El Curandero ( Cuentos del mollar ) Jamás pudieron comprobar los habitantes de Calafate Molido la eficacia –o no- de los remedios caseros recetados por Juvenal Chiguay, el curandero del pueblo al que todos llamaban “Cabeza ‘e Congrio”. Y esto se debía a que resultaba tan difícil reunir los agentes físicos, espirituales y meteorológicos, cada vez que prescribía, que el desventurado paciente deambulaba de aquí para allá sin poder cumplir con lo exigido por el manosanta. A Indalecio Gauna por ejemplo -que lo consultó buscando un remedio para el mal de amores- le recetó un caldo de lechuzón blanco, hervido un viernes de luna llena al momento en que un perro de un familiar aullara, cuando el astro lunar estuviese libre de nubes. Eso le daría magnetismo en la mirada y voz de locutor para la conquista. Indalecio consiguió por azar el pájaro albino y logró alinear la luna con los aullidos; pero falló el factor perruno. Resultó ser el de un vecino que no tenía parentesco alguno. El joven terminó siendo elegido padrino de bodas de su amor imposible. A Doña Encarnación –cuya hija tenía embarazo no deseado- le hizo preparar un menjunje de achicoria y ruda macho, cortadas en el patio de una vecina envidiosa e ingerida durante los tres primeros días impares en que se levantara la niña con el pie izquierdo. Un año más tarde la joven mamá recordaría que en la segunda o tercera dosis se levantó con el pie derecho, mientras miraba crecer a su hijito fuerte y con los cachetes colorados. Peor fue lo del chileno Barrientos que acudió en su ayuda para recuperar la audición en el oído derecho, atrofiado por una explosión -cuando era adolescente- en su tierra natal. El curandero le hizo buscar un murciélago al cual debía ahorcar con cerdas de cola de caballo moro. Barrientos cazó el quiróptero e hizo el ritual convenido. Pero a los tres días perdió la oreja izquierda en una pelea de boliche, tras lo cual el infortunado culparía a su desconocimiento del pelaje equino. La cuestión es tener fe, contraatacaba Cabeza’e Congrio cuando ponían en dudas sus poderes curativos. Había venido de muy jovencito a Calafate Molido; desde una aldea chubutense buscando al inventor del
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