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Mil pederastas

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Niñitas arrechas

Niñitas arrechas

MIL PEDERASTAS

(Mi tío) me metía al baño y me bajaba el calzón para ponerme a orinar en los bordes de la taza —chorros calientes que bajaban por mis piernas— mientras él me tocaba curioso, interesado, fascinado. Después me abría de piernas y me chupaba, por dentro, como si fuera una fruta, una naranja —quizá—, pero sin semillas, con su lengua ávida —rasposa—, como un perro de caza, lamiendo ansioso el cadáver de su presa.

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(Mi papá) me acariciaba sentada frente a la televisión sobre sus piernas, mientras mirábamos las caricaturas —solos los dos—, sentados en la sala de su casa —su pene erecto—, las crinolinas de mi vestido infantil todas expuestas.

(Mi hermano) entraba al cuarto y me tocaba mientras yo fingía dormir,

bajando —suavemente— el pantalón de mi pijama, hurgando en mi ropa interior, forzando un dedo adentro, mientras yo quedaba quieta, sin moverme, nerviosa y excitada —a un mismo tiempo—.

(Mi novio) supo de todos estos crímenes, pero no hizo caso alguno: me escuchaba atento y triste, y después poseía mi cuerpo ansioso/ frenético/ violento/ como si tratara de dar cumplimiento a aquello que los otros no pudieron.

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