La Fiesta - Cuento infantil de la Casa Museo

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La Fiesta




La Fiesta

C U E N TO I N FA N T I L D E L A C A S A M U S E O R E M I G O C R ES P O TO R A L Todos l os d e re c h os rese rva d os


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ace más de cien años dos jóvenes, Remigio y Elvira, se conocieron en un paseo realizado a uno de los bellos y pintorescos lugares campestres cercanos a la ciudad de Cuenca; paisaje bañado por los cristalinos ríos azuayos, sembrado de perfumadas retamas de intenso amarillo, de generosos árboles de capulíes con sus ramas preñadas de la riquísima fruta brillante y del verdor de los sauces llorones que pedían consuelo a las aguas de los cantarines ríos.

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u amor hizo que pronto contrajeran matrimonio en una de las lindas iglesias de la ciudad. Las grandes campanas sonaron. Un coro de niĂąos interpretĂł hermosas canciones junto al altar. Un carruaje halado por esbeltos corceles blancos les esperaba a la salida del templo. A su paso por las callecitas empedradas de la ciudad, las personas les aplaudĂ­an y lanzaban flores desde los balcones de las casitas blancas de adobe y techos de tejas naranja con olor a tierras tostadas por el sol.


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os padres de la novia, Rosa y Manuel, les ofrecieron la bella casa, ahora transformada en Museo, como regalo de su boda. Remigio y Elvira, quienes hoy nos contemplan desde sus retratos pintados por el artista portugués Rafael María, hicieron de esta arquitectura su hogar para el resto de sus vidas. Un piano francés, libros, sillones, espejos, lámparas, cortinas, creaban un ambiente mágico. Elvira cuidaba con esmero su huerto y sus plantas. Un gran ciprés, nogales, palmeras, magnolias, daban sombras frescas y perfumes silvestres. En las tardes de frío, junto a la chimenea, con el crepitar de la leña y al calor del fuego que daba abrigo, Elvira tejía mantas y saquitos para sus queridos hijos.


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n las tardes soleadas los niños jugaban en la huerta en medio de hermosas flores y frondosos árboles. Las canicas, los saltos alegres con cuerdas, el trompo, la rayuela, las cometas, eran sus juegos preferidos. El río cercano saciaba su sed, en las mañanas soleadas bañaba sus cuerpos y en las jornadas de pesca les proveía de bagres y brillantes truchas que en el fogón de la cocina a leña se transformaban en deliciosos manjares.


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n las noches de luna y de cielos estrellados, cuando las luciérnagas coquetas salían a relucir sus elegantes trajes luminiscentes, las terrazas acogían a la familia. Los cuentos que bajo el cobijo de la luz plateada les leía su padre Remigio, preparaban su hora de ir a sus dormitorios.

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e pronto muy temprano una mañana los ruidos de pasos, voces y música que salía de unos curiosos discos negros de carbón tocados en la victrola, despertaron a los niños. Muchas personas llegaban a casa. Movían las sillas vienesas, los sillones estilo Luis XV. Limpiaban por aquí y por allá. Sacaban brillo a los espejos europeos de cristal de roca. Vestían a la larga mesa del comedor con el elegante mantel blanco b o r d a d o primorosamente por la abuela, sobre el que con toda la minuciosidad colocaban la hermosa vajilla francesa. El gran salón amarillo relucía mejor que nunca. Los arreglos florales adornaban y perfumaban las habitaciones. ¿Qué ocurría? ¿Por qué tanto ajetreo de personas? ¿Cuál era el motivo para que Remigio y Elvira junto a sus hijos vistieran sus mejores trajes, lucieran más guapos que nunca? ¿Qué se preparaba en casa?


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ra el gran día para Remigio y su familia. Era también un día de celebración para la ciudad y el país. Remigio recibía un hermoso regalo: una bellísima corona de oro con treinta y cuatro hojas, presente que recibía como un reconocimiento a su maravillosa poesía. Cuando el reloj del campanario de la plaza central, llamada en ese entonces Luis Vargas Torres, en honor al héroe liberal, marcaba las cuatro de la tarde del domingo 4 de noviembre del año de 1917, su amigo Rafael colocaba en sus sienes este radiante objeto áureo que adquirió mayor brillo con los rayos del sol que iluminaban esta escena.


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a entrada la tarde los niños junto a sus padres regresaron a su casa iluminada por las grandes lámparas de cristales y cuyo resplandor se filtraba a través de las ventanas creando luminosidad mágica a su fachada de ladrillo. La noche se vestía de gala. El gran salón amarillo se encontraba bellamente engalanado. Un perfume de rosas frescas invadía los ambientes. La música interpretada por la orquesta Austral, iniciaba la gran fiesta. Los hijos de Remigio y Elvira junto a sus amiguitos correteaban por todas las salas, miraban con alegría y orgullo a su padre homenajeado, observaban a las parejas y sus movimientos al ritmo de las polkas, valses, tangos.


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a noche cerraba un dĂ­a lleno de felicidad. Terminada la fiesta en las seĂąoriales gradas y en las elegantes salas volvĂ­a a reinar el silencio, solo se escuchaba el murmullo del rĂ­o espumoso y el croar de las ranas.

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s a d i d e M enciรณn de prev

l e a r t con

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No a r a c u t s e u q to con las manos


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Lรกvate las mancoonsjabรณn


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No r i d u c a n aglomeraciรณn de personas

o c s e r a g u l a

a i c n a t s i d r a d r a u g y


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Usar a l l i r a c s ma al salir de casa


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s o m a t s E a o p m e i t


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e t a d é u Q a s a c n e


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s o t n u ยกJ s o m e d po r e n e t e d al virus!


Ing. Pedro Palacios Ullauri ALCALDE CUENCA Antopóloga Tamara Landívar Villagomez DIRECTORA DE CULTURA Lcdo. René Cardoso Segarra DIRECTOR DE LA CASA - MUSEO REMIGIO CRESPO TORAL Lcdo. René Cardoso Segarra TEXTOS Dis. Xavier Vintimilla Aguilar DISEÑO E ILUSTRACIÓN JUNIO /2020




MUNICIPIO DE CUENCA


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