son otra cosa, son un cuerpo y un alma. Me parece haberlo proclamado bastante sobre la base de lo que he visto y aprendido por experiencia, volviendo 53


“Mi amor por Jesús es cada vez más sencillo y, creo, más personal” Testimonio. Santa Teresa de Calcuta La Madre Teresa fue canonizada en este último tiempo, pero desde siempre los creyentes y no creyentes la reconocieron como una santa que dejó una huella por su espiritualidad de servicio y su amor hacia los más pobres de entre los pobres. En estos párrafos expresa algo de su “noche espiritual”, que no solo no la detuvo en su vida de caridad, sino que hasta el último momento no logró borrar su sonrisa. Querido Padre Michael: Espero que todo le vaya bien y que su amor por Jesús siga creciendo y dando mucho fruto (...). Usted debe rezar mucho por esto, para que la Congregación esté totalmente a disposición de la Iglesia. Mi amor por Jesús es cada vez más sencillo y creo que más personal. Como nuestros pobres, trato de aceptar mi pobreza, el hecho de ser pequeña, indefensa, incapaz de gran amor. Pero quiero amar a Jesús con el amor de María, y a Su Padre, con el 64


amor de Jesús. Sé que está rezando por mí. Quiero que Él se sienta a gusto conmigo, que Él no se preocupe de mis sentimientos, que se sienta bien, que no se preocupe siquiera de la oscuridad que lo rodea en mí pues, a pesar de todo, Jesús lo es todo para mí, y yo no amo a nadie más que a Jesús. Suya en Jesús,

M. Teresa

Uno de los retos de la oscuridad era esta ausencia de una percepción viva de la presencia de Dios en la oración; era algo que ella todavía anhelaba. En septiembre de 1959, había escrito a Jesús: Ya no rezo más, pronuncio las palabras de las oraciones comunitarias y hago todo lo posible por sacar de cada palabra la dulzura que tiene que dar. Pero mi oración de unión ha desaparecido. Ya no rezo. Mi alma no es una Contigo. En esa época, su oración, que ella calificaba como “miserablemente, seca y helada”, era eficaz y obtenía muchas gracias para otros. Una carta suya revela uno de sus modos de orar durante estos años de impenetrable oscuridad: A menudo, durante la Adoración, pasan por mi cabeza las caras de las personas que conozco y los recuerdo ante Jesús. Haga esto por mí, como yo lo hago por usted, recuerde mi rostro ante Jesús. M. Teresa9

9. Madre Teresa, Ven, sé mi luz: Las cartas privadas de la santa de Calcuta, Barcelona, Editorial Planeta, 2009. 65


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