Del eco al silencio Abr. 2012 El mar En mí No deja dormir
Hanni Ossott
La herida esencial de Hanni Ossott se refiere a la vulnerabilidad que coloca al sujeto frente a un abismo de piedras punzantes, de gravedad pesada por la incertidumbre, por el no saber algo -lo que fuera- con certeza. Ese abismo significa una experiencia mental y física donde el cuerpo es puente, es el medio propicio para la conexión de los mundos interno y externo, aunque también efímero e impotente. El desfase entre idea y materialidad, entre racionalización y ensueño, se dibuja cual rasgadura abierta que bifurca en dos caminos; pero es ella misma el irónico centro, centro escéptico, dubitativo. Así, se relativizan necesariamente las declaradas verdades subjetivas y también aquellas colectivas.
Desde la duda, el cuerpo se halla frente a un espacio informe y dominante, grávido. La variación de tiempo y espacio, también hacen de ese cuerpo un objeto sometido; objeto que se ve capturado en fragmento doloroso, en recuerdo o en reliquia. Pero la mortalidad sentencia también al fragmento, el cual se perderá en deterioro aunque el restaurador, el médico, lo prorrogue. En la conciencia del desfase, del saber de saber, hay ruido.
La violencia del cuerpo es producto de una necesidad de ruptura y de proteger recursos efímeros. La persona no entiende por qué le duele la garganta y al mismo tiempo siente vértigo, el pecho parece contraído, duele el estómago, duelen así los brazos. El ruido no puede atisbarse. Se convierte en una negación, un empeño por conservar aquello perdido con actos compulsivos, pues se adolece desde el cuerpo, irracionalmente.
Tal y como se exhala la sexualidad, la lágrima de la pérdida no nutre, sino que deshidrata. Su función se resume en movimiento de la psique: placer, desahogo, diálogo... La ausencia del
cuerpo y del yo, se convierte en un quehacer, cuya producción se traduce en intentos de la psique por completarse y comprenderse aún sin autocomplacencia. Platón profesó que el cuerpo es cárcel del alma y otros han concluido que la libertad del ser humano se reduce a la toma de decisiones o libre albedrío. Entonces, si quisiéramos volar sin la ayuda de artefactos, físicamente no podríamos, pero podríamos siempre, crear los medios necesarios desde el medio por excelencia, el cuerpo. Es aquí en donde encontramos un aliciente, el romanticismo. Esto es, crear verdades nuevas, como la de un hombre que de hecho, vuela. Todo se reúne en la maravilla de la fábula creada y creída, de la invención ante la ausencia.
Lo que sucede a la pérdida es el ruido. Lo que sucede a la invención, es el silencio. Así, lo creado convive y se contiene en un todo. No hay disputa ni tensión en la matriz, en la contención de un hombre que se sabe contenido, que se sabe hijo, frágil, pasajero, no hay sonido. Todo coexiste sin contienda frente al abismo de panorama mortal. El dibujo de la zozobra se marca repetidamente en complicidad con la ironía, ironía de un hilo que también hiere, mientras repara en cicatriz. DM.