El rosario de los 7 días

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PADRE RICARDO, MPD


El Rosario de los

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días Orar en comunión con María

Padre Ricardo, MPD



Dedicatoria Como gesto de aprecio y cariño, El Rosario de los siete días está dedicado a María, la que es Madre de Jesús y también nuestra Madre desde el cielo. Decía san Juan Pablo II: “Las prerrogativas y las peculiaridades de la personalidad femenina han alcanzado su pleno desarrollo en María [asunta al cielo]” 1. Algo propio de María es la preferencia que ella tiene por promover la devoción del Rosario. En este sentido, Juan Pablo II también afirma que no es difícil profundizar en una consideración más radical y antropológica del Rosario, de lo que puede parecer a primera vista. El Papa dice que quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en el rezo del Rosario la verdad sobre el hombre y esta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II. Es que reconocer a María es encontrarse con el hombre y su pueblo. El monje Tomas Keating, reconocido autor, al referirse al origen del Rosario se ubica en la primera Edad Media y explica que, en esa época, su invención fue muy ingeniosa ya que en aquellos días no había libros y cuando los fieles ordinarios iban a la iglesia los domingos, no podían entender lo que decía el Evangelio porque se lo proclamaba en latín. Frente a esta realidad, el Rosario se convirtió en el oficio de los laicos. 2 El Rosario, como estructura espiritual, señala la profunda unidad de vida que hay entre Jesús y María sostiene el Catecismo de la Iglesia: “(…) está unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo” (N. 1172). Hay una alianza mesiánica entre los corazones de Jesús y de María. 1. Juan Pablo II, Audiencia General, 06 de diciembre de 1995. 2. Keating, T., Intimidad con Dios, Descleé de Brouwer, Bilbao, 1997, p. 143.


Contenido Licencias eclesiásticas por Monseñor Jorge Novak

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Presentación Martes: Misterios de la vida oculta 1. El pueblo de Israel espera al Mesías 2. La Anunciación a María (Cf. Lc 1,26-38) 3. El nacimiento de Jesús y su presentación en el templo 4. La persecución de Herodes y la huida a Egipto 5. La vida de Jesús en Nazaret con María y José

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Miércoles: Misterios de la vida pública 1. El bautismo de Jesús y las tentaciones en el desierto 2. La predicación y los milagros de Jesús 3. La elección de los Apóstoles y la vocación de Pedro 4. La Transfiguración y el anuncio de la Pasión 5. La resurrección de Lázaro y la entrada de Jesús en Jerusalén

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Jueves: Misterios de la Última Cena 1. Jesús lava los pies a sus apóstoles (Cf. Jn 13,1-17) 2. El mandamiento del amor mutuo 3. La Institución de la Eucaristía 4. La revelación del Padre y la promesa del Espíritu Santo 5. La oración de alianza de Jesús

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Viernes: Misterios de la Pasión de Jesús 1. La agonía de Jesús en el Huerto de los olivos 2. Jesús, traicionado, abandonado y torturado (Cf. Mt 26,47-58). 3. Jesús burlado y coronado de espinas es condenado a muerte 4. La crucifixión, agonía y muerte de Jesús 5. El cuerpo de Jesús es puesto en un Sepulcro

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Sábado: Misterios de María 1. La concepción Inmaculada de María 2. María, Madre del Hijo de Dios que nace en Belén 3. María medianera de todas las gracias 4. María, Madre de la Iglesia en Pentecostés 5. La Asunción de María y su presencia en la historia de la Iglesia y de los hombres.

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Domingo: Misterios de la Resurrección del Señor 1. El descenso de Jesús al lugar de los muertos 2. Resurrección de Jesús 3. Las apariciones de Jesús a los apóstoles y discípulos 4. El Regreso del Señor y la resurrección de los muertos 5. El juicio final y la Gloria del Pueblo de Dios en el gozo de la Trinidad

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Lunes: Misterios de la Iglesia 1. La venida del Espíritu Santo en el nacimiento de la Iglesia 2. La predicación del Evangelio a las Naciones 3. La Sede Apostólica de Pedro en Roma 4. La Palabra de Dios y la Eucaristía en la comunidad cristiana 5. La vida de santidad en la Iglesia y la comunión con la Iglesia del cielo

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Concluyendo

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Presentación Este rosario está presente en el Movimiento de la Palabra de Dios desde sus inicios. Su antecedente es una gracia recibida durante los años de formación y estudios en la Compañía de Jesús, de quien escribe este libro. En la historia de la Iglesia, los albores de esta práctica devocional se los puede vincular con la búsqueda de una oración continua que se condensa en fórmulas breves, comunes a los monjes y la espiritualidad del desierto. La repetición continua de fórmulas o jaculatorias llevó a fijar un determinado número de ellas. En esto sirvió como referencia el número de los Salmos: 150. Sustituyendo los Salmos con un determinado número de padrenuestros y avemarías para el uso popular se obtuvo una especie de “salterio mariano” al que se añadían meditaciones sobre la vida de Cristo. El Papa Pío V instituyó con una bula lo esencial de la configuración actual del rosario. El Papa de “la cuestión social”, León XIII, dedicó al rosario mariano dieciséis documentos. Como puede verse, la piedad por la Virgen María mediante el rezo del santo rosario arraigó vigorosamente en todos los niveles de la Iglesia Católica. Pueden recomendarse como lecturas al respecto “El rosario en el magisterio de los Papas de León XIII a Juan Pablo II”1 del P. Salvador Perrella (OSM) y la Carta Apostólica El Rosario de la Virgen María (RVM) de Juan Pablo II.

¿Cómo podemos presentar lo que llamamos el Rosario de los siete días? En parte nos serviremos del documento citado de Juan Pablo II. Los diversos “misterios” resaltan el carácter del rosario centrado en 1. Artículo de L´Osservatore Romano, 24 de enero de 2003, pág. 9.

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Jesús a través de María. Tradicionalmente los misterios constituyen tres grupos: gozosos de la infancia de Jesús, dolorosos de su pasión y gloriosos de su resurrección. El Papa propone incorporar también sucesos de la vida pública de Jesús entre el bautismo y la pasión, y los llama misterios de la luz porque a través de ellos Jesús aparece como la Luz del mundo. Juan Pablo II deja explícito que “esta incorporación de nuevos misterios, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, (…) se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria” (Cf. RVM n. 19). El rosario como gracia, dice el Papa, es una escuela de María: “podríamos llamarlo el camino de María”. Es el ejemplo de la senda por la que anda la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une a Jesús con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que vive de Él y por Él. Haciendo nuestras las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel en el Ave María, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en la Virgen, entre sus brazos y en su corazón, el "fruto bendito de su vientre" (Cf. Lc 1, 42)” (RVM, 24). Como “hijo del hombre” que es Jesús –la Palabra de Dios hecha carne- los misterios de su vida abarcan y engloban al hombre en las distintas etapas de su vida. “A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre”, sostiene Juan Pablo II (n. 25, 2). 8


“El simple rezo del rosario –dice el Papa– marca el ritmo de la vida humana” (RVM, 25,1). Asimismo, como gracia de Dios, puede ayudarnos el Rosario de los siete días que también posee los “misterios de la luz” y a su vez, nos enmarca marianamente toda la semana en los misterios de Jesús, de María “hija predilecta del Padre” y de la Iglesia como Cuerpo de Cristo presente en la historia de los pueblos y naciones. Los siete días de la semana cubren todos los misterios de la fe eclesial. El Rosario de los siete días tiene algunas características propias de su índole: por ejemplo podemos preguntarnos por el orden de sus misterios: comienza con el día martes, debido a que en el lunes ubicamos los “misterios de la Iglesia”, con los que finalizan los siete días del rosario. Otra peculiaridad es el modo no eclesiástico con que se han denominado los misterios de determinadas días: “jueves santo” y “viernes santo”. Los del día jueves se los llama misterios de la Última Cena porque ella contiene múltiples manifestaciones de la despedida de Jesús antes de su entrega en la cruz. Los misterios del viernes se denominan como misterios de la pasión porque ellos engloban todo el padecimiento físico y humano que concluye en la muerte en la cruz y su entierro con la esperanza en la resurrección.

Una pedagogía para el rezo del rosario El documento de Juan Pablo II señala una escuela práctica de ricas posibilidades si el rosario se convierte en un encuentro de oración con Jesús y con María, con Dios mismo en el Padre y su misterio trinitario (Cf. RVM, 26-38). Es importante tener conciencia desde qué disposiciones, interiores y exteriores, rezamos el rosario. Cuando se realizó el primer “Retiro Mariano”2 señalamos la importancia de orarlo haciendo alianza con el corazón de María. En este sentido, el rosario es un 2. N. del E.: Retiro espiritual organizado por el Movimiento de la Palabra de Dios en torno a la figura de María. Puede consultarse P. Ricardo, La alianza mesiánica de Jesús y María, meditaciones marianas, Buenos Aires, Editorial de la Palabra de Dios, 1999.

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encuentro de amor con la Madre que nos dejó Jesús y que trabaja, junto con su Hijo, por nuestra salvación y glorificación. No vamos a repetir que su rezo no debe ser monótono y desanimado, como un modo de “cumplir”. En nuestro caso y experiencia, lo primero es el espíritu que lo anima: es una oración y encuentro de la alianza con María como Madre de Dios y también nuestra. Es un encuentro de amor a Ella y de comunión con Ella. El rosario, como estructura espiritual, señala la profunda unidad de vida que hay entre Jesús y María. “En el rosario, el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo” (RVM, 15). Hay una alianza mesiánica entre los Corazones de Jesús y de María. A veces, se plantean algunas dificultades: ¿cómo lograr no distraerse?, ¿hay que concentrarse en lo que se dice?, ¿hay que tratar de retener en la memoria lo que el misterio representa?, ¿ayuda el imaginar el hecho expresado en el misterio? La primera respuesta está dicha en el espíritu de alianza y comunión con María. Cuando nosotros conversamos con otra persona, si expresamos vivencialmente lo que sentimos o vivimos, no nos distraemos. Siguiendo un consejo de santa Teresa, a las distracciones “no hay que llevarles el apunte” porque de otro modo quedamos concentrados en ella. A una mosca molesta, simplemente se la espanta y se sigue con lo que se está obrando. “El rosario –dice Juan Pablo– se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto del sentimiento que las inspira” (RVM, 26). A la hora de avanzar con el rezo de este rosario, hay algunas cosas prácticas que pueden ayudar. Como primer contacto con este libro, conviene leerlo o meditarlo en su conjunto (hasta puede hacerse un retiro espiritual con él). En segundo lugar, una vez ya conocido el contenido, podemos disponernos para rezarlo, leyendo 10


previamente el misterio respectivo. Tercero, si lo hemos subrayado, podemos orar intercalando algún párrafo o expresión que hemos destacado al leerlo. El rosario concluye con una oración a María, Madre nuestra: María, Madre nuestra en cuerpo llevada a los cielos, tu nombre sea bendecido para siempre, de generación en generación. Consérvanos en el Reino de tu Hijo para que se realice en nosotros, como en Él, la voluntad de Dios Padre. Haz que no nos falte el alimento de cada día, ni el arrepentimiento de nuestros pecados. Danos por el Espíritu Santo, la caridad de Jesús para que sirvamos cristianamente a la comunidad humana en la cual vivamos y la iluminemos con el testimonio de la palabra evangélica. Y líbranos, Señora, de las asechanzas de Satanás, del egoísmo y la sensualidad, del error y de todo mal. Amén. Por último, por las intenciones del Papa rezamos un Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Un carisma discipular El Papa nos propone un “proceso de configuración con Cristo en el rosario” porque “la espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (Cf. Rom 8,29; Fil 3,10-21)” (RVM, 15), a fin de realizar nuestra identidad de ser imagen y semejanza de Dios, identificados con Jesús. Diría san Pablo: debemos revestirnos de Cristo (Cf. Rom 13,14; Gal 3,27) y tener entre nosotros los mismo sentimientos del corazón de Jesús (cf. Fil 2,5) hasta ser uno con él (Cf. Jn 17,26), hasta poder exclamar auténticamente: “Vivo yo, ya no yo, sino que Jesús vive en

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mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). El carisma del Movimiento de la Palabra de Dios, nos invita, no solo a creer en Jesús sino también a querer seguirlo como discípulos suyos. Y esto significa moldear nuestra vida en la suya y hacer del Evangelio un estilo de vida. En la cruz, Jesús entregó su Madre al discípulo amado y a él, lo hizo pertenencia filial de María (Cf. Jn 19,26-27). Por eso María quiere que sus hijos sean y vivan como discípulos de Jesús. Pidamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, la gracia de ser fieles al Evangelio formando comunidades de alianza con el Padre, para que el mundo crea que Jesús es el Salvador y Señor de la humanidad y de su historia.

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Martes

Misterios de la vida oculta


Las Dos Trinidades por BartolomĂŠ Esteban Murillo (1617-1682).


Primer misterio

El pueblo de Israel espera al Mesías La esperanza del pueblo de Israel era el cumplimiento de una promesa de Dios. Esta esperanza mesiánica estaba reflejada en la conciencia popular como se narra en el poema del Salmo 89: Encontré a David, mi servidor, y lo ungí con el óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga poderoso. Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él; le daré una descendencia eterna y un trono duradero como el cielo. «Su descendencia permanecerá para siempre y su trono, como el sol en mi presencia; como la luna, que permanece para siempre, será firme su sede en las alturas». (v. 21-22; 29-30; 37-38) Esperanza que estaba en la conciencia de los “doctores de la ley” y de los gobernantes religiosos; estaba en los anhelos del pueblo: Dios les daría un Mesías, un enviado como Salvador. Era una promesa hecha a la descendencia de David a través del profeta Natán: “tu casa y tu trono durarán eternamente y tu trono será estable para siempre” (Cf. 2 Sam 7,16); estaba en las promesas proféticas. La promesa era una creencia popular. Muchos la esperaban piadosamente, entre ellos Joaquín y Ana, los padres de María, y también José el carpintero, entre otros. María y José, no podían imaginar que, en el cumplimiento de la promesa, podrían ver cumplidos sus anhelos.

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Oportunamente Simeón lo expresará en el Templo, teniendo en sus brazos al Niño de la Promesa: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).

Segundo misterio La Anunciación a María (Cf. Lc 1,26-38) Pasaron los siglos en la vida y en la historia de Israel. Y Dios cumplió su promesa mesiánica en María de Nazaret. Para esto Dios envió como mensajero al Arcángel San Gabriel a “una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la descendencia de David llamado José”. Dice el relato de Lucas que el Ángel entró en la casa y la saludó diciéndole «alégrate llena de gracia, el Señor está contigo» ¡qué estremecimiento el de María! ¿Qué haría ella en ese momento? Tal vez arreglaba la casa, esperaba el regreso de José de su trabajo u oraba y leía las profecías de Isaías: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino” (Cf. Is 9,5-6). “María quedó desconcertada y se preguntaba qué podría significar el saludo del ángel”. No sabía que ese saludo incluía el cumplimiento de una promesa mesiánica: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y se lo llamará Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». ¿Con qué peso llegan estas palabras al corazón virginal de María? “Como puede ser eso si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» “El ángel le respondió: «El Espíritu Santo va a descender sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el 16


niño será Santo y se lo llamará Hijo de Dios: No hay nada imposible para Dios». “María dijo entonces: «Yo soy la Servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho». Y el ángel se alejó” ¿Cuál fue la experiencia íntima que ha tenido la Virgen al sentir que quedaba embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo?

Tercer misterio:

El nacimiento de Jesús y su presentación en el templo. En aquella época –nos dice el relato del evangelista– “apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David” (Lc 2,1-4). Es un viaje incómodo por el embarazo de María y las circunstancias del mismo. Pero Jesús no nace por una decisión ocasional de tener la obligación de ir a Belén, sino porque Dios mueve al Emperador romano a dar la orden para que se cumpliera la profecía de Miqueas: “Y tu Belén, tierra de Judá, por cierto no eres la menor entre las ciudades de Judá porque de ti nacerá un jefe que será el pastor de mi Pueblo Israel” (Miq 5,1). José preocupado, no consigue lugar de hospedaje en la posada y tuvo que refugiarse en una gruta de animales. Y a María le llegó el tiempo del parto: dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre (Cf. Lc 2,6-7). El Niño era recibido y cobijado por el cariño y el cuidado de su Madre: ¿Quién puede imaginar los sentimientos del corazón de María acunando a su bebé y dándole de amamantar? Estaba la presencia respetuosa y delicada de José ante el Niño que él había recibido como promesa durante un sueño en el que él creyó (Cf. Mt 1,20-21) y ahora era su Hijo adoptivo. 17


Los mismos ángeles del cielo se alegraban con gran gozo por el nacimiento del Salvador y alababan a Dios diciendo: “gloria a Dios en las alturas y en la tierra, paz a los hombres amados por él!». “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). “Ocho días después llegó el tiempo de circuncidar al Niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el ángel antes de su concepción. Y conforme a la Ley de Moisés llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor y hacer la ofrenda correspondiente” (Lc 2,21-24). Así Jesús se incorpora y pasa a ser reconocido como miembro del Pueblo de Dios según la Antigua Alianza. Carismáticamente, el Espíritu mueve a hombres justos y piadosos de ese momento para que se dirijan al Templo: “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en ély le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,porque mis ojos han visto la salvaciónque preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»” (Lc 2,25-32). Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos» (Lc 2,33-35). “Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se 18


apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,36-38).

Cuarto misterio: La persecución de Herodes y la huida a Egipto. “Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él” (Lc 2,39-40). Por ese tiempo unos astrólogos de Oriente que nosotros llamamos “magos” se presentaron en Jerusalén. Pareciera que este suceso movilizó a los letrados religiosos, fariseos y sumos sacerdotes y a la misma autoridad civil. Por eso Herodes, astuta y maliciosamente “mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje»” (Mt 2,7-8). Pero “después de oír al rey ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño”. Podemos imaginar la sorpresa de que era un niño de dos años el que salió a recibirlos como si estuviera esperándolos. “Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños 19


a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo»” (Mt 2,10-13). La frustración de Herodes fue grande porque “Al verse engañado por los magos, se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías” (Mt 2, 16-17). Los que nosotros, en la Iglesia, llamamos los “Santos inocentes” y celebramos en la liturgia de 28 de diciembre, podemos decir que son los protomártires que anticiparon la muerte de Jesús en ellos. Luego de la partida de los magos y de ser advertido por el Ángel del Señor, José percibió la urgencia de la situación y no esperó el amanecer para partir. Obediente a Dios y presuroso, se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre y partió desterrado a Egipto, como dice un Himno: “Camino de Egipto, en que tu pueblo conoció la amargura siendo esclavo. Donde huyes perseguido por Herodes, por techo, pan y paz, vas refugiado”. Penosamente llegaron a Egipto para llevar la vida pobre de un carpintero exiliado de su tierra. Allí vivió la Sagrada Familia en medio de una cultura y vida ajena a la judía. En ese medio ambiente, el Niño crecía educado por sus padres. De su estadía en Egipto, la Iglesia Copta conserva una basílica dedicada a la Sagrada Familia.

Quinto misterio La vida de Jesús en Nazaret con María y José Nuevamente, José recibe en sueños el mandato de Dios de regresar a la tierra de Israel: “Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, 20


toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño»” (Mt 2,19). José es pronto en obedecer: “se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a Israel” (Mt 2,21). Pero el peligro no había pasado y “al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: «Será llamado Nazareno»” (Mt 2,22-23). En su hogar de Nazaret y cuando cumplió los doce años, sus padres como de costumbre subieron a la fiesta de la Pascua en Jerusalén. “Y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas” (Lc 2,43-47). La respuesta de Jesús a sus padres y en función de ellos, puede parecer como una “crisis humana de adolescencia” para provocar un cambio de mirada sobre su vida y misión en condición de su identidad como Hijo de Dios. Por eso “ellos no entendieron lo que les decía” (Lc 2,50). Pero “el regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos” (Lc 2,51). Jesús iba creciendo y desarrollando su vida adulta en Nazaret con sucesos humanos importantes: agotado por los esfuerzos y padecimientos de su vida, la muerte de José, su padre adoptivo e imagen del Padre eterno de Jesús; la viudez de María con la cual llevaba su vida diaria; a partir de entonces; él como carpintero, era el sustento de la vida familiar y económica mientras esperaba el momento de partir para su misión mesiánica. 21


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