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Marlene Morales

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Ricardo Vázquez

Ricardo Vázquez

VIVENCIAS RUPESTRES DE CUEVA DE LAS MANOS

Cerros duros y curtidos como el rostro del hombre, marcados por el pasar del tiempo milenario. Protegidos por senderos y cuevas, que frente a sus dioses practican sus rituales, gritando a los cuatro vientos que a su cultura, figuras de animales y humanos quieren conservar. Hombre y animal fueron una sola alma, ya que sus manos plasmadas descansan en el altar. Círculos positivos y negativos se encuentran acá en Cueva de las Manos. Marcadas están las cavernas de esperanzas con círculos definidos por colores milenarios. Fueron habitadas por tehuelches que se refugiaban de los fuertes vientos, que surcaban sus rostros. Pasaban el tiempo celebrando misteriosos rituales en donde les pedían a sus dioses abundancia y fertilidad.

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Marlene Morales

VIEJO LIBRO

Una tarde de invierno, venía con mi bicicleta esquivando los charcos de agua. El viento que soplaba con fuerza se hacía imposible avanzar. El viento y el frío se hacían más fuertes, entonces baje de mi bici y la traía agarrada con las manos. De repente vi sobre un pequeño charco, hacia la orilla, un viejo libro; lo levanté y pensé dentro mío “¡Pobre viejo libro!”. Cuando llego a casa lo puse a secar porque estaba mas que mojado, tenía las hojas amarillas por el pasar del tiempo. ¿Querido libro cuantas manos te han agarrado, cuantos ojos te han leído? Hoy te tiran sin saber lo que has brindado, quizás alegría o dolor. Pero dolor sentí cuando a mis pasos te encontré y a mi casa te llevé para que vuelvas a renacer. ¡Aún te quedan hojas para que vuelvan a leer!

Marlene Morales

MI PUEBLO

Que hermosa que era mi infancia, fue inolvidable. Vivíamos en una casita chiquita; éramos ocho hermanos. A penas nos levantábamos, salíamos corriendo al canal de regado a lavarnos la cabeza con el jabón que nos daba mamá. Yo no sé si usted se acuerda que salía una baba larga que se cortaba en varios pedazos, porque eso era nuestro champú.

El sol entibiaba la mañana, regresábamos a casa corriendo a tomar la cascarilla con tortas fritas, después a las tareas diarias; darle maíz a las gallinas, agua al perro (quien vivía atado porque tenía una mala maña “el correr a las gallinas y comerse los huevos”).

Algunas mañanas pasaba el basurero, recogía la basura en un carretón grande tirado por 3 (tres) caballos. Un día con mi hermana esperábamos que el carro pasara, estábamos detrás de las matas de calafate y cuando se descuidó el del basurero nos metimos a revolver la basura buscando algún juguete, siempre algo encontrábamos. En un momento fatal aparece el señor, mi hermana logra saltar del carro hacia abajo, pero yo no alcancé, me enredé el pie en la rueda y me golpee fuerte no recordando mas nada. Cuando desperté estaba en el hospital, mi mamá, hermano mayor, y Pou Barría (así era su apellido) estaban al lado mío. Nuestra vida fue pasando haciendo mandados, recogiendo huevos entre las matas que luego los salíamos a vender. A escondidas de mamá nos comprábamos unos caramelos Cremalin grandes de leche.

Ahora les cuento algo de mi colegio. Empezábamos en el mes de Septiembre y terminábamos en Mayo. Todos los días de clases pasábamos muchos niños a buscar a la maestra, la señorita Elena. Se llenaba el porch de su casa paterna (aún se conserva igual), yo siempre le llevaba rosas que arrancaba de los cercos de las casas. Pocho, un compañero me decía -Gil, que no te vea mi papá porque te va a retar y se va a enojar mucho-. Pero no era la única que arrancaba flores para mi maestra, que la quería y la sigo queriendo mucho. Se debe de acordar ella y mis compañeros cuando me disfrazaba de gitana y me paseaba por las aulas.

También recuerdo a Doña Josefa. Vivía cerca del colegio. Corríamos a su casa porque nos esperaba con un jarro de leche de vaca y un trozo de pan. ¡Qué hermosos que eran esos momentos!

La fiesta patria, todos los niños con los símbolos patrios, era una fiesta como la navidad de ahora. Se hacía el asado popular para todo el pueblo, después se venía el postre que eran naranjas o manzanas rojas deliciosas para muchos paladares, no conocíamos el postre hasta después del almuerzo o cena.

En el colegio todo era completo, teníamos nuestras horas de Aritmética, desenvolvimiento, dibujo libre y manualidades, también todos los días teníamos una hora de catecismo.

Mis dos maestras que aún hoy las recuerdo con amor, una me enseñaba a pegar botones, hacer trabajo con latas y retazos de hule que quedaban de la mesa (todo servía).

El portero con su bidón de tinta le ponía a los tinteros de loza color blanco que estaban sobre los pupitres la tinta, los cuales usábamos con una lapicera de madera que se le cambiaba la pluma. También teníamos unos libritos para calcar que se llamaban Silmucop. Todo esto recuerdo de mi querido colegio, así también de mi infancia que fue inolvidable, porque pasé momentos muy bonitos.

Marlene Morales

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