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Spoiler Alert y la necesidad de nuevas narrativas de mujeres no hetero normadas, por María Font.
Spoiler Alert y la necesidad de nuevas narrativas de mujeres no hetero normadas
escribe: María Font1
Cuando tenía 16 me enganché por primera vez con una serie que hablara abiertamente sobre la comunidad LGTBIQ+, en ese momento yo no me consideraba bisexual; sin embargo, lo que Ryan Patrick Murphy nos regaló con el estreno de Glee me hizo pensar en un primer momento que las relaciones amorosas entre mujeres no eran tan complicadas como por tanto tiempo mi colegio católico me había hecho creer. Aquí comienzo con los spoilers que quizás a muchxs les gustaría obviar, y me disculpo si peco de pretenciosa al suponer que todxs han visto la serie o han escuchado hablar de ella.
En el desarrollo de la serie se veía la relación entre Santana y Brittany, quienes desde los primeros episodios utilizaban abiertamente su sexualidad ofreciendo tríos a cambio de favores para la entrenadora o simplemente para molestar a algunos de los personajes (Rachel). A mis cortos 16 años eso me parecía alucinante y me hacía pensar lo fácil que era salir del clóset y vivir una sexualidad abiertamente no heteronormada; sin embargo, mientras iba avanzando la narrativa de la serie, mi corta edad no me dejaba entender por qué cuando estos dos personajes hablaban de su sexualidad con hombres no había ningún conflicto en la trama; mientras que cuando se presentaban escenas en las que ellas estaban solas, ya sea besándose o abrazándose, y Brittany proponía hacer pública la relación, Santana se negaba rotundamente. Mientras avanzaba la serie, llegó un momento en que las dos llegaron a emparejarse con hombres, cosa que me dejaba más confundida que al inicio. Además; Kurt, un personaje abiertamente gay, sufría bullying durante la serie. Para no seguir spoileando, las preguntas que me quedaron en mi adolescencia fueron las siguientes: ¿Por qué estaba bien visto que dos mujeres disfrutaran abiertamente de su sexualidad cuando había un hombre de por medio, y causaba tantos conflictos cuando simplemente se consideraba la idea de que sean una pareja? ¿Por qué Brittany y Santana no podían expresar libremente amor?
A mis 28 años, abiertamente bisexual y con un ojo feminista pude darme cuenta de algunas cosas que de pequeña había pasado por alto. Nunca voy a negar que Glee fue la primera serie con la que pude pensar que el amor entre mujeres y el amor entre hombres no debería ser juzgado por nadie y que hay un largo camino por recorrer para que eso se haga realidad. Sin embargo, luego de haber visto una gran cantidad de series y películas sobre mujeres no heteronormadas, me di cuenta que las relaciones lésbicas en los mass media casi siempre son aceptables cuando están ligadas al placer masculino o al voyerismo.
No fui yo quien descubrió la pólvora en este asunto, de hecho, todos los cuestionamientos que se fueron construyendo en mi cabeza mientras consumía más y más narrativas lésbicas o de mujeres no heteronormadas encontraron la luz con el artículo de la feminista Laura Mulvey, quien en 1989 escribió el artículo «Visual Pleasures». Mulvey con su texto criticaba la posición que tenían las mujeres en las películas de su época, siempre viéndose como objetos para el placer masculino e incluso cuando llegaban a tener algo de importancia para la trama nunca llegaban a ser heroínas, personajes principales, actantes, simplemente reflejaban los deseos masculinos. Como consecuencia, las mujeres no contaban con imágenes cinematográficas con las que reflejarse o heroínas poderosas que les brindaran agencia real dentro de los relatos. Parafraseando una frase del artículo, básicamente la mujer estaba objetivizada por el hombre; es decir, las mujeres no tenían agencia en las películas de aquella época. Según la tesis del Instituto Universitario de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género: Desmontando el armario, con mis propias palabras, se podría decir que la representación de la identidad lesbiana en el cine es la contemplación de las mujeres como simple objeto de deseo provocaba que lxs expectadorxs se identifiquen con esas actitudes.
Volviendo a todas las preguntas que despertaron en mí la serie de Ryan Murphy, en la maratón que pude realizar este año terminé por responder casi todas mis interrogantes. A lo largo de la serie Glee se trata de ahondar de manera política-
1 Maria Claudia Torres aka María Font. Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se especializó en Gestión Cultural por el Museo de Arte de Lima. Se ha desempeñado como editora y correctora de estilo para la Editorial Trotamundos. Ha publicado Blue Tragedy o el Panfleto del gatito negro (2018) y Aprendiendo a enterrar a los muertos (2019). Actualmente maneja el podcast Las notitas de Font en IG: @notitas24.
mente correcta muchas de las injusticias que sufrían los adolescentes de la comunidad LGTBIQ+; sin embargo, en lo que respecta a las representaciones de las mujeres, las relaciones lésbicas o bisexuales todas pasaban por el male gaze. Muchxs pueden estar en contra de mi lectura, pero en la mayoría de episodios de las primeras tres temporadas las representaciones de las mujeres pasaban por lo que el ojo masculino quería ver. Así tenemos a una Santana abiertamente lesbiana usando su sexualidad para sabotear al club Glee o cosas incluso más irrelevantes; a Brittany como un estereotipo de sexualidad desinhibido y como uno de los personajes más torpes de la serie; cosa que no pasa con los personajes gays como Kurt y Blaine, quienes son representados como los más talentosos de la serie. Hechos tan pequeños como estos nos hacen preguntar por qué los personajes de lesbianas o mujeres bisexuales tienen que conformarse con este tipo de estereotipos.
Ahondando más en el asunto, si me preguntan por mi canon de preguntas de lesbianas o las primeras películas que vi cuando salí del closet, básicamente fueron Monster, Blue Is The Warmest Color y The Kids Are All Right. La primera está basada en un caso real; sin embargo, básicamente representaba la relación de una prostituta marginada que se enamora de una chica mucho menor que ella y por los asesinatos que comete para poder mantenerla termina siendo encarcelada. La vida de Adele o Blue Is The Warmest Color es una adaptación cinematográfica de una novela gráfica francesa, en ella la relación entre las dos mujeres es bastante tóxica y sigue el patrón de Monster, no por el tema de los asesinatos, pero sí porque Emma, la mayor en la relación, es abiertamente lesbiana, mientras que Adele está en un proceso de autoconocimiento; lo que termina en una relación tóxica para ambas finalizando en una ruptura. Habría que acotar que en la novela gráfica se representa la homofobia y la relación llega a ser tan tóxica, que cuando terminan, al personaje de Adele se le rompe el corazón no de manera literal. En The Kids Are All Right la relación entre las dos esposas llega a tener un conflicto cuando se conoce al padre biológico de sus hijos, pero por la posición social que viven los personajes en la película no existen rasgos de homofobia y el conflicto principal se llega a superar. Es decir, de las tres películas que creo no soy la única que considera canónicas; las dos primeras son claros productos del male gaze, representan relaciones patriarcales y son claros ejemplos del amor romántico heteronormado.
Unx podría decir que con el paso de los años los mass media han cambiado sus representaciones lésbicas o bisexuales; sin embargo, para escribir este artículo me di el trabajo de hacer una maratón de una de las series más conocidas dentro de la comunidad LGTBIQ+: Orange Is The New Black y me di con la sorpresa de que a mi parecer no entra exactamente en la mirada del male gaze canónica, pero se sigue la narrativa de la lesbiana presa que acusa a su pareja aparentemente bisexual y terminan ambas en prisión; no voy a contar más spoilers, pero básicamente se sigue repitiendo las formas de amar patriarcales y heteronormadas, cosa que para lxs fans de la serie creo que al menos evoluciona a lo largo de las temporadas.
Una podría pensar que con el paso de los años estas narrativas van cambiando y las mujeres lesbianas en las películas dejan de ser las marginales o criminales condenadas a la pobreza e incluso exponerse a enfermedades; sin embargo, la película Las mil y una dirigida por Clarissa Clavas y estrenada el 2019 nos dice que todos los estereotipos escritos anteriormente siguen vigentes.
Esto me deja una pregunta: ¿es posible hablar de narrativas lésbicas o no heteronormadas que representen verdaderamente la forma de amar y relacionarse entre mujeres? Y mi respuesta es sí, creo que hay maneras de romper con el male gaze y con el voyerismo masculino, el mejor ejemplo que se me ocurre es la serie Feel Good, y quizás todavía sin romper totalmente con la heteronomatividad también podría ser la novela gráfica Laura Dean me ha vuelto a dejar de Mariko Tamaki y Rosemary Valero-O´Connell.
Como conclusión, soy lo suficientemente optimista para creer que existen películas o series que han escapado de mi radar y que se están gestando nuevas narrativas para mujeres que se aman fuera de la heteronorma, que rompan con los estereotipos patriarcales, el amor romántico tóxico, las gafas del male gaze y basan sus problemáticas en las mujeres como actantes o agentes dentro de las películas, series o cómics. / /
Brittany (Heather Morris) y Santana (Naya Rivera), protagonistas de un romance adolescente, en Glee.
Bibliografía
• Mulvey, Laura 1989 «Visual Pleasure and Narrative Cinema.» In Visual and Other Pleasures, 14-26. London: Macmillan.
First published 1974. • Gutiérrez. M, Vaca. B. (2017). Estereotipos lésbicos en personajes cinematográficos: Monster y Kids are allright. Aportes.
N°22. 8-15.
• Medina, L. (2019). Desmontando el armario. La representación de la identidad lesbiana en el cine. Instituto Universitario de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género, Granada.
Ser «feminazi»: entre lo que gano y lo que me cuesta
escribe: Rosa María Tuesta Arroyo1
Ciertas veces me han consultado cuándo empecé a identificarme como feminista. No lo sé. No lo recuerdo. Podría decir que mi primer acercamiento fue al acudir a una sesión de consejería sobre salud sexual y reproductiva, motivada por una profesora mía y orquestada por un activista. Así fue como inició. Desde aquel momento, me embarqué en un proceso de múltiples aprendizajes. Empecé a ver el panorama de otra forma. He conocido a compañeras pujantes, me he cuestionado, he sufrido por las etiquetas del entorno, he dudado. Simple y complejo a la vez, me he encontrado.
Desde que me identifico como feminista, y lo profeso sin temor alguno, a menudo me topo con comentarios negativos, en la familia, en el trabajo, en la universidad, en las redes. Pareciera que la multitud incluye implícitamente al concepto de feminista la idea de la «bruja». Bien que nos hacen.
Recuerdo haber recibido un pañuelo verde en alguna marcha, en correspondencia a mi apoyo por el derecho a decidir; qué emoción significó abrazar una postura que me representara. A los pocos días, nombré a mi pañuelo como acompañante diario recurrente, montado en la mochila mientras recibía ciertas miradas tendenciosas de sujetos que habitaban junto a mí el espacio educativo. Pasaron meses para que en el mismo recinto empezara a ver más seguido al pañuelo verde pasearse por los pasillos universitarios. No éramos muchas, pero para mí ese par equivalía a miles (aunque quizá el criterio cuantitativo no sea el mejor). Eran mis compañeras, porque sucede así, nos abrazamos sin distinción alguna, reconociendo que en esta lucha es sumamente valioso tenernos las unas a las otras.
Sin embargo, el camino tinturado de violeta no constituye únicamente a un proceso constructivo, pues es igual de desgastante, ya que ciertos individuos se encargan de colocar la cuota repugnante. Desde un espacio, un grupo de compañeras nos reunimos de manera virtual para convocar a más aliadas. Tratamos de cubrir cada función para evitar la infiltración de los machitos, porque una vez inmersa en el trayecto feminista, una es perseguida por estos carroñeros y de alguna manera debe protegerse. Al poco tiempo de iniciado el encuentro, empezó la penosa ráfaga de insultos, garabatos obscenos y ofensas directas. Nos vulneraron. Recuerdo que sentí miedo, indignación y extremo temor. Las compañeras más experimentadas nos sostuvieron con su fuerza a quienes por primera vez sentíamos la dura respuesta del machismo ante la organización feminista. Para lección nuestra, la premisa brindada no era la de «acostúmbrense, esto siempre pasa»; por el contrario, comprendí aquello
1 Rosa María Tuesta Arroyo es feminista, bisexual y afrodescendiente. Estudiante de Psicología por la UNFV. Capacitada en feminismos, género y política. Es practicante en un centro de atención a mujeres, becaria para el fortalecimiento de liderazgos juveniles afros y ha participado en múltiples iniciativas en las áreas en mención.
que profesaré siempre: «transforma tu indignación en acción». Y es que «sentir» está bien. Sentir indignación, cansancio, vulnerabilidad, temor, rabia, pero es algo que usualmente reprimimos debido a las «demandas» del día a día. Sentir también es un acto político. Lo peor no culminó ahí. Minutos más tarde, vi mi rostro y datos expuestos en una página de pubertos misóginos. Nos llamaban «feminazis», según ellos planeábamos «dónde atacar». Me paralicé, no podía creerlo. Movida por la angustia y un doloroso momento personal, viví unas de las peores semanas de mi vida. Ellos la causaron. Ellos y el machismo generalizado.
Más experiencias adversas, primera parte. Ser una «odia hombres» en la sociedad peruana y seguramente en muchas otras, implica ser sometida al cuestionamiento público infinidad de veces. No tengo problemas en expresar mis razones cuando alguien me consulta respetuosamente, pero así como afinamos los sentidos para actuar de inmediato ante cualquier situación desigual, pulimos el olfato ante la putrefacción machista.
Durante el panorama electoral, Pedro Castillo dio una patinada tremenda. Para él, el feminicidio es causado por la «flojera» promovida por el Estado. Peor no pudo quedar. Aunque, a pesar de eso, cantidades importantes de personas aún no comprenden que otras carreras de «politiqueros/as» son simplemente patinadas eternas, como la de su adversaria. En fin. Como de costumbre abundó quién desde la comodidad de su sofá y el aletargo absoluto hacia la justicia social preguntaba «¿dónde están las feministas?». Personalmente, preguntándome cómo es que el conservadurismo sigue vigente a pesar de tanto progreso. Nuevamente. Ser feminista es ser ridiculizada y cuestionada una y otra vez. Como si tuviéramos que explicarle al mundo entero porqué lo somos o qué pensamos.
No obstante, el autoaprendizaje desde los feminismos no debe ser opacado por la imprudencia del «onvre». Pasé mi vida entera sosteniendo mi supuesta heterosexualidad. Instigada, por supuesto, por todo lo que captamos al crecer, a través de frases, conductas, ideas, situaciones, creencias, etc. Imagino no ser la única a la que cierta vez le dijeron «cuando traigas a tu novio a casa, conversaré seriamente con él». Porque claro, el machismo nos ha hecho creer que las mujeres somos propiedad de algún varón, y en este caso, el padre, tío, primo o quien fuere, le cede dicha soberanía sobre nosotras a alguien más. El feminismo me acercó a mí misma, a cuestionarme. Sabía, aunque no lo admitiera, que también me gustaban ellas. ¿Había besado a alguna? Sí. ¿Sentí atracción por alguna? Sí. ¿Había estado alguna vez involucrada sexualmente con alguna mujer? Sí. ¿Había entablado una conexión emocional con alguna? No. Y fue por ello que creí no ser bisexual. Como si solo el terreno de la emotividad determinara la sexualidad. Como si no sentirme 50% atraída por hombres y 50% atraída por mujeres me convirtiera en menos bisexual. No lo sabía. En alguna ocasión, alguien me consultó ¿eres bisexual? Lo negué, pero reconocí a la duda presente. Hace algún tiempo prefería autodefinirme como «heterocuriosa». Encasillada aún en la comodidad que brinda la heterosexualidad, sin anunciarme bisexual para mantener la que es una posición de poder. Ahora reconocida bisexual, miro con cautela mi propio proceso de autoconocimiento, ¿por qué ahora sí me identifico como bi? Aprendemos, crecemos, y el terreno de la sexualidad no es la excepción. La sexualidad implica afecto, emotividad y respeto, sobre todo con unx mismx. Así fue, y seguramente continuaré descubriéndome.
Más experiencias adversas, segunda parte. Ahora desde mi bisexualidad, no como etiqueta si no como espacio de enunciación. Tiempo atrás me conecté a una charla en donde participaba una amiga feminista bisexual que admiro y quiero mucho. Justamente hablaba desde su bisexualidad entre compañerxs de distintas orientaciones e identidades. Es importante mencionar antes de este punto que incluso dentro de los feminismos existen discrepancias y planteamientos variados, cuestión que tendenciosamente se «entiende» como incongruencia. Nada más alejado de lo certero para mí. Esté donde esté, habitando una teoría, colectivo, práctica, modelo o lo que fuere, si no hay crítica, no hay nada. Retomando, iba ella exponiendo hasta que llegó el momento de una compañera, quien incluyó dentro de sus comentarios una «crítica» explícita a la bisexualidad, por no ser lo suficientemente «antipatriarcal». Porque a nosotrxs lxs bisexuales también mantenemos vínculos con varones. Como si el varón fuera el enemigo. El macho sí. Crítica aparte, no fue experiencia propia porque aún tengo pendiente «bi»sibilizarme con mayor convicción, pero como lo he comprendido, es un proceso y me doy a mí misma mi tiempo y espacio.
Si me atrevo a realizar un balance entre las bondades y las peripecias del proceso de definirse como feminista, concluyo que el saldo es siempre positivo. No he encontrado a ninguna compañera que se haya arrepentido de serlo. Para mí misma, el camino feminista ha sido uno de los más importantes. He construido mi seguridad, mi vulnerabilidad, mi fortaleza y mi debilidad. Algo inevitable es pensar o sentir que el machismo está en todos lados, porque es así. Así fue construido el tejido social. Darse cuenta de cada detalle nos convoca a tomar acción para revertir esta realidad. Compartir análisis con mi madre y mis amigas ha sido y es una de las situaciones más satisfactorias, así como oír sus críticas respectivas hacia la construcción de un Perú más equitativo, como principal premisa. Me llena de orgullo saber que impacté en algo a sus propias visiones. Desde los feminismos, el aprendizaje nunca cesa, y en lo que respecta a mí continuaré reconociéndome y anunciándome desde mi bisexualidad. Desde mi «feminidad» en construcción. Desde mi condición de mujer. Desde mi condición de afrodescendiente. Desde mi movilidad, el constante cambio y mis ansias de habitar una nación más igualitaria para todxs. / /