Año 1 Primera edición
revistasoma.net
Entrevista
Gaby Baca «Mi música es absolutamente underground y combativa»
Ensayo
Carlos Martínez Rivas habla sobre Azarías H. Pallais
Selección
Poesía y narrativa de escritores jóvenes
soma
Reverso portada
Con teni do Entrevista a Gaby Baca
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J. Isaac Delgado
Allen Ginsberg, el hermano mayor de Bob Dylan / Mario Martz D’León
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Henry Wilford: autor casi anónimo
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Carlos M-Castro
Pallais según CMR
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Carlos Martínez Rivas
Las ceremonias del silencio, de Ana Ilce Gómez / Anastasio Lovo
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Análisis de dos cuentos de Rubén Darío / Álvaro Vergara
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El viajero del siglo, de Andrés Neuman / Vergacio Álvarez
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Huesario Madrid audiovisual / Ariadna Arce
Caribe Fotos y poesía
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María José Álvarez, June Beer, Brigitte Zacarías, Deborah Robb, Marcel Jaentschke
Opinión A un clic / Debate en facebook sobre CMR Un pedazo de carne en el mundo de los hombres / Kerstin Edquist
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Portada: Jean Marc Calvet “Día de lluvia”
Selección poesía Marcel Jaentschke (4) Francisco Ruiz Udiel (9) Jim Morrison (16) Dallana González (17) Ninoru Amisaca (28) Mario Martz D’León (35) Carlos Fonseca Grigsby (40) Hanzel Lacayo (82) Johann Bonilla (88) Carlos M-Castro (91) Alejandra Sequeira (100)
Equipo Consejo Editorial Johann Bonilla / Carlos M-Castro Marcel Jaentschke / Luis Báez Diseño y diagramación / Edwin Moreira Desarrollo web / Ernesto Javier Arana Asesor de diseño web / Carlos M. Ortells Corresoponsal en Madrid / Ariadna Arce
Selección narrativa Álvaro Vergara (45) José Adiak Montoya (52) Ulises Juárez Polanco (56) Luis Báez (63) Emila Persola (72)
Selección imágenes Jean Marc-Calvet (portada) Óscar Duarte (14) Camila Pineda (24) Marta Bevacqua (36 / 80) Mauricio Arias (50) Otto Aguilar (70)
soma es un proyecto independiente de difusión y agitación cultural. Toda propuesta de colaboración debe ser enviada a: colaboraciones@revistasoma.net y sometida a consejo editorial. El material publicado en esta revista es propiedad de cada autor. Sus opiniones también.
Correspondencia: buzon@revistasoma.net
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Marcel
Jaentschke Antipoema VI
Fayer tu remember.
Es muy fácil escribir poemas malos y simularlos como a una incomprensible creación de un joven poeta caprichoso, basta con reacomodar oraciones sencillas. Observe: (El poema supongamos que lleva por nombre Una-idiotez-de-esas)
Con mucho ECO-cariño, a todo esos ECO-poetas. El otro día me cogí al fuego. Es decir, no lo cogí con intenciones de robármelo (o alguna de esas pendejadas) ni mucho menos. Sino que literalmente me-lo-cogí, le hice el amor, fornicamos.
Dos puntos… Simularlos, creación tan fácil de poeta, un joven reacomodado.
Todo iba bien, hasta que me vine y la llama se hizo opaca. Lo interesante fue que cuando el polvazo termino (digo las brasas) Se me guindaron unas especies de lúgubres gánsteres de la poesía -en la punta de la vergaDecían que venían a retratar mi historia o a escribirla en lodo.
—Un capricho— A todo esto, el fuego no coge tan bien a como la gente piensa. Sencillo es muy basto, con mal y como incomprensible, y ahora… Ahora solo observe a las oraciones. No olvide firmarlo de una forma extraña, y vestir de boina y camiseta negra. Un consejo sano es dormir de día y portar las infaltables ojeras de ensueño y de un cliché ambulante.
Una pregunta en 4 versos a Miriam. ¿Será que usted duerme tranquila con esa silla eléctrica de planos cartesianos colgando en su pecho?
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Arte antipoética A Joaquín Pasos y Nicanor Parra Solamente lloro por tener la certeza de que jamás nadie entenderá estos versos. Y si alguien lo llegara a hacer, todo daría igual.
La torre de Babel
Bajemos entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros. Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra (Génesis, X1, 7-8)
¿Has escuchado alguna vez al burdo sonido del amor y no lo has entendido? ¿Se te han desplegado alguna vez las alas de la impaciencia, por querer articular palabra firme y caricia en medio de esta sequía con perplejidades? ¿Se te ha pasado más de una vez un cumplido, un saludo, un simple mandato? Y es que vivimos en un bazar de lenguas. Y a veces nos pesa, a veces simplemente nos pesa la concatenación de siglas, la simpleza de las palabras, de su significado… Y deliberamos.
Le hablamos en español, Nos contesta en creole Le argumentan en inglés. Y nos quedamos en silencio. Con el trote cansado y la frente grasosa. Estamos cubiertos de ladrillos y asfalto. Maldición burbujeante en Senaar. Se alza la estructura. Nos dispersamos como incienso. Y en el fondo, -sí- en el grueso dueto cultural. Está la pirámide de flores marchitas. Con dobles tenazas hediondas a camarón y vigorón podrido. Un ámbar bidimensional. El sincretismo. ¡Y yo me siento negro y vos te sentís indio!
Amorío en La Paz Centro A Susana Guzner Tu bicicleta “Quite Riding” verde, con la pintura gastada y las llantas pelonas. Andabas una camisa que decía Jesucristo en el logo de la “American Chopper”, tu pelo, teñido con agua oxigenada, se movía suavemente con el polvo en viento que nos enmudecía. Chinelas Rolter, falda mal cortada y una boina a lo Jennifer López. Me miraste quietamente, y yo te miré. Subiste la mirada y pedaleaste más fuerte. Pero creo que hasta me hiciste el amor con esa mirada, tentativo gesto de examinar lo desconocido, valiente poema de un peón aventurero. Y entonces pedaleaste con más fuerza, pasaste la Jefatura de Policía y te perdiste a la vuelta del ciber-café. ¿Tu nombre? Qué más da si Juana, María o Violeta. Esa noble y tenaz mirada me erizó la piel, inundó mi mente. Ahora te miro en todos lados, en otras bicicletas con pinturas también gastadas y llantas pelonas. Con citas bíblicas a la par de personajes de la lucha libre en tus camisas y etcétera. Pero no has vuelto a mirarme de esa manera, no he vuelto a sentir ese molesto y tenue segundo en el que te desnudan con los ojos. Por eso VIDA es palabra mujer. Y yo te siento pasar, como mariposas en un pantano.
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Foto: Luise Siu S.
Entrevista:
Gaby Baca Por: J. Isaac Delgado
«Mi música es absolutamente underground y combativa» 6
us canciones suenan en algunas radioemisoras nacionales con gran aceptación. Como artista y mujer considera entre sus grandes fortalezas decir las cosas muy claras, de la manera más simple; no andar en el faranduleo ni encasillarse en un solo género musical. Hace ya un poco más de cinco años, la cantautora nicaragüense Gaby Baca dejó sus labores de publicista para dedicarse por completo a la música, convencida de que su vida está vinculada al arte. «Me lo dijeron —recuerda Gaby—. Una chavala que era vidente entró en mi oficina, en Honduras, y me dijo: Vos vas a ser famosa… ¿estás escribiendo algo? Y yo [contesté]: Siempre estoy escribiendo. Pues seguí escribiendo, me dijo, porque vas a ser famosa. Y yo me cagué de la risa; me dije: ¡esta maje se la fumó!». Hoy asume su vida de hippie. Rentó una casa para instalar el estudio donde realiza los ensayos con su grupo, Papayas Men; diseña camisetas con mensajes alusivos a su quehacer artístico y expone, en este mismo local, sus trabajos discográficos con la intención de que los chavalos y las chavalas tengan acceso a su música y arte en general. Su banda la integran músicos amigos, algunos miembros de otras bandas. Mucho de lo que ha logrado hasta hoy, lo atribuye a la solidaridad que le han brindado músicos, cantautores y artistas diversos.
Mi música es absolutamente underground y combativa —asegura la cantautora. Sus aspiraciones son heredar a las generaciones futuras su empeño por el arte, pero también la capacidad de abrir los ojos, mirar la realidad de su país, y decir las cosas que no puede decir la gente que no tiene acceso a un micrófono. ¿Cómo fueron tus inicios en la música? Como cantautora realmente tengo como unos cinco años, pero mis inicios musicales remontan mucho más atrás, tuve oportunidad de tener acceso al instrumento, la guitarra, en 1980. ¿Hay algún tipo de vínculo con la revolución? Totalmente. Vengo de la música revolucionaria, de la trova, esos son mis inicios. Los estudios en el Colegio Rigoberto López Pérez —refiere Gaby—, la conectan en sus inicios artísticos con muchos músicos contemporáneos, que para entonces eran jóvenes que simpatizaban con la música y ya hacían sus tocadas. Entre estos Richard Loza, Alejandro Mejía, Junior Escobar, entre otros. Yo no estaba componiendo en esa época. Yo hago mi primer tema más o menos como en el 94, una
«No represento nada de lo que el mercado te está vendiendo ahorita, ni de la cultura absurda de la muchacha esquelética, anoréxica, de moda, con unas grandes ojeras, pero para mi es un regalo del universo poder gozar con tanta simpatía sin tener el gran capital que tiene mucha gente para dar a conocer su arte».
canción que se llamaba “Te conozco de otras vidas”. Mi segundo tema (“Sirenas”), a pesar de que nace en Nicaragua es descubierto en Costa Rica, mientras yo estoy estudiando ahí… en ese entonces hacer una copia en un CD era gran ciencia.
Hay un lapso de tiempo que te retirás de la música ¿Por qué te apartaste del camino que llevabas? Por sobrevivencia. Después de haber estado en dos ocasiones en Radio Nederland, en Costa Rica, me sale una oportunidad de trabajo en Honduras. Cuando me voy a Honduras, si bien, soy invitada a varios actos culturales y tengo mis primeros encuentros con movimientos feministas, me dedico a trabajar en la publicidad. Entonces estaba trabajando como productora de radio y televisión. Obviamente muchas de las ideas se te consumen en el trabajo, sin embargo, en esa época nacen otras canciones que ya venían dándole más al toque de la Gaby. A nivel musical, Gaby Baca declara ser una artista sin barreras, muestra de ello es uno de sus temas más controversiales “Con la misma moneda”. Yo no me he casado con ningún género. Yo aprovecho los géneros para decir cosas. Por ejemplo; hice un reggaetón adrede para molestar a los reggaetoneros, para enseñarles como se hace música, porque es fácil en tres frases hacer paste a la mujer, y verlas como que fueran un trozo de carne. Eso es facilísimo, cualquier estúpido se puede ir por la línea sexual, y creo yo, que ese es el camino de los tontos.
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¿Cómo considerás tu carrera en este momento; en qué momento estás? Yo creo que no hay artista que te pueda decir que se sienta bien en el país, porque imaginate que los rubros importantes como la salud, como la educación, como otras tantas cosas andan mal, el arte pues, realmente no es una manera de ganarse la vida tan fácilmente. Pero sí te puedo decir que me siento en un momento muy feliz de mi vida, no porque tenga abundancia de cosas materiales, sino porque siento que soy una cantautora nicaragüense. No represento nada de lo que el mercado te está vendiendo ahorita, ni de la cultura absurda de la muchacha esquelética, anoréxica, de moda, con unas grandes ojeras, pero para mi es un regalo del universo poder gozar con tanta simpatía sin tener el gran capital que tiene mucha gente para dar a conocer su arte. Me agrada mucho que mi carrera tal vez no esté generando grandes cantidades de plata, ni nada por el estilo, ni estoy esperando que me den un EMI, ni ser la cantante femenina más culazo del año, pero realmente (me agrada) saber, que sin tener grandes fondos mi música ha hecho mella y le ha dado puerta a nuevas generaciones para crear, y crear responsablemente.
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Siempre hablando de su trabajo actual y de su banda agrega: Hemos llegado a hacer una sinergia tan grande, que ya los últimos temas que estamos haciendo tienen que ver directamente con ese trabajo. No podría decir tan campantemente que Marilyn, que es una canción que escribimos para Marilyn Monroe, es una canción de La Baca Loca. Ya esa es una canción colectiva de Papayas Men en la que yo me siento parte de Papayas Men. El apoyo que reciben algunos grupos de parte de transnacionales ha sido bastante criticado en algunos foros, ¿qué valoración tenés de esto, le ves algo positivo? Es bastante difícil, porque varias veces lo he comentado. La gente que tiene patrocinio, no te creas que viven en la gloria, el patrocinio cada vez es más paupérrimo, y yo digo que en este país habrá como unos cuatro que realmente puedan decir que están bien. Positivo sería para mí si ellos estuvieran bien y si estuviera bien medio mundo, porque hay grandes problemas con esto del derecho de autor también en la medida en que las transnacionales deberían remunerar como se debe la música, sin embargo no siempre es así. Para mí si seria positivo
que nos metiéramos a hacer cosas; ha habido intentos serios y que yo he visto positivos con rocknica por ejemplo, y con el rock ecológico. Todo lo que tiene que ver con movimientos ecológicos… hacer cosas concretas que realmente sean productivas. ¿Hay barreras, particularmente en Nicaragua, para que la mujer pueda proyectarse como artista? Realmente es complejo, porque por ejemplo, la música no esta exenta (de barreras), la música es un mundo de hombres y ser mujer tiene sus limitantes, pero también te da fuerzas. Veo que hay un renacer, porque antes contábamos a las cantautoras con una manito y ya está; eso ya se acabó. Para ser una mujer cantautora o dedicarte a esto tenés que ser una microempresaria, y es allí donde esta el talón de Aquiles para que más mujeres se dediquen a esto. Es ahí, donde debería reforzar o ayudar para que más mujeres tengan acceso de dedicar su vida al arte. ¿Ahora que proyectos tienes, vas a grabar, crees que vale la pena seguir grabando? Claro que vale la pena. Mirá, eso es como que le preguntaras a Jesús ¿valió la pena cargar esa onda? Pues fijate que sí vale la pena. Yo
creo que en la medida que me alcance la fuerza… es difícil porque ahorita sacar reales para lo que sea es difícil, pero sí hay planes para este año. ¿Te has sentido alguna vez con ganas de colgar los guantes? Si hombre. La crísis está fregada… si le cuesta al campesino, si le cuesta a la enfermera, si le cuesta al doctor, si a todos nos está pasando; pues ahorita tenemos una crísis fuerte, imaginate el arte. Porque lo más duro creo yo, en nuestro gremio es que se mire nuestro trabajo con responsabilidad, porque creen que tocar música es un hobby y no el trabajo que implica. Siempre menosprecian el trabajo, te quieren pagar poco o casi lo hacen como que te estuvieran haciendo un favor. En ese momento es que dan ganas de colgar los guantes. Ya has dicho que no tenés barrearas en la creación musical, pero ¿te considerás una rockera? Sí. Me considero una rockera de corazón y sobre todo porque el rock ha sido un género que ha tenido el deber de denunciar cosas o de proponer cosas, y ha sido la música de los rebeldes, de los locos, de los mechudos, así es que yo dije: ¡Aquí estoy yo! }
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Francisco
Ruiz Udiel
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HABRÍA QUE SEMBRAR GIRASOLES
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PAÍS DE LOCOS: Una historia de cronopios
A Vincent Van Gogh
La estatua y la arena A Sergio Ramírez Cansado de caminar por el desierto, un niño preguntó a su padre de dónde sale la arena. —De las estatuas —respondió su padre. —¿De las estatuas? ¿Cómo? —Cuando éstas mueren se vuelven arena. Luego el viento carga con su peso. —¡Quiero ser estatua! ¡Quiero ser estatua! —¿Y por qué mejor no ser viento? — preguntó el padre. —Porque no habría quien cargara con mi peso. Entonces, el padre hundió las manos en el desierto y empezó a escarbar y a escarbar hasta encontrar un hueco en la arena: al otro lado aguardaba el viento.
Habría que sembrar girasoles a lo largo del camino, sembrarlos en la tierra, en la ciénaga, en el barro, plantarlos bajo el odio, como se planta el fuego. Habría que sembrar girasoles aunque la tarde prosiga con su rumor de polvo. La caverna está en el centro, y tras los días, los girasoles subvierten al desprecio, pero habría que sembrar girasoles, digo, —no por insistencia— sembrar girasoles con afán de prolongar partidas, regarles la noche con ajenjo, cubrir de arena la sorda vida. Habría que sembrar girasoles de pesadumbre, de tallos largos que sostengan la gravedad del hombre, sembrarlos a lo largo del camino, plantarlos en los techos de las casas, en todas partes, con su luminosa forma. Si hacemos esto, de aquí a veinte años, aprenderemos a dar abrazos a las piedras antes de arrojarlas al Sol.
En Nicaragua –país de locos— una esperanza ordena instalar una pista de hielo para patinar. Las esperanzas indiferentes y cuya obsesión es el poder, manipulan a su entorno y delegan a las famas —seres sin “ser”, metódicos, excesivamente prácticos, maquinarias humanas y autómatas— que se hagan cargo de la contratación, logística y decorado de la pista. Los cronopios al ver la pista instalada y olvidándose de los 33 grados centígrados de un país esotérico y surrealista, se van a comprar ropa usada cerca del Punto 99 del Mercado Oriental y se llevan todo el vestuario cual si fueran al Polo Norte. Eligen los guantes más gruesos y compran bufandas multicolores. También cocinan un almíbar de papaya y lo guardan en una bolsa, que luego esconderán en sus mochilas. Al llegar a la pista se ponen a bailar. Gritan todos de alegría, gritan junto a varios niños que danzan desgreñados y escuálidos con sus patines. Ahora un cronopio saca una navaja y un fama lo ve sospechoso. El cronopio empieza a picar el hielo, lo mete en una bolsa y los famas llegan para sacarlo por la fuerza. Afuera se reúne con sus compañeros, que también fueron expulsados por conductas inapropiadas. Saca la bolsa de hielo que se robó y lo llena con el almíbar que guardaba. Uno de los cronopios insulta a los famas que resguardan la entrada y otro cronopio se come el hielo con el almíbar, se limpia la boca con el brazo, casi restregándoselo desde el hombro hasta la muñeca, se chupa los dedos cubiertos del dulce y dice: ¿Se imaginan ustedes cuántos raspados se harían con toda esa pista? ¡Qué difícil ser cronopio!, dice el otro, que empieza a quitarse el abrigo y la bufanda, pues el calor comienza a sofocarlo.
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Ginsberg y Dylan visitan la tumba de Kerouac. 1975. Ken Regan
Por: Mario Martz D’León
Allen Ginsberg, el hermano mayor de
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Bob Dylan
Dos hombres. Una generación. Y qué más puede pedir el siglo pasado para celebrar la aparición de dos genios. El primero poeta y músico el segundo. La historia de dos hombres, que con una gran diferencia de edad decidieron encontrarse y darle al mundo lo que necesitaba. Me refiero a Allen Ginsberg y a Bob Dylan. El primero, neurótico, crítico atroz de la realidad de su época y catador de drogas, nació en New Jersey en 1926. Y el segundo, lector voraz de Dylan Thomas y psicoanalista empírico, nació en Minnesota, en 1941.
A
llen se crió en Paterson, New Jersey. Fue el segundo hijo de un padre socialista que enseñaba en una escuela pública y su madre, una comunista nacida en Rusia que escapó del terror cosaco en 1905. De niño, su mamá, a quien le hicieron una lobotomía en un manicomio, donde murió, lo llevaba a reuniones del Partido Comunista. Allen decía que el compromiso político de su madre lo estimuló a estudiar derecho en la Universidad de Columbia. Y fue ahí donde conoció y se hizo amigo de Jack Kerouac, William Burroughs y otros poetas que luego pasarían a ser los integrantes de la Generación Beat. Ya para ese entonces había descubierto su vocación literaria y había tomado la decisión de dedicarse a la literatura, y fue en esa misma época donde descubrió su homosexualidad, lo que fue motivo de expulsión de la universidad al enterarse el administrador que tenía una relación con Kerouac. Continuó con su desordenada vida y consiguió empleo en una agencia de publicidad, pero de inmediato dejó ese mundo aburrido del que solo los terapeutas se nutren. Sus temas e intenciones rondaban en hacer pedazos a la sociedad de aquel entonces, que vivía atrasada con una vida convencional. Su creencia política era el desafío absoluto, confesión que hizo en una entrevista. En 1955 leyó por primera vez su poema Howl en la Six Gallery de San Francisco; este poema fue la carta magna de la Generación Beat, asimismo fue el que la juventud americana
de los años cincuenta tomó como texto básico de protesta ante los múltiples atropellamientos del gobierno gringo. Y cuando Allen terminó de leer su poema, los asistentes consideraron que este era un agitador que no pasaba de escribir unas cuantas locuras. Incluso los poetas reconocidos de la época llegaron a detestar Howl y al mismo Allen. Este acontecimiento sucedió cinco años antes de que se publicara el primer disco de Bob Dylan. Pese a la crítica de los malogrados académicos, la popularidad de Allen creció hasta llegar a ser considerado el portavoz oficial de la Generación Beat y junto a otros poetas de este movimiento hizo que la poesía dejara de ser un instrumento convencional de lección académica y que esta llegara a los oídos de la sociedad. La poesía de aquel entonces dejaba de ser una herramienta del cultismo de la sociedad americana. Después de la publicación de Howl, se volvió más provocador y dejó claras sus obsesiones como las drogas, el sexo, el jazz y su lucha contra el racismo; llegó a trabajar con poetas negros, entre los que cabe mencionar a Bob Kaufmann y algunos músicos jazzistas, como Charles Mingus, Elvin Jones, Don Cherry, entre otros. Esto fue, sin duda, una demostración para que otros artistas tomaran en cuenta que negros y blancos podían unirse sin otra intención más que abrir espacios interculturales. De ahí su incansable lucha contra el militarismo promovido por su país en la Guerra de Vietnam. Fue entonces que artistas de reconocida trayectoria y algunos que
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se iniciaban en las luchas contra el sistema decidieron trabajar con él, por lo que llegó a colaborar enormemente con personalidades del momento, como John Lennon, Ken Kesey, Abbie Hoffman, quienes finalmente se vieron muy influenciados por su activismo político. De ahí en adelante, la continuación de esta historia (ahora que escucho por cuarta vez Blowing in The Wind) es cuando en 1963 Allen asistió a la cena del premio Tom Paine de la Comisión de Libertades Civiles de la Emergencia (Emergency Civil Liberties Committee) y fue al tropezar con la identidad de Lee Harvey Oswald que descubrió a Bob Dylan, quien rondaba los veintidós años y tenía un aspecto desastroso. En ese mismo año Dylan participó junto a Joan Báez en la memorable Marcha por los Derechos Civiles. Tres años antes de que esto sucediera, Bob Dylan se pasaba noches enteras dando recitales musicales en varios clubes de Greenwich Village y no fue hasta septiembre de ese año que Robert Shelton hizo una reseña del trabajo de Dylan en The New York Times, por lo que no es extraño que Ginsberg hubiera escuchado algunas de sus grabaciones. Evidentemente, no es raro pensar que Allen se viera atraído sexualmente por Bob Dylan. Y claro, es inevitable pensar también que la atracción no fue correspondida y lo más admirable de esto sería ver cómo este rechazo no habría sido obstáculo para entablar una amistad duradera y que, de haber sido una noche traumática para ambos, todo se compensaría por ser la noche en que Allen se fijó por primera vez en
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Ginsberg llegó a colaborar con otros poetas latinoamericanos, como Ernesto Cardenal, quien en 1982 era Ministro de Cultura en Nicaragua del primer gobierno sandinista. Allen fue el primero en firmar junto al poeta ruso Yevgeny Yevtushenko la declaración de solidaridad con Nicaragua, que consistía en invitar a todos los escritores del mundo a viajar al país de Rubén Darío.
aquel joven veinteañero, que ebrio cuestionaba a los directores de la comisión que entregaba el premio. Esa fue la noche en que se selló una amistad de treinta y cuatro años; los años que le faltaban vivir a Ginsberg. La década continuó y la amistad también. Iban y venían proyectos, de modo que no era de sorprenderse verlos juntos en algún recital en pro del cesamiento del ataque militar de Estados Unidos contra Vietnam, así como las marchas en contra del racismo que imperaba en aquella época. La Generación Beat había logrado consolidarse como una generación de poetas y escritores que contraponían los mundos exteriores de una sola sociedad, y a la vez, era una generación criticada por muchos y admirada por otros. La manera más fácil de ver la continuación de esta amistad es cuando Allen Ginsberg aparece en la contraportada de Bringing It All Back Home! Allen siempre admiró la forma de hacer música de su amigo, y admiraba también la pasión que éste ponía al subirse a los escenarios, por lo que en 1965, Bob Dylan le regaló a Allen una cierta cantidad de dinero, la cual éste ocupó para comprarse un grabador de cinta portátil. Allen parecía un niño con su nuevo juguete, que solía emplear para grabar sus observaciones de su mundo exterior, así como su mundo interior. Fue el primer pirata con licencia en grabar los ensayos, los conciertos y las preproducciones musicales de los discos de Dylan. Fue el primer observador de la conciencia de los mejores cere-
bros de su generación devastados por la locura junto a Peter Orlovsky, quien fuera su compañero íntimo en algunos momentos. De estas cintas nació The Fall of American o La caída de América. En 1971 Bob Dylan animó a su amigo a entrar en un estudio de grabación para que este hiciera sus primeras averías musicales. Dylan acompañó a Ginsberg en las voces y en la guitarra; ambos se hicieron acompañar de Arthur Russell con el cello y muchos otros músicos conocidos de la época. De esas sesiones de grabación surgieron muchas canciones que, junto a otras de 1976 con los miembros de The Rolling Thunder Review y otras canciones de 1981, luego publicaron conjuntamente en el álbum Firts Blues, publicado oficialmente en 1983. La idea de este proyecto había caído como un juego en las manos de Ginsberg, quien sin parpadear no dudó en aceptar la invitación de Dylan. Su objetivo era imprimir un sonido a sus poemas y no solamente a los suyos, sino también a los de William Blake; de modo que las canciones de Dylan provienen de letras explosivas que antes de hacerse acompañar de música eran poemas que Allen escribía en su somnolienta habitación al ritmo del jazz que sonaba en su cabeza. Algunas, incluso, son una compilación de aquellas improvisaciones a las cuales Dylan acudía con su guitarra y armónica; de esta experiencia Allen buscaba encontrar al otro Ginsberg. Una canción que podría ilustrar esta experiencia es Vomit Express, en la cual las voces y risas de ambos son muy
resonantes de la improvisación que marca el jazz y el blues. A Dylan se le escucha muy animado rasgando la guitarra y a Ginsberg jadeando con versos disonantes. Este disco, para muchos de los seguidores de Ginsberg, podría ser una auténtica rareza: Dylan, un psicoanalista inseguro y Ginsberg, un gurú musical. De ahí en adelante, Dylan se metió de lleno en la giras con los The Rolling Thunder Review y en algunas ocasiones Ginsberg los acompañaba; sus apariciones en esos conciertos fueron pocas, pero memorables. De esa gira surgió el largometraje de cuatro horas Renaldo and Clara, cuyo hilo argumental es la narración improvisada de conciertos y recuerdos de los mismos. La película fue estrenada en 1978; recibió malas críticas, por lo que Dylan tuvo que autorizar un resumen de dos horas. Y ya en 1980 las grabaciones y extensas colaboraciones de Dylan fueron múltiples y variaron ampliamente, recibiendo buenas reseñas por la crítica. En 1982 Allen, motivado por un grupo de intelectuales que defendía las causas de las revoluciones de América Latina, se animó a participar en diferentes viajes a países de la región. Es preciso aclarar que ya en 1960 había realizado un viaje a Chile por dos semanas y que terminó quedándose tres meses, la mayor parte del tiempo en casa del poeta chileno Nicanor Parra. Ahí entabló amistad con Violeta Parra, Gonzalo Rojas, Ernesto Sábato, entre otros. Cuando Dylan realizaba eventos en New York, Ginsberg solía ser el primero en asistir.
Ambos iban y venían en proyectos diferentes. Ginsberg llegó a colaborar con otros poetas latinoamericanos, como Ernesto Cardenal, quien en 1982 era Ministro de Cultura en Nicaragua del primer gobierno sandinista. Allen fue el primero en firmar junto al poeta ruso Yevgeny Yevtushenko la declaración de solidaridad con Nicaragua, que consistía en invitar a todos los escritores del mundo a viajar al país de Rubén Darío. Ya en los años noventa Allen emprendía otros planes, siempre en pro de desaparecer las falsas promesas que la nueva sociedad, aventurada ante el nuevo siglo que se asomaba, adoptaba como propias. El más memorable evento que muchos de los seguidores del poeta beat recuerdan es la presentación del sencillo La balada de los esqueletos en el Royal Albert Hall de Londres, en octubre de 1995, junto a Paul McCartney. Obviamente la letra atañe a Ginsberg y la música a McCartney. Ya en abril de 1997 Allen terminó rindiéndose ante la muerte. Su profesión del gurú musical continuó a través de las terapias de Dylan. Porque decir que Allen Ginsberg murió es ilusorio. Todavía lo escuchamos en Stay Away From White House, Guru Blues, entre otras. Así como a Dylan lo leemos en Sándwiches de la realidad o La América fallida. Lo vemos todavía; vemos a ambos burlándose de la falsa sociedad de nuestro siglo. De aquí a veinte años dará igual leer a Bob Dylan o escuchar a Allen Ginsberg. }
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Jim
Morrison Traducción de Luis Báez
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Ghost Song
Freedom Exists
Stoned Immaculate
Sacude los sueños de tus cabellos Mi niña preciosa, mi dulzura, Escoge el día y escoge el signo de tu día, La divinidad de ese día Como lo primero que ves;
Sabías que la libertad existe en los libros de texto
Les diré lo siguiente... No habrá recompensa eterna que nos perdone Por desperdiciar el alba.
Una playa vasta, radiante, en una luna fresca y enjoyada Parejas corriendo desnudas por su costado silencioso Y nosotros reímos como suaves, niños locos Engreidos en el algodón lanudo de los sesos de la infancia Música y voces que nos rodean por completo. Escoge –canturrean ellos, los Antiguos–, El tiempo ha llegado otra vez Escoge ahora –canturrean ellos bajo la luna, junto al Lago Antiguo– ; Entra de nuevo al dulce bosque, Entra al sueño candente, Ven con nosotros, todo está roto y danzando
Dentro de una una jaula, dentro de una cárcel Dentro de una vorágine blanca, libre y protestante
Sabías que nuestras prisiones son dirigidas por dementes
Nos posamos precipitadamente Al borde del aburrimiento Alcanzando la muerte en la punta de una candela Intentamos algo Que ya nos ha encontrado
En aquellos días todo era más simple y confuso Una noche de verano, yendo hacia el muelle Alcancé a dos muchachas La rubia se llamaba Libertad La morena, Empresa Hablamos y ellas me contaron esta historia Ahora escuchen... Les contaré sobre la Radio Texas y el Gran Beat Se conduce suave, lento y demente Como un nuevo lenguaje Alcanzando tu cabeza con la fría, repentina furia de un mensajero divino Déjame contarte sobre el dolor y la pérdida de Dios Vagando, vagando en noches irremediables Aquí afuera, en el perímetro, no hay estrellas Aquí afuera nosotros está fundido Inmaculado
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Viñedo
Dallana
González
Así son, secos racimos colgados en un péndulo. los que siempre fueron verdes, y verdes se fermentan.
Menopausia precoz
Tala
Llegó a mí la época infértil, el declive inevitable de mis células madres.
Soy una Margarita quien un fantasma deshoja… Pinnnnnn……….. Mutila mí brazo. Pannnnnn……….. Extirpa mí pierna, Ponnnnnn……….. Cercena mí cráneo, Punnnnnn………... Desgarra mis costillas,
La hora de los óvulos estériles, que la felicidad hecha esperma no fecunda. Todo perdido en un aborto, Ahogado en un leteo sangrante ¡Tantas sábanas manchadas! ¡Tanta sangre desperdiciada! No hay glucógeno donde mis sueños embrionales se implanten Y es ahora mi alma como un útero atrófico resonantes de laaaargos aullidos de tristeza, Árido… Vaciiiiio. ¡Seco! Quizá sea solo una irregularidad de mi periodo, quizá otro embarazo de hilaridad sea posible.
Descienden firmes, a razón de la decrepitud en las ramas, a merced de un continuo movimiento ondulante. Gajos arrancados con el arnés de un mimo. sin sentirlos, sin mirarlos.
Extremidades, como granos desgajándose en una rama torcida, Pétalos, como una avalancha de ojos entre los pómulos.
Así son mis días, cae uno y el mundo continua girando.
Soy una Margarita de lóbulos ausentes, un tallo, un cactus, la columna vertebral que aun sin miembros continua erguida.
Digo luz, y la Luz se hace, Haces hiatriformes, torpes apéndices de una claridad desteñida.
1, 2, 3
Ondulan desde un punto ausente, de un modo expansivo, hiriente, atracan y destilan mis parpados, obteniendo no agua, sino aceite con el que me embalsan de un color desustanciado dia a dia, venda tras vendas, repetidos rituales para prolongar la vida, y retrasar la muerte.
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Henry Wilford autor casi anónimo Por: Carlos M-Castro
Henry Wilford no es un poeta: es un tipo que escribe poemas. Ríe, fuma, caga a diario, a veces come y hace compromisos. vibrancias (villancicos por un hombre bueno), «Nota aclaratoria»
Prácticamente desconocida, la poesía de este hombre merece compartirse antes que se pierda en el olvido. Nacido en Ecuador, de madre argentina y padre colombiano, Henry Wilford formó familia en Nicaragua tras su llegada en la década de los ochenta y desde hace más de diez años reside en Italia. Además de algunos poemas y una entrevista, presentamos acá reflexiones que junto con sus respuestas Wilford nos fue enviando por correo electrónico con la probable intención de explicarse a sí mismo y de regalarse un poco. 18
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Nací en la maternidad Isidro Ayora. Tras una noche de dolores y paciencia, mi madre al fin logró liberarse de mí hacia el mediodía. Mi pobre padre tuvo que empeñar la máquina de escribir —su ametralladora, decía— para pagarle al médico. Entonces en Quito los hospitales públicos eran gratis, pero los médicos no. Mi casa distaba un par de centenares de metros de la Universidad, y veinte de la casa de Jorge Enrique Adoum. Así que no es casual mi cruzar de calles para escudriñar, traviesamente, en la palabra». Es todo lo que Wilford dice sobre su vida durante la entrevista. No más. Y para protegerse de cualquier intromisión, levanta de inmediato una muralla antibiográfica: «Podría contarle las cosas interesantísimas que he vivido desde entonces, pero —parafraseando a Salinger— no me da la gana». Gracias a su hija Clara sabemos que vivió con su pequeña hermana y sus padres en Quito los primeros diez años, poco más o menos; que entró a una escuela jesuita, ya en Colombia; que hizo estudios de música en el conservatorio y que luego estudió medicina, antes de salir hacia Panamá y llegar a Nicaragua como parte de una brigada médica. Mas parece que a este señor, que debió haber nacido alrededor del 63, poco le importan esos detalles. Sobre sus estudios de ingeniería electrónica en la Universidad Nacional de Ingeniería de Nicaragua también es su hija quien nos informa. La conversación gira en torno a su oficio. Mejor así. Llegaron a mí casi por azar cinco libros suyos editados muy curiosamente. ¿Qué tanto ha escrito? ¿Sólo poesía? He escrito mucho a nombre de otros —esa es la industria editorial— porque la mayor
acepto el concepto de nacionalidad, es inhumano, indecente. Por otra parte, la frontera última, el límite del que no podíamos pasar: la historia del día anunciado, de la fecha que superamos como si la muerte se hubiera distraído o estuviera demasiado ocupada en otros sitios para recordarse de su cita con nosotros.
Fotos: Cortesía Clara Wilford
parte de los “autores”, particularmente los técnicos, no sabe escribir, ni le interesa: para eso hay gente que necesita ganarse la vida, y, suerte para todos, conocen el oficio. Pero he sido parco para publicar, especialmente con mi nombre. Un par de cuentos, un par de cosas para teatro. Algunos artículos para publicaciones especializadas y punto. En algún momento publiqué con mi nombre (tenía 14 años cuando recibí un premio de un concurso de cuento en una presuntuosa academia de la lengua), pero después publicar mis escritos no era bueno para la salud. Usé algunos seudónimos, y mis cosas están dispersas en diversas publicaciones —de amigos, sobre todo. La serie a la que usted hace alusión, “del insuficiente oficio de intentarse”, consta de seis libritos. El título escogido para aquella serie, “La frontera conjurada”, es en primer lugar mi confesión de haber superado la frontera, la limitación criminal de la “patria”, inventada por los propietarios de siempre para hacernos decir que nosotros les pertenecemos. No
No sé si ahora los reeditaría, aunque un amigo en España, inconsultamente, los ha publicado en red, y yo, en fin, no he dicho nada. Un poco me es indiferente. Para mí, es más importante publicar mi música, porque corre mayor peligro de perderse. ¿A qué se dedica actualmente? Ahora trabajo en una serie de traducciones y recopilo información para algún artículo sobre redes de poder y delito de estado. No me alcanza para pagar el alquiler, pero quiero ser parte de la buena suerte. Mi oficio es producto de la casualidad: soy un afortunado al que no le basta saber que las cosas son injustas, sino que quiere saber cómo ayudar a cambiarlas. En otra ocasión me dijo que esos libros eran sólo para obsequiarlos a amigos. Yo pienso que a usted no le interesa meterse al juego de la industria editorial tradicional. ¿Qué me dice? No sé si vale la pena publicar... Hoy día se publican no menos de 5,000 títulos nuevos al día (sólo de literatura, entiendo). Poniendo una media de mil copias (una media de un país del cuarto mundo) tendríamos necesidad de 150 millones de lectores de nueva literatura en el mundo... Y, para un lector medianamente orientado, abandonar Tolstoi por un quiensabecomoserá no es una buena opción.
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Por otra parte, la literatura —como hoy todo— funciona con técnicas de mercado. Y se publica lo que va, y lo que va lo determinan los mercadotécnicos. […] Si eres un autor o un pequeño editor, no puedes sobrevivir: no serás jamás —no digo promocionado— ni siquiera distribuido. No es casual que tres cuartas partes de la literatura nueva sea publicada por revistas, programas gubernamentales o entes que reciben subsidios. Son publicaciones que raras veces llegan al lector y que en su mayor parte engrosan bodegas y terminan por ser comidas por los ratones o, en el mejor de los casos, regaladas en las bibliotecas, universidades y otros centros de reciclo de literatura sin “mercado”. Y no es nuevo. Piensa al Balzac de La comedia humana. Publicar le sirve a un autor para hacer currículum: echarse el perfumito de la intelectualidad. De ahí a hacer de la literatura un oficio hay un abismo. Y un oficio dignitoso, donde se gane el pan honestamente, una quimera.
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Habla Wilford 20
¿Y qué pasa entonces con todo eso que ha escrito y está disperso? Cargo conmigo los borradores, pero no los leo jamás. Me propongo a menudo rescribir las cosas y ordenarlas. Lo estoy haciendo con la música, que corre mayor riesgo de perderse para siempre. Igual, el publicar es una responsabilidad, y uno debería merecérselo. Publicar para hacer currículo, en fin... Y no puedo escribir lo que interesa generalmente a los editores. Escribir es una manera de existir. Una manera de contarse a uno mismo el cuento de la vida. ¿Qué puede decir sobre su experiencia como escritor de poesía? Escribiendo poesía se descubre que vivir es un oficio, un oficio insuficiente. Esa permanente voluntad de construirte, construyendo. Porque es haciendo, amasando la realidad, que el hombre se construye a sí, se hiere las manos, eleva los muros, se las lava como
Los intelectuales son una jauría de vagos, en el buen y en el mal sentido: son una peste. Los buenos escritores, músicos, pintores, científicos, trabajan tanto y se concentran en lo que hacen. Son gente con mucha vergüenza, tienen cuidado de dar lecciones a otros, no son muy seguros de tener la razón: no son intelectuales. Un intelectual es un buen abogado de su ego. Por regla general son quienes dirigen la “cultura”, determinan el “gusto” y cobran los réditos y los méritos de su autoridad. Un intelectual tiene opiniones, e incluso algunas veces tiene hasta razón. Un intelectual calcula cuánto cuesta educar un niño, en qué libros debe aprender a leer, cómo se debe formar su personalidad y, si es posible, debe ser pagado por eso. Los buenos escritores a menudo no saben cómo aprendieron a escribir, y su instinto, sus
Pilatos. Intentarse, probar a ser haciendo es hacerse, abrir la puerta de la vigilia en las mañanas y ser consciente y sorprendido de ser parte de la realidad, de ser parte de la voluntad de la realidad. Es un poco hegeliano, pero somos nosotros la naturaleza que toma conciencia de sí misma —conciencia precaria—, de su transitoriedad y su ser simultáneamente, la cosa y su tiempo y su lugar. Hay en italiano una palabra que no se puede traducir exactamente al español: “consapevolezza”. Es algo más que ser consciente, que saber. Es tomarse la responsabilidad de conocer, es haber mordido el fruto del árbol del conocimiento, es ser soldado advertido que sabe que morirá en la guerra. ¿Cuál es el autor que más ha influido en usted? Yo, pero no me leo a menudo. Seguramente no soy el mejor, pero soy el autor que me es más simpático, y seguramente ejercito una influencia no banal en lo que escribo. }
emociones primarias los transportan a menudo a algún párrafo infantil, a una paradoja sintáctica: una frase sobre el destino del hombre a veces es producto de una noche tratando de poner en orden la clasificación de las criptógamas, o tratando de entender por qué no podemos ver estrellas que nacieron junto con nosotros. Los buenos escritores leen diccionarios y se asombran, leen los “clásicos” y los releen, leen los periódicos — los anuncios de trabajo, especialmente—. Los buenos escritores encuentran paradójica la vida, e injusta: les pasa lo de una periodista francesa: era atea, sufría de una enfermedad incurable, fue a Lourdes y —he aquí el milagro— se curó: llegó a la conclusión de que si Dios la curó, es un desgraciado, porque en vez de ella podría haber escogido a alguno de entre los millones de niños que ni si-
Wilford en Internet
quiera tendrán la fortuna de visitar Lourdes antes de morir devorados por las lombrices. Los buenos escritores se saben afortunados, si saben que son buenos, lo que no sucede casi más. Los buenos escritores saben cómo se escribe bien, pero no pueden enseñarlo, porque no saben en qué momento, luego de tanto escribir, al fin aprendieron. Hindermith, en su tratado de armonía —que es el silabario de los compositores— dice que él puede enseñar la armonía, que puede dar buenos consejos al respecto, pero que no tiene idea de cómo enseñarle a componer a alguien... es como aprender a leer... alguien te dice cómo suenan las letras, y tú, frase por frase, página por página, terminas un día leyendo a Brodsky o viajando con Derek Walcott en sus barcas de palabras como un Ulises negro, sediento... ¿Quién te puede enseñar a sentir la boca salada cuando lees Archipiélago?: Prefiero las buenas personas a los intelectuales. Tener un amigo bueno te hace más feliz que un amigo “culto”. Las personas buenas son naturalmente sabias, y, como Sócrates, no escriben libros, conversan, se regalan a sí mismas y se alegran de verte. HW
¿Un consejo para escribir? La glosa y la imitación. Escribir un soneto como Quevedo... por ejemplo, o un cuento como Rulfo. Apropiarse de la sintaxis, de la manera de inventar palabras, de ordenar las imágenes. Intuir la dinámica, en el sentido musical del término. Y, como se hace en música, tratar de rescribir un poema de Neruda, de mejorarlo. La variación es toda una escuela de composición. Si es capaz de escribir un movimiento de la Sinfonía en Re de Prokofiev, mejor o al menos de manera tan inteligente como él, pruebe entonces a escribir una sinfonía. Si el resultado es pobre,
Los seis libros que conforman La frontera conjurada (Del insuficiente oficio de intentarse) pueden leerse (y descargarse) desde Internet en www.scribd. com/midesantiago. Ahí también se encuentran algunas partituras de composiciones suyas. Más de su música está en www.free-scores.com/DownloadPDF-Sheet-Music-henry-wilford.htm y YouTube: www.youtube.com/user/ midesantiago.
debe trabajar, corregir, lijar, o empezar de nuevo. No le digo que si no pinta como Caravaggio debe dejar de pintar, pero un poco de vergüenza para exponer no hace mal. Desgraciadamente, cuando se publica, no se puede arrepentir. Y la modestia preventiva sirve. Igual, ser un mal escritor no es un pecado. Un escritor decente es hijo de mucho trabajo, tanto, que no tiene tiempo de tratar de pasar por bueno. Mire: léale lo que escribe al más apático de sus amigos. Si no lo entiende, no lo conmueve, o no logra interesarlo, agarre el lapicero y comience a corregir. Al leer, al escribir, denuncie los héroes, los semidioses: son instrumentos para que la gente se sienta reducida a la impotencia y a la inactividad. La gente que cambia el mundo, los protagonistas, son verdaderos irresponsables que en lo profundo de sí no creen en el heroísmo, que no creen que lu-
chan contra fuerzas descomunales, que prueban —a menudo sin suceso— otras posiciones en la cama. Por último, recuerde que explicar a los otros es en primer lugar explicarse a sí mismo. Y puede ser que esa explicación a los otros no les interese y eso, con alta probabilidad, es porque Ud. no se interesa suficientemente por los otros. HW
Una última cosa: cuando alguien le hable de “literatura nicaragüense”, desconfíe, porque esa cosa no existe. Existe la literatura, y basta, sin provincias. Si Ud. no es capaz de escribir algo que conmueva a un chino inteligente, o sigue aprendiendo con humildad, o cambia de oficio. Cuando vea que alguno escribe un artículo loando a Darío, o repitiendo aquello del “príncipe de las letras ...”, apueste, es un imbécil y no ha leído a Darío, y si lo ha leído no lo ha entendido: no tiene otra cosa que decir. Si lo respeta, se lo lee, se lo goza y se está callado. Y si quiere hablar de él, se escribe una novela como “Margarita, está...”. Es la diferencia entre un Arellano y un S. Ramírez; el primero es un “intelectual” (de ellos se dice que cuando no saben hacer se meten a enseñar) y el segundo un Creador. Así, con C mayúscula, para subrayar el carácter sacro de su trabajo, no de su persona. No se dicen cosas que a una persona con dignidad le daría vergüenza escuchar sobre sí. Si a Ud. le hacen falta héroes, no escriba. Los grandes escritores —grandes personas— no son cantantes de merengue: ese tipo de comentarios les hace mal. No creo que de Virginia Woolf alguno pueda decir que es la “reina del adjetivo”, o la “mami del período breve. HW
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Henry Wilford: Autor casi anónimo
II
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Ustedes, hijos míos, cargarán el peso de su padre como yo cargué los huesos de los míos. Portarán mis poemas como enfermedades vergonzosas y arrastrarán sus impotencias por la tierra. Deshuesarán su pecho como un crimen contra natura porque está escrito —y esto lo escribo yo— que el hijo del hombre se ganará el pan con el sudor de los otros, y los otros son ustedes. Colgarán crucifijos, sacarán banderas en los días patrios, llorarán a solas, lucharán, claudicarán, tragarán su escupitajo y mentirán. Ustedes, hijos míos, heredarán la tierra.
VII C.M.R. y sus profetas Veo al póstumo servil, al lucrador, cantar sacralizante las miserias, la mezquindad, el pollo quemado del poeta. Y el poeta, en cuanto hombre: prostático, cirrótico, ambivalente, sea. Es conocido que el poeta debe amar la vida y odiarla reverente, asqueado, en este siglo de tan pocos poetas, de tan pocos hombres. En fin, hombre vulgar, incompatible y desempleado, absolutamente inútil, extraditado, inmigrante ilegal, ecuatoriano, y sobre todo, con apetito y Karla.
IX Un poeta no es un ser perspicaz. Es un intruso —y aclaro— yo no soy un poeta. Por eso, soy agudo, sensible y tengo buena ortografía. Un poeta es un inadaptado, un tipo con árboles, un cargador de esquinas, un parásito —por eso, aclaro— yo soy pronombre personal, discreto, buen padre de familia y no hago versos en la oficina ni en el consultorio del dentista. Un poeta es un ser que no se orina, un Juan Gelman, un vulgar, un provinciano —es ese el motivo, aclaro— por el que te creí. Un poeta no cae en la trampa del proverbio, no te cree, Karla, no te deja partir sola.
V
Obras Completas
X
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Yo, mayor de edad, de oficio comunista, bañado en la sangre de mi esquina y de la sangre total que hemos vertido, armado, erguido, de fémur frágil, en pleno uso de mis facultades y haciendo uso de mi derecho de dejar volar a un ave consignado en la constitución, declaro por mi libre, impotente y merecida voluntad:
Antes, agua, jabón, toallas estériles una mirada de haber leído mi expediente. Te recibo inconsciente, aceptado, deposito en ti mis testimonios.
Primero: que no te amo.
Habiendo leído lo anterior y manifestado mi conformidad firmo en dos tantos del mismo tenor: uno para el fin que estimes conveniente, otro, para constancia del delito.
en su no importarle el castigo, en sus abrazos con gatos, se me parece, heredará mi dolor izquierdo,
Los testigos, ayudantes que cubren mi rostro sin saberme, destapan mi pecho para ti, se ponen sus máscaras, se visten respetuosos esperando mi cuota de sangre obligatoria.
Segundo: que no ha llovido. Tercero: que he perdido mi copia de tus llaves y que nunca te escribí una canción, un nocturno, una receta.
Camila, que en su nariz romana y en su gesto,
mis caminos inconclusos, mis tropiezos. Clara, Edelweiss, la florecita, que carga los calcios incompletos de mi espalda, la terquedad y mis resabios de alegría,
Tú, entre tanto, entras, miras mi espacio, penetras en mí con el miedo que tiene un dios mal entrenado, fracturas precisa, secas la humedad de mis segundos, palpas mis sístoles, agotas tus intentos en esta operación de riesgo mortal, en este banquete de corazón abierto.
tomará mi dolor derecho, entero, mis ortografías, y los escapularios del dios insepulto. Jorge, en cambio, taciturno, que al pronunciar sus espasmos hace silencios y miradas tristes, tendrá todo mi dolor primero, mi ignorancia, y los mapas de tesoros que nadie ha enterrado.
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Camila
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Reproducimos a continuación un ensayo con el que Carlos Martínez Rivas abre el primer tomo de las Obras Completas de Azarías H. Pallais (1884-1954), publicado en 1979.
“—El mundo está fuera de quicio, ¡Oh serte maldita: que haya nacido yo para ponerlo en orden!”. HAMLET, Acto I, Escena V El gran artista edifica en torno a sí su propia soledad y se asfixia dentro. Tal es su destino. ORTEGA Y GASSET “No quiero que vengan los otros conmigo.” AZARÍAS H. PALLAIS
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Pallais
según CMR Por: Carlos Martínez Rivas
PRÓLOGO
L
a obra de Azarías H. Pallais es la de un artista en quien, además del afán estético, alentó la infatigable naturaleza del reformador. Él fue, en el sentido original de la palabra (mores-costumbres), un moralis-
ta, un rebelde. Está la literatura antigua o clásica, que es la literatura del consentimiento: la aceptación del mundo y de la vida como un todo armónico. Y está la literatura moderna, que es la literatura del disentimiento. Si no se sitúa a Azarías H. Pallais en este segundo bando, no se le da su lugar. Y este disentimiento carece de compañía. Es solitario. Pallais —como Rimbaud en Francia, contra la Iglesia; Blake en Inglaterra, contra la Industria; Heine en Alemania, contra la Banca— es un reformador, un anarquista. Un libro como el Canto General de Neruda, por ejemplo, con todo y estar de un extremo al otro plagado de protestas y denuncias, se apoya en y habla desde la solidaridad de un partido, y revolotea cómodamente en el espacio seguro que le ofrece un credo político. Azarías no. Él es y está incómodo. Y solo,
como Jesús entre los doctores: cuando estos empezaban a estar peligrosamente de su lado, él se movía para otro. Coincidir es un mal síntoma, cuando se coincide con algo que está en descomposición. Y porque Pallais pensaba que el establecimiento general estaba mal hecho y en descomposición, desconfió siempre de cualquier coincidencia personal con “los otros”. Sufrió la tragedia del reformador agobiado bajo el peso de su paradoja: querer comunicarse con sus contemporáneos inmediatos porque tiene un interés fanático en transmitir sus intuiciones y su descontento, y verse forzado para esto a usar un idioma particular incompartido. Pues su condición y tarea es precisamente ser otro lenguaje. Usar otro lenguaje y otros símbolos que no serán los usados por su tiempo y su entorno, que él rechaza, sino los que su visión avanzada y solitaria le impone. Las ideas y maneras de los otros él las encontraba en general deplorables, conforme puede percibirse a través de toda su obra, incluso en un libro de título tan amable como BELLO TONO MENOR; al que pertenece el poema Entierro de pobre:
Monumento a Pallais, El Realejo. CMCastro
Entierro de pobre, ya sabes amigo, no quiero que vengan los otros conmigo los otros, aquellos del otro camino, los que me dijeron: —Es agua tu vino. Respirar, en sus libros, vale por censurar. Por ello su lenguaje y simbología fueron ahondándose en la reiteración; y, consecuentemente, para quienes no saben recibirla e interpretarla como una prédica desesperada, su obra suena monótona y reiterativa. “¡No me canso de la repetición!”. Pero la insistencia e implacabilidad de sus alejandrinos son una prueba de humildad; de amoldarse al no entender de la gente; a la vez que de su constancia y tenacidad para imponer su Universo. Para tal empresa poseyó dos supremas cualidades: coraje e infantilidad (no infantilismo, que es diferente): inocencia. Inocencia que da a la superficie y fondo de toda su obra, verso y prosa, aquella cualidad exclusivamente medioeval: la lozanía. Cualidad que sólo podemos ir a buscar y encontrar en Chaucer, en Villon. Azarías H. Pallais fue un representativo contradictorio (o, como se dice hoy, un contestatario o protestatario). Él se mantuvo perforando, agujereando el presente con su lanza medioeval; y desde el agujero que logró agenciarse vislumbró un Estado de justicia, unidad y sentido. Fue un hombre con una idea clara de lo que había sido la historia. Sus mayúsculas y brocados están firmemente adheridos y sostenidos por una urdimbre de rebelión espiritual y realismo social. Lo que parece o pareció arcaico y estiticista o estitizante fue algo subversivo y que quiso ser escándalo. Hubo pugna en lo que mostró apariencia de idilio.
Para algunos, permanece problemático, es decir vivo: un clásico. Para los alfabetos, será simplemente un poeta anticuado, influido por los simbolistas menores franceses y belgas: Henri de Régnier, Samain, su Francis Jammes, Guérin, Rodenbach, Maeterlinck. Para los analfabetos locales, los que le dijeron “es agua tu vino”, seguirá siendo el excéntrico Padre Pallais “a quien no se le entiende lo que escribe”. Él no podía ni habría accedido a hablar en otra forma que la suya. La rebelión, la reforma, puede tener un habla estrictamente personal, y, por ende, aparentemente egoísta. Pero toda rebelión y afán de reforma es de intención colectiva, comunal; y su instinto de convivencia aún más poderoso y compulsivo que el mismo instinto del sexo. Pero el poeta que lo sufre pretende algo que sólo puede hacerse realidad diciéndose; y di-
ciéndose en determinada forma y no en otra. Y para la mayor precisión y eficacia de su mensaje, él renuncia a todo, incluso a la popularidad; o sea: incluso a ser escuchado. Entonces busca la salida a través de un estilo. Este constituye una parcela de libertad y retozo, de individualidad ejercida lejos de cualquier despotismo; fuera este la aprobación y consagración públicas. Estos momentos de individualidad ejercida con gozo son para el artista reformador como anticipos o simulacros de su sueño: cuando la comunidad actúe y se realice como él desearía. Azarías H. Pallais se propuso denunciar un desorden mediante el orden de un estilo. Bajo su nomenclatura lírica latía un vivir conceptual; si cabe, didáctico. Como poeta, y como sacerdote menesteroso, en su obra y en su diario vivir, cantó y defendió a los desvalidos, a los presos comunes, a las meretricillas de la infinitesimal orden terciaria franciscana, y las furtivas criaturas de la naturaleza: todos seres espantadizos y perseguidos que —a pesar de la vida y la obra de Azarías H. Pallais— siguen enfrentándose al mundo, a “los otros”, con una crispación de temor. }
[De Pallais, Azarías H. Obras Completas T. 1, Granada, Intecna, 1979, pp. 1-8] En ocasión del Festival de Poesía de Granada 2010, el Centro Nicaragüense de Escritores publicó La voz de Azarías H. Pallais. Antología poética, edición al cuido de José Argüello Lacayo. Libro que se une a Caminos, preparado también por Argüello Lacayo y publicado en 2004.
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P–O–E–M–A
Ninoru
Amisaca
El poema en es-per-tur-ba-cio-nes de Maranto
Turul de los Besos Colmado y cansado el hilo de las palabras se une a la efervescencia, huye de tus labios y se posa: letra y letra se ven liberadas. Libres de saliva y sal surgen soslayadas pero certeras. El caos subyace solapado entre las hojas de la nostalgia. Mas, la condición se somete a la inercia del cubo, mientras juego. Es cierto. A veces juego y guardo tus palabras. Las conservo entre numerosos ejes de revolución y permanecen estáticas y soberanas; se agitan inmersas en la placenta ceremonial del olvido. Poco probable resulta pensar que el turul sea pequeño. No parece serlo. Entre la piedra, el paño y el colchón debe ser que un tercer ciclo de vida esté lleno de muchos besos y de muchas palabras. Y todos caben en el turul, lo sé porque juego. Me siento en el piso de mi sala con el turul en las manos. El piso de mi sala no es tan grande y, a veces, cuando juego, se me hace necesario utilizar las paredes y, otras tantas, el techo. En ocasiones ordeno una a una tus palabras. El trabajo no resulta forzoso porque ellas salen y se ubican. Se ubican mientras salen entre sintaxis parapléjica amordazada y esquiva. Así aquella palabra nacida en el sexto grupo no llega a mezclarse con la que vio luz después. El juego eterno de los males inocuos, inmersos en confusa amilasa, que amisaca no obstruye. Cuando juego me pregunto si será posible que reconozcas todas las palabras y todos los besos que el turul guarda. Yo creo que sí. Pero sólo a veces…cuando juego.
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sibilantes de sígloles entre el néctar que enjuta y la guillotina que huye. Ansia de esparto y diente mientras la iguana rasga tu carne. Verde sobre blanco blanco sobre verde. Desdeñadas laceraciones en technicolor ¿Y el rojo? El rojo será tu blanco y mi dermis, tu rojo. Cuando el tacto aparezca, entre agua, lluvia y sed, será el tiempo de la muerte. Poame, paemo. Poema.
Castillo en rosa y púrpura, hoy A otra eme-ge-ese-ce “…allá eres fértil, aislada, donde yo pueda verte y te extrañen mis gritos” Anti-epígrafe de Carlos M Castro I No evoco al castillo que, cual nato emblema, debió cubrirme, no. Ni a ese que jamás me perteneció y menos fue mío. Ni éste, del cual no poseo llave y cuyo gendarme, al acecho, devora los barrotes reconstruyéndolos cada noche, brindando, con vino mezclado de estaño, en la copa de mis entrañas. Es aquel al que busco. Ese que de otra es: pequeña gran colonizadora de almas, cazadora del fuego. La gran jugadora de jugos, venida del ese lugar remoto del que vienen todas, ella. Ese castillo quiero. No para desprender de sus paredes, de piedra yuxtapuesta, aquel avernesco aroma de aquellos días, primeros días, eternos días… Días al fin en que le habité y me habitó, le habitaste y te habitó, me habitaste y te habité… ¿En verdad, pasó? ¿Así ocurrió? Mi memoria, presa de quien te apresa, asiste, taciturna, al matiz del desvelo en la noctámbula matriz del descuido.
II Anestesiado permanece el recuerdo ahora … III Sí, aún le quiero. Quiero de sus raíces extraer la savia, robada un día; de sus cimientos robar el equilibrio extraído un día… El vago disfraz emergente que utilizas en tus días de perra loba, de cordero perro, de valiente soldado, de fiel escudera escrupulosa y retraída en las elocuentes batallas minimales, sólo hijas de aquel humo del que eres hija, se disuelve ante mis ojos y tus huesos, desnudos, bailan tu primigenia danza.
Diana, Divina y Eterno “La mano de la Diosa, piadosa, juega las negras greñas del monstruo que la mira ceñudo, pero reverente.” Carlos Martínez Rivas Disfrazada, mi alma, escondida bajo tu piel se mezcla entre los secretos de tus noches y busca el sortilegio que ondulante viaja a través del amarillento espacio de tu iris. Mas mi espíritu, presa de aquel que te apresa escindido y lacerado, asiste al noctámbulo banquete. Espectadora impune, comensal culpable, voluntaria prisionera que a tientas corre y se aleja, espontánea huye y escapa, mas libre y liberadora, firme se asienta y de nuevo allí, bajo tu piel se esconde para entretejer este antiguo secreto.
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Los dones poéticos en
“Las Ceremonias del Silencio” de Ana Ilce Gómez Por: Anastasio Lovo
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na Ilce es una mujer visitada por la gracia. El don concedido por la Divinidad es la poesía. Una poesía impecable, pulcra y plena, producto de una visión privilegiada de mujer sobre seres y cosas que se iluminan para revelarnos su belleza. Bajo el enigmático, sugestivo y misterioso título de Las Ceremonias del Silencio, Ana Ilce Gómez (Masaya, 1945)1 , nos entrega los eternos temas axiales del quehacer poético: el amor, el tiempo, la muerte y la misma poesía. La entrega la realiza en las ceremonias del silencio. El silencio asumido como la placenta cósmica del amor y la poesía. El silencio es a la voz de la poesía, lo que los espacios blancos son a la escritura. Todos los ruidos constantes, como el rumor de nuestra sangre o la musiquilla de las pobres esferas, en su permanecia han devenido silen1 Editorial Vanguardia, Managua 1989
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cio. Por otro lado, si contemplamos la creación del cosmos como el gran garabato divino, en el misterio de esa escritura a despejar, descubriremos fácilmente que el Poeta Supremo supo dejar espacio entre palabra y palabra –los espacios intergalácticos, los vacíos interatómicos– para hacer posible su lectura y comprensión. La poesía de Ana Ilce Gómez posee la virtud de ser un don capaz de transmitir el chorro de la gracia y otorgar otros dones. El don es una gracia concedida por Dios en nuestra cultura o por los dioses en la antigua cultura griega. Traigo a colación la cultura griega, porque allí se encuentra la matriz de nuestro arte y nuestra poesía. Y a fin de recordar el lugar fundacional y cimero que ocupa Safo (¿625-580? a.J.C.), una mujer, en la creación de la poesía lírica. Para que no olvidemos nunca, principalmente los hombres, que la lírica tiene históricamente, una matiz, una voz y una opsis femeninas en la dulce voz de la poeta de Lesbos. La poesía de Ana Ilce Gómez, posee esa fuerza fundamental que nos deslumbra, so-
brecoge y conmociona. No querido Beltrán, en este asunto de la poesía los intrusos somos nosotros, no ellas. La ceremonia es parte de un ritual para realizar un culto. El culto celebrado por Ana Ilce en el silencio propicio y ceremonial es el del Amor. Un amor pleno de poesía. Entonces también las ceremonias de las de la poesías son las del amor. Una poesía hecha en el encuentro de la mujer poeta, con la realidad, seres y cosas que contiene, y la trascendencia. ¿Acaso no participan de realidad y trascendencia los temas axiales de la poesía de Ana Ilce: el amor, el tiempo, la muerte y la poesía? Temas capaces de fecundarse ellos mismos y de permear todo: ser, ente y cosa. Las Ceremonias del Silencio de Ana Ilce Gómez, como todo paradigma textual, posee la capacidad de generar una matriz analítica que puede ir de lo más simple a lo más complejo. En este caso ralicé una combinatoria binaria (simple) de los temas axiales y el texto me produjo esta sencilla matriz analítica –susceptible de
leerse también como un poema –, a guisa de humilde homenaje de la crítica para un texto deslumbrante. La crítica verdadera siempre es creativa. La disección puede y debe ser bella, ya lo dijo Thomas de Quincey2. Matriz analitica para una poética de Ana Ilce Gómez: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16.
El amor del tiempo El tiempo del amor El amor de la muerte La muerte del amor El amor de la poesía La poesía del amor El tiempo de la muerte La muerte del tiempo El tiempo de la poesía La poesía del tiempo La muerte de la poesía La poesía de la muerte El amor del amor El tiempo del tiempo La muerte de la muerte La poesía de la poesía
Esta matriz analítica cuya combinatoria de 16 unidades poéticas puede producir un poema cuasi infinito, no da cuenta de la totalidad de los textos estudiados. “Las Ceremonias del Silencio”, de Ana Ilce, está compuesto de 70 poemas divididos en seis unidades bajo los siguientes subtítulos: I. La hilandera del viento, II. Malva y Oro, III. A lo mejor soy otra andando al alba, IV. Los arcos de asombro, V. Vida viva y VI. No moriré al morirme. No todos los poemas son susceptibles de comprenderse y analizarse por 2 Thomas de Quincey, El asesinato como una de las Bellas Artes
esta matriz. Así por ejemplo un epigrama como “Obra Maestra”, escapa a esta matriz: Con duras palabras de concreto/ construyó un muro y lo interpuso/ entre sí y el mundo. Luego colgó/ el letrero: “Hombre Trabajado”./ Y se durmió para completar/ su obra./ También el epigrama “Filosofía”, donde hay una apuesta por la vida y la belleza contra la filosofía que afea a los hombres, no hay alusión a ningún tema axial: ¿Para qué sirve la filosofía me pregunto/ sino para hacer calvos y ceñudos a los hombres?/ Más nos valdría ser panaderos, ser jardineros/ y tener grandes cestos de pan/ y una flor para regar por las mañanas./ Hay una visión irónica en la poesía de Ana Ilce que produce epigramas muy buenos, más un registro epigramático en textos más largos. Generalmente los epigramas se escapan a la matriz analítica, tal es el caso de “La mano que yo divisé un día”. O en este prosema donde se concreta un retrato amoroso del Padre, sin explicitar ni sugerir que es el amor quien mueve el lapiz y con una alusión indirecta al tiempo destacado por mi en el texto. Retrato Último, objetivo y bello, tambipen escapa a la matriz: No. No era su caminar a golpes. Ni su mano como ala, ni su casta sonrisa pleniluna. Algo como un aura o hábito de antigüedad se enroscaba a su pie. Con él iba y venía. Bastaba que posara el pie y ya estaba allí la huella levantando esperanza de la tierra, bien grabada y ni quien la moviera, Universos giraban en su lengua pasmosa. Yo lo vi un día ¡ay de mí! Era de águila su ojo y puro fuego. Yo lo vi un día ya junto a su vejez ordenando sus años, haciendo saltar de la abulia familiar la risa pura como una lágrima recién nacida. Como un rey solitario misteriando la nada de su casta. Ver-
bándola. Llenándola con siglos de gracia. Ana Ilce Gómez también es una mujer que mira, que ve las cosas en una dimensión de correspondencia poética con otras. De allí su densidad y altura poéticas sostenida e imbatible. Una mirada iluminadora para producir un verso deslumbrante. Mirada económica para hacer unos cortes implacables, rompiendo las expectativas del lector e introduciendo versos que son verdaderos despropósitos. La utilización de un recurso de la poesía contemporánea, que se ha caracterizado por ser una desviación de la norma lingüística, tal como aprendimos con Jean Cohen en su Estructura del Lenguaje Poético. Veamos un párrafo del poema “De Sombras y Soles Incendiada”, hecho con versos sorpresivos y de excelente factura: Cuando mi edad era tan sólo una palabra,/ un invierno debatiéndose triunfante/ contra el moho,/ y en mi pecho no había más cabida/ sino para un amor tranquilo como el agua tranquila de los pozos./ La mirada de Ana Ilce va cosechando en una voz y en una escritura la belleza del poema. Los temas axiales nacen de una realidad, se concretan en ella y la trascienden por la poesía como resistencia al tiempo. Así ella se ocupará del amor de una mujer por su pareja. Este será un tema recurrente y explícito en muchos poemas. Veamos Entresueños, donde se desarrolla el tema Amor y Tiempo, bajo las unidades semánticas; el amor de pareja y el tiempo del amor: Muchacho,/ tienes ojos para mirar/ y no ves nada./ Ni aún lo temerario/ que puso Eva alrededor de mí./ Muchacho,/ tienes manos para tañer el arpa/ o cuerpo hecho de mujer/ o rodillas de niña./ Pero tus manos/ son dos alas que vuelan./ Muchacho,/ tu boca es un pozo/ y ahogada estoy./ ¿Tendré perdido acaso/ de paso un
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pie en el/ Paraíso?/ Mi atadura es tu existencia muchacho/ alma de cántaro/ que de tanto ir al agua/ se rompre en cien./ Ten cuidado/ porque corto es el/ tiempo y nadie sabe/ si mañana,/ si pasado mañana,/ si nunca./ En el siguiente texto que les citaré, para delicia mía de ustedes, podrán observar como se desarrollan en “El otro día está aquí”, los temas del amor del tiempo, el tiempo del amor y la muerte del amor por el tiempo: Nadie diría que hemos envejecido. Nadie sabe/ cuánto tiempo ha pasado./ El, todavía tiene cabellos oscuros/ en las sienes, aquellos cabellos largos café negro/ que como cortinas le caían en la frente./ Es joven. No parece un hombre de 50 años,/ ni yo una mujer de 45. Ayer/ por la calle alguien me preguntó/ por nuestros hijos. No los tenemos./ Sólo tuvimos un precioso jardín con la estatua/ del Dalai-Lama en el centro/ y una fuente en la que él y yo nos/ asomábamos, con el agua clara formando pequeños/ remolinos que giraban/ hasta hacernos perder la cabeza. Por allí/ pasaba el verano y el invierno. El polvo que/ venía del norte diciendo cosas tristes/ y luego los charcos que se secaban, recordándome/ sus años y los míos./ Hoy quizá un trofeo de caza vale más para él/ que un beso mío. Yo me he retirado de aquel/ dulce paisaje de la vida. He olvidado la/ suave cortina de sus cabellos cayéndole en la frente,/ y por el antiguo jardín miro pasar las densas/ polvaredas, –es el oro me digo–/ Y luego los charcos que se secan/ –es la edad–./ ¡Ah! Pero yo fui una chica de 20 años que/ plácidamente soportaba el amor y el tiempo./ Otra concreción poética del amor en “Las ceremonias del silencioso” de Ana Ilce, es aquella de voción que se tiene por los padres y que produce un amor familiar pleno. El texto se intitula
“Padre y Madre” y trata de un amor a hojarcadas del tiempo. El amor filial completo en el tiempo. El tiempo del amor: Padre y Madre llenan el pueblo./ Lo demás sobra./ Lo demás no hace falta para afianzar pilares de esta casa./ Si madre con ademán de lince preside/ mis más escondidos pensamientos,/ si padre llámanme a la mesa y yo/ como volviendo de otras puertas/ me acerco y beso lo pliegues infinitos de sus años;/ y si estamos los tres/ regocijados unos contra el otro/ y a horcajadas del tiempo/ aguámosle fistas a la tuerce,/ entonces,/ nadie hace falta ni sobra/ porque ya nuestro amor está completo./ Este amor total de Ana Ilce Gómez, envuelve a los hijos y su mundo en el ser de la madre poeta. El amor a la hija en “Valeria”: El mundo se apaga/ cuando mi niña duerme/ Cuando despierta/ la armonía se enciende/. En otro texto logra descubrir el destino de separarse del hijo, como un mito de eterno retorno, en una canción de los hijos que parten en “Cada día que pasa”: Cada día que pasa/ es menos de mí mi hijo que crece/ y se va/ como cuando yo crecí y me fui/ de mi madre/ volviéndola a la soledad inicial/ a la de Adán/ a la de Eva/ en la lívida mañana del destierro. Pero hay un texto donde el hablante se involucra más vitalmente, diciendo un poema de la heredad donde se lega el amor, la poesía, la soledad y en el cual, la hilandera vital, pide perdón por traerlo a la vida. Es el espléndido texto “No te heredaré mucho”: Hijo mío no te heredaré mucjo/ Un cuarto viejo/ Unos cuadernos de poemas/ Quizás una ventana para que a tu vida/ asome la armonía/ Te dejaré muchas preguntas que no supe/ responder/ Unas fotos de niña/ una sombra de limonarias que sólo alcanzará/ para cubrir tus pequeños cansancios./ Atiende
mis consejos/ y cuida las pocas cosas que te di./ Cierra por las noches las puertas de tu cuarto/ para que no entren los malso sueños/ a inquietarte/ Que el viento no seque los eneldos/ Que no se derrame el agua/ ni la sal enmohezca las gavetas./ Sé limpio y claro como el agua/ que en las tinajas guardaban los abuelos./ Aprende hijo mío a descifrar la vida/ y preservar tus ojos del incendio./ No te niegues al amor pero cuida a la vez/ tu corazón del amor/ como un naúfrago cuida su trozo de esperanza/ Ten presente dar los buenos días/ sean buenos o malos./ Huye sobre todo hijo mío de la soledad/ que me atrapó/ y no temas a la noche que cierra/ a tus espaldas./ Te dejo el mundo con fábulas/ con sus campos de trigo/ sus hombres amargos o serenos/ sus alquimias y sueños./ Finalmente perdóname hijo mío/ Perdona a esta tu hilandera vital/ que un día de lunas irrenciliables/ y altaneras/ se atrevió a tejerte ese frágil y hermoso/ traje de piel./ Un tema sui generis en Ana Ilce es el a mor a los objetos heredados por haber pertenecido a los seres amados, más la poesía como un lenguaje cifrado del corazón. “A una mesa”: Esta mesa fue de mi abuelo/ Sobre ella más de una vez reclinó su cabeza/ y durmió largas siestas/ donde se mezclaban viacrucis tormentas/ toques de queda/ y mujeres furtivas que se marchaban hacia la nada./ Esta mesa fue de mi padre/ Sobre ella pintaba pájaros y vírgenes/ y naturalezas viva/ y mi madre aplanchaba sobre ella/ con la plancha de carbón/ Quién era más triste/ la plancha, el carbón o mi madre?/ Mía fue también esta mesa/ y sobre ella escribí un día estos versos/ que nadie se atrevería a publicar./ Cada generación tiene su historia/ Cada sueño su raíz. Cada mesa es como/ la palma de una mano. Sus
líneas/ nos pueden revelar en el momento preciso/ de dónde proviene/ la madera de los sueños/ la nostalgia de las manos/ o el lenguaje cifrado/ del corazón./ En Ana Ilce Gómez la poesía es eternidad amorosa del ser. Poesía para la cual la ternura no le es ajena. Hay un texto fuera de serie presentado como poema en prosa sobre la muerte de la madre que causa una fuerte conmoción. El texto jamás cae en lo melodramático pero causa un profundo impacto en el ánimo del lector. “Ella, la recien nacida”: Como pollitos alrededor de la gallina, así nosotras cuatro, alrededor de la madre agonizada viendo como cayó sobre ella la sombra oscura, profunda de la muerte. En el ocre silencio de la tarde, unidps los corazones por el amor antiguo de la sangre, comenzamos el rezo, mientras ella, ajena ya a los rumores de la vida yace sumida en su reino de luz, entre las sábanas que en mansos días ido lavó aplanchó para que cobijaran a sus niñas del frío que tanto hace en el país de la vida. Así, dentro de unos momentos marchará recién nacida em su cuna de madera a su madrigada sellada de silencios, buscando como una tierna raíz la hondura materna da la tierra, allí, donde soplan otros vientos, donde crecen otras lluvias, donde nosotras ya no podremos decirle que hace frío y que tenemos miedo, mucho miedo, del ruido del viento en la honda noche que se alarga. El segundo tema axial que encontramos con abundancia en los textos de “Las Ceremonias del Silencio” es el tiempo. En las citas que llevamos hechas hasta ahora sobre el amor, pueden encontrar referencias tácitas y explicitas al tiempo. Pero además Ana Ilce se ha ocupa expresamente del tiempo, convirtiéndolo en un objeto primordial de su trovar. Hay un poema
breve donde aparece connotado un sentido: el ser mujer como producto del tiempo. “El tiempo y sus hechuras: Porfiado y ágil sobre sábana de hierba,/ el tiempo hizo de mí lo que quiso:/ Una dicha fluyendo como el agua,/ Un manantial de sangre solitaria,/ Esta mujer que poseyó a pleno sol/ la sombra./ Una virtud de Ana Ilce Gómez, radica en el tratar destos temas trascendentes, pero uqe se encuentran en la realidad de los seres humanos, de una manera próxima, íntima y penetrante. Una mujer capaz de suprimir el tiempo de un golpe: (…) Bebo el brebaje de la tarde y aniquilo de un solo golpe al tiempo. (…) en el prosema, “Tinatachina”. No es otra cosa que la muerte del tiempo. En el poema “Esto no volverá”, publicado en este libro, encontramos como el tiempo ha transformado en verano, en invierno y como al final se ha hecho tiempo (siglos). He aquí una virtualidad textual como potencia semántica y estética de la poesía de Ana Ilce. Estaciones como el verano y el invierno sirven para crear un espacio real, que obliga a padecer sus rigores característicos como son el polvo y la lluvia. Pero además el verano y el invierno, como estaciones demacradas por el ritmo de la naturaleza, devienen en metáforas del tiempo. Y el tiempos se realiza como metáfora del amor. El tema la muerte tampoco ha estado ausente en la citado y casi siempre está presente en las ceremonias. Recuerda la finitud de toda ceremonia y ritual. No afirmo que no sea susceptible de repretición, para eso se inventaron los rituales. No abundaré en más citas extensas sobre la muerte del amor, la muerte del tiempo, etc. Pero sí voy a presentarles como una mujer poeta enfrenta a la muerte y luego el de la muer-
te de la muerte. En el poema “Encuentro”, se relata como ocurre esta epifanía de la mujer poeta con la muerte, Digo epifanía porque la mujer no se amilana hasta chocar aceros por la mirada y la tuerce (mala suerte) y la muerte misma se connotan como aguinaldos, regalos, dones, dádivas: Esta tarde me he encontrado con la muerte/ caminando como si nada./ Nos cruzamos miradas punitagudas/ que llagaban el alma./ Ella altanera, yo humildosa/ le mostré mis rodillas canceradas/ mi sombra coja/ mi vestido de novia ya vestido./ Ella sonrió y me dijo/ que ese era el agunaldo de mi tuerce,/ que el de ella ya vendría./ Para abordar el tema axial e inusual, en textos profanos, de la muerte de la muerte, quiero dejar registrado dos aproximaciones claras de Ana Ilce a este eje. La primera aproximación está en una elegía dedicada al escritor nicaragüense Juan Aburto y a sus muertos queridos. Es una elegía completa, donde en medio, en la mitad del canto por la muerte, se coloca la vida para vencerla. Ana Ilce nos lleva a pensar que la vida es un acontecimiento trascendental y perturbador para la muerte. Evidentemente no son equivalentes en su deseo, ni en su horror, porque la vida busca a la vida y la muerte busca también a la vida. “Este invierno”: Este invierno me trae noticias de viudas/ y funerales/ de exilios y naufragios sin remedio/ de gente que se ha marchado con su música/ a la región/ más nebulosa o transparente. No se sabe./ Este invierno me trae biografías amargas/ y unas ganas inmensas de llorar/ sobre los lirios y las páginas./ Es como si de repente todas las calvicies/ y cenizas del mundo se juntaran/ para darme los malos días,
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y qué malos./ Ciertamente yo no sé so es que se van/ o es que regresan de la buenaventura/ no sé si me dicen adios con el pañuelo/ o se quedan para siempre entre mis líneas./ Sólo sé que a pesar de la muerta la vida crece/ como un árbol/ entre la niebla crece y nos madura/ para cosechas/ siegas/ o vendimias./ Este invierno me trae otros cansancios/ que no conozco/ una alegría aguda capaz de romper el silencio/ o los pulsos/ tan larga que alcanza el otro extremo de la angustia./ Hermanos, de veras/ este invierno me llueve/ a cántaros la pena, la costumbre/ de volver hacia atrás la mirada/ y buscar la señal, el hilo, la juntura/ de aquellos inmortales/ que me miran/ y humanamente se resisten/ a decirme/ adiós/ El otro eje opuesto expresamente por Ana Ilce para derrotar a la muerte es la poesía. El poema se intitula “Poemas vayan”, y de sus versos seleccioné uno que le dio nombre a esta última sección: No moriré al morirme. Es el tercero y último de los ars poetica que están en el libro: Poemas, vayan/ Salgan al mundo/ Llamen al pecho de los hombres/ Rebasen el vasi de los amantes./ Mañana si quieren olviden mi rostro de náhualt/ Desconozcan la arcilla más simple de mi nombre/ Eso no tiene la menor importancia./ No moriré al morirme./ El tema de la poesía goza también del privilegio de la transmutación en “Las ceremonias del Silencio”. Cada texto es producido con conciencia poética y metapoética. La poesía se transforma en mujer y la mujer en poesía. Sin caer en lo alegórico, ni en lo simbólico. Más bien son transmutaciones operadas por una alquimia verbal poderosa, que sitúa para el lector, lo verosímil aceptable en la belleza irrechazable.
En “Esa mujer que pasa”, encontramos unidos el misterio de la mujer y lo inefable de la poesía. Una mujer poesía sin nombre, que pasa sin dejar nada. En el pentagrama del silencio nocturno quedan su paso, su voz. La voz es el indicio claba para desubrirla como mujer poesía: ¿Quién es esta mujer que pasa/ esta sombra/ esta noche?/ ¿Quién conoce su nombre?/ ¿Quién la nombra/ del otro lado de la nada/ para nada?/ ¿Quién es esta mujer que pasa/ y no deja nada de sí?/ Sólo su paso rueda en la noche/ Sólo su voz./ “Piedra de sacrificio”, devela la parte de la ceremonia ritual en un culto de la poesía que conduce al sacrificio, a la muerte. Más que una poesía de la muerte, es una poesía que da muerte: Yo dí vida a este canto./ Y heme aquí reducida a polvo./ Desvencijada,/ rota,/ hambrienta./ Yo lo tuve dolorosamente,/ le dí vida y me mata,/ como cuervo me saca los ojos./ Al final me llevará/ a la piedra,/ edl sacrificio/ donde he de soportar el hierro/ que merezco. La poesía de Ana Ilce alcanza esta conciencia porque su paradigma poético confesado es César Vallejo. En Vallejo el desafío experimental poético y su inflexible ética, lo llevaron a la piedra del sacrificio. En Ana Ilce encontramos estas mismas viertudes, que para cínicos y mercaderes serán defectos. Sin un espíritu exigente y perfeccionista es imposible dar estas gemas textuales. Ana Ilce es exigente, y cuando particulariza su mirada sobre el poema, lo ve como un gran peligro. Peligroso como el amor. La poesía y el amor se ganan verso a beso, poema a poema, pero hay que saber correr los riesgos, pasar arduas pruebas y saber cuándo atrapar la poesía: “El poema es”:
El poema es una puerta por donde se cuelan / adioses aguaceros testamentos/ de amor rencores tiernos./ El poeme puede ser un abismo/ Un racimo de espadas/ Una medusa amenazante en el fondo de su mar./ Sólo hay que saber cuando adueñarse de esa luz/ O quedar ciegos para siempre./ Puedo observar cómo la poeta va profundizando en sus textos sobre la poesía y el poema, como su conciencia de escritora se interna en la metapoesía hasta toparse con el problema poético por excelencia, cuyo principal iluminador es Mallarmé, el de la página en blanco. Mejor lo dice Ana Ilce en “Los ocultos limites”: Los poemas son como caballos salvajes/ sueltos en la pradera./ Un buen día una va al campo y los descubre/ en medio de los árboles/ trotando/ o haciendo el amor./ Estps caballos indomables/ atraviesan tus sueños/ Sueltan las negras crines en medio/ de la noche/ Cruzan por tu vigilia relinchando/ Se agrupan en manadas inmensas/ en el fondo del bosque/ desde donde te arrojan/ a los ciegos espacios del incendio./ Caballos cimarrones/ Animales de mito/ Angeles/ Centauros que me agitan/ Rompan la negra selva/ Los cercos brutales/ Los ocultos límites/ Tengo para ustedes hierba fresca/ manchones de agua clara/ montoncitos de alfalfa/ Vengan a pastar a mi página blanca./ El blanco es el silencio sobre los cuales se ejecutan la poesía y el amor, en un tiempo pertinaz y atroz permeado por la muerte. Pero he allí la magia de Ana Ilce Gómez que con “Las ceremonias del silencio”, con hierba fresca y manchones de agua clara, con ternura de mujer, rompió los ocultos límites para transfigurar el amor, el tiempo y la muerte en poesía. }
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Mario Martz
D’León
LOS FALSOS SECRETOS DE LA MUERTE (pequeñas simulaciones) a Joel Flores La muerte: una niña perdida en Madrid es ingenua, tierna y melancólica. No sabe perdonar, pero dice estar enamorada del chico que simula morir en las cursivas líneas de este poema. No comprendo el porqué del empeño de los hombres malos, piensa y casi sin fuerza se envuelve en las sábanas de una camilla cuando escucha en la radio la noticia de una mujer asesinada en Ciudad Juárez.
En este suburbio rural no se escuchan noticias como éstas, advierte. Hay noches en que sonríe a la tristeza —le avergüenza admitirlo— pero no es ella quien sufre, sino la niña de la televisión que fue violada por su padre. Esta vez no seré humana con ellos, vacila.
CONFESIÓN DE UNA MUJER CUALQUIERA a Regina, ella sabe bien por qué. Mamá está orgullosa de mí porque a mis veinte años no he probado ni una sola gota de alcohol por eso cedió darme permiso de venir a este mundo. Lo que ella no sabe (qué tristeza mamá) es que el orgullo que siente por la ingenuidad que Dios le imprimió en su frente se proyecta en la falta de confianza de esa doble mío que anuncia la llegada de la siguiente ronda de cervezas.
Se toma un vaso con agua Y con las manos a ciegas en los bolsillos de su overol emprende su nuevo camino Mañana será otra niña muerta y la mano que la invocó será el homicida prófugo de la página en blanco.
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Marta
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Visión de riqueza y sociedad en
El fardo y La canción del oro
en Azul… Por: Álvaro Vergara
El Fardo y La Canción del Oro tienen más similitud temática que formal. En ambos textos se inicia con el sol entre las primera frases y en ambos casos estas dos frases son descriptivas de una tónica a desarrollarse en cada texto. En el Fardo el sol es “un disco de hierro incandescente” como el que labra un herrero a golpes de martillo. La incandescencia contrasta con el sol en La Canción del oro en donde “reciben la caricia pálida del sol moribundo”. 38
El sol es un elemento elíptico en El Fardo, cuando el hijo del tío Lucas sale en el día fatídico de su muerte el día inicia con un “sol de oro”. En este caso el oro representa la posibilidad de recibir pago para poder comprar comida para la familia y medicamento para el reumatismo del tío Lucas. Según Coloma una particularidad en la narrativa de Darío es que toma “distancia crítica” para el tratamiento de sus personajes; sin embargo, a lo largo del Fardo al personaje Lucas se le llama tío. Y al final del relato el autor se deshace de cualquier omnisciencia narrativa al confesarse como poeta y personaje. Lo que acentúa el realismo del relato, por lo anecdótico del asunto. Darío, como la mayoría de los artistas viven en una realidad dual; por un lado se hace de compañía de personas poderosas que se declaran amantes del arte, antes mecenas y hoy en día instituciones culturales; y por otro lado, de la compañía de gente marginal, explotada y sin esperanzas. Por esta constante en la vida del artista el arte con frecuencia se convierte en un espacio para la denuncia de lo infrahumano, de lo que las personas ignoran para no deprimirse o para no retar su cosmovisión, religión o ideología. Aquel día no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas sino el muchacho destrozado al que se abraza llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y de los chicos, cuando llevaban el cadáver al cementerio. Ese pasaje, pese a lo doloroso expresado, tiene ese distanciamiento crítico al que hace referencia Coloma. El capitalista mató al joven con su explotación, el artista hizo su obra con esta tragedia y habrá quien proteste con esta desdi-
cha ajena para ganar beneficio político o terreno moral. El único que puede sentir algo de culpa es el tío Lucas, que en el día que no estuvo ahí para cuidar a su hijo, aunque sea por enfermedad, murió en un accidente. Al fin y al cabo el tío Lucas tiene que seguir su vida de explotación propia y miseria, con la peor orfandad posible, la de morir después de un hijo. En Canción del Oro se ven ambas caras de la moneda riqueza/pobreza con mayor claridad que un simple incidente trágico con distanciamiento crítico. Un texto que inicia con una clara tendencia narrativa poco a poco se va poblando de lirismo hasta el punto de convertirse en poesía en prosa.
“decididamente, el aguilucho y su hembra van al nido.” El Tronco ruidoso y azogado, a un golpe de látigo arrastra al carruaje haciendo relampaguear las piedras. Esta cita es de la parte en que el texto es aún narrativo, sin embargo se cohesiona con la parte prosemática porque hace contraste entre el aguilucho que vuela alto y tiene su propio nido, con el caballo que recibe latigazos y tira del carruaje. Al entrar a la parte de lírica del texto el lector es sobrecogido por su musicalidad, en esta musicalidad también los conceptos rebotan de forma similar a los sonidos. “Cantemos al oro, rey del mundo que lleva desdicha y luz por donde va”.
En los contrastes descansa una verdad trascendental sobre la no-permanencia de la realidad. Se dice que la iluminación existe porque existe la ignorancia. De la misma forma la riqueza existe por la necesidad de no ser pobres. La riqueza, sin embargo, da cabida a libertinaje y al abuso “y el nos pone mamparas para cubrir las locuras abyectas de la taverna, y la vergüenza de las alcobas adúlteras”. Asimismo la explotación económica del ser humano por su igual es síntoma de la riqueza. Entre elementos del juego de antítesis relacionadas a la riqueza/pobreza están la gordura con la belleza de la mujer que se unen en el contrato matrimonial. “Cantemos al oro, porque tapa las bocas que nos insultan (…) Cantemos al oro porque de él son las cuerdas de las grandes liras (…) calificado de vil por los hambrientos (…) purificado por el fuego como el hombre por el sufrimiento” En esta parte de la sección lírica se llega a hasta la vida del poeta como conclusión. Los ricos ven: “¡Eh miserables, beodos, pobres de solemnidad, prostitutas, mendigos, vagos (…) y sobre todo, vosotros oh poetas!” Y los pobres que piden al poeta en vez de pedirle al rico. “Y aquella especie de harapiento (…) quizá un poeta, le dio su último pan petrificado”. Un componente importante en la visión social de Darío es definir al poeta, éste lo articula como un incomprendido tanto por el rico como el pobre, el versificador es el único intermediario que ambos tienen. El rico lo ve como pobre y el pobre como rico. Al fin y al cabo es el artista quien está expuesto en forma íntima al odio mutuo de ambos. }
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Carlos
Fonseca Grigsby Lo que el beso le dijo a la ausencia Está tu espalda en la herida albura de mi memoria. Por ahora sólo tu espalda. Ahora están tus labios. Y su sabor que todavía danza sobre los míos. Recuerdo tus labios y tu espalda. Pero viene formándose desde el mar de vos una ola que poco a poco crece y aumenta su volumen y el de su cabello de espuma hasta que rompe contra mi rostro. Entonces, de golpe, estás completa y total. Y no sólo está tu espalda sino la astronomía de sus lunares Y no sólo están tus labios y su sabor sino la dulce sangre de todas las palabras que asesinamos mientras ocurría el beso. Ahora puedo escribir que en tu desnudez, la belleza se viste de sí misma. Que quisiera que (ahora, en este instante) tu brazo extendido sobre la cama se convirtiera en la imagen del alambre sobre el cual los pájaros de mis labios vieron el amanecer y cantaron. —Que tengo una caricia derrotada por tu ausencia.
Ahora un magro no-sé-qué navega lerdo por mi boca. Un desasosiego con cola y dientes. El perdido marbete de una estrella danzante. Es que imágenes fantásticas desean desembocar en algo único: en el espacio entre tus senos y la noche, mis palabras se vuelven manos. Por eso me he aguantado hasta ahora para escribir sobre la playa que es tu nombre, la playa reservada para tu mirada sin ojos y mi sonrisa sin dientes. Sobre el árbol que crece sobre tu vientre, el coro de gigantes que se aproximan que trae tu caminar. Busco las llaves de tu habitación. Sé que allí encontraremos las letras que faltan en el alfabeto del silencio.
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Reinvento de la soledad La soledad debe ser reinventada. —Nuestras soledades tienen alas. Pero son cosas simples. Más simple que una manzana, un beso en la mejilla, el sol ardiente del mediodía. Sólo que estos tienen garras, son partes de la realidad, tienen una nostalgia de piñatas quebradas que lloran en sus adentros. Pero si hacemos un pacto —en estos versos muy contemporáneosy de la simpleza (manzana-beso-sol) de nuestras soledades pudiéramos sacar algo sobreviviente, luminoso entre tanta oscurana, seríamos menos solitarios. Comenzaríamos por un brazo, un brazo que salga de una soledad para acariciar a la otra, sujetarle la mano invisible, darle una palmada. Luego unos labios como los del silencio, para que mientras una soledad acaricia a la otra, la otra pudiera besarla, y sembrar en ella, amor. Luego un ojo. Sólo un ojo. Pero que pudiera ver a través de la otra soledad, no ver lo que está detrás de ella, sino adentro de la soledad, donde hay una soledad aun más sola. Y así, poco a poco, iríamos construyendo casi una persona llamada soledad, para que en lugar de que seamos dos niños solitarios, seamos dos niños felices, que reinventaron la soledad acompañándola—
Secretos —en ese momento en que aún no sos poema y podés temblar sin yo antes haberte dado el temblor. —en esos instantes en que todavía no soy tu dios creador, de sensibilidad extra-ordinaria y espléndido don literario. Cuando tu boca ante mí es simplemente tu boca; eso no se entrega a la literatura. Ese gozo es mío.
La Palabra Y Dios dijo “Hágase la luz” y la luz se hizo. Y Dios no era poeta.
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Carlos
Fonseca Grigsby
El poema de amor
Quise no escribirlo, luché contra él, desprecié los poemas de amor que se han escrito antes que tú, pero entonces— Este poema debería estar escrito por un hombre que nunca aprendió a amar,
II Tu ausencia es la cárcel donde rayo las paredes con tu nombre y donde es petrificado el olvido por la punta de tus dedos o por tu liviana mano que puede transformar cualquier pedazo de oscuridad en un pedazo de noche.
que nunca aprendió a escribir, por un hombre que nunca te conoció. I Por alguien que no escuche el monótono trueno de la palabra que nunca te dije. Por el que no conoció el mar a través de la última playa de tu ser ni se tapa los oídos al escuchar el susurroso rugido silente de la silenciosa hélice del silencio que llega a Mí como el viento a los páramos desconocidos o como el fuego a las soledades en llamas. ¡Pero adónde está tu sombra cuando la necesito para esconderme en ella! Que estás en otro país, dormida, y de repente todas las cosas se han ido a dormir contigo - sólo la luna tiene algo de sonámbula en este mundo mientras yo lucho contra el poema de amor y lo escupo y lo desprecio y pierdo.
Entre lo dicho y lo callado ha quedado una nieve tibia y talvez un pájaro que está mudo y talvez un barco del fondo del mar. (Aquí hace una pausa el poeta, se voltea hacia vos y te dice con vergüenza: “En los primeros versos quise hablar sobre tu cuerpo, pero me busqué en los ojos la mirada y no la encontré”) Que pudiera saltar de mis ojos y recorrer la distancia entre tu respiración y mi corazón. Llegar a tu pecho y cruzar el puente de tu cuello. Contar tus lunares uno por uno, hasta ver esa inquieta pupila azul llena de futuro y la arrebolada de tu mirada y que tu piel sea nuevamente el lugar donde la metáfora reveló sus secretos, mientras yo descubro la libertad de tu sombra. ¿Qué hacer con el amor cuando el amor en el amor no se basta? (Así está la poesía desde tu vientre gritándome: ¡Escríbeme! ¡Mira la forma que he cogido!)
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Ir adentro de la tristeza contigo, tomados de la mano, y desde allí inventarnos una infancia.
allí te he buscado yo, como la sombra que busca a su propia sombra. Y te he llamado
En tus ojos imaginé una patria lejana una tumba para mis más profundos secretos, y la magia de los babilonios.
Por tiranía del azar se ha poblado de algo de vida mi corazón deshabitado:
en la hora en que he perdido tu caricia, cuando el tiempo se abre como un gran agujero donde dejo caer mis recuerdos, uno por uno, y los veo caer caer caer caer…
No sólo los crepúsculos son insoportables.
de la misma forma los hombres descubrieron esa eternidad en andrajos que es el olvido.
(En él estás acariciando mi soledad con ternura de madre.)
Lo saben los extinguidos luceros de mi cuerpo, mis amargas manos que sueñan cómo será la próxima vez en que nos tocaremos, lo sabe lo poco que habitaba en mi desalentado aliento inhabitable. Imagina tu ausencia como una noche negra, tan negra y sombría (como la de Acuña) que no se ve dónde se alza el porvenir. Imagina que lo único que hay en esa noche soy yo y este poema, que se escribe a la terrible intemperie, mientras monstruos salen de mi cráneo abierto, hacia la luna.
Sobre esta tierra húmeda, quedará la huella del relámpago —no tu pie— aunque coincida, curiosamente, su forma.
Este rubio desasosiego… Este poema que quiere enfermar al tiempo de eternidad y que tus ojos sean mis únicos relojes.
IV
Tan sólo si pudiéramos ser algo más.
Cartas vi escritas con sangre, pero nunca con tinta de noche— de las ruinas que quedaron de la noche, después que pasaras por allí— Hoy escribo con esa tinta.
Tan sólo
Hasta que se pierden de mi vista. Pero ahora estoy aquí, con el corazón en forma de ola, esperando que el viento se robe mis viejos gestos, las personas que fui antes que vos, todas mis flaquezas que no llegaste a bautizar y los ojos que tuve antes de aprender el lenguaje del silencio. …Esperando que el viento se robe todo esto y los bote en el basurero de la nada, todas las demás cosas han empezado a temblar y sólo tu nombre ha quedado quieto.
Hasta que mi soledad se desnuda. ¿Cuánto me vale la luz de un sueño herido que gime dentro de mi cráneo?
III En la penumbra sin espacio donde tu cuerpo es lo único que se alumbra; en el camino donde caminan mis pasos, separados de mis pies, buscando tus huellas; en los versos que yo te he escrito pero que no leerás, que serán nada más los epitafios de nuestros momentos;
(También mis lágrimas están hechas de esa noche) Tendí un puente debajo del mundo, entre mi soledad y tu soledad. Me bañé en el llanto del tiempo y de no haber tenido palabra de ti, en él me hubiera ahogado.
Si pudiéramos, por ejemplo, escondernos debajo del tiempo y jugar a ser estatuas que fueron colocadas frontalmente en un lugar del que nadie se acuerda.
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La Princesa de Hule
narrativa Álvaro Vergara
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José Adiak Montoya
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Ulises Juárez Polanco
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Luis Báez
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Emila Persola
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Se renta para negocio u oficin
Sucedió 44
San Juan del S un crimen
Julio1:
a manada
Obra en Progreso Work in Progress
Obra en Progreso Work in Progress
Álvaro Vergara
Bluefields 03/24/94
D
at time we’d a look on the sky and see one OVNI floating ova the bay, Pura Vida look on me an say “woah fock, check on the martian dem.” Is the same wind and heaven color what was that day, gray and the wind vex up, plenty wave what dissolve
on the land. I de like for come here and sit near the dock for feel the wind, it fresh you know. The wind put licu salt on you for glow and fill you lungs nice. The people walking round the market, plenty checking on the tangerine because them in season now, from Kukra dem bring ‘em on the dories them. 45
Part of the evening sitting right here on the bicha metal ting for tie the boats, all the crew from the ships them know me and buy plenty patty. Two time a year I go out on the sea, sometime I carry line for fish. When you in the bush is good for know how you must do for find thing for eat. You walk plenty you know, and walking plenty make you hungry buay, like you want eat whole wari or turtle. How the time pass I must go be in me house have supper and matizar with the vagos them in me barrio. How we molest the rock smoker is we throw banna tree trunk in them lane and hit them on the ground where them sit nobody say nothing because them focka bad and tief from everyone. You leave you pants outside and them gone. On Saturday we play marble and top when them is in style I like for play with the plastic one because them split and fly in the air when you cecop them good. Tonight we going practice for the carnival I like for play one oil for cook gallon I de make two good stick and it sound tough man. I no play on Maypole Carnival Day because that is one special day when plenty people out, on the streets them. And dem buy more patty, my granny prepare from before for make enough patty and I have to go out tree times. One buay, Lackwell him sell patty too but he also carry ganja for sell. I de see two Spanish buay Larry and Willy yell “patty-patty” like them really want the ting plenty, them try for Babylon catch them and carry them jail. Lackwell cool, he no molest nobody. My uncle Ricky smoke him herb and him never vex he like for run jokes and be with him friends by the porch listening to Buju Banton and Lucky Dube CD. My papa ship out, him going save for buy one taxi and drive here in Bluefields him used to have one but him sell it when my mamá catch him with next woman and she have suspicion when him always broke and out plenty more in the night. But she no bitch him up, she keep quiet and go to one woman what put “something” or voo doo on him with one picture with him she have. When that happen he start for feel pain in him head like migraña and him rush for give me mamá what him have and that was the onliest thing what give him relief.
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Him do it plenty time and she tell him for sell his car, go ship out and buy newer one, send more money for we; and now him on the ship. Sometime he send picture of him in bicha city and on the ship with him uniform. He say he going try for get promotion for work in bar them have trainer what come on the ship for teach new bartender he say in bar you make plenty propina or “tip” them say on the ship. In the morning I wake up 6 o’clock and get ready for school my Granny up from 4 making coconut bread, bon and patty she bake in one bicha furnest we have outside. Her table with flour, achiote, pots, one bicha plastic pan, zinc coconut grinder, milk and watá. I pass by she kitchen ready in me blue and white uniform and give she one good-morning kiss. I grab me back-pack with me tings and walk to Dinamarca School by Beholden. I save me bus money for have one pindá ice on we break. Plenty rude licu buays study in me school like mash-up the tings and throw chalk far start chalk war in the class, the teacher turn and bam! One focka hit the next with one chalk. Or we play Matemática, how it is, is that you say one number and everyone tomp you up until you say ¡Matemática! and them have to stop. When you de getting fock-up is hard for say “Matemática” is funny for watch one buay what say “Mama-ma Matemática” when him getting one bitch-lick! The school have six dark blue building with office, class room and them use the auditorio for Maranatha Church service on the weekend. Brother Ray do the service, plenty people say him is politician and only want money. But them say “at least is one of us” who thiefing the money and not more Spaniard or foreigner who leaving with all the riches them. Right now I de study in the fourth grade the year after next I going come out and have a promotion before I start secondary in the Horatio Hodgson High-School with almost all of the friends I have now. My Granny say when I begin for study in the secondary I going go to the Coca Colada by the Soda Palace right now them no let me in, them have one Cinema there and them present movie like Robocop. —Darby, you come late again y de tell you no reach when is dark already them vagos going thief you and all of we work
de la derecha que nos quieren esclavizar con deudas externas, miserias y políticas del banco mundial… —Darby!!! You done wash you hands for come eat. I cook rice and beans with plenty coconut and green banana chip. And turn off them focking foolishness or put music.
Bluefields 11/16/08 —Deme el número que quiere llamar con código de país por favor, aquí se le sube el volúmen a los audífonos…” Buay this chontaleña look good nice light skin and bicha bobby and pretty face. She look like she like black-man. Oooh! I want grab she and kiss her one time! Take off her shirt and grind she right here on the computer. I would suck she bunky-hole too; she look plenty clean and sweet. I like for see my black cock going into pink Spanish pussy it swell up and look pink, delicate you know. And the gal them say ting like “¡Papito! ¡Papito! Or some of them call you “¡¡Ay negrote!!” —Hello how everything in Bluefields is? —Well Harold Bacon win the election here but the Sandinistas them thief them all over Nicaragua. Them no fock with we because nobody here like them. —Them cause plenty damage in Bluefields, our people still remember. —I gone by Wade Hawkins for see about my application. —What him say? —just for wait on when him call me. I no got no patience I de going keep calling he going get me shit quick. —Yeh, pressure that focka. —I get the picture you sent, you getting bigger bicha belly; the beer nice in the ship when them put basuquero like you for sell in the bar. —Aint’ you know, ha ha ha… You fucking crazy, respect licky buay. I is still you papá and going give you one fock lick. —Yeh!!! I want see them old man boxing move. —Stop talking foolishness and tell me how you sister Kendalee is”.
narrativa: obra en progreso / work in progress
going be for them. You know them drogos no respect noting and live off next person work. Them no got no conscience them is of the devil with them bloody eyes. —Ah, Granny! I walk from yonder, far down. No vex up, the night just catch me right now. —Remember for haul wata for tomorrow morning and do you homework I no want hear no teacher tell me you no carry you homework to you class. I swear Darby I de fock you up if you leave the year. Look all the sacrifice we make for you go to school no fock it up, that is all I going tell you. You hear? Ahhh, finally reach home for rest. My papá put in one new section with him friends them come one Sunday and them start early cutting the board them with uncle Johnny electric saw. Him is fatman like wear gold chain, ring and him have the new Penny Hardaway Nike, he bring it when him gone on the ship. Uncle Johnny like have him things you know. After I do me school work I going watch X-Men with my brother Kennard on Repretel 11 one Costa Rica channel we get here in Bluefields. Buay them tough I de watch that and Dragon Ball Z when I reach from school. Tomorrow Goku going fight one batty man what fight good. The thing leave off with the man what act like licu woman giving Goku one fock-lick. —Ese tema Con los Años que me Quedan por Vivir a cargo de Gloria Estefan de su álbum Mi Tierra es el que suena en Radio Zinica la Buena y recuerden mañana a las seis de la mañana en su programa Autonomía en Marcha tendremos de invitado especial a la consejal Atila Woo que viene a contarnos un poco sobre la visita de la Presidenta de la República Doña Violeta Chamorro, a inaugurar una escuela pública en el barrio Pancasán. —En Kukra Hill dicen que esta vieja humilló a la población regalándoles a los niños cajas de lustrar qué barbaridad como si no conociera las mismas leyes sobre el trabajo infantil ¿ah Martín? ¿Qué piensas de eso?” —Bueno Arturo, no te acordás vos el año pasado que fue al rama y en un discurso les dijo Rameras a las mujeres heroicas del puerto del Rama” —Ja-ja-ja-ja-ja sí es cierto, es que esta vieja cacreca es lo único que tienen de liderazgo estos recalcitrantes somocistas
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—She going school and she going dance in the carnaval this year”. —She come out in all the carnaval them —well you axe me for tell you what happen in Bluefields, and I telling you just that. Said Darby as he looked over the Bluefields cyber café cubicle and at Marielos the girl who works there all day with the computers. Gray winter skies and rain turns off and on, the streets are wet canals for rain water and despite that moment being a break from inconsistent rainfall, an overall roar covered most streets in unison from the flow of the guided rain water with “mustruz” blowfishes. Kids like to shoot mustruces with bows and arrows fashioned from broken umbrellas to watch the fish blow up, duplicating their size. Across the street from Oasis Casino two Americans have set up recording label with no legal existence in Nicaragua. No reseidence cards, without which a citizen of a foreign country cannot legally conduct business in Nicaragua. This irregular situation also entails a number of tax evasions and a general disrespect for a country that they live-off. —Dude, where’d you put the weed man. I gotta smoke before Ernie and Vicky come to work. —I don’t know bro. Check out this bump I have on my head. I think the monster from alien is going to pop out and jump out of my skull. Shit man, my natural remedies don’t work. I’ve been washing with mango-leaf water and everything. Xander Rothchild is a white Anglo Saxon American with thinning hair and the hair he still has is grown into a few long blonde dreads, terrible body odor and he’s usually never wearing underwear. He has a collection of sneakers and likes to wear spray-painted clothes. His dating scene is almost exclusively with the under $2.00 a day crowd because there is where he finds somebody who plays along with his dim wit and pretends to worship him.
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In his native Detroit he was a truck driver and assistant key grip for pre-production in a porn video website. But in Bluefields he was the New York Philanthropist who has a chance of sleeping with a woman who weighs less than 200 pounds. Xander likes to accessorize with little hats that make him look like he’s about to get busted with boxes of child pornography. Loves Bluefields food and depends completely on Irwin Reid-Pérez, a blaxican affirmative action NYU filmmaker with American student loans that he ran away from and has his mom, a Mexican (previously illegal) immigrant and Hotel maid paying for them. In Bluefields they began a movie that never came out of post-production, and also began to build a music studio for which they need sound engineers. At the beginning they were the typical Americans who came to Nicaragua because of their Che Guevara T-Shirt political consciousness and their love for Marijuana, not to mention the real possibility of a gone way wrong science experiment like Irwin Reid-Pérez having sex was enough for them to drop everything and move. The US wasn’t their cup of tea either, nobody liked them there, and they were so lame and so similar to so many people. No matter what they found online and decided to wear they were just dime a dozen extras in an immense giant of a society. They both owed so much money and are frankly too inept to do paper work or meet any industry standards. It’s true that local artists would call Irwin “Garfield” and Xander’s body odor was a source permanent zingers from the people of Bluefields, but they were still able to get their sexual exploitation on. Irwin was freakishly short and stumpy so he had a special fetish for 14 year-old boys and girls. He loves the Sandinista government and hopes that they trash the Nicaraguan economy enough for him to be able to afford some land in Bluefields. Xander’s Rothchild’s white-trash rasta view of the world made it incredibly easy for him to just follow Irwin as his own personal Barack Obama. Not particularly a reader,
Managua 11/16/05 Iba dibujando el taxi en que salía de la norte y en camino. Aquella lata Daewoo con la tapicería recubierta por un plástico rojo translucido. Un tubo fluorescente de luz azul, una corona hecha en china de plástico con oropel sobre el tablero, en cada giro perdía un poco el balance pero caería en su lugar. Las alfombras eran de hule desordenadas con arena caída de unos albañiles que habían abordado anteriormente. Wanda había tenido una sexualidad que enrumbó su hiperkinesis hacia la sublimación cuando no estaba extasiada con un amante que pudiera idealizar al punto de mojarse. —Me dijeron que los hombre no deben llorar Y que de amor no se mueren eso no es verdad Todos caen por amor caen por una caricia caerán por la pasión o caen por la codicia En “Todos caen por amor” cayó como potente golpe aquel tono bajo de percusión reggaetón… era su compañera de tragos favorita la Ivy Queen para Wanda. Ella y las chicas del periódico perreaban al estilo más épico del Perro Sandunguero, shots de tequila y Gran Reserva, una delagada piel
de limón entre los labios con su paradito de campanita para publicitar su sabrosura culito parado. ¿Vos que pensás? Estás buena lucite conseguite algo bueno ya sabés que ya vieja no hacés nada. Así es la vida siempre se mama a lo q no se olvida Se buscan la mujer prohibida O se buscan una querida Envidia Wanda era una chica abierta, creativa. El taxista un hombre contento por cumplir a cabalidad sus expectativas y andar paseando todo el día. Es cierto que maneja como un desquiciado y de vez en cuando se ponía furioso en las horas pico. En su tiempo libre era un picado que le decía a su querida como quería que lo fajeara. También gustaba de contar sus travesuras con las chambrinitas que supuestamente levantaba, a los pasajeros. En realidad Ursula era la mujer de su primo que vende ácido de batería cerca de La Periodista pero él se la tiraba al escamote. El clavo es que su mujer es una madre gorda que parece vaca y el es flaquito. Pero el primo Miguel es un maje tranquilo. Wanda encorva los dedos de los pies ensanchando el ángulo de sus sandalias de charol con un lijero tacón. Miraba cómo se acercaba la entrada del Fresh Hill. Divino, la madre televisión con todas las fotos de la gente que llega, las parejas que andan en los chismes, las micheladas (o poor man’s bloody marys), la música y el ambiente. Enrique Schwartz parloteaba incesantemente, con un par de Rohypnol en el organismo, servía ron extra seco en los vasos de sus amigos Orlando, Bayardo y Roberto. Más luego irían donde la gorda, cerca del fénix a hacer un vuelo de piedra y fumarse unos veinte cigarros de marihuana con ñoñas, bañados, maduros con queso (o cualquier otra invención de la fértil imaginación detrás de la constante eufemización del crack) en un círculo donde sólo se permitía una larga inhalación y después se pasaba el garrote, toqui-rol. }
narrativa: obra en progreso / work in progress
Xander’s ideological depth is inexistent. His video graphics are always jumpy and gimmicky. Irwin does hideous color correction and is such a bad speller that his notes look like psyche ward napkin doodles. His only fictional short is an unimaginative story of two people who fall in love on mushrooms and then sleep around on each other. Before trying to make a Bluefields Buena Vista Social Club complete with servant-wage record contracts for the third world musicians. Irwin lived in Nairobi with prostitutes that he would interview in the day and pay their services in the night, for less than the cost of a Big Mac.
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Mauricio
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Sucedió una noche
l Generalísimo había comenzado a emplear el toque de queda una semana atrás. Por las noches, las más negras de aquel año negro, sólo se escuchaba el largo pulular de un viento glaciar y los aullidos de las sirenas militares cortando en dos la noche con su paso de
espectro. Las casas, los edificios, eran tristes ojitos iluminados de unas luces plomizas que bullían en murmullos, en densas conspiraciones contra el general.
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Cuando en un desfile por la patria habían sonado aquellos cañonazos que no lograron alcanzarlo y el fogueo de sus militares bramó furioso contra el cuerpo de aquel joven que quedó convertido en un mudo cadáver desfigurado, el Generalísimo había barrido furioso con cualquier indicio y por menor que atentara contra sus servicios a la patria. El señor Blanc, luego de declarada la queda para después de las ocho de la noche, ponía el candado viejo del portón de la casa mental faltando un cuarto de hora para el inicio de la ley marcial y se perdía dentro de los recovecos del edificio en una ronda despreocupada para asegurase que los internos estaban ya en sus camas soñando sus sueños de locos, soñando tal vez la cordura de la que él ya comenzaba a dudar. Luego de darle la espalda al portón de verjas altas, el señor Blanc se dirigió, como hacía siempre, primero al pabellón de los ancianos. Era un inmenso galerón en desaseo, dividido por una pared alta para separar a las mujeres de los hombres. El señor Blanc pasaba levemente el haz de luz de su foco de mano por cada uno de los camastros enclenques, alumbraba los pies para no perturbar el sueño de los enfermos. Al momento que la luz se posó sobre la cama de Sariñana, solo alumbró la colchoneta vacía, el señor Blanc sonrió sin extrañarse. Sabía dónde encontrarlo. La primera vez que la mujer vio a Clark Gable, fue allí en la sala común de enfermos mentales del hospital de psiquiatría en la que ella era una más de las internas, estaba al otro lado del salón sentado con una mirada que parecía escudriñar señales etéreas en el aire sulfurante y pegajoso de calor. Era él, lo sabía, aunque era un demacrado hombre de muchos años, aún conservaba en sus ojos aquella chispa vivaz que había visto décadas atrás en un cine ahora destruido, en una vieja película en blanco y negro. ¿Qué hacía allí? Tan lejos de su mundo, de las luces gigantes que lo habían iluminado siempre, allí, envuelto en aquella bata celeste entre la inmundicia que rondaba el aire de todo ese centro de perdición. Tuvo miedo al principio de acercarse, de qué no fuera el ídolo
de todos sus años, lo dejó ir, lo vio durante largo rato hasta que la enfermera Catalina se lo llevó del brazo, lo vio levantarse con sus huesos gastados, hasta le pareció oír tronar el arcaico calcio de sus piernas y lo vio alejarse de los brazos de la enfermera. Así, los primeros días sólo lo veía en ese salón común cuando los médicos parecían intentar que los enfermos socializaran entre ellos mismos pero cada cual ya divagaba en otros mundos brillantes algunos y oscuros y tormentosos los otros. Cuando preguntaba, nadie parecía interesado. ¿Qué hace Clark Gable aquí? Lo he visto todos estos días…y la enfermera Catalina le sobaba con una caricia tierna su cabello de canas reventadas, le daba sus pastillas de la semana. Se iba a sus labores. -¿Te has dado cuenta que doña Eloisa dice que tenemos interno a Clark Gable? -Si, —el señor Blanc riendo con disimulo- me pregunta por él varias veces al día. Debe haber sido un ídolo de juventud según el doctor Jiménez. Era así, cuando Eloisa no lo miraba tímida a la distancia, se prendía de las enfermeras o del señor Blanc preguntando por su estrella apagada, preguntando por su capitán Butler y todos no, no lo he visto. Debe estar filmando una película doña Eloisa. No sabía que él estaba aquí. No, doña Eloisa. Sariñana descubrió a Eloisa mirándolo a través del salón una tarde dorada en la que se había despertado inmerso en su mundo de silencio, con el cuerpo entumido y acabado, una tarde en la que parecía ser varios años mayor de lo que era. Eloisa, ajena a todo lo que había pensado desde hacía muchos años después de ver su primera película con Gable, mantuvo firme la mirada de aquel hombre. Parecía inmóvil, como si el mundo fuera un punto estático e invariable, Eloisa se sentía invitada por el magnetismo de aquel lucero de la farándula y acercó sus pasos cortos a través del salón hasta quedarse sentada a su lado, le tomó la mano y se acercó a su oído empezando una letanía de nombres de viejas películas en las que
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Afuera el mundo era otro, era un mundo de silencio, de calles estáticas y pálidos faroles alumbrando una danza de fantasmas, afuera sólo el rodar de las patrullas militares palpitaba ardiente en la noche, los ruidos lejanos de los disparos retumbando en ecos mientras la gente se arropaba ociosa y ardiendo en rencores sobre los colchones de sus camas.
creía haberlo visto. Sariñana, como muchas otras cosas, no entendía de lo que le hablaba la anciana, pero sentía el calor abrasante de aquella mano femenina envolviendo su piel arrugada. Con los días los médicos y el personal se fue acostumbrando a la amistad profusa que se fue arraigando en las tardes de Sariñana y Eloisa, pasaban sus horas sentados juntos en uno de los bancos del jardín central o en el salón común del pabellón de los ancianos, rodeados de todos los otros internos, en medio de aquellas altas esferas de abandono, aquellos salones de fantasmas vespertinos que vagaban buscando un rumbo perdido en sus cabezas atrofiadas, que deliraban entre sus piojos y enfermedades. Allí Eloisa y Sariñana que se había ido quedando en una oscuridad inmensa con los años, en un mundo de silencio, se fundían en unos abrazos fogosos y se esperaban cuando no estaban, aquella inmundicia de todos esos hombres y mujeres enfermos en cámara lenta, como manchas móviles de una realidad cualquiera se volvía un palacio dorado al momento de la primera vista del día. Ella miraba en él todo lo que una vez siendo adolescente había visto de seductor en aquel personaje de las películas antiguas, y él cuyas memorias se fueron suplantando lentas por otras ajenas, por mundos nunca vividos, sentía en aquellos ojos el calor negado de años en su soledad de enfermo. Quizás más de alguna vez se habían sentido como ahogados en un pasado, abandonados, alguna de esas noches en las que sus
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reflejos tristes les asustaba en el espejo, días en los que el mundo era demasiado enorme para sus pasos pequeños sobre las arenas de cualquier playa. La enfermeras, los médicos y el señor Blanc se habituaron fácil al juego de amantes, de amigos íntimos de Sariñana y Eloisa que se hundieron en sus ilusiones sobre el otro, en el espejismo que su locura les dictaba, por eso aquella noche cuando el foco del señor Blanc alumbró la cama vacía de Sariñana supo que tenía que cruzar la división hacia el pabellón de las ancianas, allí mientras se abría camino entre las tinieblas, aquellas mujeres remotas roncaban placenteras entre el sueño de tranquilizantes y somníferos. Allí lo vio. Acurrucado al cuerpo de ella como quien se refugia de un frió polar, dormido junto a Eloisa en aquella cama ridículamente pequeña para sus dos cuerpos. El señor Blanc se acercó en silencio y palmeó suavemente el hombro de Sariñana, el hombre abrió lento los ojos, aturdido en la oscuridad. El Señor Blanc lo condujo del brazo hasta su cama, como ya lo había hecho tantas veces, en que, en las rondas nocturnas encontraba aquel lecho vacío de sábanas revueltas. Luego de dejarlo descansando en su lugar correspondiente, el señor Blanc, se fue a terminar su ronda por los pabellones restantes antes de quedarse dormido en su butaca en la mitad de la madrugada. Afuera el mundo era otro, era un mundo de silencio, de calles estáticas y pálidos faroles alumbrando una danza de
en aquel camisón celeste de todos los días y habrá corrido con su piernas cansadas a fundirse en un abrazo con su viejo héroe de las películas, habrían salido ambos de la mano con el miedo silencioso, reconociendo las calles desconocidas, siguiendo a aquella multitud de dementes que comenzaron a deambular con sus ojos perdidos. ¿Y los soldados? Qué se les pasó por la mente cuando vieron aquella lenta multitud acercarse como una procesión de espectros flotando en la noche dónde la ley de Generalísimo prohíbe que se muevan las hojas. Tal vez dijeron ¡alto Ahí! Antes de disparar, tal vez sólo abrieron el fuego inmisericorde. Los periódicos que publicaron la noticia dijeron que había sido un simple error del conserje, que el señor Blanc había simplemente olvidado poner el candado aquella vez, publicaron los testimonios espeluznantes de vecinos anónimos que describían la feroz matanza, atacaron la falta de los militares… al poco tiempo esos periódicos fueron cerrados, al poco tiempo los vecinos anónimos fueron sacados de sus casas por patrullas que jamás los regresaron. ¿Cómo habría sido morir juntos dentro de sus ilusiones? ¿Quién habría recibido primero la bala? ¿Habría sido ella quien vio morir a su actor de antaño? ¿Habría sido él quien vio morir a la luminaria de su soledad de anciano demente? Muchos años después, cuando las noches volvieron a ser largos festines de sonrisas e historias perdidas de la ciudad, cuando la cara del Generalísimo y sus decretos habían quedado en el basurero de la historia, muchos años después, el señor Blanc, carcomido por el tormento de la culpa, en un asilo similar en el que le parecía ver a Greta Garbo en una anciana oscura también demente, encontraba su único consuelo de aquellas muertes pensando que al menos aquellos dos ancianos de los abrazos en las tardes del patio y la sala general, descansaban silenciosos en la misma fosa común. }
narrativa: Sucedío una noche
fantasmas, afuera sólo el rodar de las patrullas militares palpitaba ardiente en la noche, los ruidos lejanos de los disparos retumbando en ecos mientras la gente se arropaba ociosa y ardiendo en rencores sobre los colchones de sus camas. Hasta que amanecía, hasta que de nuevo una luz vitalizante llenaba las cosas del resplandor mudo de haber sobrevivido a la noche, los doctores comenzaban a llegar, las enfermeras comenzaban a revolotear como inmensas palomas blancas por los pasillos sucios y el señor Blanc tomaba su escoba y comenzaba su vida, su vida de siempre, su rutina que no podía fallar. Los periódicos que publicaron la noticia dijeron que había sido un simple error del conserje, no habían más explicaciones, no ahondaban en qué falló, hacían más énfasis en cuantos habían sido los cadáveres, en cómo se miraba la sangre oscura en la calle, reproduciendo relatos de los vecinos que asomaron sus ojos curiosos por entre las ventanas, era macabro ver aquellos cadáveres, la luna estaba clara aquella noche y los bañaba con su luz espectral, todo el barrio había despertado por el inmenso ruido de los disparos, todos vieron por entre las ventanas como luego habían llegado más soldados en un camión para llevarse los cuerpos. Sólo la sangre vio el día, regada por el pavimento, secada por el sol, bañada luego por la lluvia. ¿Quién habría sido de todos los internos el que como un sonámbulo sigiloso encontró abierta la verja del hospital aquella noche? El señor Blanc habría de preguntarse eso veces incontables en los tormentos de su desolación. Tal vez habría caminado y cuidadoso había ido despertando uno por uno a los enfermos, hasta que uno por uno también habían ido saliendo a la calle, silenciosos a su libertad. Habían salido a la noche. Eloisa tal vez habría creído que era el momento de abandonar aquella Atlanta en llamas, se habrá despertado envuelta
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En el viento
Ulises Juárez Polanco
A Ofilio Mayorga R.
How many times can a man turn his head pretending he just doesn’t see? The answer, my friend, is blowin’ in the wind. Bob Dylan
E
sta historia inicia con la fotografía de la parte trasera de una máscara de lucha libre, mientras miramos las agujetas sueltas y el espacio vacante del Hombre infinito. No se nos estaba dado ver las manchas carmesí de los
impactos de bala sobre la tela celeste de su anverso. 56
Ésta era una más de las tantas imágenes que ilustraban las notas de los principales diarios del país, a la par de títulos sensacionalistas como «El fin del Hombre infinito», «Se acabó el Infinito» o la que guardé y enmarqué, correspondiente a El Espectador, «Un hombre menos en el infinito». Se perfiló rápidamente como el caso más sonado y comentado en oficinas, noticieros, hogares, restaurantes, centros de apuestas, gimnasios, prostíbulos y avenidas. Todos tenían algo que decir, una frase amable, un comentario irónico, una lágrima sincera. Era también el expediente soñado de cualquier abogado penalista. Ahí aparecí yo, ofreciendo mis servicios como si fuera la reencarnación de Johnnie Cochran, Helena Kennedy o cualquier otro penalista de renombre internacional, mendigando no por los honorarios sino por la exposición mediática que conllevaba el crimen. ¿Por qué negar mi participación en casos de igual envergadura o aquella ambición juvenil que me llevó a la cima? Hablando con sinceridad, a los sesenta años me encontraba en un punto donde me debatía entre la literatura y las leyes. Me despertaba todos los días partido en dos, lidiándose a golpes una mitad que era buena como abogado pero ya no amaba la profesión, y otra mitad que jamás cultivó las letras pero las añoraba como un amor adolescente. Hice un pacto conmigo mismo: si ganaba este caso seguiría sumergido en códigos, leyes, boletines judiciales, habeas corpus, barrotes y jueces malhumorados hasta que mi cuerpo terminara de marchitarse como árbol de otoño y no pudiera diferenciar, por las cataratas inevitables, si lo que estuviera frente a mí fuera mi cama o el comedor; o en broma de Germán, cuando mi oído olvidara distinguir entre una rola de los Beatles y una de los Bukis. Si perdía, dejaría todo y con mis ahorros huiría a una cabaña en el bosque para escribir cuentos.
Siempre fui fanático de los cuentos y cuando tenía veintiún años me dieron una beca de escritor en México que dejé a la semana para regresar a mi país, tras una oferta laboral en una oficina de leyes y una impostergable nostalgia de lo conocido. Quizás, ahora que no tengo familia además de Emerson, mi San Bernardo de nueve años, podría dedicarme a la literatura y olvidarme de los laberintos de los códigos, de los pasillos mugrientos de los tribunales y de las sonrisas hipócritas de mis colegas de profesión. —Véala usted, ¿cómo va a creer que ella hizo eso tan terrible, si el monstruo era ese hombre que quería robarse a nuestra hija? —me repetían sus padres al poner sobre la mesa una fotografía reciente en que Patricia, la inocente Patty, sonreía pura en la noche iluminada de Times Square, con la publicidad irónica a sus espaldas de la nueva temporada de Desperate Housewives. Quienes conocían Patricia Bates opinaban igual: nadie lograba creer que había asesinado de forma tan fría a su pareja. Bastaba verla frágil y ajena a la maldad humana, con su metro cincuenta y menos de cuarenta quilos, para renegar la noticia. Por el contrario, yo siempre he sabido que la maldad viene en frascos pequeños y Patricia Bates cumplía a cabalidad cada una de las características de una asesina en potencia, siempre a las puertas de algo sombrío: «mujer dependiente de su esposo entre 22 y 44 años», la Patty tenía 31 años, con pareja dominante a pesar que ésta última contase con una educación inferior, «elementos categóricos» según la pirámide de Rasko (Vásconez, C., 1968, p. 69). Era además, obsesiva con los detalles, casi patológicamente, hija única de padres ya mayores por quienes habría hecho cualquier lo¬cura, sin descendencia, egocentrista y poseedora de un evidente don de gente que la hacía irresistible y tierna a los demás, características que sumado a lo que señala, por su
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parte, Aguilera, A. F., Wagner, F. C., Ramírez N. M. y Gutiérrez J. F., en Construcción de perfiles criminales femeninos potencialmente explosivos: la venganza de las faldas, confirman una inminente situación de violencia llevada al extremo. «La maldad viene en frascos pequeños», volví a pensar silenciosamente. Pero tomé el caso, con mi anhelo de futuro incierto no exento de los reflectores y titulares que atraería este caso. —Señores, antes de tomar una decisión necesito saber si ella lo hizo —comenté con la mirada fija en los ancianos Bates. —¿Cómo va a creer eso? Ella es incapaz de maltratar a un insecto. —La mano de don Tiburcio mostraba el paso del tiempo, la piel manchada y plegada múltiples veces sobre sí misma. —Algunos insectos necesitan ser eliminados sin dilación, ustedes deben saberlo. —La anciana Bates casi lloraba con cada una de mis palabras. —Sí, pero ella es especial. Ella no hizo nada, es sólo la víctima de un montaje abominable. —¿Entonces fue el sujeto con siete disparos en su rostro el responsable? —Pero señor Duboso, ¿por qué dice eso? —preguntaron al unísono. —Porque necesito saber a quién voy a defender. Digamos que es para llevar mi cuenta moral. Independientemente, yo sacaré a su hija de la cárcel. —Es que ella no lo hizo, estamos seguros que no lo hizo. Era una rutina harto conocida. Después de tantas décadas ejerciendo la abogacía el resultado de la entrevista preliminar reflejaba lo mismo de siempre: defendería a una inocente envuelta en una trama siniestra. Alguna vez, recién salido de la Facultad, prometí jubilarme nomás tocase defender a un cliente que reconociera su culpabilidad. Estuve a punto de hacerlo, en un caso que ustedes seguramente recordarán: Jeff Hammer o «El carnice-
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ro de Alabama», a quien defendí durante una breve y turbulenta temporada en los Estados Unidos. En aquel caso —su segundo cargo por asesinato— mi representado ultimó a un joven de color y aunque amaneció abrazado al cuerpo frío, lleno de fotografías que él mismo tomó mientras torturaba a su víctima, juró no recordar haberle hecho daño alguno. Logré sacarlo libre mediante una maniobra legal, conformando un jurado donde todos excepto uno eran miembros del Ku Klux Klan. Aunque era obvio que Hammer había intimado con su víctima, el jurado estuvo de acuerdo en mi argumento: mi protegido había sido manipulado por el joven de color hasta el punto en que tuvo que defenderse, lamentablemente de forma violenta. Todas las personas de color son siniestras, fue mi argumento de cierre, y gané aplausos. Poco le importó al jurado que la policía encontrara en el apartamento de Hammer miles de fotografías de sus anteriores víctimas y hasta cráneos, huesos y órganos humanos, guardados en el congelador, maceteras y bañera: en este caso fue defensa propia, concluyeron. Antes que el jurado dictara sentencia, Hammer se me acercó y me compartió, en lágrimas, que «ya lo recordaba todo, que él era culpable». Me confesó y yo le increpé que guardara silencio. Después de un culebrón de dos semanas que se transmitió en cadena internacional (desde TVNoticias en Nicaragua hasta Al Jazeera en Qatar, desde CNN en Atlanta hasta la londinense BBC), Hammer fue declarado inocente, lo embarqué en un avión hacia Europa para nunca verlo más y yo regresé a mi país convertido en un controvertido penalista de primera. «El cínico del año» me bautizó un periódico que encuadré y conservo en mi despacho, orgulloso. En el caso de Patty el escenario pintaba en su contra. La evidencia mostraba que era tan culpable como oscura y abultada era mi cuenta moral. A pesar de múltiples incongruencias, lo más determinante eran los casquillos recuperados, cuyas estrías eran plenamente coincidentes con la 9mm que Patty tenía registrada a su nombre y que fue encontrada horas después entre las margaritas, lilis y girasoles del jardín.
diario podía vérsele en anuncios de toda índole, campañas de beneficencia, programas de televisión y hasta reality shows. En una ocasión cruzamos camino en un restaurante de comida china sobre la Avenida Cuauhtémoc. Me pareció amable, y aún más a la mesera que recibió una propina de cien dólares. Sus exequias fueron espectaculares, a tal magnitud que las compararon con las de Michael Jackson en Los Ángeles. Y según la estrategia acordada con los ancianos Bates, a este hombre amable y amado era a quien debía retratar como un monstruo, un chupacabras desalmado que estaba destruyendo a su hija, la inocente Patty. —Señorita Patricia, ¿cómo lo mató?— le pregunté sin aspavientos. —Señor Duboso, no tuve nada que ver. Yo lo amaba. —Las pruebas dicen que usted es la asesina. A mí me da igual. Pero necesito saber cómo lo hizo para encontrar el mejor camino a un fallo absolutorio. —Le insisto, señor, no sé qué pasó. Cenamos con mis padres, regresamos, hicimos el amor y nos dormimos temprano. Cuando desperté su cuerpo ya estaba frío. —¿Está insinuando que su novio fue asesinado por siete disparos a su rostro mientras dormía a su lado, y no se dio cuenta? —Eso mismo, señor. ¿Por qué estoy siendo procesada si yo también pude haber sido una víctima? ¿Sólo Dios sabe por qué los asesinos no me mataron? —Tiene muy buenas dotes histriónicas, señorita Patricia. La muy atroz merecía un contrato en alguna telenovela latinoamericana, hubiera convencido a cualquiera. Sin embargo, las pruebas eran fulminantes. No quedaba más que alegar la jugada sucia de todo abogado poco creativo: demencia temporal. Usar esta técnica era el equivalente de portar un rótulo al estilo «llevo cuarenta años siendo abogado y sigo tan bruto como el primer día», pero en este caso podría resultar. Si lograba demostrar una violencia continua contra Patricia, la demencia temporal podría ser mi tiro de suerte. }
narrativa: En el viento
Sus huellas también estaban en todas partes. El ADN recuperado en el arma homicida coincidía parcialmente con el de la inocente Patty. «Parcialmente» era suficiente para ponerla en la guillotina, considerando que similar a Hammer, Patty amaneció junto a su víctima. Pueden comprender que si uno amanece al lado de la víctima, y la víctima tiene en su rostro una descarga de una 9mm, no hay mucho por hacer. Patty fue juzgada por asesinato con todos sus agravantes y la Fiscalía pedía la pena de muerte. Su coartada: «no recuerdo nada». Peor. Lo único que se erigía entre ella y la luz blanca al final del laberinto de la vida era un viejo abogado confundido que de remate no le creía ni una sola palabra. El Hombre infinito era el nombre de escenario de John Court, según los organizadores del Consejo Mundial de Lucha Libre, CMLL, con domicilio en el Distrito Federal, institución rectora de los espectáculos de la mítica Arena México y posteriores sedes a lo largo de todo el territorio mexicano. En realidad, según los expedientes de Metlatónoc, Guerrero, quizás el pueblo más pobre en el interior de la República, Juan Cortés nació en 1976. A sus cinco años emigró con sus padres, no a la capital o al Norte como podríamos suponer, sino hacia Australia. Cuando cumplió dieciocho años y ya iniciado en la lucha libre, cambió su nombre a algo más acorde a su nueva vida anglosajona: John Court. En su último viaje decidió regresar a México, persuadido por una generosa oferta del CMLL y adoptó seudónimo del Hombre infinito, con una máscara fabricada en terlenka y tela metálica sport, color azul mar, cubriéndole todo el cráneo con detalles simétricos evocando el signo del infinito (∞). La misma fue fabricada por el propio Ranulfo López, creador de la careta que Huracán Ramírez hiciera famosa entre los años sesenta y ochenta, y a quien el Hombre infinito deseaba rendirle homenaje evocando el diseño de la tela que protegía su rostro e impregnaba a su personaje de misterio. El Hombre infinito tuvo éxito. Se convirtió rápidamente en un mimado de los fanáticos y en una máquina de ventas. A
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Hablando con sinceridad, a los sesenta años me encontraba en un punto donde me debatía entre la literatura y las leyes. Me despertaba todos los días partido en dos, lidiándose a golpes una mitad que era buena como abogado pero ya no amaba la profesión, y otra mitad que jamás cultivó las letras pero las añoraba como un amor adolescente.
Perdí mi tiempo. Como si estuviera en una de mis peores pesadillas, todos describieron a Patricia y John Court como la pareja perfecta, especialmente a Court como el enamorado soñado, «un príncipe azul que haría cualquier cosa por la felicidad de su damisela». Me jodí. Mientras la investigación avanzaba, los abuelos Bates me presionaban. Patricia no cooperaba e insistía en no haberlo hecho ni recordar qué pasó. La noche anterior al crimen asistieron juntos a una cena con sus padres en un restaurante propiedad del chef nicaragüense Nelson Porta. Comieron un corte argentino, vino y platicaron sobre el futuro en Estados Unidos. John Court había recibido una oferta para pelear en la World Wrestling Entertainment, Inc. (WWE), la organización de espectáculos de lucha libre más grande del mundo. John y Patty estaban considerando mudarse a alguna ciudad del noreste estadounidense para buscar fortuna antes que la edad alcanzara al Hombre infinito, o Infinite man como pasaría a llamarse. Tenían suficiente dinero ahorrado y efectivamente, mostraban estabilidad. «No se han casado únicamente porque Patty no ha logrado convencer a John que no puede casarse por la iglesia con su máscara», resonaron en mi memoria aquellas palabras de la mejor amiga de Patty. Busqué la lista de reservaciones y entrevisté a las treinta y cinco personas que estuvieron mientras los Bates cenaban. Entrevisté al anfitrión del restauran-
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te, a sus meseros, al personal de limpieza, entrevisté al propio chef (un gordo japonés que no manejaba ni una palabra de español), a sus asistentes. Absolutamente nadie recordaba nada anormal. «Falta un mesero que pidió el día libre», recordó el anfitrión. «Bingo, he ahí mi salvador», pensé, saltando en mis interiores con la alegría de un niño después del primer beso. Mi entusiasmo duró poco: lo único anormal que el mesero recordaba era que los Bates abrieron una botella de The Domaine de la Romanée Conti La Tâche Grand Cru, que ellos mismos habían traído, «para brindar por una vida de éxito en Norteamérica». Regresé derrotado a casa, alimenté a Emerson y encendí la televisión. Presentaban un especial sobre el velorio del Hombre infinito. Las imágenes mostraban su vela en el Palacio de Bellas Artes, evocando la conmoción nacional a la muerte de Frida Kahlo. Recordar que fue enterrado con su máscara, al estilo de otro gigante de la lucha libre mexicana, Blue Demon, me entristeció. A estas alturas yo no estaba claro qué había pasado y podía afirmar no tener absolutamente nada a mi favor. Algo en mis entrañas se estaba vaciando, por lo que me emborraché de whiskey hasta quedar dormido. El día del juicio llegó. La Fiscalía insistió en las pruebas dactilares, en la coincidencia «parcial pero tajante» del ADN, en el perfil de la sanguinaria Patricia Bates, en el arma homicida encontrada. La fiscal hizo muy bien su trabajo, jugando
La audiencia para fijar sentencia sería el mismo día. No tenía duda que la jueza actuaba presionada por el furor mediático del juicio. En cualquier otra circunstancia se hubiera revisado la evidencia con mayor detenimiento, instruyendo a todos los miembros del jurado a prestar atención a los argumentos forenses de la defensa. Aún en caso de perder, cualquier otro juez hubiera permitido un par de semanas para dictar sentencia. En este caso, la jueza había organizado uno de los procesos más rápidos en la historia del derecho penal. Los ancianos Bates lloraron desconsolados, mientras repetían «¿qué ha pasado? ¿Qué hemos hecho?». Algunos asistentes les contestaban que habían parido a una asesina. Esa misma tarde, a las dieciocho horas, la jueza fue fulminante: «Patricia Bates, le condeno a la cámara de gas». Los ancianos Bates se desmoronaron y tuvieron que ser llevados de emergencia a un hospital. Soy un canalla, lo sé, pero aquel cuadro no dejó de afectarme en todos mis costados. Las semanas que sucedieron al día del juicio fueron terribles. No estaba preparado para perder. No quería saber nada de leyes ni literatura. No tenía ni puta idea qué había pasado. No sabía qué sería de mí lo que me quedara de vida. Había perdido la fe en mí mismo. Para dibujar claramente cómo me encontraba, basta confesar que Emerson me cuidaba. Me pasaba el día entero tirado en la cama repasando mentalmente los detalles del juicio, y Emerson iba y venía trayéndome cervezas de la refrigeradora u ofreciéndome, caritativamente, su plato de comida con Pedigree. Mi buen perro y yo hecho un asco. Los biógrafos de Thomas Alva Edison señalan que cuando éste ideó mentalmente por primera vez el esquema del bombillo eléctrico fue como una súbita explosión en su cerebro que le permitió viajar en el tiempo y conocer los misterios de lo desconocido. Tirado yo en la sala de mi casa en un estado
narrativa: En el viento
seguro a la emotividad del recordado John Court. Procuré rebatir en la ausencia de un móvil convincente por el cual la inocente Patty tendría que asesinar a su querida pareja, en los resultados negativos de la prueba de pólvora y en el hallazgo que —supuse— me salvaría el caso sin recurrir a la demencia temporal: un examen milimétrico de sangre. La lucidez que uno puede lograr después de amanecer abrazado a una botella de whiskey puede impresionar al más respetado de los científicos. Existen miles de sustancias que pasan desapercibidas en los rutinarios exámenes de sangre hechos por la unidad criminalística, y tenía la certeza que se encontraría algo. Habían pasado varios días pero aún así se localizaron restos de un tranquilizante, «en una dosis suficiente para dormir a una ballena». No exactamente a una ballena, pero eso fue lo que dije al jurado. «¿Cómo podía la inocente Patty asesinar a su novio si estaba más dormida que una piedra en el fondo del mar? No hay registro médico que mi defendida fuera sonámbula o sufriera de algún desorden vinculado al sueño. Si Patricia Bates no escuchó las detonaciones fue simplemente porque el asesino la sedó». El jurado no reaccionó a mis alegatos. Mi argumento de cierre fue rescatar todas las frases emotivas que no usaba desde segundo año de universidad. «Inocente es quien no necesita explicarse», de Camus. «La fuerza más fuerte de todas es un corazón inocente», de Víctor Hugo. «La inocencia no tiene nada que temer», de Racine. «La justicia es la verdad en acción», de Disraeli. «La justicia debe imperar de tal modo que nadie deba esperar del favor ni temer de la arbitrariedad», de alguien que no recordé el nombre pero atribuí a la Biblia. La Biblia nunca podía estar de más en casos como éste. Disparé todas mis municiones, y perdí el caso. Me volví a joder.
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entre la vigilia y la somnolencia alcohólica tuve mi propia explosión súbita. «¡Maldita sea!». Me vestí lo más rápido que pude y manejé como condenado hacia la Milla Verde de la Penitenciaría Federal. Todo cuadraba. Pedí entrevistarme con ella y aunque ella no quería verme, por ley seguía siendo su defensor y tutor legal. —¿Por qué lo hiciste, Patty? —¿A qué se refiere, señor Duboso? —Basta de mentiras. Todo fue una farsa. En un inicio no sabías nada, pero después conociste al asesino. O debo decir, a los asesinos. Tenías razón en no recordar nada, pero en lo que tú fuiste una digna estrella de telenovela, tus padres fallaron. —No sé de qué me habla, señor. —Dame la verdad, perra. —La verdad está en el viento, señor Duboso. —Me resultaban curiosas las frases escogidas por tus padres. «¿Qué ha pasado? ¿Qué hemos hecho?». Ellos no se llevaban bien con Court. Lo odiaban porque se llevaría a su única hija a otro país. Sin amigos, sin familia, no podrían soportar la soledad en su ancianidad. La botella The Domaine de la Romanée Conti La Tâche Grand Cru tenía el sedante. Tú no lo sabías en ese momento, lo descifraste al día siguiente. Tus padres sabían que John no podía consumir alcohol porque estaba a punto de firmar contrato y eso conllevaba un examen médico. Se cuidaba a más no poder. Pero no había duda que tú beberías, Belladurmiente. Lo hiciste, y al despertar, «su cuerpo ya estaba frío». Enfrentaste a tus padres, quienes se rompieron y te contaron lo que pasó. Tomaste el arma y la escondiste en tu patio. Eso explica tus huellas dactilares cubriendo el resultado parcial del ADN, pues corresponde al de tu padre. De todos modos, asumiste la culpa porque sabías que tus padres morirían en prisión.
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—Señor Duboso, la verdad está en el viento. La muy atroz era inocente. Las palabras del viejo Bates me resonaban a cada instante: «Ella no hizo nada, es sólo la víctima de un montaje abominable», «es que ella no lo hizo, estamos se-guros que no lo hizo». ¿Cómo no iban a estar seguros si eran ellos los culpables? Ya Aristóteles en La familia ideaba la pirámide escalonada del amor: el amor a los hijos propios, el amor a los padres, el amor a la pareja, el amor a los amigos, los amores pasajeros. Patty amaba a John Court pero tomó la culpa por amor a sus padres. Por qué carajo alguien tomaría esa decisión seguía siendo para mí un misterio. Sin embargo, no fui el mismo después del caso. Mi última intervención legal fue pedir una revisión de sentencia, suficiente para retrasar la ejecución. Cumplí mi promesa y abandoné las leyes, que desencadenó otro show mediático señalando mi desastrosa derrota como la responsable de mi retiro. «Se va el cínico». También guardé ese periódico y lo enmarqué. Ya sabía la verdad, y conocerla me dio vida, por muy siniestra que resultó la revelación. Me refugié en una cabaña a la costa de una laguna y empecé a escribir mi primer cuento desde la beca en México. Me acompañaba una canción de Bob Dylan sonando en la radio. Tenía la historia en mi cabeza y sólo había que pasarla en limpio: «Esta historia inicia con la fotografía de la parte trasera de una máscara de lucha libre…».
Incluido en Las flores olvidadas (México: FONCA/AECID, 2009) y en Cerrado por reparación: Caja de textos iberoamericanos (México: Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica en México, 2009)
www.juarezpolanco.com
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La manada (FRAGMENTO)
Luis Báez
Marzo de 1980 Veredas entre Susucayán y Palacagüina
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Dormir? Nada, o muy poco. No sé por qué. Supongo que la noche me provoca algo de desconfianza y en el día no faltan los asuntos por atender, el tiempo se vuelve agua y se escurre entre los dedos, entonces, cuando uno ve, ya está otra vez rodeado de noche, con los ojos pelados como un par de platos que no dejan de tragar negrura en la que se intuyen ruidos y contornos, pero sin voluntad de dormir.
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Realmente son contadas las ocasiones en que cedo ante esa droga fútil y ociosa que es el sueño; cuando mucho, tomo siestas breves entre las 7 y las 10 de la noche, pero por las madrugadas estoy muy despierto y con buenas energías; en fin, soy de los que piensan que dormir es una pérdida de tiempo y un privilegio que la humanidad a estas alturas ya no se puede dar, y mucho menos en estas condiciones, en el medio del monte, en el norte, a varios kilómetros de nuestro campamento, en un lugar que ni siquiera sabemos cómo se llama. También por eso yo no dormía, y por eso, precisamente, es que lo vi desde el primer momento, cuando salió arrastrándose de la nada, lo cual es totalmente improbable, entonces digamos que salió de la oscuridad, pero de pronto, sin señal previa, mientras todos dormíamos, como dije, todos menos yo. Al descubrir su presencia me arrastré sigilosamente desde donde estaba acostado y ya para cuando él descubrió la mía, sin aviso previo, me le abalancé y lo encañoné. Ahora me sorprende no haberle roto algo. Ahora me sorprende que haya llegado hasta nosotros. Vagaría por el monte, probablemente las brasas de la fogata lo habían atraído. Me sorprenden sus palabras, o balbuceos, poco menos que sus gestos. Esas articulaciones extrañas que acababan de retumbar en la noche hendida, como acentuando la hendidura, como fluyendo con un peso insoportable por esta quebrada repleta de oscuridad y uno que otro quiebraplata, palabras que espantaron a todos los mosquitos que volaban sobre mi cabeza. Montado sobre su cuerpo advertí su flacidez, su carne casi muerta, desenganchada del músculo y del hueso. Su impotencia y de pronto su rigidez y calor. Lo solté sin quitarle el cañón de la sien. Había escuchado hablar de los MILPAS, pero el viejo no venía armado. Quedó buen rato con la barbilla hundida en el barro, de costado. Solo recuerdo la oscuridad. Las estrellas que de repente ronronearon como una exhalación, como un bombeo de sangre y músculos. Es que eso es lo que parecía el viejo. Un entretejido de músculos, fibras, venas azules y seguramente
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secas por las que circulaba ceniza, toda esa maraña cubierta por un manto de pellejos muertos. Arterias y corazón bombeando cenizas a sus ojos grises. Dos globos de carne en sus ataudes de párpados y guirnaldas de lagrimales que se alzaron al cielo rutilante, dos ojos de ciego por los que fluctuaba un enjambre de incendios plateados. De pronto ya estaba sentado, hablando palabras ininteligibles. Hace dos horas se nos acabó la última ración de comida. Temprano en la tarde habíamos pasado Susucayán y el caserío de Quilalalí había quedado atrás desde en la mañana. El viaje nos tenía exhaustos, entonces decidimos acampar en esta zona, pues lucía segura. Como dije, no tenemos comida pero tenemos un poco de agua, encendedores, pipas, linternas, sacos de dormir, un galón de cususa, un botellón de limonada, una bolsa de marihuana y kerossene; la mitad de nosotros va armado. Yo, por mi parte, soy ex-combatiente revolucionario del frente sur y estudiante universitario ahora vuelto brigadista de la alfabetización; mi padre derramó su sangre junto a los guerrilleros del Chaparral, cuando yo tenía nueve meses de nacido. Mi padre estuvo en aquella gesta desde el principio, junto a los 55 revolucionarios que entraron al campo de entrenamiento de la finca Las Lomas, en Danlí, para salir guerrilleros; dicen que era amigo del Comandante Somarriba. Le sobreviven unas cuantas páginas de su diario, dos cartas a mi madre, una a mí, una cadena de plata y un reloj de pulsera. En una de esas páginas cuenta mi padre que a finales de junio, quizá el 20 (las memorias no están fechadas), en los primeros días de la movilización a la frontera nicaragüense, se sumó a su columna un estudiante, como él, que había decidido desprenderse del grupo de apoyo que permanecía en Tegucigalpa y alcanzarlos en su marcha hacia la frontera con Nicaragua. Era un muchacho débil, al que le costaba respirar y más aún resistir las caminatas; yo pienso que desde el momento en que llegó tenía una bala alojada en el pecho, registra la enmarañada caligrafía de mi padre;
quince minutos, pero cuando el hielo incadescente de esos ojos se clavó en los míos por un instante, cruzando el espacio de la cabina para adherirse al vidrio sucio del retrovisor, no tuve duda de quién se trataba; ese ardor de hielo me acompaña, aún hoy, como un escapulario. Pensé que tal designio no era ajeno al destino, pensé que era acompañado por el mismísimo comandante, como mi padre, y estuve seguro que, igual que él, estaba a punto de morir. También pensé que esos ojos los había visto antes, eso era de lo que estaba más seguro. Disculpen que me disperse tanto, que mi historia sea tan incongruente, es posible que aún me domine la impresión dejada por el viejo y por su manada. Cuando tenía más o menos diez o nueve años, poco tiempo después de la muerte de mi abuelo, supongo que la primera de muchas lecciones de muerte que recibiría en mi adolescencia, empecé a soñar. Yo nunca antes había soñado, aunque dicen que esto es imposible, que lo más verosímil es que uno no recuerde sus sueños al despertar, pero no soñar, imposible. En fin, empecé a recordar un sueño que las primeras veces me parecía una memoría, una que aparecía temprano en la mañana y que ante el asombro de nunca haber vivido las imágenes reconstruidas y con el transcurrir del día iba atenuándose, hasta desaparecer por completo a la hora de almuerzo. Con el paso de los meses, o quizá de los años, fui comprendiendo que se trataba de un sueño, hasta que logré reconstruirlo por completo; fue entonces que a mis sueños regresó una ceguera total. Para los años en que el sueño empezó a manifestarse yo me inventaba el cuento de que mi padre había sobrevivido a la masacre del Chaparral, especialmente cuando supe que el propio comandante Somarriba había salido, junto a un grupo de sobrevientes, hacia Cuba luego de intensas torturas en Tegucigalpa. En mi sueño mi padre navegaba a bordo de una pequeña panga cerca del Golfo de Fonseca. Aunque una oscuridad inescrutable lo envolvía todo yo sabía, no sé por qué, que la panga se encontraba cerca del Golfo de Fonseca.
narrativa: La manada
Somarriba advirtió al muchacho acerca del entrenamiento de tres meses que el resto de los guerrilleros había recibido y de las largas caminatas, además notó que lucía demasiado flaco y cansado para resistir los días de marcha y lucha que venían y que sus gruesos anteojos delataban las limitaciones de su visión, imprescibdible para cualquier combate, especialmente nocturno, pero que en cualquier caso no quería dejarlo tirado en la montaña. El muchacho se negó rotundamente a regresar, entonces se le proporcionó un fusil y dos mochilas. Uno o dos días después el muchacho presentaba enormes dificultades para aguantar el peso del fusil, fue entonces cuando, de mala gana, el comandante Somarriba le asignó una carabina y lo hizo trasladar a la columna de vanguardia en la que iba mi padre. Luego apareció un campesino que había colaborado con Sandino, y que prometía movilizar a treinta hombres en los próximos tres días para que ayudaran a cargar las armas y municipnes que el mísimisimo Che había suministrado y que el contingente movía, a pie, en la peores condiciones y ya con indecibles dificultades desde Danlí. Una de esas noches de espera, la segunda probablemente, mi padre fue enviado en una columna que tenía por misión explorar el territorio sur del Chaparral, es decir, el territorio nicaragüense por donde habrían de entrar las tres columnas guerrilleras. Al regresar aseguraba que un jeep de la guardia cruzaba un puente, de ida y vuelta reiteradamente, no hay nada de qué preocuparse, escribió mi padre, lo conduce un esqueleto. Luego de esto no escribió más. En una ocasión, en el 76, cuando yo recién cumplía un año de actividad clandestina, me tocó, en Managua, mover al Comandante en Jefe, al propio Carlos Fonseca Amador. No pude menos que revivir la líneas de mi padre y quedar perplejo. La operación, que consistía en recoger a esta persona de primera importancia (nunca se nos reveló abiertamente la identidad del pasajero) en Las Brisas y moverla a una casa de seguridad donde se llevaría a cabo una reunión no nos tomó más de
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A mi padre lo veía como un gigante ensombrecido, como a un sauce que cubría con sus ramas toda la panga. Del interior salía humo. Cuando lograba escrutar el rostro del resto de pasajeros descubría al Che y a Somarriba ya viejos, escoriados, cubiertos de cicatrices y la sombra de mi padre les bañaba el rostro. Ellos fumanban o tomaban mate mientras velaban un cadáver que tenía los ojos abiertos. Somarriba se agachaba de vez en cuando para besarle una herida profunda y abierta que le oscurecía el pecho. El Che tomaba su mate sin hablar, apenas jalaba del hombro a Somarriba cuando éste se quedaba mucho tiempo besando la herida del cadáver. La panga avanzaba pero la tierra en vez de acercarse se alejaba. Cuando vi los ojos de Carlos Fonseca, aquella madrugada del 76, poco antes de su muerte, comprendí que eran los ojos del cadáver que iba en la panga, que eran el mar en el que navegaba y el sol que, ya al final del sueño, no acababa de salir. Entonces la oscuridad de mi sueño inundó todo el vehículo. También soy poeta. Nací en el 58. Lo que trato de decir con todos estos antecedentes de mi historia es que los ojos grises de aquel viejo que me escrutaba sentado y desnudo, que recorría con una especie de soplo cada contorno de mi cara, de mis labios cerrados que no se atrevían, no sé por qué, a despertar al resto de brigadistas que dormían envueltos en frazadas entre los matorrales, que esos ojos eran los mismos ojos del Comandante Fonseca. ¿Metempsicosis? Cosas más raras se han visto en este mundo loco. El fantasma del comandante que regresaba en el mero esplendor de la revolución, en medio de la victoria abrupta que ni él hubiese imaginado, buscando nuestros rostros con sus ojos de fantasma miope, quizá para regañarnos, para reprendernos por haber guardado nuestras cotonas grises de brigadistas de la alfabetización bajo los catres en los que dormíamos, por haber aceptado las raciones de comida ofrecidas para el viaje por los campesinos que a cada uno de nosotros albergaba, que al haber quebrantado las orientaciones y órdenes de nuestros superiores y al haber dejado la comunidad para irnos de farra y ver un poquito de calles, de gente, estábamos traicionando altamente nuestro compromiso revolucionario. Puse de lado estas hipótesis paranormales
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y decidí reaccionar ante la situación que parecía más urgente y despertar al resto del grupo y alertarlos sobre la presencia del viejo. No hubo necesidad; varios aullidos que se acercaban a toda velocidad los pusieron en alerta. Los MILPAS, susurró uno, nos jodieron. Yo me levanté y solté dos tiros al aire. Los aullidos cesaron junto a los escupitajos de fuego naranja que iluminaron la escena por fracciones de segundos. Cuando se reanudaron comprendí que nos tenían rodeados. Observé al viejo que no se movía. Observé a mis compañeros que se movían torpemente, a gatas, demasiado cerca de las brasas. Yo me quedé de pie y los vi aparecer alrededor de nosotros. Nos triplicaban en número. Venían desnudos, hombres, mujeres y niños, comandados por dos ancianos. Unos se arrastraban, otros avanzaban a brincos. Todos con el pelo largo y las barbas crecidas. Tres se adelantaron y me miraron a los ojos. Yo bajé el arma, no sé por qué jodidos bajé el arma. Sus rostros eran brutales, sanguinarios, se reían como calaveras, cómo explicarlo, como mi propia calavera. Eso era, su esqueleto brillando a través de sus labios. Sentí ganas de correr. Me sentí en un trance, lo pensé igual al de la presa a punto de ser destrozada por un tigre o un chita. Entonces me dejaron y se empezaron a reunir en torno al viejo que había aparecido primero. Parecían inspeccionarlo, algunos lo olfateaban y otros lo lamían. Uno lo cargó, sin mucha dificultad en su espalda y de pronto desaparecieron. Todos estábamos atónitos. Uno de mis amigos le disparó a uno mientras huían, era un hombre de entre 30 o 35 años. Estamos seguros de que no fue una alucinación pues acabamos de enterrar el cadáver; en ese caso yo seguiría alucinando, pues todavía tengo mis manos manchadas de sangre o de lodo. Quizá ni eso, quizá simplemente enterramos un tallo de chagüite y todos nos estamos tomando el pelo. No tenemos explicaciones. Creo que está a punto de amanecer. De hecho ya diviso un par de nubes rosadas y amarillas entre las ramas. Todos estan empeñados en seguir hasta Palacagüina; están seguros que llegando a la Panamericana nos darán ride a Chinandega y que en un par de días regresaremos a nuestros puestos. Yo no estoy tan seguro de eso; preferiría regresar a nuestro campamento y dar explicaciones cuanto antes. }
Julio1:9 Varias punzadas (que le batían el plexo como lombrices nerviosas y que cuando se sentó en el sofá luego de insertar el DVD en el reproductor y de encender el televisor, se convirtieron en un vacío ancho y tibio un poco más a la derecha) lo hicieron sentir profundamente desdichado.
El DVD empezó a correr. En la pantalla de menú seleccionó los comentarios en inglés. Adelantó las imágenes del Orange Bowl, del público, de los ricos y famosos que entraban con sus puros caros y con sus trajes elegantes y con mujeres bellísimas del brazo, de los comentaristas hablando sobre la pelea, sobre las posibilidades, de entrada inimaginables, de un combate entre tan grandes boxeadores; uno, un peleador sublíme que dilataba la belleza del deporte hasta lo desmesurado, una máquina exquisíta y letal; el otro, un tornado de inminente aniquilación, decían a toda velocidad y sin volumen. Ellos dos saliendo por el pasillo y subiendo al ring. Presionó play siete segundos antes que la campana sonara y dejó correr el primer round. Poco antes que el round acabara adelantó la pelea hasta el trece y lo dejó correr; cuando empezó el catorce se tomó de un trago lo que le quedaba de Gran Reserva en el vaso y, mientras se acomodaba los anteojos de marco rectangular sobre la nariz, inclinó su cuerpo un poco hacia adelante, como para ver mejor. Una, dos izquierdas. Solamente está midiendo. Todavía podría ser cualquiera de los dos, Él trataba de mantener la calma pues presión o disgustos era lo que, en ese momento, menos necesitaba. Su mente y su mirada, que vagabundeaba por los pliegos de Plycem del cielo raso, regresaron a la figura de los dos pe-
leadores en la pantalla: uno, dos, tres... La defensa del tricampeón sucumbía mientras Pryor inauguraba su obra maestra. De su mente desapareció, por un segundo, el brillo rectangular de la pantalla y fue sustituido por un círculo profundo, un brillo que se movía al fondo. Brillo y reflejo de oscuridad. Un anillo, pensaba Alexis, no un ring. Bueno, sí, allá en Miami sí. A ring. A bowl... the Orange Bowl. Nicaragua is kind of orange. Are you ok? I love your father!, recordó y se dijo: sí que soy un caballero. Yo amo a mi padre. The most valuable thing you have, Mancini. Cuatro, cinco, seis... siete, pasó por arriba. Lo único valioso que tengo, pensó ante la gran pantalla de cristal líquido... soy lo único valioso que él tiene tambien. Destrozada, como una lluvia de adoquines. No hay defensa. Ya no puede ser cualquiera de los dos. Es bueno, de verdad que es un hombre, se decía Alexis en la sala iluminada por la luz oscilante del televisor. Not like that kid Mancini, me dijo aquella vez. Este caballero sí sabía lo que decía. Aunque, la verdad es que yo tambien vine de la calle. Eso sí no me gustó eso que me lo dijera, que él nació en la calle, sin zapatos. Same thing happened to me. Pero si yo tenía zapatos era por mi padre, por Cebollón. Él los hacía. Pero claro, nunca los mejores, lo más barato para la familia. En la pantalla, Pryor lo mandaba hacia las cuerdas y Alexis bajaba la mirada, tal vez porque se quería ver destrozado, como hace mucho no lo hacía, o quizá recordó los zapatos.
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Algo así como que el sexto golpe de los veintitantos fue lo que lo hizo retroceder hasta las cuerdas. Su zapatos, y él los vio, trastabillaron torpemente desde el centro hasta el borde del cuadrilátero, como dos palomas heridas a las que uno ya tiene rodeadas y está a punto de cazar. Nunca los mejores para la familia. Yo no soy así. Lo mejor, siempre, para mis hijos, para todos en realidad. Era diferente; mi papa nunca tuvo la misma suerte. Tendría yo ¿qué? ¿seis años? Yo lo miraba entre lágrimas. No comprendía, entonces él era tan fuerte. No se rindió. Claro, después comprendí que era el Cebollón que todos conocimos. Pero en ese momento me quedó la impresión. Cuando rebotó sobre las cuerdas, los ojos se le cerraron por un segundo que comprendía una gran área blanca, o lechosa, un segundo que no era tiempo ni espacio, un segundo que era nada, y por tanto,era eterno. La última imágen era la de aquel negro, de piedra, una verdadera ave de caza destrozándolo sin piedad. Por reflejo, levantó inútilmente la defensa. Ya ni los contaba...¿Diescisiete, quince, veinte? Se imaginó lo que su padre pudo haber visto desde aquel pozo. No sabía por qué. No pensaba en otra cosa. Nada, negrura líquida revolviéndose en la oscuridad. Pero él no sabía esto, o no podía estar seguro. Tal vez solamente pensaba en el círculo de luz, de tarde lechosa que solo podría ver desde dentro. Tal vez él era un optimista. Claro, saltar a las tinieblas para alcanzar la luz. Pero sin la luz las tinieblas no existirían, o lo serían todo, entonces no existirían. Una interesante relación, justo ahí. Alto ¿Estoy muriendo? Pryor lo destruía, Alexis hace rato había perdido la conciencia. No, pero no moría. No hay mejor lugar para morir. A ver, ¿cuál hubiese sido su última visión? Un tunel muy oscuro con una luz al final, y su cuerpo muriendo entre algo líquido. Agua, lodo, mierda. ¿No es eso la muerte? Momento... Echó una larga y oscura mirada a la habitación. No miraba
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la habitación. Miraba su vida, en un segundo, todos los hechos superpuestos y alternandose. Ya al final, la campaña, los del partido, la gente de los barrios. Campeón, lo llamaban otra vez. Él realmente le quería regresar algo a esa gente, los recibía todos los días en su oficina. Esta es mi última gloria. Lo tenía en el cuarto round, pero necesitaba aprender esa lección... Y ese túnel negro, húmedo y lleno de mierda en el que se reconocía no lo tomaba por sorpresa. Simplemente recordó que la macana y las palas con las que lo había cavado las había dejado colgadas en HODERA, y recordó la zanja. ¿Divertido, no? Esta zanja fue donada por el campeón Alexis Arguello. Sobre la caja del DVD se desmoronaba el último cerrito de coca. Levantó la caja y se la puso sobre las rodillas. 23 golpes y Alexis estaba en el suelo. Clase pelea, pensó. Presionó el botón de menú, y puso los comentarios en español. La campana volvía a anunciar el primer round. Con el filo de su cédula arrastró el cerrito de coca y aró tres surcos blancos, el título del DVD quedó descubierto: Arguello vs. Pryor. 1982, The Orange Bowl, Miami. Sí, mi padre quiso morir ahí, en un bowl, en un ring... en un pozo, pues. No, él no hablaba inglés. Realmente quería morir. Realmente no sabía si había agua o no al fondo del pozo. Probablemente solo había escuchado que la gente así se mataba. Todos oímos el agua revolverse de repente. No me pareció increible. En realidad el hombre se sentía solo. Agobiado de tantas responsabilidades. Digo, ocho hijos en esa situación, no es cualquiera. Tenía derecho a echarse sus tragos con sus amigos. Ocho hijos. Alexis levantó su mano izquierda y la puso ante su rostro. Vio la cicatriz. Vio a sus siete hermanos sentados a la mesa. Vio su propia mano izquierda tratando de alcanzar un segundo trocito de carne e inmediatamente el brillo plateado del tenedor de su hermano que se ensartaba en su mano y la traspasaba.
aún brillaba la luz inmaculada de un campeón, de un artista puro. Y gracias a esa luz Alexis no solo intuía a las cucarachas y los gusanos batiéndose entre el lodo y la mierda, sino que los miraba. Miraba como se arrastraban y lo rodeaban. Los miraba cubriendo las paredes y desmoronándose desde ellas. Los miraba lamiendo a sus hijos, a su gente, a su país. Los miraba por todos lados y ya la taquicardia era insoportable. Caminó un rato por la casa, sin rumbo. Bajó a la cocina y se sirvió un vaso con agua. Desde la ventana se podía ver una franja larga de cielo, una que parecía emerger de las enredaderas y de las espinas que cubrían el muro. Una larga franja de cielo morado, atravesada por un par de cables de electricidad y por unas pocas nubes breves y horizontales. Vio su rostro formarse en el círculo de agua cristalina que se movía dentro del vaso donde también vio varios destellos que lo rodeaban y que eran como diminutos reflectores y flashes de cámaras. Cuando agarró el vaso y se destrozó el reflejo, mientras el agua le bajaba por la garganta y le caía pesada y fría en el estómago vació, Alexis fue inundado por una paz larga, blanca y lechosa. No era una luz, si no algo que penetraba más que una luz. Era una paz momentánea y necesariamente pasajera. Soy un campeón, se dijo, a pesar de Pryor, sigo siendo un campeón, a pesar de cualquier cosa, yo soy un campeón y eso nadie me lo quita. Una paz infinita, pero necesariamente pasajera, que estuvo ahí por un par de horas, hasta que la madrugada empezó a desvanecerse para ceder ante una luz débil y tierna que más tarde sería luz fuerte y unánime en un día caluroso, quizá con una lluvia momentánea que rápidamente se evaporaría desde las calles de Managua; fue una paz que por un rato le quitó la taquicardia, hasta que un balazo le quitó esa paz y todo fue, ahora sí, blanco y luminoso. }
narrativa: Julio 1:9
Claro, por eso soy boxeador. Necesitaba ayudar con algo. Es lo más justo, yo soy un hombre. ¿Quería ser boxeador a los catorce? Tenía que, no había otra cosa que yo pudiera hacer para ayudarlos. Y cuando llamamos a los bomberos y seguía vivo. Puta, eso es derterminación. Ellos le tiran una silla amarrada a una cuerda, claro para sacarlo del pozo al que se acaba de tirar. Y lo pensó. Duró buen rato en decir “listo, trépenme”. Digo, estaba decididísimo. Soltó la cuerda de la silla, el nudo pudo darle problemas, por eso tardó, la verdad no creo que tuviese que pensarlo mucho. Pero bueno, fue genial, ¿no? Al hombre le tiran una soga con una silla, y el suelta el nudo solamente para volverlo a hacer alrededor de su cuello. “Bueno, trépenme”, gritó desde el fondo. Entonces, Alexís solo tenía seis años y esperaba ver a su padre emergiendo del pozo, tranquilamente sentado a la silla, como un rey de las cloacas. Un gran alivio luego de semejante horror. Pero no, su padre se había echado la cuerda al cuello y emergía empapado y como convulsionando, con la lengua de fuera y la cara morada. Pero aún vivía. No porque el lo hubiese decidido, pensó el campeón. El era un hombre con determinación. ¿A mi alguien me ayudaría si sobrevivo? Aaron Pryor destrozaba a Alexis una vez más en la pantalla de cristal líquido. La figura de Alexis, recortada por la pantalla, se levantó de repente y presionó una mano contra el pecho. Con la otra apagó el televisor. Una brutal taquicardia lo asaltó de pronto, algo relacionado a su problema cardíaco, a la reciente recaída, mucho bacanal y muchos vergazos no van bien. Pero no. Sentía en su corazón algo como un pozo oscuro que latía desbordante de oscuridad e infestado por toda clase de alimañas. Un pozo que había sido llenado con mierda y lodo. Pero en un pozo común y corriente, sin luz, a lo sumo, uno puede oler esto o sentir el roce de aquello, pero no, en ese pozo
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La Princesa de Hule
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uando Kenia se levantó por la mañana recordó la petición de él, y dejando a un lado el don, lo llamó únicamente por su nombre. Giró sobre la cama previamente y a su adolescente cara trasnochada
antepuso una sonrisa de sirena: “Buenos días, Tom”, dijo Kenia,
apartando la pava de su ceño.
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En la espaciosa y restaurada habitación, de alto techo, teja y caña de castilla, el silencio hace sentir que después de ellos el resto de la casona está deshabitada. Llegaron aquí a altas horas de la noche pero si alguien los vio, es posible que ya no lo recuerde. Todo empezó temprano, ayer por la tarde, en una esquina sobre la Calle Cuiscoma, a tres cuadras del mercado, cuando ella —con medio vaso de pega adentro— dejó a su clica varada sobre la Loma del Mico y caminó tierra adentro, directo hacia el pecado. Había ya Kenia despertado en casa ajena, por tanto, sabía maniobrarse. Entonces aún sobre la cama, miró el ancla en el brazo de Tom, y con poca timidez, —quizás por curiosidad de púber— una y otra vez tocó con su pulgar el tatuaje del marine. “¿Querer pancakes with bacon para un desayuno?”, fue la pregunta que hizo el viejo Tom en un malmatado español híbrido, marcando así el inicio de una desventajosa relación de poder, que un año más tarde lo llevaría hasta la cárcel. Tom, originario del insignificante Fort Laramie, en el estado gringo de Wyoming, es un espécimen de hombre solitario, ahora retirado del ejército y habitante de Granada desde hace un par de años. De la puerta a la calle, odia a Bush por precaución, pero de corazón sabe que es republicano. Y cuántas veces, ya con varios Jack Daniel’s adentro, Tom abiertamente ha confesado a otros paisanos la gran hazaña de su tatarabuelo: histórica hazaña aquella, en la que el coronel George Custer, con tan
sólo cien hombres, protagonizó la matanza de Little Big Horn, dejando asentado el camino al Destino Manifiesto. Por su parte, Kenia también tiene sus hazañas: nació en la comarca Tepalón en Malacatoya, y en febrero pasado al fin llegó a los quince. Cuarta de una procreación de cinco hermanos; también emigró a Granada hace dos años, después que el un copioso invierno les dejara sin vivienda. En principio es una refugiada por desastre, pero vaya desastre que hay adentro: incesto del padre con la tercera de once, estupro de la mayor con el vecino polígamo, y no es para menos conocer las estadísticas: Malacatoya, una sociedad rural parida de violación, rapto, incesto, estupro y el machete en mano del macho que somete. La madre de Kenia, doña Teófila, aquel Sábado de Gloria, en su infrahumano caserío sultaneco alegremente recibió la visita de su hija, y de la mano de su viejo marine, avaló la relación. Felices los tres fueron, cada uno en su órbita, pues Kenia reconoció en Tom la senectud, la soledad y el pequeño bajo mundo que aún él le permitía. Por su parte, doña Teófila, contenta con la dote de su hija, dejó pasar los meses y los meses pasaron. “Mi princesa de hule”, así llamaba el viejo Tom a su adorada Kenia, por ser ésta una mestiza espléndida como de piel de látex que le rayaba en el fetiche —un Gauguin deseando granadinas— y que con sus aberrados impulsos, más allá del verdadero interés de que terminara la primaria, extasiaba en él la idea de verla en uniforme azul y blanco.
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“Mi princesa de hule”, así llamaba el viejo Tom a su adorada Kenia, por ser ésta una mestiza espléndida como de piel de látex que le rayaba en el fetiche —un Gauguin deseando granadinas— y que con sus aberrados impulsos, más allá del verdadero interés de que terminara la primaria, extasiaba en él la idea de verla en uniforme azul y blanco.
Fiestas todas las noches, así nació la química: bar por aquí, restaurante por allá, servir tragos en casa, escuchar —sin entender— viejas anécdotas de Vietnam, entre ellas la del capitán Coster, anexada a la otra, y poca conocida, que surgía con la ebriedad desmedida: ese viejo complejo de inferioridad por nunca haber sido aceptado en la prestigiada West Point. Ella se acostumbró a cargar con el abuelo ebrio hasta la alcoba, y aunque ebrio estuviese, en cuántas ocasiones —y sin él participar— exigió a su princesa de hule pasarle cámara y poner la tele con la porno de turno; hacerlo sola o con el otro, y luego de esta o de la otra manera, en tríos, en cuatro, en cinco... ¡Vaya desastre que hay adentro! Así aprendió Kenia a administrarlo todo, desde el espacio proporcional de la cama para otros, hasta llevar la administración del cofrecito de caoba donde yacía la coca. Sin embargo, —y sólo ella sabrá— Kenia una mañana ya no quiso vestir más el uniforme azul y blanco. Y aunque el moretón en su cuello nos mostrara las razones, “No quiero ir”, fue lo único que dijo antes de tenderse a llorar. Pasaron los días y Kenia se cerró en no ir a clases; mientras Tom se irritaba cuando, desde muy temprano, ella cogía un su tal trata-traca —obsequio de alguien en la clica— y caminaba con el estridente juguete alrededor de la casona, hasta que
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poco a poco los ánimos se fueron minando. Apareció doña Teófila una de esas mañanas y hasta darle duro a la puerta, fue que finalmente la escuchó el viejo Tom. Él abrió, la observó fijamente y movió su cabeza de izquierda a derecha: “¡Take her with you, and get out of here!” , gritó él molesto y sin ella comprender. Entonces cerró la puerta y ni el minuto transcurrió, cuando cogida del hombro, salió nuevamente y se la entregó a la madre. “Violación y Corrupción de Menores”, tipificó el suboficial Centeno al recibir la denuncia de Teófila Potosme, de 43 años. El forense confirmó. La sicóloga reiteró. Se allanó la casa. Se tomaron entrevistas y los peritos decomisaron las pornos, la coca y el CPU como evidencias. Se redactó el expediente y fue remitido al despacho del Jefe de Auxilios Judiciales. Una lectura final del comisionado, y en una hora el caso pasaría a Fiscalía. Pero en eso, alguien entró en el despacho, platicó media hora con el servidor público y el resto fue historia. El viejo Tom hoy tiene a Scarlett en su casa. Y Kenia, un subregistro policial, volvió a la Loma del Mico con su clica. Ya no consume pegamento, pero tampoco regresó a la escuela: Aprendió a usar tacón alto, a masticar chicle con la boca abierta y todas las noches fuma More frente al cine Karawala. }
San Juan del Sur, un crimen “Ella tendrá que pagar todo, hoy”, pensaron los tres sujetos al momento de levantarse esa mañana del 21 de noviembre del año dos mil seis.
Uno era policía, el otro un surfista nativo de playas vecinas, y el tercero, —del tercero no sabemos nada, aunque horas más tarde los tres estarían en la escena de uno de los crímenes más atroces, confusos y sonados en Nicaragua de la última década. Ningún otro crimen tuvo mayor presión ni cobertura noticiosa. En ningún otro se evitó tanto aclarar realmente quién mató a la víctima, y más bien el morbo público apuntaba a averiguar, si el victimario señalado, era o no el culpable. Era uno de esos tiempos en los que el femenicidio aún no se había escuchado mentar. En ese momento la lógica apuntaba de la inducción a su opuesto: si el muchacho es listo, va a salir de sus clavos por sus propios medios, señalaban los dinosaurios jurídicos. Doris, una chica porteña, trigueña, delgada y de apariencia graciosa; no tomaba, no fumaba, pero sí iba a la iglesia de vez en cuando. Era monógama, pero como por hobbie tenía tomar sol en la playa y usaba anticonceptivos.
Así se conoció con el Tercero un miércoles de ceniza que repentinamente se nubló. Ella, que era entenada de dominio, pedía permiso a su madre cada vez que salía. La madre le daba horario de entrada, y por tal, esa mañana pudieron tomarse unos batidos de fruta fresca y compartir un par de palabras cuando el español del Tercero aún no era tan fluido. La gente ahora especula y vive esa historia como una novela de Agatha Christie, pero con la soledad macabra y fría de los gatos de Poe. “La mató por celos, porque se las pegó, o porque el infierno está aquí en la tierra”, decían los resignados, los pesimistas y los que, por cansancio, se habían vuelto maniqueístas, monoteístas, patriarcales, y calandracas (Una vieja costumbre de los pueblos grises y olvidados: asentamientos conquistados como el Comala de Páramo). El Inspector Canda llegó tarde a la estación. Ayer se desveló. Después del pegue en chinele-gancho y con la timbeguaro-de-fuera, se tiró unas bichas en la esquina de la cuadra.
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El acusado, aquél que se tomó unos batidos con Doris un Miércoles de Ceniza, presentaba escoriaciones en su espalda. ¿Habrá dormido con un gato o el ataúd tenía garras? Nadie sabe nada. Sólo se especula.
(¡ Y llegó con madre goma, a recibir turno!) A la hora del crimen, Canda se estaba tomando una sopa-decola donde doña Pilar. Se estaba nivelado con un cuarto de extra seco, y se sentía mejor pero si le avisaron, ya fue bastante tarde. Cuando llegó a poner el orden y verificar la fechoría, medio pueblo lo sabía y había entrado a la escena del caso. Sólo en el cuarto había quince personas, viendo atónicos con cristales mudos en sus ojos, a Doris, muerta. El crimen, sin embargo, tiene su comicidad: de más de cien hebras de cabello recolectados por los agentes de laboratorio, ninguno corresponde a la víctima. Al menos el celular del imputado es inocente, puesto que en las últimas 16 horas no abandonó la capital, así lo registra la antena de su vecindario. El acusado rentó un auto para llegar a San Juan del Sur, pero no firmó el recibo, porque “estaba demasiado afectado por la noticia”, declaró su secretaria en el juicio. Esa, nueve cortadas más y a cuatro testigos, rechazó la Jueza como evidencias. El acusado, aquél que se tomó unos batidos con Doris un Miércoles de Ceniza, presentaba escoriaciones en su espalda. ¿Habrá dormido con un gato o el ataúd tenía garras? Nadie sabe nada. Sólo se especula. De los cuatro sospechosos, dos de ellos salieron libres en la Audiencia Inicial. A uno de ellos se le vio con Doris días antes -uno de ellos es hijo de testaferro de geófa-
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gos —uno de los acusados se dedicaba a la venta de bienes y raíces— entre uno de ellos y el vendedor existían rencillas personales. Nadie sabe nada. Sólo se especula. Las publicaciones fueron numerosas y el crimen aún no se resuelve. El caso no sólo se volvió punto de agenda política, sino también una danzante justificación para que dos naciones sutilmente se escupan por comunicados de cancillería. Krosty llevaba tres días sin dormir. Con los 120 dólares que sacó con un cliente, a quien le dio un par de lesiones de surf, se los lanzó en ácido, trece palazos de coca y un rosario de piedras. Las pepas las andaba reventadas, pero dice haber visto al Tercero salir de la tienda. Le dio dos bolsas negras y 50 pesos para que se las montara al vehículo. La memoria de Krosty se descentralizó hace 24 horas, y es problema porque aunque Krosty pensó: “Ella tendrá que pagar todo, hoy”, no sabemos si él se levantó a la misma hora que el inspector y el Tercero. El surfista en ese estado sólo recuerda a una mujer examinado sus genitales–era el forense—luego jueces, abogados, tribunales, muchedumbre, antimotines, entrevistas, cámaras, llamadas telefónicas, y el beso de otra mujer de la que no pudo retener su rostro. Esa mujer que Krosty no recuerda, le besó en silencio mientras allí yacía un tercero, aunque él tampoco lo recuerde. }
Se renta para negocio u oficina La Pulpería Lulita es la más cercana a mi casa. Vende abarrotes como toda pulpería, pero es más conocida por tener el vigorón más sabroso y el secreto mejor guardado de frescos de cacao y grama de la zona norte de Granada. La pulpería Lulita, con más de 20 años de trayectoria, es toda una referencia de almuerzos y cenas para los trabajadores de la empresa de E. Chamorro y para agentes policiales —con un glaciar en el estómago—que entre la faena vespertina o nocturna, aterrizan a cenar algo bueno y barato para calmar el hambre. Yo que no soy oriunda de esta ciudad, conocí a doña Lulita hace apenas unos cuatro años, cuando empecé a frecuentar el lugar como los otros (para calmar el hambre) y aprovechar su amena plática, que por alguna razón desconocida, agradé y me agradó desde un principio. Poco a poco fui conociéndola. Me presentó a su cumiche, encargado del nuevo y pequeño negocio de llamadas a celulares, que en su provinciano universo, vislumbraba a ese servicio, como algo tan maravilloso y fecundo, como quien vendiera hielo en una edad antigua. Conocí también a su hermana, una mujer “niña” risueña, que en el fondo nunca decía ni aportaba nada, pero su mayor esfuerzo era saludar desde una silla plástica en la acera a todo el que pasara, para luego atraparlo con esa astuta frase: “¡Ideay, no te vas a tomar un fresco!”. Luego su nuera, otra mujer que amaba y odiaba porque a fin de cuentas había arrebatado a su tierno de las entrañas del
nido. Pero entre ese llegar y llegar, finalmente un día, me tope con su esposo: don Quencho, 47 años para ser más exacta, hombre delgado y bonachón Carga con muchas arrugas en su rostro y un eterno cigarrillo que casi nunca se deja llevar hasta sus manos. En Granada es conocido durante el día por restaurar vírgenes y santos, y de noche por frecuentar la sala de billar (de Alcohólicos Anónimos) contigua al parque de la Antigua Estación del tren, donde se reúne con taxistas, buseros y cobradores. Ahí recibe noticias interurbanas, y si discierne, captará algo del acontecer mundial. Doña Lulita ama a su marido. Me ha contado tantas anécdotas de ambos y todas apuntan a un romance victoriano: “Mi madre me corría a todos mis admiradores, pero a éste me lo dejó”, contaba así ella con ilusión analéptica. Se miraron una hora todas las noches por cinco años, a los tres, empezaron a tomarse de las manos, y a los siete, finalmente la madre permitió que don Quencho se la llevara al altar. Doña Lulita y yo una vez discutimos, pues tercamente intentaba hacerla entrar en razón sin entender entonces que realmente en su lógica, yo blasfemaba: Fue a finales de 2005, a tres cuadras de su casa, la Virgen de Concepción hizo acto de
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revelación a una joven de 17 años sobre el repello de un pozo casero. El hecho dio nota en la televisión y en prensa plana. La zona norte de la ciudad se empapó de entusiasmo y los feligreses agazapadamente irradiaron su fe ante una macha de humedad que evidentemente simulaba la silueta de una imagen femenina. Fueron seis, ocho meses, tal vez doce, e incluso al año y medio la silueta aún era perceptible para una gran parte de la feligresía. Un día de esos, doña Lulita me hizo pasar hasta la cocina de su casa y me anunció: “Se fue la virgen, ya no está”. Hablamos sobre el acontecimiento, yo un poco más clara de lo que eso había significado para ellos, y asumí el comentario con respeto antropológico. Presté mi oreja y escuché casi por tres horas la explicación de esos signos, aunque confesaré que no todo el tiempo la escuchaba: desde ahí empecé a notar que la pulpería estaba menos abastecida, algunos escaparates descuidados o vacíos y un ratoncito intentaba aventurarse por las cajas de Corn Flakes. ¡Un cacao, Lula!, se escuchó el grito de la hermana desde afuera. Cambió ella su semblante y momentáneamente se diluyó el clima de la plática, pero arrugó su ceño y sencillamente le respondió que no había. Efectivamente no había fresco. La crisis energética le impedía mantener ese negocio; como también el vender, carne, leche, crema, esquimos y helados. Sí, la venta ya no era la misma, como tampoco doña Lulita lo era. Ahora también ella fumaba, escondida del esposo; y entonces como si su mundo entero necesitará volver a esa catártica confesión, después de apagarlo, se puso de pie y me preguntó: “¿Me ves más delgada? Yo era 38, pero mirá ahora”. Y estiró de la cintura el pantalón para que viera lo flojo que le quedaba. Luego se sentó y me observó con sus hermosos ojos verdes que en esa intimidad, ya vidriaban. Me acerqué a ella, la tomé de la mano y sin saber qué pasaba, esperé que saliese
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algo de su boca: “Es mi marido. No sé que hacer con él, se está perdiendo y nos tiene arruinados”. Don Quencho, era hombre de bien, pero desde hace algún tiempo está frecuentando los casinos de Managua. Ganó 600 dólares en una ocasión y desde entonces se le metió que era la Mamá de Tarzán en los misterios del azar. Las ganancias de la pulpería se empezaron a debatir entre el sustento del día y los tragamonedas, pues don Quencho, después de aquel botín extravió el tino y no volvía a ganar. Comenzó ausentarse por las noches; primero era salteado, pero vertiginosamente paso a las temporadas. En los casinos, comía y fumaba de gratis, y lo bueno es que no tomaba porque diojguarde lo que habría sucedido. Un día desapareció el abanico, otro día se fue el minicomponete y también el espejo de pata de león de la sala. Se vendieron las camas del hijo mayor y el de una entenada que ya se había marchado desde que tomó la iniciativa de “meter la pata”. Todo eso me lo contó doña Lulita durante la cuarta hora de escucha, pero como si todo fuera una prueba de tolerancia a escuchar los problemas de los otros, de repente me dejó caer el balde de agua: “Nos vamos a mover. Vendió la casa”. Dos semanas después me despedí de ella. Su casa ya tenía el rótulo SE RENTA PARA NEGOCIO U OFICINA pero esas ganancias ya no eran para ellos: don Quencho en realidad nunca vendió la casa. El banco la había embargado y ahora un extranjero, aún indeciso de asentarse, la había adquirido y destinado a tal fin. Me dejó la dirección de su nuevo domicilio, hoy en un asentamiento al otro lado de la ciudad. “Llegame a visitar”, me dijo antes de montarse en la camioneta de acarreo, donde al lado del chofer, entre una especie de “gallina comprada y don nadie”, yacía su amado y viejo Quencho. Don Quencho, huraño y más arrugado, lucía terriblemente pequeño. Llevaba una monolítica pena moral sobre sus hombros y un cigarro sin encender entre sus dedos. No me volteó a ver. Y desde entonces —dice ella— que nunca ha volteado a ver a nadie. }
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Así que moriré sin haberte conocido Sucedió que estaba ahí. Endebles cadenas me ataban, pero no me atreví. Tu rubor era lo bastante cercano, y aunque mi alma te reconoció al instante, blandió su lanza cuando también atisbó que una mano ataba tu muñeca —y ésa era otra cadena—. Soy libre; no puedo surcar en la más llena jaula: las de él—alas— eran gráciles, más gráciles que mi deseo que, aún decidido, esgrimió la conflagración con miradas, y bien supo que la espada no lograría deshilar un hilo.
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Aquí moré por eras tejiendo silencio en la espera. Arreció la marea sin lavar mi esperanza de piedra que aún relucía. El fuego batió mi sordera ante otro canto de rotas cadenas. Heladas y borrascas, acertijos que lazaban la fibra anhelada a tormentas de arena, llaves por doquier de la escena en que perfecta estatua vibró de asonancia plena, y nunca dijiste nada. Así que moriré sin haberte conocido. Mis llagas renuncian al lenguaje. El juicio llega, y yo aún me pregunto por qué tocaste la puerta de sílfide y huiste sin soltar amarras, dejar de amar tanto tus venas para huir conmigo y legar tu mano mutilada a ése que primero te atrapó.
Impresión en Pembroke Memorial Hospital No me culpes si salgo al jardín y se ilumina el día. Metralla y granallas de cristal son mi cáliz: los tasquiles. Trago las placas doradas, los episodios añiles, el rubor que deja en la cama la niña salada y su atmósfera a lisol; la señora coetánea, fracturada en su coma, con su cara palidecida hace eras. Te reconocí, madre, sin ojos hazañosos; sin atar al milagro delicadas aprehensiones, la lilácea redecilla de ojeras que se aferran, noche y día, más ignominiosas que garras que depredan. No me culpes si salgo al jardín, y no hace calmo.
Razón de la Bestia Injured natures are perfect in themselves Allen Curnow Supiste el ojo en la rendija, pero sólo te sedujo no saber de quién. ¿De quién el ojo, sino de la bestia? Como el futuro seduce sin cara y a la cara antecede una voz. Regodeáis de encarecer a la belleza con bocetos, pero llegada la hora crítica, se entiesa el cuerpo feble ante la petición de algún desliz. ¡Porque no supisteis ver corazón en el adefesio ensoñado! Porque vosotras, doncellas, no soñáis bestias. Pero él también te amó por cuanto su único ojo morboso desnudó y palpó de ti tras los tablones, oculto, violentando tu belleza con fermentado, oscuro pensamiento. Bestia tampoco supo ver corazón en la doncella, soñada y validada. Por eso tu asco es honesto. Hipocresía vendría a ser compasión, y ella tuvo ya en mente su gajo de gloria como en tu mente antes la hubiste inventado hermosa. Toda bestia, bestia es, pues, con justa razón, ¡y no en vano!
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Hanzel
Lacayo Algunos datos autobiográficos
Hombre contra la flor
Sin ti salí ferviente: padecer no fue más que otro verbo para vivir.
A ti ni el aire debería tocarte: flor anhelante de carne humana.
Choqué las piedras y desde entonces no añoré la humedad de la caverna.
¡Y no hay carne en la flor que pudiera! ¡Ni flor en tu ser hombre que pudiera!
Las cizañas, como propelas, espantaron el recuerdo de carnívoras paradisíacas.
Por eso te sueña del otro lado de la especie y su idea te reclama al traspasar los extrarradios de tu idea.
Mi licor sangriento entró en calor. Puñal el sol y escozor a los talones cuando crucé el desierto y vi que todo podía funcionar distinto.
No tener asidero más que el brazo fálico de una Helena de entre actos y distante: un escrúpulo de la demencia, aceitando la memoria de la roca que no sucumbe a la disparidad: polvo es para el polvo, detritus, y mi antojo nunca sellará en tus labios el botón inanimado de la rosa.
Cómo el pecho se inflama de sufrimiento y brotan botones de los deseos, tengo la oportunidad de ser galante y superior, doblegar descendientes, pasearme sin mayor necesidad que hacer de antiar en el huerto de Dios. Y así, todo lo que no podré explicar, sin ti regresaré hasta ti a decírtelo.
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Ahora sueñas con el mar, pero siempre te revestirá el delirio. Hay muchas aves sobrevolando esa suplencia que no te deja vivir en paz en ella, porque con ella: ¡no!
Caída Libre I Finjo que caigo y padezco: un disimulado allanamiento sentimental, un abrazo a fuerza de prematura pendiente. Si ferviente, mis pasos estallan en cogollos dorados, si lozano, mi sangre se tiñe de negro, soy muy distinto entonces de quien se lanzó desde la cima aguda y férrica, soy muy distinto incluso de quien me espera cien metros bajo la tierra.
Dos Redenciones I
II Me extrañaré sobremanera durante la caída. Me invocaré cuando el dolor coaccione sus dientecillos de arroz: todo lo viviré como un huracán embalado con los dedos de Dios; derrotas, que en un mañana atroz traerán un afán vulgar de antigravitación. III Quiero ascender mientras caigo, mientras el cráneo sangra vindicación, mientras la idea de morir se deteriore cada vez más ominada por las piedras que en mayor cantidad se irán enterrando en mi cuerpo como sombras y no haya muerte más irascible que tener que recordar que repasaré cayendo, lo que subiendo, sólo retendrá mi memoria como vértigo.
Cuando todo mi cuerpo se convierta en humo blanco y tú, habiéndome respirado, expires, y sepas que no ha salido del todo aire, sino piedras. II Cuando todas las piedras se conviertan en aire y yo, habiéndote respirado, expire, y sepa que no ha salido del todo humo blanco, sino cuerpo.
El secreto Si con una mano arrullas las astillas pon hatijo con otra a la colmena, y con ambos pies al averno entra si así lo requiriera tu cuerpo prístino. Porque tú me has dicho: ¡calla! Y no puedo ofrecer más veneno si mi lengua ha secado sólo porque aterrizaras en mis labios una amenaza de yemas.
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El viajero del siglo Por: Vergacio Álvarez
Un proyecto ambicioso, pero no apacible, intrépido y me atrevería a decir que hasta ingenioso. De narración rápida y con una forma ambigua, abierta a la búsqueda, a los juegos. El viajero del siglo se perfila como una inmensurable miscelánea de recursos literarios, que a su vez cuestiona las posturas postmodernas frente a la lectura.
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L
a novela que consagró a Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) como una de las promesas de la literatura del nuevo siglo, tras ser merecedora del premio Alfaguara 2009, es un paradigma experimental que plantea ver hasta qué punto puede conversar el siglo XIX con el siglo XXI. Al pasar de las 531 páginas, se concibe con claridad una serie de valores literarios, que para Neuman estaban siendo descuidados. Así, encontramos una profesión decimonónica incluyente de una introspección al análisis psicológico, pero también hay una especie de zapping permanente de elementos, por todos los subgéneros que propone el libro (en una estructura muy narrativa, muy clásica; hay fragmentos de cartas, de noticias inventadas, momentos teatrales, pedazos de poemas, pequeños episodios como si fueran cuentos, debates que son como ensayos). Hablamos entonces de una especie de collage aplicado a un molde clásico, lo cual también tiene su connotación política, en donde todo este intento por encontrar un puente entre el XIX y el XXI enmarca al perfil ambicioso de la novela.
Uno de los protagonistas, Hans, se presenta como una especie de viajero anfibio, que tiene un pie en el siglo XXI y otro en la Europa de la restauración, en la ciudad imaginaria de Wandernburgo . Esta condición híbrida de Hans da la pauta del experimento literario; Hans tiene una mitad rigurosamente documentada en lo histórico, y su otra parte es una especie de anacronismo metafórico. También carga con un arcón, que parece llevar la memoria de varias generaciones a cuesta. Este arcón —del que no paran de salir libros— es uno de los elementos que permite comunicar a nuestra época con la época de ficción del argumento. Por otro lado, la ambigüedad un tanto alegórica del personaje se compensa con la articulación humana del mismo. Hans por un lado es enigmático y simbólico, pero eso no lo inhibe de sus realizaciones fisiológicas, a la vez es alguien que orina, caga y eyacula. Lo mismo sucede con Sophie, la otra protagonista, quien además de compartir la condición híbrida de Hans (el resto de los personajes son propios del siglo XIX) tiene una parte de heroína romántica y otra parte de mujer de carne y de hueso; quien menstrúa, tiene los senos caídos, se le hacen estrías en la piel, y todas esas características ajenas al esquema de la heroína romántica. Es importante recalcar en que Neuman presenta un diálogo entre dos épocas. Él no pretende regresar al decimonónico, no tendría sentido hacerlo, por lo que se hizo valer de lo que para Bauman sería una especie de liquidez; en el sentido de que el tiempo y el espacio de la novela tienen algo líquido por una parte, y el tiempo de la conciencia de Hans y Sophie también presentan esta liquidez, en la que no hay una misma línea. La novela está construida a partir de una serie de dualidades que convergen en esta
ciudad imaginaria: siglo XIX-siglo XXI, fisiología-esquemas estrictamente literarios y escenarios como el salón en la casa de Sophie, donde se habla y se discute por sobre todo lo alto acerca de literatura, filosofía y política; pero donde sobreviven aún los deseos más primitivos de los protagonistas. En esa misma línea se presentan dos ámbitos en la novela que se contraponen, pero a la vez se complementan: el salón que ya hemos mencionado, donde todo es buenos modales, clase alta, cortesía casi victoriana y todo ese tipo de delicadezas, que atribuimos casi mecánicamente al XIX. Y por otra parte, la cueva del organillero, que es todo lo contrario; ahí no se habla de libros, nadie lee ni le interesa leer, se emborrachan y etc. (El único personaje que va de un ámbito a otro es Hans). Sin embargo, hay también un tercer escenario, que sería la habitación de Hans en la posada (donde llegó por mera casualidad a pasar una noche, pero terminó quedándose alrededor de dos años). Aquí sucede todo lo literario, filosófico e intelectual del salón, junto a todo lo escatológico y natural de la cueva. Esta habitación es precisamente el lugar que Hans encuentra para participar de ambos mundos. Finalmente, en la novela también se hace evidente la reivindicación de la búsqueda de Bolaño, de ponerle vísceras a la literatura. Neuman reconoce que se estaba perdiendo la costumbre de crear personajes, y creo yo que ahí está el porqué de este interés decimonónico, desde la perspectiva actual. En fin: la equidad, los derechos de las mujeres, la libertad, el rol del Estado y/o de la Iglesia, el multiculturalismo, la emigración y el bazar de lenguas son sólo algunos puntos de debate, que dan vida al nudo de la narración en las tardeadas amenas en la casa de Sophie. De ahí, el resto
Caricatura: Miguel Herranz
son las turbulencias de un amor en los detalles, en las sombras, en los juegos de un abanico, las sonrisas, los espejos y demás enigmas que puedan ofrecerse en Wandernburgo. Una ciudad que no termina ni de existir ni de perderse. No está, pero tampoco falta. Entre las penumbras de la Europa de la Restauración, a la caída de Napoleón, entre Sajonia y Prusia, Wandernburgo alberga tantos encantos desde sus caminos, que permutan al sonar de la nieve y al sentir del silencio. El viajero del siglo es un puente pretencioso entre la Unión Europea y el siglo XIX, entre la novela clásica y las vanguardias nacientes. Bolaño dijo que la literatura del siglo XXI quedaba en manos de Neuman. Creo yo que habrá que empezar a creerle. }
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Johann
Bonilla Primeros deseos
La espera He soñado con el cuerpo mutilado de un ave
De niño soñaba con ver explotar
Sus alas han sido arrancadas
Estrellas en el pavimento
Para exhibirse en fastuosos escaparates.
Estelas incendiando al cielo
La ciudad engendra postes con bujías
Con tonos verde-grisáceos
Las viejas madres lanzan sus elegías al viento
Abismos recién formados
Visten güipiles y caites de luto. Sobre los campos floridos
Olor a sulfuro y a roca hirviente
El lujo y la muerte, pareja perfecta
Columnas gigantescas de humo
Y el cemento que suplanta los campos floridos
Haciendo rondas nocturnas
Condensadas en eructos y pedos
Sobre estatuas de dioses y santos
Cuando en el bajo mundo
De gases pesados.
Y los versos y canciones a sus pies
Las últimas brasas se han ido extinguiendo
Tierra, piel en pus, esclerósica
Sobre el cabello plateado de una niña
Y los peroles y las panzas se van a dormir vacíos
En llagas
Que acude a su madre
Aire: silueta lenta de nube rojiza
Que implora a los cielos
En espera de ese claro amanecer que aún no llega.
Que se precipita en llamaradas
Que lloran astros seniles
La calle es un caldo espeso
Sobre las urbes y los pastos
Por orden divina.
Adobado con saña y envidia Boutiques, night clubs y capillas En la ciudad que es un monstruo de ocaso.
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Despedida Me marcho en silencio Dejo esta húmeda pieza, La ropa doblada sobre el asiento Y los viejos versos colgando en el alambre. Al despertar no sabrás dónde estás Yo no sabré que hacer con mi cuerpo a media asta Y mi amor que duele tanto Porque es sangre a la deriva. Afuera hay un mar enfurecido Hay galeones fantasmas y esqueletos de tripulantes Hay deseos prisioneros del vaivén del oleaje Y péndulos fijos a un espejo. He dejado el alma en la pata de la cama Transportándome a infiernos acuosos Siendo liebre o minotauro Hasta perdurar en el sueño de una bestia.
Rehuida Me marcho. Me marcho de nuevo. Te dejo un cuarto entre nieblas y aldabas sarrosas. Te dejo, me llevo tu olor a sexo lamoso, en mi piel que es de arena vencida por el tiempo. El tiempo que fue una caricia, una bomba anidando tu regazo donde evacuaba mis lágrimas grises. Me marcho, hoja tostada y ligera, me llevo todo aquello carente de peso, te dejo tu exceso de humor, tu foto pegada al espejo tus pasos de pie diminuto y arqueado te dejo ese cuerpo que ya no es mío te lo dejo colgado al alero y me marcho, me marcho de nuevo.
Espejismo Un universo se resume en tu mirada Y en tu cerebro un sinfín de rocas En órbitas zigzagueantes. Las lagunas son océanos hexagonales Y los océanos estanques lineales Separados por fiordos y arrecifes. Nada es como parece En tu misterioso cuerpo Que es un espejismo como claro de luna proyectado en un suspiro acuoso. El vértigo Es estar proclive a lanzarme al abismo boscoso De tu piel de arena clara. Tus labios me susurran besos al oído Al tiempo que una mano arrugada me toca Me percato que sos vos En tu fachada arrugada de ama de casa.
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huesari
fotos: iJuliAn/flickr/cc
Madrid audiovisual Por: Ariadna Arce Corresponsal de Soma en Madrid
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E
l recorrido empieza a las seis, al caer la noche de viernes. Entre amigos, camino por la Glorieta de Embajadores, en dirección al antiguo edificio de la Tabacalera. Es 16 de abril, exposición de artes audiovisuales de Madrid, Rencontres Internationales Paris/Berlin/Madrid, un descubrimiento y reflexión del arte contemporáneo, cine, video y multimedia: 200 obras de Francia, Alemania, España y 50 países más. Una misma programación en tres ciudades tan diferentes y de comportamiento cultural tan disímil. Lo interesante de esta exposición es su idea de percibirla desde distintas perspectivas culturales; y aquí nos encontramos, amigos mexicanos, chilenos y yo: tres mundos diferentes entrando a otro mundo para percibir otra parte del mundo. Caminas en este edificio viejo y oscuro observando las diferentes obras. A primera vista, una pantalla negra con una persona albina en blusa blanca que habla a la cámara, mientras intenta maquillarse y camuflar su identidad; queda viéndote fijo, con una tristeza satírica.
Acá empieza el recorrido. Todas las piezas son muy tecnológicamente innovadoras, una idea más «trendy» de lo que esperaba, muy moderna y electrónica; entre ellas tres llaman mucho mi atención. Thomas Kroner, de Alemania, con su Manifiesto del Futurismo (concierto multimedia) interroga al gran ideólogo, poeta y editor italiano Filippo Tommaso Marinetti sobre su ideología del futurismo a través de la destrucción, en cierto modo, de una vuelta al futuro en una sociedad actual que puede ser calificada de post-utópica y post-futurista. Casi al final del pasillo uno de los mayores compositores de electrónica a base de microultrasonidos de Japón, Ryoji Ikeda, nos impresiona con su exposición, data.matrix, instalación multicanal de secuencias de conciertos audiovisuales de él mismo, quien usa Pure Data como fuente de sonido e imágenes para representar la mimética de materia, tiempo y espacio. Un tripeo increíble. Te trasladas en el tiempo a través del sonido y su matemática. Y mi favorita de todas: Entre tú y yo, horizontal, del americano Anthony
McCall, se basa en la transición cinematográfica tipo «wipe», creando dos reproducciones al mismo tiempo, de manera que una de ellas avanza y la otra retrocede con la proporción entre ambas en cambio constante. Una acción paralela en términos escultóricos. El observador está seguro de que la idea de la imagen va a cambiar. Entre todas las exposiciones, como vivencia física, esta es lo que yo llamaría, en aspecto audiovisual, movimiento de vanguardia; las simples proyecciones haciendo hincapié en las cualidades escultóricas de la luz. Los Rencontres Internationales tienen el objetivo de reflejar las convergencias entre nuevo cine y arte contemporáneo, explorando nuevas formas artísticas y su propósito crítico. Así intentan contribuir a una reflexión sobre nuestra cultura contemporánea de la imagen, a través de una programación abierta, inspiradora e innovadora para nuestro comportamiento y mezcla como proyectores y espectadores. Las siguientes cuatro horas, en la esquina de Atocha, terminan con cerveza y una discusión eterna sobre la evolución de nuestras culturas. }
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Carlos
M-Castro anandroginopausia polvo solamente bajo la cama sobre la superficie blanca nada acontece inviolado silencio oculto nada más que el tacto de este instante en cada pliegue de la sábana acaricia dos cuerpos con violencia pliegues que son olas, dallana y piélago la sábana en que estamos sacudidos anulados colocados allí por algo que nos sobrepasa perdidos solos no existe orilla, sólo cuerpos anegados ruge en su movimiento envolvente de naufragio y estamos quietos y no escuchamos nada mi lengua tu nombre articula, dallana, en tu boca buscando salvación todas las olas lo pronuncian me empujan a tus letras cerca del horizonte
se ven dos líneas, dos seres paralelos descubriéndose, acercándose sin poder tocarse nunca la cama en el vacío, el mar sin costas los transporta hacia una luz que no se sabe si es aurora o si es ocaso sobre pálida espuma mi cuerpo frente al tuyo se descubre signo letra sonido mutilado sólo somos dos letras de tu nombre separados no decimos nada dígrafo sonoro palatal a cada lado de tu lengua intentando un escape del naufragio en la canoa que es tu nombre que es tu cuerpo sobre esta sábana este mar esta hoja incendiándose 28V2k9
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El diálogo con el Caribe nicaragüense se ha visto condicionado
Ca ribe
por muchísimas circunstancias. Es por esto que en el sentido de recopilación histórica al que se circunscribe soma, hemos dedicado un espacio al tratamiento de la Costa-Caribe. Esta sección es un acercamiento hacia esa otra realidad que normalmente es aludida.
fotos de la Costa: María José Álvarez
Carolina, mujer sumo. Karawala, Río Grande de Matagalpa (1989).
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Mujeres con rulos.
Pescador.
Barrio Central, Bluefields (1983).
Barrio Old Bank, Bluefields (1987).
June Beer
Poema de amor. Love Poem. Oscar, yuh surprise me Assin far a love poem.
Ah sing a song a love fa me contry Small contry, big lite Hope fad a po’, big headache fa de rich. Mo’ po’ dan rich in de worl Mo’ people love fa meh contry. Fa meh contry name Nicaragua Fa meh people ah love dem all Black, Miskito, Sumu, Rama, Mestizo. So yuh see fa me, love poem complete ‘cause ah love you too.
Oscar, me sorprendiste Pidiéndome un poema de amor. Hare un canto de amor a mi patria, Pequeño país, lucero gigante, Esperanza de los pobres, jaqueca de los ricos. Más pobres que ricos en el mundo, Más pueblos quieren mi patria. Mi patria se llama Nicaragua, A mi pueblo entero lo amo: Negros, miskitus, sumus, ramas y mestizos. Ya ves, mi poema de amor es completo: Como puedes ver, también te amo.
(De la Antología poética de la Costa Caribe de Nicaragua)
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Zapatos. Interior de vivienda de repatriados.
Dormitorio de Old Bank.
Comunidad de San Jerónimo, Río Coco (1992).
Bluefields, Costa Caribe Sur (1987).
Brigitte Zacarías Yulu Dusa Pranakira.
Preciosa Caoba.
Kainam kahbaia trai kaikiri, Ban kra luki kapri Upla wala sim bara kan latwan Yang wina man ra brisna baku.
Quise defenderte, Pensé que quizá hubiese Alguien más que te amase Como yo a ti.
Nara sana man mununhtamra Dusa karnika pranakira ra Mihti wal sapi mai bri sna kainam kahbi Baha nani latwan wi nani ba wina.
Aquí estoy, debajo de ti, Acariciando tu fuste precioso, Protegiéndote con mis manos contra Quienes dicen amarte.
Kunin! Talim tahwi kan kaiki al lilia sa al pakitka Nani dalas wal bangkai ba man wiham latwanka wal.
¡Mentira! Te ven sangrar y se ríen al llenar sus bolsillos Con dólares de tu dolor.
(De Miskitu Tasbala /La tierra miskita)
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Interior de vivienda.
Mujer sumo con su hijo.
Comunidad miskita, Río Coco (1992).
Comunidad de Kara, desembocadura del Río Grande de Matagalpa (1989).
Deborah Robb I have yet to hear a man ask for advise on how to combine marrige and a carrer (De hombre buscando consejo sobre matrimonio y carrera no tengo noticia) Fill the Lull Llena la pausa Get marry Alegrate Wit Locuaz perspicacia In action Activa When blue Para la cavanga All you got to do Queda nomas
Is take a walk on the mild side Un paseo por la banda del medio Babe Steps, Chlid! Con pasos de portaviones, ¡mihita! All the same O sea Shake, shake, shake Menea, menea Shake your botty (De Mujeres de Sol y de Luna, poesía recogida por Helena Ramos)
Marcel Jaentschke Ders-no-poetry XII Oh, sista! Da’ fire in-yoo’r eyes making maney the interception of sparks.
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Opi nión
A un clic El 12 de febrero de este año Álvaro Vergara publicó en el muro de su perfil de Facebook la imagen anterior (una caricatura de Daniel Pulido que fue portada del número 21, Enero-Febrero 2009, de la revista Deshonoris Causa, que se edita en León). Inmediatamente se generó una especie de discusión que, entre casi 30 comentarios, sumó más de 2 mil palabras. Acá dejamos un extracto. 96
Fco Martín Aguilar-Juárez
Carlos M-Castro
Desautorizaron el prólogo de Sergio Ramírez... ¿Quién? El ar-
[...]
quitecto Alonso, y por tanto la obra clásica de Martínez Rivas,
Ya alguien por ahí lo ha dicho, es seguro que Carlos Martínez
La Insurrección Solitaria, no vio el tiraje (de parte de España)
haya sonreído sardónicamente cuando el Instituto de Cultura
debido. No he visto la edición que el Instituto de Cultura prometió.
no permitió al diario El País la publicación del libro dentro de la serie que
Atentar contra el arte y las Musas (la cultura y el arte propiamente dicha)
en ese momento publicaba. En realidad a ese maje le importaba muy poco
debiese ser visto en perspectiva. (Uno de tantos, dirán algunos por ahí).
que su obra no fuese conocida. Es más, él aceptaba que era material para
13 de febrero, a las 15:29
pocos. ¿Por qué contrariar su deseo si el éxito no le va a servir ahora de nada? Quien busca encuentra. Sus poemas fundamentales son suficientemente conocidos en las esferas literarias de más allá de Paisito. Si acaso
Dagoberto Avendano Lo que pasa es que todos somos sólo palabras en papel mojado, y no se hace absolutamente nada... eso nos remite a ser una mierda... He allí las consecuencias. 13 de febrero, a las 15:34
eso sirve de algo. «No soy un figurón literario porque no quise serlo; porque me empeñé en no serlo» [Carlos Martínez Rivas, «Declaro en claro» —Viernes 24 de febrero ‘89/ 7:00 a.m.] 15 de febrero, a las 10:51
Álvaro Vergara Somos palabras, pero, como los herederos y continuadores del canon literario, nuestras protestas crean la base conceptual del rumbo futuro del corpus literario de la «literatura nicaragüense» y no la última podredumbre del decadentismo de la «vanguardia» granadina, que de vanguardista no tiene ni un pelo. 13 de febrero, a las 16:51
Álvaro Vergara Según he vivido esa escena literaria, «retaguardia» es más apropiado para calificarlos. 13 de febrero, a las 16:52
(Esta imagen fue escaneada de un original que pertenece a la Colección Carlos Martínez Rivas, del Archivo General de la Nación)
A mi manera de verlo, CMR vivió así porque pensó que era la forma
Carlos Fonseca Grigsby Sí, pero creo que están siendo ingenuos. Creo que el proble-
genuina, verdadera, de vivir para un poeta. ¿Que quería ser olvidado? Él
ma es que están viendo el malditismo de CMR como si fuese
sabía que eso es imposible. Aportó, incluso, para que no lo olvidáramos;
el mismo malditismo de hace dos siglos. Aclaración: no es el
esa nota es un buen ejemplo de ello. Si alguna vez quiso realmente ser
malditismo de los simbolistas. Ese malditismo se extinguió hace mucho
olvidado por todos, no sé, tal vez. Pero siendo el lector incansable que fue,
tiempo, y CMR lo sabía. En una conferencia lo deja claro; a mí Baudelai-
sabe cómo funciona el sistema de la literatura; las biografías enaltecen la
re no me enseñó a escribir, sino a vivir (parafraseo y resumo). Más que
obra del escritor, lo venden como un producto más interesante. Él quiso
empeñarse en no ser un figurón literario, se empeñó en ser un poeta.
ser «el último poeta del linaje». Del linaje que siempre se recuerda. 15 de febrero, a las 11:20
Esto implica lo otro, sí, pero no es lo primordial. Se empeñó en vivir como un poeta, a como él lo entendía; esa vida como la de Baudelaire, la de Lautréamont, la de Rimbaud, etc. Incluso ves que deliberadamente
Álvaro Vergara
la costumbre del alcohol se vuelve parte importante en su obra poética
CMR ya sabía que era famoso. Acuérdense de que él era poeta,
(alcoholismos y guarismos, por ejemplo) {se refiere a Calcoholmanías
no era músico; la fama de un escritor tiene su propia dinámica.
y Guarismos, serie de poemas incluida en Allegro Irato. N. del E.} y
Si a cualquiera de nosotros alguien como Octavio Paz nos hu-
reflexiona sobre la bebida, se dice una y otra vez solitario, el alejado de la
biera estudiado nuestra obra, ya sabemos que estamos inmortalizados.
civilización, el que se preservó en estado salvaje. Una y otra vez se opone
Además él también sabía lo suficiente sobre literatura para saber que
a Paz, a Borges, a Benedetti (como en la nota). Soltando sospechosamen-
su obra por sí sola era más fuerte que todo el tráfico de influencias que se
te algunos poemas «inéditos» que se publican en diarios o que llegan a
hace en las pulperías de las «instituciones literarias» de Nicaragua. Pero
manos ajenas. Siempre nos está recordando en su obra lo que es: un poeta
encima de eso, la única institución literaria seria de la época (la UNAN-
maldito, alejado de los gremios y las sociedades literarias. Eso es lo que
Managua) lo apoyaba 1000% a pesar de que él nunca fue sandinista. CMR prefirió mandar a comer mierda a quien se le antojase y ocupar
lo diferencia de los poetas malditos originarios; ellos no nos lo recordaban siempre. A veces hasta tengo la sensación de que CMR hizo todo
sus palabras para expresarse según verdaderamente lo sentía; y no la-
esto anticipando su gran biografía, dejándolo como material para que
mer culo por un lado y por otro, pelearse por un hueso con gente indigna
nosotros perpetuáramos la leyenda y alguno de nosotros escribiéramos
de su presencia.
su biografía.
[...]
Yo lo veo muy claro: en esa nota se elogia a sí mismo, nombra sus
15 de febrero, a las 16:56
cualidades principales como poeta (si son ciertas o no es otra discusión) sin ninguna timidez, para luego aclarar que si no fue un poeta del Canon Hispanoamericano es porque no quiso. ¿Por qué aclararlo? Una persona que realmente desea olvido no lo aclararía.
98
Todos los comentarios en su contexto original: facebook.com/photo.php?pid=3581727&id=535868525&fbid=303288593525
Por: Kerstin Edquist Periodista en Santa Cruz, Bolivia
¡
Mi amor! ¡Chelita! ¡Chica linda! Mmm… ¡beso! Los chifleteos y las «demostraciones de amor» son abundantes en el trayecto al trabajo en Santa Cruz. A pesar de que ando una camiseta gastada y unos jeans puestos, cada día se siente como si hago una presentación en la acera. Soy un pedazo de carne que se desliza frente las narices de los lobos. Esa es la suerte de las mujeres. «No les voy a poner atención, no los voy a escuchar, sólo voy a seguir caminando», suena en mi cabeza, sin que mis propias palabras me convenzan a mí misma. Trabajo. Entrevisto a un abogado que tiene un montón de información interesante que darme sobre empresas transnacionales y el financiamiento de la Unión Europea en proyectos de infraestructura. Me ofrece contactos y ser mi guía para el reportaje. Me entusiasma, pero después viene el «tienes unos ojos tan preciosos. Quiero viajar con vos». Con lágrimas en los ojos me voy de ahí y no vuelvo a dar señales de vida por esos rumbos. ¿Por qué no me pueden simplemente dejar trabajar? ¿Por qué no me dejan hablar de política? ¿Por qué siempre termina con la pregunta obligatoria de: «estás casada»? Viajo a un pueblo para hacer un reportaje sobre una nueva carretera. Es fácil encontrarse a gente a quienes entrevistar, los pobladores se ponen en fila para ser entrevistados. Hay mucho que decir sobre la carretera, y uno que otro comentario sobre mis ojos azules. Cien por ciento son hombres. «Perspectiva de género, perspectiva de género, perspectiva de género», pienso, y me tiro sobre las primeras mujeres que veo apenas tengo la oportunidad de liberarme. Intento exprimirles algunos comentarios interesantes a pesar de que no son muy hablantinas. Y me da un remordimiento de conciencia porque yo, al igual que todos los machomén, estoy detrás de ellas por su condición de género.
Un pedazo de carne en el mundo de los hombres En la carretera en construcción me persigue un señor de unos 80 años que insiste en que la edad no es un problema y en el restaurante se acerca un chavalo que me mira directamente a los ojos. «¿Me permite pagar por su almuerzo? Sos la norteamericana más bella que he conocido», me dice. Tal vez me deba sentir honrada. Nunca antes en mi vida había recibido tantos cumplidos. Tal vez una se debería sentir halagada, o tomarlo a la ligera. Pero los intentos por convencerme a mí misma se van al carajo otra vez. Lo discuto con mi vecino que dice que debería amar Santa Cruz. «Aquí todos son tan abiertos, los hombres se atreven a decir lo que piensan». Le pregunto qué sentiría si recibiera comentarios sobre su cuerpo en el mismo instante en que pone un pie en la calle. «Ay, yo no entiendo por qué las mujeres a veces se irritan por mis comentarios. Eso es lo que hacemos los hombres, la mayor parte del tiempo jugamos», me contesta. Pienso: Tal vez se deberían denunciar los comentarios más desagradables bajo la figura de acoso sexual, para que entiendan. Pero después me acuerdo de los policías que me atendieron cuando me asaltaron. Sus miradas me desnudaban en la estación de policía, el encargado de la entrevista me sonreía y me cerraba un ojo. Sin escuchar ni una sola palabra de lo que decía. Después, me pidió dinero para la investigación y terminó diciéndome: «Personas como vos no deberían caminar en la calle». Sí, tal vez personas como yo no deberían hacer esas cosas, porque la calle... es mundo de hombres. }
* Publicado originalmente, en sueco, en la revista Latinamerika, número 1, 2010. Kerstin Edquist es una cooperante sueca en Bolivia para la organización Latinamerikagrupperna (Solidaridad Suecia-América Latina). Traducción de Itza Orozco.
99
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Alejandra
Sequeira Nocturno marino Detrás de todo gran amor la nada acecha Oscar Hahn
Desaparición del poema No le des al poema una fuga para burlar al tiempo provéele una soga y átasela al cuello.
Tomada de tu mano hacia el mar destino cierto a una muerte, voy.
Alcánzale un banquillo, hazlo subir, desvístele los cubiertos pies de fina roja lustrosa calzadura
Camino
que sienta la húmeda madera
La luna acude
crepitando hambrienta
voraz a nuestros cuerpos queda, entonces, la contemplación y el silencio, un rito de pulmones sosegados entre el oleaje luminoso de la noche.
debajo de la descalza muerte. Cumple tu palabra de corazón oscuro. Olvídate del péndulo intranquilo de sus piernas sobre el codiciado piso y donde escarcha ya el frío extraño de la madrugada habrás ahora de llevar su cuerpo. Sin desasosiego colócalo en el sitio de las cosas desgastadas mañana hurgarás en sus entrañas blancas para volver al punto de partida.
100
sobre las aguas y miro las aguas con estos ojos de llanto aún no vertido.
Nuestros pasos nuevos pasos ávidos peces veloces se confunden. De prisa, de prisa, hacia el fondo… … después de todo, de toda fe, de todo amor, toda palabra la nada acecha. Cierto. Pero yo, enamorada, hacia el lecho de los amantes submarinos me dirijo.
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