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EFEMÉRIDES
EFEMÉRIDES DE LA CIUDAD
J.J. LAFORET Cronista ofi cial de Las Palmas de Gran Canaria 24 DE JUNIO DE 1478
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EL NACIMIENTO DE UNA GRAN CIUDAD
Las Palmas de Gran Canaria celebra cada 24 de junio su cumpleaños, que no su onomástica, pese a que las tradiciones sanjuaneras tengan aquí mucho arraigo y uno de sus barrios históricos lleve el nombre de San Juan. Sin embargo, en cierta medida ambas celebraciones se funden y se entrelazan desde el mismo alumbramiento de la capital insular, aquel luminoso 24 de junio de 1478, bajo el impulso de tres “juanes”, el capitán Juan Rejón, el deán Juan Bermúdez y el obispo Juan de Frías. Y fue alumbrada bajo el resplandor de las hogueras de aquel primigenio Real, que de algún modo y manera fueron las primeras hogueras de San Juan de esta ciudad, que hoy revive todas estas tradiciones de siglos con nuevas costumbres, en una noche muy divertida, que reúne a miles de personas en el esplendor estival de la Playa de Las Canteras, y disfruta del baño nocturno en las aguas del Atlántico, de la música al aire libre y de unos espectaculares fuegos artificiales, que tienen como fondo el océano y las montañas de la propia isla, que se divisan plagadas de hogueras y de otros fuegos de artificio, como los de la ciudad de Arucas. Una fiesta de cumpleaños, aderezada de celebraciones de la noche de San Juan, a la que también se suman muchísimos turistas, que esos días disfrutan de esta ciudad de mar y de culturas.
Y en el génesis de aquel 24 de junio de 1478, cuando se deshacían las tinieblas y la luz crecía poco a poco, cuando las aguas quedaban a un lado y, al otro, crecían las formas sinuosas, bellísimas, de una isla de arenas, de montañas que, parsimoniosamente, ascendían hasta las más altas cumbres, de una vegetación densa y variada, bajo un firmamento celeste, apenas moteado de nubecillas y con una espléndida luna de junio que se negaba a retirarse, frente a Las Isletas, en la calma cálida de su bahía, un puñado de naves recalaban a esa temprana hora, y apenas rompió el día sus marinos se aprestaban a desembarcar, ágiles, inquietos, ávidos de adentrarse en el misterio hermosísimo de aquellas playas, de aquellos palmerales. Banderolas, gallardetes, guiones, flamean ya sobre la arena isleteña, junto a un altar enramado con palmas, donde dar gracias y pedir por un futuro que aún se desconocía, que aún era imprevisible en aquella hora tan temprana del día de San Juan, cuando aún no se había tomado decisión alguna, cuando aún no sabían que aquel día que había amanecido sanjuanero, sería, al atardecer ya y por todos los siglos, día fundacional. Y tal era la emoción que, en aquella temprana hora, sonaron repetidos e intensos disparos de cañones, culebrinas, arcabuces y espingardas; salvas de una artillería que presagiaban los fuegos de artificio, lo celebrados “voladores” isleños, con los que siglo tras siglo la ciudad se coronaría de colorido en la noche y de estruendos y fogonazos en las horas de la mañana en sus más destacadas y reconocidas celebraciones; fuegos con los que ahora, cada veinticuatro de junio, Las Palmas de Gran Canaria recuerda que celebra su cumpleaños, el feliz aniversario de su fundación en aquel recoleto Real de las Tres Palmas, hace 542 años. Entre las luces del alba se cantó la primera misa de esta ciudad, misa de las llamadas de La Luz, en honor de Nuestra Señora de Guía, advocación que, poco después, sería cambiada precisamente por la de “Virgen de La Luz”, hoy Alcaldesa perpetua de la
ciudad, Señora de tantísimas tradiciones, leyendas e historias que hoy conforman la propia idiosincrasia de esta capital.
Y aquel pequeño ejército bajo el mando de Juan Rejón, su caballería al frente, pusieron rumbo al sur por los arenales, con la intención de alcanzar un recoleto rincón costero, junto a un pequeño arroyo de aguas permanentes, llamado Guiniguada, que sus adalides habían escogido como el mejor para acampar, y donde Santa Ana les brindaba su protección – la madre de la Virgen a la que, por el amparo prestado en tan señalada jornada y la devoción que traían desde el barrio de Triana de Sevilla, se consagraría años después la Catedral de Canarias, daría nombre a la Plaza Mayor y sería nombrada Patrona de esta ciudad -. De todo aquel proyecto inicial surgiría la empresa de crear los cimientos de una gran ciudad, capital de una isla señalada de siempre por la grandeza de sus habitantes, de sus recursos, de sus posibilidades estratégicas, que hoy mira al futuro como capital atlántica de la economía azul.
Caricat as de Gran Canaria
SILVESTRE DE BALBOA Y TROYA
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 1563 - CUBA, 1649?
Escritor, considerado por su obra ‘Espejo de Paciencia’ como el iniciador de la literatura cubana y precursor, con ella, en el proceso de formación de la conciencia nacional. Natural de Gran Canaria, donde fue bautizado el 30 de junio de 1563, se desconoce la fecha exacta de su natalicio. En el barrio de Vegueta transcurrió su infancia.
En su formación literaria infl uyó el notable poeta Bartolomé Cairasco de Figueroa clérigo de origen grancanario y otros clásicos de la lengua española, cuya impronta es perceptible en su lírica.
A Cuba viajó aproximadamente en 1592 y en 1596 ya era alcalde ordinario de la villa de Bayamo, cargo relevante la Colonia. En 1600, el cabildo de la Villa de Puerto Príncipe lo nombró escribano público y de número. Allí también vivía su hermano Rodrigo. Participó en tertulias con otros intelectuales y fue asimilando las costumbres de aquel pueblo de ganaderos y hacendados.
En el nuevo lugar de residencia, Silvestre contrajo nupcias con la principeña Catalina de la Coba y Machicao, hija del grancanario, Francisco de la Coba y Machicao, personalidad muy notable por sus riquezas e infl uencias políticas.
Balboa tenía interés por los temas históricos, coleccionaba datos, documentos y organizó en su vivienda un museo arqueológico sobre los aborígenes cubanos, lamentablemente todo desapareció durante el incendio ocurrido en 1616.