Henry Wilford autor casi anónimo Por: Carlos M-Castro
Henry Wilford no es un poeta: es un tipo que escribe poemas. Ríe, fuma, caga a diario, a veces come y hace compromisos. vibrancias (villancicos por un hombre bueno), «Nota aclaratoria»
Prácticamente desconocida, la poesía de este hombre merece compartirse antes que se pierda en el olvido. Nacido en Ecuador, de madre argentina y padre colombiano, Henry Wilford formó familia en Nicaragua tras su llegada en la década de los ochenta y desde hace más de diez años reside en Italia. Además de algunos poemas y una entrevista, presentamos acá reflexiones que junto con sus respuestas Wilford nos fue enviando por correo electrónico con la probable intención de explicarse a sí mismo y de regalarse un poco. 18
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Nací en la maternidad Isidro Ayora. Tras una noche de dolores y paciencia, mi madre al fin logró liberarse de mí hacia el mediodía. Mi pobre padre tuvo que empeñar la máquina de escribir —su ametralladora, decía— para pagarle al médico. Entonces en Quito los hospitales públicos eran gratis, pero los médicos no. Mi casa distaba un par de centenares de metros de la Universidad, y veinte de la casa de Jorge Enrique Adoum. Así que no es casual mi cruzar de calles para escudriñar, traviesamente, en la palabra». Es todo lo que Wilford dice sobre su vida durante la entrevista. No más. Y para protegerse de cualquier intromisión, levanta de inmediato una muralla antibiográfica: «Podría contarle las cosas interesantísimas que he vivido desde entonces, pero —parafraseando a Salinger— no me da la gana». Gracias a su hija Clara sabemos que vivió con su pequeña hermana y sus padres en Quito los primeros diez años, poco más o menos; que entró a una escuela jesuita, ya en Colombia; que hizo estudios de música en el conservatorio y que luego estudió medicina, antes de salir hacia Panamá y llegar a Nicaragua como parte de una brigada médica. Mas parece que a este señor, que debió haber nacido alrededor del 63, poco le importan esos detalles. Sobre sus estudios de ingeniería electrónica en la Universidad Nacional de Ingeniería de Nicaragua también es su hija quien nos informa. La conversación gira en torno a su oficio. Mejor así. Llegaron a mí casi por azar cinco libros suyos editados muy curiosamente. ¿Qué tanto ha escrito? ¿Sólo poesía? He escrito mucho a nombre de otros —esa es la industria editorial— porque la mayor
acepto el concepto de nacionalidad, es inhumano, indecente. Por otra parte, la frontera última, el límite del que no podíamos pasar: la historia del día anunciado, de la fecha que superamos como si la muerte se hubiera distraído o estuviera demasiado ocupada en otros sitios para recordarse de su cita con nosotros.
Fotos: Cortesía Clara Wilford
parte de los “autores”, particularmente los técnicos, no sabe escribir, ni le interesa: para eso hay gente que necesita ganarse la vida, y, suerte para todos, conocen el oficio. Pero he sido parco para publicar, especialmente con mi nombre. Un par de cuentos, un par de cosas para teatro. Algunos artículos para publicaciones especializadas y punto. En algún momento publiqué con mi nombre (tenía 14 años cuando recibí un premio de un concurso de cuento en una presuntuosa academia de la lengua), pero después publicar mis escritos no era bueno para la salud. Usé algunos seudónimos, y mis cosas están dispersas en diversas publicaciones —de amigos, sobre todo. La serie a la que usted hace alusión, “del insuficiente oficio de intentarse”, consta de seis libritos. El título escogido para aquella serie, “La frontera conjurada”, es en primer lugar mi confesión de haber superado la frontera, la limitación criminal de la “patria”, inventada por los propietarios de siempre para hacernos decir que nosotros les pertenecemos. No
No sé si ahora los reeditaría, aunque un amigo en España, inconsultamente, los ha publicado en red, y yo, en fin, no he dicho nada. Un poco me es indiferente. Para mí, es más importante publicar mi música, porque corre mayor peligro de perderse. ¿A qué se dedica actualmente? Ahora trabajo en una serie de traducciones y recopilo información para algún artículo sobre redes de poder y delito de estado. No me alcanza para pagar el alquiler, pero quiero ser parte de la buena suerte. Mi oficio es producto de la casualidad: soy un afortunado al que no le basta saber que las cosas son injustas, sino que quiere saber cómo ayudar a cambiarlas. En otra ocasión me dijo que esos libros eran sólo para obsequiarlos a amigos. Yo pienso que a usted no le interesa meterse al juego de la industria editorial tradicional. ¿Qué me dice? No sé si vale la pena publicar... Hoy día se publican no menos de 5,000 títulos nuevos al día (sólo de literatura, entiendo). Poniendo una media de mil copias (una media de un país del cuarto mundo) tendríamos necesidad de 150 millones de lectores de nueva literatura en el mundo... Y, para un lector medianamente orientado, abandonar Tolstoi por un quiensabecomoserá no es una buena opción.
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Por otra parte, la literatura —como hoy todo— funciona con técnicas de mercado. Y se publica lo que va, y lo que va lo determinan los mercadotécnicos. […] Si eres un autor o un pequeño editor, no puedes sobrevivir: no serás jamás —no digo promocionado— ni siquiera distribuido. No es casual que tres cuartas partes de la literatura nueva sea publicada por revistas, programas gubernamentales o entes que reciben subsidios. Son publicaciones que raras veces llegan al lector y que en su mayor parte engrosan bodegas y terminan por ser comidas por los ratones o, en el mejor de los casos, regaladas en las bibliotecas, universidades y otros centros de reciclo de literatura sin “mercado”. Y no es nuevo. Piensa al Balzac de La comedia humana. Publicar le sirve a un autor para hacer currículum: echarse el perfumito de la intelectualidad. De ahí a hacer de la literatura un oficio hay un abismo. Y un oficio dignitoso, donde se gane el pan honestamente, una quimera.
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¿Y qué pasa entonces con todo eso que ha escrito y está disperso? Cargo conmigo los borradores, pero no los leo jamás. Me propongo a menudo rescribir las cosas y ordenarlas. Lo estoy haciendo con la música, que corre mayor riesgo de perderse para siempre. Igual, el publicar es una responsabilidad, y uno debería merecérselo. Publicar para hacer currículo, en fin... Y no puedo escribir lo que interesa generalmente a los editores. Escribir es una manera de existir. Una manera de contarse a uno mismo el cuento de la vida. ¿Qué puede decir sobre su experiencia como escritor de poesía? Escribiendo poesía se descubre que vivir es un oficio, un oficio insuficiente. Esa permanente voluntad de construirte, construyendo. Porque es haciendo, amasando la realidad, que el hombre se construye a sí, se hiere las manos, eleva los muros, se las lava como
Los intelectuales son una jauría de vagos, en el buen y en el mal sentido: son una peste. Los buenos escritores, músicos, pintores, científicos, trabajan tanto y se concentran en lo que hacen. Son gente con mucha vergüenza, tienen cuidado de dar lecciones a otros, no son muy seguros de tener la razón: no son intelectuales. Un intelectual es un buen abogado de su ego. Por regla general son quienes dirigen la “cultura”, determinan el “gusto” y cobran los réditos y los méritos de su autoridad. Un intelectual tiene opiniones, e incluso algunas veces tiene hasta razón. Un intelectual calcula cuánto cuesta educar un niño, en qué libros debe aprender a leer, cómo se debe formar su personalidad y, si es posible, debe ser pagado por eso. Los buenos escritores a menudo no saben cómo aprendieron a escribir, y su instinto, sus
Pilatos. Intentarse, probar a ser haciendo es hacerse, abrir la puerta de la vigilia en las mañanas y ser consciente y sorprendido de ser parte de la realidad, de ser parte de la voluntad de la realidad. Es un poco hegeliano, pero somos nosotros la naturaleza que toma conciencia de sí misma —conciencia precaria—, de su transitoriedad y su ser simultáneamente, la cosa y su tiempo y su lugar. Hay en italiano una palabra que no se puede traducir exactamente al español: “consapevolezza”. Es algo más que ser consciente, que saber. Es tomarse la responsabilidad de conocer, es haber mordido el fruto del árbol del conocimiento, es ser soldado advertido que sabe que morirá en la guerra. ¿Cuál es el autor que más ha influido en usted? Yo, pero no me leo a menudo. Seguramente no soy el mejor, pero soy el autor que me es más simpático, y seguramente ejercito una influencia no banal en lo que escribo. }
emociones primarias los transportan a menudo a algún párrafo infantil, a una paradoja sintáctica: una frase sobre el destino del hombre a veces es producto de una noche tratando de poner en orden la clasificación de las criptógamas, o tratando de entender por qué no podemos ver estrellas que nacieron junto con nosotros. Los buenos escritores leen diccionarios y se asombran, leen los “clásicos” y los releen, leen los periódicos — los anuncios de trabajo, especialmente—. Los buenos escritores encuentran paradójica la vida, e injusta: les pasa lo de una periodista francesa: era atea, sufría de una enfermedad incurable, fue a Lourdes y —he aquí el milagro— se curó: llegó a la conclusión de que si Dios la curó, es un desgraciado, porque en vez de ella podría haber escogido a alguno de entre los millones de niños que ni si-
Wilford en Internet
quiera tendrán la fortuna de visitar Lourdes antes de morir devorados por las lombrices. Los buenos escritores se saben afortunados, si saben que son buenos, lo que no sucede casi más. Los buenos escritores saben cómo se escribe bien, pero no pueden enseñarlo, porque no saben en qué momento, luego de tanto escribir, al fin aprendieron. Hindermith, en su tratado de armonía —que es el silabario de los compositores— dice que él puede enseñar la armonía, que puede dar buenos consejos al respecto, pero que no tiene idea de cómo enseñarle a componer a alguien... es como aprender a leer... alguien te dice cómo suenan las letras, y tú, frase por frase, página por página, terminas un día leyendo a Brodsky o viajando con Derek Walcott en sus barcas de palabras como un Ulises negro, sediento... ¿Quién te puede enseñar a sentir la boca salada cuando lees Archipiélago?: Prefiero las buenas personas a los intelectuales. Tener un amigo bueno te hace más feliz que un amigo “culto”. Las personas buenas son naturalmente sabias, y, como Sócrates, no escriben libros, conversan, se regalan a sí mismas y se alegran de verte. HW
¿Un consejo para escribir? La glosa y la imitación. Escribir un soneto como Quevedo... por ejemplo, o un cuento como Rulfo. Apropiarse de la sintaxis, de la manera de inventar palabras, de ordenar las imágenes. Intuir la dinámica, en el sentido musical del término. Y, como se hace en música, tratar de rescribir un poema de Neruda, de mejorarlo. La variación es toda una escuela de composición. Si es capaz de escribir un movimiento de la Sinfonía en Re de Prokofiev, mejor o al menos de manera tan inteligente como él, pruebe entonces a escribir una sinfonía. Si el resultado es pobre,
Los seis libros que conforman La frontera conjurada (Del insuficiente oficio de intentarse) pueden leerse (y descargarse) desde Internet en www.scribd. com/midesantiago. Ahí también se encuentran algunas partituras de composiciones suyas. Más de su música está en www.free-scores.com/DownloadPDF-Sheet-Music-henry-wilford.htm y YouTube: www.youtube.com/user/ midesantiago.
debe trabajar, corregir, lijar, o empezar de nuevo. No le digo que si no pinta como Caravaggio debe dejar de pintar, pero un poco de vergüenza para exponer no hace mal. Desgraciadamente, cuando se publica, no se puede arrepentir. Y la modestia preventiva sirve. Igual, ser un mal escritor no es un pecado. Un escritor decente es hijo de mucho trabajo, tanto, que no tiene tiempo de tratar de pasar por bueno. Mire: léale lo que escribe al más apático de sus amigos. Si no lo entiende, no lo conmueve, o no logra interesarlo, agarre el lapicero y comience a corregir. Al leer, al escribir, denuncie los héroes, los semidioses: son instrumentos para que la gente se sienta reducida a la impotencia y a la inactividad. La gente que cambia el mundo, los protagonistas, son verdaderos irresponsables que en lo profundo de sí no creen en el heroísmo, que no creen que lu-
chan contra fuerzas descomunales, que prueban —a menudo sin suceso— otras posiciones en la cama. Por último, recuerde que explicar a los otros es en primer lugar explicarse a sí mismo. Y puede ser que esa explicación a los otros no les interese y eso, con alta probabilidad, es porque Ud. no se interesa suficientemente por los otros. HW
Una última cosa: cuando alguien le hable de “literatura nicaragüense”, desconfíe, porque esa cosa no existe. Existe la literatura, y basta, sin provincias. Si Ud. no es capaz de escribir algo que conmueva a un chino inteligente, o sigue aprendiendo con humildad, o cambia de oficio. Cuando vea que alguno escribe un artículo loando a Darío, o repitiendo aquello del “príncipe de las letras ...”, apueste, es un imbécil y no ha leído a Darío, y si lo ha leído no lo ha entendido: no tiene otra cosa que decir. Si lo respeta, se lo lee, se lo goza y se está callado. Y si quiere hablar de él, se escribe una novela como “Margarita, está...”. Es la diferencia entre un Arellano y un S. Ramírez; el primero es un “intelectual” (de ellos se dice que cuando no saben hacer se meten a enseñar) y el segundo un Creador. Así, con C mayúscula, para subrayar el carácter sacro de su trabajo, no de su persona. No se dicen cosas que a una persona con dignidad le daría vergüenza escuchar sobre sí. Si a Ud. le hacen falta héroes, no escriba. Los grandes escritores —grandes personas— no son cantantes de merengue: ese tipo de comentarios les hace mal. No creo que de Virginia Woolf alguno pueda decir que es la “reina del adjetivo”, o la “mami del período breve. HW
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Henry Wilford: Autor casi anónimo
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Ustedes, hijos míos, cargarán el peso de su padre como yo cargué los huesos de los míos. Portarán mis poemas como enfermedades vergonzosas y arrastrarán sus impotencias por la tierra. Deshuesarán su pecho como un crimen contra natura porque está escrito —y esto lo escribo yo— que el hijo del hombre se ganará el pan con el sudor de los otros, y los otros son ustedes. Colgarán crucifijos, sacarán banderas en los días patrios, llorarán a solas, lucharán, claudicarán, tragarán su escupitajo y mentirán. Ustedes, hijos míos, heredarán la tierra.
VII C.M.R. y sus profetas Veo al póstumo servil, al lucrador, cantar sacralizante las miserias, la mezquindad, el pollo quemado del poeta. Y el poeta, en cuanto hombre: prostático, cirrótico, ambivalente, sea. Es conocido que el poeta debe amar la vida y odiarla reverente, asqueado, en este siglo de tan pocos poetas, de tan pocos hombres. En fin, hombre vulgar, incompatible y desempleado, absolutamente inútil, extraditado, inmigrante ilegal, ecuatoriano, y sobre todo, con apetito y Karla.
IX Un poeta no es un ser perspicaz. Es un intruso —y aclaro— yo no soy un poeta. Por eso, soy agudo, sensible y tengo buena ortografía. Un poeta es un inadaptado, un tipo con árboles, un cargador de esquinas, un parásito —por eso, aclaro— yo soy pronombre personal, discreto, buen padre de familia y no hago versos en la oficina ni en el consultorio del dentista. Un poeta es un ser que no se orina, un Juan Gelman, un vulgar, un provinciano —es ese el motivo, aclaro— por el que te creí. Un poeta no cae en la trampa del proverbio, no te cree, Karla, no te deja partir sola.
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Obras Completas
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Yo, mayor de edad, de oficio comunista, bañado en la sangre de mi esquina y de la sangre total que hemos vertido, armado, erguido, de fémur frágil, en pleno uso de mis facultades y haciendo uso de mi derecho de dejar volar a un ave consignado en la constitución, declaro por mi libre, impotente y merecida voluntad:
Antes, agua, jabón, toallas estériles una mirada de haber leído mi expediente. Te recibo inconsciente, aceptado, deposito en ti mis testimonios.
Primero: que no te amo.
Habiendo leído lo anterior y manifestado mi conformidad firmo en dos tantos del mismo tenor: uno para el fin que estimes conveniente, otro, para constancia del delito.
en su no importarle el castigo, en sus abrazos con gatos, se me parece, heredará mi dolor izquierdo,
Los testigos, ayudantes que cubren mi rostro sin saberme, destapan mi pecho para ti, se ponen sus máscaras, se visten respetuosos esperando mi cuota de sangre obligatoria.
Segundo: que no ha llovido. Tercero: que he perdido mi copia de tus llaves y que nunca te escribí una canción, un nocturno, una receta.
Camila, que en su nariz romana y en su gesto,
mis caminos inconclusos, mis tropiezos. Clara, Edelweiss, la florecita, que carga los calcios incompletos de mi espalda, la terquedad y mis resabios de alegría,
Tú, entre tanto, entras, miras mi espacio, penetras en mí con el miedo que tiene un dios mal entrenado, fracturas precisa, secas la humedad de mis segundos, palpas mis sístoles, agotas tus intentos en esta operación de riesgo mortal, en este banquete de corazón abierto.
tomará mi dolor derecho, entero, mis ortografías, y los escapularios del dios insepulto. Jorge, en cambio, taciturno, que al pronunciar sus espasmos hace silencios y miradas tristes, tendrá todo mi dolor primero, mi ignorancia, y los mapas de tesoros que nadie ha enterrado.
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