Ocho miradas maestras y melancólicas al arte

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LA RAZÓN • Sábado. 23 de junio de 2018

Cultura zar una composición de mayor tamaño en el taller y, luego, la definitiva», explica el comisario. Proceso que Monet aprendió, pero ante el que comenzó a rebelarse en el 65 como una de las diferencias que surgiría en la pareja. Al igual que su método de trabajo, mientras Boudin era un pintor de bocetos durante el verano y el otoño para, más tarde, encerrarse en su estudio para elaborar la composición final, Monet se acercaba a sus paisajes los primeros meses del año, cuando había menos gente, para trabajar «más a gusto», dice López-Manzanares.

El rey de los cielos

GONZALO PÉREZ

para teñir las sombras, dan lugar a una obra que innova a través del color». Fue la evolución natural de una amistad que nació en la primavera de 1856, cuando Monet solo tenía 15 años. En la papelería Gravier, en Havre, Boudin se acercó al joven para felicitarse por su trabajo de caricaturista, en el que ya sobresalía, y le animó a seguir pintando a su lado. Por entonces, el mayor de los dos comenzaba a madurar su obra después de años de un aprendizaje autodidacta en los que se dedicó a copiar a maestros holandeses del siglo anterior y a realizar estudios al aire libre siguiendo la costumbre del paisajismo de la Escuela de Barbizon. Fue esto, precisamente, lo que «realmente le enseñó», habla LópezManzanares: «Cómo hacer paisajes a la manera tradicional». Bocetos en la misma playa o en un campo abierto que plasmaban en unas tablas pequeñas y de forma rápida al óleo, para «después de dos o tres dibujos, reali-

El otro gran aprendizaje del parisino fue la captación del cielo y de los efectos atmosféricos. No podía ser de otra manera estando al lado del «Rey de los cielos», como se reconoció a Boudin. «En las escenas de playa no le interesaba tanto reflejar a los personajes como el ambiente que rodea todo. Fue único en la captación de lo instantáneo», continúa. En boca de Monet: «Sus bocetos, hijos de lo que yo llamo la instantaneidad, habían llegado a fascinarme». Y es que Boudin disfrutaba solo con mirar al cielo, hablaba de «fiesta» cuando la situación le llenaba: «He salido esta tarde, había un sol resplandeciente (...) Son ya veinte las veces que he vuelto para empezar a conseguir esa delicadeza, ese encanto de la luz que actúa por doquier. Como hacía fresco, todo era suave, desvaído, un poco rosa (...) El mar estaba maravilloso, el cielo era mullido, aterciopelado...», recogía el maestro en su diario. Fue haciéndose más y más estrecha una relación que se consolidó desde el momento en el que el joven Monet aceptó la invitación y pese a que sus padres la rechazasen por proceder Boudin de una familia de clase social más baja. Por ello siempre pintó para los demás, «dependió de coleccionistas hasta el tramo final de su vida, cuando ya pintó para sí mismo. Monet, en cambio, fue más atrevido y pidió dinero a sus amigos, pero fundamentalmente lo hacía por él», reconoce López-Manzanares. Entonces, la pregunta es obligada al final del recorrido junto al comisario: ¿superó el discípulo al maestro? «Sin duda. Monet tuvo muchos más recursos pictóricos», zanja. Boudin ya lo sabía desde el 68. DÓNDE Museo Nacional Thyssen -Bornemisza. Madrid. CUÁNDO: del 26 de junio al 30 de septiembre.CUÁNTO: 12 euros.

El Centro Botín celebra su primer aniversario con una muestra de retratos de Sorolla, Bacon, Matisse y Juan Gris, entre otros

Ocho miradas maestras y melancólicas al arte D. MENDOZA - MADRID

E

l Centro Botín inaugura hoy una exposición de ocho cuadros que pertenecen a la colección personal de Jaime Botín. Entre ellos, obras de Matisse, Sorolla y Francis Bacon. Es la primera vez que el ex banquero se separa de algunos de los cuadros que normalmente adornan el salón de su casa, según explica la comisaria de la muestra, María José Salazar: «A pesar de que el MoMa, por ejemplo, le pidió “Retrato de mujer española” (1917), de Matisse, Botín nunca se quiso desprender de sus obras porque las ha sentido cercanas y personales. Sin embargo, ha pensado que llegó el momento de que las disfruten otros». Además de los artistas mencionados, la muestra «Retratos: esencia y expresión» incluye «El constructor de caretas» (1944), de Solana; «Mujer de rojo» (1931), de Vázquez Díaz; «Figura de medio cuerpo» (1907), de Isidro Nonell; «Arlequín» (1918), de Juan Gris, y «Retrato de mi madre» (1942), de Francisco Gutiérrez Cossío. «Se trata de obras de primera categoría y casi todas ellas representan un instante clave en la carrera de los artistas. Por ejemplo, la de Gris marca el momento en que comienza a abandonar el cubismo para entrar en la figuración», explica Salazar. Comenta también que cuando Cossío retrató a su madre, hacía diez años que había dejado de pintar, por lo que esta obra supone su regreso. En el cuadro de Matisse se puede apreciar la influencia que tuvo en el francés su visita a España en 1911. Junto a Francisco Iturrino, recorrió Madrid, Córdoba y Granada, «y cuando regresó lo hizo con una maleta cargada de luz que le dio un nuevo impulso a su pintura, además de peinetas y mantillas», afirma Salazar. Por otra parte, el autoretrato de Francis Bacon esconde una historia bastante más sombría. En él, el rostro del pintor británico aparece deformado, con un ojo

«Self Portrait with Injured Eye» (1972), de Francis Bacon

golpeado. Lo realizó en 1972, poco después de que su amante, George Dyer, con el que mantuvo una relación conflictiva, falleciera en París de una sobredosis de pastillas para dormir. Dyer fue motivo de inspiración para Bacon desde que le conoció en un pub de Londres y aún después de su muerte.

Un millón de mantenimiento La comisaria afirma que los retratos que conforman la muestra tienen en común «una cierta melancolía de los personajes retratados, además de que todos los artistas utilizan el color como forma de comunicación». Por ello le intrigaba conocer el criterio de compra de Jaime Botín. Al conocer al banquero, entendió que se trata simplemente «de su gusto personal. Cuando ve algo que le gusta, lo adquiere. No le importan ni el año, ni el título de las obras; no sabe ni dónde guarda los papeles de compra. Aprecia poder tenerlos y contemplarlos

en su entorno más inmediato». Algo que ya no podrá hacer con estos ocho cuadros, pues los ha cedido durante un periodo de cinco años prorrogables, aunque, según Íñigo Sáenz de Miera, director de la Fundación Botín, la intención es que permanezcan allí de manera indefinida. Además, el ex presidente de Bankinter se ha comprometido a donar un millón de euros anuales para el mantenimiento de la colección. La muestra se inaugura como parte de las celebraciones por el primer aniversario del centro, con motivo del cual también se estrena la exposición «El paisaje reconfigurado», compuesta por una selección de obras de la colección de la Fundación, y se llevarán a cabo varias sesiones de espectáculos durante el fin de semana. DÓNDE Centro Botín, Muelle de Albareda, s/n., Santander. CUÁNDO: exposición permanente. CUÁNTO: entrada general, 6 euros.


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