Chiquicuentos

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chiqui cuentos




El Salvador es un país que necesita más seres humanos como ustedes, su trabajo como Organización no Gubernamental en pro de los niños y jóvenes en situaciones vulnerables es admirable. Dedico mi proyecto de Cátedra, realizado con mucho cariño y profesionalismo a todos los coordinadores, formadores, Mamás SOS y principalmente a los niños que viven en estos hogares. ¡Nunca se den por vencidos, nunca dejen de soñar! Créditos: Proyecto de Cátedra para la materia Diseño Digital III Segundo Parcial – Diagramación de Libro de Cuentos Docente: Vanessa Michelle Vargas Autor / Autores Cuento 1 – El Giagante egoista Cuento 2 – El Hada que no podía volar Cuento 3 – El Príncipe y la cebolla Cuento 4 – Los musicos de Breem Extraído de: https://www.pequeocio.com/fabulas-infantiles/ https://cuentosparadormir.com/cuentos-cortos Diseño y Diagramación: Damelis Romero Ilustraciones: Damelis Romero


chiqui cuentos El gigante egoísta

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El Hada que no podía volar

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El Príncipe y la cebolla

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Los músicos de Bremen 33



El gigante egoĂ­sta

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El gigante egoísta Hace muchos años, en un pequeño pueblo, existían cinco niños muy amigos que cada tarde salían a jugar al bosque. Los pequeños correteaban por la yerba, saltaban a los árboles y se bañaban en los ríos con gran felicidad. En realidad, eran muy unidos y les gustaba sentirse en compañía de los animales y el calor que les brindaba el Sol. Sin embargo, cierta tarde, los niños se alejaron del bosque y fueron a dar con un inmenso castillo resguardado por unos altos muros. Sin poder contener la curiosidad, treparon los muros y se adentraron en el jardín del castillo, y después de varias horas de juego, sintieron una voz terrible que provenía de adentro. “¿Qué hacen en mi castillo? ¡Fuera de aquí!”. Asaltados por el miedo, los cinco niños se quedaron inmóviles mirando hacia todas partes, pero en seguida se asomó ante sus ojos un gigante egoísta horroroso con los ojos amarillos. “Este es mi castillo, rufianes. No quiero que nadie ande merodeando. Largo de aquí y no se atrevan a regresar. ¡Fuera!”. Sin p ensarlo dos veces, los niños salieron disparados a toda velocidad de aquel lugar hasta perderse en la lejanía.

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Para asegurarse de que ningún otro intruso penetraría en el castillo, el gigante reforzó los muros con plantas repletas de espinas y gruesas cadenas que apenas dejaban mirar hacia el interior. Además, en la puerta principal, el gigante egoísta y malhumorado colocó un cartel enorme donde se leía: “¡No entrar!”. A pesar de todas estas medidas, los niños no se dieron por vencidos, y cada mañana se acercaban sigilosos a los alrededores del castillo para contemplar al gigante. Allí se quedaban por un largo rato hasta que luego regresaban con tristeza a casa. Tiempo después, tras la primavera, arribó el verano, luego el otoño, y finalmente el invierno. En pocos días, la nieve cubrió el castillo del gigante y le aportó un aspecto sombrío y feo. Los fuertes vientos arreciaban en las ventanas y las puertas, y el gigante permanecía sentado en su sillón deseando que regresara nuevamente la primavera.

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Al cabo de los meses, el frío por fin se despidió y dio paso a la primavera. El bosque gozó nuevamente de un verde brillante muy hermoso, el Sol penetró en la tierra y los animales abandonaron sus guaridas para poblar y llenar de vida la región. Sin embargo, eso no sucedió en el castillo del gigante egoísta. Allí la nieve aún permanecía reinando, y los árboles apenas habían asomado sus ramas verdosas. “¡Qué desdicha!” – se lamentaba el gigante – “Todos pueden disfrutar de la primavera menos yo, y ahora mi jardín es un espacio vacío y triste”.

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Afligido por su suerte, este se tumbó en su lecho y allí hubiese quedado para siempre sino fuese porque un buen día oyó con gran sorpresa el cantar de un sinsonte en la ventana. Asombrado y sin poder creerlo aún, el gigante se asomó y esbozó una sonrisa en sus labios. Su jardín había recuperado la alegría, y ahora, no sólo los árboles ofrecían unas ramas verdes y hermosas, sino que las flores también habían decidido crecer, y para su sorpresa, los niños también se encontraban en aquel lugar jugando y correteando de un lado hacia el otro.

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“¿Cómo pude ser tan egoísta? Los niños me han traído la primavera y ahora me siento más feliz” – así gritaba el gigante mientras descendía las escaleras para salir al jardín. Al llegar al lugar, descubrió que los pequeñines trepaban a los árboles y se divertían alegremente. Todos menos uno, que por ser el más chico no podía trepar a ningún árbol.

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Compadecido con aquel niño, el gigante egoísta decidió ayudarlo y tendió su mano para que este pudiera subir al árbol. Entonces, la enorme criatura eliminó las plantas con espinas que había colocado en su muro y también las cadenas que impedían el paso hacia su castillo. Sin embargo, cuando los niños le vieron sintieron miedo de que el gigante egoísta les expulsará del lugar, y sin perder tiempo se apresuraron a marcharse del castillo, pero el niño más pequeño quedó entonces atrapado en el árbol sin poder descender. Para su sorpresa, las flores se marchitaron, la yerba se tornó gris y los árboles comenzaron a llenarse de nieve.

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Con gran tristeza, el gigante le pidió al chico que no llorara, y en cambio le dijo que podía quedarse y jugar en su jardín todo el tiempo que quisiera. Entonces, los demás niños que permanecían escondidos desde fuera del muro, comprendieron que este no era malo, y que por fin podían estar en el jardín sin temor a ser expulsados. Desde ese entonces, cada año cuando la primavera arriba al bosque, los niños se apresuran hacia el castillo del gigante para llenar de vida su jardín y sus flores.

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El Hada que no podĂ­a volar

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El Hada que no podía volar

Había una vez, un lugar especial donde habitaban todos los seres mágicos del mundo. Desde horribles ogros, hasta elfos de oreja puntiaguda. Por supuesto, las hadas también vivían en aquel lugar, donde reinaba la paz y la armonía.

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Entre las hadas, existía una muy pequeña y de blancos cabellos que, a diferencia de sus hermanas, no podía volar, pues había nacido sin alas. Inés, como se llamaba la pequeña, había crecido con mucha tristeza al ver como el resto de las hadas se alzaban hasta el cielo y reían de placer volando entre las ramas de los árboles y empinándose hasta las nubes.

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Sin embargo, como sólo podía caminar, poco a poco se hizo de grandes amigos que no habitan en las alturas, como las ranas y los conejos, y estos le enseñaron todos los escondrijos y pasadizos secretos de aquella tierra mágica.

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Un buen día, mientras transcurría una hermosa mañana llena de tranquilidad, los humanos irrumpieron de la nada con espadas y con odio, y sembraron el caos entre todos los habitantes mágicos del lugar. Las hadas, desesperadas, corrieron para salvar sus vidas, pero los hombres más altos lograban capturarlas y encerrarlas en sus jaulas.

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En ese momento, la pequeña Inés corrió al encuentro de sus hermanas y les indicó la entrada a un túnel secreto por donde podrían escapar de los humanos. Sin embargo, el túnel era tan pequeño, que las hadas no podían entrar con sus alas enormes. Algunas se negaron rotundamente, pero la mayoría quebraron sus alas y escaparon junto a Inés para ponerse a salvo. Luego agradecieron a la valerosa Inés por haberlas salvado y jamás volvieron a menospreciarla.

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El PrĂ­ncipe y la cebolla

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El Príncipe y la cebolla Cuando los príncipes aún libraban doncellas atrapadas en castillos, y las brujas vivían en los bosques y tenían mucho poder, existió un reino lejano, cuyo príncipe quería encontrar el amor, tener muchos hijos y volverse un rey justo. Con el paso de los años, el príncipe se convirtió en un apuesto joven, y cierta mañana decidió partir en busca de una princesa en apuros, para rescatarla y brindarle su amor por siempre. Tras haber cabalgado durante un tiempo, se dio cuenta que había llegado al fin del mundo, donde no alcanzaban los colores del arcoíris ni llegaba el agua de la lluvia. Un hada que andaba de paso quiso ayudar al príncipe, se trataba del Hada Distraída, y le prometió que al regresar a su reino, encontraría al gran amor de su vida, sentada junto al trono esperando su llegada. El príncipe volvió sobre sus pasos a toda velocidad, pero al llegar al castillo descubrió que le esperaba una cebolla gigante.

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Sin más remedio, el príncipe se casó con la cebolla, y en las noches, se acostumbró a soportar su olor tan horrible. Con el paso de los años, la cebolla aprendió a hablar, a recitar poemas y cantar hermosas melodías, y el príncipe comenzó a sentirse a gusto con su esposa, quien le hacía reír y le preparaba sopas exquisitas con su propia piel.

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Un buen día, el Hada Distraída se apareció en el reino, disculpándose con el príncipe por su terrible confusión, pues había equivocado sus conjuros y debía devolver la cebolla a su dueño y en cambio ofrecerle la hermosa princesa que siempre había querido. Sin embargo, el príncipe se negó rotundamente, pues había encontrado el amor junto a su querida cebolla.

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Y asĂ­ amigos, es que no debemos dejar de creer en los imposibles, y mucho menos, en un sentimiento tan poderoso como el amor.

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Los mĂşsicos de Bremen

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Los músicos de Bremen Había una vez un campesino que tenía un asno. Durante mucho tiempo le había servido para llevar los sacos de trigo al molino, pero el asno se empezó a hacer viejo e inservible y el amo pensó en deshacerse de él. El asno no era tonto, y como sabía de las intenciones de su amo se escapó rumbo a Bremen para tratar de hacer carrera como músico, ya que el animal tocaba el laúd. En su camino se tropezó con un perro cazador que jadeaba agotado. - ¿Todo bien amigo? - Sí, sí tranquilo. Intentaba escaparme de mi amo, que quiere matarme porque soy viejo y ya no le sirvo para ir de caza. - ¿Por qué no te vienes conmigo? Voy camino de Bremen, donde pienso ganarme la vida como músico. Juntos podríamos formar una banda… tu podrías tocar los timbales. ¿Qué te parece?.

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El asno convenció al perro y continuaron su camino juntos. Al poco, se encontraron con un gato con mala cara. - ¿Qué te pasa minino? - preguntó el asno - Que no tengo adónde ir. Mi ama ha tratado de ahogarme porque estoy viejo y me paso el día tirado junto al fuego. - ¿Y por qué no te unes a nosotros? Vamos a Bremen, a formar una banda de música. El gato dijo que no sabía mucho de música, pero como no se le ocurría nada mejor aceptó y se unió al asno y al perro. Más adelante dieron con un gallo que gritaba con todas sus fuerzas.

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- ¿Por qué gritas gallo? - dijo el asno - Porque mi ama va a echarme a la cazuela esta noche. Por eso grito mientras estoy vivo. - Anda, no malgastes tu tiempo y vente con nosotros. Vamos a Bremen y tienes buena voz así que eres perfecto para nuestra banda de música. Continuaron caminando los cuatro animales todo lo que pudieron pero no llegaron esa misma noche a Bremen. No sabían dónde pasar la noche cuando vieron luz en una casa al otro lado del bosque y decidieron acercarse. Vieron a un grupo de ladrones a punto de darse un gran festín de comida y con el hambre que tenían decidieron que tenían que hacer algo para echar de la casa a los ladrones.

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El asno se colocó junto a la ventana, el perro se subió encima del asno, el gato encima del perro y el gallo encima de la cabeza del gato. Así, unos encima de otros, empezaron a rebuznar, ladrar, maullar y cantar con toda su alma. Rompieron incluso la ventana y armaron tal estruendo que los ladrones huyeron creyendo que se trataba de algún fantasma. Los animales cenaron hasta que ya no pudieron más y se echaron a dormir. El asno eligió el estiércol, el perro se fue detrás de la puerta, el gato prefirió las cenizas del hogar y el gallo se puso encima de una viga. A media noche uno de los ladrones, viendo a lo lejos que la casa parecía en calma se armó de valor y decidió volver.

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Los músicos de Bremen Pero cuando llegó la casa estaba a oscuras, confundió los ojos del gato con las brasas del hogar, acercó una cerilla y el gato le arañó la cara, fue hacia la puerta y le mordió el perro en la pierna, salió corriendo fuera de la casa, pisó el estercolero y el asno le dio una coz y justo en ese momento el gallo empezó a cantar desde la viga ¡¡Kirikíi!!

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El ladrón corrió todo lo rápido que pudieron sus pies y cuando llegó le contó a sus compañeros: - ¡En la casa hay una bruja que me ha arañado la cara, detrás de la puerta un hombre con un cuchillo que me lo ha clavado en la pierna, y fuera un monstruo que me ha golpeado con un terrible mazo!! Y encima del tejado un juez que gritaba ¡Traedme el ladrón aquí! Tras esto a los ladrones ni se les ocurrió volver a pisar esa casa y los músicos de Bremen todavía siguen allí.

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Fin




Glosario -Gigante: Personaje fabuloso de gran estatura y tamaño. -Pueblo: Una población o comunidad rural; un poblado,​localidad o entidad de población de menor tamaño que la ciudad. -Yerba: Equivalente a hierba. -Móviles: Aquello que tiene movilidad o que no está fijo o quieto. -Expulsados: Obligar a algo o alguien a salir de un lugar. -Hada: Criatura fantástica y sutil. -Escondrijos: Rincón o lugar oculto y retirado apropiado para esconderse o esconder algo. -Jaula: Es una caja o espacio cerrado con paredes hechas de enrejados metálicos, de madera. -Justo: Que actúa con justicia. -Cabalgado: Montar a caballo o sobre otra cabalgadura. -Músico: Persona que toca un instrumento musical o compone música, en especial si se dedica a ello profesionalmente. -Banda: Conjunto musical, en especial el que se compone de instrumentos de viento y percusión. -Ladron: Quien hurta o roba.


BibliografĂ­a https://www.pequeocio.com/fabulas-infantiles/ https://cuentosparadormir.com/cuentos-cortos





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