INJUVE | DICIEMBRE 2014
CUENTOS DE NAVIDAD/INJUVE
N0.ESPECIAL [ 20 de DICIEMBRE del 2014]
l a i c e p s E d a d i v a N
Memorias de tu Ciudad
Dirección: Memorias de tu Ciudad Edición: Tania María Mayra Salinas Diseño: Daniela Sierra Morales Andrea Erandi Ramiro Ortega Fotografía y Redacción Memorias de tu Ciudad
Edición Mensual Diciembre2014 Especial Año 3 Cometarios: http://transeuntesdf. wordpress. com/2013/02/25/59/ http:// www.facebook. com/Transeúntes PORTADA: Memorias Foto
jajajaj
Cena Fria ------------------------------------------- 4 DELIRIO NAVIDEテ前---------------------------------- 7 SANGRIENTA NAVIDAD --------------------------- 10 LAS PENAS CON MANZANA SON MENOS-------- 12 LO HELADO DEL FUEGO ---------------------------- 15
CENA FRÍA Escrito por: Arely Fernanda H. Barreda Foto por: Priscilla Lino
Hace cinco años que me mudé de casa de mis padres para vivir en un departamento a casi dos horas de ellos. Los mismos años en que decidí independizarme son los mismos que llevo intentando pasar una Noche Buena a gusto y en buena compañía; sin embargo, no lo he logrado. Casi no tengo amigos, soy una persona aburridísima para muchos, ya que en lugar de preferir salir de fiesta todos los fines de semana, decido quedarme en casa a lado de mis cuatro perros, viendo películas, navegando en internet o durmiendo profundamente. No recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que salí con alguien, quizá porque la he pasado bastante mal en casi todas mis relaciones y mi cerebro ha bloqueado aquellos recuerdos. Hoy, como cada año, intentaré
pasar una Noche Buena agradable. Pudiendo fracasar en el intento, aspiro a que todo cambie este año. Haré una cena e invitaré a mi familia. Hasta trataré de cocinar, que es algo que detesto. Comienzo a creerlo. Son las 19:00 horas de un 24 de diciembre… mis padres, puntuales como siempre, han llegado con un panqué para el postre. -¿Tú cocinaste? me preguntó mi madre con tono de burla. En realidad no pude cocinar nada como había planeado, preferí pagarle a una amiga que está por terminar su carrera de chef. Un pavo relleno, sopa seca, sopa de atún y ensalada de manzana lucían en mi cocina todos listos para ser degustados. -Sí mamá, tomé un curso rápido para cenas navideñas. Espero lo disfruten. El resto de mi familia llegó pasadas las ocho, y nos dispusimos a preparar las cosas para cenar. Todo marchaba bien (al fin) hasta que comenzaron a hablar de mi evidente soltería, de mi falta de arreglo personal, de mi vida a lado de mis perros, entre muchas cosas más que sólo hicieron que en el primer descuido de ellos, saliera a dar una vuelta para reflexionar sus críticas de toda una vida. Llegué a un bar. Un compañero de la universidad estaba en la barra. Parecía que estaba solo, así que lo saludé. Yo por lo general no saludo a nadie; no me gusta iniciar pláticas pero él siempre me cayó bien aunque sólo cruzamos algunas palabras en la escuela. Después de hablar por un rato me confesó que siempre le atraje y a pesar de eso no se atrevió a invitarme a salir porque creía que siempre
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estaba enojada y no me gustaba hablar con nadie. Si cambiara mi semblante quizá tendría más amigos pero eso no es primordial para mí. Como él también estaba solo esa Noche Buena, decidí invitarlo a mi casa a cenar y olvidar los comentarios molestos de mi familia. En el camino observé que muchas personas al igual que nosotros se encontraban solas en los pocos locales que quedaban abiertos esa noche; también que nadie se inmutaba ante la presencia de los indigentes que no celebraban nada y tampoco esperaban que sucediera algo. Me sentí amarga y con ganas de dormir y no despertar hasta un mes después: siempre esas escenas de miseria me hacían sentir afortunada y a su vez con una tristeza inexplicable. Llegamos a mi casa. Al abrir la puerta todo estaba en su lugar, platos, vasos, bandejas de comida se encontraban aun esperando solitariamente a la familia que nunca llegó. Pero esa cena aún podía ser para dos…
Escrito por: Paizanortiz Foto por: Ana Sánchez
Diciembre es un mes adorable. Todos se reúnen, llenan la casa de color verde y rojo; se ponen ropa abrigadora y el árbol de navidad llena alguna esquina vacía. Se organiza una cena en donde todos se sientan y sonríen pensando que todo está bien mientras estén juntos; sin embargo, esta linda y cursi cena no termina bien en muchas ocasiones: “Navidad no es Navidad hasta que un primo llora”. Éste es el caso de la entrañable familia López. Durante años se reunieron cada Navidad con el fin de celebrar las fiestas decembrinas. Todo era como en cualquier otra casa; llegaban uno a uno al hogar de su madre, traían a los nuevos integrantes de la
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familia: novios, esposas y nietos. Todos eran absolutamente normales, excepto Mario, un chico bastante peculiar. Los padres de Mario trabajaban constantemente y solían no notarlo mucho ni siquiera para reprenderlo. Él vivía por su cuenta. Desde pequeño sus padres Valeria y Pedro le habían comprado mascotas bajo la idea de que así su retoño estaría acompañado, pero Mario no disfrutaba la compañía de los animales hasta que un día descubrió que realmente podría divertirse con aquellos inocentes. Giner, un precioso gato siamés fue su primera mascota y también su primera víctima. Un día el pequeño Mario de 5 años, aburrido y sin atención, llevó a Giner al patio trasero y ahí lo tomó entre sus brazos con sumo cuidado, lo puso dentro de una bolsa negra, le dio un tierno beso en la cabeza y lo azotó contra un árbol una y otra vez. El gato maullaba y se retorcía dentro de aquella bolsa pero Mario se sentía satisfecho. Cuando no escuchó más ruido abrió la bolsa y pudo observar algo que lo cautivó para el resto de su vida: el cuerpo del gato estaba completamente destruido, las vísceras quedaron esparcidas por toda la bolsa. Sintió alegría, había sido el dueño de ese animal totalmente, tanto que podía decidir si vivía o moría. En su pequeña mente infantil él era quien tenía el control. Ese fue el primer acto de barbaridad que cometió aquel extraño chico. A Giner le siguieron muchos más gatos, perros y hámsters. Nada de eso le llenaba completamente, necesitaba más víctimas para sentirse vivo, satisfecho. No se puede decir que alguien odiara a Mario, en realidad, tenía muchos amigos que solían ir a su casa por las tardes. Los vecinos sólo tenían buenas opiniones de aquel joven sonriente y divertido que día a día pasaba frente a sus
portones. Nadie hubiera sospechado lo que ocurriría esa Noche Buena. Todos estaban en casa. Uno a uno iban depositando sus obsequios debajo del árbol dispuestos a pasar una noche llena de paz y amor. Mario por su parte tenía otros planes. Estaba dispuesto a hacer que sus padres le prestaran atención por una vez en su vida y poner fin a la aburrida cena a la que era arrastrado cada año. Mientras la familia López disfrutaba de su cena, el chico extraño se levantó con el pretexto de que se sentía un poco mal y necesitaba aire; que no se preocuparan, regresaría pronto. Pobre inocente familia, jamás hubiera imaginado su final. Fuera de la casa, Mario fue al auto de sus padres y sacó sus “instrumentos”. Al pasar los años fue perfeccionando sus métodos de tortura con sus mascotas pero esta vez sería la prueba de fuego. En su mente solo había una idea ¿Cómo quedarían los cuerpos de sus familiares? ¿Sería igual que con sus mascotas? Por lo que sabía cada animal era diferente y su más grande anhelo era ver un cadáver humano. Cuando entró en la casa sacó de detrás de su espalda una hacha con la que atacó a sus familiares. La sangre corría por todos lados. Ellos gritaban, le pedían clemencia. Había niños que pedían que por favor se detuviera. Esto en lugar de despertar la compasión en Mario sólo lo hacía sentirse más y más poderoso. Tanta sangre llenando la habitación lo hizo entrar en una especie de frenesí que no podía controlar, sus movimientos se hicieron más rápidos, su mirada más ágil; ninguno escapó a su ira. Una vez que el ansia desapareció pudo observar con detenimiento su obra: había pedazos de sus familiares por todos lados, la sangre había salpicado las paredes. Lo que más le gustó fue poder ver esa mueca de terror en el rostro de aquellos cadáveres, que no significaban nada para él. De fondo se oía un villancico. Caminó entre los miembros destazados y tomó algunas partes para adornar su árbol. Este año sería su año, este año
él decidiría la decoración navideña. Este año todos lo verían como es en su interior.
él tenía el poder, nadie podía dañarlo, él decidía sobre la vida y la muerte.
Tomó los cadáveres teniendo mucho cuidado en no dañarlos, después de todo habían sido su familia. Los amarró en las sillas para poderlos sentar; un cadáver de ese tamaño era menos fácil de manipular que un perro o un gato. Colocó a sus padres en el centro, él al otro lado de la mesa dijo lo que sentía por ellos y la falta que le habían hecho todos esos años, sólo muertos podía tenerlos únicamente para él.
Cuando los oficiales entraron encontraron una escena sacada de una película de horror. Los cadáveres simulaban estar sentados en la mesa, las luces navideñas iluminaban tenuemente las paredes manchadas de sangre. En una esquina estaba Mario, sonriendo, sosteniendo un hacha en la mano derecha mientras observaba fijamente a los oficiales.
Una llamada alertó a la policía, al otro lado se escuchaba la voz de un joven que informaba de un asesinato múltiple, algún loco había entrado en su casa y asesinó a todos, menos a él porque
No opuso resistencia, él estaba feliz. Su familia por fin estaría con él por siempre y con nadie más. Conservaría en su mente el recuerdo como la más bella Navidad: cuerpos desmembrados sentados en la mesa viéndolo a él, sólo a él.
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Sangrienta Navidad Escrito por: Paulina García Mateo Foto por: Carlos Beltrán
Nadie imaginó que el alcoholismo de Santa Claus provocaría que aquella fuera la última noche en que se celebrara la Navidad... En los últimos meses, el viejito de la barba blanca sentía que la vida se le estaba acabando, la depresión lo consumía lentamente y el alcohol se había vuelto su mejor amigo. Cuando llegó la Nochebuena del 2014, Santa se recluyó en un bar juvenil y bebió como loco. Había tomado la decisión de no repartir más regalos aquél 25 de diciembre; sin embargo, todos los que se encontraban en el antro lo convencieron de hacer su labor de cada año, pues le aseguraron que de lo contrario, su imagen de hombre admirable iba a desaparecer. De igual manera, le afirmaron que los niños se iban a consumir en la tristeza. El pobre viejo aún sentía aprecio por los niños, aunque a la vez los odiaba por haberle robado sus mejores años. No obstante, se dejó persuadir por los jóvenes que tanto lo idealizaban y así, entre todos, subieron a Santa en su trineo y los renos se pusieron en marcha. El buen hombre pasó a comprar los regalos mientras se dejaba atrapar por el delicioso mareo de la
borrachera y como pudo llegó a cada una de las casas del mundo. Bien es cierto que el gordo barbón se atoró en una chimenea y después de ser sacado vergonzosamente por los padres de esa familia siguió su recorrido apenado por su vejez prematura, entrando dignamente por las puertas de los hogares. A la mañana siguiente, Santa se sentía crudo pero feliz pues creía que había cumplido su labor de manera correcta, pero realmente no era así. Grande fue la sorpresa del mundo entero cuando los niños corrieron a abrir sus regalos y encontraron armas de fuego verdaderas y mil utensilios de destrucción. El caos comenzó en todo el planeta, los niños creyeron que las armas eran de juguete y comenzaron a disparar matando a sus propios padres y amigos. En cada calle había un mar de sangre, los pequeños se asustaron en un principio al ver lo que estaban haciendo, pero después de un rato les pareció divertido correr en busca de sus enemigos que siempre los habían molestado en la escuela y les dispararon sin piedad hasta matarlos. El alma tierna de aquellos infantes era ahora tan perversa e inhumana como la de los adultos. Santa vio en la televisión el desastre que había provocado y lleno de pavor huyó de su casa antes de que fueran a lincharlo. En un instante el ser admirado durante tantas décadas por países enteros se había convertido en el sujeto más repudiado por los padres de familia. Aquél año no sólo se perdió la tradicional Navidad, se perdió también a los niños: los únicos seres dotados de sentimientos puros. Ya no había más infancia feliz, a partir de ese momento niños y adultos se mataban por igual en los campos de batalla. Sin embargo, para Santa no había ocurrido nada extraordinario. Para él, únicamente los niños ahora crecían antes de tiempo, mataban sin dolor como todo soldado adulto lo hace cuando lucha por su nación.
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Era un 23 de Noviembre, la temperatura en la ciudad estaba por debajo de los 6 grados, el viento en la sombra se podía sentir helado, parecía un día de otoño común, mas no lo era para Alfredo. Justo en ese día él había cumplido su condena de ocho años en la cárcel por presunta violación a su hija, lo cual no era verdad, sólo fue un cuento inventado por su mujer quien lo odiaba porque él no la dejó abortar y siempre lo culpaba por tal motivo y a su hija por haberle arruinado su vida. Sin embargo, en estos largos años Alfredo había reflexionado mucho sobre su futuro y pensó en las cosas que había de hacer para recuperar a su familia. Siempre había soñado sentir el calor de un hogar, y qué mejor que en estas fechas decembrinas para tener una linda celebración familiar. El día de su liberación nadie lo esperó a la salida, únicamente tenía la dirección de la casa en donde vivía su aún esposa e hija. Al llegar a la casa nadie aguardaba por él y por alguna extraña razón estaba la puerta sin seguro, así que decidió entrar. Gritó preguntando si alguien se encontraba, para no asustarlas pero no obtuvo respuesta; al parecer la casa estaba vacía.
Decidió echar un vistazo a su ahora nuevo hogar. El lugar estaba desarreglado con trastes tirados en el piso, ropa sucia, y un olor a comida echada a perder. Se paseó por la sala y había restos de comida; los sillones sucios, rotos, los cuartos estaban llenos de basura de comida instantánea, en pocas palabras las habitaciones estaban hechas un desastre, no era nada de lo que había imaginado. Al llegar su esposa e hija lo recibieron indiferentemente, ni siquiera lo saludaron. Su hija sabía que él era su padre y que llegaría ese día, sin embargo, su madre durante esos años se había encargado de llenarle la cabeza de pensamientos de odio hacia su padre, lo cual hizo que la niña le tuviera rencor en potencia. Los días pasaban y las cosas seguían igual, nada cambiaba, la indiferencia de su hija hacia él se
incrementaba cada vez más y ahora se atrevía a decirle de groserías y hasta sacarle la lengua. Se acercaba navidad, y con ello las fechas decembrinas. Alfredo siempre había soñado con una cena de navidad con su propia familia, ya que no tenía ningún recuerdo de alguna navidad juntos; en todas sus navidades habían sucedido tragedias como cuando secuestraron a su tía favorita, cuando falleció su perrito, y cuando su primo le dijo que santa Claus no existe. A una semana de que llegara Noche Buena, Alfredo se sentía cada vez más solo y triste. Ya no tenía ganas de vivir, pero a la vez tenía mucho rencor en su corazón con el cual no podía vivir más y todo se lo aunaba a el fracaso de no poder ser un buen padre ya que ni su esposa ni su hija lo querían, sino todo lo contrario.
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Así que la noche del 24 de diciembre, día en que todas las familias se reúnen para pasar la Noche Buena y recibir la Navidad, Alfredo decidió darle un final feliz a su trágica historia. Ya no podía más con su frustración y su dolor. Esa misma noche compró todos los ingredientes para una deliciosa cena navideña, sus manos y su ingenio crearon un delicioso y extravagante pavo navideño, con una ensalada de manzana. A su esposa y a su pequeña compañera no les disgustó la idea de cenar ese platillo que a la vista se veía delicioso. Las dos últimas navidades pasadas habían tenido sándwiches de jamón y queso como cena, así que no dudaron en tomar un pedazo del delicioso pavo con su respectiva ensalada de manzana. Alfredo las miraba cómo comían, o más bien, cómo devoraban aquella suculenta cena navideña, que con especial cuidado había preparado. Alfredo fue el últi-
mo en tomar su respectiva porción, comía lentamente, mientras observaba a sus acompañantes servirse más. Al cabo de media hora había hecho efecto el veneno. Él solo sonreía fríamente al ver los ojos de aquellas damas lentamente apagarse. Esta escena duró muy poco tiempo, debido a que él también había degustado la deliciosa y cremosa ensalada de manzana. Sus ojos se fueron cerrando mientras pensaba que esa era la primera y última navidad que la había pasado en familia.
LO HELADO DEL FUEGO Por: Amaranta B. Zepeda
En lo esencial, nunca tuve razón para no disfrutar diciembre, simplemente me era indiferente. Prefiero los meses calurosos y soleados, prefiero los pantalones cortos que los suéteres. Aun así, pasaba diciembre como cualquier mes, hasta ese año. Empecé la época decembrina sin empleo, peor aún: sin ahorros. Dos semanas antes de navidad terminé una relación de cuatro años, sin opción a regresar. En fin, la temporada simplemente avanzó mal. Pero nada tan malo como en la víspera de navidad. Desde que murieron mis padres cuando tenía cuatro años, el 24 siempre lo pasaba comiendo pollo Kentucky con mi hermano mayor Al, nuestra tía Anastasia y nuestro tío Antonino. Veíamos el especial navideño de la cadena favorita de mi tío en la televisión hasta la media noche y nos acostábamos a dormir. Nada especial, pero a fin de cuentas era un día cálido y familiar. El año del cual hablo, el plan apuntaba a ser el mismo, mi tía desempolvaba la vajilla con renos caricaturescos en la mesa y mi tío veía el pequeño árbol artificial con las mismas esferas de hace 15 años en medio de la sala, con una nostalgia contagiosa. Yo leía las últimas páginas de El mago de Oz sentada en mi sillón favorito.
De pronto se escuchó un estruendo en la puerta y entró mi hermano con la cara pálida y sudorosa, nos dijo que alguien había prendido fuego a la tienda de antigüedades, ¡nuestra tienda de antigüedades! Mi tío Antonino salió disparado y mi tía Anastasia fue tras él. Yo me puse las botas y salí corriendo. El humo se veía (y se olía) desde la acera. Algunas personas estaban asomadas en sus puertas viendo aquella tragedia ajena. Conforme iba avanzando, escuchaba frases cortadas como “pobre de Don Antonino, fueron esos ateos”, “si el seguro no les cubre los daños”… Cuando llegué a la tienda, mi tía lloraba mientras Al la consolaba y mi tío observaba desde el aparador con la boca entreabierta un baúl pequeño que estaba sobre el mostrador. Los bomberos llegaron en ese instante y comenzaron a controlar las llamas; mi tío seguía como hipnotizado. Cuando le permitieron entrar fue directo al baúl, la madera quemada ahora era negra, estaba abierto y le salía humo por todos lados. Me paré junto a él y le pregunté qué tenía de especial aquél cofre. Mi tío, con los ojos vidriosos me respondió “toda la herencia que les dejaron sus padres, era tu regalo de Navidad”.
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Lo supe en cuanto lo dijo: el dinero para la universidad. El dinero para salir de su casa y dejar de ser una carga, tanto yo como Al. Sin él tendríamos que seguir viviendo con mis tíos, trabajar para ayudarles con los gastos y con lo de la tienda… Mi tía siempre dijo que un año, la Navidad nos traería una felicidad muy grande, que mi madre se había encargado de ello. Y de pronto, todo se perdió.
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