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Viernes. 25 de mayo de 2018 • LA RAZÓN
Finde Cine «BLANCO PERFECTO»
★★★★★
Como un tiro Director: Ryûhei Kitamura. Guión: R. Kitamura y Joey O'Brien. Intérpretes: Jason Tobias, Rod Hernández, Graham Skipper, Stephanie Pearson. EE UU, 2017. Duración: 90 min. Terror. Un accidente en medio de la nada, un grupo de niñatos que deciden compartir la susodicha camioneta averiada aunque no se conocían antes del viaje, el móvil, con la cobertura caprichosa, y un francotirador disfrazado de Chewbacca cutre escondido en un árbol que abre fuego sobre ellos como si estuviese persiguiendo el premio gordo en la feria del pueblo. Y adiós. Todo adobado, eso sí, con
«Sweet Country», ganadora del Gran Premio del Jurado en Venecia, reflexiona sobre la violencia de la colonización en el país austral
El salvaje oeste australiano D. MENDOZA - MADRID
L
a historia de «Sweet Country» tiene un aire de fábula o relato aleccionador. A una tranquila y casi desolada comunidad de la Australia profunda, en la que conviven los indígenas y los colonizadores en paz, llega Harry (Ewen Leslie), un ex soldado alcohólico y racista que le pide al predicador del pueblo que le «preste» a su mano de obra un aborigen llamado Sam (Hamilton Morris) para ayudarle en su terreno. La relación entre el soldado y Sam pronto se torna violenta, y Sam termina asesinándole en un intento de defender su vida y la de su esposa. El indígena huye y el sargento del pueblo, el predicador y varios hombres más salen a cazarlo.
Transmisión oral LO MEJOR A quienes les ponga el gore pueden pasar un rato divertido con esta disparatada película LO PEOR Su –no– guión resulta de traca, y las actuaciones de los jóvenes protagonistas, también abundantes litros de sangre y alguna escena gore que tiene su gracia. Los actores y el guión, ninguna. Estamos frente a un titulito más de psicópata suelto en la América profunda y de cierto aire setentón (pero «La matanza de Texas» era mucha película), una ensalada de sesos y miembros esparcidos por ahí con poca sal y un par de momentos hasta divertidos. El director japonés Ryûhei Kitamura («Baton», «LoveDeath», podemos seguir vivos sin conocerlo) se ha lucido; sobre todo, al final, y nos callamos, no para evitar el «spolier» de turno, sino por si se les quitan ya del todo las ganas.
Carmen L. LOBO
En cierto sentido, se trata de una historia real. «Los aborígenes tenemos un sistema de conocimiento oral porque este relato fue contado de padres a hijos. Sin embargo, en la película lo modificamos un poco para darle un toque más marcadamente de western», comenta Warwick Thornton, director del filme e hijo de aborígenes. Thornton confiesa la influencia en su filme de «los westerns italianos rodados en España, como ''Le llamaban Trinidad''», que veía cuando era niño en Alice Springs, la localidad del norte de Australia donde creció y donde rodó «Sweet Country». «Me gustaban aquellos filmes en los que los buenos podían ser malos y los malos, buenos. No como John Wayne, que era un ser humano perfecto que cumplía los diez mandamientos. Eso no me interesa nada, ni siquiera lo entendía cuando era niño porque a mi alrededor todos eran a la vez malos y buenos», afirma. Esa dualidad está presente en su filme, sí, pero no queda duda de que el «malo de la película» es el hombre blanco que abusa de su poder. Es un tema recurrente en Thornton, que en su anterior cinta, «Samson y Delilah», ya
Un asunto familiar El hijo de Thornton, Dylan River, trabajó con él como segundo director de fotografía. De la experiencia, Thornton asegura: «Él es joven, mientras que yo estoy viejo y cansado (tiene 47 años). Dylan me mantiene alerta. Es precioso ver que tu hijo decide trabajar en la industria que tú has elegido, que también se convertirá en un contador de historias». había tratado el tema de la marginalización de la comunidad aborigen, aunque, en este caso, en el presente. En «Sweet Country», en cambio, intenta regresar a los orígenes de su país para preguntarse sobre su futuro. «Seguiré contando historias de mi gente. Es lo que tengo que hacer», asegura. «Nuestro pasado fue escrito por los colonizadores, que han contado que fueron
quienes construyeron este país. Pura mierda. El 90% de la población fue masacrada. Pero eso no se enseña en las escuelas. Australia tiene que entender su pasado para poder avanzar. Y esto es válido para todos los países». Thornton estuvo a cargo también de la fotografía, un trabajo para el que era el más indicado del equipo. Al haber crecido en ese territorio, estaba más acos-
«SWEET COUNTRY» ★★★★★
Un western que deja frío Director: Warwick Thorton. Guión: D. Tranter y S. McGregor. Intérpretes: Hamilton Brown, San Neill, Bryan Brown, Thomas M. Wright. Australia, 2017. Duración: 112 minutos. Western. El vasto desierto australiano parece haber sido inventado para que el western despliegue sus alas. En la nada soterrada xenofobia de muchos clásicos del género, el arquetipo del indio encarna, desde el derramamiento de sangre, hasta la rabia contra los supremacistas colonizadores. En su versión de las Antípodas, los aborígenes se parecen más a los afroamericanos: los blancos los someten, les convierten en sus esclavos, ven aplastados sus derechos.
Así las cosas, el director de «Sweet Country», Warwick Thornton, que es aborigen, utiliza el género como coartada para hablar de los orígenes de la marginación de su cultura. Frente al hombre blanco, desdoblado en el noble, comprensivo defensor de las minorías, y el violento, salvaje cacique de nuevo cuño, está el
LO MEJOR El uso del paisaje y los actores, desde Hamilton Brown a la recuperación de Sam Neill y Bryan Brown LO PEOR Su lento, contemplativo desarrollo parece avergonzarse un poco de los códigos genéricos del western
tumbrado a las condiciones extremas (más de cuarenta grados todos los días, alguna inundación y muchos bichos, como escorpiones y serpientes): «Sabía cómo manejar la luz y diseñé las escenas para que funcionaran incluso a las 12 del mediodía». Aunque admite que los actores sufrieron con el sol, pero que «de todos modos, debían hacer como que tenían mucho calor...».
aborigen de dignidad mancillada, perseguido por un crimen accidental cometido en defensa propia. La originalidad del filme, pues, radica en su denominación de origen, porque su esqueleto argumental podría ser el de un western de corte liberal como «Llegaron a Cordura», de Robert Rossen. Thornton le busca las raíces a su propuesta –esa proyección al aire libre de «La verdadera historia de la banda de Kelly», suerte de «Asalto y robo al tren» en el desierto australiano– evitando cualquier asomo de primitivismo en su puesta en escena. El resultado es una película elegante pero un tanto fría en su ejecución, como si Thornton pensara que puede vendernos un western disfuncional con el simple ropaje de lo «arty».
Sergi SÁNCHEZ