La Culeka No. 1

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Editoko-ko-ko (Empollando) 01:

Esa buena (y ardiente) culekera En nuestra época –crisis del capitalismo, rebeliones civiles y causas sociales, sutil opresión– ¿qué espacio le hemos conferido al sexo, al placer?... El espacio de lo privado pero también de lo privativo. La promiscuidad se puede practicar con todos los géneros –a la vez, incluso– y parece que todo se ha explorado pero ¿es auténtico el goce producto de estas prácticas?, ¿nos satisface el tener sexo periódicamente con la misma persona, en el mismo lugar y con los pretextos y mentiras de siempre?... El pagar por amor también es mentirse y, por cierto, nunca satisface. La práctica sexual como la conocemos está viciada por los temores cotidianos: la impotencia, la mortandad producto del SIDA, la hipócrita contemplación del purgatorio para los adúlteros y la nunca confesada eyaculación precoz han degenerado las formas, olores y sabores de la sexualidad humana. Hemos tenido que escondernos durante siglos para copular sin el escarnio de los otros/as –que son el infierno– o la vergüenza propia que causa el vernos envueltos en las mieles del afecto –que son nuestro fuego–. La moral y su poder han hecho que involucione el cuerpo y, mientras buscamos extensiones virtuales para algunos de nuestros sentidos, la vagina, el pene y

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el ano son cada vez más desplazados de lo público, más escondidos en la vergonzante flacidez de la bisutería esterilizante o más atrofiados por la falta de uso. Se niega al placer con rubor, el instinto nos delata; glandes y clítoris humanos son comparables a otras partes “secas” del cuerpo, sentimos su presencia pero no sabemos su función exacta: dedo meñique del pie, apéndice, muelas del juicio... del juicio final que nos atemoriza y enflaquece hasta volvernos asexuados. A pesar de esta “enajenación” del gusto no explorado del cuerpo humano, subsiste la nostalgia por el deseo no realizado, por el placer no concluido, por la eyaculación orgásmica, por la lubricación y dilatación no sublimadas. El instinto no se ha perdido aunque poco nos falta para depositar nuestra semilla en bancos de semen y encubar niños en probetas. Todo por evitar la vergüenza, también la ajena. La misoginia se ha justificado en los vicios de la <<otra>>, y no hay una palabra que sirva para dimensionar la aberración hacia los <<unos>>. En definitiva, de los que practicaban la libertad sexual no queda ninguno-ninguna. Las orgias se han sublimado en las filas de los centros comerciales; la zoofilia en el ecologismo burdo de las ‘niñas bien’ criadoras de perros anoréxicos y metrosexuales; el Kama Sutra en bailes frenéticos sin penetración; y la desnudes, esa última frontera, en el exhibicionismo patentado por Victoria´s Secret, siempre con perjuicio del erotismo


Indice que hoy es más incipiente y escaso que la consabida liberación sexual. Sí, sexual, no de género. Que se entienda que la mayor transgresión estará en las prácticas del cuerpo que nos haga perder la nostalgia en el exceso. Ex–sexo que proponemos derruir aunque nos llamen Culekos y Culekas, como las gallinas que van a empollar, que buscan gallo para calmar sus ansias o gallina para acallarlas. La propuesta es liberarse (de los prejuicios, de la autoridad siempre narcisista de los intelectuales que llenan las páginas de los impresos) de los tapujos que esconden la sexualidad entre frígidos sudores y conminan el deseo al morbo patético del voyeur incapaz de articular una sola palabra que seduzca. El objetivo es tocar con los dedos –de pies y manos–, con las piernas, los pechos y demás miembros el infierno escondido, esquivo, latente que nos complazca. Para eso se pensaron estas páginas, para hablar de lo imponderable, de lo que ya nadie dice aunque lo anhela cada día, cada noche entre risas o sueños. Y este número, primer tema-punta de lanza, porque si hemos de rebelarnos, hemos de empezar por el cuerpo, por principio. ¡Leamos, dilatadas y erectos, las inquietudes de los que aún desean. Escribamos con fluidos una respuesta. Practiquemos antes del banquete entre letras, imágenes, tires y más tires!

Cada vez la primera vez por Periférica

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Tirar sin culpa por Chaucha Pico

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Diez razones para defender la masturbación femenina por 4nica ... p. 8 “Ese negro te va a romper” por Divino ... p. 10 De rupturas éticas y estéticas: La belleza en abundancia por ¡Sátiro! ... p. 12 En un pequeño motel por Tilingo

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Perfil: Pancho Dueñas por Tilingo

... p. 17

Dos novatos en un cine porno por ¡Sátiro! y Lucho ... p. 21 La muerte chiquita por Lucha

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El sexo Intersexo por Jorge Santana

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Chucha-bulario por ¡Sátiro!

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Revista ‘La Culeka’ No. 1 Mayo de 2012 laculeka@gmail.com

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Cada vez, la primera vez Hace

tiempo escuché a una chica decir que si no tienes relaciones sexuales por mucho tiempo, puedes “re virginizarte”. ¿Quée? ¿Para qué querría una mujer tener una segunda primera vez, tomando en cuenta que los acostones posteriores son mucho mejores? Cuando era más chama, veía a la virgen María en el altar hecha un manojo de lágrimas y con una expresión de angustia única, se me ocurría que la pobre sufría por ese hijo rebelde que tuvo, que logró la fama a costa del sufrimiento de su madre, pero que ella a cambio se ganó el cielo por su entrega, devoción y pureza infinita. Así me enseñaron a pensar, de allí que a la hora del té se cumplió la profecía de las abuelas curuchupas que gente como yo tiene, y lejos de vivir y sentir ese momento bacán, los cucos respecto al valor de mi “virginidad”, la supuesta importancia que eso tiene para un hombre, la condena social de hacerlo por fuera del matrimonio y el imperativo de que sea exclusivamente con fines procreativos (como la virgencita), me condenó a un sufrimiento diametralmente opuesto a la posibilidad de hallar placer. Mi primera vez resultó ser un desafío social, más que personal. Ahora en perspectiva cacho que a las mujeres la primera vez se nos idealiza desde un sistema de valores y moral impuesto por mecanismos aparentemente inocentes, como los cuentos infantiles con la his-

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toria de la princesa a la que se rescata, desposa y embaraza con el consabido: “y vivieron felices para siempre”. Y más tarde, con la historia de violación y sacrificio de la pobre virgen María, que de haberse resistido a ser la “elegida” y echado mano de una buena puteada, habría liberado a la humanidad entera de toda esa mierda religiosa y nos hubiese dado la posibilidad a las mujeres de que la maternidad no nos sea consustancial u obligatoria. Los “valores” con los que hemos sido educadas hacen que la experiencia esté atravesada por el miedo y el desconocimiento, de allí que aún existan embarazos producto de una primera vez o primeras veces frustrantes e incluso traumáticas. La primera vez de una chama debería ser una experiencia en la que la sociedad entera esté involucrada (como lo está) pero de forma positiva, mediante la educación e información necesaria para que ella esté posibilitada de asumir su cuerpo, sentimientos y sensaciones con amor y/o lujuria. Viví mi primera vez y la recuerdo con afecto, pero ahora llevo la convicción de que en el sexo haya una labor de deconstrucción continua contra prejuicios, estereotipos y tabúes, con ello me propongo que cada vez (aún cuando no lo es) sea una primera vez. ¡Que cada acostón sea una revolución!


por: perifĂŠrica

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Tirar Mi

abuela, cristiana convencida, solía contarme la historia de Adán y Eva, y cómo el comer una manzana, incitado por una serpiente, se volvió el pecado capital por el que nos botaron del paraíso y se reservaron el derecho de admisión. Algo interesante en este mito es que, después de comer el fruto prohibido, ambos se sintieron desnudos por primera vez. Como el mito en cuestión es de conocimiento público en nuestra sociedad aún cristiana (más que nada curuchupa), no ahondaré en detalles. Sin embargo, lo importante es que dicho árbol fue denominado por dios como el de la conciencia, el mismo que proporcionaba el “conocimiento del bien y del mal”. Es decir, lo primero que estuvo mal, a partir de acceder al conocimiento de lo bueno y lo malo, fue la desnudez. Probablemente esto explicaría por qué carajo les encanta apagar la

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luz y guiarse por el puro tanteo o por qué lo primero que hacen, después de tirar, es vestirse y “de ahí si cualquier cosita”. El pudor, que conlleva la inevitable sensación de inseguridad, genera la limitación de experimentar el placer de ver otro cuerpo que se encuentra en la misma posición de vulnerabilidad que el tuyo. El deseo no se explica ni se racionaliza, pero existen cargas con las que cada uno/a debe lidiar cuando de tirar se trata. Mi cruz ha sido la maldita sensación de culpa que me viene inmediatamente después de terminar. Intentando encontrar una respuesta, podría decir que crecer en un hogar con creencias religiosas tiene sus consecuencias. Después de la pubertad y el descubrimiento de que el “pipi” no ha sido solo para orinar. Después de mandar a la mierda la futura posibilidad de ser castigado por el pecado mortal de explorar mi


por: chaucha pico

sin culpa cuerpo y mi placer. Después de hacerme pana del “man” del curso que con visión de emprendedor micro-empresarial, vendía películas porno por un dólar, esas que acompañaban mis tardes para dar un paso más hacia la locura, hacer “llorar al niño dios”, o acumular méritos para que me crezca una frondosa cabellera en la mano derecha. Después de varios revolcones, manoseadas inocentes, inauguración de sitios oscuros y de tirar en la cocina mientras los demás estaban en el segundo piso, sigo sintiendo que lo que hice estuvo mal. Esta sensación no me viene por el hecho de que el acto en sí haya sido un mal encuentro, o porque no fue lo que esperaba, es más bien un sentimiento de haber fallado. Ahora se entenderá por qué parto del mito del paraíso, y es que la formación cristiana me dejó con taras que en cosas específicas como el sexo, aún no supero.

Eso no impide, como es obvio, el seguir intentando e intentando hasta lograr superar la “culpa” que genera estar inmerso en la vorágine de sudores, jadeos, fricciones, rasguños, caricias, secreciones, etc. etc. que tienen lugar en ese momento en el que no sirve ninguna pose, ningún razonamiento, ninguna lógica. “En sí mismo nada es inofensivo ni malo y, peor aún, abominable. Las cosas no son en sí, sus valores de significación les vienen dados por los sujetos que las usan, las aprecian, las ignoran, las desechan o las consumen”1. Como Eva, que en lugar de aceptar la vida aburrida y simplona que le ofrecía el paraíso, decidió comer el fruto prohibido para encaminarse a su propio conocimiento, trato de hacer la tarea de mandar al carajo la idea que impusieron en mí y poder tirar sin culpa. 1 Tenorio Ambrossi Rodrigo: El Sujeto y sus Drogas; Editorial El Conejo, 2009; Quito- Ecuador; P. 64

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Diez razones para.. por: 4nica

El

horror de tocarse por primera vez es casi como perder la virginidad pero con más culpa. El solo escribirlo ya resulta ridículo, pero la mayoría del “gremio” no me dejará mentir. Retrasamos el momento hasta cuando ya no se aguanta más y ¡sólo si no eres virgen! Pensar en una “virgen” que se masturbe es mucho más difícil. La realidad es que muchas mujeres no lo hacen por un solo motivo y se lo pierden por más de diez. La tendencia a subestimar y satanizar el placer auto provocado, empieza a perder sustento cuando enlistamos todos los beneficios que supone para la mujer esta práctica: 1. No nos quedamos embarazadas 2. No contraemos ninguna enfermedad 3. Es bueno para la salud 4. Se lo podría realizar prácticamente en cualquier lugar y es fácil de disimular (si eso es lo que te preocupa) 5. No cuesta nada 6. No deja huella en tu colchón 7. Nadie te juzga, si no tú misma 8. Hay mucho placer y casi siempre termina en orgasmo 9. Rompe esquemas 10. Te conoces a ti misma Podríamos seguir, pero eso se lo dejo al lector/a, que seguro se imagina dos o tres argumentos más. Con todo esto, puede alguien decirme ¿Por qué es considerado algo malo? Una vez más, queda develado

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el absurdo, la implacable dominación de nuestros cuerpos. Con tantos argumentos a favor entiendo que el problema no está en hacerlo sino, sobre todo, en lo que el resto piensa de eso. Si preguntas a tu novio o a algún amigo, ¿Qué le parece que una mujer se masturbe? Hay tres posibilidades de respuesta: una, piensan que esa mujer es una “calenturienta” ; dos, piensan que todas lo hacen pero nunca lo dicen; tres, piensan que es lo mejor que pueden hacer porque eso les evita el trabajo de descubrir cómo excitarte. A la primera opción yo respondo con otra pregunta: ¿No es eso lo que quieren? Para la segunda, hay que aceptar que no muchas mujeres se masturban, pero también hay muchas que lo ocultan. Finalmente la tercera es la más sensata y la que incluso puede suponer un reto para una pareja, pues se enfrenta a una mujer que sabe lo que quiere. Lo más normal es saber que un hombre se masturba, no hay ninguna connotación negativa y hasta es recomendable para que exploren su cuerpo y estén preparados para una relación sexual de verdad. Me han contado que incluso es una práctica pública. A las mujeres nos han prohibido el placer, ¿O no han escuchado hablar de la Virgen María? Lo único que ha logrado ese cuento durante siglos es que se limite nuestra creatividad y sensibilidad. Nos catalogan como “las sensibles” pero a cada paso que damos en


esa dirección, nos construyen una pared de racionalidad machista y moralista.

mir nuestro propio rescate. ¡El poder está en tus manos!

La idea es aprender a navegar dentro del cuerpo, descubrir la magia del placer. Quizás nada reemplace en su totalidad el contacto físico con otra persona, la sensación devorante del otr@ sobre tu piel, el sudor y olor de una pareja enamorada. Del beso. Pero… dejando el romanticismo a un lado, aceptemos que muchas veces nos encontramos solas (solos) o que con la pareja es insuficiente o complementario. Para esto siempre estaremos nosotras mismas, para salvarnos, es hora de asu-

Como lo dice Barbara Kruger en su propuesta artística “your body is a battleground” (tu cuerpo es un campo de batalla), lo que te queda es tu cuerpo para enfrentarte al mundo, para romper los esquemas impuestos, para luchar contra el enemigo, que no es otro que las ideas impuestas por el miedo y la razón. ¡Recuerda que un mundo de placer está a un dedo de distancia!

Se recomienda VER ESTE VIDEO sobre el tema: http://www.teledocumentales.com/masturbacion-femenina-2/

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Ese negro te “ Mandingo.

Aquel actor piel de ébano con un miembro colosal, que hacía estremecer de placer a cualquier señorita que se aprestaba a dar un performance pornográfico, con sus maratónicas actuaciones sexuales, reforzó el estereotipo del hombre afro con un miembro sexual enorme, que se estableció en occidente hace mucho tiempo.

Personalmente, al tratar con personas blanco mestizas, he tenido que lidiar siempre con comentarios o bromas en torno a mi órgano sexual, que muy lejos de ser motivo de orgullo, incomoda, puesto que es un pensamiento asociado a la animalidad que es atribuida a mis ancestros. Según estudios a nivel global, “Normalmente la longitud promedio de un pene erecto, medida a lo largo por encima del miembro, de la punta al pubis, es de 16,3 centímetros con una desviación normal de 3 cm. La circunferencia promedio en el punto más ancho, sin tener en cuenta si éste es la cabeza, el tronco o la base del pene, es de 12,7 cm. con una desviación normal de 2,5 cm. Es una medida estándar que caracteriza a la mayoría de hombres en el mundo, y a partir de esta media, existen variaciones que no despuntan en mayor proporción”. (http://www. redcientifica.com). Debemos entender que con el tamaño del pene no podemos complicarnos, ni “hacernos las historiasas” como dicen unas amigas, ya que así naciste y punto. No tiene sentido decir que es una temática importante dentro del plano sexual; el problema es que hemos naturalizado el

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tema en nuestra cotidianidad a tal punto, que en Latinoamérica tenemos la creencia de que un pene enorme es sinónimo de virilidad y ofrece garantías respecto del placer sexual, como si a mayor pene, mayor maña, mayor experiencia y mayor rendimiento.

Cualquier tamaño puede usarse eficazmente. Si somos francos, podemos aceptar que nuestro pene es tamaño estándar, y que uno más grande no nos asegura un lugar eterno en los recuerdos de nadie, ni tampoco nos proveerá de un “hueco seguro” –como solemos decir-. Entendamos que el tema de la ‘vergota’ se encuentra inmerso en un sistema de valores y creencias que deberíamos intentar comprender para que nuestras inseguridades y mediocridad no sean nuestro mayor limitante en la cama, o en el piso, o de pie, o en el agua, como más te guste hacerlo. Históricamente la etnia afro ha sido asociada al estereotipo del esclavo y semental proveniente del continente africano, que fue traído por los europeos colonizadores desde regiones del Congo, el reino de Bemba y la actual república de Angola, al entonces llamado nuevo continente, con la finalidad de reemplazar a nuestros aborígenes indígenas, que morían ante las forzadas jornadas de explotación a las que eran sometidos. Este relevo de la mano de obra aborigen por la mano de obra africana, basado en una teoría de tiempos coloniales que afirmaba los esclavos negros eran más fuertes y resistían más horas de trabajo antes de morir, ha dado pie a cientos de creencias y fábulas –incluidas las sexuales- alrededor de la etnia.


e Es necesario tomar consciencia que este simplemente es una creencia que se ha mantenido en el imaginario social; y desde este punto debemos parir nuevas perspectivas y derrocar esta etiqueta que es una de las tantas que peyorizan socialmente a todos los afrodescendientes.

Delincuentes existen y están en todas las etnias, ‘vergones’ existen, y están en todas las etnias.

Mucha gente piensa que una persona por tener buena estatura y ser corpulenta, disfruta de una mejor salud física y sexual que otras que no poseen esas características, y ello no es una regla; lo mismo sucede con el tamaño del pene, no por tenerlo eres más ducho para dar. Mandingo es un hombre afortunadamente bien dotado, pero no necesariamente un representante de los descendientes de la tribu Shabazz, (afros), nuestro intelecto está por encima de nuestro miembro. El miembro no puede representar o simbolizar a nuestra etnia. Es otra etiqueta racial que conjuntamente con las de criminalidad y delincuencia, deben ser erradicadas de nuestros diálogos cotidianos.

Además, el sexo no puede reducirse al plano de lo genital, eso está bien para esos profes mediocres de educación sexual que tuvimos en el Colegio a los que parece que no se les puede pedir más, o para el peor escritor de toda la historia, ya saben, el de Juventud en éxtasis. Ya sé que estamos obsesionados por el tamaño de nuestros penes, y sé que este escrito poca mella hará; pero, por qué en lugar de pasarnos horas pensando y hablando sobre el tamaño de nuestros penes, no le destinamos la misma cantidad de tiempo –que sabemos es mucha- a pensar y a hablar sobre los modos que hemos descubierto para acompañar al orgasmo o al extremo placer a nuestras parejas. Después de todo, a quién crees que van a preferir: Al que le da bien rico o al que sólo tiene un gran ADORNO entre las piernas, pero nada más que eso.

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La belleza “Dejemos las mujeres bonitas a los hombres sin imaginación” Marcel Proust

Siento,

contrario a Botero, que la voluptuosidad no solo puede ser sátira de la naturaleza sino su sentido más sublime. Confieso que mi perspectiva, opuesta a prejuicios y estereotipos, es amoral. Es que para apreciar lo hermoso hay que despojarse de la moral como quien se desviste con dificultad ante la libidinosa urgencia que lo invade –preludio erótico de por medio– de cara a la grácil desnudez de una mujer “fuera de lo normal”. (Nunca acepté esa consigna elitista de que la “belleza se oculta frente a la ceguera del vulgo” aunque admito que hay una certeza artística latente y reservada para unos pocos: ¡la gordura también es parte del buen gusto!). Los tiempos actuales y el recuerdo de la Mona Lisa, esa obra extemporal cuyo encanto derruye el canon revistero de la mujer-modelo, ultra-delgada, me hacen pensar que nos hemos alejado del su arte para sucumbir en lo superficial. Da Vinci plasmó su conocimiento de la naturaleza en esa pintura como quien marca a la humanidad con un sello indeleble: atrave-

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en sando la estética de todas las épocas, el florentino dejó una marca más fuerte que el mito del pecado original –aunque con menor influencia– y, contrapuesto a esa cristianísima culpa, apeló al placer sin limitaciones. (Tan grandioso es el retrato de Lisa del Giocondo que en su contra solo se han levantado falsos rumores. La envidia a su gracia mayúscula llegó a endilgarle a la mujer retratada la supuesta influencia homosexual del autor, la secuela de un embarazo, el influjo de la sífilis y hasta el neurótico paso de una parálisis facial. La moral desvirtuó a lo hermoso condenándolo al ostracismo de lo “mundano”. Por ello aún hay quienes prefieren seguir esa imposición burda pero aceptada de medir la fealdad en una balanza). La naturaleza puesta en escena a través de la pintura aludida nace de ese instinto originario de buscar la robustez para asegurar la conservación de la especie: el tamaño de los senos garantiza al crío su cómoda asimilación como fuente de alimento sin dejar de lado lo erógeno. Además, esa imperfección –¿arbitraria?–


n abundancia por: ¡sátiro!

alberga el enigma de una «sonrisa» cuyo encanto solo se pudo trazar en una mujer de estas características. (Que lance la primera piedra el que jamás haya dejado escapar una mirada furtiva ante rollizos encantos o mejillas rebosantes de brillo carnal... ¡no me hacen daño sus pedradas!: si he de sumergirme en el océano será vital que tenga de dónde agarrarme). El hecho de que el cuadro, como muchos otros del italiano, esté inacabado abre las posibilidades de su encanto. Para que haya magia la imagen debe ocultar algún detalle. Qué mejor si está detrás de los pliegues de un escote, en la sutil cascada que se abre paso entre los pechos enormes de una ninfa incomprendida: la seducción de esos recuerdos-encuentros. Exagerada la incomprensión se torna grosería. El rechazo hacia la no convencional gordura dificulta incluso el representar su disfrute (de allí mi recurrencia a las metáforas). El fatal gusto por la gordura se descalifica como ordinario porque no está en las pasarelas, porque su desborda-

miento esconde la lencería fina... (La pregunta es: de qué sirve la lencería cuando uno quiere perderse en redondas caderas como el sol en el difuso horizonte que forma la marea alta. Habrá que tomar en cuenta si la diva viene montada en un unicornio –que simboliza la virtud–, en cuyo caso se hundirá inevitablemente en la arena. Solo queda sugerir que el fabuloso cuadrúpedo deberá estar bien alimentado para resistir el vaivén de la lujuriosa ánima que lleva en sus espaldas... sí, la nostalgia provoca desvaríos). Cada vez es más necesaria una nueva ética. Qué decir de esos labios carnosos capaces de derretir lenguas de fuego, apagando el incendio que provoca en los mortales la devoción a la belleza en abundancia. Ninguna precaución sobra al evitar perderse en el cráter inmenso del sexo de esas MUSAS que abarcan la grandeza del universo, en las que dormiremos como infantes luego de querer atravesarlas y regresar a ese uno-con-el-todo del que nos despojó la moda, la vergüenza, la ceguera.

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En un

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pequeño Elita

es una mujer poco peculiar, de no ser porque posee unas nalgas perfectas jamás la habría notado…Intento ser sincero.

La conocí dos años antes de egresar de la Universidad. Han sido pocas las palabras que hemos cruzado, pero, después de un inexplicable vacile, cuatro meses atrás, empezamos a “salir”; y digo salir por usar algún convencionalismo, porque esta historia se ha desarrollado en tres locaciones: Su casa (principalmente la sala y de repente su cuarto); el parquecito de su Conjunto Habitacional que queda frente a la habitación de su Sacrosanta* madre, donde permanecíamos hora y media los crepúsculos de lunes y viernes para que ella nos pueda ver; y un Motel de cinco dólares las tres horas en la Biloxi. Pese al panopticismo materno tuvimos muchos embales, ya sea en el rincón oscuro y camuflado bajo de la visera del garaje, que, para mi suerte, se ubica justo debajo de la ventana de su madre; o, en el lapso de 40 a 60 minutos que tenemos los viernes antes de que llegue su mamita a “almorzar”, apuradita a protegerla del pecado; más bien de su segunda irrupción en él, porque la virginidad “se la robaron con engaños –según la sacrosantaa los 19 añitos, un desgraciado (más vivo que ella), que le endulzó las orejas a la guagua, y claro, la bonita como es bien shunsha, se dejó; y, ahí está, para que luego luego el infeliz se vaya botándole como que fuera qué”. Cuenta Elita que la Doñita se lo repite cada vez que le pide permiso para ir a pasear con sus panas.

por: tilingo

Un viernes, yo también me porté vivo vivo –como diría la curuchupita-. Aprovechando que se arriesgó, y que me invitó a pasar a su casa, me dediqué a propinarle besos y caricias en lugares estratégicos; y al notar que sus labios y orejas estaban bien rojos y su respiración agitada, le susurré al oído el clásico ¿estás bien? Como su respuesta fue positiva, procedí a tocar suavecito su vagina. Segundos después, al escuchar un par de gemidos, me decidí y le solté otro clásico de ayer y hoy: Vamos a un lugar donde podamos estar solos…y tranquilos, donde solo importe lo que estamos viviendo, seguido de una paráfrasis del gran Gali para que no note mi incapacidad poética: Vamos a un lugar donde no exista el reloj, donde podamos juntar tu piel y la mía, sin condición…y le agregué un sin miedo, sin prisa, etc. Ya saben la labia que se mete en esos momentos, se dice lo que sea, ustedes saben que ¡el rato del embale, todo vale!... Quien podría negar esta máxima que parece extraída de la inentendible Fenomenología de Hegel, o del librito de Gabino Márquez de Filosofía Escolástica que uno siempre encuentra en las tiendas de libros usados; después de todo, para muchos hombres su principio o filosofía de vida se condensa en otra máxima, que de seguro Freud la respaldaría: ¡Tiro, luego existo! Total, la convencí. A dónde vamos –preguntó-; sólo sígueme -respondí-, mientras le daba piquitos tiernos y dulces a que no se eche para atrás. Salimos casi corriendo de su casa. No caminábamos,

* Léase por Sacrosanta vieja curuchupa, y por curuchupa vieja pela mazo.

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más bien parecíamos Jefferson Pérez. Fuimos a un Motel cercano que ya tenía ubicado (¡Sí, ya lo tenía planeado! Prefiero no engañar, en estos casos, la palabra espontaneo es parte del léxico de la labia post-coito). Llegamos. Pagué. Nos dieron la habitación #12, y ahí fue. Al fin, cuatro meses de paciente lucha dieron fruto. Mientras le quitaba la ropa repetía: “No vayas a pensar que soy una de esas”… ”En serio, en serio, nunca hago estas cosas”. A esas alturas, yo ya no decía nada, solo la besaba y me apuraba desvistiéndola antes de que se arrepienta. Para ser primera vez, el acto fue muy desinhibido. Lo que hicimos fue tan vulgar y sucio que solo podría ser contado con un Rap comercial, un Regaetoon, o un Grind core. Me sorprendió mucho esta chica que parecía tan reprimida e inexperta. Las palabras que salían de su boca, me desvirginaron los oídos, y las posiciones que hacia parecían de manual. Pensé estar con una sacerdotisa del sexo, una mística lasciva, otra Elita, que me obligó a recurrir a un par de trucos para mantener mi erección y no quedarle mal, porque la muchacha me resultó insaciable. El único vestigio que se hizo presente de aquella mujer casi imperceptible que conocí en la Facultad, fue su petición de que le colocara mi chompa y camiseta bajo las nalgas cuando no le quedaba de otra que asentarlas sobre el colchón. No quiero estar recostada o sentada sobre el sudor, la saliva o semen de otros –decía-. Cuando al fin paró, creo que por compasión, mi mente, casi por reflejo, se preparaba para responder a esas preguntas, peticiones y dudas bastante comunes: ¿Qué piensas de mí? ¿No se te salió nada

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del condón? ¡No se va a volver a repetir! ¡Abrázame!...Pero no pronunció palabra. Mientras me preparaba para esa situación y recuperaba el aliento tomando aire por la boca, ella ya se había vestido. Se acercó, me dio un leve beso en los labios, pronunció un chao, volteó, se acomodó el cabello y se fue. No tuve tiempo de decir nada. Por alguna razón salí del Motel sintiéndome observado, parecía que el soverga del recepcionista se burlaba en su mente de mi. Han pasado dos semanas y media desde aquel día y no la he vuelto a ver y aún vivo las secuelas de una terrible y costosa infección que Elita me dejó. No responde mis llamadas, ni mensajes, ni emails. Le he dado un millón de vueltas con mis amigos al asunto y llegué a estas conclusiones: a) Salió rápido para llegar antes que la curuchupa y no lo logró, la sacrosanta la interrogó, le sacó algo de verdad, la castigó y de paso le quitó el celular; b) Tiene novio y no quiere arruinar su relación y la culpa la está matando; c) Le parezco feo y es de las que bagrea solo una vez; d) No quiere nada serio y espera que en este tiempo sin dar señales de vida me dé cuenta de eso; e) Está consciente que me pasó una infección y se le cae la cara del bochorno; f) Le di mal y por eso no vuelve; g) La moral la gobernó y se siente tremendamente avergonzada y no puede verme. No sé que pueda ser, pero quiero pensar que es la primera, la segunda o la última opción; creo que mi ego no podría con las demás. ¡Elita, llama por favor! VER: http://www. youtube.com/watch?v=pfTnyRl5viU


Condorito y la publicidad marcaron su vida

por: tilingo

Pancho

Dueñas, pintorborracho, o borracho-pintor de 32 años, da igual; las dos actividades constituyen una sola pasión que se despliega en su vida y la encausa. Le gustan las mujeres esquizofrénicas y drogadictas, tanto como representar a través de sus pinturas al sexo; gusto que le trajo problemas desde que estudiaba en la escuela Leonardo Da Vinci. Un día se le ocurrió dibujar el rostro de una de esas típicas profesoras que antes daban todas las materias, excepto inglés, sobre un cuerpo obeso, y a la altura de su trasero una nube que encerraba la palabra PEDO. Cuando el dibujo llegó a manos de la “omnisciente” burlada, no tardó en castigarlo. Su gusto por el dibujo, la impuesta necesidad de una profesión y una sobre dosis de imágenes revueltas en su cabeza, efecto de criarse frente al televisor y de haber continuado ejercitando su imaginación durante los apabullantes y escabrosos años de colegio, lo llevaron a inscribirse en la Facultad de Artes de la UCE. Una sabia moneda tomó la decisión de seguir Artes Plásticas y no Teatro. La composición recargada del Barroco, el Surrealismo Español y el Expresionismo Alemán lo acompañan desde sus años de Facultad; pero los grabados de Goya y Pepo con su Condorito han marcado su obra de forma definitiva. Ha pasado

cientos de horas mirando los cuadros de Goya, hasta ser poseído por éstos, y con Condorito se ha deleitado una vida entera. Identifica su obra con el antagonismo representado en los personajes de esta caricatura: “la manera de dibujar del Pepo, unas mujeres esculturales y al lado otras mujeres horrorosas, hacía que no puedas ver a alguien normal… lo que él muestra tiene que ser muy hermoso o muy feo, y esa es la forma en la que yo también trabajo”. Graduadito de la Central, deseoso de provocar, transgredir y molestar, pensó plasmar toda esta influencia y su imaginación en una obra serial de 48 cuadros a través de ese tema que inflama su pincel y que considera es el aspecto más complejo del ser humano: el sexo en todas sus variables. La inspiración y el trabajo se alimentan de textos que ha leído como la Lolita de Nabokov, El teatro de Sabbath de Philip Roth, Los cuadernos de Don Rigoberto de Vargas Llosa, algo de Bukowsky, las experiencias propias y ajenas; y de forma muy particular la televisión que lo ha acompañado desde que tiene 2 años de edad con aquella filmatografía hollywoodense con sus escenas de desnudos y bailes eróticos, y la publicidad que veía a diario en la pequeña pantalla. Su interpretación icónica del universo sexual le ha costado varias censuras y conflictos. La primera en la Casa feminista

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de Rosa en el 2008. Recuerda que allí le dijeron que su interpretación era heterosexual, y por serlo, era errónea; además, les pareció que entre tanto pene, tanta teta, tanto culo y tantas vaginas, tantas gordas y flacas, tantos obesos y raquíticos había un machismo considerablemente explícito. La segunda vez fue en el Concejo Provincial en el 2009; un amigo suyo que estaba encargado del Departamento de Cultura lo invitó a presentar allí su obra en una exposición llamada ‘Arte irreverente’, a pesar de que él no se considera así, sino más bien Pintor Clásico. Los cuadros lograron ser exhibidos durante un día, pero fueron retirados al siguiente a petición de las señoras que trabajan allí, que al pasar una y otra vez frente a las pinturas, lastimaron sus ojitos puros y castos por tanta ofensa y casi de rodillas suplicaron hasta el cansancio ante el encargado que los alejara de su vista, quien para evitarse tanta peladera de mazo le pidió a Pancho que viniera por ellos.

a algún compañero le guste que le rompan el culo. Además, le dijeron que pasan muchos chiquitines por allí, y como todo mundo está convencido de que con guaguas no se debe hablar de estos temas porque son “inmaduros”, “medio brutos”, “no tienen criterio frente a escenas sexuales”, aún se los considera asexuados, y se ha naturalizado que pueden soportar tanto contenido violento, machista, racista y la abundante publicidad en la que se asume que hasta una brocha de pintura puede ser vendida con el culo de una mujer, entonces Pancho compartió el criterio y bajó los cuadros.

La tercera vez fue en septiembre de 2011 en el Museo Casa de Sucre; unos amigos suyos lo invitaron a exponer allí; esta vez Pancho intentó evitar líos y envió fotografías de sus cuadros más un sustento teórico, pero los encargados de dar el visto bueno, quizá por exceso de trabajo, no revisaron ni por encima el documento que les hizo llegar y lo aprobaron sin saber de que se trataba. El día de la presentación, cuando los encargados vieron los cuadros se armó el ‘pito’; esta vez el administrador, un Militar retirado, se sintió aludido al ver en los cuadros a sus camaradas en situaciones comprometedoras; es que a ningún varonzote de uniforme verde le gusta contemplar la posibilidad de que

Anda cerca de terminar su serie de 48 cuadros, y como no da lo mismo presentar su obra en un lugar donde se esté frente a frente con la obra a mostrar las fotos de estos en su Facebook, continúa en busca de un lugar donde no le jodan y que sea suficientemente grande para mostrarlo todo; pero no desespera, mientras tanto se la pasa toditito el día pintando, y cuando suelta el pincel y no tiene una botella cerca, antes de cerrar los ojos para descansar, imagina que tira con Winona Ryder, y que sobre su cuerpo pálido pinta con la lengua todas las perversiones que no alcanza a plasmar sobre sus cuadros.

Por todas estas broncas, prefiere mostrar sus obras en sitios informales como bares, con o sin permiso, en donde tiene la oportunidad de interactuar con gente muy diversa, cuya sinceridad en medio de un vuelo o una borrachera, le enriquece más que un diálogo disque intelectual con alguien que se cree crítico de arte.


Testimonio 1 La visita que no llego a ser crónica

Estoy

sentado en la última fila del teatro América. En la gran pantalla no se proyecta una historia de acción, comedia, drama o romance, parece más una película histórica pero en realidad es pornográfica, vintage pero porno al final. Por: ¡Sátiro! Hace una hora llegué con un amigo al antiguo teatro que lleva el nombre de la avenida, en el centro norte de la ciudad. Queríamos hacer una crónica del lugar, encontrar una historia en particular, sacar las fotografías pertinentes y narrarla con lujo de detalles en la primera edición de esta revista. Pero el momento esperado se retrasó desde que nos encontramos. Le propuse a mi compañero que nos sentáramos cerca de una panadería frente al cine para testear el ambiente. Estuvimos ahí durante quince minutos hasta que me decida ingresar. Casi en la puerta, en donde se exhiben sobre una tela roja los nombres de las películas que se proyectaban ese día, me di cuenta de que había olvidado atarme el cabello. No quería entrar desgreñado a un lugar al que –sabía-

mos– solo van hombres y fuimos a buscar alguna liga para hacerme una cola de caballo. El acceso está restringido para las mujeres porque la vecindad supone que son las que provocan situaciones no convencionales en este tipo de cines. Este prejuicio es equiparable a la violencia de la que son objeto en las tramas de los films en donde son las únicas que desean y gozan con “lo prohibido” En los alrededores (calles Santiago y Asunción) hay bazares y las prostitutas afincadas en cada esquina del sector no nos distrajeron demasiado, pero me empeñé en buscar una vincha de mi preferencia, lo más masculina posible, sin flecos ni brillos escandalosos, con el fin de retrasar la cita que nos habíamos planteado junto a quienes presenciaban un espectáculo carnal sin relegarlo –como es habitual– a lo privado. Después de comprar una docena de cintas para la melena (no las vendían por unidades) llegó la hora de entrar y aunque en la calle muchas miradas caen como ráfagas sobre quienes se acercan al portal de este cine, en el vestíbulo todo parece normal, incluso serio. Las funciones son continuas y la película es «Lili» del director italiano Luca Damiano. Versión XXX de «Lili

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Con el aliento de mi amigo en la nuca pienso en salir y no volver más pero es tarde para arrepentimientos y me quedo resignado.

Marlene», el relato del enamoramiento de un soldado durante la Primera Guerra Mundial, que también fuera la canción alemana con más éxito del siglo pasado (la letra salió de un poema escrito en 1915 y se hizo famosa en la segunda gran guerra cuando Norbert Schultze la musicalizó) Pero lo que vimos no distaba mucho de la típica porno con trama superficial en la que se alternan escenas sexuales entre militares y un montón de mujeres que los veneran. De todas formas, lo que se proyectaba pasó a segundo plano ya que era la primera vez que entrábamos a un lugar como ese. Unas amplias gradas conducen a la platea alta pero ese día solo había acceso a la luneta, en la parte baja. Dos puertas ataviadas con rojas cortinas dan la bienvenida, un hombre con chompa de poliéster verde oliva y una lanuda bufanda que solo deja ver sus ojos nos pide los boletos y, de golpe, me encuentro en la parte izquierda del cine. Estiro una mano para apartar la cortina y me encuentro con otra dispuesta a unos cincuenta centímetros.

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Las modernas salas de cine tienen un piso alfombrado siempre pegajoso por el canguil, cola, dulces y restos de hot dog que derraman los asistentes pero un polvoriento piso de madera recubre el cine América. El crujir de las tablas deja oír cada paso y no veo nada. Me quedo absorto en la entrada con la sensación de que las butacas están repletas, tanto que si me arriesgo a encontrar un sitio vacío supongo terminaré por accidente en las piernas de algún desconocido. Don Lucho, mi acompañante –ese día no se atrevió a sacar una sola foto–, se anima a cruzar el pasillo detrás de los asientos guiado por una larga fila de luces rojas hasta la columna de butacas formadas a la derecha del recinto. Lo sigo sin perderlo de vista, me siento junto al pasillo y veo los letreros luminosos de «no fumar» en los accesos laterales. Lucho está a un puesto de distancia (algo que planeamos por si llegaran a creer que íbamos juntos) y yo me reclino aun nervioso en el cuero falso de una silla que parece sacada de una barbería antigua. Siento –porque mis retinas apenas se han ajustado a la escasa luz que emiten las escenas del frente– a un tipo a mi costado, de pie, con la mirada fija en la película y comiendo algo. Se retira luego de un minuto angustiante y noto que allí dentro muchos se paran, recorren los pasillos, regresan a ver abriendo bien los ojos y un hombre, de cuyo cuerpo las canas son lo más visible, entra fumando. Se encienden los murmullos antes de las escenas


de sexo explícito y van desapareciendo cuando un diálogo inocuo confirma el inicio de la acción: ¿Podemos hacer el amor delante de todos, madame? aparece en los subtítulos de la película italiana. La pregunta la hace un soldado semidesnudo a la protagonista del film, Lili, quien responde afirmativamente. Para ese momento el silencio es absoluto, aturde y el aire parece densificarse llegando a pesar unas mil toneladas. Líneas y puntos negros, «quemaduras de cigarrillo» salen en la pantalla y los gemidos de los personajes apenas se dejan oír. Vaginas de quince por seis metros aparecen deshojadas por dedos inquietos y mientras termina la escena más dura los pasos vuelven in crescendo sin que la tensión varíe entre los hipnotizados espectadores.

forman las vitrinas o apartados de los locales de dvd’s piratas y tomar una según su portada –que no siempre refleja su contenido–. A las siete de la noche cierran el teatro cuyo nombre parece una blasfemia al lado de esa canción de Nino Bravo, también vieja, que dice “cuando Dios hizo el edén... pensó en América”. Salimos rumbo a un bar sin fotografías, ni historias que contar y yo repitiéndole al Lucho que ‘en mi puta vida vuelvo a entrar’. Testimonio 2 Donde el gusto está en ver y sólo ver Por: Lucho

Lili

fornicaba con el encuadre en primer plano del pene entrando y saliendo de su vagina. Era una de esas tomas en las que no se pierde de vista el rebote de los senos en el acto sexual. El vello púbico no faltó: era de esas pelí-

Burócratas de traje formal, estudiantes con pinta de voleibolistas y un par de curiosos de jean y chompa deportiva sumamos unos noventa ojos frente a la inusual proyección. Los soldados eyaculan en la escena más larga y es la primera vez que veo una peli porno sin tener una sola erección. Mi pana se voltea y con sus gestos me da a entender que es hora de salir. En la salida no pronunciamos palabra, copiamos lo que muestra la cartelera, espero a que un tipo salga del baño que, salvo por un par de chicles en los urinarios, está reluciente. Me mojo las manos como siguiendo un reflejo y aún me pregunto qué motivación puede tener alguien para entrar a este lugar si para conseguir una porno, en Quito, basta con acercarse a los pasillos ocultos que

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culas donde se aprecia encontrar un bosque entre las piernas, donde las eyaculaciones (casi siempre masculinas) duran sus cinco minutos, donde la cámara lenta es intensa y se contrapone al apuro frenético del actual porno hardcore. El asiento rojo me fue cómodo asilo ante el ambiente bizarro que sentí dentro del Teatro América. Fue mi primera vez, el cine me desvirgó. Nunca había entrado a un lugar así, había visitado antros con ambientes similares, pero ninguno tenía de fondo una gran pantalla que exclamaba gemidos femeninos exagerados y falos enormes restregados en medio de abultadas nalgas y pechos de silicona. Para mi fue un dulce manicomio, lleno de locos sin habla. –Paga vos. –Ok, igual yo soy el del pelo corto. Chiste machista preámbulo de la anciana tejedora de escarpines rosados. Ella me ve de reojo desde su boletería, pregunta -¿Dos?- y sin esperar una respuesta de mi voz nerviosa me entrega los tickets. En la entrada nos esperaba un encapuchado, con gorra y la

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bufanda hasta las ojeras, recogió nuestros boletos y apuntó con tranquilidad a la puerta de entrada de la sala. Parecía esas puertas de aluminio y vidrio que tienen los baños de los hoteles económicos. Nos acercamos y noté un letrero iluminado arriba de la puerta, del tipo que llevan los taxis en sus techos, rezaba “ENTRADA”. A continuación venía una cortina roja de terciopelo barato, después: la oscuridad. Lili cantó, y al terminar, uno de los sujetos, parecía el dueño del cabaret, la felicitó y apretó contra su cuerpo, levantó su vestido y agarró fuertemente sus nalgas descubiertas. Lili, “agradecida” de los besos lascivos y el manoseo grosero, descendió ante este señor, bajó el cierre de su pantalón y metió la mano buscando lo que sería el inicio de una orgía de 15 minutos aproximadamente en medio del burdel. El filme era viejo, se notaba por el deterioro de la imagen, por el volumen bajo y el poco contraste que apenas iluminaba la sala. No sé cómo encontramos asiento, yo no veía ni un culo o, mejor dicho, apenas y veía los de la pantalla.


Decidimos sentarnos saltando un puesto, por prejuicio antes que por cuestión del trabajo. Con lo que respecta a mi tarea, tomar un par fotos, pues fue irrealizable. El lugar estaba demasiado inquieto, era como tener una hormiga andándote por plena raja del culo. Pensé que la última fila iba a ser precisa para sacar la pequeña cámara de turista y dispararla hacia las sombras; pero no. El constante ir y venir, el rechinar de la madera, la presencia de sombras atrás de nuestros asientos, los menguados focos amarillo-rojizos que iluminaban nuestras nucas, crearon la densidad y tensión perfecta como para filmar en ese momento una cinta de porno gay gore. Por quince minutos me enfoqué en observar la dinámica del filme y la gente del teatro. Durante las escenas fuertes el movimiento y el ruido fue continuo, pero no era provocado por todos, apenas y algunos se levantaban inquietos, salían o se daban la vuelta alrededor del bloque de butacas, iban al extremo del cine, tocaban la pared posterior, alternaban su mirada incesante entre la película y los espectadores. Buscaban los límites de la sala, esos de los que ya habían salido, y es que no ha-

bía límite: Lili estaba ahí, de tres metros de alto, con felaciones de cuatro, con un traste del tamaño del teatro; no había límite, no había escapatoria. El resto de espectadores: impasibles. Apenas y se acomodaban en sus asientos. Algunos encendieron cigarrillos, otros sólo fijaban eternamente su vista a la pantalla. Fue el placer de observar, única y exclusivamente, nada más. No existió ningún motivo extra, ni lo que más se pensaba: masturbación. Más bien, el onanismo fue puramente visual, un disfrute en el acto de ser espectador, me encontraba ante la práctica del verdadero voyeur: el orgasmo es ver. Luego de cinco minutos en las eyaculaciones de cada miembro de la orgía, de apenas oír por ahí un quejido-medio-gemido entre los asistentes, luego de sentir que ya era suficiente, el ¡Sátiro! y yo decidimos abandonar aquel manicomio que empezó de a poco a calmarse de nuevo. Al salir, encendí un tabaco, sacudí un poco los nervios de mis hombros, y una peculiar humedad fría y ficticia se me hizo presente entre las piernas. Lili se quedó en compañía de un ejército de 50 espectadores, y los actores “superdotados” del filme. Yo, me quedé con ganas de entender a aquel manicomio del placer, donde el gusto está en ver y sólo ver.

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por: lucha

Tratando

de narrar los segundos vamos perdiendo la cuenta. Casi siempre hay un ligero momento en el que tratamos de aprehender esos segundos, en el que todos nos preguntamos qué hacemos aquí, balbuceando, con la respiración agitada, moviendo las caderas, el torso; los brazos y piernas que no saben dónde apaciguarse. Los ojos imaginan con lo que ven, los ojos mienten en cada parpadeo. La sangre en la cabeza, la sangre en todas las cabezas. Sé que te asusta todo esto, también a mí, pero me he dado cuenta que al fin me he convertido en ser humano, que como todo ser vivo muero, es decir, cambio. Porque es en el movimiento donde cambiamos, donde inventamos el tiempo. Es en este vaivén de dos cuerpos o más seres don-

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de se fundó la medida de los segundos. Me repito, no te asustes. Es verdad que no eres la misma desde el momento en el que entramos a este lugar, que en cada paso has cambiado, igual yo. Es cierto que cada baldosa es un parquet, cada parquet una alfombra, luego un piso apenas, unas gradas, entonces la puerta y el seguro. Las mutaciones se dan en cada movimiento, cada paso. Tu cabello pasa de oscuro a castaño, de quebrado a lacio. Tu sonrisa es fina, luego tus labios. Luego tu ojo de claro al sol, a café, a negro. Luego tu mano la sombra, y el pie aparece, tus senos y de pronto las piernas. La ropa se transforma en secreciones y toda secreción se hace agua y el agua deviene en sábanas. Hallas mi cabeza atrapada en-


La muerte chiquita tre dos piernas, el asfixio de mis oídos y el forcejeo con lo íntimo del algodón hasta rasgarlo, luego deslizarlo, luego perderlo junto al pudor. No, no hay cronología, en esos momentos solo existe el movimiento, existe el tacto. No sabes si lo que sientes es mi piel o la tuya, si lo que tienes es pene o clítoris, si lo que tengo es vagina o ano. No sabes si eres tú la de las erecciones múltiples, o yo la del orgasmo constante. Jadeos chirriantes en el punto de ebullición de la saliva y la lágrima quizá, las manos en temblor, los pies contraídos. Nuestros rostros confluyen todos en los más ambiguos. Sí, nuestros rostro son tres, seis, más. Tus rostros y los míos se multiplican, se reflejan. Tu cuerpo no es, tu cuerpo son, al igual que mi cuerpo; somos.

Todo llega al punto en el que las voces revientan en la pequeña ira, aquella que destroza la represión eterna fundada por el padre y los roles que ha asignado, sostenida por la madre siempre dominada. Es el grito de la muerte del tiempo. Cual náufragos en medio del mar nos falta la respiración y nos perdemos en el movimiento, nos atamos a los cuerpos que son lo único que existe. De a poco todo va perdiendo de nuevo su sentido: los rostros, las pieles, los ojos, bocas y manos. El pie y es entonces que me doy cuenta que somos dos, que volví a ser una y tú otra, y no ambas muchas. Que las sábanas, la ropa y el piso, todo vuelve apenas a cambiar de a poco. Entonces, volvemos a narrar los segundos.

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El sexo inter

Muchxs1

se preguntarán: ¿qué es esto del intersexo?. No les culpo, ya que del tema no se habla casi nada, por no decir nada en absoluto. Para resumir se trata de características masculinas y femeninas en un mismo cuerpo y en grados variables, lo intersexo va mucho más allá del romanticismo de lo hermafrodita2, palabra que ayuda mucho para entender una de la infinidad de corporalidades que se pueden generar. Con esta breve introducción, puedo decir que como infinitas son las posibilidades corporales, podemos también generar desde nuestra propia visión distintas maneras de ver el sexo, a pesar de que hemos sido formadxs culturalmente por un sistema binario que nos lleva a la conclusión de que solo nacemos hombres y

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mujeres, y para colmo heterosexuales, y a todo lo que salga de esta norma se lo tacha de enfermizo, patológico… no es “normal”. Seguro en este momento se estarán diciendo a ustedes mismxs, “seguro el que escribe es gay”. Pues no. En mis prácticas sexuales me considero heterolesbiana, ya que a mi parte masculina le gustan las mujeres y a mi parte femenina también. Así de variada puede ser nuestra sexualidad. El hecho es que nos encanta ponerle etiquetas a todxs lxs que nos salimos de la norma, así que si hablamos de aquellas siglas que representan a la diversidad sexual (Lgbti, glbti,tilgb… no importa el orden), estás nos quedan cortas para expresar la inmensidad del tema. Somos


sexo cuerpo, deseo e identidad, y con estos tres tópicos, solo con estos tres, podemos hacer combinaciones hasta que se acaben las etiquetas. Ahora puedo contar muchas anécdotas con respecto a las cosas que me pasan en el ámbito sexual. Debido a que la sociedad nos forma también con el binario genital, cuando están en pleno acto solo ven placer en la penetración (¡¡¡que aburrido!!!); o cuando se encuentran con un genital que no va de acuerdo con lo que nos dicen debe ser, terminan asustadxs, huyen despavoridxs pensando que se encuentran algún monstruo y mucho más. Si se confunden y piensan que les van a cambiar sus gustos, se conflictúan interiormente y rechazan una experiencia que podría ser distinta, agradable y muy especial. Soy de las personas que eliminó el temor al rechazo, pero lo que puede generar el mismo en una persona que no lo elimina todavía es una de las problemáticas que tiene la intersexualidad. ¿Quieren leer una anécdota? Seguro que sí. Después de una tarde loca terminé con la persona que menos me imaginé, se fijo en mi pensando que era un transmasculino3 y terminó por auto-invitarse a mi casa, donde después de brindarle el discurso de la intersexualidad entre tabaco y tabaco, pude darme cuenta que no solo despierto pasiones, también despierto

por: jorge santana, activista intersex morbo. Entre beso y beso, incluyendo la frase “hay que dejar los limites de lado”, disfrutamos de nuestros cuerpos, 24 horas de placer en un domingo cualquiera, las caricias, los masajes, uñas afiladas recorriendo los cuerpos con canciones al oído; en la cocina, en las gradas, en el cuarto, en el baño, en el piso, en la cama, con penetración, sin ella, en fin… Dos entidades multiorgásmicas, sin los paradigmas de una sociedad estandarizada, dando rienda suelta a la imaginación, a sus deseos y placeres. Después de todo aquel fin de semana, escuché lo más bello que me han dicho en mi vida: “No sé que me pasó, a mi me encantan las mujeres femeninas y masculinas, pero tu caso no puede entrar en esas posibilidades, creo que eres la combinación perfecta de lo masculino y lo femenino”. Como no me voy a sentir bien con aquella frase que alimentó todo lo que puede interpretarse como superación en la persona: autoestima, ego, orgullo, ganas de continuar, en fin, desde ese momento y con todas las parejas, trirejas, multirejas que pueda estar trato de implementar más cosas y explorar las posibilidades placenteras que el cuerpo puede brindar. Así que les invito a que sin limitarse a lo genital, usen su órgano sexual más grande: sus cuerpos por entero. Utilicemos nuestros sentidos a favor de la causa, todos los que tengamos y disfrutemos de nuestra sexualidad y si quieren con la cuña… con responsabilidad.

1.- En este uso alternativo del lenguaje uso la “X” para referirme a lo masculino, lo femenino y lo que transita entre ambos con todas sus posibilidades. 2.- En la mitología griega Hermafrodito se funde en un solo cuerpo con la ninfa Salmasis, para generar la ambigüedad corporal. La medicina utiliza el término para nombrar enfermedades. 3.- Transmasculino es el término que se aplica para nombrar a las personas que transitan desde lo femenino a lo masculino a lo masculino.

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Chucha-bulario

por: ¡sátiro!

Los

esquimales tienen más de cuarenta palabras para nombrar al hielo –“elemental, mi querido...“–, los noruegos más de una veintena y aún más para referirse a la inmortalidad –esa herencia vikinga que hasta les hace coincidir con el fascismo alemán–... Si bien es menester decir que ninguna vagina es igual a otra –¡a probar que todas son diferentes!– los ecuatorianos las hemos nombrado de diversas maneras. Y aunque el término correcto sería vulva (siempre se apela a la parte externa) cada palabreja te recuerda una característica especial o una parte predilecta de este femenino tesoro (Advertencia: algunos nombres solo son posibles en el argot callejero más delictivo o en la perversa mente del degenerado compilador):

Amiga: no compromete pero se extraña –¿algo que ver con la canción de Bosé?–; Animalejo: fantasmal y salvajemente masculina –clítoris enorme–. Babosa: pero sabrosa; Bubucela: (de la jerga futbolera sudafricana), si provoca soplarla; Chanfaina: mezcla de todas –¿Frankenstein o el colmo de lo barroco?–; Chaspanta: si es rimbombante –prrr...–; Chepa: si es abismal –cual surco entre las jorobas del camello–; Chispirusa: ridícula y melosa Chocho: si aún no la han pelado –himen intacto–; Chucha: la más berreada; Chuchita: la más deseada, sino querida; Chuspa: si sabe a café; Concha: ese olor inconfundible; Coño: “joder tío, que he vuelto por el paro” –la influencia migrante–; Cosita: si produce ternura, ‘¡ay amiguis!’; Cueva: si es tan grande que ofrece abrigo, calor, refugio –“amor, comprensión y ternura”–; Firulete: muy superficial; Fufurufa: si la nombras en medio cunnilingus; Hoyo: si es oscura –¿gótica?–; Mina: si alberga riquezas –¿cuál no? –; Molleja: ineludible es la carne; Negocio (Abrev. «Nego»): si la propietaria la dilata en horario definido; Panocha: si provoca nostalgia –“cuando una amig(a) se va”–; Papa: suave y redonda como el tubérculo; Ponzoña: si es peluda; Raja: después del acto; Ranura: fría, sin alma, robótica; Raya: los labios cerrados; Tillo:, hay quienes quisieran destaparla –poc–;

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Tilingo

Culekas y

¿Necesitas un consejo, jalón de orejas o una info interesate para sorprender? ¡No busques más! Con tres libros de psicología a su haber y un par de enseñanzas lacanianas de lingüística estructural sobre la vida, te sacará en un dos por tres de sentimientos de ira, decepción amorosa, trastorno de personalidad múltiple, embarazo imaginario, o lo que padezcas. ¡No te engañes! Tras esa modesta corpulencia, ropajes rotos y greñas descuidadas, se esconde un rockero que disfruta de los atardeceres y la música de Juan Gabriel. Y el chamizudo viene con premio: 18 centímetros de placer prestos al servicio, si bien del rendimiento no se sabe mucho, él afirma haber provocado dolor en pudorosas vaginillas; pero ¡ojo! sus historias suelen tener más ficción que película gringa, constituidas en un 70% de mentiras y 30% de verdad. Tilingo es un marxista reprimido según los postulados del freudianismo clásico, por convicción está enredado en el escabroso mundo del debate académico y el análisis de conceptos teóricos, pero tranquilo/a que si entras con él al debate, tres bielas y dos pipazos te bastarán para acabar con su racionalidad, pero sobretodo con su dignidad.

Divino De izquierda aunque no lo acepte. No milita en ningún movimiento político; lucha desde varios frentes por desarraigar a su etnia de los estereotipos y condiciones socio-político-económicas en los que la Colonización los sumió. Todas sus historias son hilarantes, se ríe de todo, incluso de sus penas. Su pasado encierra un episodio muy sombrío: ex pataleta del sur de Quito allá por los años 90’s, de los de microport en la nariz, jean F8 y tachuelas en las bastas; jamás se perdía una matiné los fines de semana en la Q2. Su transformación en cuanto a gusto musical y pinta se la debe a un hombre compasivo que para sacarlo de ese mundo trajo a su vida la ropa ceñida y la música de Deftones. Su vida sexual se activó de una forma gozosa y algo trágica: primer palo, primera venérea. Fue una infección leve, se curó en 4 días. Ni aquella primera vez, ni las siguientes ha tenido la dicha de sentir un orgasmo durante sus tires, le es imposible terminar; o quizás aún no ha conocido a la mujer que lo lleve al clímax, todas mueren en el intento. Aunque él piensa que su inmortalidad es un problema, sus parejas creen que ha sido bendecido por el Divino niño Dios.

4nica ¡Izquierdosísima! roja hasta los ovarios. Cuando no está buscando alternativas viables que suplanten el capitalismo, jodiendo con sus panas o con algún pollito que la pretende, o está pensando en los problemas y falencias de la política ecuatoriana, descansa su mente con series güevonas pero entretenidas como

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y Culekos Periférica Hace poco más de dos años, el feminismo y un chorro de teorías de género le dieron un par de ‘cachetadas dialécticas’ -como diría el Abogado Bonafón-, encaminándola políticamente e introduciéndola en la gran lucha por las causas perdidas. Durante el sexo es de una ¡cucharada de arroz y mano a la presa! También prefiere a pelo. Le fascina que le den sexo oral, más no propinarlo. Se hace la paja desde los cinco años, solía colocar a sus muñecas entre sus piernas para frotarse violentamente la rosada y prepúbica vaginita. Pese a que se ocultaba, uno de sus hermanos mayores la vio varias veces, y desde entonces no ha parado de amenazarla con contárselo a sus novios, como insinuando una lesbiandad reprimida; lo que él no sabe, es que la chama hace rato no necesita de muñecas para pegarse los tijerazos.

Chaucha Pico Vive entre la política y la literatura. Considera que el pensamiento latinoamericano es el más vasto y original del universo. No anhela que su formación le procure una estabilidad económica con carrito, plasma, perro y un bien fundamentado discurso revolucionario; por ello no le interesa aprender inglés para poder estudiar una maestría en Comunicación Organizacional en la Andina. A sus 17 primaveras, cuando era estudiante del Mejía, se descocó con su pelada de la Providencia, llevaban seis meses dándose piquitos, detallitos y serruchadas antes de darse lo que realmente importa. Le gustan mucho los “remembers” con agarre incluido. De su vida sexual no habla mucho, quizá por reservado o porque piensa que tiene una vida sexual aburrida; pero se sabe que le gusta dar de ladito. “¡Ándate a la verga ve chucha!” y “yo cacho que” son dos de sus expresiones favoritas.

Grace Anatomy. No le gusta usar condón, pero le toca, mitiga la incomodidad del latex con musiquita relajada, y como le gusta que le den al ritmo de la melodía de fondo jamás pone Metal Extremo. El sexo es el único momento en el que no se apresura, disfruta del juego previo y las caricias. Jamás lo ha hecho en lugares públicos pero lo anhela. Únicamente aceptará que le dé por “detroit” el hombre del que esté totalmente enamorada. Recalca airosa que en dos ocasiones le han roto la chuchita pero que nadie, jamás, ha logrado romper su corazón.

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créditos La Culeka, revista gallinácea horizontal que saldrá cada tres meses. Las posturas de cada artículo son irresponsabilidad de sus autores, que se presentan con seudónimos decidores y sintomáticos. No reflejan el pensamiento de la revista en general aunque la articulan unidas, en jorga y en gajo. Comentarios, sugerencias, historias o similares a nuestro blog, facebook o correo electrónico. Diseño portada/contraportada: Alejandro Calderón Diagramación/Diseño interior: Ramiro Aguilar Agradecemos a la copiadora de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador por permitirnos vender la revista en su local.

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