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El Divino Porfirio Barba Jacob, por Octavio Libreros
El Divino Porfirio Barba Jacob
texto y fotos: Octavio Libreros
Durante su vida se opuso rotundamente a ver publicados sus poemas en grandes antologías, lo hizo solo en revistas o colecciones muy pequeñas donde sus versos aparecían como chispazos de estrellas danzarinas en una noche de abril. «Por más que hube reunido quince, veinte poemas, rehusé a asesinarlos y a sepultarlos dentro de un libro»1, afirma en una entrevista. Y es que para Barba Jacob la libertad del alma estaba por encima de todo.
Poeta maldito, heredero del modernismo y padre de la revolución literaria hispanoamericana, Ricardo Arenales, como se hizo llamar por un tiempo, destiló a través de su pluma la incertidumbre de estar vivo. Cuando tuve la oportunidad de leer el manuscrito original de su Canción de la vida profunda, encontré en esa caligrafía un grito desesperado por alcanzar el cielo. En ese cielo los ángeles también se aman. «Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar…»2 y como suave brisa que somos pasamos por la vida de otros acariciando su sien o destruyendo su alma.
Miguel Ángel Osorio, nombre de pila con el que fue bautizado por la iglesia que luego lo condenaría, nació en Santa Rosa de Osos, Antioquia un 29 de julio de hace 138 años. Apátrida y homosexual declarado, deambuló por las calles de Guatemala, Honduras y México en compañía de su niño amante efebo y de la vieja Olivetti con que escribía sus versos. ¡Vaya personaje que vivía en las nubes del opio, amando a destiempo y a contracorriente! Y es que, para existir no vasta con respirar, se precisa de pasión y de entrega. Muestra de ello fue su periplo, en medio de la total miseria, por Cuba y Centroamérica, entregado a lo único que le movías las entrañas: la poesía y los muchachos. En aquella isla se encontró con Federico García Lorca, otro poeta al que terminaron asesinando por marica, se deslumbraron el uno al otro a punta de versos, de éxtasis y de pasión. Yo creo que los dos pudieron verse el alma, por eso terminaron alejándose.
Inventor de palabras incómodas (hasta en eso fastidiaba) que rimaban de una forma discontinua y diferente. ¡Qué insoportable es un alma libre! «La galindijóndi júndi, la járdi jándi jafó, la farajíja jíja, la farajíja fo. Yáso déifo déiste húndio, dónei sópo don comiso, ¡Samalesita!»3 Decía a viva voz sin que nadie lo entendiera, y es ahí donde radica la magia de su obra, en que rompió con los estereotipos lingüísticos y sociales, para escribir como quiso y para amar como sentía.
1 Panero, J. (1969). Un fantasma llamado Porfirio Barba Jacob. Revista UPB, Medellín. 2 Barba Jacob, P. (1929). Canción de la vida profunda. 3 Barba Jacob, P. (1895). Jitanjáfora. Primer poema compuesto en su niñez.
Retrato de Porfirio Barba Jacob. Canción de la vida profunda. Manuscrito original.
En su Balada de la loca alegría nos invita a la existencia más dionisiaca que se pueda tener: «Danzad en delitosos, lúbricos episodios, con los esclavos nubios, con los marinos rodios»4. Y ese baile delicioso al que hemos sido llamados no puede darse sino a través de la libertad. Sin embargo, y esto sirve de anotación, la libertad sin objetivos se convierte en tragedia. Por ello, el autor de Acuarimántima, eligió la peor de las profesiones: ser poeta, y lo digo porque ha estas alturas ya no se leen sus versos, se nos olvidó el éxtasis con que escribía y hasta ignoramos cuál es El son del viento.
«Vine al torrente de la vida en Santa Rosa de Osos, una medianoche encendida en astros de signos borrosos»5, confiesa en otro de sus versos los designios de su existencia, y en ese mismo poema declara: «Tomé posesión de la tierra, mía en el sueño, el lino y el pan; y, moviendo a las normas guerra, fui Eva… y fui Adán». Nótese cómo en este último estribillo juega irónicamente con la creación divina, se posa frente a Dios en su máxima desnudez para gritarle sus verdades: no tengo género ni condición, he nacido humano y mi patria es el mundo.
«Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales, que nunca humana lira jamás esclareció, y nadie ha comprendido su trémulo lamento... Era una llama al viento y el viento la apagó»6 .
Barba Jacob, poeta delirante, amante eterno de la Dama de los cabellos ardientes, sediento de poemas-atarrayas para atrapar locos adolescentes, nadie ha comprendido tu trémulo lamento y hoy no será la excepción, para ello nos falta tenerle miedo al miedo, nos sobran de más estas angustias y estos prejuicios. Han de haberte declarado santo padre de la iglesia, estoy seguro que los seminaristas también tienen orgasmos con tus versos. Es por eso que hoy, en este justo momento te declaro santo patrono de los maricas y los diversos. ¡Y que no te digan poeta! De esos abundan en el mundo. Desde hoy que, en todo Colombia, y el mundo entero, se te llame Divino Barba Jacob. Porque para evocarte solo hace falta vino, una mano de chico y mucha pasión. Amén. / /
4 Barba Jacob, P. (1924). Balada de la loca alegría. 5 Barba Jacob, P. (1933). El son del viento. Rosas Negras. 6 Barba Jacob, P. (1933). Futuro. Rosas Negras.