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Rudy Veloso

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Tanya Veloso

Tanya Veloso

El Curandero ( Cuentos del mollar )

Jamás pudieron comprobar los habitantes de Calafate Molido la eficacia –o no- de los remedios caseros recetados por Juvenal Chiguay, el curandero del pueblo al que todos llamaban “Cabeza ‘e Congrio”. Y esto se debía a que resultaba tan difícil reunir los agentes físicos, espirituales y meteorológicos, cada vez que prescribía, que el desventurado paciente deambulaba de aquí para allá sin poder cumplir con lo exigido por el manosanta. A Indalecio Gauna por ejemplo -que lo consultó buscando un remedio para el mal de amores- le recetó un caldo de lechuzón blanco, hervido un viernes de luna llena al momento en que un perro de un familiar aullara, cuando el astro lunar estuviese libre de nubes. Eso le daría magnetismo en la mirada y voz de locutor para la conquista. Indalecio consiguió por azar el pájaro albino y logró alinear la luna con los aullidos; pero falló el factor perruno. Resultó ser el de un vecino que no tenía parentesco alguno. El joven terminó siendo elegido padrino de bodas de su amor imposible. A Doña Encarnación –cuya hija tenía embarazo no deseado- le hizo preparar un menjunje de achicoria y ruda macho, cortadas en el patio de una vecina envidiosa e ingerida durante los tres primeros días impares en que se levantara la niña con el pie izquierdo. Un año más tarde la joven mamá recordaría que en la segunda o tercera dosis se levantó con el pie derecho, mientras miraba crecer a su hijito fuerte y con los cachetes colorados. Peor fue lo del chileno Barrientos que acudió en su ayuda para recuperar la audición en el oído derecho, atrofiado por una explosión -cuando era adolescente- en su tierra natal. El curandero le hizo buscar un murciélago al cual debía ahorcar con cerdas de cola de caballo moro. Barrientos cazó el quiróptero e hizo el ritual convenido. Pero a los tres días perdió la oreja izquierda en una pelea de boliche, tras lo cual el infortunado culparía a su desconocimiento del pelaje equino. La cuestión es tener fe, contraatacaba Cabeza’e Congrio cuando ponían en dudas sus poderes curativos. Había venido de muy jovencito a Calafate Molido; desde una aldea chubutense buscando al inventor del

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trabajo. Al principio intentó meterse a jornalero en los campos vecinos pero no era ese el destino que merecía su conocimiento. Dios le había dado dones de adivinación y curanderismo para poner al servicio de los pobladores, que deberían también poner lo suyo: Creer, reunir y respetar al dedillo lo solicitado en cada receta y pagar los servicios lógicamente, ya que nada es gratis en esta vida. Y ahí fue a parar la tía Esther que sufría de las piernas a más no poder y no había remedio, convencional o no, que terminara con su calvario. El iluminado clavó sus ojos aindiados en la pobre mujer y luego tomándola del hombro con voz grave y cascada por el aguardiente barato y el pucho le recetó: - Usté me va a buscar una lagartija overa y me la va a pone’ a hervir con yerbagüena cortada en el canal di acá a la güelta. Con eso se va a frotar las piernas durante tres noches seguidas que haiga luna. Dispué de cada frotadura va a salir al sereno y con los brazos levantaos me va a nombrar tres veces, bien juerte y ahí se va a sanar! La tía Esther salió como el rayo dispuesta a terminar con sus dolores motrices, respetando concienzudamente los pasos pedidos por el curandero y solucionar sus pesares de una vez y para siempre. Todos los elementos del universo se complotaban para el éxito. Había yerbabuena en abundancia y no fue tan difícil conseguir una lagartija overa. Una luna sureña, redonda y bella se recortaba a través de los árboles cuando la tía salió al sereno impregnada en poción y sortilegio a completar el ritual… Pero cuando levantó los brazos al cielo cayó en la cuenta que no recordaba el nombre del manosanta, y dispuesta entonces a no desperdiciar tanta circunstancia favorable repitió eufórica: -¡¡ Cabeza ‘e Congrio… Cabeza ‘e Congrio… Cabeza ‘e Congrio!!-…Por supuesto que el remedio no dio resultado.-

Rudy Veloso

El Candidato ( Cuentos del mollar )

El Chulengo Gallardo era un muchachón típico de los pueblitos patagónicos aislados. Grandote y regordete, su herencia genética, de padres y abuelos pescadores chilenos, le había pintado los cachetes rojizos, que se realzaban con el reflejo de lentes recetados a temprana edad. De casi inexistente formación escolar, descubrió en la política – en los albores de la democracia- la solución para sus aspiraciones, enormes para su bolsillo y su intelecto. Criado en una granja pobrísima, se juramentó salir del barro de los canales de riego que limpiaba a desgano, enfundado en mameluco y botas de goma. Empezó como alcahuete y correveidile de los que ostentaban cierto poder dentro de la Comunidad. Solícito y manejable se tragó más de una culpa que no tenía y soportó responsos de hombrecitos inescrupulosos sabiendo que –más temprano que tarde- llegaría su hora de revancha. Y el momento llegó, de la mano del flamante Gobernador democrático quien lo catapultó a la política vernácula, conociendo perfectamente quien era el Chulengo y las ambiciones que tuviera, pero guardando cierto poder que lo haría arrodillarse cada vez que el mandatario lo ordenara. Fue así que resultó candidato a Intendente del peronismo para enfrentar al gringo Spasiuk que proponía el Partido Radical; este último un chacarero trabajador y honesto que representaba lo opuesto en todo los aspectos al candidato oficialista. La suerte estaba echada para el Pueblo del Lago. El cierre de campañas se venía encima y las dos facciones pronto medirían fuerzas en movilización, propuestas y discursos. Hábiles en el manejo de la opinión pública los peronistas se las ingeniaron para cerrar últimos y poder refutar así algún cuestionamiento público. Los radicales en cambio, convencidos del triunfo por la calidad de su candidato, tomaron la iniciativa e hicieron un acto numeroso y cargado de optimismo. Tras los vítores y los aplausos llegaba la alocución…Y en el momento en que el gringo Spasiuk desplegaba el papel del discurso de cierre -cuyo texto le correspondía a los “culturosos” correligionarios que lo apoyaban- el viento le jugó una mala pasada, arrancándoselo y elevándolo a la cima

de los álamos verdes y enormes, que reparaban el lugar. Hombre de trabajo y oficio, acostumbrado a las complicaciones diarias ahí nomás improvisó y le salió mucho mejor que el intríngulis escrito por sus acólitos. La gente escuchó los problemas reales y algunas propuestas concretas para solucionarlos: Que necesitábamos más tierra para sembrar; que había que cambiar y ampliar los canales de riego; que deberíamos tener acceso a créditos blandos para renovar maquinaria agrícola, y una defensa acérrima del paraíso en que les había tocado vivir: El Pueblo del Lago. Así cerró su campaña el gringo Spasiuk, sabiendo que al día siguiente su adversario circunstancial –el Chulengo Gallardo- haría lo propio, con todo el apoyo del aparato gubernamental y con movilizaciones de localidades vecinas, como Calafate Molido y Punta Rieles. Y fue así nomás; esa mañana soleada el Pueblo del Lago se despertó con el ruido de vehículos de todo tipo, colectivos cargados de militantes con sus bombos y gente que asistiría al asado popular. Lo que se dice “un día auténticamente peronista”. Lógicamente, antes de las carnes asadas y la chupandina, los candidatos y los dirigentes partidarios colmaron la tribuna al aire libre, desde donde escucharían –por primera vez- al Chulengo dando un discurso. También a este se lo habían escrito. Pero lo había hecho un verdadero intelectual progresista, con palabras sencillas, llegadoras al común de la gente y también (¿por qué no?) con alguna chicana hacia los radicales, por supuesto. Tal vez no hubiera sido complicado memorizarlo pero, aún así le aconsejaron leerlo para ayudarse y poder actuar un papel algo más preparado ante votos indecisos. Y allí justamente radicó el problema para Gallardo: leer. (…) Por..que a mi n..no me va a pa..sar como al am..ami..go, alamigoradical que el vi,,,que el vien...to del Pueblo del Lago le v…le vo…levoloeldis..el discurso, le voló el discurso…- Y ya emocionado, si el auxilio del papel descerrajó para los aplausos: - Porque aquí compañeros, hasta el viento es Peronista…!!

Estallaron los bombos y gritos de aliento de la muchedumbre mientras en un rincón del escenario el Petizo Lorenzo le decía al Flaco Evans: - Che gringo, aquí en el Pueblo del Lago el viento será peronista, pero la maestra que le enseñó a leer al Chulengo era radical!-.-

Rudy Veloso

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